Parte  IV

 

HOMBRE DE LOS HOMBRES Y PARA LOS HOMBRES

 

1.     LA ACCION CATOLICA.. 1

 

2.      LA “CUESTION OBRERA”. 6

 

3. LA CUESTION ROMANA.. 14

a) Las razones profundas del conciliadorismo. 15

b) Las razones historicas de la Cuestion Romana. 17

c) Los caminos de la conciliacion. 20

 

4. HUMANISMO CRISTIANO.. 25

a) Amor a la verdad. 25

b) Realismo y coherencia. 27

c) “Devoto sin medida y sin medida libre”. 30

d) La amistad. 35

e) El amor por lo bello. 37

 

 

Mons. Scalabrini quiso ser hombre de su tiempo, no soñador nostálgico de épocas pasadas e irreversibles, sino marchar al paso de la historia, atento a los signos de los tiempos, conocedor realista de los problemas y de las exigencias de sus contemporáneos, interesado en preparar un porvenir más humano y conforme al designio de Dios en la historia.

Enfrentó con coraje, energía y en forma concreta las principales "cuestiones" de su tiempo. La época del asociacionismo lo vio entusiasta sostenedor de las asociaciones católicas, aunque discordara con las ideas políticas de quien habría querido monopolizar a la Acción Católica.

La sociedad se iba descristianizando rápidamente: urgía "volver conducir a Cristo a la sociedad". Eran condiciones indispensables: la unión compacta de las fuerzas, la actividad valiente, la dependencia de los Pastores, en cuanto la Acción Católica es apostolado, no política.

El gran obstáculo para la unidad era la Cuestión Romana, que impedía, con la prohibición de la participación de los católicos en las elecciones políticas, un influjo incisivo sobre los centros de poder y de legislación: los anticlericales tenían mano libre en su tentativa de demoler el sentido cristiano del pueblo. La preocupación pastoral dictó al Obispo de Piacenza no una actitud de protesta, sino la búsqueda de la reconciliación entre los sentimientos igualmente legítimos: religión y patria. La Iglesia debe ser libre, tanto en lo interno como en  lo externo, de ejercer su poder que es netamente espiritual, y sus derechos que son la evangelización y la caridad.

La conciliación es un ideal que abarca todos los aspectos de la vida de Scalabrini. Él concilia el realismo de la historia vivida con el amor intrépido de la verdad; la libertad y la franqueza del diálogo con la obediencia; el amor por todo lo bello y lo bueno que Dios puso a disposición en lo creado con la amistad de los hombres.

 

 

1. LA ACCION CATOLICA

 

Iluminismo, racionalismo, materialismo y anticlericalismo alejan a Cristo de la sociedad: es necesario promover un movimiento de retorno, especialmente entre el pueblo. Sólo en la unión está la fuerza y sólo en la organización la unión es eficiente.

El asociacionismo está por llegar a ser exclusividad de los enemigos de la Iglesia: en vez de llorar, es necesario sacudirse, salir al llano y actuar bajo la guía del Papa y de los Obispos.

 

"Jesucristo ha sido alejado de la sociedad"

 

426.     Convencidos ya los modernos incrédulos que tampoco ellos pueden derribar, como desearían, el trono de Jesucristo, pensaron confinar a este eterno Rey de las almas, a este invisible Soberano del Universo, entre las paredes del templo, alejándolo de todas las competencias de la vida, ya sea privada o pública. Ellos usaron todas las artes, recurrieron a todos los medios con tal de alcanzar su diabólico intento; y desafortunadamente, en gran parte por culpa de la indolencia de los buenos, lo lograron.

Jesucristo, poco a poco, ha sido alejado de la escuela, de las costumbres, de las familias, de la sociedad. Pero (...) al ser Jesucristo alejado, nos hemos dado cuenta que al edificio científico, doméstico y social le ha faltado el fundamento, ¡nos hemos dado cuenta que nos encontramos al borde de un abismo!

Habían dicho: cada escuela que se abre es una cárcel que se cierra, y luego no encontraron, los enemigos de la Iglesia, conventos y castillos que bastaran para contener el número siempre creciente de delincuentes. Habían dicho: el catecismo en las escuelas es una ofensa a la libertad de pensamiento, y, sustituido el catecismo por el manual de los derechos del hombre y luego por un libro de los deberes naturales en los que no se hablase de Dios, han criado los nuevos Espartacos de las bombas de dinamita con los cuales la sociedad deberá verdaderamente combatir la última batalla. Habían dicho: la ciencia laica purificará el ambiente e inyectará sangre nueva en las venas de la generación que está creciendo, y las estadísticas de los suicidios, de los duelos, de los adulterios, las quiebras dolosas, los asaltos a los bancos, las inmoralidades públicas, los más atroces delitos hicieron morir muy pronto en los labios los himnos festivos levantados a la nueva moral sin Dios.

En la familia los desastres del tálamo conyugal, la paz perdida, los hijos rebeldes han demostrado con demasiada elocuencia que sólo el Crucifijo podía proteger el hogar doméstico. [1]

 

 

"Reconducir a Jesucristo en la sociedad"

 

427.     La visión del abismo que está ante nosotros, nos ha hecho retroceder espantados y todos sentimos instintivamente la necesidad de un movimiento de regreso a las tradiciones santas de nuestros padres y de nuestras madres; las sacudidas del edificio, el polvo de las ruinas nos han asustado y todos sentimos la necesidad de restablecer el equilibrio, volviendo a colocar en la base a Jesucristo.

Ahora bien, es justamente ese el fin de la acción católica: promover con una organización acorde a las exigencias de los tiempos, este movimiento de retorno, asumido ya por la conciencia de todos los honestos; volver a conducir a Jesucristo en la escuela, en las costumbres, en la sociedad.

Nuestro objetivo, por lo tanto, no es el de hacer política, como quieren dar a entender nuestros adversarios. Nosotros queremos ante todo hacer una obra de saneamiento moral y proveer luego a las necesidades de orden económico que responden a las legítimas aspiraciones especialmente de la clase obrera. Los explotadores del pobre pueblo han hecho hasta aquí magníficas promesas, pero luego no cumplieron con todas ellas.

Prometieron pan y justicia, y hoy al pueblo le falta justicia y pan.

Ahora bien, nosotros queremos, justamente para provecho del pueblo, organizar instituciones benéficas, ampliar el socorro mutuo, favorecer la industria, facilitar el comercio, fecundar las obras de caridad que en nuestros días son más oportunas. Queremos sobre todo que la Religión de nuestros padres sea respetada, que sea respetada su voluntad, que sea respetado el día del Señor, que sean respetados nuestros derechos, los sagrado derechos de la Iglesia y de su supremo Jefe, los derechos de todos.

Queremos que sea tenido en su debido honor el sacerdocio, que la juventud crezca formada con sólidos principios y con una vida morigerada, que la cosa pública sea administrada por hombres íntegros y temerosos de Dios.

Queremos la verdadera grandeza de nuestra patria; por lo tanto, queremos la libertad del bien y no del mal, o por lo menos, esa libertad de la cual goza el mal; queremos que la mala prensa cese de sembrar errores y vomitar blasfemias, que sean removidos los escándalos públicos, que el pueblo no sea en lo sucesivo más engañado ni traicionado.

Queremos abrir para el niño ese libro que le enseña a ser cristiano y ciudadano; queremos decirle al obrero que él, también sobre esta tierra, no será jamás feliz, siguiendo las máximas del socialismo, pero que vivirá por lo menos un anticipo de la verdadera felicidad, siguiendo las máximas del Evangelio; queremos decirles a los gobernantes que si el Señor no protege a los estados, en vano se esfuerzan los que tienen en el puño su suerte. Queremos, en una palabra, que la sociedad vuelva a ser en sus leyes, en sus instituciones, en sus costumbres, en su vida pública, como debe ser verdaderamente, es decir cristiana. [2]

 

 

"Debemos organizarnos, debemos unirnos"

 

428.     La necesidad de la acción católica es, por lo tanto, urgente y manifiesta; pero para que resulte verdaderamente eficaz, conviene que sea disciplinada y uniforme.

Sí, debemos organizarnos, debemos unirnos, porque sólo en la unión está la fuerza; sólo la unión es el secreto de la victoria.

De aquí la importancia y la necesidad de las asociaciones católicas y de los Comités parroquiales.

No volveré a repetir lo que ya les dije otras veces al respecto, en privado y en público, a viva voz o por escrito. Diré más bien lo que quiere el Papa, intérprete seguro de la voluntad divina (...).

Él quiere que todas las parroquias de Italia posean su Comité católico, y este Comité debe, sin duda, establecerse en cada una de las parroquias de la diócesis de Piacenza y no sólo debe establecerse, sino que una vez establecido debe mantenerse y mantenerse activo.

Mi palabra, esta vez, no es palabra de exhortación, sino de orden y la dirijo especialmente a ustedes, mis venerables cooperadores en la salvación de las almas, porque es especialmente a ustedes que el Papa dirige en tono solemne esas graves palabras: "En las actuales condiciones de la Iglesia los sacerdotes deben asumir también este oficio de dirigir los grupos y los ánimos de los fieles con su autoridad, abiertamente, y con el ejemplo".

Yo que conozco y he tenido pruebas de la filial devoción de ustedes y sumisión perfecta al Vicario de Jesucristo en cada cosa, no dudo absolutamente que se pondrán, si ya no se han puesto, a la obra, con voluntad enérgica y decidida.

Alejen, mis queridos, las discusiones, las desconfianzas, los temores.[3]

 

 

"La hora de actuar ha llegado"

 

429.     Los hijos del trabajo constituyen en todos los países del mundo la masa de las poblaciones. Por lo tanto, formar a los obreros en el espíritu esencialmente pacífico y saludable del Cristianismo, es lo mismo que salvar a la sociedad civil.

Son ellos, los obreros, los predilectos de la Iglesia, que en el artesano de Nazareth reconocen y veneran al propio Fundador (...).

Mientras nos alegramos profundamente que en algunos lugares de nuestra Diócesis y especialmente en nuestra Piacenza, esas sociedades ya han sido instituidas, y rogamos al Señor para que bendiga a los insignes laicos y eclesiásticos que las promovieron, nos dirigimos a todos ustedes, queridos y venerables Cohermanos, y les repetimos que es nuestro deseo muy vivo que en cada parroquia, o donde el número de parroquianos es muy pequeño, por lo menos en los puntos principales de cada Vicariato, la Sociedad de los Obreros se forme, se organice y vuelva a florecer por su laboriosidad, número y concordia (...).

El socialismo, que impaciente por abalanzarse sobre la presa, se agita y brama, y con sus rugidos amenazadores hace temblar al mundo, es voz del Cielo, la que les avisa a ustedes que la hora de actuar ha llegado, que en vano se ilusionan en poder salvar ustedes, a sus hijos y sus cosas, si no ponen una valla segura a la arrolladora inundación. ¿Y cuál será esa valla si no una liga general y compacta de todos los hijos del pueblo educados en la escuela del Evangelio? (...).

Asociación y acción católica: he aquí la característica de los verdaderos hijos de la Iglesia en nuestros tiempos; asociación y acción, que tengan por objetivo secundar en todo los deseos del Vicario de Jesucristo, para devolver a la Iglesia y a su Jefe augusto la necesaria libertad, a Italia la grandeza, la prosperidad y la paz, para volver cristianas las familias, cristianos los municipios, cristianas las escuelas, cristianas las leyes, cristiano el pueblo, cristianos sobre todo los obreros (...).

Para alcanzar más fácilmente este fin ayudan admirablemente los Comités Parroquiales, que nosotros les hemos encomendados otras veces y sobre los que volvemos a insistir nuevamente. ¡Oh, de cuánto bien son ellos fecundos! Sea la suma preocupación de ustedes establecerlos en las parroquias, sea el propósito de ustedes tomar parte en ellos. ¡No puede fallar la bendición de Dios a las instituciones bendecidas por su Vicario!

Unámonos, unámonos. ¡Qué no se lograría si todos se uniesen, todos de acuerdo, aquellos italianos que han conservado la fe!

¡Oh! si en toda Italia surgieran los Comités Parroquiales, y en lugar de solamente dos millares, como ya se cuentan, hubiesen diez mil como se calcula que son las todas Parroquias, ¿quién puede dudar de la grandeza de los resultados que se obtendrían en pro de la Religión y de la Patria?[4]

 

 

"Salen los católicos de su aislamiento"

 

430.     Salen los católicos de su aislamiento, cerrando filas en numerosas falanges, levantan frente al sol espléndidas y reverenciadas sus banderas, discuten, proponen, resuelven, combaten, trabajan.

Y este soplo animador ha penetrado, gracias a Dios, también entre nosotros.

Todavía no se ha apagado el eco de las voces que resuenan aplaudidas en los fraternales congresos de Alseno, de Bedonia, de Chiaravalle. Hemos visto en poco tiempo, gracias a la preocupación de párrocos muy celosos, surgir varios Comités católicos. Tenemos ya Círculos de la Juventud, Oratorios festivos, Sociedades obreras, instituciones de crédito, también nosotros.

Pero todo esto, digámoslo en seguida y digámoslo claro, es muy poca cosa frente a las necesidades de la hora presente. [5]

 

 

"Es necesario que el sacerdote salga del templo"

 

431.     Nosotros debemos persuadirnos bien que hoy ya no basta lo que bastaba en el pasado. A nuevos tiempos, nuevas industrias; a nuevas plagas, nuevos remedios; a nuevas artes de guerra, nuevos sistemas de defensa. Hoy, como les dije en otra ocasión, es necesario que el sacerdote, y el párroco en especial, salga del templo, si desea ejercer una acción saludable en el templo. Pero entendámonos: salga del templo, pero después de haber sacado de la piedad y de la oración luz y consuelo; salga del templo, pero como sale el sol de su pabellón, esplendoroso por la luz de Dios y por el fuego de la caridad que ilumina, calienta, fecunda (...).

Nada de odio, ni pasión, ni celo agrio, ni excitación inconsulta debe salir de nuestra alma y corazón sacerdotal contra los hombres, sino la caridad que sufre, gime y se entristece sobre la culpa cometida por el hombre y arrastra y arruina al hombre (...).

Es con estos sentimientos, mis venerables hermanos, que debemos entrar en el campo de la acción católica. Debemos entrar, repito, y ese es hoy deber esencialmente nuestro. El que juzgara de otro modo daría prueba de gran liviandad y de poca reflexión, por no decir de poca fe.

No nos ilusionemos: si no actuamos nosotros, lo harán los otros sin nosotros y en contra de nosotros. Aunque se nos acuse también de segundos fines y objetivos mundanos.

La acusación, antes que a nosotros, fue hecha a Jesucristo el que, por más que enseñara a dar al César lo que era del César, fue llamado seductor de plebes. Cumplir el propio deber y estar en paz con todos es imposible, convenzámonos. [6]

 

 

"Les recomiendo, en la medida que sé y puedo, la juventud"

 

432.     Especialmente les recomiendo otra vez, en la medida que sé y puedo, la juventud.

Desde el momento en que con toda amorosa atención y solícito cuidado ustedes han admitido a los niños a la primera Comunión, han cumplido ciertamente un gran deber, pero no termina aquí la misión de un párroco, por el contrario, aquí comienza a ser más grave, porque es desde momento que las pasiones comienzan a despertarse en el corazón del joven, es desde este momento que los errores, los prejuicios, los escándalos, las seducciones del mundo comienzan a poner sus virtudes a dura prueba. ¡Oh! ¡ay si el párroco fuese tan descuidado y sin corazón, como para dejarlo librado a su suerte!

Es necesario, en lo posible, permanecer a su lado, es necesario iluminarlo, sostenerlo, alentarlo, empujarlo hacia el bien, manteniéndolo suavemente unido a la Iglesia y a las prácticas religiosas.

El medio más fácil es el de instituir, junto al Comité Parroquial, la sección Jóvenes. Varios, también entre nosotros, ya hicieron la prueba con muy buen éxito. Los exhorto a todos a imitar su ejemplo.

Para ello deberán afrontar algún esfuerzo, pero serán compensados con grandes satisfacciones. Si no, para no referirme a otro motivo, ¿cómo alimentar de aquí en adelante el mismo Comité y las demás asociaciones católicas, de hecho tan necesarias?

Para mantenerlas, como dije, florecientes y activas, será de mucha ayuda que cada Vicario Foráneo designe algún sacerdote idóneo para dictarles, algunas veces en el año, conferencias familiares, y recorra las diversas parroquias del Vicariato. Mejor aún, si este compromiso pudiese asumirlo el mismo Vicario Foráneo.[7]

 

 

"Dependencia de los Pastores"

 

433.     Para que nuestra acción sea y pueda decirse verdaderamente católica, recordémonos de proceder, en todo y siempre, con disciplina. No presuman los soldados de ir adelante de los capitanes. Especialmente en nuestro campo la disciplina es todo. Sin disciplina, o sea sin dependencia plena, rigurosa, constante de los fieles a sus Pastores, el fácil exceso del celo individual genera descontento y discordia, divide y cansa las buenas voluntades, desvía y disgusta a los mejores y contamina con el veneno disolvente del amor propio tanto las razones del mandar como las del obedecer.[8]

 

 

"Estrecha dependencia del principio jerárquico"

 

434.     Pretendo que nada se realice sino en la más estrecha dependencia del principio jerárquico. El laicado católico, si quiere ser instrumento de salvación en las manos de Dios, debe mantenerse en su lugar. Él en la Iglesia no es capitán, sino soldado; no es maestro, sino discípulo; no es pastor, sino ovejita, y sus ojos deben estar fijos sobre los Obispos y principalmente sobre el Obispo de los Obispos, el Romano Pontífice, y en nadie más. No conocemos a Paulino, ignoramos a Melecio, no queremos ni los sí ni los pero; ni excepciones, ni reservas, ni mal entendidos de ninguna clase. Dios no bendice nunca obras que no sean bendecidas primero por sus legítimos representantes. Un comité parroquial que actúa contra o sin el beneplácito de su párroco, un comité diocesano que se permitiese tomar la mínima iniciativa, o intentara el mínimo acto independientemente de su Obispo, cesaría con ello de ser católico y tendría de inmediato nuestra condena.[9]

 

 

"217 Comités parroquiales"

 

435.     Aconsejado por el Ilustre Conde Paganuzzi y convencido de hacer cosa grata a Su Santidad, procedo a informar brevemente de la IV Reunión Regional de los Católicos de Emilia, realizada aquí, bajo mi presidencia, los días 14 y 15 de junio del corriente año.

La reunión, y por la intervención de casi todos los Obispos de la región y por la numerosa participación de clero y pueblo, no podría haber sido más solemne.

Después de mi Carta pastoral del 16 de octubre de 1896 (de la que me atrevo ahora a enviarle copia) se han constituido en mi Diócesis, además de las secciones de jóvenes, las sociedades obreras, etc., doscientos diecisiete Comités parroquiales y todos estaban ampliamente representados en esa reunión. Estaba también numerosamente representado el clero de la ciudad y de la Diócesis, en esto, como en todo lo demás verdaderamente ejemplar y digno de todo elogio.

Todo procedió con serena calma y con el máximo orden. Las deliberaciones hechas acerca de la Organización Católica, la Buena Prensa, las elecciones administrativas y políticas, la fundación y el incremento de las Cajas Rurales, etc. fueron sumamente prácticas y oportunas, impregnadas de ese espíritu de franca sumisión a los Obispos que hoy en especial es tan necesario y que tanto preocupa a Su Santidad. [10]

 

 

 

2. LA “CUESTION OBRERA”

 

El advenimiento del socialismo ateo y anárquico hace temblar a la Iglesia y al Estado: pero es "voz de Dios".

Al socialismo ateo se lo debe enfrente con la acción social cristiana, más que con una estéril condena, que afectaría también los "justos postulados" del socialismo.

A la propaganda marxista, que seduce a las masas trabajadoras, se debe contraponer el conocimiento de los problemas sociales y de las implicancias morales y religiosas que de ellos derivan, y poner en marcha iniciativas que respondan a las reales y legítimas exigencias de los campesinos, de los obreros, de los proletarios. Es una obra de justicia y de reivindicación social, inspirada por la caridad, a realizarse en la concordia de todas las clases. Salvar a la clase obrera es salvar al pueblo.

 

 

"Las causas que hicieron surgir al socialismo"

 

436.     Desde hace tiempo la sociedad es presa de fuerzas anárquicas. Turbada toda autoridad, aflojados los vínculos sociales y familiares, negados, ridiculizados o descuidados los principios religiosos que santifican los sufrimientos humanos, la vida social se va haciendo cada día más una selva salvaje, en la cual cada uno se mueve por su cuenta y por su interés y el bien de uno genera el mal y la privación de otro, explicando así y poniendo en práctica el feroz programa contenido en la sentencia del filósofo escocés "Homo homini lupus".

De aquí la fiebre de las súbitas ganancias, de aquí la angustiosa conquista del poder, de aquí justamente esa envidia por el bien ajeno que incita a usurpar, a engañar, a estafar, a romper todo freno y suprimir todo obstáculo que se interponga a los deseos y a los gozos individuales, única meta de una sociedad atea y materialista.

Y a estos grandísimos males se ha agregado, se ha ido agravando año tras año, el aguijón del malestar económico, punzante para todos, insoportable para el pueblo, al que la pérdida de los consuelos de la fe y de la esperanza cristiana, y la conquista de nuevos derechos y de la conciencia de su propia fuerza, hacen sentir en forma más viva la indigencia en la que vive y lo tornan crédulo y ardiente neófito de toda novedad.

A tanto malestar económico y disminución de la moral, agreguen el poder del gran capital, tan fuerte y desmedido en la actual organización social e industrial capaz de atraer, sin riesgos y sin esfuerzos, una grandísima parte de las utilidades del trabajo, casi como un árbol gigantesco que roba, con sus mil tentáculos y con sus frondosas ramificaciones, el alimento, el aire y la luz de las plantas menores que entristecen a sus pies, y tendrán ustedes las causas que hicieron surgir y reforzaron al socialismo.

Reclutando a sus prosélitos en los talleres, en los campos, en las universidades, entre la nobleza y el pueblo, particularmente entre el pueblo, se ha formado en el curso de pocos años un ejército imponente. Todos los humildes, los oprimidos, los desheredados se sienten como atraídos por la esperanza de un mejoramiento, así como todas las almas rebeldes y todos los impacientes que quieren a toda costa cambiar el presente orden de cosas. A ellos después se van agregando (y son quizás los más temibles, y ciertamente los más estimables) como aliados o como afiliados aquellos que sienten una piedad más viva hacia los infelices, más fuerte y más repelente la náusea de la corrupción que penetra e invade los organismos políticos y llega a los más altos vértices; y mal pueden tolerar, sin protesta, las injusticias sociales, el ocio engordado de pocos y la indigencia de los trabajadores, y, unidas en un individuo, la riqueza, el poder y la indignidad. [11]

 

 

"Experiencia personal"

 

437.     Lo que les diré es fruto de mi experiencia personal. Antes que de los libros, lo he aprendido al ver tantas plagas sociales y tantas miserias, sobre las que por deber sacrosanto volqué los bálsamos de la fe y los auxilios de la caridad. Aún desde los primeros años de sacerdocio, en los meses libres de las preocupaciones de la enseñanza, ejercí el ministerio sagrado en varios pueblos de mi diócesis natal y tuve la oportunidad de observar de cerca la vida en el campo en sus variadas formas y en sus diferentes grados de bienestar, los pactos coloniales y sus efectos económicos y morales.

Paseaba entre estos campos fecundos (propiedad de un rico señor, conocido por las fastuosidades de la beneficencia ciudadana), trabajados por una población laboriosa, que sin embargo contaba con un buen porcentaje de pelagrosos, y entraba en esas cabañas húmedas y sin postigos con verdadero sufrimiento para mi corazón.

También fui párroco durante varios años en un suburbio de mi ciudad de Como.

Contaba entre mis parroquianos con algunos miles de obreros de la seda, tejedores, hilanderos, tintoreros. En esos años también pude ver más de cerca la mísera condición de los obreros; mísera por sí misma y por las contingencias a las que puede estar sujeta. ¡Cómo repercutía en ellos cada crisis política o financiera, también lejana, que detenía o reducía el movimiento industrial! ¡Cómo sentían ellos cada pequeño acontecimiento de la vida! ¡una enfermedad, por ejemplo, una desgracia accidental, que disminuyese su actividad diaria! Y a estas pequeñas pausas, que sacaban cada una un pedazo de pan a la pobre mesa, sobrevenían de tanto en tanto las grandes crisis industriales que interrumpían todo trabajo. En estos casos era la miseria, el hambre en el estricto sentido de la palabra, apenas disimulado por algún tiempo por el crédito del almacenero o por un anticipo de salario del industrial. Y entonces era una carrera ansiosa de los hombres en busca de trabajo y de las mujeres para pedir subsidios.

¡Oh, las tristes jornadas, cuando yo, visitando los enfermos, no escuchaba, subiendo por esas pobres escaleras, el sonido seco y casi rítmico del telar! Tristes bajo todos los aspectos, porque con la miseria entraba con frecuencia el desorden y el deshonor en las familias.

Y viendo todas esas miserias, y escuchando las quejas, y conociendo esos incansables industriales, acusados sin razón de explotar a los pobres, y ese rico propietario bueno y benéfico, que tenía los campos apestados por la pelagra, me parecía que el mal no residía tanto en la voluntad individual de los hombres, sino en la forma en que el trabajo estaba organizado y pensaba que habría sido un bien para todos poder encontrarles condiciones más equitativas.[12]

 

 

"Los postulados del socialismo"

 

438.     Si el trabajo valoriza el capital, ¿por qué no deberá tener una participación más amplia en las utilidades, por lo menos tanto como para asegurar al trabajador un sustento suficiente, sano y seguro?

Si el trabajo es una ley física y un deber moral, ¿por qué no debería ser un derecho legal?

Si la instrucción es un deber, ¿por qué no se le deja tiempo al obrero para instruirse, limitando la edad y las horas de trabajo?

Si la higiene es una obligación social, ¿por qué se permiten, sin la debidas cautelas, trabajos que envenenan y acortan la vida?

¿Por qué no se asegura, contra las desgracias eventuales, la vida del trabajador y no se provee de manera decorosa a su vejez impotente?

Así pensaba yo, y así habrán pensado muchos de ustedes, a la vista y en contacto con las miserias sociales.

Ahora bien, esas preguntas, en parte diligentemente ya convertidas en ley por el reciente trabajo parlamentario, contienen justamente algunos postulados del socialismo. Hay, por lo tanto, en estos postulados una parte de verdad, de justicia, que todos los buenos deben aceptar y poner en práctica en lo posible, no sólo porque lo bueno y lo justo no cambian su naturaleza por ser sostenidos también por los malos y los que se unen al mal, sino también por quitar al mismo mal y a lo falso su mayor fuerza de expansión, que consiste en ser brindado conjuntamente a la verdad y al asumir por eso solo el aspecto de justicia.

Por lo tanto, no nos dejemos engañar por los nombres y por las apariencias de las cosas.

Examinemos con serenidad los postulados del socialismo; opongamos a su acción, con la certeza que nos viene de la posesión de la verdad, la acción social católica, y sea ella el fármaco reconstituyente de la sociedad. [13]

 

 

"La cuestión económica se transforma en moral, política y religiosa"

 

439.     El socialismo moderno es, considerado en sí mismo, una cuestión económica, pero, como es de todas las cuestiones que deben aplicarse al hombre individuo o en su conjunto, se entrelaza con otras y cambia de naturaleza y forma, ya que el hombre es una unidad, y todo lo que respecta a esa unidad indivisible, se entrelaza, se funde y se complica de modo de reflejar los aspectos múltiples bajo los cuales se puede presentar el hombre mismo.

Así es la cuestión social. Económica en su esencia, se transforma en moral, política y religiosa en sus consecuencias inmediatas.

En efecto, la fórmula común del socialismo, del comunismo y del colectivismo, las tres principales sectas en las cuales se dividen los socialistas, es: todo lo que produce la riqueza (es decir capital, tierras, instrumentos de trabajo) es propiedad del Estado que distribuye los frutos, según unos con perfecta igualdad, según otros según las necesidades de cada uno.

Ahora bien, esta fórmula social, para que se puda poner en práctica, debe herir a la humanidad en sus más íntimos y sustanciales constitutivos y en sus afectos más queridos, como son justamente la religión, la familia y la libertad individual.

Efectivamente, el socialismo moderno, aunque es esencialmente económico, por esta estrecha conexión que hay entre todas las cuestiones teórico-prácticas referentes al hombre, no puede prescindir de la religión.

Es cierto que los socialistas, ya sea por indiferencia real, ya sea por táctica, no hablan nunca o casi nunca de religión y con frecuencia invocan el ejemplo de Jesucristo y de los primeros cristianos, como precursor el primero y practicantes los segundos de sus doctrinas. Sin embargo, no debemos dejarnos engañar sobre sus sentimientos hacia la religión. Su proveniencia revolucionaria, su fundamento científico completamente materialista, los hacen intrínsecamente irreligiosos. Ni Dieu, ni maître, había escrito Blanqui en el encabezamiento de su diario, y estos dos conceptos dan forma en sí a todo el socialismo. [14]

 

 

"Relevar las causas y hallar los remedios oportunos"

 

440.     El estado actual de la cuestión social y la difusión progresiva en nuestra ciudad, en los barrios, en el campo, de las ideas puramente socialistas o afines, debe hacer más activa y más adecuada a las necesidades, también la obra de ustedes en el campo social.

Ahora bien, para que un determinado trabajo resulte verdaderamente eficaz y no exacerbe el mal que se desea curar, requiere más que nada, prudencia, serenidad de espíritu, ecuanimidad de juicio y mesurado conocimiento y conciencia de lo que se debe combatir, como de lo que es justo conceder.

Actualicen por lo tanto sus estudios, hermanos queridos, y pónganse en grado de refutar (hablando su mismo lenguaje) los sofismas con los cuales los libros, diarios, y conferencistas de propaganda socialista van embebiendo las mentes de los obreros y de los campesinos.

Yo quise darles el ejemplo con estas advertencias que deben ser para ustedes un estímulo y un indicador.

Y ya que no es todo negativo lo que dicen los socialistas y yo se lo he demostrado, y la eficacia de su propaganda reside justamente en la constatación de un hecho doloroso, o sea en la invasora miseria de la mayoría, en medio de una verdadera exuberancia de producciones agrarias e industriales que haría suponer un aumento de la riqueza, así ustedes deberán poner todo su empeño para destacar las causas de este hecho y para hallar los remedios oportunos, aceptando y aconsejando los más prácticos, sin detenerse a pensar en quien los ha elegido o impulsado.

Demostrarán así, en efecto, que esa porción de verdadero bien que hay en el socialismo está conforme con las máximas evangélicas y puede ponerse en práctica, también sin la destrucción de la sociedad, caso contrario, es inútil y desproporcionado para el fin que se propone. [15]

 

 

"Formas modernas de hacer el bien al prójimo"

 

441.     Dediquen pues todos sus desvelos a las diversas formas e intentos de sociedades que florecen entre nosotros, ya que el espíritu de asociación ha aumentado y estrecha los vínculos de la hermandad humana, suple la debilidad de los individuos y protege de los golpes imprevistos de la desventura: "El hermano ayudado por el hermano es como una ciudad fortificada". Lejos, por lo tanto, de contrariar este nuevo espíritu de asociación que se expande y penetra en todas partes, continúen apoyándolo, y hagan lo posible por enderezarlo hacia el camino correcto, cuando la inexperiencia o los malos consejeros intenten desviarlo.

Bendigan también todas las obras de prevención y de mutuo socorro, y háganse sus sostenedores. El mutuo socorro y la prevención son dos formas modernas de hacer el bien al prójimo, que reúnen al mismo tiempo las ventajas de la caridad y las de la educación, en cuanto que haciendo partícipes del acto benéfico a los beneficiados, los acostumbran a pensar en el porvenir y a ser provenidos y previsores.

Una de las plagas del campo es la usura, ejercida bajo la forma de anticipo de productos alimenticios, de semillas, de dinero para la compra de ganado, etc. El prestamista es retribuido con un interés fijo muy elevado o bien, en forma para él más beneficiosa como una determinada cantidad de productos.

Ahora bien, lo mejor de las ganancias de los pobres colonos va a enriquecer a esos prestamistas; y el que está obligado por la necesidad o por una desgracia a recurrir a ellos, ve en poco tiempo esfumarse sus magras ganancias y difícilmente se pone en condiciones de rehacerse y equilibrar su pobre balance.

Contra ese estado de cosas son remedio eficaz las sociedades cooperativas de producción y consumo y de seguro mutuo, experimentadas ya con buenos resultados en Italia y en el exterior y más aún los Bancos Católicos y las Cajas Rurales que proveen a los pequeños agricultores el capital necesario con un interés razonable.

Aconsejen esas instituciones y favorézcanlas lo más que puedan donde existen, y alienten a las personas de bien e inteligentes para que, como observó con justicia Mons. De Ketteler, el ilustre Obispo de Maguncia (el primero que estudió la cuestión obrera desde el punto de vista católico), en otros tiempos los ricos dotaban a la Iglesia de conventos y de instituciones públicas de caridad, hoy harían cosa más grata para Dios, poniéndose al frente de asociaciones obreras, de producción, de cooperación y de consumo para mejorar las condiciones de los obreros, ya que en sustancia la obra de beneficencia es obra de caridad.[16]

 

 

"He instituido en los seminarios Cátedras agrícolas"

 

442.     Algunos de ustedes ya han intervenido para allanar las divergencias frecuentes entre patrones y campesinos, y yo mismo, con ustedes, en las visitas pastorales me he preocupado por hacer desaparecer costumbres y gravámenes de otros tiempos.

Continúen en ese camino con prudente firmeza y no permitan, en lo que depende de ustedes, que abusos e inmoralidades hagan más pesada y dolorosa la vida de los trabajadores y de los pobres.

Ustedes podrán aportar otras ventajas a los colonos, estudiando para ellos los nuevos hallazgos y sistemas agrícolas, que aumentan mucho, casi sin gasto y sin mayores esfuerzos, los productos del campo (...).

En estos veinte años he visto muchas propiedades parroquiales, en otros tiempos casi incultas, transformadas en viñedos y campos fecundos por la loable iniciativa de los párrocos, y, siguiendo su ejemplo, territorios enteros vivificados y fecundados por un trabajo más intenso y más racional. Quisiera que lo que fue obra de pocos, fuese en el futuro de todos. Para este fin he instituido, entre otras cosas, en los Seminarios diocesanos, Cátedras agrícolas, para que puedan proporcionar al clero joven los conocimientos que los ponen en condición de impartir a las poblaciones que un día le serán confiadas, junto al pan del alma, el pan del cuerpo. Mientras tanto, no será difícil, para el que lo desee, aprender en los libros esos pocos conocimientos que son necesarios para dar a los campesinos, con mucha frecuencia apegados a las viejas costumbres, las sugerencias oportunas y las indicaciones prácticas, fáciles de entender y aplicar, y que también son el resultado de largos estudios y costosas experiencias. Son muy útiles también para este fin las Conferencias agrarias, y yo las recomiendo con énfasis. [17]

 

 

"Hagan obra de reivindicación social"

 

443.     Les he mencionado así, sumariamente, algunas de las necesidades económicas de nuestros campos y los remedios respectivos, experimentados como buenos en más de un lugar; pero, el mal es multiforme y los remedios deben ser adecuados y modificados según los tiempos, los lugares, las personas, y aplicados siempre con gran prudencia y nunca con fines partidarios. No deben olvidar nunca que Ustedes son los padres espirituales de todas las almas que fueron confiadas a sus cuidados, y su intervención en asuntos fuera de la Iglesia, que juzguen de utilidad pública, no debe reavivar iras o partidismos, sino unir a todos en el santo pensamiento de obrar el bien en favor de los pobres.

Postulados del socialismo moderno son también los siguientes: limitación de la jornada de trabajo, salario mínimo fijado por la ley, el derecho a trabajar, el derecho a la huelga, y se puede seguir enumerando... Ahora bien, todos estos postulados, tomados en sí abstractamente, son buenos y no contradicen para nada las leyes divinas ni las leyes humanas. Son de la misma naturaleza de aquellos sobre los jueces entre patrones y obreros, sobre la pensión a los obreros incapacitados, sobre el reordenamiento del trabajo para las mujeres y los niños, sobre la higiene en los lugares de trabajo, que fueron ya traducidos en leyes también en nuestro medio y que no dejarán de dar óptimos frutos (...).

La acción de ustedes, sin embargo, mis amados cooperadores, será más útil y más práctica, aplicada no a los requerimientos de índole general, sino a los particulares y locales que tienen diariamente ante sus ojos; o sea cumpliendo la obra y dando el consejo de ustedes para alivio de la miseria, cooperando para sacar abusos e injusticias, enseñando a los ignorantes muchas cosas útiles, sin cansarse jamás (...).

El mal que aflige a la sociedad no es, como dicen los socialistas, puramente económico, es también moral, sobre todo moral, y no se da solamente en la organización social sino también y, principalmente, en los individuos.

Ustedes por lo tanto, mis amados párrocos, llamando a los individuos a observar la caridad evangélica y los preceptos de la religión, hacen obra de reivindicación social, ya que la salud de la sociedad está primero en la renovación religiosa y moral de los individuos; el resto vendrá solo. [18]

 

 

“Admirable Encíclica”

 

444.     Ministro de paz entre los pueblos y Vicario de un Dios de amor, que se hizo padre de los miserables y de los desamparados, el Papa tiene para éstos, sin distinción de razas, de costumbres, de religión, los cuidados más afectuosos, las atenciones más delicadas, porque en ellos es mayor la necesidad de socorro y protección.

Ellas son, lamentablemente, en el presente las clases obreras. Precioso instrumento en las manos ajenas, poderoso factor de riquezas ajenas, al obrero, en nuestros días, algunas veces le falta lo necesario para vivir, y mientras el desarrollo comercial e industrial de un pueblo, el bienestar económico de una nación es, por lo menos la mitad, fruto de su trabajo, él, de este bienestar, no está llamado a participar. De aquí ese vivo antagonismo entre los propietarios y los proletarios, ese descontento amenazador de las clases trabajadoras, instigado en los círculos internacionales por las pasiones políticas, que hoy se traduce en rebeliones parciales y en huelgas, pero que podría, de un momento a otro, estallar en un vasto incendio (...).

El Papa define claramente cuáles son, en esta cuestión, las diferentes responsabilidades; denuncia las ruinosas doctrinas al respecto, señala los medios que deben aplicarse. Yo no me atrevo a intentar resumir este estupendo entre los estupendos documentos de la sabiduría y de la caridad del actual Pontífice: León XIII no se limita a predicar la caridad a los ricos, la resignación a los obreros. En su admirable encíclica hay algo más. Con su mirada penetrante, así lo han expresado otros, Él ha profundizado la cuestión obrera y ha visto que, si en esta clase amenaza el peligro de la revuelta, la culpa no es toda suya. La injusticia en las legislaciones, la avidez en las ganancias, han hecho del obrero un esclavo del trabajo, luchador en el presente, desconfiado del porvenir, que ha desgastado las fuerzas y la vida para procurarse un pan que tampoco es suficiente para saciar su hambre.[19]

 

 

"Es una obra de justicia que conviene iniciar"

 

445.     El niño, encorvado desde los primeros años bajo la fatiga, crece triste y agobiado; la mujer, ocupada desde las primeras horas de la mañana hasta muy tarde, no tiene ya tiempo para atender y cuidar a la pobre familia, que entonces crece sin afectos y sin moralidad. Es, por lo tanto, una obra de justicia que conviene iniciar si se desea devolver la confianza y con la confianza la tranquilidad en la clase obrera. Si los obreros tienen deberes, también tienen derechos, y estos derechos conviene que la sociedad los defienda si no quiere que ellos deban defenderlos con la violencia (...).

Justa misión de los católicos es la de estudiar la cuestión social y de interesarse por ella vivamente. El mismo Santo Padre, no debilitado ni por la edad, ni por la cotidianidad de la lucha, nos ofrece el ejemplo.

Es un nuevo campo que él señala para el celo y la actividad de sus hijos. Se trata de hacer lo opuesto de lo que hace la revolución. Esta trabajó para separar a las multitudes, y especialmente a los obreros, de la Iglesia: es necesario ahora acercarlos a la Iglesia. Es necesario, repito, volver a templar las mentes y los corazones con las grandes verdades del Evangelio.

Aquí únicamente, quiérase o no, está el remedio para los males presentes y la prevención para aquellos más tremendos que nos amenazan. Continúen con las maquinarias, con las industrias, con los descubrimientos, con las conquistas de la ciencia.

Que al precio de grandes esfuerzos el hombre progrese, que trate de mejorar en todas partes y bajo todas las formas, la condición de su existencia, está bien. Yo me alegro de corazón, porque todo esto, en fin, glorifica la obra de Dios. [20]

 

 

"Misión de paz y de regeneración social"

 

446.     Lo que pedimos nosotros los hombres de Iglesia es que el Evangelio sea llamado a dirigir estas transformaciones económicas e industriales, que la práctica sincera de su ley purifique y ennoblezca los progresos materiales, de modo que no fomenten en las distintas clases los instintos brutales y no se vuelvan así motivos de discordias y de luchas fratricidas.

Y nos corresponde precisamente a nosotros hombres de Iglesia esta misión de paz y de regeneración social, a nosotros más que a otros, ya que tenemos para esto los medios y el mandato de Dios. Yo quisiera que lo comprendiesen todos los miembros de mi clero. En nuestros días es casi imposible volver a conducir la clase obrera a la Iglesia, si no mantenemos con ella una relación continua afuera de la Iglesia. Debemos salir del templo, Venerables Hermanos, si queremos ejercer una acción saludable en el templo. Y debemos también ser hombres de nuestro tiempo. Ciertas formas nuevas de propaganda, o mejor dicho, renovadas, que usan con fortuna los adversarios, no deben asustarnos. Debemos vivir de la vida del pueblo, acercándonos a él con la prensa, con asociaciones, con los comités, con las sociedades de socorros mutuos, con los Congresos, con los círculos obreros, con los patronatos para la infancia, con obras de beneficencia privada y pública.

Combatamos con vivo ardor sus prejuicios, pero con el mismo calor sostengamos sus intereses y secundemos sus legítimas aspiraciones, mirando bien, sin embargo, de no alimentarlo de ilusiones y mucho menos de incitarlo al desprecio de las clases pudientes o dirigentes. Preocupémonos, por el contrario, por acercar lo más posible estas clases y de hacerlas amigas. Siguiendo el ejemplo de católicos de otras naciones adueñémonos del movimiento actual, poniéndonos a la cabeza para actuar y no apartándonos para rezongar.

Mis queridos, el mundo camina y nosotros no debemos quedarnos atrás por algunas dificultades de formalismo o dictamen de prudencia mal entendida. Si no se hiciere con nosotros, se hará sin nosotros y contra nosotros, recordémoslo.[21]

 

 

"La concordia de todas las clases"

 

447.     Mis muy queridos Piacentinos,

Es con el más vivo dolor que yo les dirijo en esta ocasión la palabra.

El afecto sincero y profundo que me une a todos ustedes y que en veintitrés años de vida episcopal, tanto en los momentos felices como en los tristes, no disminuyó jamás, me otorga el derecho de hablarles como el padre a sus hijos.

He llorado y rezado por todos ustedes en estos días; como si así hubiese podido acercarme a cada uno, socorrerlos en sus necesidades, alentarlos con la palabra de la esperanza y de la fe y devolver a sus espíritus la calma que los sufrimientos y la excitación del momento les han hecho perder.

El malestar económico, el encarecimiento de los víveres, la falta de trabajo, les han quitado esa habitual serenidad de vida que siempre ha sido el orgullo de nuestra ciudad: y en esos males tienen una excusa.

Mas ahora que los pedidos de ustedes fueron satisfechos, que las autoridades municipales y políticas han hecho lo posible para atender las más urgentes necesidades, y mayores socorros les prometen para el futuro, toda posterior resistencia no haría más que aumentar los males ya demasiado graves y las víctimas ya demasiado numerosas.

¡Mis queridos hijos! Piensen en las dolorosas consecuencias de una lucha ciudadana: piensen en los caídos y en los heridos; en las familias privadas por diferentes causas de sus seres queridos; y vuelvan, se lo suplico en nombre de Dios, a la calma.

La concordia entre todas las clases sociales es el medio más seguro para remediar un estado de cosas, que todos coincidentemente deploramos.

En la amargura del momento actual me consuela el pensamiento que la palabra del Pastor de ustedes, que jamás les resultó desagradable, encuentre también esta vez el camino de sus corazones y les traiga la paz.[22]

 

 

"La Obra pro Mondadoras de arroz"

 

448.     En la memorable reunión de las Asociaciones Católicas realizada en el Obispado el día 4 de julio p.p. yo, casi como perenne recuerdo, propuse, con la aprobación de mi venerado y celosísimo Cohermano de Bobbio, la constitución de un Comité que tuviese como objetivo la asistencia de los jovencitos y de las jovencitas que durante algunos meses del año, impulsados comúnmente por la miseria, emigran en bandadas de nuestra Diócesis y se trasladan a las llanuras piamontesas y lombardas para la cosecha y mondadura del arroz.

La propuesta fue recibida con aprobación general; y personas merecedoras de todo elogio, ya sea de la Diócesis de Piacenza como de las limítrofes de Bobbio, Lodi y Pavía, respondieron solícitas y voluntariosas al llamado.

Se trata, como todos ven, de una obra de caridad insigne y de la máxima importancia. Muchos y muy graves son efectivamente los peligros y los males que enfrentan esos pobrecitos, peligros y males morales y físicos, fáciles de imaginar.

Urge pensar en el remedio, urge proveer para que no tengan estos miserables que caer víctimas de ávidos especuladores, para que sean precavidos contra las insidias tendidas a su fe, para que tengan tiempo y forma para santificar el día de fiesta, para que su moralidad sea protegida, para que sean mejor retribuidos sus esfuerzos, en fin, para que lejos de la familia encuentren defensa, protección y consuelo.

Para lograr tan noble propósito es necesario ante todo conocer cuántos son en cada parroquia los jovencitos y las jovencitas que se encuentran en la mencionada condición.

Hará el favor por lo tanto V. E. de completar, con la mayor diligencia posible, el formulario adjunto y de remitírmelo firmado.[23]

 

 

 

3. LA CUESTION ROMANA

 

La conciliación entre "trabajo y capital, libertad y autoridad, igualdad y orden" debe ser realizada también entre la Iglesia y el Estado.

El hombre tiene el derecho y el deber de amar a la religión y a la patria. El conflicto entre los dos sentimientos provoca gravísimos daños a la religión e inquietantes problemas de conciencia. El "funesto disenso" debe cesar a la brevedad, "sobre todo por el bien de las almas".

La usurpación de legítimos derechos debe ser condenada, el usurpador debe reparar, la libertad del Papa debe ser restituida íntegramente. Pero en un régimen parlamentario no se puede esperar del Estado reparación y saneamiento, si en el Parlamento no entran hombres honestos, rectos, a los que les preocupe el verdadero interés del pueblo y lo representen en su identidad de pueblo tradicional y culturalmente católico. Soñar con una restauración milagrosa es antihistórico; invocarla por extraños sería fatal.

Sólo la participación de los católicos en la vida política de la nación puede preparar la conciliación entre la Santa Sede e Italia y remover los obstáculos políticos de la libertad para la evangelización. La recristianización es el único móvil de la actitud de Mons. Scalabrini con respecto a las cuestiones políticas y sociales de la época.

 

 

a) LAS RAZONES PROFUNDAS DEL CONCILIADORISMO.

 

"La razón conciliada con la fe, la naturaleza con la gracia"

 

449.     ¡Dios lo quiere! (...) Quiere a la razón reconciliada con la fe, la naturaleza con la gracia, la tierra con el Cielo, la obra de las criaturas con los derechos del Creador. Quiere que trabajo y capital, libertad y autoridad, igualdad y orden, fraternidad y paternidad, conservación y progreso se llamen y se ayuden también ellos como contrapuestos armoniosos. Quiere que todos los elementos de la civilización, ciencias, letras, artes, industrias, todo interés legítimo, toda legítima aspiración, encuentren en la Iglesia, en el Papado, impulso, normas, socorro, elevación, consagración divina.[24]

 

 

"¡Religión y Patria!"

 

450.     La patria terrenal y la patria celestial. Oh, sí, amemos a la primera; ella es un don de Dios. El amarla, el procurar su felicidad y su grandeza entra en el sublime precepto de la caridad impuesto por el Evangelio, pero para amarla de verdad asociamos a su amor el amor de la Religión que nos guía a la patria eterna. ¡Religión y Patria! Estos dos supremos amores de nuestros antepasados, estas dos aspiraciones de todo corazón noble, deben, como hijas del mismo padre, darse el beso de la paz, deben amarse y ayudarse recíprocamente: quod Deus conjunxit homo non separet [Lo que Dios ha unido que no lo separe el hombre].[25]

 

 

"Italia sinceramente reconciliada con la Sede Apostólica"

 

451.     Religión y Patria: estas dos supremas aspiraciones de toda alma noble, se entrelazan y se completan en esta obra de amor y de redención que es la protección del débil y se funden en admirable acuerdo. Las miserables barreras levantadas por el odio y la ira desaparecen; todos los brazos se estrechan cálidos por el afecto; los labios se componen para la sonrisa y para el beso; y quitada toda distinción de clase o de partido, aparece en ella, hermosa por cristiano esplendor, la sentencia: Homo homini frater [El hombre hermano para el hombre] (...).

Pueda Italia, sinceramente reconciliada con la Sede Apostólica, emular sus antiguas glorias, y añadir otra imperecedera, encaminando sobre los luminosos senderos de la civilización y del progreso también a sus hijos lejanos.[26]

 

 

"Santísimos amores: el amor por la religión y el amor por la patria"

 

452.     Después del mal gobierno que de nuestra mísera patria han hecho aquellos que usurparon el privilegio de llamarse sus amantes, haría falta realmente de una buena dosis de caradurismo para llamarnos enemigos del país a nosotros, que nos hemos opuesto a todas las vejaciones, a las supercherías, a las iniquidades, a los despojos, a los delitos, por los cuales se ha llegado al presente estado de indigencia. Son estas acusaciones ridículas. Nosotros sentimos merecer mucho más el título de buenos italianos, ya que no nos hemos inmiscuido en las gestas de quien ha traicionado y arruinado Italia.

Por demás, santísimos amores son el amor por la religión y el amor por la patria.

Son dos grandes y nobles ideales. Los dos nacieron con nuestro primer llanto, los dos morirán con nuestro último suspiro. Pero los generosos arrebatos de uno no deben sofocar las sublimes aspiraciones del otro.

La justicia no puede ser apagada por el patriotismo. La suerte de una patria que hay que dejar, no puede prevalecer sobre los destinos inmortales que nos esperan, ni éstos se pueden conseguir sin esos medios necesarios que la sociedad debe prestarnos al observar esas leyes que Dios ha dado a los hombres para su bien presente y futuro. [27]

 

 

"La fe se extingue siempre más"

 

453.     Ninguna coherencia de principios, ningún conocimiento de los tiempos, ninguna dirección uniforme y segura. Una confusión, un bizantinismo que no se puede creer (...). Mientras tanto, la fe se extingue cada vez más, la caridad se enfría cada vez más y crece cada más el odio del laicado contra el Clero. Las consecuencias no podrán ser más que fatales y quién sabe por cuánto tiempo deberemos sufrirlas.[28]

 

 

"Una fiebre tormentosa"

 

454.     Me quedó encima otra fiebre y es aquélla que proviene de ver cómo tantos y tantos se van alejando de la Iglesia por obra de quien no debería preocuparse más que por acercarlos. Usted sabe cuánto esta fiebre me resulta tormentosa (...). ¡Verdaderamente curiosa! ¡Los católicos tienen que estar fuera del Parlamento y luego se promueven y alientan pedidos para dirigir al Parlamento! Si es coherencia ésta, yo no la comprendo. [29]

 

 

"Tranquilizar la conciencia"

 

455.     Comprendo muy bien, Santo Padre, toda la dificultad de la situación, pero también ruego a Dios y le suplico que conceda a Su Santidad la luz y la fuerza necesarias para aprovechar el momento y no permitir que se deje escapar la ocasión que se le ofrece ahora, muy natural, de hacer lo que tarde o temprano se deberá hacer y de tranquilizar la conciencia de tantos pobres obreros, campesinos, empleados, es decir la conciencia de todos aquellos, que en razón de su condición estarán, diría, obligados a transgredir la prohibición de la Santa Sede, prohibición que yo no sé cómo podría publicarse nuevamente, en el estado actual de las cosas, sin hacerle perder a la mayoría esa buena fe que la hace excusable ante Dios y sin encontrar dificultades de todo tipo por parte del poder civil. Considero que este, humanamente hablando, es el único camino que todavía queda para reivindicar con alguna esperanza de éxito los sacrosantos derechos de la Iglesia y de la Santa Sede Apostólica. [30]

 

 

"Anhelamos ver cesar la funesta disidencia, sobre todo para el bien de las almas"

 

456.     Beatísimo Padre, Usted no solamente habla de paz, sino que señala además a Italia los medios seguros para conseguirla. Efectivamente, partiendo Usted de la premisa que la Iglesia Católica, sociedad perfecta y jurídica, que tiene en sí misma la virtud de hacer felices a los pueblos y a las naciones de todos los tiempos, no debe estar subordinada a ninguna potestad terrenal, sino gozar de la libertad más absoluta, con razón deduce de ello que igual independencia y libertad debe gozar su supremo Regidor, el Vicario de Jesucristo, el sucesor legítimo del Príncipe de los Apóstoles. Quitada esta independencia y esta libertad Usted nos enseña que la acción de la Iglesia es trabada en forma tal que no puede ejercer en el mundo su sublime misión, misión de santidad, de ciencia, de caridad; y con acento que nos arranca lágrimas de los ojos, proclama que en estos tiempos más que en su poder está Usted en poder de los otros: Verius in aliena potestate sumus quam nostra [De verdad estamos más bajo el poder de los demás que de nuestro poder].

Usted sufre por eso, Beatísimo Padre, y ¡sufren muchos hijos suyos! Pero no sufre menos Italia, esta primogénita de las naciones, que Usted ama, como es lógico, con un amor muy particular. Usted digno representante de Aquél que quiso ser llamado Príncipe de la Paz, trata de ayudarla, empeñándose con afecto más que paternal para reconciliarla con el Pontificado Romano, fuente envidiada de toda su grandeza y de su primera y más pura gloria. Esa piadosa visión Suya se percibió en Su Memorable Alocución Consistorial del 23 de mayo p.p.; y en forma más luminosa todavía por la carta que el l5 de junio siguiente dirigió a Su Excelentísimo Secretario de Estado.

A estos dos importantísimos y espléndidos documentos, nosotros, Obispos de la Provincia Eclesiástica de Módena, junto a los de las Diócesis de Parma, de Piacenza y de Borgo San Donnino, hacemos ahora acto de adhesión plena, porque nos preocupa mucho la libertad de la Iglesia y de su Jefe augusto y porque anhelamos ardientemente con Usted, Beatísimo Padre, ver finalizada la funesta disidencia, para bien sobre todo de las almas.[31]

 

 

b) LAS RAZONES HISTORICAS DE LA CUESTION ROMANA

 

"Está por cumplirse el XXV aniversario de la ocupación de Roma"

 

457.     Está por cumplirse, como saben, el XXV aniversario de la ocupación de Roma, y ese acontecimiento que causó tantos problemas a Italia y es la causa de tanto luto para el mundo católico, se quiere celebrar con grandes fiestas, no obstante que hombres con reconocido sentido político las hayan considerado inoportunas.

Los que somos católicos e italianos las consideramos desaconsejables y dañinas, como es desaconsejable y dañino todo lo que siembra la discordia, que fomenta las iras de partes, que hace cada vez más viva la disidencia entre la Iglesia y el Estado, que divide las fuerzas de nuestro país.

¡Piensen qué dolor debe sentir el Papa!

¿No nos preocupamos nosotros para hacerle ese dolor menos amargo? ¿No somos nosotros miembros de la gran familia de la cual Él es el Jefe? ¿No es Él el padre de nuestras almas? ¿No es a Él a quién debemos todo en el orden espiritual? ¿Y en el mismo orden material, si pensamos bien, de cuántos beneficios somos sus deudores? Entre tanto desorden de ideas, entre tanta convulsión del orden social, ¡pobre la sociedad civil, pobres de nosotros si no existiera el Papa!

Católicos e italianos, no, no podemos ni debemos permanecer espectadores indiferentes de la guerra que se le hace a Él y en Él a lo que hay más de glorioso, más noble y más grande en nuestra patria. ¡Oh! es hermoso declararnos sus partidarios, sufrir y combatir con Él, ahora especialmente que este Papa se llama León XIII.

Circundémoslo, por lo tanto, cada vez de más afecto, y ya que lo que ahora está en la cumbre de sus pensamientos es la unión de todos los pueblos con su Cátedra, establecida por Dios como centro de verdad sobre la tierra, cooperemos nosotros también para este fin tan santo, prestándole, nosotros antes que nadie, esa obediencia a la que Él tiene pleno derecho, justamente por motivo de su Suprema Autoridad y de su Magisterio infalible; obediencia pronta, alegre, generosa, obediencia inspirada por el amor, la única digna de almas grandes y de corazones nobles, obediencia total  que une los fieles a su párroco, los fieles y el párroco a su Obispo, los fieles, el párroco y el Obispo al Supremo Pastor. [32]

 

 

"El horrendo delito"

 

458.     Hablemos de ese horrendo delito con que fue manchada nuestra patria en la infausta noche del l3 de julio pasado. ¿Hay espíritu bien nacido que no se sienta lleno de horror y al mismo tiempo de vergüenza?

Un grito de indignación se elevó entonces desde cada rincón de la tierra por millones y millones de corazones, y nosotros también nos sentimos con el deber de presentar, como hemos hecho, a los pies del Padre Común nuestras protestas como Obispo y como italiano, haciéndonos también intérpretes de los sentimientos de ustedes, V. H. y D. H., que tantas pruebas de adhesión dieron siempre al inmortal Pío IX y a su dignísimo Sucesor.

Nosotros les exhortamos a que en esto no se den descanso, sino por el contrario a que quieran avivar siempre más en ustedes ese espíritu de acción y de sacrificio, de celo y de coraje, que es tan necesario en nuestros días para la defensa de los sacrosantos derechos de la Iglesia y de su Jefe augusto.

De nada sirve continuar haciéndonos ilusiones. Un catolicismo especulativo y mental, una religiosa neutralidad, no bastan; ya no es posible en la presente sociedad, en la convivencia actual. Es necesario salir del anonimato y manifestarnos a cara descubierta por lo que somos, o sea entera, franca y sinceramente católicos. ¿Para qué tantos miedos, tantos reparos humanos? (...).

Es necesidad, es deber de cada uno, oponer a la publicidad del mal, la fecunda, la saludable, la santa publicidad del bien.[33]

 

 

"Libertad, sólo esto pide la Iglesia"

 

459.     La Iglesia acepta y bendice todas las formas de Gobierno porque todas, desde la monarquía absoluta a la democracia más amplia, son por sí mismas igualmente legítimas; porque sabe demasiado bien que la tranquilidad de los Estados y el verdadero bienestar de los pueblos dependen, no tanto de las formas de Gobierno, como de las cualidades de los hombres llamados a aplicarlas, porque ella acoge al hombre antes que al ciudadano, y lo considera antes en las manos de Dios que en las del Estado.

Peregrina celestial, ella no sólo se conforma con todas las variedades civiles y terrenales, sino que también las abraza y las acompaña, con tal que no impidan el camino al Cielo. Ella no quiere ser árbitro en los asuntos propios de cada ordenamiento social, pero prescribe que no se ofendan sus leyes, que no se pisotee su magisterio, que no se piense que es posible actuar sin Dios, porque sin Él no habría otra cosa que la potencia del arbitrio y el imperio de la fuerza.

Ella estaría usurpando los derechos del poder político cuando se inmiscuyera en los géneros de alianzas, que pueden convenir mejor a uno u otro Estado, en las instituciones de los ejércitos, de los intercambios, de los impuestos, de las finanzas, o sea en lo que se refiere a la economía, a las armas, a las industrias, al comercio. Pero, si en todas las cuestiones políticas, económicas, administrativas, la Iglesia, mirando el lado moral, juzgara que las alianzas hechas para usurpar a los demás o para oprimir a los débiles, son injustas; que la parcialidad, el favoritismo y la corrupción en la administración de la justicia es iniquidad; que el enseñar los errores y las doctrinas malvadas a la juventud es traición; que el comercio, la industria, el trabajo, la propiedad gravada por excesivos tributos es grave desgracia para los pueblos; que el juramento falso y la rebelión son horrendos delitos; que los trabajos y comercios en los días festivos son escándalos reprobables; que el así llamado matrimonio civil sin el matrimonio religioso es torpe concubinato; que el divorcio absoluto es nulo y abominable, y así de otros muchos desatinos, ella no hace más que mantenerse en el campo estrictamente religioso, y en esto no excede para nada su derecho; cumple con uno de sus rigurosos deberes (...).

La Iglesia, es cierto, no es toda la ciencia, todo el progreso humano, toda la política civil, pero tiene siempre un germen y un aliento de vida fecundo para todas las cosas humanas, y quien la repudia, repudia la vida (...).

¡Libertad! solamente esto ella pide; esa libertad con la que la quiso enriquecida, por sobre todo, su divino Esposo; esa augusta libertad, que es su hija por naturaleza; esa legítima y santa libertad por cuya defensa millones y millones de los suyos no dudaron en dar la sangre y la vida. Sí, ¡esta libertad les pide la Iglesia! La libertad de sus altares y de sus fiestas, o sea la libertad de ofrecer a Dios el culto supremo que a Él se le debe, y no sólo en el recinto de las paredes sagradas, sino también a la luz del sol. La libertad del ministerio y de la palabra evangélica, o sea la libertad de enseñar al mundo la verdad y la virtud de velar por su integridad y pureza. La libertad de la jerarquía sagrada, o sea la libertad de vocación de sus ministros y de la necesaria relación de los Obispos con su Jefe supremo; la libertad de tender a la perfección y de vivir vida en común. La libertad de propiedad, o sea la libertad de poseer y de administrar los bienes obtenidos por la generosidad de los fieles, y que constituyen su legítimo patrimonio. Finalmente la grande, la fecunda libertad de enseñanza y de la educación cristiana.[34]

 

 

"Libertad e independencia del Romano Pontífice"

 

460.     Afirman, finalmente, que el bienestar de la patria lo quieren también ustedes, justamente por ello no pueden no apurar con los votos más fervientes la pronta reconciliación del Estado con la Iglesia y con su Jefe supremo, ya que es cierto que los tiempos de mayor fe para Italia fueron los tiempos de sus mayores glorias; como será siempre cierto que la libertad y la independencia de Italia estuvieron siempre unidas a la libertad e independencia del Romano Pontífice.[35]

 

 

461.     No hay Obispo, que no deplore amargamente la condición intolerable impuesta al Jefe augusto de trescientos millones de católicos y no se una a Él para renovar contra los atentados antiguos y modernos las más formales protestas; no hay Obispo que no proclame con Él que es imposible que las cosas públicas puedan prosperar en Italia, mientras no se haya provisto, como toda razón lo solicita, a la dignidad de la Santa Sede, a la libertad e independencia del Romano Pontífice.[36]

 

 

"La independencia italiana es un hecho ordenado por la Divina Providencia"

 

462.     La independencia italiana es un hecho no solamente consagrado por la voluntad de los hombres y por el curso natural de la historia, sino ordenado por la Divina Providencia. No conozco Prelado que objete la legitimidad de ese solemne advenimiento de la Nación italiana. Resuelvan la cuestión romana y tendrán un clero que será modelo de devoción a las instituciones patrias (...). La Iglesia nunca condenó estos sentimientos. Ella en su constitución divina y en el equilibrio prodigioso que la gobierna, manteniéndola abierta a todas las fuentes de renovación histórica que por el contrario en ella se aquietan y se disciplinan, no solamente siguió paso a paso la entera evolución de la civilización, sino que ha sido su depositaria inmanente y el sumo baluarte (...). La Santa Sede es una institución tal que no esconde la necesidad, la providencial belleza de la nación italiana resurgida; y sabe muy bien que el derecho nacional expresado por los plebiscitos y con el dominio efectivo no es cosa que se pueda fácilmente exfoliar o refutar.[37]

 

 

"La Iglesia no puso su amor en los tronos"

 

463.     Su misión es la de conducir a los hombres a la mayor perfección moral posible, y por lo tanto todas las cuestiones en las cuales religión y moral están interesadas, pertenecen necesariamente a su dominio; mas ¿cómo alcanzar esto? La Iglesia, escribe un moderno apologista, se sirve también del trono para su necesaria libertad e independencia, pero no puso, sin embargo, su amor en los tronos y en sus pobres derechos. Ella tiene un mandato mucho más alto que el de la potestad terrenal, un poder mucho más augusto que no es el suyo. Ella distribuye riquezas y tesoros, pero no terrenales; reparte diademas y coronas pero incorruptibles y eternas, y de los bienes de aquí abajo solamente quiere lo que es necesario o útil para promover con libertad e independencia la difusión de los bienes celestiales. [38]

 

 

c) LOS CAMINOS DE LA CONCILIACION

 

"El Papa tiene derecho de libre comunicación"

 

464.     La Iglesia es el reino de Jesucristo, el Obispo de Roma es el Monarca, que para cumplir su mandato divino, debe gobernar a todos y guiar todo libremente a fin de mantener la unidad de fe y de régimen. El Padre no es nunca extranjero para sus hijos, en cualquier lugar donde se encuentren y a cualquier grado que hayan sido elevados, ni es nunca extranjero el Pastor para su rebaño, ni el Monarca para sus súbditos (...).

Por lo tanto, cualquiera que se oponga a que el Pastor se comunique con sus corderos y con sus ovejas, con los fieles y con los Obispos, se opone a un derecho divino: el que sostiene la necesidad del beneplácito secular para que tengan fuerza y vigor los decretos del Maestro de todas las gentes, con los cuales protege la integridad del dogma y de la moral, la disciplina y todo asunto eclesiástico y que refleja el gobierno de las almas, altera el orden del régimen de la Iglesia, debilita el poder de la Sede Apostólica, perturba a los fieles y a sus conciencias, somete un derecho divino a una potestad humana y anula la fuerza del mismo Primado.[39]

 

 

"Nosotros al Papa lo queremos soberanamente libre"

 

465.     Entre las enseñanzas del Romano Pontífice hacemos la firme declaración de reconocer y de adherir específicamente a aquellas que se refieren a su principado civil. Nosotros al Papa lo queremos con pleno poder, moralmente grande, soberanamente libre, que solamente Él sea juez de la forma, de la extensión y de la cantidad de la libertad que necesita para el gobierno de la Iglesia universal.

En las condiciones actuales no hay otro medio para proveer a su autonomía que la soberanía efectiva y real. En caso contrario el Pontífice deberá, en el ejercicio de sus derechos de primacía, estar sujeto a otra autoridad, como la experiencia de estos últimos años ha hecho evidente.[40]

 

 

"Tenga el gobierno el coraje de enfrentar el problema"

 

466.     Sería necesario que el Gobierno de Italia apelase directamente a la sabiduría y al amor patrio del Santo Padre. Yo creo profundamente que el Pontífice aceptaría la invitación y sería quizás la mayor alegría de su vida gloriosa. Es absurdo suponer que la Curia de Roma quiera poner a la Iglesia en condiciones de tener que disculparse un día por no haber salvado a Italia. Tenga, por lo tanto, el Gobierno el coraje de enfrentar el terrible problema y todos nos sentiremos felices por ello.[41]

 

 

"Razones de altísimo orden, dogma no"

 

467.     El Santo Padre asegura que, por el bien de Italia, razones de altísimo orden aconsejan a los católicos a no votar en las elecciones; y si bien no podemos conocer estas razones específicas de la inspirada interpelación de la Cátedra de Pedro, yo, Obispo, sigo la norma que el Jefe de la Iglesia dicta (...).

No confundamos. Dogma no; ninguno de nosotros aceptaría bajo otras palabras semejante sustancia. En mi conciencia soy muy dueño de discutir la oportunidad y la eficacia de la medida: me tranquilizo con la palabra papal, porque comprendo, así como comprendí durante toda mi vida episcopal, la estricta necesidad de observar la disciplina, fundamento de la organización unitaria e inquebrantable de la Iglesia.[42]

 

 

"La intervención de los católicos en las elecciones políticas"

 

468.     Pido, Santo Padre, ser iluminado por Usted acerca de un tema que se conecta estrechamente con el buen gobierno tanto de la mía como de todas las Diócesis de Italia, quiero decir: la intervención de los católicos en las elecciones políticas.

Por lo tanto, teniendo en cuenta las nuevas leyes electorales, ¿es lícita para ellos esa intervención?

Confieso, Beatísimo Padre, que desde hace mucho tiempo yo me estoy formulando esta pregunta, y que habiendo examinado ante Dios uno por uno esos argumentos que militan en pro y en contra de semejante cuestión, me parece que ha llegado el momento de intentar algo también por este lado, mas no debo olvidar que corresponde únicamente a Usted decidir.

Además, creo que es mi obligación informar a Su Santidad que en mi diócesis todos, sin excepción, los propietarios (y son muchísimos), los dueños de negocios, de talleres, etc. ya han hecho inscribir entre los electores a sus dependientes, y esto es un motivo muy fuerte para temer que el non expedit de la S. Sede, como fue muy poco observado en el pasado, lo sea aún menos en el futuro, con detrimento grandísimo de las conciencias y de la misma autoridad de la Iglesia.

Permítame, por lo tanto, una nueva pregunta: ¿el cambio ocurrido ahora en la legislación italiana con respecto a las elecciones políticas, en los designios de Dios no podría estar ordenado para este fin, de justificar ante todos, italianos y extranjeros, buenos y malos, el cambio de actitud de la Santa Sede con respecto a la intervención de los católicos en dichas elecciones? [43]

 

 

"Hacer prevalecer el candidato católico"

 

469.     Con respecto al tema de las elecciones, si bien se me dijo que después de muchos titubeos se había decidido mantener el non expedit, yo no me asusté por esto y formulé un pedido a la Sagrada Penitenciaría mediante el cual preguntaba si, dado el caso particular, no infrecuente, que se encuentren frente a frente en un determinado colegio electoral varios candidatos, de los cuales alguno, notoriamente católico, decidido a propugnar en las formas posibles la causa de la Iglesia, y los demás hostiles a la misma menor o en mayor grado, pudiera aprobarse o por lo menos tolerarse que los electores católicos decididamente afectos a la religión interviniesen con plena tranquilidad de conciencia en las elecciones con el objetivo de hacer prevalecer el candidato católico. El pedido, con una larga carta de presentación, que le comunicaré a continuación, no fue mal recibido y ayer por la tarde fui llamado y me respondieron verbalmente que dándose el caso, con las debidas reservas, dejase hacer y escribiera luego al Cardenal Penitenciario con el fin de obtener el permiso para el católico elegido de sentarse en el Parlamento. Me parece que si otros Obispos le hiciesen al Cardenal Penitenciario el mismo pedido obtendrían la misma respuesta; lo que significa que poco, pero algo por lo menos, se ha obtenido y lo que le puedo asegurar es que nuestros escritos al respecto fueron muy apreciados y el Santo Padre estuvo muy contento.[44]

 

 

"¿Sacrificar la ley divina al non expedit?"

 

470.     No quiero fastidiar a S. Santidad con la repetición de lo ya dicho. Para Usted son conocidas mis ideas con respecto a las elecciones políticas y Dios conoce la pureza de mis intenciones.

Con este propósito, en los primeros días del mes pasado me permití enviarle una carta, adjuntando dos pedidos ya presentados por mi, en común acuerdo con otros Obispos, al Eminentísimo Bilio de santa memoria, preguntándole si habría podido valerme en las elecciones próximas pasadas de las respuestas favorables obtenidas entonces del mismo Eminentísimo. El estimado Mons. Boccali, en nombre de Su Santidad, me respondía así:

"Como en 1882, así también ahora, Su Señoría podrá valerse de las respuestas privadas obtenidas de la S. Penitenciaria sobre diferentes pedidos presentados entonces por Su Señoría ante la misma Congregación, etc., etc."

De esa respuesta me valí justamente, Beatísimo Padre, en los casos particulares que se me presentaron y ¿cómo no habría podido valerme?

En este Colegio electoral de Piacenza habían sido propuestos por el partido radical hombres notablemente hostiles al Papa y a la Iglesia; hombres que desde hace años van profanando las ciudades y los barrios principales con discursos impíos y blasfemos a más no decir. Creyendo ellos haber ya corrompido esta población mía, se presentaron esta vez con un programa elaborado por los más irreligiosos y subversivos. ¿Qué hay de extraño en que los buenos se alarmaran? Si aquellos resultando elegidos se convertirían en dueños absolutos del campo y continuarían así a destruyendo entre nosotros todo principio de autoridad, alejando a los fieles de sus pastores, difundiendo toda clase de errores contra la fe, ¿qué sería a corto plazo de la Iglesia de Piacenza? Eso se preguntaron los más piadosos e iluminados del clero y del laicado, en muchos de los cuales surgió naturalmente la duda, si quizás en nuestro caso particular no sería preferible acceder a las urnas con el objetivo justamente de impedir que ganasen esos candidatos, tanto más que algunos del partido contrario ofrecían, también por declaraciones que le fueron requeridas, garantías bastante seguras de sus buenas disposiciones a favor de la causa católica.

¿En ese estado de cosas, Beatísimo Padre, podía yo en conciencia quedarme tranquilo? ¿Podía no conmoverse el alma del Pastor ante la vista del lobo que amenazaba con invadir su rebaño? Y sin embargo ¡sí, Santo Padre! Violentándome a mí mismo, sacrificando, diré así, no sin remordimiento, la ley divina por el non expedit, guardé el más absoluto silencio. Sólo como dije más arriba, me valí de la respuesta, tan lógica por demás, de Mons. Boccali en los casos particulares que se me presentaron.

Algunos distinguidos católicos antes que yo partiera para la visita pastoral, que, preste bien atención Su Santidad, me mantuvo alejado de la ciudad, mejor dicho de la Provincia de Piacenza desde el 7 de mayo hasta el 8 de junio del corriente, vinieron en forma privada a interpelarme si, convencidos como estaban de la necesidad de concurrir a las urnas, habrían podido hacerlo con tranquilidad de conciencia. Yo, teniendo en cuenta nuestras circunstancias locales, además de otras razones invocadas, de familia, trabajo, etc. me limité a responder individualmente y en forma totalmente privada, que el acceder a las urnas de por sí no era ilícito, pero que subsistía el non expedit, que yo por lo tanto ni los aconsejaba ni los desaconsejaba a emitir el voto. Hiciesen ellos lo que les dictase la conciencia para el mayor bien.

¿Podía yo como pastor de almas, como Obispo, como director de conciencias responder de otro modo? ¿Podía decir menos? [45]

 

 

"La concurrencia de los italianos a las urnas políticas"

 

471.     Era nuestra convicción que la concurrencia de los italianos a las urnas políticas, bien dirigida y disciplinada, daría a la Cámara legislativa un contingente de Diputados católicos que con el tiempo se habría reforzado, el que si bien inferior numéricamente, representaría sin embargo moralmente la mayoría de la decencia, de la honestidad y de la influencia sobre algunas clases sociales. Por lo tanto, la probabilidad de impedir la presentación o la aprobación de leyes contrarias a la Iglesia, y la esperanza de hacer abrogar o derogar las ya existentes.

Nos confortaba en tal convicción el ejemplo de Bélgica y del Centro en Prusia. En la primera la lucha de los católicos terminó por triunfar; en la segunda, si bien hasta ahora se han obtenido mejorías parciales, es de esperar que el porvenir corone los esfuerzos y las esperanzas de esa invicta escuadra del Landtag y del Reichstag.

Nuestras intenciones eran por otra parte comunes a todas las personalidades sin excepción, animados solamente por el deseo de hacer útiles para la religión y para la patria los ingenios más selectos, los científicos más distinguidos, los administradores más expertos, que militan en las filas de los católicos.

Pero cuando pudimos comprender que, por motivos de muy alto nivel, las únicas elecciones a las que por ahora se permitiría a los católicos concurrir, eran las municipales, nosotros nos inclinamos reverentes ante esas augustas palabras y nos retiramos de la discusión de una hipótesis que era considerada como no conveniente.

Mientras tanto para las elecciones municipales nosotros emprendimos una obra constante y laboriosa para hacer sentar en los Consejos comunales, por lo menos en gran parte, esos ciudadanos cuya fe religiosa fuese irrefutable o por lo menos presentaran serias garantías de no atacarla. Nuestros elegidos no pudieron siempre impedir el mal, pero con frecuencia lograron atenuarlo por lo menos en sus consecuencias. Y, ciertamente, las generaciones presentes y futuras deberían estarles reconocidas por haber conseguido que se mantuviera la enseñanza religiosa en las escuelas primarias. [46]

 

 

"Tener nuestros legítimos representantes en las Cámaras"

 

472.     En respuesta a su muy gentil carta del 29 de noviembre p.p., tengo el placer de expresarle que lo que Usted desea yo ya lo hice a través de las obras piadosas que presido y me ocupé para que hiciesen lo mismo los presidentes de las demás obras.

Debo agregar que, no obstante todo esto, no tengo esperanza alguna de éxito; hasta el día en el cual podamos tener nuestros legítimos representantes en las Cámaras nuestros esfuerzos serán inútiles, como escribir en el agua.

Es cierto que todo católico debe respetar las "muy elevadas razones" que impiden la participación en la vida pública, pero no hay hombre sensato que no deplore desde lo profundo del corazón la existencia de esas altísimas razones que mantienen inactivos estos preciosos elementos, mejores aquí en Italia que en otras partes. De todos modos trabajemos aunque sólo sea para tener el tranquilizador testimonio de la conciencia de haber hecho todo lo que estaba en nuestras posibilidades.[47]

 

 

"Razones de oportunidad y razones de sustancia"

 

473.     Ayer por la tarde, tuve la audiencia de despedida con nuestro amadísimo S. Padre (...). El tema de las elecciones fue considerado dos veces. Él me dio sus razones de oportunidad y yo, las mías de sustancia. Me pareció que le impresionó la idea que le expresé sobre el disenso de Bolonia, que subsistirá siempre vivo hasta que no se quite el non expedit. Para decir la verdad, el S. Padre no me parece todavía muy decidido sobre lo que debe hacerse, sino más bien dispuesto a la abolición, claro que para un tiempo no muy cercano. Yo concluí: - Beatísimo Padre, me consideraré contento si me promete poner su atención no sobre las razones de oportunidad, mutables de un día a otro, sino sobre la sustancia de la cuestión. Y Él: - Sí, se lo prometo, me respondió. Y diciendo esto me abrazó todo conmovido y yo más conmovido que él me fui. [48]

 

 

"Preferimos la política dinámica a la estática"

 

474.     ¿Es quizás conveniente, frente a los deberes de católico y de ciudadano, dejar que todo se malogre, religión, moral, patria, antes que tender una mano piadosa e impedir la pérdida de las almas, la corrupción de una parte de la juventud, la aprobación de alguna ley contraria a la religión? ¿Es quizás que los ordenamientos políticos son superiores a los derechos de la religión? o ¿los intereses de aquellos deben subordinarse a los derechos supremos de ésta? Cosa fácil y muy cómoda es quedarse en la política pasiva de la inercia esperando cataclismos que, por alguna ley histórica, desconocida aún por los doctos, retrotraiga al mundo hacia las épocas prehistóricas. Este sistema deberá probablemente esperar hasta el día del cataclismo mundial que será seguido por la gran restauración o palingenesia. Nosotros por nuestra parte preferimos la política dinámica a la estática, y si conseguimos hacer de la sociedad moderna, una sociedad cristiana, y si logramos evitar males mayores que amenazan a la humanidad, estamos plenamente convencidos de haber merecido el reconocimiento de la Iglesia y de la Patria. [49]

 

 

"Toda lentitud llega a la meta"

 

475.     ¿Y la conciliación? Me parece que se avanza muy lentamente, mas, inexorablemente como el destino. ¿Y entonces? Tendrá razón quien estuvo errado. Fiat, fiat. [50]

 

 

476.     El camino de las ideas es de una lentitud desesperante, máxime cuando chocan intereses y pasiones, pero es continuo cuando las ideas propuestas son justas y de verdadera utilidad. Insistamos, por lo tanto, porque toda lentitud llega a la meta, con la condición de que el cansancio no venza a quien se hizo su pregonero.[51]

 

 

477.     Mi Instituto, surgido tan admirablemente por un maravilloso acuerdo de sentimientos religiosos y patrióticos, faltaría en parte a su objetivo y no podría superar los mil obstáculos que se le interponen, ni satisfacer sus múltiples necesidades morales y materiales sin la ayuda unánime de todos los buenos. Y es por esto, mi buen amigo, que yo vuelvo a llamar tu atención y por tu medio, la del Gobierno y la de todos los que se interesan por el bien público, sobre esta obra, querida por mi corazón, no sólo porque en ella diviso un medio eficaz para cumplir con mis deberes de Obispo con respecto a tantos infelices, sino también, porque religión y patria allí se dan la mano y esto es, a mi juicio, un medio práctico, un inicio de esa pacificación de las conciencias, que es siempre una de las aspiraciones más ardientes de mi alma.[52]

 

 

 

4. HUMANISMO CRISTIANO

 

S. Pío X reconoció en Scalabrini al "obispo docto, bondadoso y fuerte, que aun en acontecimientos difíciles siempre defendió, amó e hizo amar la verdad, y no la abandonó jamás por amenazas o halagos".

El obispo de Piacenza, efectivamente, tuvo "el santo coraje de decir la verdad" a todos, amigos y enemigos y creyó su deber episcopal no callarla jamás ante el Papa.

El amor a la verdad lleva al realismo, que puede provocar amargura pero no escepticismo, porque la luz de la verdad es la fe. "El conocimiento práctico de los hombres y de las cosas" induce al prudente discernimiento del tiempo para callar y del tiempo para hablar.

No es lícito adelantarse a los juicios de la Iglesia: "la honesta libertad de pensar" se integra con la obediencia, que impone el sacrificio aun heroico de las propias convicciones, en un acto de fe.

Una mente tan abierta abre el corazón a todos los valores humanos. La amistad es una necesidad del corazón, es una unión inalterable, es sacrificio de sí por el amigo. La amistad profunda y reverente está fundada sobre la caridad, a su vez basada sobre la verdad. El que está lleno de Espíritu Santo, que es Amor, ama no sólo a los hombres, sino todo lo que es bueno, bello, artístico, poético, armonioso, en una "plenitud de amor". La sinfonía de la creación tiene su eco más profundo en la sinfonía del espíritu.

 

 

a) AMOR A LA VERDAD

 

"Un alma llena del Espíritu Santo no teme más al mundo"

 

478.     El espíritu del mundo es un espíritu de hipocresía y de circunspección. Como su fuente es el amor propio, él no busca la verdad sino cuando la verdad puede agradarle; no se declara a favor de la piedad sino cuando la piedad encuentra partidarios favorables; no se aplaude a la virtud sino en aquellos lugares donde la virtud es honrada. Y he aquí el espíritu por el cual tantos se dejan gobernar, un espíritu tímido y cómplice; se teme ser de Dios y en todas las ocasiones en las cuales se trata de definirse por Él, se vacila, y donde es necesario exponerse por su gloria a los escarnios y a las críticas de los hombres, se retrocede; y ésa, que es una ruindad de ánimo, se llama prudencia; y allá donde se trata de disgustar para no faltar al deber, se reputa legítima la trasgresión; y la primera cosa que se examina en los pasos que Dios exige de nosotros, es si el mundo nos dará su voto y para no perder la estima del mundo, se aplauden las máximas de mundo, se trata de acomodarse a las costumbres del mundo.[53]

 

 

"El culto a la verdad hasta la sangre"

 

479.     El combate más fuerte en este mundo es el de decir la verdad de Cristo tanto a los enemigos como a los amigos, decirla en la prosperidad y en el dolor, en las sombras y a la luz, en las cárceles y en las cortes, a la plebe y a los poderosos, en privado y en público, sin ambages, sin vergüenza, no con corazón tembloroso, sino más bien con un sublime desprecio de los peligros, que es el privilegio de las almas grandes.

Este es el fuerte combate del que habló Jesucristo cuando le dijo al gobernador del pueblo romano: “para esto yo he nacido, y para esto vine al mundo, para dar testimonio de la verdad”. Este es el combate que Jesucristo recibió de su Padre y dejó a sus amigos en herencia: el culto a la verdad hasta la sangre. [54]

 

 

"Usted no puede no amar la verdad"

 

480.     Santo Padre, Usted conoce la franqueza de mi alma, conoce los sacrificios, no leves, hechos para gloria de la Iglesia y para manifestarme como siento que soy, todo para Usted y para su causa, que es la de Dios.

Y bien, postrado a sus pies, una sola gracia le pido: llame al orden a ese elemento extrajerárquico, de periodistas especialmente (capitaneados por el Observador de Milán), que haciendo ostentación de devoción al sucesor de Pedro, devoción que no tiene, hace de ella escudo y desahogo de ideas partidarias y en resguardo de intereses privados ofende la suma autoridad de los Obispos, deshonra a la Iglesia y la hace despreciable ante las personas serias con sus violentas y escandalosas polémicas. Y quiebra esa admirable unión entre los Pastores que ha constituido hasta ahora una de sus glorias más bellas. Y se reduce el catolicismo a un puñado de fanáticos, excluyendo las más brillantes inteligencias.

¿Cómo fue tratado el célebre Abad Stoppani, gloria de la nación y de la Iglesia? ¿Cómo lo fueron otras instituciones, sacerdotes y laicos? ¡Dios mío, salve a su Esposa tan horriblemente manoseada!

De ingenio poderoso como es Usted, y de corazón modelado sobre el de Jesucristo del que es Vicario, Usted no puede no amar la verdad, no puede no desear que se la haga conocer, como lo desean los Santos; por lo tanto estoy más que seguro, S.S. Padre, que se dignará perdonar la libertad de esta carta mía, dictada sólo por el afecto vivísimo de la gloria de Su inmortal Pontificado, manchado y empequeñecido por la arrogancia impune de un partido ciego y petulante.[55]

 

 

"El santo coraje de decir la verdad"

 

481.     Continúe, muy querido P. Luis, socorriendo con sus escritos a la Iglesia, que demasiada necesidad tiene, especialmente en nuestros días, de alguien que llame a las mentes justamente al estudio del Evangelio y de la doctrina cristiana y quiera volver a conducir así a Jesucristo en las familias y en la sociedad.

Considero que ésta es la mayor necesidad, el medio más seguro, único, para llegar a obtener lo que en vano se ha creído y se cree poder obtener con otros medios. Vendedores de charlas, como decía San Agustín, tenemos demasiados... Digo esto, porque son pocos ya los hombres que tienen el santo coraje de decir la verdad, según el dicho evangélico: est est, non non [sí sí, no no]. Con demasiada facilidad algunos verdaderamente doctos y meritorios se mantienen al margen por los insipientes clamores de quien no tiene otra mira más que su propio interés.[56]

 

 

"¡Ay de la religión cuando los Obispos están obligados a callar!"

 

482.     Aquí absolutamente o debo justificarme o debo ser justificado. Aconsejarme el silencio en este caso sería agregar más ultrajes a los ultrajes del sacrílego difamador; sería como decir: no me importa nada que la Autoridad Episcopal sea arrojada en el fango; sería un acreditar la voz que corrió, que se tiene temor del poder oculto de ciertos hombres astutos y que somos impotentes para dominarlos. Un Doctor de la Iglesia exclamaría: ¡Ay de la religión cuando los Obispos están obligados a callar!

Eminentísimo: ¿estoy yo en el error? Diga al S. Padre que me corrija y me tendrá, como siempre, hijo sumiso, muy obediente en todo. Pero, si yo me encuentro del lado de la verdad, de la justicia, del derecho, ¿cómo se puede permitir que un Obispo, aún el último y el más indigno de los Obispos, sea públicamente arrastrado ante el tribunal de un cura, que de cura tiene sólo el hábito y la apariencia?

Para terminar: invoco nuevamente con todo ardor ese testimonio favorable, que me creo con derecho y deber de pedir; lo invoco y lo espero.

Perdonará, Eminentísimo, si le resulto molesto, pero créame, resulta todavía más molesto para mí, haber sido obligado a importunarlo nuevamente. Espero se digne escucharme esta vez, de modo que no perturbado por otros asuntos pueda yo atender sereno y tranquilo cosas de mayor importancia que éstas y pueda dedicar todas mis débiles fuerzas a la salvación de las almas que me fueron confiadas y a la defensa de los sacrosantos derechos de la S. Sede, que son las dos cosas, que de entre todas me preocupan más. [57]

 

 

b) REALISMO Y COHERENCIA

 

"Se necesitan hechos"

 

483.     Su deseada carta del 1ro. del corriente me alcanzó bastante lejos de Piacenza, donde me hallaba por la S. Visita Pastoral, único aliciente de nuestro formidable ministerio, porque permite olvidar por algún instante la penosa situación de la Iglesia y de la sociedad, a la vista de una fe viva, que no parece posible en nuestros días.

Me alegro con Usted y participo de corazón a sus consuelos; pero sabe bien que yo no tomo demasiado en serio los documentos y mucho menos las hermosas y buenas palabras. Se necesitan hechos, públicos y solemnes. Esa gente ha comprometido religión, episcopado, S. Sede frente a las almas serias no partidarias, y es por lo tanto urgente y de extrema necesidad que todos sepan que no tiene ninguna misión, que no está aprobada en sus insipientes y escandalosas exageraciones.[58]

 

 

"Ya no creo más que en los hechos llevados a cabo"

 

484.     Si debiese fijarme en los cumplidos que se me hicieron, aun desde allá abajo después de mi vuelta de Roma, debería creer muchas cosas hermosas. ¿Pero qué quiere? Ya no creo más que en los hechos llevados a cabo. Leí que los hombres de talento son generalmente bastante ingenuos; en un tiempo debía tener también yo algún talento, porque tenía mucha facilidad para creer, pero ahora debo haberlo agotado enteramente porque soy casi escéptico, salva fide, se entiende, la que, por gracia de Dios, me irradia siempre más y me alegra vivamente el espíritu muchas veces perturbado a la vista de tantas maldades. ¿Y Usted, querido amigo cómo se encuentra en este sentido? Usted posee demasiado talento y por más que pierda un poco, siempre tendrá suficiente para conservar una buena dosis de ... ¿qué debo escribir?, de buena fe y de sabia ingenuidad, que forma el decoro de su austera persona.[59]

 

 

"Política de los pequeños expedientes"

 

485.     Respondo prontamente a su carta de hoy agradeciéndole mucho, mucho por las buenas nuevas que me repite: probaré por lo tanto poner en práctica el credidit in spe contra spem, si bien no tengo ninguna confianza en la política de los pequeños expedientes que domina allá abajo y temo sufrir desilusiones siempre amargas. Espero rehacer mis juicios, algo escépticos después de haberlo escuchado con atención.[60]

 

 

"La política del Evangelio"

 

486.     Me causó dolor lo que en esa carta me dice pero no sorpresa. Cuando el hombre se rige en todo según la política humana y no según la política del Evangelio, cuando con la misma facilidad se dice y se desdice, se hace y se deshace, se alaba y se critica al mismo tiempo, cuando se da mayor peso a los facciosos clamores de individuos escandalosos, antes que a los solemnes testimonios de los Obispos, animados por un único deseo: el bien, cuando se consideran los mismos actos solemnes de los Obispos casi actos insignificantes de niños, queridísimo Monseñor, ¿qué no es posible?

Sin embargo, debemos consolarnos pensando que tenemos en León XIII un Papa, que sabrá, con certeza, mantener alto el prestigio de su autoridad y la nuestra y no permitirá seguramente que sean anuladas con los hechos sus sabias prescripciones privadas y públicas al respecto. Es demasiado iluminado.

Las artimañas de cierta gente no pueden vencerlo. Él las vencerá a todas, estoy seguro de eso. Recuerdo muy bien lo que Él me dijo verbalmente al respecto. Por lo tanto, apoyado en su palabra, puedo asegurarle que apenas le sea posible, pondrá remedio a los gravísimos males del Norte de Italia. ¡Oh, fiat, fiat! Entonces sí podremos gritar con verdad: Vicit Leo de tribu Juda! [¡Venció el León de la tribu de Judá!] [61]

 

 

"Su obra está bendecida por Dios, y basta"

 

487.     Lo que me confió en su carta del l8 del corriente me ha causado vivo dolor, primero por Usted que yo tanto amo, después por la llaga de la cual es síntoma; ¡es verdaderamente cosa que lacera el alma ver las obras más santas hostigadas por aquellos que se vanaglorian como campeones de la fe!

Querido P. José, Usted es todavía joven, prepárese para ver cosas peores. Conozco el mundo y sé lo que digo. Estoy cada vez más convencido que es necesario hacer el bien por el bien, sólo por amor a Dios, sin buscar la aprobación de los hombres ni preocuparse por su desaprobación. Es el único modo de tener éxito en las empresas, créalo. Yo espero que su obra sea exitosa, justamente porque está obstaculizada (...). Su obra está bendecida por Dios y basta. Triunfará, a pesar de cualquier cosa se haga o se diga en contra.[62]

 

 

"El conocimiento práctico de los hombres y de las cosas"

 

488.     Algunos días atrás mi Vicario General en viaje por Italia tuvo una audiencia privada con el Santo Padre, quien le preguntó, muy solícito, por mí, por mi salud, exteriorizando el deseo de hablarme y de conversar acerca, dijo, de una interpelación muy razonada que me hizo; le indicó que me escribiese para que yo fuera a Roma, de ser posible; informado por mi Vicario sobre mis intenciones de ir hacia fines de mes, el Papa agregó, “si me lo asegura, entonces no le escriba”.

¿Qué piensa querido amigo? ¿Tendría el coraje de invitar un Obispo a viajar a Roma para notificarle que se mantiene el non expedit? ¿O quizás se quiere cambiar el rumbo y el Papa desea alguna aclaración? El buen sentido me inclina hacia esto último, pero la experiencia, el conocimiento práctico de los hombres y de las cosas actuales, no me dejan esperar nada.

Llevo conmigo dos gruesos volúmenes de documentos, un verdadero arsenal de armas muy poderosas, pero si después de este esfuerzo gigantesco por ubicar las cuestiones religiosas, políticas, filosóficas, en sus justos límites, ya que deseo tratarlas todas con el S. Padre, no se logra nada, lo que es probable, entonces, llorando los males de la Iglesia, me dedicaré enteramente a la oración y al ejercicio del sagrado ministerio, haciendo sólo lo que considere oportuno para el bien de las almas y no preocupándome más que de prepararme para la muerte, combatiendo con fortaleza los conocidos enemigos de la paz, de la caridad y de la religión.[63]

 

 

"Las ideas caminan....déjelas caminar"

 

489.     Usted me sale con unas ideas frailescas... ¡ Sé bien que bromea! ¡Pero qué celdas ni celdas! Que vaya a sepultarse quien es causa de la ruina de tantas almas, no un obispo que, como Usted, ha dicho, ha escrito, ha hecho tanto para impedirlo. ¡Qué, Qué! Dios lo ha colocado en el campo de batalla y debe quedarse, aún cuando lluevan de todos lados las balas enemigas. Usted es un herido glorioso. Además las ideas caminan. Son ideas de verdad, de caridad y de paz. Apártese y déjelas caminar. La victoria no puede fallar y Usted podrá decir que les ha abierto el camino. [64]

 

 

c) “DEVOTO SIN MEDIDA Y SIN MEDIDA LIBRE”

 

"Los partidos intolerantes son la plaga más cruel de la Iglesia"

 

490.     Comparto plenamente sus temores acerca de los efectos de una condena de Rosmini; yo, no rosminiano, ahora la temo con gran preocupación; si sucediese tendríamos muchos apóstatas secretos y muchísimos rebeldes públicos.

Rosmini se convertiría realmente en un apéndice de Jansenio y las agitaciones producidas en la Iglesia por los partidarios de éste, serán renovados con mayor fuerza por los seguidores de aquél. Hay un convencimiento y, desafortunadamente, se ha comprobado, que es toda obra de un partido, que tiene engañado al Papa al respecto, que no toca ni al dogma, ni la moral y cuya resistencia es un deber (...). La Iglesia está amenazada por una gran desventura, los partidos extremos, intolerantes, son para ella la plaga más cruel. Yo rezo todos los días y me impongo prácticas especiales, con el fin de implorar a Dios que haga surgir otro Francisco de Sales, que sepa poner fin a esta desafortunada cuestión filosófica, así como ese Santo puso fin a esa fogosa cuestión de auxiliis.

Yo cuento entre mis sacerdotes más de 200 que estudiaron a Rosmini; justamente en previsión de una condena, en estos años mi preocupación fue la de ganarme sus voluntades, y dejándoles esa honesta libertad que les consiente la Iglesia, los preparé para la sumisión, para cuando el Papa tuviese que decidir.

Con la ayuda de Dios creo haberlo logrado. Moglia, que es la cabeza de los rosminianos, me lo ha asegurado varias veces por él y por todos. Pero no es así en todas partes. En el otoño pasado cuando fui a Como, escuché discursos muy desalentadores al respecto y especialmente en algunas diócesis, adonde se impulsaron en forma inconsulta las cosas, según las normas del diario, hilo regulador de las inteligencias. Basta, volveremos a hablar para ver qué pasos podremos dar con el S. Padre. Mientras tanto yo he escrito a varios rosminianos reprobando el excesivo atrevimiento de los últimos opúsculos.[65]

 

 

"Tiempo de callar y tiempo de hablar"

 

491.     No debemos confundir la vileza de ánimo con la prudencia. Hay un tiempo para callar y callé nada menos que por seis años; pero hay también un tiempo para hablar y hablé, como sentía que era mi deber. Asegúrele al S. Padre, Excelentísimo Monseñor, que el efecto de haberlo cumplido ha sido más amplio y saludable de lo que se puede creer, tanto en mi diócesis como afuera. El desalentador silencio de todo el Episcopado, o aterrorizado o mistificado, ante los continuos ataques de una prensa que tomó una actitud de profunda veneración del mismo y sobre todo de la Santa Sede, era considerado ya por las almas más serias y bien pensantes, como un signo de extrema debilidad y de complicidad con los desórdenes que eran la consecuencia de ello. Era necesario que alguien hiciese oír su voz y las circunstancias llevaron a que yo fuera esa persona.

Y aquí, muy querido Monseñor, haré notar una cosa. Se quiso hacer de un acto muy simple y privado una cuestión rosminiana; he aquí el secreto de todo el ruido que se quiso levantar. Sin embargo, nada más falso. Yo no sigo, y lo digo francamente, el sistema del filósofo Roveretano; diría en voz alta lo contrario, si fuese la verdad. Mis pocos escritos y las disposiciones tomadas por mí con respecto a la enseñanza en mi Diócesis, bastante antes que apareciese la admirable Encíclica Aeterni Patris, hablaban con demasiada claridad. Confieso sin embargo que yo estimo, venero y amo en la caridad de Jesucristo a todos los hombres de buena voluntad, que trabajaron con pureza de intención por la santa causa de Dios y de la Iglesia, cualesquiera fueran las opiniones profesadas por ellos y dejadas todavía libres para la discusión por la Iglesia.

Estoy más que convencido que tantas almas tan nobles, que gimen inefablemente bajo la acusación de ser enemigas de esa Iglesia, por cuya defensa darían hasta la última gota de su sangre, que tantas selectas inteligencias, que honran el linaje eclesiástico y el laicado católico, quebrarían sus plumas en un instante y darían el ejemplo edificante y bellísimo de someterse de buen grado a cualquier decisión final que el S. Padre creyese oportuno tomar, si bien esquivan y con justicia, someterse a falsas autoridades, que con incalificable audacia intentan imponerse a todos.

De los Sacerdotes, por lo menos los de mi diócesis, ni siquiera dudo. Mientras tanto, pregunto yo, ¿por qué se quiere hacer tiránico el yugo, llamado suave por Jesucristo? ¿Por qué no se deja a los ingenios esa honesta libertad que les otorga la Iglesia, de la que fue siempre su celosa guardiana?

Una discusión calma, seria y digna, que pone a salvo la caridad aun en medio del choque entre varias opiniones, he aquí lo que debemos querer. ¿No es quizás esto lo que constantemente recomendaron los Romanos Pontífices y nuestro mismo glorioso Santo Padre en el muy sabio Breve al Arzobispo de Malines? ¡Oh, cómo deseo que Él sea escuchado!

Pero, desafortunadamente, estamos en un tiempo en el cual hombres muy audaces y astutos, han aprendido el modo para ganarse la impunidad, gritando todo lo posible en contra de autores y personas que creen sospechosas para el Sumo Pontífice, al que, se jactan públicamente, hacen llegar sus insinuaciones y pretensiones por intermedio de un conocido religioso, haciendo así impotente al Episcopado, que no siempre puede hacer públicas las razones de su obrar contra algunos que se cubren astutamente detrás del escudo tomista, y que tanto más pretenden protección cuanto más insolentes son y llenos de orgullo (...).

Era por eso que yo pretendía publicar un pequeño volumen titulado "La revolución en la Iglesia". El concepto es muy simple. La revolución es esencialmente demoledora y ha derrumbado todo con sus artes en el orden civil, comenzando por el principio de autoridad. Lo mismo, para el que mira bien, ocurre ahora en la Iglesia por obra de un partido, que usando, tal vez con mayor deslealtad, las mismas artes de aquélla, se tomó y se toma el encargo de denigrar rencorosa y rabiosamente individuos y comunidades, Prelados y Obispos, según que le resulte más o menos oportuno para conseguir su propósito, vale decir el interés privado. El mismo Santo Padre, ni siquiera Él, me duele pensarlo, fue perdonado, cuando daba a conocer que por nada estaba dispuesto a favorecerlo (...).

Con respecto a las disposiciones tomadas por Él relativas al Observador de Milán, yo las admiro cada vez más y estoy seguro que habrían obtenido la aprobación universal con gran beneficio para la Santa Sede, ¿pero quién las conoce? Ninguno de aquellos que más las podrían aprovechar; tanto es verdad que también ahora se sigue creyendo y haciendo creer que yo, con otros, he recibido desde Roma, no sé por qué, los más ásperos reproches, ¡o sea que he sido poco menos que excomulgado! Con qué ventajas y decoro del carácter Episcopal y de mi sagrado ministerio, le dejo a Usted adivinarlo, mi Queridísimo Monseñor.

Era justamente por ello que yo pedía cándidamente a la suma benignidad del Santo Padre por lo menos una palabra de aliento. Él no ha creído conveniente, por lo menos por ahora, concedérmela; adoro sumiso los juicios de Dios y seguiré adelante per infamiam et bonam famam, para procurar la salvación de mi alma y la del rebaño que me fue confiado.

Yo le ruego, Excelentísimo Monseñor, dar a conocer también estos sentimientos míos a nuestro Santo Padre, ya que a Él, como deben hacer los hijos, no quiero esconder ni siquiera el último pliegue de mi alma. Así, si en alguna cosa mía me equivoco podrá corregirme, y sus correcciones yo siempre las aceptaría con la misma alegría, con el mismo reconocimiento, con el que acepté las aprobaciones, porque Él es mi Pastor, mi Padre y yo soy su más tierno hijo. [66]

 

 

"La libertad en materia de filosofía"

 

492.     Usted desea conocer por mí cuánto hay de cierto en lo que se afirmaba me había dicho personalmente el Santo Padre con respecto a la cuestión filosófica rosminiana. Heme aquí para satisfacerlo. Yo, que siempre tomo la norma de mi actuar no del periodismo, aunque sea católico, sino solamente de Quien tiene la autoridad de regular antes que ningún otro la disciplina de la Iglesia universal, quise justamente también sobre este argumento de la libertad en materia de filosofía, interrogar personalmente al Sumo Pontífice.

Padre Santo, -le dije- en mi diócesis aquellos que siguen el sistema filosófico de A. Rosmini son muchos, célebre entre todos el Preboste de S. Ana padre A. Moglia, el cual, habiéndolo estudiado por años, sostiene ese sistema y lo defiende vigorosamente inclusive con escritos públicos. Según algunos, siempre proclives a hacer de maestros y a sentenciar en Su nombre sobre todo y sobre todos, a aquellos, justamente porque son rosminianos y sostenedores del sistema de Rosmini, se los debería considerar poco menos que otros tantos rebeldes a Sus enseñanzas: y yo, además de interdecir todas sus discusiones al respecto, debería, como Obispo, poner mano a las censuras eclesiásticas...

“¡Oh no! -me respondió Él, el Santo Padre, con ese su acento grave y lleno de tanta bondad- ¡no, Monseñor! Diga a sus sacerdotes que Nosotros no pretendimos jamás privar a nadie de la libertad de discutir acerca de doctrinas opinables. Aun con respecto a Rosmini pueden muy bien sus sostenedores continuar sus disputas con tranquilidad de conciencia, con tal que, se entiende, observen constantemente las reglas de la moderación y de la caridad muchas veces inculcadas por Nosotros y con tal que mantengan en el ánimo la disposición de someterse a cualquier decisión que esta Santa Sede creyese oportuno emanar al respecto”.

Textuales palabras que yo pedí y obtuve el permiso de hacer públicas si fuese necesario, y que registré de inmediato para no olvidarlas, cambiarlas, menguarlas o alterarlas de alguna otra manera. [67]

 

 

"No es lícito adelantarse a los juicios de la Iglesia"

 

493.     Mientras el Ministerio del Romano Pontífice pedía que fuese presentada e indicada la doctrina de Santo Tomás como la más adecuada para la tutela de la verdadera fe y religión contra las afirmaciones cada vez más difundidas de una ciencia heterodoxa, exigía también que los fieles fuesen prevenidos contra esas doctrinas que, sacadas de fuentes no puras, pudiesen impedir el alcance de los objetivos deseados, tanto más que un nombre ilustre por integridad de vida y nivel de ingenio les confería cierta autoridad. Célebre en efecto es el nombre de Antonio Rosmini, si bien en parte prisionero de los defectos de su época.

Nadie se asombrará que un hombre insigne por doctrina y por piedad haya podido afirmar algunas tesis que discordaban, a juicio de la Iglesia, con la analogía de la fe. Y tampoco nadie se asombrará que muchos hayan podido adherir a su doctrina, mientras la Iglesia lo permitiera. Que otros se agrupen alrededor de un hombre ilustrísimo, es un hecho que ocurre por providencia de Dios y por la naturaleza de los hombres, por lo que también en eso es necesario un legislador, según el dicho: "Constituye, Señor, un legislador sobre ellos con el fin de que sepan...que son hombres".

Todos los maestros son banderas alrededor de las cuales se reúnen sus seguidores, que necesitan una bandera. Por lo tanto, tiene vigencia en la Iglesia la costumbre que permite a quienquiera, sin que sea reprobado, adherir a las ideas de los doctores modernos, hasta que ella no pronuncie un juicio.

Para los demás, que son de diferentes ideas, es a la par lícito, permaneciendo más bien sobre las huellas de los antiguos, propugnar, dentro de los límites de la moderación, la doctrina opuesta, sacar conclusiones de un correcto raciocinio, impugnar y rechazar los nuevos doctores; pero no estuvo nunca permitido para algunos denunciar un adversario como prevaricador de la verdad o infligir una nota de difamación; no es efectivamente lícito anticiparse a los juicios de la Iglesia. Se debe presumir que tanto los favorables como los contrarios en buena fe, lo hagan con recta intención.

Pero nadie que tenga un recto sentir, milita bajo una bandera sin la dependencia implícita de la Santa Sede que es el único estandarte enarbolado por Dios, al cual todos los fieles, especialmente los sacerdotes, deben siempre y en todo decir: "No me he engañado al seguir tus enseñanzas".

Ahora, cuando la Iglesia se pronuncia, declarando que cierta bandera es menos segura, ya no es más lícito a los hijos de la obediencia, militar bajo esa bandera, sino que deben aceptar sin restricciones los juicios de la Iglesia. [68]

 

 

"Siempre permití esa honesta libertad de pensar que está consentida por la Iglesia"

 

494.     Veni, vidi..., ¡ojalá pudiese agregar el resto! Llamé al Profesor Stoppani y traté de expugnarlo por todos lados y con todas las armas posibles, pero no hubo caso. Verdaderamente las razones que él expuso fueron tales y tantas que yo, lo confieso, no sabría personalmente como se podría no tenerlo en cuenta. Me declaró, para no hablar de otras cosas, que el periódico "Rosmini" no es cosa suya y que por lo tanto no está en su poder suspender la publicación; que fundadores y colaboradores del mismo son en su mayoría laicos creyentes de todas las ciudades y principales Universidades de Italia, reunidos con la intención de cristianizar la ciencia y defender la religión de los ataques del racionalismo moderno; que aún cuando se retirase toda la parte eclesiástica, no por esto cesarían ellos en una empresa que estiman hoy más que nunca muy útil, necesaria y de la máxima importancia; que gozando él, Stoppani, de cierta influencia sobre ellos, creyó conveniente, o mejor dicho, un deber, aceptar, como aceptó la invitación de colaborar, para moderar y mantener dentro de los justos límites las discusiones; que logró de hecho impedir que se publicase un escrito violento contra una Carta Pastoral del Obispo de Concordia; que habiendo el mismo Sumo Pontífice León XIII declarado más de una vez tanto en público como en privado que, también con respecto a la cuestión filosófica, no había pretendido nunca impedir una moderada discusión entre doctos, éstos no pueden suponer que ahora Él deba ofenderse por la aparición de una revista, que tiende justamente a ese objetivo; que no pueden finalmente tolerar de ningún modo que una prensa, que se vanagloria como el órgano fiel de la Santa Sede, continúe libremente despreciándolos como rebeldes al Jefe Supremo de la Iglesia, como liberales, como desleales y peor aún.

Me fue además asegurado por otros que, mientras dure el mal juego, ellos pretenden denunciar al mundo católico la enorme injusticia, publicando al respecto una solemne protesta. Como ve, Eminencia, las cosas están en un punto tal que es muy difícil ponerle remedio. Se ha exagerado de una y otra parte y ahora se comienzan a ver las consecuencias ¡Dios nos salve de ver cosas peores! Yo también por el diálogo tenido con Stoppani, presagio, si no se toman precauciones, serios contratiempos para el porvenir de la Iglesia.

No es que Stoppani se haya mostrado con menor respeto y menos sacerdote, todo lo contrario; pero es que detrás de él he podido divisar un malhumor, un fermento, que realmente me preocupa.

Por lo que respecta a los sacerdotes rosminianos de mi diócesis, yo estoy perfectamente tranquilo. Saben que no comparto, en materia de filosofía, sus opiniones, pero saben también que siempre, les dejé y quiero que sea respetada siempre, esa honesta libertad de pensar que está consentida por la Iglesia. Eso basta para que se plieguen dóciles y respetuosos también al mínimo de mis deseos, como justamente sucedió ahora, con respecto a la revista mencionada. Todos por igual me han prometido que no escribirán ni una sílaba en ella (...).

Yo haré lo que Usted, en nombre del Santo Padre me indique, con la certeza que no se querrá poner a los Obispos en el peligro de apartarse de esa sabia línea de moderación que ha formado y formará siempre una de las más hermosas prerrogativas de la Iglesia. [69]

 

 

"Quizás también nosotros los Obispos hemos restringido demasiado la libertad individual"

 

495.     El período que estamos atravesando es más triste de lo que parece.

En el Clero fermenta algo de maligno, todavía no bien determinado, y por ahora son solamente los más audaces que se van manifestando con explosiones de delitos inauditos. Quizás también nosotros los Obispos hemos restringido demasiado la libertad individual y ya la disciplina pildorizada ha perdido ese sentido de grandeza austera que tenía en otros tiempos y por lo tanto ese prestigio que ejercía sobre las almas: quizás se quisieron a todos óptimos y lo óptimo es enemigo del bien, a todos perfectos y no todos tienen los dones para serlo.

La Filosofía después, la acción católica y social, que también tienen tanto valor, sirvieron a unos como capa, a otros como defensa, a muchos como motivo de desborde, etc., etc. Son problemas graves acerca de los cuales se podría escribir un libro y de los cuales yo pienso con frecuencia en el gobierno de la Diócesis.

Pero desafortunadamente aquellos que deberían proveer no han aprendido nada, olvidado nada, perdonado nada. Válganos Dios. Es justamente tiempo de rezar mucho y de estar preparados para todo.

En lo que respecta a mí, me he propuesto no pensar en otra cosa que en mi Diócesis, en las misiones, en los amigos que son cada día menos y no me preocupo por hacer nuevos. ¡Si pudiese santificarme! ¡Hacerme santo! hoc est omnis homo [en esto está todo el hombre]. Feliz Usted que siempre lo fue; yo intento serlo, pero temo no poder llegar, ni siquiera con el tren de carga. [70]

 

 

"Supimos hacer el sacrificio de nuestras convicciones"

 

496.     Para nosotros el respeto por la autoridad del Pontífice no fue jactancia o hipocresía, sino el criterio fundamental de nuestra acción.

En las cuestiones opinables y dejadas libres disputationi hominum [al debate de los hombres], seguimos las soluciones racionales, y que mejor respondieran al beneficio religioso y civil de los pueblos. Seguir la dirección que el Pontífice, en su ciencia iluminada y en la asistencia particular que le prometió Cristo, señala como más convenientes para el bien de la Iglesia, fue nuestra insignia. Y cuando supimos que alguna opinión nuestra particular no tenía la aprobación de la autoridad eclesiástica, supimos sacrificar de nuestras convicciones justamente en homenaje a ella y por impulso de nuestros principios. [71]

 

 

"Se me impuso verdaderamente un sacrificio heroico"

 

497.     Y ahora una palabra, Eminentísimo, acerca de la guerra que se me hizo (...).lo que permiten o aconsejan hacer se hace a corazón abierto y por el solo amor del bien, pero después no sólo abandonan a los pobres centinelas de avanzadas, sino que se unen a los enemigos para apalearlos, para aplastarlos, si fuese posible, y ¡buenas noches!. ¿Qué le parece, Eminentísimo? Por mi parte no me asombré, no me maravillé por los manejos, por los embrollos, por las calumnias del conocido partido, ni por ello, como de cosa esperada, me dolí por nada; sí me condolí y muy intensamente, aún con el S. Padre, que ellos hayan sido escuchados allá donde debían hallar sólo desprecio. Tenía en mi ánimo deseos de defenderme y por lo tanto escribí la breve carta pastoral aquí adjunta. La envié al S. Padre, el cual por las marcas en rojo se ve que la dio para examinar no sabría a quien, y después me la devolvió con el ruego de no publicarla. Se me impuso verdaderamente un sacrificio heroico, que acepté únicamente, lo confieso, por amor a Dios. [72]

 

 

"Dios sabe lo que haría para acercarte de nuevo al Obispo"

 

498.     No puedes imaginar cuánto me duele tu posición y Dios sabe lo que haría para acercarte de nuevo a nuestro Obispo. Te puedo dar solamente una opinión: Vete a verlo, que te recibirá con los brazos abiertos y ponte en sus manos. Lo demás vendrá después sin dificultad. Creo que él quiere tu bien, el de la Diócesis, dividida y separada por la disidencia entre tú, y el Obispo, y el bien de la Iglesia. Coraje: olvida todo a los pies de Jesús Sacramentado: tírate cara al suelo ante el tabernáculo y estoy convencido que de allá te vendrá la luz confirmadora del parecer que te doy. [73]

 

 

d) LA AMISTAD

 

 

"Omnia mea tua sunt [todo lo mío es tuyo]"

 

499.     El aire, la quietud, la vista, los paseos libres y sin ataduras de ninguna especie serán beneficiosos para mí y para Usted. Por lo tanto vamos, no se deje vencer por los obstáculos: omnia mea tua sunt, y sepa que yo no lo amo sólo como cohermano, sino también como hermano tiernísimo.[74]

 

 

500.     La carta que usted me escribió desde Milán, tan hermosa y apasionada, no sé por qué descuido quedó unida a una correspondencia que presenté al Papa quien, leyendo todo, leyó también su carta que no le causó impresión desagradable, pero sí fuerte. En la segunda audiencia me habló del carteo y de dicha carta y como yo temía que alguna frase lo hubiese herido, tomé la palabra diciéndole: "¡Santo Padre! Usted tiene en Mons. Bonomelli un Obispo verdaderamente docto, muy celoso y consagrado totalmente al bien de la religión y también un hijo devotísimo, afectuosísimo, que habla claro cuando le parece que está en la verdad, y conserva siempre una profundísima sumisión a Usted..."

¡Oh sí, interrumpió Él, lo conozco bien a Mons. Bonomelli! y aquí se detuvo a elogiar su piedad, doctrina, celo, etc. etc. y cómo me alegré por ello podrá Usted imaginarlo. [75]

 

 

501.     No he querido escribirle en estos días para respetar su dolor filial, que sentí en lo íntimo del corazón como si se tratara de mi padre. Todo lo que le atañe me conmueve vivamente y celebrando la S. Misa en sufragio de su difunto progenitor, que todos los días recuerdo en el altar, no me olvidé jamás de rogar por Usted, lo cual hará también Usted por mí pobrecito, de lo que siento una gran necesidad. [76]

 

 

502.     En estos dos años nos hemos escrito tantas cartas que ya no se sabe qué decir ¿Sabe cuántas cartas suyas tengo yo?, 62, sí, digo sesenta y dos, una más hermosa que la otra y todas coordinadas, como los tubos de un órgano, un poco monótono, a decir verdad, porque es casi siempre la misma nota la que da la señal. [77]

 

 

503.     El fuego de nuestra amistad es tan extenso que nec flumina obruent illum [ni los ríos lo extinguirán]; la leña de la cual se nutre fue acumulada en estos años en tal cantidad y de tal calidad, que por un siglo por lo menos, tiene de que alimentarse y hacer la más hermosa llama del mundo. Pero hace muy bien en despertarme, ya que para decirle la verdad, yo trato a mis amigos muy, pero muy a la buena de Dios. Algunas veces tengo un poco de remordimiento; mi secretario de vez en cuando me pregunta: ¿ha escrito a Cremona? Seguramente, es necesario que escriba, escribiré, y mientras tanto vuelan los días, las semanas, los meses. Tenga, por lo tanto, un poquito de paciencia. Por otra parte, cuando no escribo, diga sin temor a equivocarse: ese pobre hombre de Piacenza es presa de la fiebre de la actividad, conviene perdonarle el aparente descuido de su más querido amigo.[78]

 

 

504.     Escribo dos líneas para augurarle muy felices SS. Fiestas, plenas de la más selecta bendición. Los augurios son para muchos un cumplido, un acto de conveniencia; pero los míos formulados a Usted son una necesidad del corazón, una expresión de altísima estima, de profunda y reverente amistad, de inalterable unión.[79]

 

 

505.     Piense en todo lo que hay de bello, bueno, tierno y sincero y sobreentiéndalo como expresión de mi alma con respecto a Usted.

Dios lo acompañe, lo asista, lo bendiga y satisfaga sus deseos que son también los míos.[80]

 

 

506.     Quédese tranquilo. La fase inicial es dolorosa, sí, pero llena de luz. Dejemos actuar a la Providencia. En cuanto a mí, es inútil que le diga qué haría por Usted, lo que no haría ni para mí mismo. Fastidia esa desorientación que es natural en circunstancias similares, pero ante todo están la justicia y la verdad.[81]

 

 

507.     Los primeros y mejores votos de mi corazón para las santas fiestas navideñas son para Usted, dimidium animae meae [mitad de mi alma]. Nuestras almas están unidas con vínculos misteriosos y también desde lejos se hablan y se comprenden siempre.

Por lo tanto, ya habrá comprendido lo agradecido que estoy por el obsequio de su precioso librito. De salud estoy perfectamente bien, me he sanado casi por encanto, de modo que he retomado mi vida habitual, pero, teniendo presentes las recomendaciones de los amigos y en primer lugar las suyas.

El Señor le conceda una floreciente salud, muy larga vida, toda la más deseada prosperidad, triunfos diplomáticos de primera calidad y en gran cantidad. [82]

 

 

508.     El haber contribuido, si bien un poco pobremente, a las espléndidas fiestas de su jubileo, era ya para mí una de las más grandes satisfacciones, pero Usted quiso esta vez hacerla como príncipe con un obsequio realmente magnífico. Eso es para mí doblemente grato, porque es un obsequio y porque es el recuerdo de uno de los días más hermosos de su vida y también de la mía. Le agradezco desde lo íntimo de mi corazón.[83]

 

 

509.     Si el año pasado por estos días, como Usted dice benévolo, yo fui todo para Usted, puede estar bien seguro que todo para Usted yo soy y seré también en el futuro, aun cuando ciertas inadvertencias prácticas no me gustan. [84]

 

 

"Las almas no conocen distancias"

 

510.     Está bien: veniam damus petimusque vicissim [concedemos el perdón y lo pedimos mutuamente]. Pero también esto no cabe, ya que yo, no tú, necesito disculparme por no haberte dado las gracias todavía, como hago ahora cordialmente por el obsequio y los augurios para mi 25mo. aniversario de consagración episcopal.

Digo alguna disculpa, porque entre almas unidas, como somos nosotros, en la caridad de Jesucristo, muchas cosas se deben sobrentender y yo las sobreentiendo muy fácilmente y así debes hacer también tú. Las almas no conocen distancias, poco necesitan de cartas, ya que también sin ellas, se hablan, se entienden y se ayudan. [85]

 

 

e) EL AMOR POR LO BELLO

 

"Se conserven las obras de prestigio artístico"

 

511.     En nuestra Diócesis existen Iglesias y Oratorios de antiquísima y valiosa construcción, cuadros, pinturas y ornatos con frescos bellísimos; monumentos preciosos que se habrían debido conservar efectivamente con el máximo cuidado, pero que en cambio sufrieron daños no leves, ya sea por falta de las necesarias reparaciones, como por ampliaciones o reestructuraciones realizadas por personas inexpertas.

Por lo tanto, con el fin de impedir nuevos daños en semejantes edificios, mientras se recomienda a los Reverendos Párrocos y a los Consejos de Fábrica, no omitir nada en lo que se requiere para la diligente conservación de los mismos, se les ordena por la presente que en lo sucesivo, si es necesario practicar innovaciones de importancia, pidan primero el consentimiento de este Ordinario, quien para acordarlo solicitará la opinión a expertos en arte y por la cual se sepa con certeza que los nuevos trabajos a realizarse no ocasionarán daños ni en el orden arquitectónico del templo ni en las pinturas de valor que pudiese contener.

Se recuerda también el principio, que los objetos de bellas artes existentes en las Iglesias o en los Establecimientos Eclesiásticos, junto con los ornamentos sagrados forman parte del patrimonio, tanto unos como los otros, y que por lo tanto nadie puede permitirse vender o enajenar esos objetos sin haber obtenido el permiso del Ordinario Diocesano, bajo pena de las censuras eclesiásticas.

Se formula, por lo tanto, un cálido llamado a quien corresponda, para que con todo cuidado se conserven las obras de valor artístico, y se prohíbe rigurosamente que bajo ningún pretexto se permitan enajenar o transportar a otros sitios estos gloriosos testimonios de la piedad y de la grandeza de nuestros Padres. [86]

 

 

"Acrecentar el decoro de la religión, mas también del arte"

 

512.     La fiesta de mi glorioso antecesor Savino (...) me presenta la ocasión favorable para llamar de nuevo su atención, M. R. Sr. Preboste, acerca de la célebre Cripta, de esta Iglesia suya, que se está deteriorando, para que vea, en la actividad de su celo, encontrar la forma de devolverla al culto, y acrecentar así no sólo el decoro de la religión, sino también del arte, del cual esa Cripta es preciosísimo monumento.

Ese hipogeo es un monumento preciosísimo, digno de ser reabierto al público, o por lo menos de ser sustraído de la total decadencia por la que está amenazado. Sería por lo tanto necesario, como Usted ve, protegerlo de la humedad, hacer entrar de nuevo allí el aire y la luz e impedir que se despeguen las piedritas del insigne mosaico que se observan en el piso (...).

Yo no tengo palabras suficientes para expresarle, Sr. Preboste, el interés que me inspira esa Basílica suya. Cuando algunos meses atrás, Dios nos confortaba haciéndonos recobrar los venerados huesos de S. Savino, circundados por pequeñas pero muy antiguas urnas que contenían reliquias de mártires y de Apóstoles, para colocar las cuales el mismo S. Savino había hecho erigir dicha Basílica de los Apóstoles en Le Mose; cuando encontré en el mismo sepulcro del S. Obispo el frasquito con la inscripción: de saguine Sancti Antonini Martyris, un sentimiento de estupor y de alegría yo probé dentro de mí, arcano y muy suave...¿Qué mejor ocasión y más propicia para restituir al culto esa cripta, donde el glorioso Patrono descansó por tantos siglos, rodeado por tantos tesoros?

Yo no dudo, Sr. Preboste, que en una ciudad como la nuestra, tan culta, tan gentil, y que tan vivamente se interesa por las cosas patrias, no le faltarán alicientes, consejos y ayudas, especialmente de parte de aquellos a los que está confiado el muy noble encargo de vigilar por la conservación de los monumentos públicos.

Le digo francamente mi parecer. Sería una verdadera deshonra para nosotros y para todos dejar decaer esa joya tan preciosa que nosotros poseemos y a la que están ligadas memorias tan queridas para la religión y la patria. [87]

 

 

"La Catedral es la casa de Dios y la casa de todos"

 

513.     La Catedral es la casa de Dios y la casa de todos. Ella hace parte del orgullo y la gloria de nuestra ciudad, como fue el orgullo y la gloria de nuestros padres, que, después de haberlo decidido en un sublime impulso de fe y de orgullo ciudadano, prodigaron en ella tesoros para levantarla, para conservarla, y para embellecerla, por más que, repito, no siempre estuvieron inspirados en ese severo gusto por el arte tal como estaba pensado.

La Catedral es el compendio de la vida ciudadana. De aquí partían los estandartes de nuestra Comuna libre; aquí volvían vencedores y vencidos, para agradecer al Dios de las victorias o para sacar nuevas fuerzas de la desventura; aquí se alzaban los Obispos como defensores y vindicadores de los derechos comunes; aquí, desde hace ya nueve siglos, la gente de la ciudad y del campo de Piacenza escuchan la palabra de sus Pastores y reciben su bendición; aquí más frecuente y más solemne que en otras partes se eleva al Cielo el himno del júbilo y la oración de expiación; aquí entre los arcos y las columnas, como entre los brazos de una madre, nos sentimos todos doblemente hermanos.

Yo no sabría concebir una ciudad italiana sin su Catedral; peor una ciudad que, teniendo una bella y majestuosa, la dejase abandonada, lenta, pero segura presa del tiempo, pues querría decir que esa ciudad no estuvo nunca viva en la historia, que en ella está apagada toda centella de ese ardor religioso y civil que inflamaba a los padres.

De Piacenza no se puede decir la primera cosa y no se dirá la segunda. Su historia es tan noble como antigua y su culto por el arte y por las memorias patrias está esculpido aere perennius [más duradero que el bronce] en sus monumentos y en muchos prestigiosos escritos de piacentinos que pusieron el ingenio para ilustrarlos.[88]

 

 

"El arte, hija de la naturaleza, es nieta de Dios"

 

514.     De acuerdo conmigo, han establecido que esta muestra se llevase a cabo en este templo magnífico, como para significar que el arte debe estar en el lugar sagrado como en su propia casa, porque allí nació y creció.

Si la religión es hija predilecta de Dios, el arte también está íntimamente unida a Él. El arte, según la bellísima expresión de Alighieri, como hija de la naturaleza, es nieta de Dios; no sin profunda razón una obra de arte, cuando alcanza los supremos ideales artísticos, en el lenguaje común se le llama divina. El arte que no se irradia como la luz de Dios, no es arte, no representa lo bello, que es esplendor de lo verdadero.

Así pensaba el mismo Alighieri cuando con mente divina escribía: No es luz si no viene del sereno que no se turba nunca...Rafael Sanzio, en un momento de sublime inspiración, pintó a los pies de nuestra admirable Virgen de S. Sixto, ¡hay de mí! ya no nuestra, ese angelito que sobresaliendo de una pequeña nube, casi niño asomado al balcón, con el bellísimo rostro levantado, está inmóvil y pensativo contemplando el cielo.

Y bien, esa estupenda creación bosqueja también ella, maravillosamente, la verdad que en esta fausta ocasión yo me alegro de recordarles: o sea, el arte, para ser verdadero arte, debe tener el ojo siempre dirigido al sol de la belleza eterna, infinita. Al igual que ese ángel, el arte apoyándose sobre la materia, de ella antes purificada y vuelta liviana como blanco velo de nube, mira extasiada el cielo y al cielo eleva los pensamientos y los afectos del hombre, maestra de virtud, poderosa hacedora de civilización y de orden, inspiradora de cándidas y moderadas costumbres, ángel que en los senderos de lo bello divisa las almas en la fuente de los más puros y de los más sublimes ideales. [89]

 

 

"La huella de Dios"

 

515.     ¡Oh madres! Hablemos de Dios a nuestros hijos, aprovechando la ocasión en todo lo que los puede impresionar. Hablemos de Dios a nuestros hijos en el silencio contemplativo de una noche serena, en medio del estruendo del trueno y a lo largo de las costas solitarias del mar.

Hablémosle de Dios cuando sobre el fin de la jornada de otoño, nosotros vemos por medio de los vapores interpuestos, casi a través de un fino velo, aparecer las colinas, los bosques, los valles y todos los objetos, al reflejo de esa melancólica luz, tomar varios colores y diversas formas. Y cuando al caer de la tarde el sonido de las campanas, el ruido lejano de las aguas que caen y el murmullo de las hojas, que dulcemente invitan a la melancolía, hablémosle de Dios.

Y si vemos sus mentes conmoverse y enternecerse frente a los prodigios del arte, a las melodías de la música, al oído de algún hecho glorioso, alguna prueba de otra virtud, ah, ¡no dejemos de hablarles de Dios!

Mostrémosle, en todas las cosas, la huella de la bondad, de la grandeza, de la omnipotencia de Él y de la armonía que al mismo tiempo une y converge las múltiples partes del universo, hagámosle deducir la obligación impuesta al hombre de vivir en armonía con el fin por el cual fue creado (...).

Recuerden, sin embargo, que en el cristianismo el verdadero culto no se restringe a un sentimiento vago, sino que se manifiesta y se mantiene con las prácticas exteriores.

Deben, por lo tanto, precederlos con el ejemplo en el ejercicio de toda obra buena.[90]

 

 

"La música es un arte divina"

 

516.     No es solamente el hombre quien desde la Cátedra habla al hombre de Dios, sino todo lo que en este universo se agita, se ve, se toca y se escucha, tiene una misión divina y sobrenatural para elevarnos a la comprensión y al amor de las cosas celestiales. Lo que hacía exclamar a San León: ¿Y qué hay en el mundo que no sirva como instrumento de la eterna Verdad?  Quid est, per quod Veritas nobis non loquitur? [¿Existe algo, por cuyo medio no nos hablará la Verdad?]

Y más todavía las bellas artes, creación y obra del genio del hombre, nos revelan la Eterna Belleza, de la cual copian sus ideales y logran sus triunfos. Pero más que todas es la música, la que el Cristianismo levantó más en alto y la convirtió en poderosa palanca para elevar a las almas pías a Dios, llevándolas a las regiones del infinito.

La música es un arte divina, porque Dios es una melodía eterna entre las tres Personas de la adorable Trinidad. Cada nota, cada acorde musical es un eco de la armonía cósmica que parece tener su fuente en el Cielo y en la eternidad. Ella recoge los arrebatos, los pálpitos, las aspiraciones, las alegrías y los dolores de las almas y los expone, los interpreta, los hace sensibles, los resume en forma etérea. Las exaltaciones de la victoria y las vergüenzas de la derrota, las explosiones de la cólera y las ternuras del amor, el gemido de los desventurados y los alborozos de los alegres, las lágrimas de las cosas y el grito de los afligidos, todo resume y expresa la música en un lenguaje inefable, purísimo. [91]

 

 

"Viviendo la vida de los Santos: symphonialiter"

 

517.     Miren este órgano, es la imagen de la vida cristiana, como Dios la ha constituido. En el órgano existen mil sonidos diferentes: cada tubo tiene su forma, cada lengüeta tiene su timbre, cada abertura tiene su grandeza, cada juego tiene su variación y cuando todo es movido por un principio inteligente, resultan acordes maravillosos.

Así cada uno de nosotros tiene su vocación, su carácter, sus deberes; cumplámoslos según la voluntad de Dios y todas nuestras obras formarán una armonía celestial, que nos alegrará con gracias supremas.

El universo entero nos invita a ello; él es una armonía infinita, un concierto y será así cuando estemos en perenne paz.

Sea nuestra alma una armonía viviente con Dios, con los hermanos y con nosotros mismos, viviendo así la vida de los Santos: symphonialiter.

Jesucristo es llamado el arte soberano del Padre, la fuente y el manantial de toda armonía, y es en nombre de Jesucristo que yo bendigo este nuevo instrumento musical, haciendo votos para que, así como oiremos en algunos momentos más sus armonías aquí abajo en la Jerusalén terrenal, así seamos todos admitidos en las eternas armonías de la Jerusalén celestial.[92]

 

 

"Sea el alma symphonialis"

 

518.     Hemos escuchado poesías estupendas y música más estupenda todavía. Pues bien, que las flores de la poesía se conviertan para todos nosotros en frutos cada vez más abundantes de buenas obras; que nuestra alma esté siempre llena de la armonía que desciende de lo alto, sea el alma symphonialis, como habla un antiguo Padre; que toda nuestra vida sea como una música, un himno de gloria al Altísimo. [93]

 

 

"Se dé al pueblo la más amplia participación en los cantos"

 

519.     Se dé al pueblo la más amplia participación en esos cantos que la Iglesia le permite, o mejor dicho que desea que él ejecute. ¡Se deje, oh, se deje que él manifieste y desahogue así su piedad y su fe! ¡que encuentre así un alivio, un consuelo en sus luchas en medio de las miserias de la vida! ¿Y qué canto más espontáneo, más imponente y más sublime que el canto al unísono de toda una multitud reunida en el mismo lugar, animada por el mismo espíritu, partícipe de los mismos divinos misterios?

Nuestras espléndidas catedrales, diré con un alma ferviente, nuestras más humildes iglesias parroquiales, donde vive Jesús sacramentado, reclaman los antiguos cantos, los cantos de la fe al que se unían las mil voces; el pueblo de nuestros tiempos necesita abandonar las falsas agitaciones, los gritos ebrios y sediciosos de los días festivos, para volver al pacífico, consolador y puro canto de la Iglesia; el pueblo siente la necesidad que se lo instruya para alabar a Dios y que se le expliquen los sublimes sentidos de los himnos que fueron compuestos para Él; necesita que se le enseñen las dulces melodías de la Iglesia, para participar de los honores y de las adoraciones que se deben a Jesús, encerrado como prisionero en el Santo Tabernáculo por amor al pueblo (...).

Entonces las iglesias no estarán desiertas, entonces las funciones religiosas y solemnes no serán abandonadas, entonces los niños y las niñas aprenderán pronto las melodías eclesiásticas y con ellas el porqué de los ritos y el sentido de los cánticos de la Iglesia; entonces no habrá necesidad de grandes gastos para músicas con frecuencia demasiado largas y carentes de devoción; sino que todos, todos (como se usa en varias parroquias y catedrales de Francia y también de nuestra Italia), posiblemente con su propio libro en la mano, hombres, mujeres, magistrados, nobles, soldados, niños y niñas, reunidos en un solo coro, alternarán con los ministros del altar las alabanzas, las bendiciones, las preces, las adoraciones a Jesús Sacramentado en ese canto aprobado por la Iglesia, modulado según los propios sentimientos, estudiado por niños en las escuelas de canto de la parroquia y parte de ese patrimonio de tradiciones dulces, suaves y queridas, por las que son grandes y benditos los pueblos. [94]



[1] Acción Católica, Piacenza 1896, págs. 5-6

[2] Ibid., págs. 6-8.

[3] Ibid., págs. 12-13

[4] Asociaciones Católicas. Discurso del Santo Padre, Piacenza 1885, págs. 4-7

[5] Acción Católica, Piacenza 1896, págs. 3-5.

[6] Ibid., págs. 13-14

[7] Circular del 07.02.1898, Piacenza 1898, págs. 23-24.

[8] Apertura IV Reunión regional de la Obra de los Congresos, 11.06.1897 (AGS 3028/18).

[9] 1.ra Reunión anual de los Comités parroquiales (1882?), (AGS 3018/18).

[10] Carta a León XIII, 18.06.1896 (ASV-SE. Rub. 100/1899, fasc. 4, Prot. N. 52038).

[11] El socialismo y la acción del clero, Piacenza 1899, (I Edición), págs. 3-4.

[12] Ibid., págs. 6-8

[13] Ibid., pág. 8

[14] Ibid., pág. 13

[15] Ibid., pág. 41

[16] Ibid., págs. 42-43.

[17] Ibid., págs. 43-44

[18] Ibid., págs. 45-47

[19] Centenario de San Luis - Encíclica del Santo Padre - Óbolo del amor filial, Piacenza l89l, págs. 6-9. Scalabrini presenta la Encíclica Rerum Novarum.

[20] Ibid. págs. 9-l0.

[21] Ibid., págs. l0-l2

[22] Carta a los piacentinos, publicada en los diarios locales el 4 de mayo de l898, en ocasión de los motines del lro. de mayo de l898, que en Piacenza se produjeron entre el 2 y el 4 de mayo y provocaron 3 muertos (cfr. Biografía págs. 826-833).

[23] Circular del 22.08.l903. Sobre la Obra pro Mondadoras de arroz cfr. Biografía, págs. 847-852.

[24] Discurso para el VIII Centenario de la Primera Cruzada, 21.04.l895  (AGS 3O18/26).

[25] Ibid.

[26] 1ra. conferencia sobre la emigración, 08.02.1891 (AGS 5/3).

[27] Unión, acción, oración, Piacenza l890, pág. 8

[28] Carta a G. Bonomelli, 0l.11.l886 (Correspondencia S.B., págs. l88- l89).

[29] Id. l6.08.l887 (Ibid., pág. 220).

[30] Carta a León XIII, agosto l882 (Ibid., pág. 66). Para Scalabrini el único camino para resolver la cuestión romana y alejar los daños que ella provocaba a la Iglesia en Italia era la conciliación entre la Santa Sede y el Estado Italiano, que debía prepararse con la participación de los católicos en la vida política, participación vedada por el “non expedit”.

[31] Carta de los Obispos de la Provincia de Módena a León XIII, l887 (AGS 30l9/2), redactada por Mons. Scalabrini. El Documento fue escrito después de la alocución de León XIII sobre la "funesta disidencia" y a la sucesiva circular del Card. Rampolla (cfr. Biografía, págs. 685-688).

[32] Carta Pastoral del l6.09.l895, págs. 2-3.

[33] Carta Pastoral de Mons. Obispo de Piacenza. 15 de agosto de 1881, Piacenza 1881, págs. 5-6. La noche del 13 de julio de 1881 los anticlericales de Roma intentaron tirar al río Tíber los restos mortales de Pío IX, mientras se realizaba su traslado a San Lorenzo al Verano

[34] La Iglesia Católica, Piacenza 1888, págs. 18-22.

[35] Por su regreso de Roma, Piacenza 1882, pág. 15

[36] Católicos de nombre y católicos de hecho, Piacenza 1887, pág. 23

[37] G. Borelli, El Clero católico y las condiciones político-sociales de Italia. Un coloquio con Mons. Scalabrini, Obispo de Piacenza, "El Alba" 15.07.1900

[38] La Iglesia católica, Piacenza 1888, págs. 16-17

[39] El Concilio Vaticano, Como 1873, págs. 204-205.

[40] Intransigentes y transigentes, Bolonia 1885, pág. 5

[41] G. Borelli, op. cit.

[42] Ibid.

[43] Carta a León XIII, agosto l882 (Correspondencia S. B., págs. 65-66)

[44] Carta a G. Bonomelli, 09.l0.1882 (Ibid. pág. 75).

 

[45] Carta a León XIII, 24.06.1886 (ASV-SE, León XIII, Miscelánea, D.D. Albertario, IX, A.).

[46] Intransigentes y Transigentes, Bolonia 1885, págs. 31-33

[47] Carta a un marqués, borrador sin fecha, (AGS 3021/17)

[48] Carta al Card. D. Svampa, 29.11.1903, (cit. por L. Bedeschi, "La Curia Romana durante la crisis modernista", Parma 1968, pág. 225). El XIX Congreso católico nacional de Bolonia, del 10-13 de noviembre de 1903, fue turbado por las polémicas entre el ex-presidente G. B. Paganuzzi y el nuevo presidente G. Grosoli.

[49] Intransigentes y Transigentes, Bolonia 1885, págs. 28-29

[50] Carta a G. Bonomelli, 19.01.1892, (Correspondencia S. B., pág. 292).

[51] Italia en el exterior, Torino 1899, pág. 12

[52] El diseño de Ley sobre la emigración italiana, Piacenza 1888, pág. 46. El "querido amigo" era el honorable Pablo Carcano, diputado socialista, compañero de escuela de Scalabrini en Como.

[53] Homilía de Pentecostés, 1881 (AGS 3016/6).

[54] Homilía de Pentecostés, 1880 (AGS 3016/6).

[55] Carta a León XIII, 26.09.1881 (AGS 3042/2). Por las relaciones entre Scalabrini y Stoppani, cfr. Biografía págs. 700-709

[56] Carta a L. Arosio, 11.03.1884 (AGS 3022/2). El Presbítero Luis Arosio escribió obras de divulgación teológica

[57] Carta al Cardenal Jacobini, 08.04.1883 (Correspondencia  S. B., págs. 120-121). El "cura" que menciona el autor es el Presbítero David Albertario (cfr. Biografía, págs. 562-565).

[58] Carta a G. Bonomelli, 07.05.1882 (ibid., pág. 54). "Esa gente" son los "intransigentes" extremistas.

[59] Id., 25.11.1882 (Ibid., pág. 80).

[60] Id., 30.l2.1882 (ibid., pág. 84)

[61] Id., 01.02.1883 (ibid., pág. 95).

[62] Carta a José Alessi, septiembre 1891 (AGS 3022/12). Mons. José Alessi, fundador de la Escuela de Ciencia de la Religión para los estudiantes universitarios de Padua, fue combatido por los "Intransigentes", pero sostenido por el obispo de Padua.

[63] Carta a G. Bonomelli, 19.02.1882 (Correspondencia S. B., pág. 71).

[64] Id., 06.06.l889 (ibid., pág. 255).

[65] Id., 28.03.1882 (Ibid., págs. 52-53). El "diario" era "El Observador Católico" (cfr. Biografía págs. 704-711). "Devoto sin medida y sin medida libre": así Antonio Fogazzaro definió a Scalabrini

[66] Carta a Mons. G. Boccali, 29.11.1881 (ibid., págs. 4l-43). Scalabrini explica al secretario particular de León XIII los motivos por los cuales debió protestar públicamente contra las ingerencias de "El Observador Católico" en asuntos internos de la Diócesis (cfr. Biografía, págs. 496-531). El "conocido religioso" parece ser P. G. M. Cornoldi, S.J.

[67] Carta a V. Papa, enero l886 (AGS 3043/l). P. Vincenzo Papa era el director de la revista rosminiana "La Sapienza".

[68] Universo Nostro Clero, Piacenza l888, págs. l-2 (Trad. del latín). La circular fue escrita para comunicar el decreto Post obitum, que condenaba 40 proposiciones tomadas de las obras póstumas de Rosmini.

[69] Carta al Card. P. M. Schiaffino, 29.11.l886  (AGS 3026/4).

[70] Carta a G. Bonomelli, 24.01.l897  (Correspondencia S. B., pág. 338)

[71] Intransigentes y transigentes, Bolonia 1885, págs. 30-31. La "opinión particular" era aquella de la oportunidad de permitir a los católicos italianos concurrir a las urnas.

[72] Carta al Card. P. M. Schiaffino, 21.01.1887 (AGS 3020/4). Scalabrini habría querido defenderse públicamente de las acusaciones públicas de haber desobedecido al non expedit (cfr. Biografía, págs. 666-676)

[73] Carta a C. Crosta, 1902 (AGS 3045/4). El comasco P. Clino Crosta fue alumno de Scalabrini y autor de un difundido manual de teología dogmática.

[74] Carta a G. Bonomelli, 19.06.1881, (Correspondencia S. B., pág. 59).

[75] Id., 09.10.1882, (ibid., pág. 76).

[76] Id., 25.04.1883, (ibid., pág. 123).

[77] Id., 17.09.1883 (ibid., pág. 136).

[78] Id., 27.11.1883 (ibid., pág. 139).

[79] Id., 21.12.1883 (ibid., págs. 140-141).

[80] Id., 19.09.1887 (ibid., pág. 223).

[81] Id., 17.04.1890 (ibid., pág. 267).

[82] Id., Navidad 1892 (ibid., pág. 336). A G. Bonomelli le había sido propuesta una misión diplomática en América Central.

[83] Id., 03.12.1896 (ibid., pág. 336).

[84] Id. 21.6.1900 (ibid., pág.361). Las "inadvertencias prácticas" se refieren a la fundación de la Obra de Bonomelli para los emigrados en Europa: Scalabrini no consideraba oportuno que fuese presidida por laicos, tanto más que eran filoliberales (cfr. Biografía, págs. 779-783).

[85] Carta a L. Cornaggia Medici, 21.02.1901 [Archivo Liberiano de Roma]. Mons. Luis Cornaggia Medici ligado por amistad con Scalabrini todavía antes de ser sacerdote escribió, entre otras obras, "Precursores de la Conciliación", Fidenza 1936. Fue canónico de la Basílica de S. María Mayor en Roma.

[86] Circular del 22.03.1879, págs. 1-3.

[87] Carta al preboste de S. Savino, 17.01.1881, publicada en los diarios.

[88] Para Nuestra Catedral, Piacenza 1894, págs. 4-5. La restauración de la Catedral de Piacenza se cumplió en los años 1897-1902.

[89] Discurso para la inauguración de la Exposición de Arte Sagrada, 06.09.1902. La Virgen Sixtina de Rafael, sustraída de la basílica piacentina de S. Sixto, se encuentra en la pinacoteca de Dresde.

[90] Educación Cristiana, Piacenza 1889, págs. 31-35.

[91] Discurso para la inauguración del púlpito y del órgano del Duomo, 04.12.1901 (AGS 8/8).

[92] Para la inauguración de un órgano (AGS 3018/10).

[93] En el Acto académico para el jubileo episcopal 1901, (AGS 3018/13).

[94] Circular del 07.02.1898, págs. 21-22.