Parte III

 

HOMBRE DE LA PALABRA Y PARA LA PALABRA

 

1. PASTOR.. 2

a) Una nueva pastoralidad. 2

b) La visita pastoral 8

c) Predicacion de la palabra. 13

d) Educacion cristiana e instruccion religiosa. 18

e) La familia. 22

f) El domingo, dia de la palabra y del pan. 26

 

2. APOSTOL DEL CATECISMO. 30

a) La primacia de la catequesis. 30

b) La necesidad del catecismo. 34

c) Las escuelas y los maestros de la doctrina cristiana. 38

d) La pedagogia catequistica. 44

e) Un catecismo para todos. 49

 

3  LOS SORDOMUDOS. 50

 

 

 

 

Scalabrini declara explícitamente que sus iniciativas apostólicas más características (catequesis, visitas pastorales, emigrados, sordomudos) no son más que el cumplimiento del mandato misionero de Cristo: "Vayan y enseñen". Es el hombre del kerigma, del anuncio misionero, del Evangelio.

En la diócesis de Piacenza adopta un nuevo estilo pastoral marcado por la intensa predicación de la Palabra y la administración de los Sacramentos, guiado por una "sed ardiente de almas" y caracterizado por el contacto directo con todo el pueblo, de todas las clases, de todos los lugares.

Cinco visitas pastorales efectuadas personalmente en más de 300 parroquias, tres sínodos diocesanos, sesenta cartas pastorales son una prueba concreta de su aspiración a hacerse todo para todos para ganar a todos para Cristo.

Convencido que la instrucción religiosa es el gran medio de la educación cristiana, vuelve a dar a la catequesis la primacía en la evangelización y recristianización de una sociedad en rápida descristianización por el anticlericalismo, el racionalismo y el materialismo. Se hace, por lo tanto, pionero del nuevo movimiento catequístico, llamando al ministerio de la catequesis a millares de laicos, con el objetivo de hacer de los padres los primeros catequistas de los hijos, en el seno de la familia, "iglesia doméstica" en la cual se reza y se lee el Evangelio.

El "¡ay de mí si no evangelizo!" encuentra expresiones realistas en la instrucción de los sordomudos, en el ideal evangélico, no limitado para los discapacitados físicos, de volver a dar el oído a los sordos y la palabra a los mudos, y en la recuperación de la sacralidad de la festividad, día de la celebración gozosa y comunitaria del banquete de la Palabra y del Pan eucarístico

 

 

 

1. PASTOR

 

"Ante todo el bien de las almas" es el objetivo de la acción y de la actividad sacerdotal y episcopal: a la salvación de los hombres están subordinadas elecciones y comportamientos. El apóstol no puede permanecer cerrado en el templo: como el Buen Pastor sale de la carpa, sale de la sacristía, va en busca de las ovejas dispersas en los llanos y sobre los montes, para "predicar a todos a Jesucristo y a éste crucificado", dispuesto a dar la vida, pródigo de todas las fuerzas físicas y morales.

Fides ex auditu, auditus autem per Verbum Christi. Cristo es el Verbo; "la palabra de Cristo no es menos que su cuerpo". "La Iglesia sin predicación sería una utopía, el sacrificio sin la Palabra sería una conmemoración ineficaz".

La instrucción sin la educación es estéril. Papa, obispos, sacerdotes y padres de familia tienen el derecho y el deber inalienable de educar. La familia, segunda alma de la humanidad, es el lugar de la primera educación cristiana. El día festivo es el tiempo de la instrucción y de la educación en la fe: el momento en el cual todas las familias llegan a ser una sola familia y anticipan la Jerusalén celestial.

 

 

a) UNA NUEVA PASTORALIDAD

 

“A los que me diste los he custodiado”

 

302.     Recen también para mí en este día, vigésimo aniversario de mi consagración como Obispo de sus almas, siento más que nunca la carga de la responsabilidad que tengo por ustedes ante Dios. Recen, oh mis buenos y queridísimos hijos, para que El me conceda la gracia de amarlos siempre como los amo, y que, llegado al final de mi vida, al entregarlos a El, yo pueda decirle con serena confianza: ¡Padre, aquellos que me diste los he custodiado, y ninguno de ellos se ha perdido! [1]

 

 

“Ganar a todos para Cristo, he aquí la constante, la suprema aspiración de mi alma”

 

303.     Han transcurrido ya seis lustros, desde que esta elegida porción del rebaño de Cristo ha sido confiada a mis cuidados y por ella deberé un día, que no puede estar muy lejano, rendirle estrictas cuentas a El. ¿Podré yo decirle con frente serena: Señor, los que me diste los he custodiado y ninguno de ellos se ha perdido por mi culpa?

Pensamiento terrible que está continuamente en mi mente, y que me obliga, me incita a reparar con una visita general, diligentísima, las faltas y los defectos de mi no breve gobierno episcopal.

Les anuncio, por lo tanto, hermanos e hijos míos, que he decidido emprender personalmente la sexta Visita Pastoral en todas y cada una de las parroquias de la Diócesis.

Si me fijarse en mi edad, debería ciertamente turbarme; pero es tan vivo en mí el deseo de volverlos a ver una vez más y de dirigirles todavía una vez más mi palabra de pastor y de padre, que toda dificultad me parece insignificante y todo esfuerzo me parece liviano.

Por otra parte no confío en mí, consciente de mis limitaciones, sino en la ayuda del Supremo Pastor, Jesucristo; de El que iba a las ciudades y a los poblados, evangelizando y sanando toda enfermedad entre el pueblo, y que, luego de haber mojado con sus sudores la tierra, dio por sus amadas ovejas la sangre y la vida.

En el nombre de Dios, por lo tanto, vendré a ustedes, queridísimos; y vendré para anunciarles Su voluntad, para recordarles las verdades eternas, para prevenirlos del veneno del error, para corregir abusos, si los hubiese, para reconducir al redil a la ovejita perdida, para invocar sobre la cabeza de sus hijos las bendiciones del cielo, para rezar con ustedes por el eterno descanso de sus queridos difuntos, para llevar a todos los consuelos del espíritu y animarlos al bien.

Seré feliz, si al terminar la visita pudiere, en verdad, repetir con el Apóstol: "Me hice todo a todos para ganar a todos a Cristo".

Ganar a todos a Cristo, he aquí la constante, la suprema aspiración de mi alma. [2]

 

 

“Por sobre todo, el bien de las almas”

 

304.     Hizo, sin embargo, muy bien en decir con claridad las cosas, tal como son, y no me ofende por nada que haya enviado alguna de mis cartas allá, donde creyó oportuno enviarlas, ya que Usted sabe que yo no tengo ningún secreto con mis superiores. Solamente mi amor propio se resiente un poquito, tratándose de cartas confidenciales a un amigo del corazón como es Usted, y por eso escritas un poco a la buena de Dios.

Por lo demás, la verdad, la justicia, el bien de las almas por sobre todo, he aquí mi ambición y la suya.

No nos desanimemos, querido amigo, calma, fortaleza y oración; fija la mirada en Jesucristo y confiados solamente en El. [3]

 

 

305.     Le he escrito varias veces y siempre fuerte y alto, quizás demasiado alto, a quien, lo sabemos. Hasta le he dicho que pronto deberá presentarse ante Dios, al que deberá darle cuentas del ejército de almas, que se va perdiendo y de los dolores inefables causados a los Obispos, que ya no tienen más libertad ni de palabra ni de acción, porque están abrumados por la intromisión de los laicos envalentonados y premiados por quien debería frenarlos; y por el mismo partido farisaico, tolerado, y más, favorecido, por el hecho que se va descomponiendo el orden jerárquico instituido por Jesucristo etc. etc. (...). Yo sigo mi camino profundamente persuadido que los obispos fieles y obsequiosos no son ya aquellos que, por respeto mal entendido, fomentan ciertos engaños y quizás los aprovechan, sino aquellos, y son pocos, ¡pobres zonzos!, que sacrifican su paz, su porvenir y todo, para que el Santo Padre se dé cuenta del engaño y la Iglesia se vea libre de las consecuencias desastrosas de los errores. [4]

 

 

306.     Desafortunadamente las cosas van mal, y muy mal. ¡Todos lo ven, y nadie piensa en el remedio! ¡No hay que esperar nada más que en Dios! Ahora que ni siquiera las trompetas más sonoras bastan para despertar del sueño a los que duermen, y derrumbar las últimas ilusiones, dejemos que actúe un poco él. Nosotros sigamos adelante tranquilos y pensemos en salvar el mayor número de almas que podamos. No puede faltarnos el amor de los buenos y la recompensa de Dios.[5]

 

 

307.     Para mí... non est salus nisi a Domino. ¿Hacernos frailes, hacernos Savonarola? La primera sería cosa buena para quien tiene verdadera vocación; gloriosa, la segunda para quien se anima a tanto; pero lo mejor será, quizás, no hacer nada; preocuparnos con el mayor empeño posible por promover la gloria de Dios y el bien de las almas, seguros que si scimus tacere et pati videbimus auxilium Domini.

Mientras tanto, trabajemos, recemos y esperemos tiempos mejores. [6]

 

 

“¡Señor, ten piedad del Pastor, piedad del rebaño!”

 

308.     Hijos míos queridísimos, escuchen la voz de quien no busca, no desea, no quiere más que el bien de ustedes. Muchas veces les dije, y me resulta dulce repetirlo, que la fe, la piedad, el devoto y sincero apego a la Iglesia por parte de ustedes, es para mí incesante objeto de consolación y alegría; sin embargo yo no puedo disimular, debo decírselos por deber de conciencia, ¡ay de mí si callara! el mal está también entre nosotros y es bastante grave. ¡Oh Piacenza! ¡oh ciudad predilecta, piensa en la fe de tus padres; y ve cómo has decaído de la antigua grandeza! ¿Quién te traicionó? ¿quién te redujo así? Ya que yo veo dentro de tus muros muchos que viven olvidados de todo deber que les impone la fe, que la ultrajan con satánicas blasfemias, que ofenden continuamente a Dios con una vida totalmente pagana, que profanan sus días santos, que se dedican a la lectura de libros y diarios blasfemos, que obstaculizan a la Iglesia y a sus fieles Ministros, que se dejan transportar como niños por todo viento de doctrina, con tal que les sea anunciada con gravedad charlatana y con ignorante orgullo por hombres astutos y turbulentos. ¡Oh! ¿qué hacen hijos míos? ¿Son éstas quizás las obras de la fe de ustedes? ¿es así como responden a los beneficios que generosamente les otorgó el Cielo? ¡Vergüenza de ustedes, vergüenza de su ciudad! ¿No ven que obrando de esta manera se vuelven con loca soberbia contra el Omnipotente, que entristecen sus Santos Patronos y la misma Madre de Dios y madre de ustedes María Santísima?

¡Oh Señor, escucha el gemido de mi alma profundamente amargada! ¿Por qué me conservaste tú en este tiempo de aberración y de delito? ¿Cuándo terminarán estos días de turbaciones y de profanaciones sacrílegas? ¡Oh Señor, ten piedad del Pastor, piedad del rebaño! No faltan sin embargo, en medio de los dolores, los consuelos. Es consuelo, oh mis queridos, el pensamiento de que allá arriba hay quien tiene en cuenta todo lo que padecemos, y que antes que nosotros fue padecido por nuestro divino Jefe y Maestro. Es consuelo, o mejor dicho, es bálsamo suavísimo, la conciencia de sufrir por la justicia, y de sufrir sin odio, al contrario, con amor por quien nos persigue, para que se convierta y viva. [7]

 

 

“Esos pastores son necesarios en nuestros días”

 

309.     El párroco, como bien saben, es el deudor de todos, siempre listo a ayudar a todos. Pero se deben evitar dos excesos opuestos. Hablemos prácticamente, como conviene a un padre. Algunos se dedican tan intensamente a la salvación de los demás, que pierden poco a poco el espíritu y terminan por perderse a sí mismos sin ganar a los demás. Recuerden que podrán beneficiar a los demás sólo en la medida en que se beneficien a sí mismos. Por lo tanto, ante todo, cultiven la piedad, porque "pietas ad omnia utilis est" pero especialmente para las obras del ministerio. Mediten las palabras de Cristo Señor: "Sicut palmes non potest ferre fructum a semetipso nisi manserit in vite, sic nec vos nisi in me manseritis" [“Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece en la vid, tampoco ustedes si no permanecen en mí”] (Jn. 15, 12). Por lo tanto, no se descuiden nunca a sí mismos, sino que sean solícitos de la propia santificación (...).

Otros, en cambio, se establecen en su casa parroquial, como los comerciantes en sus negocios. Si son requeridos están de inmediato a disposición; tampoco descuidan la instrucción de los fieles presentes; pero por el resto no están movidos por ningún celo. No piensan en las necesidades ni en los peligros de sus ovejas: descuidan por prudencia inoportuna, pusilanimidad o indolencia los medios necesarios. Estos hombres se pueden parangonar con las banderas izadas bien a la vista sobre los torreones, que no ondean ni se encrespan por el soplar de los vientos. De ello habla el Profeta: "Nihil patiebantur super contritione Israel" [“No se afligen por la ruina de Israel”] (Am. 6, 6). No tiene que ser así la vida de un pastor. Recuerden bien lo que mandó el padre de familia a su siervo "Exi in viam et saepes et compelle intrare" [Ve a los caminos y a lo largo de los cercos, e insiste a la gente para que entre] (Lc. 14, 21-24).

Esos pastores, llenos de celo, son absolutamente necesarios en nuestros días. [8]

 

 

“Salgan de la sacristía, pero salgan para santificar”

 

310.     Ustedes primeramente, Venerables hermanos y cooperadores míos queridísimos, fortalézcanse cada día más en el espíritu de su vocación. Continúen animosos en sus tareas parroquiales, que no deben ser premiadas por el mundo, sino por Aquel que los ha llamado al inestimable honor de revestirse de su divina Persona en la obra de salvar a las almas. Redoblen la actividad y la vigilancia, hablen claro y hablen alto, a fin de prevenir a al rebaños de ustedes de las artes de los seductores. Especialmente en este tiempo promuevan con todo celo en el pueblo la instrucción y la piedad. Salgan, como hoy suele decirse, de la sacristía, pero con el corazón y la mente llenos del Espíritu Santo; salgan para santificar. Los sacrificios del santo ministerio de ustedes son grandes, grandísimos hoy ya que el mismo ministerio está tan obstaculizado por toda clase de impedimentos, pero los sacrificios, hasta el más leve, están todos contados allá arriba. ¡Por lo tanto, paciencia y coraje! [9]

 

 

“¡Salgamos de nuestras carpas!”

 

311.     Hoy, como expresa un insigne literato moderno, no se admite más que nos quedemos perezosos en nuestras casas suspirando o llorando, cuando el fuego de la incredulidad y de la inmoralidad se dilata y amenaza con destruir (como el fuego humano puede hacer) el arca de la fe en nuestras comarcas. Salgamos, por lo tanto, de nuestras carpas; y ante todo recordemos que no tenemos otras armas que la fe y la caridad. Con estas armas entremos, según las leyes civiles y la conciencia de católicos nos permitan, en la vida pública, sin mirar las facciones políticas; dispuestos a morir antes que hacer jamás pactos con lo que es falso e injusto. Entremos en la vida pública, no como enemigos del poder constituido, sino como incansables adversarios del mal, dondequiera él esté; entremos como hombres de orden que sepan, siguiendo el ejemplo de Cristo y de su Iglesia, tolerar también el mal; pero aprobarlo o hacerlo nunca. [10]

 

 

“La visita Pastoral y la celebración del Sínodo”

 

312.     Ustedes son nuestro gozo y nuestra corona; ni peligro de catástrofe, ni violencia de circunstancias inesperadas, ni tribulaciones de ninguna especie, podrán jamás separarnos de ustedes; y con Jesucristo, Pastor eterno de nuestras almas, podamos nosotros decir con verdad cuando sea el tiempo: Padre, a los que me diste los he custodiado y ninguno de ellos se ha perdido (...).

La maldad de los tiempos, el desorden de las pasiones, la audacia de los partidos (¿ de qué nos sirve hacernos ilusiones?), produjeron en otras partes gravísimos males y no dejaron intacta a nuestra Diócesis (...).

Un cierto espíritu de egoísmo y de interés se esfuerza por invadir también las clases menos pudientes y empujarlas a ganancias ilícitas. ¿Qué más? La generación que está creciendo está deslumbrada por mentiras ridículas y se estudia todo camino para arrancarla, si fuese posible, de todo yugo, menos el de las pasiones. ¡Ah, nosotros atravesamos un período de historia, que podría resultar fatal para la salvación de muchos! y nos preocupa en lo más vivo del alma que todos nuestros buenos hijos puedan librarse de todo lazo en este siglo tenebroso, puedan mantenerse constantemente en el camino de la verdad y de la justicia. Ello sucederá sin duda, oh muy queridos, si la fe no cesa de reinar en sus corazones; si en cada ocasión se mantienen dóciles a los cuidados maternos y a las prescripciones de la Iglesia; si piensan siempre que un día no valdrán para nada los aplausos del mundo, la protección de los grandes, las riquezas acumuladas, en perjuicio de la caridad; sino que sólo un alma sin pecado, una conciencia recta y justa ante Dios, una vida entregada y llena de buenas obras tendrán derecho a la recompensa eterna (...).

A ustedes, hermanos, pupilas de nuestros ojos y apoyo en nuestra debilidad, no les haremos más recomendación que ésta: lean y mediten asiduamente, sin cansarse nunca, todo lo que, con el común acuerdo de ustedes, hemos prescripto en el Sínodo, que hace poco vio la luz, siendo nuestra intención que entre en pleno vigor para toda la Diócesis el próximo 15 de octubre.

Cuanto más uniformen su conducta a este código, tanto más se santificarán ustedes y santificarán a los demás, y atraerán sobre los demás las bendiciones de Dios (...). La sagrada Visita Pastoral y la celebración del Sínodo, he aquí por lo tanto, Venerables Hermanos y Queridísimos Hijos, dos gravísimas e importantísimas obligaciones de nuestro Ministerio Pastoral, con la ayuda de Dios, felizmente cumplidos. [11]

 

 

 

“Sin perdernos en el pasado, más bien preparando el porvenir”

 

313.     Mil gracias por la atenta y edificante carta. Me parece que el Espíritu Santo le ha concedido el sensum Christi para conocer tan pronto y tan bien el estado de su Diócesis.

El clero que vive aislado en la montaña, en general, es bueno, sin pretensiones, devoto al Obispo. Más que correcciones y actos autoritarios, necesita que se lo estimule amorosamente a practicar el bien según los tiempos. No tendrá aflicciones de su Clero, hablo, lo repito, en general. Sí, venerable cohermano, es necesario, sin perdernos en el pasado, más bien preparando el porvenir, volver a despertar en la generación que está creciendo el espíritu cristiano, medio arruinado en gran parte por los adultos. Cosa no demasiado difícil, si Dios le concede la gracia de hacer lo que medita.

Por medio de los jóvenes reunidos en los oratorios, podrá hacer penetrar la onda religiosa de espíritu cristiano en las familias. Estas son siempre muy sensibles al bien que se hace a sus hijos. Curar a los niños y a los enfermos, he aquí los dos medios para ganar todo para Dios. Es lo que repito a los párrocos de mi Diócesis. [12]

 

 

“Instaurare omnia in Christo”

 

314.     Es absolutamente necesario poner a Dios a la cabeza de la sociedad; conducir a los hombres a Jesucristo, camino, verdad y vida; llamarlos a la Iglesia, madre, maestra, tutora y vindicadora de todo derecho y de toda legítima autoridad; es necesario educar cristianamente a la juventud, santificar a la familia, restablecer las prescripciones y costumbres cristianas, el equilibrio entre las diversas clases sociales, caminar en la profesión franca y abierta de la fe, ejercitarse en toda obra de caridad, sin ningún cuidado para sí mismos ni por ventajas terrenales; es necesario, en una palabra, restaurar todo en Cristo. Aquí está el remedio para nuestros males; aquí, sólo aquí está depositado el secreto de esa grandeza y de esa fuerza que valen para asegurar la paz y la prosperidad, tanto de las familias como de las naciones. [13]

 

 

“Estaría dispuesto también al sacrificio de la vida”

 

315.     No continúen abusando de la bondad, paciencia e indulgencia divina, y no se sigan ilusionando aún más. Despiértense de su sueño de muerte, vuelvan a entrar en sí mismos, vuelvan a la conciencia, reconcíliense con Dios. Esta es la oración de su pastor y padre que sinceramente los ama. Tengan, oh mis queridos, piedad de ustedes mismos. Teman, ¡oh! sí, teman que llegue el día, en el que para extremo infortunio de ustedes, busquen tiempo para la penitencia sin poder hallarlo. Si hoy escuchan la voz del Señor, actúen y actúen pronto. ¿Les asusta quizás el número y la gravedad de las culpas? ¿o temen que Dios, tan ofendido por ustedes, no esté dispuesto a recibirlos amorosamente? ¡Ah! Pero si yo, mísera criatura, desprovisto, como soy, de toda virtud, ahora me desvivo por el bien de ustedes, que hasta me parece estaría dispuesto al sacrificio de la vida, con tal de verlos regresar a la casa de su Padre celestial, ¿cómo no deseará El estrecharlos en su seno, El que es el Dios bueno, clemente y misericordioso, El que declara no querer la muerte del pecador, sino que se convierta y viva? ¡Animo por lo tanto! Venzan todo temor, oh queridos, y estén seguros de la ayuda divina.

Hechos de nuevo amigos de Dios, herederos del paraíso, gustarán en esta vida la paz de los justos y en la otra la alegría de los elegidos. [14]

 

 

b) LA VISITA PASTORAL

 

“Vendremos a predicarles con toda simplicidad a Jesucristo, a Jesucristo crucificado”

 

316.     No esperen de nosotros sublimidad de lenguaje, artificios de sabiduría humana; vendremos a predicarles con toda simplicidad a Jesucristo, a Jesucristo crucificado; a Jesucristo que es el Camino, la Verdad y la Vida; a Jesucristo, sin el conocimiento del cual en vano nos esforzaríamos para alcanzar la salvación; a Jesucristo, su inmensa Caridad, sus Misterios, su Doctrina, el magisterio infalible de su Iglesia, he aquí lo que vendrá a animar, a acrecentar nuestra fe. ¡Oh la fe! ¡Cuánto, oh hijos muy queridos, les debe preocupar! (...).

Nosotros, por lo tanto, nos preocuparemos, como es nuestro deber, de despertar en todos ustedes la fe; esa fe viva y operante por la cual los santos vencieron al mundo y subieron al reino, esa fe que aniquila las fascinaciones de la carne y de la sangre, que disipa con su luz las tinieblas de la razón humana, que hace ver las cosas no como aparecen, sino como son en la realidad; esa fe que nos sirve de escudo y coraza para resistir y para combatir como valientes contra los principios de las tinieblas y contra las iniquidades; en fin, esa fe que, como alimento cotidiano, corrobora en la gracia todas las potencias del alma y forma, según el decir de San Pablo, la vida del justo: justus ex fide vivit. [15]

 

 

“En el nombre de Dios vendremos a ustedes”

 

317.     Alentamos, por lo tanto, la firme confianza en que el rocío del Cielo caerá abundante para fecundar los humildes esfuerzos nuestros y de ustedes, oh Venerables Hermanos; de manera que en la ilustre Iglesia de Piacenza se vean en breve florecer con renovada belleza la pureza de las costumbres, la modestia, la religión, la paz y ustedes especialmente puedan esparcir a su alrededor el buen olor de Cristo. Sí, una firmísima esperanza nos sostiene y nos promete, de la visita pastoral que estamos por comenzar, el despertar del sentimiento católico, la observancia de los días festivos, el respeto debido a los sagrados templos, la participación en las solemnidades de la Iglesia, a los Sacramentos, a las Escuelas de la Doctrina Cristiana; el apego a la gloriosa e Infalible Sede de Pedro y a su dignísimo Sucesor, el Gran, el Angelical, el Inmortal Pío IX; finalmente la Caridad, vínculo de perfección, alma del alma, germen y fundamento de toda virtud cristiana.

En nombre de Dios, sin confiar nada en nuestras débiles fuerzas, sino esperándolo todo de la gracia de su Santo Espíritu, nosotros iremos, oh Hijos muy deseados, esperando todo bien para vuestra salud de parte de Nuestro Señor Jesucristo, que es el apoyo de los Obispos de su Iglesia; es la antorcha que los ilumina; es el fuego que les da calor, que les comunica la palabra de vida, que los anima a anunciarla a los pueblos, sin vacilación, sin temores, con toda franqueza.

Felices nosotros, si se nos concede de consumar de ese modo nuestra carrera y de poder dar así testimonio del Evangelio de la gracia (Hch. 20, 24) santificándolos a todos y viviendo mientras tanto en continua y temerosa espera del tremendo Juicio de Dios. [16]

 

 

“El más dulce de los consuelos”

 

318.     A fin de disponer convenientemente a los fieles para esta sagrada visita, ordeno que la misma sea precedida en cada parroquia por un curso de ejercicios espirituales o por lo menos por un triduo de predicación extraordinaria.

Nada escatimen, mis venerables cooperadores, para que yendo yo pueda dispensar a todos mis hijos el pan de los ángeles, a todos, desde los niños de la primera Comunión hasta aquellos que están en el umbral de la eternidad, a todos, sin excepción.

Será ésta, hermanos e hijos míos, la más querida, el más dulce de los consuelos que ustedes podrán procurar a su Obispo en medio de los incesantes cuidados y graves preocupaciones de su ministerio pastoral.

Encomendándome nuevamente a sus oraciones y apresurando con los votos más fervientes el momento de abrazarlos a todos en Jesucristo, les imparto con la efusión del afecto más tierno la pastoral bendición. [17]

 

 

“Estoy aquí para hacerme todo para todos”

 

319.     Vayan, dijo Jesucristo a sus Apóstoles, prediquen a todas las gentes, enseñándoles a observar todas las cosas que yo les he prescripto: docentes eos servare omnia quaecumque mandavi vobis. Y los Apóstoles, obedientes a esa voz, fueron de ciudad en ciudad, de aldea en aldea, de pueblo en pueblo, en todas partes donde hallasen seguidores del Crucificado, para llevarles a todos la luz de la verdad y la vida de la gracia.

Sucesor, si bien indigno de los Apóstoles, aquí me tienen otra vez entre ustedes, hijos muy queridos y deseados. ¡Oh, con qué agrado los vuelvo a ver después de tantos años! Recuerdo todavía con vivo placer las pruebas que me dieron de su bondad la primera vez que puse los pies en esta insigne aldea y han querido renovar esas pruebas saludando mi llegada entre ustedes con signos de intensa alegría. Les agradezco, queridos hijos, y les agradezco en nombre de Jesucristo del cual yo no soy más que el humilde representante. No contemplen en él al hombre, que está demasiado débil y enfermo, sino perciban sí a quien él representa y en cuyo nombre él habla, en cuyo nombre él opera, y cuyas gracias él está dispuesto a dispensarles sacándolas de los tesoros de la Iglesia (...).

Yo he venido aquí para traerles la paz, para bendecir vuestras (sus)familias, vuestros comercios, vuestros campos, la tumba de vuestros muertos. Estoy aquí para hacerme todo para todos: para hablar a los adultos con el corazón lleno de paternal afecto; para invocar el Espíritu Santo sobre la cabeza de los niños en la Confirmación: para consolar a los afligidos, para promover en toda forma la gloria de Dios y la salvación de las almas. [18]

 

 

“Las almas de ustedes me son tan queridas para mí como mi propia alma”

 

320.     Con la conciencia tranquilizada, con la recuperada paz del corazón, fortalecidos en la Mesa del Cordero divino, les resultará dulce, oh hijos míos queridos, unirse a su Obispo en las santas ceremonias religiosas que él irá celebrando. Nosotros iremos juntos, allá donde reposan las cenizas de sus queridos padres, de los hermanos, de las esposas, de los hijos, de los parientes, de los amigos, de todos sus paisanos, y, postrados sobre esos sagrados terrones, entre el melancólico y sublime silencio de las tumbas, imploraremos a Dios el eterno descanso para sus pobres difuntos.

Ustedes padres, llevarán luego a la iglesia a sus hijos, para que yo signe sus tiernas frentes con el sagrado Crisma y haga descender sobre ellos el Espíritu Santo para que los colme con sus múltiples dones, con el fin de que no sean contaminados y arruinados por la corrupción.

Interrogados sus hijos por mí, oh padres, sobre las cosas que cada cristiano debe saber para ser digno del nombre que lleva y para salvarse, les resultará grato escucharlos responder satisfactoriamente, como espero, a mis preguntas. Si alguno de sus hijos mostrara necesitar mayor instrucción, ustedes harán en su corazón, en presencia de Dios, el santo propósito de velar en lo sucesivo con mayor solicitud por su instrucción religiosa, acompañándolo siempre al Catecismo. . .

¡Oh qué santa jornada será para todos ustedes, mis queridos, la que pasarán en compañía de su Obispo siempre, no quiero dudarlo, que la pasen en la alegría del Señor y en oración! ¡Procuren que yo pueda luego tener consuelo en el pensamiento que también esta vez mi Visita hizo un poco de bien a sus almas, a sus almas que son tan queridas para mí como la mía propia. Yo busco solamente las almas, quiero las almas de mis hijos y que ninguna de ellas se pierda! [19]

 

 

“Conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí”

 

321.     Puesto por el Espíritu Santo, aunque sin merecerlo, en el gobierno de esta, por tantos motivos, ilustre y gloriosa Diócesis de Piacenza, no tuve otra preocupación, Venerables Hermanos y Queridísimos Hijos, que ocuparme de ustedes y de la salud de sus almas, y para obtener esto, Dios es testigo, daría gustoso, si fuese necesario, la sangre y la vida.

Demoraba ya demasiado para el corazón amoroso del padre el ver con sus propios ojos a sus hijos; demoraba ya demasiado para la solicitud del pastor el conocer de cerca todo su rebaño. ¡Alabado sea el Señor! Por fin nuestros deseos se han cumplido.

Ahora puedo decir, que no hay sitio, ni siquiera remoto, de esta mística viña que no conozca plenamente; puedo, siguiendo el ejemplo del príncipe y modelo de los pastores Jesucristo, repetir con toda verdad: Conozco a mis ovejas y mis ovejas me conocen a mí; puedo afirmar lo que San Pablo deseaba poder decir a los fieles de Roma: con gozo yo vine a ustedes por voluntad de Dios, y con ustedes me consolé. [20]

 

 

“En ustedes he encontrado el consuelo de la fe”

 

322.     Me reconfortó, en fin, haber encontrado en ustedes, queridos Hijos, esos consuelos que tanto apreciaba el Apóstol, los consuelos de la fe (...).

Prueba de esta fe fue, ante todo, el ver acudir a los tribunales de penitencia y acercarse a recibir de mis manos el Sacramento Eucarístico, a personas de ambos sexos, de toda condición y grado, niños y niñas (...).

Prueba de fe fue el empeño vivísimo que pusieron todos para participar de las oraciones públicas, dejando gustosos sus trabajos y sus comercios; en asistir devotamente a las sagradas ceremonias; en escuchar con avidez religiosa la Palabra divina, que muchas veces al día, en las parroquias, en los oratorios públicos, y en cualquier ocasión propicia, no omití anunciarles con libertad evangélica y con toda simplicidad, paternalmente, amonestándolos a mantenerse firmes en la fe y a caminar en forma digna de Dios, agradándole en todas las cosas, produciendo frutos de toda obra buena y creciendo en la ciencia de Dios.

Prueba de fe fue la paciente habilidad que descubrí en todos los maestros y las maestras de la Doctrina Cristiana, para infundir en los niños, con los primeros rudimentos de la fe, el santo temor de Dios; la sabia preocupación de los buenos padres para enviarlos con este fin a la iglesia, el traerlos a mí con verdadera alegría para que fueran signados con el santo crisma por la marca de los fuertes.

Prueba de fe fue el que haya yo encontrado las Iglesias generalmente o restauradas o embellecidas, o en vías de construcción, por la espléndida liberalidad y por los piadosos donativos de los fieles, que unidos a sus pastores, celosos y solícitos del decoro de la casa de Dios, no ahorrando sacrificios, las proveyeron también de enseres, de ornamentos sagrados, de obras preciosas, de nobles trabajos.

Prueba de fe fue, finalmente, venir a mi encuentro con grandes fiestas en cada población que iba visitando; el postrarse devotos a mi paso para recibir la bendición; el acompañarme por largo trecho a mi partida, muchas veces a pesar de la aspereza y de las dificultades de los senderos, del arreciar de las lluvias, de las crecidas de los torrentes, de la intemperie y las inclemencias de la estación.

Finalmente, con ánimo grato recordemos la ayuda tan eficaz que, con su admirable laboriosidad y sumisión, me prestaron continuamente los incansables hijos de San Vicente de Paul, precediéndome en casi todas las trescientos sesenta y cinco parroquias de la Diócesis, como Ángeles de Dios, para prepararme el camino, para dar a nuestro pueblo la ciencia de la salud para la remisión de sus pecados. El fruto verdaderamente copiosísimo, que recogí de la Sagrada Visita, a ellos se lo debo en su mayor parte; lo debo a estos dignos operarios del Evangelio; como lo debo además al Clero sea regular como secular, que ejercieron en la misma fausta ocasión el santo Ministerio de la Palabra. [21]

 

 

“Por tercera vez he visitado la Diócesis

 

323.     Por tercera vez, según las posibilidades, he visitado la Diócesis, inspeccionando 308 parroquias; he administrado muchas veces en el año el Sacramento de la Confirmación, he predicado la Palabra de Dios y he cumplido todos los deberes de Obispo.

Durante esta tercera Visita Pastoral he subido al Monte Penna que se levanta a 1700 metros sobre el nivel del mar. Esas cumbres alpestres están habitadas durante nueve meses en el año por alrededor de trescientos obreros, extremadamente pobres, que cortan la leña, cuecen el carbón y hacen otros trabajos similares; habitan al reparo de encinas seculares, protegiéndose de la intemperie bajo sus ramas y no gozan nunca o casi nunca de la asistencia espiritual de un sacerdote. La única casa rústica allá existente se transformó durante ese tiempo en palacio episcopal y catedral. Permaneciendo allí cuatro días, alenté con la palabra y las obras de piedad esa porción abandonada de mi rebaño que me alegró mucho con la simplicidad de la fe y de las costumbres. Verdaderamente, Eminentísimos Padres, donde falta la obra de los hombres, sobreabunda la gracia de Dios en favor de los fieles que buscan a Dios con corazón puro y buena voluntad.

Consagré veintiocho iglesias, algunas de las cuales totalmente nuevas, otras restauradas y embellecidas. Bendije además 18 conciertos de campanas subiendo, la mayoría de las veces, a los campanarios.

Había urgente necesidad de proveer a muchas parroquias rurales de cementerios adecuados y decorosos según las prescripciones de la ley. Todas las veces que se dio la oportunidad, no omití presentar el tema a la autoridad civil tanto en público como en privado: y no en vano, ya que en este trienio bendije 35 cementerios nuevos, adecuados y dispuestos según las prescripciones canónicas y sinodales [22]

 

“Un trabajo superior a mis fuerzas”

 

324.     Al regreso de la Visita Pastoral, después de una ausencia de varias semanas, encuentro aquí su gratísima carta. La anhelaba desde hace mucho tiempo y podrá imaginar el placer que me produjo. Me alegro de que se encuentre bien. Yo también, gracias a Dios, gozo de buena salud, no obstante los continuos esfuerzos. En tres semanas visité 20 parroquias en las más altas montañas, recorriendo a caballo varios centenares de millas. ¡Qué bien se está entre esa gente llena de fe, lejos de los alborotos y chismes del mundo!

Volveré a salir en esta semana hacia Borgotaro y continuaré las visitas durante todo el mes de julio.[23]

 

 

325.     Es esta la 123 Parroquia que visito este año; es cosa casi de locos; pero quiero recuperar el tiempo perdido el año pasado. Mi salud, gracias a Dios, es óptima. Me dicen que rejuvenezco: sí, la juventud de la flor, que nace por la mañana bella y llena de vida y por la noche está ya marchita. Pero poco importa, con tal que se llegue hacia donde nos hemos encaminados. [24]

 

 

326.     Pretender no tener incomodidades a nuestra edad, es un tanto demasiado. El organismo se deteriora y nos acercamos a grandes pasos al último paso. Mientras tanto se habla, se predica, se escribe, se cabalga, se recorre, se transpira, se trabaja para hacernos propicio por lo menos el Señor.[25]

 

 

327.     Con vivísima alegría recibo aquí, donde me encuentro en Visita Pastoral, su muy atenta carta del 2 del corriente y le agradezco su afectuoso recuerdo corde magno et animo volenti. Estos chapuceros de los periodistas me pintaron casi moribundo, mientras mi indisposición fue sólo una fiebrecilla de 24 horas, que me sorprendió justamente al regresar de una visita muy cansadora a las parroquias del alto Apenino. Fueron excesos de todo tipo, que pagué con tres o cuatro días de descanso y luego volví a retomar mis carreras. No sé moderarme, ni puedo adaptarme al pensamiento de cambiar de sistema, sin embargo deberé hacerlo.

Los años pasan, 64; los trabajos se hacen sentir; las necesidades son cada vez más graves; la marea socialista sube y todo me persuade y me impulsa a un trabajo superior a mis debilidades físicas y morales y adelante in nomine Domini hasta que pueda. [26]

 

 

c) PREDICACION DE LA PALABRA

 

“El Verbo divino se hizo Hombre y vino, inefable Palabra, para hablar a los hombres

 

328.     La palabra de Dios, hijos queridísimos, debemos ante todo escucharla. ¿Y por qué? Justamente porque es Palabra de Dios; porque es Su Palabra, la de nuestro creador, nuestro legislador, nuestro soberano, nuestro maestro, nuestro dueño, nuestro padre; porque Su Palabra es sobre todo la verdad, verdad por esencia, verdad absoluta, verdad suprema, inmutable, eterna; porque después de la SS. Eucaristía, no hay nada sobre la tierra que pueda igualar la excelencia, la nobleza, la santidad, la grandeza de esta misma palabra.

Desde toda la eternidad, nos dicen los libros santos, Dios, contemplándose, pronuncia una palabra, y esta palabra, vasta como su inmensidad, infinita como su ser, eficaz como su omnipotencia, es la expresión viva, sustancial, adecuada de todo lo que El es, es su Verbo, es la Segunda Persona de la augustísima Trinidad. Este Verbo divino se hizo hombre y vino, palabra inefable, para hablar a los hombres la palabra de vida eterna. [27]

 

 

“La palabra de Dios es de igual necesidad que la fe”

 

329.     La fe, oh mis queridos, es el más precioso de todos los tesoros, la fuente de todas las gracias, el fundamento de todas las virtudes, la raíz de nuestra justificación, la puerta del cielo. ¿Pero cómo se puede obtener esta fe? Mediante la palabra de Dios. Lo enseña expresamente el Apóstol diciendo: “¿Quién es que, invocando al Señor, alcanzará la salvación? Aquel que en primera instancia haya creído. ¿Pero cómo creerá la verdad de la fe, si no es instruido? ¿Y cómo será instruido, sino por medio de quien predique? Por lo tanto, se alcanza la fe de Cristo al escucharla y el escucharla es posible por la predicación de la Palabra de Cristo: Fides ex auditu, auditus autem per verbum Christi [La fe, por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo]. En consecuencia, si la fe se obtiene al escuchar la palabra de Dios, la palabra de Dios es de igual necesidad que la fe.

Sí, mis queridos, éste, y solamente éste es el camino que, por ley ordinaria, Dios ha establecido para salvar a los creyentes. Podía salvarlos (¿qué duda hay?) por otros caminos: por el camino de las apariciones celestiales, por el camino de las supremas inspiraciones, por el camino de los milagros y piensen por cuantos caminos más.... El prefirió salvarlos por medio de la predicación: Placuit Deo per stultitiam praedicationis salvos facere credentes. [28]

 

 

La Palabra de Jesucristo no es menos que su Cuerpo”

 

330.     Debemos escucharla, recibiéndola justamente, no como palabra del hombre, sino como palabra de Dios. Díganme, hermanos, dice San Agustín, ¿cuál de estas dos cosas les parece de mayor dignidad, la Palabra de Dios o el Cuerpo de Jesucristo? Si quieren decir la verdad deben ciertamente convenir que la Palabra de Jesucristo no es a los ojos de la fe de ustedes, para nada, menos prestigiosa y digna de estima que su Cuerpo: Non est minus verbum Dei quam corpus Christi. Ahora si es así, como de hecho lo es, si la Palabra de Cristo no es menos grande, ni menos saludable, ni menos divina que su Cuerpo, es fácil comprender que debe ser escuchada por nosotros con atención, con respeto, con el firme propósito de practicarla.

Debe ser escuchada con atención, de modo que, según el decir del mismo santo doctor, la diligencia que usamos cuando nos es dado el Cuerpo de Cristo, para que nada de El caiga al suelo, debemos tenerla hacia la palabra divina, teniendo cuidado que mientras pensamos en otras cosas o hablamos de otras cosas, nada de ella se pierda y caiga de nuestro corazón. Ni este es un vano escrúpulo (concluye el Santo con términos que hacen temblar), porque no es menos reo el que escucha con negligencia la Palabra de Dios, que el que deja caer por su negligencia en la tierra una mínima parte del Cuerpo de Cristo. No olvidemos pues, queridos, que mientras el predicador nos habla desde el púlpito o desde el altar, Jesucristo nos habla desde el cielo, el sonido de las palabras golpea los oídos desde afuera, pero el maestro está adentro; y por lo tanto, más que los oídos del cuerpo, debemos abrir a su palabra los oídos del espíritu. El nos hará entender en modo arcano, pero clarísimo lo que quiere de nosotros. [29]

 

 

“La eficacia de la palabra está ligada a la divinidad del ministerio”

 

331.     La palabra de Dios no pierde nada de su valor y sigue siendo siempre palabra de Dios, también sobre los labios del último de los sacerdotes, con tal que sea legítimamente enviado. A condición que él no traspase los límites de la ortodoxia, a condición que no haya renunciado a la fe, el Verbo de Dios se compromete a pasar por su boca como sobre el altar se compromete a pasar por las manos del ministro, aún del más imperfecto.

Dios, - así se expresó un célebre orador -, ha elegido al hombre para iluminar, evangelizar, instruir, santificar a los hombres, pero no ha querido que la eficacia de estos ministerios confiados al hombre dependiese de la virtud, de la santidad del hombre, de otro modo los hombres estarían atados al hombre para su santificación y su salvación. La eficacia de la palabra de Dios, nótenlo bien, oh queridísimos, está ligada no a las dotes personales, ni al ingenio, ni tampoco a la santidad del ministro, sino a la divinidad del ministerio, a la palabra del hombre, en cuanto ella habla de Jesucristo y en nombre de Jesucristo, o más bien en cuanto Jesucristo habla en el hombre. [30]

 

 

“La palabra evangélica es como una carta enviada a ustedes por el Padre”

 

332.     La palabra evangélica es como una carta enviada a ustedes por el Padre celestial. Ahora bien, un hijo cariñoso no se detiene a considerar si el papel es bueno o malo, si sus caracteres son nítidos o poco legibles, se preocupa sin duda por saber lo que el padre le dice. Por lo tanto, también con respecto a la sagrada predicación, no hay que fijarse en el que habla o en la manera con que habla, sino únicamente en la verdad que anuncia. Sucederá entonces que el ánimo de ustedes será penetrado por el respeto más afectuoso y profundo (...).

¿La palabra de Dios debe hacernos cristianos de corazón y de obras? Para eso primeramente debe ser transformada en afecto. No sólo debemos comprender la verdad sino que debemos amarla, y no sólo debemos amarla, sino también practicarla. Veritatem facientes in charitate, como enseña el Apóstol. La señal de que la palabra divina ha producido en nosotros su fruto, son las obras, porque si la fe sin caridad está muerta, la caridad sin las obras no es caridad. Dios, cuando habla, nos hace conocer lo que debemos practicar, pero al mismo tiempo nos hace practicar lo que conocemos. [31]

 

 

La Iglesia sin predicación eucarística sería una sociedad de ilusos”

 

333.     He aquí el significado de la predicación de ustedes. Aquí está toda la salvación y la prosperidad de la Iglesia. Fruto de esta predicación es el dejar atrás la infancia, viviendo y caminando por el camino de la prudencia. ¿Qué sería la Iglesia sin la predicación eucarística?

Una religión sin sacrificio, una sociedad de ilusos, una casa fundada sobre la arena: Cristo mismo se volvería una fábula, un mito. [32]

 

 

“El sacrificio sin la palabra sería una conmemoración ineficaz”

 

334.     Cristo en la Eucaristía es la fuerza y la sabiduría de Dios: y nosotros predicamos a Cristo, virtud de Dios y sabiduría de Dios. Reflexionen sobre el concepto de predicación. Cristo al instituir el sacrificio y al consagrar a los sacerdotes dijo: Hoc facite in meam commemorationem [Hagan esto en memoria mía](1 Cor. 11, 24). En su mismo modo de actuar juntó la predicación con el sacrificio: el sacrificio sin la palabra sería una conmemoración ineficaz. ¡Saben con qué sublime y divina elocuencia Cristo habló a los Apóstoles en la última cena antes y después de la institución de la Eucaristía! Los Apóstoles han continuado su predicación (...). Se dedicaban a la predicación de la palabra y los fieles, escuchándolos, perseveraban participando como comunidad en la fracción del pan (...).

El divino Fundador de la Iglesia ha encomendado a los Apóstoles, y, en ellos, a nosotros el ministerio de la predicación: prediquen el Evangelio a todos. Después de la institución de la Eucaristía ordenó: Hagan esto en memoria mía. Lo que me ven hacer, recuérdenlo con la renovación del sacrificio y mantengan viva mi memoria en el corazón de los fieles con su predicación. El reino de Cristo se perfecciona mediante la Eucaristía, y ustedes, elegidos para cooperar en esta acción divina, deben aplicarse incesantemente a la predicación eucarística para extender y consolidar el reino de Dios. Nunca fue tan necesaria esta predicación como en nuestros días, de los cuales el profeta podría decir: "la mesa del Señor ha sido despreciada". ¿Por qué? Porque el don de Dios es poco conocido: la grandeza de Cristo en este sacramento es grandeza de amor: en otras palabras, porque raramente se predica a Cristo en su Sacramento. Alguien quizás culpará a los tiempos, a los errores que se difunden, a los escritos impíos, a los nuevos escándalos que se multiplican cada día; apelará a las profanaciones, a la crasa indiferencia, a la disminución de la fe en muchos.

¿Pero de dónde nacen estos males si no en la falta de predicación? Escuchen al Apóstol Pablo: Fides ex auditus, auditus autem per Verbum Christi [La fe, por lo tanto, nace de la predicación y la predicación se realiza en virtud de la Palabra de Cristo] (Rom 10, 17). [33]

 

 

“La predicación y el sacrificio eucarístico, los dos poderes de los que Cristo los ha investido”

 

335.     Ponderen la profecía de la Sabiduría: "Anunciaré tu nombre a mis hermanos; te alabaré en medio de la asamblea" (Sal. 21, 23). Cristo cumple la profecía no con su boca, sino con la nuestra: con la predicación de ustedes y con el sacrificio eucarístico. Son los dos poderes de los que Cristo los ha investido (...). Mediante el sacerdocio y el banquete eucarístico, el esplendor de Cristo será como una luz: "El se detiene, y hace vacilar la tierra, mira, y hace estremecer a las naciones. ¡Se desmoronaron las montañas eternas, se hunden las colinas antiguas!". ( Hab. 3, 6). He aquí la victoria y la conquista de la tierra, prometida por Cristo. No vemos todavía el mundo conquistado: mas levanten los ojos y miren los campos que ya están dorados por la mies. [34]

 

 

“En la predicación unan lo útil con lo dulce”

 

336.     Cristo en esta mesa ha mezclado lo útil con lo dulce: útil, porque, como dice el poeta, restablece al hombre, perdido por la dulzura del fruto prohibido, con un alimento mejor; y derrota el veneno de la serpiente con la sangre sagrada. Dulce, porque, exclama la esposa: "fructus eus dulcis gutturi meo" [su fruto es dulce para mi paladar].

Unan los dos aspectos en su predicación: lo útil de una explicación adecuada del misterio eucarístico, según la analogía de la fe, confirmándola con la autoridad de los Padres y de los Doctores; y lo dulce, apoyando sus argumentos también sobre razones fundadas, deducidas de las ciencias.

No deben dejarse desalentar por el temor que los fieles no comprendan. La comprensión de los misterios no resulta de la inteligencia natural, sino de la luz de la fe, que Dios infunde, en ocasión de la predicación, abriendo a El sus corazones. Luego, a fuerza de escuchar, se hacen inteligibles también esos puntos que, en un principio, parecían menos accesibles, justamente porque se predicaban en raras ocasiones.

Para tal compromiso han sido iniciados desde la juventud; pero pocos quizás han progresado en este campo, no haciendo caso a las palabras del Cristo Señor: "Haec est vita aeterna: ut cognoscant Te, solum Deum verum et quem misisti Iesum Christum [Esta es la vida eterna: que te conozcan a ti, el único Dios verdadero, y a tu Enviado, Jesucristo] (Jn. 17, 3).

Nos engañaríamos si, conformándonos con un conocimiento mediocre, nos limitáramos en presentar al pueblo siempre leche, nunca alimento sólido. La Eucaristía es al mismo tiempo la leche de los niños y el alimento de los fuertes, el pan de los robustos. Hablemos, por lo tanto, a los cristianos de la sabiduría escondida en el misterio. Estudien especialmente a Cristo y su Sacramento: no prediquemos solamente al Cristo concebido por obra del Espíritu Santo, nacido de María Virgen, que padeció, murió, resucitó, y subió al cielo para ser nuestro abogado ante el Padre; sino prediquemos también al Cristo que todos los días borra los pecados con la oblación de sí mismo y se convierte para todos nosotros en sabiduría de Dios, justificación, redención; prediquemos al Cristo que habita en nosotros hasta la consumación del mundo, al Cristo que vive en el Sacramento y que atrae a todo hacia sí. Cristo no es una aparición de inmediato desaparecida, sino que es Jesús el Cristo ayer, hoy y siempre. [35]

 

 

“No es la palabra de Dios la que predican algunos, sino la palabra del hombre”

 

337.     Quizás nunca se predicó tanto como en el presente, mas nos preguntamos: ¿por qué el fruto que deriva de ello es tan poco? Comúnmente se suele culpar a los oyentes, y, a decir verdad, muchas veces sucede que la mística simiente cae sobre una tierra infecunda, donde piedras y espinas impiden que germine, crezca y madure. Sin embargo, ¿muchas veces la culpa no es también del que esparce la semilla en el campo del Señor?

¡Así es, desafortunadamente, hermanos! Es inútil disimularlo: tantas y tantas predicaciones resultan infructuosas, porque ya no es la palabra de Dios la que predican algunos, sino la palabra del hombre. Se quiere ostentar, escribe un ilustre orador, una ciencia moderna, se quiere sorprender y deslumbrar a los oyentes con artificios de retórica, con juegos de memoria, con una serie interminable de nombres, con citas de autores de todas clases, con una elocuencia periodística, con alusiones que provocan la curiosidad malsana del pueblo, con la fogosidad vertiginosa de la declamación (ya censurada por San Jerónimo), con la actitud teatral, con la fuerza de los pulmones, con los gritos que ofenden y laceran los oídos. Mas yo no me cansaré nunca de estigmatizar semejante elocuencia, esa elocuencia sagrada que se quisiera poner de moda hoy para gran daño de las almas, para gran descrédito de la predicación; esa elocuencia, como dijo alguien, llena de imágenes y pobre de pensamientos, fecunda en expresiones y estéril en sentimientos, fastuoso aparato de una opulencia engañosa que, poniendo al gran misterio de instruir al servicio del deseo de agradar, y la palabra de verdad a mendigar la adulación, halaga los oídos y deja en paz las pasiones, y, en cambio de predicar a Jesucristo, no hace más que predicarse a sí misma; esa elocuencia, vano alarde de espíritus livianos, de almas profanas, que se pierde en vagas doctrinas, en frívolas descripciones, en pinturas demasiado delicadas, en conceptos extravagantes, en períodos bien torneados, en palabras, en frases afectadas, en artificios, en flores, en ornamentos que el gusto más indulgente apenas perdonaría en una novela y de la cual la verdad santa está obligada a avergonzarse, como una honesta dama al verse revestida con la vestimenta de una bailarina; esa elocuencia finalmente, que profana en la sustancia no menos que en la forma, degrada al sagrado ministro convirtiéndolo en comediante, y en la comedia, al ministerio divino. [36]

 

 

“Deudores de los doctos y de los incultos”

 

338.     Recuerden los oradores sagrados, y especialmente los párrocos y sus coadjutores, que no deben hablar con las seductoras palabras de la sabiduría humana, sino con demostración de espíritu y de virtud. Recuerden que son deudores de los doctos y de los incultos y que, por lo tanto, deben tener en cuenta la simplicidad, la claridad y la brevedad.

No suban nunca al púlpito sin haberse preparado, ni sin haber invocado la luz del Espíritu Santo. Recuerden que las palabras deben estar dirigidas a iluminar el intelecto, pero mucho más a excitar el corazón: por lo tanto, si bien no se debe omitir nunca la explicación de las más altas verdades de la fe, la predicación empero debe contener siempre algo que se refiera a la práctica, aún en los mismos panegíricos. [37]

 

 

d) EDUCACION CRISTIANA E INSTRUCCION RELIGIOSA

 

“Educar es sacar afuera lo que está adentro”

 

339.     La palabra educar posee algo en sí que debe ser estudiado. Es una palabra derivada de la lengua latina y significa sacar afuera lo que está adentro, abrir y desarrollar lo que está encerrado y en germen. Ahora bien, aplicando al hombre esa palabra, corresponde decir que la educación es la forma de desarrollar los gérmenes que están depositados en el corazón humano y traer a la luz lo que está escondido en esos gérmenes. Este modo de hablar presupone que Dios ha puesto en el corazón del hombre algo que se asemeja al germen desde donde sale luego la flor tierna y fragante.

Y así es en verdad. El educador, para hablar con propiedad, no pone nada desde afuera en el alma del niño, más bien con la acción solícita y amorosa despliega y desenvuelve lo que está como envuelto en los rincones del corazón y hace florecer las semillas y los gérmenes de las virtudes no sólo naturales, sino también esos gérmenes felices y esas semillas de virtudes sobrenaturales, que fueron injertadas por el bautismo en nuestra alma.

A este argumento se reduce la verdadera y sólida educación; a esto la obra de ustedes, padres, madres, maestros, sacerdotes, instructores, párrocos o ustedes todos los que de alguna manera han sido llamados la nobilísima y divina tarea de educar a la juventud.

Hay que notar, sin embargo, que junto a los gérmenes del bien se encuentran en el corazón del hombre los gérmenes del mal. El niño lleva en el fondo de su ser las semillas de un malvado o de un santo.

La obra de ustedes, por lo tanto, oh queridísimos, debe también tener como objetivo sofocar la semilla mala, para que la buena pueda nacer y germinar vigorosa. Deben romper los instintos de la voluptuosidad y del orgullo, que se manifiestan aún desde la infancia; deben encontrar los medios para que el niño siga no ya el ímpetu de la pasión, sino el impulso de la virtud; que se acostumbre a obrar por la rectitud del bien que resplandece en la mente y no por la atracción del placer que alienta y corrompe los sentidos.

Mas, dirán ustedes, ¿cómo lograrlo? Injertando en el alma del niño desde los más tiernos años el santo temor de Dios; ya que fíjenlo bien en su mente, oh queridísimos: la verdadera educación no es posible sin Religión. Educar al niño es depositar la verdad, toda la verdad, en su mente, desde la más simple hasta la más elevada; es abrir su corazón a los más nobles sentimientos, a los de la pureza más delicada y del honor más puro; es hacer palpitar su alma a las palabras: Dios, patria, libertad, igualdad, fraternidad, como las consagra el Evangelio. [38]

 

 

“El sistema de la momificación o la edad de la piedra, no, no es Evangelio”

 

340.     ¿En qué consiste la verdadera educación? ¿Quizás en aprender bien un oficio o una profesión cualquiera?, ¿o en el arte de presentarse en el mundo con gracia? Ello podrá ser, diremos así, la corteza, el barniz de la educación, pero no es educación.

Y tampoco se quiere confundir, como hacen muchos, la educación con la instrucción, haciendo de ésta una sola y única cosa con aquella. La instrucción se dirige al intelecto, la educación se dirige a la voluntad. La instrucción hace a los hombres doctos, la educación forma a los hombres virtuosos. La primera mira a la ciencia, la segunda a la conciencia. Aquella tiene razón de medio, esta tiene razón de fin. La educación, por lo tanto, está por encima de la instrucción y de la ciencia, como el bien sobrepasa a la verdad y la virtud supera en prestigio al ingenio.

Sin embargo, hoy no se habla más que de iluminar la mente. Instrucción, se grita en todas partes, instrucción y está bien. Discípulos de ese Dios que ama llamarse el Dios de las ciencias, amemos también nosotros los nobles estudios, amemos al que se dedica a ellos y los cultiva, amemos que todos, el rico y el pobre, el patricio y el plebeyo, cada uno según el propio grado, adquieran los conocimientos necesarios y convenientes a su estado. Nosotros, antes que nadie, consideramos una conquista todo lo que contribuye a hacernos avanzar aunque sea un solo paso en el camino del progreso civil y saludamos con júbilo el reflorecimiento de la patria que se embellece con nuevas glorias. Ese obstinarse con las cosas viejas y aferrarse como pólipos a lo antiguo, ese reprobar todo lo que tiene aire de renovación sobre el mismo terreno de los hechos, ese suscitar desconfianzas contra aquel que no sabe plegarse a representar el sistema de la momificación o la edad de la piedra, no, no es Evangelio, no es religión, es síntoma de ignorancia y de obstinación, en vez que de sabiduría y de honestidad.

Que se cultiven igualmente las artes y las ciencias, con tal que, entiéndase bien, no vayan más allá de sus límites naturales; que la luz de la enseñanza se difunda ampliamente por todas partes, pero que no se olvide unir la instrucción con la educación. [39]

 

 

“No ahorren esfuerzos para educar cristianamente”

 

341.     Padres y madres, velen ustedes también para custodiar sus casas, ya que los tiempos que corren son tiempos muy aciagos y el adversario de todo bien, como león rugiente, va dando vueltas buscando a quien devorar entre los hijos de ustedes. Son almas que cuestan sangre a Jesús y El les pedirá cuentas a precio de sangre. Ah, no ahorren esfuerzos para educarlos cristianamente y para que crezcan en el temor de Dios, si quieren que sean dóciles, respetuosos, afectuosos. Vigilen los lugares que frecuentan, las compañías que practican, los libros que leen; pero sobre todo vayan delante de ellos con el buen ejemplo, para que tengan en ustedes una escuela continuamente abierta de toda virtud cristiana.

Dueños y jefes de fábricas y todos los que tienen autoridad sobre los demás, hagan de tal manera que el bullicio del trabajo calle en los días festivos, y que todas las voces de la industria enmudezcan para no dejar hablar, en el sagrado día de Dios, más que la voz del sacerdote y de la Religión.

Maestros, instructores, educadores de la juventud, que Nosotros apreciamos de modo particular, una palabra también para ustedes. El problema del porvenir está en sus manos. Muchos se preguntan si finalmente las cosas mejorarán y no saben qué responder. Sí, respondemos Nosotros, sin temor a equivocarnos, mejorarán si los esfuerzos de ustedes son dignos de la noble misión que se les ha confiado, si ponen todo el empeño "para que no sólo el método de enseñanza sea razonable y serio, sino mucho más para que la misma enseñanza sea sana y plenamente conforme con la fe católica, tanto en las letras como en las ciencias". Así formarán óptimos ciudadanos. La Religión y la sociedad, el cielo y la tierra, los hombres y Dios esperan silenciosos la obra de ustedes; la hora es suprema, el éxito decisivo. [40]

 

 

“La instrucción religiosa: he aquí el gran medio de la educación cristiana”

 

342.     Educación y religión son dos cosas inseparables, y ésta debe ser la base de aquella. Es necesario, por lo tanto, hacer brillar en la mente del niño la luz de esas verdades, que deben ser la norma de su pensar y obrar y enseñarle de un modo claro, fácil, autorizado, estable y eficaz todos sus deberes; es necesario tomar esta joven criatura desde la cuna y conducirla suavemente hacia su fin supremo; que es conocer a su Creador, amarlo y servirlo para después gozarlo en la eternidad. Es necesario, en otros términos, instruir al niño, pero instruirlo cristianamente. La instrucción religiosa: he aquí el gran medio de la educación cristiana, he aquí la necesidad suprema de nuestra época, he aquí, lo repetimos, el supremo deber de ustedes, oh padres. ¿Ustedes tienen hijos? pregunta el Señor por boca del Eclesiástico: instrúyanlos e inclínenlos hacia el bien desde la infancia.

Que éste sea un deber propio de ustedes, ¿quién puede dudarlo? Ustedes dicen: ¿qué es esta criatura que vino por medio nuestro a acrecentar el número de los vivientes? esta criatura es un hombre. En este ser tan gracioso, tan delicado, como expresa un insigne escritor, se alberga un alma que es celestial por su origen, casi un hálito del corazón de Dios y un rayo de su belleza inmortal; un alma rescatada por Jesucristo a precio de su Sangre, un alma que el agua del Santo Bautismo purificó y en la cual el Espíritu Santo infunde sus gracias más puras y encuentra sus complacencias más vivas. ¡Oh padre, oh madre! saluden a esta celestial extranjera que ha venido a sentarse junto a ustedes; inclínense ante este huésped divino, que recogió sus alas para habitar con ustedes bajo el nombre siempre bendito del hijo o de la hija de ustedes. Este cuerpecillo que ustedes ven y que tanto les enamora, no es más que el envoltorio y el santuario de un espíritu mucho más noble, que no ven, que viene de Dios y a Dios debe volver. Fíjense bien en este pensamiento. Dios los ha asociado a sí mismo en la obra de dar la vida material a este ser, y quiere servirse de ustedes para alimentar la vida espiritual para que cumpla su misión en la tierra y alcance su destino en el Cielo. [41]

 

 

“El inalienable derecho de los padres a que sus hijos reciban una instrucción sana y vivificante”

 

343.     La disposición tomada de suministrar la instrucción religiosa sólo a aquellos niños cuyos padres formulen un expreso pedido, es del todo ilusoria. En efecto, no se alcanza a comprender cómo los autores de la funesta disposición no han advertido la siniestra impresión que debe causar en el ánimo del niño el ver colocada la enseñanza religiosa en condiciones tan diferentes de las otras. El niño que para ser estimulado a un estudio diligente necesita conocer la importancia y la necesidad de lo que se le enseña, ¿qué compromiso podrá tener con una enseñanza hacia la cuál la autoridad escolar se muestra o fría u hostil, tolerándola a regañadientes? (...).

Con el promover, como se hace hoy, en nombre de la ciencia y de la libertad, la escuela laica, desafortunadamente no se tiende sino a arrancar a la juventud de la religión y de la familia, para sacrificarla en cuerpo y alma a la masonería imperante. Hasta ahora los reformadores modernos trataron de esconder con sutil astucia sus intenciones finales (...). Pero hoy la máscara ha caído. Ya no es más (decimos esto doloridos hasta las lágrimas y en vista de los daños gravísimos, irreparables que le ocasionarán a la Iglesia y a la Patria, los dos supremos amores de Nuestra alma) ya no es más para formar, como dicen ellos, naciones fuertes y grandes, o solamente para limitar el poder de la Iglesia, que se quiere entregar la juventud a la merced de la potestad laica; es para arrancar de las almas todavía tiernas todo sentimiento de fe, toda idea de Dios. Lo confiesan ahora sin misterio, a la luz del sol.

En un principio, los padres especialmente, no hilaron demasiado fino, pero ya comienzan a advertir la traición y se levantan para proclamar su inalienable derecho a que sus hijos reciban una instrucción sana y vivificante, como es aquella que se imparte en nombre de Dios en la Iglesia. [42]

 

 

“Las primeras impresiones son valiosas y ordinariamente decisivas”

 

344.     Las primeras impresiones son valiosas y ordinariamente decisivas para toda la vida. ¡Ah, qué amoroso interés debe poner en el corazón de todos este pensamiento!. Es en la primera edad que las lecciones de fe y de moral se imprimen más fácilmente en la memoria, que las verdades cristianas impresionan más vivamente el espíritu, que las tiernas convicciones de la piedad conmueven más poderosamente al corazón. Sobre la cera blanda se imprime fácilmente la imagen de Dios, en cambio se requiere del cincel y son necesarios esfuerzos y tiempo para grabarla en el mármol. Cuando no se tienen todavía prejuicios para disipar, ni malas costumbres para corregir, el alma se modela más fácilmente a los sagrados deberes. ¿Y cuándo es que el sabio agricultor coloca el sostén al arbolito para que no tome mala inclinación? ¿No es quizás cuando es todavía tierno? El sabe que más tarde sería inútil. Así deben hacer ustedes, queridísimos.

La semilla de la fe y de la religión que esparcen en el terreno todavía virgen de la infancia, se volverá pronto en su apoyo. Entonces el sentimiento cristiano pondrá en ella profundas raíces y crecerá como árbol fuerte. Los vientos de las pasiones podrán tal vez sacudirlo, podrán tirar al suelo sus frutos, romper algunas ramas, pero el tronco así despojado permanecerá y con el primer sol de primavera hará brotar nuevas ramas y dará abundantes frutos. [43]

 

 

“Infundir en sus almas el conocimiento de Cristo en el Sacramento”

 

345.     Que los niños y los jóvenes ocupen el primer lugar en las preocupaciones de ustedes. Saben que son los predilectos de Cristo: "Dejen que los pequeños vengan a mí y no se lo impidan", por el contrario respeten esta atracción que sienten por Mí y favorézcanla. Enséñenles que poseerán a Cristo creyendo en El y lo atraerán a sí imitándolo.

Exhorten luego a las madres para que mediante este sacramento se posesionen de Cristo y lo presenten a los hijos, instruyéndolos fervorosamente desde los tiernos años, según el ejemplo de Santa Mónica; enséñenles la doctrina del Apóstol: "La mujer se salvará mediante la maternidad con tal que persevere en la fe" (1 Tim. 2, 15). Convenzan a las madres que no podrán instruir y educar rectamente a sus hijos, si no se preocupan por infundir en sus almas el conocimiento de Cristo en el Sacramento. Y también nuestros sacerdotes deben dirigir a los padres la invitación que reciban a Cristo y lo atraigan a sí; y aprendan de Cristo Señor en el Sacramento, la preocupación y la vigilancia hacia su familia.

Y quisiera que los párrocos lograran persuadirlos de mandar a celebrar tres o cuatro misas por año para el bien espiritual y temporal de los hijos. Que recuerden el ejemplo del santo Job: "Job mandaba llamar a sus hijos y los purificaba, y levantándose bien temprano ofrecía holocaustos por todos ellos" (Jb. 1, 5). Inculquen, por lo tanto, a todos esta buena costumbre, con la certeza de que muchos adherirán a la invitación de ustedes con gran beneficio de sus familias. [44]

 

 

“Educando para la fe, educamos también para la verdadera libertad”

 

346.     La suerte futura de sus familias y de la patria está en poder de ustedes, padres cristianos. A ustedes corresponde la elección si les conviene confiar sus hijos, que deben ser el dulce consuelo y la esperada ayuda en la ancianidad de ustedes, a la amorosa tutela de Jesucristo, del Divino Maestro de verdad y de todo progreso ordenado, o condenarlos a la desgraciada e inhumana disciplina de maestros de toda especie de rebelión.

Educando a sus hijos en la fe de Jesucristo Nosotros los educamos también en la verdadera libertad. Y a quien nos llama enemigos o amigos infieles de la libertad, porque detestamos cordialmente esa ignominiosa licencia que se arrogó el nombre de libertad y el derecho de atreverse a todo, lícito o no, no debemos darle más que esta respuesta: a la libertad Nosotros la amamos con todo el ardor del alma, siempre listos para defenderla resueltamente como un sagrado derecho que nos concedió el Salvador para ejercitar nuestro ministerio de paz, y para reivindicarla, por sentimiento de deber, en favor de todas las almas cristianas confiadas a Nosotros. Pero para Nosotros esta libertad se funda en poder pensar, hablar y obrar, libres de toda atadura injusta, sometidos solamente al gobierno de Dios, respetuosos de las leyes de los hombres. Y en cuanto a la otra libertad, que parece ser el despectivo derecho de molestar a todos los demás para satisfacerse a sí mismos, rechazamos con desdén el nombre y el objeto: el que quiere y pretende la libertad por sí solo, profana un nombre sagrado llamándose libre: él es digno de ser esclavo. [45]

 

 

e) LA FAMILIA

 

“La familia segunda alma de la humanidad”

 

347.     Después de la Religión, no hay aquí abajo cosa más hermosa y más atrayente que la familia. Ella fue llamada la segunda alma de la humanidad. Nada más cierto, porque es en el seno de la familia que el hombre va formando las ideas, los afectos, los deseos, las costumbres. Es la familia el primer nido del alma, la primera escuela de la inteligencia, el primer albergue de la fe, el primer asilo del amor, el primer templo de Dios, el santuario de las tradiciones más queridas, el teatro feliz de nuestra niñez, el primero y el último suspiro del corazón. Lo que nosotros más amamos de nuestro país, lo que al mismo tiempo nos une con vínculos tan fuertes y suaves, lo que forma en esencia nuestra patria, es justamente la dulzura y la fuerza recóndita de los afectos y de los recuerdos de la familia. Lo que nosotros contemplamos, a pesar de la distancia y del tiempo, de las dulces visiones de la patria perdida, no es solamente el suelo que sostuvo nuestros primeros pasos, el cielo que atrajo nuestras primeras miradas, el sol que brilló sobre nuestra cuna, es sobre todo la casa paterna, son los puros y santos afectos que alegraron nuestra infancia, son las tumbas donde reposan nuestros seres queridos. Padre, madre, hermanos, hermanas, las personas más amables, los cuidados más tiernos, las imágenes más alegres, los sueños más risueños, tales son las memorias que despierta en nosotros la familia. Pocos son los hombres que se sustraen al encanto de estas memorias e ¡infelices de ellos!, ya que quiere decir que la naturaleza los ha hecho tristes, o que la dura experiencia de la vida ha endurecido en ellos todo afecto hasta el más delicado y agradable. [46]

 

 

“El mismo Dios es el autor de la familia”

 

348.     El mismo Dios es el autor de la familia, y Jesucristo, venido a la tierra a reparar los daños que la catástrofe del Edén había acumulado sobre la pobre humanidad, comienza su obra regeneradora llevando a la familia a su primitivo origen. Siguiendo constantemente el plan divino de hacer preceder el ejemplo a la palabra, El, Hombre y Dios al mismo tiempo, nace en la familia, crece en la familia, transcurre sus días en la familia, y con el primer milagro que realiza en las bodas de Caná para manifestar su divinidad, demuestra evidentemente que empieza la gran obra de la Redención humana santificando y restableciendo el honor de la familia, comunicándole la vida sobrenatural de su gracia. Pero para que esa comunicación no faltase nunca, justamente para tutela y salvación de la familia, ¿qué hace El, el divino Redentor? Admiren su sabiduría y su bondad. En la base del edificio doméstico no se conforma con poner solamente el mutuo consentimiento, el simple contrato humano, sino que coloca en él toda la dignidad y la virtud de un Sacramento, el Sacramento del Matrimonio. Y he aquí bendecida la unión de los cónyuges, santificado su amor, asegurada su convivencia, aligerados los pesos, facilitados los deberes, establecidas las relaciones recíprocas, ennoblecidas todas las acciones, allanado el camino del Cielo.

No basta: consolidada la base, el divino Artífice pone manos para completar el edificio. Y ya que no es posible para la paternidad humana transmitir con la vida natural también la vida de la gracia, El, en los tesoros de su bondad infinita, encuentra el modo de llevar ese fluido celestial a todos los miembros de la familia por el canal misterioso de los demás Sacramentos. En efecto, con ellos está santificada la cuna, tutelada la niñez, corroborada la virilidad, sostenida la vejez, consolada la agonía, aclarada la tumba. Con ellos el mismo Jesucristo, autor de la gracia y de la santidad, vive, crece, habita en la familia perpetuamente. [47]

 

 

“La familia cristiana es un pequeño reino fundado sobre el amor”

 

349.     ¡La familia cristiana! Ella es un pequeño reino fundado sobre el amor, engrandecido para el amor, y gobernado por el amor. La armonía perfecta de los corazones, el enlace de los afectos más suaves, la más íntima unión de los ánimos es la única ley que dirige su vida. Semejante amor, santificado por la gracia, purificado por la virtud, ennoblecido por la fe depone la frágil naturaleza, se transforma de terrenal en celestial y llena la sociedad doméstica de esa paz, que es aquí abajo, se puede decir, un ensayo anticipado de los gozos del Paraíso. ¡Oh, qué hermoso es el matrimonio formado con la intervención de Dios, bendecido por la Iglesia, adornado por la sonrisa de la Religión! En él la gracia de Jesucristo, comunicada en el Sacramento, penetra, identifica dos vidas, dos corazones, dos almas de tal manera que formar esa unidad sagrada e inalterable que ninguna fuerza de la tierra puede disolver ni retardar. ¿Y quién podría separar dos corazones que se aman en el amor y con el amor de Jesucristo?

¿Quizás el mundo con sus seducciones? No; ya que en este santuario, teñido con la sangre del Cordero y cerrado con el sigilo de la fe al pie del altar de Dios, vela el ángel del Señor para rechazar todo asalto enemigo. ¿Quizás las pasiones? No, ya que en este jardín cultivado por la fe no arraiga la cizaña, sino que florece solamente esa caridad que, según el Apóstol, es la fuente de todas las virtudes más selectas. ¿Quizás la tribulación? No, ya que el verdadero amor así como comparte las alegrías, también hace comunes las angustias, y en la prueba del dolor ustedes verán dos corazones, que se aman profundamente, estrecharse cada vez más entre ellos, volcar uno sobre el otro el bálsamo de todo consuelo y encontrar la propia felicidad en sacrificarse recíprocamente. ¡Bendito el hombre que en las desventuras de la vida y en las turbulencias del mundo puede encontrar su refugio en el corazón de una esposa cristiana! ¿Quizás el tiempo? Ah, este inexorable demoledor de toda cosa bella y mortal, tampoco él puede agraviar un amor que arde por Dios. Aunque pase la primavera, las rosas de la juventud se marchiten y el árbol de la vida pierda sus verdes hojas, el amor cristiano vivirá siempre, porque no se nutre de la tierra y no es cosa terrenal. El viene del Cielo, es hijo del amor de Dios y tiende a la inmortalidad. El hielo de la vejez, nada, nada puede quitar a un amor alimentado por el fuego de la caridad divina. El, por lo tanto, es siempre joven y cuando dos esposos cristianos, cumplida la carrera mortal, se dejan aquí abajo en el tiempo (admiren el conmovedor espectáculo), con el beso muy afectuoso que se dan, parece decir: continuaremos nuestro amor más bello y más perfecto en el regazo de Dios, en la bendita eternidad.[48]

 

 

“Feliz la paternidad coronada por la Religión

 

350.     ¡Qué feliz es la paternidad coronada por la Religión! Miren esos dos jóvenes esposos cristianos, sobre los que descendió la bendición preciosa de la fecundidad, y un niño que, regenerado por la gracia de Jesucristo, mediante el Bautismo, llora y sonríe en la cuna bajo sus miradas. Ese angelito, don del Cielo, es una felicidad terrenal, un éxtasis, un rapto. Una dulzura nueva, una alegría sobrehumana, embriaga los dos corazones; y una fuerza misteriosa los estrecha y los atrae hacia esa cuna donde tienen alguien con algo de sagrado y celestial para custodiar, para velar. Vean las solicitudes, las ansiedades, los arrebatos de ese hombre que, feliz por el nombre de padre, nunca quisiera dejar ese techo que llena todo su corazón. Observen esa criatura, sobre cuya frente brilla la corona de madre. ¡Qué ardientes suspiros, qué dulces lágrimas, qué latidos afectuosos, qué miradas de gratitud y de amor divide entre el cielo y la cuna, entre Dios y el fruto de sus entrañas! Al crecer el niño, crece el amor, aumenta la felicidad; las sonrisas de inocencia regocijan la vida de esos dos afortunados; para ellos la casa es más que un trono; están en perpetua fiesta. [49]

 

 

“¡Padres, eduquen!”

 

351.     Padres, eduquen. La educación de sus hijos sea la primera preocupación de ustedes, su continuo pensamiento. El Señor no les prohíbe, con tal que sea honestamente, acrecentar el patrimonio y agregar nuevo esplendor al linaje de ustedes; no les prohíbe, con tal que sean lícitos, usar para el provecho de ustedes los bienes del mundo. Vivan, así mismo, en medio a la sociedad y cuiden libremente de sus negocios; pero recuerden siempre que el primer principio de ustedes es Dios, ya que fueron creados por El, que el último fin de ustedes es Dios, ya que fueron creados para El; que no están en el mundo para acumular cosas o dinero o para gozar de los placeres de la vida, sino para salvar el alma; y no podrán salvar sus almas, si no salvan, en lo que a ustedes respecta, la de sus hijos. Es sentencia común de los Santos Padres, que los progenitores ni se salvan solos, ni se condenan solos. Depende, en efecto, de ustedes, padres y madres, el buen o mal logro de los hijos. Ustedes y sólo ustedes son los responsables de ellos.

Eduquen, por lo tanto, eduquen. Yo insisto sobre este punto, oh mis queridos, porque es de suprema importancia. La educación cristiana es el mayor bien que pueden procurar a sus hijos. Eso vale por sí solo una relevante riqueza. ¿Son pobres? Den a sus hijos una buena educación y la sustancia sabrán obtenerla solos con la honestidad y con el trabajo. ¿Son ricos? ¿De qué valen las riquezas sin educación? Son instrumentos para hacer el mal y nada más. La educación cristiana es la mejor y la más segura de las garantías. Las leyes pueden algo, pero ustedes, padres, pueden mucho más que las leyes. La ley castiga al mal, la educación lo previene; la ley lo prohíbe, la educación lo desarraiga; la ley corta, la educación planta; la ley regula los actos externos, la educación regula el corazón y forma el carácter. Cuando escuchen hechos luctuosos que con su espectáculo entristecen a la sociedad e invoquen un remedio, padres, estrechen contra su seno a sus hijos, depositen un beso sobre su frente y preocúpense cada vez más por su educación. Esta es la más hermosa de las respuestas, el más seguro de los remedios. [50]

 

 

“La vida de ustedes sea como un libro siempre abierto”

 

352.     La vida de ustedes sea, por lo tanto, como un libro siempre abierto en el cual ellos puedan leer sin más sus deberes. Háblenles frecuentemente de Dios aprovechando la ocasión de todo lo que puede impresionarlos. Procuren que su labio infantil pronuncie frecuentemente con respeto y confianza su Nombre santísimo. Muéstrenles en todas las cosas la huella de su bondad, de su grandeza, de su omnipotencia, y, de la armonía que une las diferentes partes del universo; háganles deducir la obligación impuesta al hombre de vivir en conformidad con el fin por el cual fue creado. A su debido tiempo enséñenles las primeras verdades de la fe y no dejen nunca de conducirlos en los días festivos a la Doctrina cristiana, a la Santa Misa, a las ceremonias religiosas de la Iglesia. Léanles, en los días festivos, por lo menos, algunas páginas del Catecismo y de la vida de los Santos. Habitúenlos al beso devoto al Crucifijo y a la imagen de María Santísima y a la oración constante de la mañana y de la noche. Que ellos los vean cristianos y católicos en todo. Cristianos y católicos en las costumbres de la vida; cristianos y católicos en ese signo de la cruz que se debe hacer al iniciar y terminar las comidas; cristianos y católicos en observar siempre las abstinencias y los ayunos; cristianos y católicos en dar siempre y en todo el primer puesto a las cosas de la Religión; cristianos y católicos en el respeto al Vicario de Jesucristo y a los sagrados ministros; cristianos y católicos en contribuir con ofrendas a los gastos del culto; cristianos y católicos en frecuentar la Iglesia, los Sacramentos, la palabra de Dios; cristianos y católicos en las tribulaciones y en las prosperidades, en las palabras y en las obras, en privado y en público. Por sus manos inocentes hagan que pasen sus limosnas a los pobres; sientan y gusten siempre, sus hijos, las castas alegrías y los suaves consuelos de la caridad cristiana. No, la Religión no les debe ser impuesta como un yugo penoso, sino que conviene que admiren desde pequeños sus bellezas y valores; que gusten y sientan en su interior la íntima, la extasiante dulzura; que vean, como prueba, la aureola radiante que la circunda y los caracteres de verdad que lleva esculpidos en la frente. Si a la luz de todo esto no adhieren, no serán más que hipócritas. [51]

 

 

f) EL DOMINGO, DIA DE LA PALABRA Y DEL PAN

 

“¡El domingo! ¡Qué sublime el contenido de esta palabra!”

 

353.     El domingo es el día santo por excelencia; santo en sí mismo, santo en su institución, santo en su fin, santo en las obras que prescribe, santo en los efectos que produce; y es al mismo tiempo fuente de salvación. Es el día de la verdadera libertad, de la verdadera igualdad, de la verdadera fraternidad, el día de nuestro rescate, de nuestra grandeza, de nuestras esperanzas, de nuestra gloria, de nuestro gozo, preludio de un día felicísimo, sin ocaso.

El domingo es ante todo el día del Señor, el día de sus maravillas, de sus bendiciones, de sus triunfos. Fue en domingo que Él, creando la luz, dio comienzo a la obra estupenda de este universo (...); en domingo Él obró el primero de sus milagros; en domingo hizo su ingreso triunfal en Jerusalén; en domingo salió glorioso del sepulcro, dándonos la prenda segura de nuestra inmortalidad; en domingo confirió a los apóstoles el mandato de predicar el Evangelio a todas las gentes y la potestad de perdonar los pecados; en domingo envió a los mismos apóstoles el divino Paráclito y los transformó en pregoneros y defensores magnánimes de su doctrina; en domingo, finalmente, estableció indefectiblemente su Iglesia.

¡Gloria al domingo! exclama Crisóstomo. Este día es el monumento levantado por el mismo Dios entre el cielo y la tierra como testimonio perenne de sus beneficios y de nuestra doble alianza con Él; monumento de sabiduría infinita, sobre el cual las generaciones humanas leerán compendiadas, con caracteres luminosos, hasta el fin de los siglos, los grandes acontecimientos de la religión y de la humanidad, los prodigios de la naturaleza y de la gracia, los milagros de la potencia y del amor, el nombre del Padre que nos ha creado, el nombre del Hijo que nos ha redimido, el nombre del Espíritu Santo que nos ha santificado. ¡El domingo es tres veces el día del Señor! [52]

 

 

“El día que Dios se ha reservado en el tiempo es sagrado”

 

354.     Lugar separado de todo otro lugar y destinado a la oración, he aquí el templo; día distinto a los otros días y consagrado al culto divino, he aquí el domingo. Lo que es el templo con respecto al resto de la ciudad o del pueblo, lo es el día domingo con respecto a los demás días de la semana. El lugar elegido por Dios para su morada sobre la tierra es sagrado e inviolable, y en consecuencia el que lo contamina es sacrílego: el día que Dios se ha reservado en el tiempo no es menos sagrado e inviolable, en consecuencia no menos sacrílego debe decirse quien lo profana (...).

Dios ciertamente tiene derecho de mandar que una parte al menos de ese tiempo, que es su don, sea empleada por nosotros exclusivamente en su honor.

¿No es Él nuestro Creador y Señor? ¿No es el dueño absoluto del tiempo y del espacio? [53]

 

 

“Los días de los Santos son inviolables como los días de Dios”

 

355.     La profanación del domingo se ha convertido también entre nosotros en una de las plagas más tristes y lamentables; un verdadero escándalo.

Ciertamente, hay todavía un gran número de familias cristianas, tanto en la ciudad como en la Diócesis, que, no obstante la tristeza de los tiempos y los esfuerzos de la impiedad, ofrecen, en los días festivos especialmente, el espectáculo de una piedad realmente edificante, y de eso debemos dar gracias al Autor de todo bien; pero por desgracia son demasiados aquellos que no se preocupan, en absoluto, por el mandato divino; si bien no lo pisotean descaradamente.

Júzguenlos, ustedes, hermanos e hijos queridísimos. ¿No nos entristece quizás ver los negocios abiertos y las mercaderías expuestas en los domingos como en los demás días? ¿No nos hiere muchas veces el oído el ruido de las maquinarias, el gemido de los carros, el retumbar de los martillos? ¿No es cosa que oprime el corazón ver con frecuencia en los días festivos los pobres obreros, y hasta los niños, condenados a trabajar, sin tregua ni descanso, como el resto de la semana? ¿En nuestras campiñas aún, por culpa muchas veces de ciertos patrones (hay que decir, sin fe y sin piedad) no se guía, también en los días festivos, el arado? ¿No se hacen las siembras? ¿No se recogen las mieses? Y entre los mismos que en esos días suspenden el trabajo, ¡cuántos se entregan a la alegría loca! ¡cuántos se entregan a teatros, bailes, juegos, desarreglos y aún peor! ¿Qué dicen aquí la razón, el corazón, la fe?

La razón, el corazón, la fe protestan airadamente contra tanto desorden y en voz alta nos repiten a cada uno de nosotros la grande y solemne palabra: Memento ut diem sabbati sanctifices; recuerda de santificar la fiesta. [54]

 

 

“Den al obrero por lo menos un día para cuidar de sí mismo”

 

356.     ¡La industria! ¡El comercio! Santas y nobilísimas cosas, no hay duda, y yo formulo votos para que se extiendan y se multipliquen cada día más; pero no deben nunca, absolutamente nunca extenderse y multiplicarse en detrimento de cosas que son mucho más nobles y santas, como la dignidad y la libertad humana. ¡Y qué! ¿Para multiplicar los gozos de ustedes, para aumentar para provecho propio la producción, quisieran ustedes hacer del hombre un esclavo, una animal de carga?

¡Qué bárbaros son! ¿Ignoran quizás que en ese cuerpo bronceado por el sol, en esos miembros endurecidos por los esfuerzos, vive un alma inmortal semejante a la de ustedes? ¿No saben ustedes que a los ojos de la ciencia y de la fe cristiana, el obrero es en todo, prescindiendo de su condición, igual al más noble de los príncipes y al más poderoso de los monarcas? Justamente, por ser obrero refleja más vivamente la imagen del Artífice que dio su ser y forma a las cosas, y del divino Artesano de Nazaret, que, con su ejemplo, dignificó la pobreza y el trabajo.

¡Por lo tanto, no lo maten al pobre obrero, no lo envilezcan, no lo degraden así! Respétenle la dignidad, déjenle por lo menos un día para cuidar de sí mismo, denle facilidades para instruirse en sus deberes, para sentarse en el hogar doméstico, para tomar parte en las solemnidades públicas, para pregustar en el tiempo las alegrías del espíritu y prepararse para su destino inmortal. En suma, otórguenle el descanso festivo. [55]

 

 

“El día domingo se abren para el hombre los cuatro manantiales de la misericordia divina: la palabra evangélica, la oración, el sacrificio, los sacramentos”

 

357.     El precepto de la observancia festiva, es justamente, a preferencia de los demás preceptos, yugo suave, peso liviano; es, diré con un eminente escritor, un retorno a las bendiciones del Edén, una suspensión de la terrible ley del trabajo penoso, una tutela del pobre y del débil contra las opresiones del rico y del poderoso, un grito de libertad santo, una invitación del Padre Celestial que, reuniendo a su alrededor a la familia dispersa, entra con todos sus hijos en las más íntimas y afectuosas comunicaciones. Ese día se abren para el hombre, para cada hombre, los cuatro manantiales de la misericordia divina: la palabra evangélica, la oración, el sacrificio, los sacramentos. Ese día la tierra se eleva y el cielo baja, todas las criaturas nos hablan con lenguaje de fe, de esperanza, de amor, y el alma siente toda su grandeza moral y gusta, también entre las duras pruebas de la vida, alegrías de paraíso. [56]

 

 

“Un día en el cual el alma pueda elevarse libre”

 

358.     La ignorancia en materia de religión, como se observa desafortunadamente en tantos y tantos, especialmente en la clase obrera, ¿no es quizás más espantosa que la miseria? Hoy más que nunca, es cierto, se hacen esfuerzos muy loables para instruir a las masas populares; ¡pero cuántas veces detrás de la máscara de la instrucción, se enseñan y se difunden máximas que son la ruina del pueblo!

Fue y será siempre gloria inmortal de la Iglesia el haber sido en todos los tiempos la gran maestra de los hombres. Sin duda la ciencia no puede ser más que privilegio de pocos, pero las verdades fundamentales de la religión deben ser patrimonio de todos. Como dice muy bien un insigne prelado, se pueden ignorar los arduos problemas del álgebra, pero no los problemas de la vida; se puede ignorar si hay habitantes en los demás planetas, pero no que nosotros debemos convertirnos en habitantes del cielo. Ahora bien, a semejante necesidad de conocimientos da respuesta justamente el domingo. Ese día, sobre toda la tierra, se abren a los pueblos los templos sagrados y desde ellos, como de una escuela universal, se difunde para beneficio de todos la ciencia más noble y más sublime.

Es más. ¿Cuál es, oh queridísimos, nuestro verdadero título de superioridad sobre todas las cosas que nos rodean? Es éste sin duda: dentro del frágil envoltorio de nuestro cuerpo, destinado a sucumbir, está lo que da vida a la materia inerte, está lo que trasciende al espacio, que desafía al tiempo y triunfa sobre la muerte; está el pensamiento que refleja en sí el universo; está el sentimiento que abraza al infinito; está la voluntad con su libre energía; en una palabra, está el alma hecha a imagen de Dios y que tiene sed continua de Dios, que a Él anhela incesantemente, como el ciervo anhela la fuente, como la aguja busca el imán, como la ola se precipita en el mar.

Ahora bien; ¿no debe haber en cada semana un día en el cual esta alma, aligerada del peso de las preocupaciones terrenales, liberada de las agitaciones de la vida material, pueda acercarse a Dios? ¿Un día en el cual pueda elevarse libre hasta los más puros horizontes y gozar un poco de paz? [57]

 

 

"El día domingo es el día de la familia"

 

359.     Día de Dios y día del hombre, el día domingo es también el día de la familia.¡Oh la familia! ¡Cuántos dulces pensamientos y cuántos afectos amables suscita en nosotros esta querida palabra! Todos lamentan, y con razón, que el espíritu de la familia vaya día a día debilitándose en la sociedad actual; pero el trabajo en los días festivos, ahora más frecuente que en el pasado, ¿no es quizás una de las causas principales de tan funesto desorden? ¿Y los miembros de una misma familia no se convertirían de alguna manera en extraños los unos para los otros, si el día domingo no los reuniera en la intimidad de las paredes domésticas? Los demás días la familia está más o menos dispersa: el padre, ocupado en el ejercicio de su profesión, la madre en el gobierno de la casa. ¿Y los hijos? Están en la escuela o en el taller. No existe más que ese día en el que todos pueden volver a encontrarse, verse con un poco más de tiempo, entretenerse a su gusto, estrechar vínculos de afecto recíproco y gozar juntos la felicidad de la vida doméstica. “Pasar el domingo en familia”, esta frase tan común en el lenguaje de nuestros padres, compendiaba en ellos las alegrías más puras, como por otra parte la expresión fiel del sentimiento moral. [58]

 

 

"El domingo todos se sienten dueños del tiempo, de los pensamientos, de los afectos, de la vida del alma"

 

360.     Observen una población cristiana en ese día. Todos se encuentran en el templo. La alegría brilla en todos los rostros; la paz desciende a todos los corazones. Libertad, igualdad, fraternidad no son más para aquel pueblo palabras vanas, sino una realidad consoladora. El pobre como el rico, el siervo como el patrón, el humilde obrero como el gran millonario, el ínfimo empleado como el magistrado más distinguido son libres. Ese día todos, sin excepción, se sienten dueños del tiempo, de los pensamientos, de los afectos, de la vida, de su alma. Todos se encuentran entre los brazos de la misma Madre, elevan al cielo la misma plegaria, se arrodillan con el mismo sentimiento de adoración, escuchan la misma palabra de verdad, profesan la misma fe, ofrecen el mismo sacrificio, se sientan a la misma mesa mística, suspiran por la misma patria, y todos, por la común condición del mismo deber cumplido, se sienten más íntimamente hijos del mismo Padre que está en los cielos; y desde el templo sale un hálito de amor y de paz que todo vivifica y todo recrea. [59]

 

 

"Asistir a la Misa en la propia parroquia"

 

361.     Lo que la Iglesia aconseja con vehemencia a sus hijos es que asistan a la Misa en la propia parroquia, todas las veces que le sea posible. Efectivamente, el sagrado Concilio de Trento manda a los Obispos que recuerden a los fieles este deber y en otro lugar les ordena advertir al pueblo que deben frecuentar su propia parroquia, por lo menos los domingos y en las fiestas más solemnes. Y no sin razón, porque, escribe un autor famoso, la Misa parroquial es, a decir verdad, la Misa de la familia, celebrada en nombre de toda la parroquia reunida y para todos los fieles que forman parte de ella y suele estar acompañada por oraciones, por las prácticas del cristiano, por avisos oportunos y por la explicación del Evangelio. El propio párroco justamente está obligado por ley de la Iglesia a aplicar en los días festivos el Santo Sacrificio por sus parroquianos, para que éstos, concurriendo a la celebración, aprovechen del fruto de la Misa y con sus oraciones y con su devoción acompañen la intención del pastor, y así sean aceptados por Dios los votos comunes, como de una misma familia reunida con su jefe. Los pastores conocerán mejor sus ovejas y podrán así mejor llamarlas por su nombre, como dice el Evangelio. [60]

 

 

2. APOSTOL DEL CATECISMO.

 

"Apóstol del Catecismo" así fue definido Mons. Scalabrini por Pío IX. Sus primeros pensamientos como párroco y como obispo estuvieron dirigidos a la instrucción religiosa de la juventud mediante el catecismo, primera y natural enseñanza, compendio de la doctrina católica, fuente de vida cristiana. Al reflorecimiento catequístico dedicó el primer Congreso Nacional en 1889.

El catecismo debe ser enseñado "en todas partes y siempre", desde el púlpito y en la escuela, en la familia y en las propias Escuelas de la Doctrina Cristiana. La enseñanza debe ser gradual y cíclica, comprendiendo todo el arco formativo, desde los niños hasta los adultos. Es enseñanza vital, porque educa en la fe, si los maestros y las maestras se modelan conforme "al primer catequista", Jesucristo, copiando su celo y amor.

La catequesis es eminentemente cristológica: hacer conocer y amar a Jesús Salvador. La pedagogía catequística es el arte más difícil: debe ser estudiada, experimentada y perfeccionada según la metodología más adecuada al catequizando, que debe estar comprometido con la inteligencia, con la voluntad, con el corazón, con los sentidos. La catequesis es el apostolado más eficaz, porque tiende a formar a Cristo en los fieles.

La escasa cultura popular de ese tiempo induce a Scalabrini a pronunciarse por un catecismo único: "un código de la fe, igual para todos" los católicos y para todos los países, de modo que la movilidad geográfica no perjudique en el pueblo la seguridad de la regla de la fe y de la moral.

 

 

a) LA PRIMACIA DE LA CATEQUESIS

 

"Apóstol del Catecismo"

 

362.     ¡Me llora el corazón al ver que tantos jóvenes estudiantes se pierden, mientras tan fácilmente nosotros podríamos salvarlos! Sean para ellos, ¡oh hermanos!, los cuidados más solícitos y afectuosos. ¡Salvemos, oh salvemos a esta pobre juventud estudiantil y todo habremos salvado con ella!... No es sólo por el gran afecto que yo siento por ella, que me atrevo proferir aquí nuevamente ante ustedes este grito, sino también para desendeudarme, de una promesa que hice a Pío IX, de santa memoria. - Continúe, me dijo un día con ese modo suyo tan paternal, continúe siendo, Monseñor, el Apóstol del Catecismo -, y diciendo esto, quizás para que no olvidase la recomendación, me regaló, en presencia de varios Obispos, esta cruz... Confundido por ese trato de complacencia tan imprevisto como inmerecido, no recuerdo qué respondí. Esto sí lo recuerdo muy bien, que asumí el compromiso de poner en obras, lo mejor que pudiese, esas palabras, y también en cada circunstancia oportuna repetirlas a mis Cohermanos en el Ministerio. Por lo tanto, párrocos y sacerdotes, todos los que estamos aquí reunidos, armémonos de un celo fuerte, iluminado, constante; convirtámonos en los Apóstoles del Catecismo. [61]

 

 

363.     Distantes, más que el cielo de la tierra, del celo de un San Carlos Borromeo, de un San Francisco de Sales, de un B. Pablo Burali, nuestro glorioso antecesor, de un Ven. Bellarmino y de otros insignes pastores contemporáneos, Nos sentimos arder por un muy vivo deseo de seguir, por lo menos desde lejos, sus huellas en esta Obra saludable del Catecismo; jamás cesaremos de rezar, de esforzarnos, de instar oportuna e inoportunamente, con mucha paciencia, hasta que no podamos verla perfectamente cumplida y pueda Nuestra muy amada Diócesis servir como modelo edificante y ejemplo a las demás. [62]

 

 

"Nuestros primeros pensamientos estuvieron dirigidos a la juventud"

 

364.     Apenas fuimos destinados por el Supremo Jerarca a regir esta noble e insigne Diócesis, nuestros primeros pensamientos estuvieron dirigidos a la juventud (...). Les suplicamos en nombre de Dios velar atentamente por la instrucción religiosa de los niños, bajar hasta ellos, no perderlos nunca de vista, compartir con sus padres la preocupación de orientarlos hacia la piedad, enseñarles todos los puntos de la Doctrina Cristiana, consolidarlos en la fe Católica. Nuestras palabras que hacían alusión a la enseñanza del Catecismo fueron recibidas por ustedes con aprobación, y Nosotros nos alegramos de rendir este testimonio público al celo de ustedes, esperando que los votos ardientes de Nuestro corazón acerca del Catecismo sean coronados con éxito. [63]

 

 

"El Catecismo es la primera y la más natural enseñanza"

 

365.     El alma, aún si es joven, cuando es bien instruida en el Catecismo, siente en sí misma a su Dios, se lanza a Él con ardor, lo ama, lo adora a través de las bellezas, que adornan el universo. El que hizo alguna experiencia al respecto no necesita palabras para estar convencido de ello.

Hablen de Dios a un niño del modo más adecuado a su edad y capacidad, y él les demostrará que ustedes no hablan de un Ser extraño a su naturaleza. En lo profundo de su alma el Ser Supremo hizo sentir su existencia desde los comienzos de la vida, y por el Catecismo, este germen precioso, desarrollado gradualmente en el niño, según su edad, le hace brillar en la mente la parte más bella y sublime de su vida.

La idea de Dios aparece desde los primeros albores de la razón humana, y las necias teorías de las escuelas sin Catecismo, son refutadas todos los días por las madres, que hablan a sus pequeños del Padre Celestial, al cual elevan sus oraciones: y éstos con las manos juntas, con los ojos dirigidos hacia el Cielo, con la voz emocionada repiten las sagradas palabras que pronuncia la madre y su corazón enternecido se armoniza con los latidos de aquel que los inspira (...).

Eduquen religiosamente a un niño y lo verán, tierno todavía, pronunciar con respeto el nombre de Dios, y sin darse cuenta siquiera, tomará las máximas de la fe como primera ley de su mente, de su espíritu que comienza a tomar conciencia de sí mismo. Escuchando con maravilla los milagros de la creación, los inmensos beneficios de la redención, conocerá con purísima alegría el vínculo que une la tierra con el cielo, el hombre con Dios. Sentirá despertar en el alma el afecto, el reconocimiento hacia el Creador, rezará con amor y con fe; y todo ello ejercerá una influencia grande sobre su porvenir, su espíritu, su conciencia, su carácter, y quizás sobre los destinos de toda la vida entera (...).

Mientras que se ha despertado en la sociedad un verdadero entusiasmo por dar a los niños, y ello está bien, la más perfecta educación física y moral, ¿por qué no se querrá entender también la necesidad mucho más urgente de enseñarles a tiempo esos rudimentos de la fe, que son el principio de la gran obra de la educación cristiana, el fundamento y la base de toda la vida? No hay duda: la enseñanza del catecismo debe ser la primera instrucción a impartirse a los niños. [64]

 

 

"El catecismo es el compendio de todos los dogmas y de toda la moral de la Iglesia Católica"

 

366.     El Catecismo católico tomado en su significado general no es más que un breve compendio de todos los dogmas, de todas las doctrinas, de toda la moral de la Iglesia católica; compendio admirable que satisface todas las aspiraciones de las facultades humanas, todas las necesidades del alma, a la que aclara y explica las más arduas y grandes cuestiones que le interesan. El catecismo es, por lo tanto, el código, que dirige la conciencia; que da a conocer a Dios, los altos destinos del hombre, los sagrados deberes que lo unen al Creador, al prójimo, y a sí mismo. Es una resumida, pero completa, exposición de la fe, y todas sus palabras fueron tan ponderadas, que dijo muy bien quien lo definió como: la más pura sustancia de los dogmas y de la moral del Cristianismo. Es una teología elemental, pero profunda, ajustada a la inteligencia de todos, muy positiva, porque cada una de sus fórmulas encierra una verdad precisa, clara, esculpida con palabras exactas y evidentes (...).

El Catecismo contiene una ciencia totalmente divina, que tiene por maestro a Dios (...). Elevando al hombre por encima de toda cosa creada, lo transporta hasta el trono del Eterno Padre y le revela la generación del Verbo divino y la procesión del Espíritu Santo; le descubre en ese océano de grandezas, perfecciones infinitas, misericordias inefables y misterios maravillosos, como la Encarnación, la Cruz, los Sacramentos y muchas otras verdades que nos revelan los más profundos misterios de Dios.

El Catecismo por lo tanto, que se funda enteramente sobre la palabra revelada por Dios a su Iglesia y que en germen está todo contenido en esa orden del divino Maestro a los Apóstoles: "vayan y enseñen a todos los pueblos", es un libro que suple a todos los libros, a toda la sabiduría humana; es el libro de los pequeños como de los adultos, de los ilustrados como de los ignorantes (...). No hay por lo tanto, después de la Santa Escritura, libro más noble, ni que pueda y deba interesar tan vivamente a la sociedad como el Catecismo católico.[65]

 

 

"Verdadera fuente de la vida cristiana"

 

367.     La catequesis de la Iglesia primitiva (...) era una verdadera fuente de vida cristiana, en la que se desarrollaba y florecía. La Catequesis no era considerada como una simple escuela de Religión, sino como una familia, en la que crecían las almas para Dios, para la Iglesia, para el Cielo (...). El espíritu de los oyentes aquí se habituaba a los pensamientos cristianos, la mente era ejercitada para entender y para juzgar las cosas no ya según las luces de la sabiduría pagana, sino según la luz de la fe evangélica: los catequistas se empeñaban, con la caridad más grande, en formar en esas almas, todavía jóvenes en la fe, el espíritu de Jesucristo; mejor dicho Jesucristo mismo: `Donec formetur Christus in vobis' [Hasta cuando Cristo sea formado en ustedes].[66]

 

 

"El fruto del primer Congreso Catequístico, en parte, ya se ha obtenido"

 

368.     Decirles, oh Cohermanos, los sentimientos que invaden mi alma en este momento, no es posible. Las elocuentes palabras que resonaron entre estas paredes desde el principio, las tan hermosas y reconfortantes cosas escuchadas aquí, las tan útiles propuestas discutidas, las tan apreciadas y oportunas consideraciones aplaudidas también ahora y que fueron digno broche de oro para nuestros trabajos, dieron a conocer plenamente cuan grande es el amor que arde en el corazones de ustedes hacia Aquel que dijo -otra cosa no quiero- ignem veni mittere in terram et quid volo nisi ut accendatur? [he venido a traer fuego sobre la tierra ¡y cómo desearía que ya estuviera ardiendo!] A El por lo tanto, sólo a El sólo el honor y la gloria, a El hoy el himno de alabanza y gratitud.

Sí, démosle gracias por no habernos reunido aquí en vano. El fruto del primer Congreso Catequístico se puede decir que, en parte, ya se ha obtenido. Efectivamente, nuestros pueblos no pudieron permanecer indiferentes a nuestra obra.

Hace poco se ha oído exclamar: ¡Gran cosa debe ser ese Catecismo si solamente para lograr que sea conocido mejor se reunieron aquí tantos personajes insignes; si un Príncipe de la Iglesia y de los más iluminados, si tantos Prelados ilustres, si tantos celosos pastores de almas, si tantos doctos escritores venidos de todas partes de Italia, y no sin sacrificios y contratiempos, de otra cosa no se preocuparon en estos días que de activar su estudio y práctica! ¡Gran cosa, por cierto, debe ser!... Y tal reflexión hecha aquí y seguramente en todos los pueblos desde donde vinieron, ¿creen ustedes, Venerables Cohermanos, que no haya hecho ya algún bien? ¿No creen ustedes que sea germen de buenos y santos propósitos para el futuro? Pero todos nosotros sabemos que, neque qui plantat est aliud, neque qui rigat, sed qui incrementum dat, Deus [ni el que planta ni el que riega valen algo, sino Dios, que hace crecer]. A El, una vez más, nuestras acciones de gracias.[67]

 

 

"Promuevan la instrucción religiosa con ardiente caridad"

 

369.     Promuevan, se lo recomendamos calurosamente, la instrucción religiosa, cuidando , con caridad ardiente, su normal desarrollo en las Escuelas del Catecismo. Venerables Párrocos y Sacerdotes, se lo suplicamos, en esta obra de Dios, alienten a los buenos, sacudan a los inertes, entusiasmen a los tímidos, consuelen a los diligentes. ¡Oh cuánta alegría ocasionarán a los ángeles! ¡Qué ejemplo edificante para los fieles! ¡Cuánto consuelo para nuestro paternal corazón si reunidos con un selecto grupo de niños, les enseñan, con ese afecto que sólo sabe inspirar la caridad, a conocer, a amar, a servir al Señor! Nosotros pronto tendremos la oportunidad de darnos cuenta de esto, visitando en cada parroquia las Escuelas del Catecismo, con particular placer. Piensen bien que nosotros esperamos hallar en ese encuentro el más querido, el más dulce de nuestros consuelos, y a la vez que nos alegraremos en el Señor con Ustedes y seremos generosos de elogios para los verdaderos Pastores, no podremos ciertamente disimular, ni siquiera en público, nuestra grandísima pena por aquellos que no hubiesen cumplido todavía, según sus posibilidades, su deber en una cosa de tanta necesidad. [68]

 

 

b) LA NECESIDAD DEL CATECISMO

 

"Instrucción religiosa o, en otros términos, ¡Catecismo!"

 

370.     Instrucción, por lo tanto, instrucción religiosa; o, en otros términos, ¡Catecismo! ya que es justamente el Catecismo el fundamento de tal instrucción.

¡Quisiéramos hacerles apreciar como corresponde toda la grandeza, toda la importancia y toda la eficacia de este libro!

El catecismo es el eje de la vida cristiana. Para usar las bellas expresiones de uno de los más doctos escritores modernos, el catecismo es el libro de los libros: y, aunque tenga la apariencia de un librito humilde, exceptuando la Biblia, supera a todos los demás. Y la razón es que él contiene en sus primeros gérmenes la profunda y santa doctrina dejada, como el más hermoso de sus tesoros, por Jesucristo a la Iglesia. Por lo tanto, no sólo todo lo que enseñan los Papas y los Obispos hoy, sino lo que ellos enseñarán siempre: no sólo los dogmas cristianos, sino la teología, la filosofía y la literatura católica, son frutos de esos gérmenes catequísticos, sin los cuales no habrían salido jamás a la luz; y también ahora de esos gérmenes extraen alimento y vida. Por lo tanto, el que quiera conocer toda la bondad y la belleza del Catecismo Católico, debe hacer como aquél que, teniendo entre las manos algunas semillas, no se conforma con posar la mirada sobre ellas, sino que considera las virtudes ocultas y piensa que esas semillas, puestas en condiciones favorables, se transforman poco a poco en grandes árboles, ricos en ramas, en hojas, en flores, en frutos.

¡El Catecismo! Examínenlo un poco, pero atentamente, y verán, diremos con otros autores, cómo este libro admirable, este código de sabiduría popular, si bien pequeño en tamaño, contiene todo lo que para nosotros es más necesario saber, o sea la ciencia de nuestro destino con los medios para conseguirlo; se adapta a todas las edades, responde a las necesidades de todas las condiciones y de todas las inteligencias, resuelve en modo determinado y seguro todos los problemas de la vida y basta por sí solo para formar los buenos cristianos y virtuosos ciudadanos. Con fórmulas claras, breves y precisas, que poco a poco se desarrollan y se engrandecen, él hace nacer la fe en los pequeños, la alimenta en los adultos y en los hombres maduros la corrobora y la fortifica. [69]

 

 

"Catequicen en todas partes y siempre"

 

371.     La primera Comunión, la Confirmación, son las ocasiones más ordinarias. No es suficiente. Ustedes tienen el deber de catequizar los niños en la iglesia, en la casa, en las calles, en las escuelas, en las conversaciones domésticas, en los sermones, en todas partes y siempre. Y no sólo a los pobres y los del campo, si bien a ellos deben un amor muy particular, sino también a los nobles y a los burgueses, porque todos son igualmente hijos de Jesucristo y de la Iglesia y ante el ministro de Cristo no hay rico o pobre, noble o plebeyo.

Pero sobre todo importa que venzan un grave prejuicio, arraigado en muchos: que el Catecismo se debe enseñar solamente a los niños, es como si la Madre Iglesia, después de habernos alimentado amorosamente con la leche de la santa Doctrina cuando éramos niños o párvulos, nos dejara luego librados a nosotros mismos. La Iglesia, en cambio, no nos deja librados a nosotros mismos, ni siquiera una hora de nuestra vida, porque su maternidad es perseverante, continua, incansable. Cada edad y cada condición de vida necesita un especial y más abundante alimento de doctrina. Por lo tanto, catequicen también a los adultos. El catecismo debe ser en sus manos un arma poderosa para vencer las terribles batallas de la vida; y debe especialmente enseñarles a ellos que huyan del pecado, que santifiquen el dolor en la paciencia, que vivan con Jesucristo siempre, imitando sus ejemplos, y que finalmente pongan el corazón en la esperanza de la vida futura. Una instrucción catequística, que no consiga estos frutos, no es digna de un ministro de Jesucristo y de la Iglesia, y está más bien muerta o casi muerta.

Pero hay almas que requieren en modo particular los cuidados más solícitos y afectuosos de parte de ustedes y son, como les dije otras veces, los sordomudos y las sordomudas, que se encontraran por ventura en sus Parroquias. Que ellos también, por obra de ustedes, lleguen pronto al conocimiento de las verdades y puedan sentarse regenerados a este festín del espíritu. [70]

 

 

"¡Eduquemos, eduquemos!"

 

372.     ¡Eduquemos, eduquemos! Con la educación cristiana nosotros podemos todo; sin ella ¿para qué sirve todo lo demás? Si se quieren ver florecer las artes, las letras amenas, las disciplinas humanas, conviene que vuelva a revivirlas la fe. Si se quiere el verdadero progreso de la ciencia, es necesario que la semilla de las doctrinas celestiales sea esparcida a manos llenas en el campo del Señor y que desde los años más tiernos se infundan en el ánimo de los jóvenes las enseñanzas de la Iglesia católica (...).

A una ciencia falsa, enemiga de la fe y de la misma razón, debemos oponer una ciencia apoyada sobre sólidos e inmutables principios, conforme a la razón y a la revelación divina, no pudiendo nunca contraponerse entre sí los dictámenes de la fe y de la razón ya que Dios es el supremo autor de unos y de otros. Y la base de la verdadera sabiduría es el Catecismo Católico; no lo olviden. Sea enseñado el catecismo por los padres en los hogares, por los sacerdotes en el templo, por los maestros en las escuelas, y del catecismo aprenderán los hijos a venerar a los padres, que son imagen del Padre celestial; del Catecismo aprenderán los súbditos a respetar en los príncipes la autoridad que viene de Dios; del Catecismo aprenderán todos esa caridad, que nos hace semejantes a Dios y útiles a nuestros hermanos.[71]

 

 

"Vuelva el catecismo a las escuelas y con él vuelva Dios"

 

373.     Se me permita hablar con esa libertad que nadie puede disputar a un Obispo. Se me permita hacer un voto, o mejor dicho, dirigir a todos en el nombre de Dios, para la salvación de las almas, para el bien de la misma sociedad civil, una oración que me brota de lo profundo del corazón en este momento. Vuelva, vuelva la religión, vuelva el sacerdote, vuelva el catecismo a todas las escuelas. Vuelva a ellas, no ya como un mendigo al cual dificultosamente se le deja traspasar el umbral de la casa, sino como un amigo fiel, como un antiguo benefactor echado en un momento de despecho y de ira injusta. Vuelva el catecismo a las escuelas y con él vuelva Dios. Porque donde no está Dios, sépanlo todos, no hay más que tinieblas; allí donde no está Dios, está la oscuridad más tenebrosa en cuanto a los principios morales.[72]

 

 

"Perfeccionar las facultades del hombre armoniosamente"

 

374.     La instrucción, aún del solo intelecto, al igual que el alfabeto que es el primer eslabón, es un bien, un bien para difundir tanto y más que los demás, como serían por ejemplo, la salubridad de los lugares y la higiene del cuerpo humano. Es un desarrollo de la naturaleza humana, o mejor dicho, uno de los más nobles desarrollos y quien se opone a él es reo de lesa humanidad. Pero como todo tiene una medida, y todo tiene un fin, esta instrucción se proporciona no sólo a todos los hombres, sino que también debe armonizarse con todas las cualidades y capacidades, de las que cada uno es capaz. Educar significa perfeccionar armoniosamente las facultades del hombre, y la educación abarca el cuerpo y el espíritu, el corazón, los afectos, la fantasía, la voluntad conjuntamente con el intelecto (...).

Cada vez que no se educa religiosamente en el niño la naturaleza y la dignidad humana; cada vez que se descuida formar en él al hombre como Dios lo concibió, al hombre como Dios lo creó, al hombre como Dios quiere que se forme y se realice; cada vez que no se cumplen estas cosas, se traiciona, se viola el respeto que es debido al niño y a su grandeza original. Efectivamente el hombre, nacido esencialmente imitador y libre de sí, cuando no sepa estas grandes verdades, que encuentran tan fácil aceptación en un corazón recto, que es, según la bella expresión de Tertuliano, naturalmente cristiano, ni tampoco sea formado con el ejemplo de virtudes y ejercicios religiosos, crecerá deforme como plantita silvestre y portadora de frutos muy tristes, y a tan grave mal no se podrá fácilmente aportar remedio oportuno. Efectivamente, formar para la virtud y para el bien el alma todavía tierna, es cosa fácil, pero extirpar los vicios crecidos con los años es muy difícil. [73]

 

 

"Que despierten los padres"

 

375.     Todas las diligencias y actividades de los Párrocos y de nuestro venerable Clero y de todos los verdaderos y fervientes Obreros de la Doctrina Cristiana, darán siempre frutos muy escasos, hasta que no despierten los padres para comprender y ejercer su deber sagrado hacia los hijos. Por lo tanto, dirigidos a ellos, a su oído intimamos con todas nuestras fuerzas, a que se reanimen y recuerden la muy estricta obligación que tienen de educar bien esas almas, confiadas a ellos por la Divina Providencia, como sagrados y celosos depósitos. Doce filium tuum [Educa a tu hijo], dice el Espíritu Santo (Ecli. 30, 13) y San Pablo: educate filios vestros in disciplina Domini [eduquen a sus hijos corrigiéndolos y aconsejándolos según el espíritu del Señor] (Ef. 6, 4). Recuerden siempre que desde la tierna edad depende principalmente el logro o malogro del hombre. Dios nos lo ha asegurado y la experiencia lo confirma, se puede decir, todos los días, que el niño cuando ha tomado un camino, no se apartará de él ni siquiera cuando sea viejo (Prov. 17, 6).

Padres y madres, se los suplico por el amor de Jesucristo, no sean de esos desgraciados padres preocupados más de educar a sus hijos para las comodidades y beneficios temporales, y de hacerles aprender cosas vanas, incluso peligrosas, que de pensar en su verdadero bien espiritual y eterno; más preocupados por formarlos según el espíritu, las máximas y las costumbres del mundo que según los sentimientos de la religión, de la piedad y de la fe. [74]

 

 

"Ustedes, padres, deben ser los primeros Maestros del Catecismo"

 

376.     Las nuevas necesidades de los pueblos exigen nuevos cuidados y desvelos sin fin para transfundir el espíritu cristiano en los niños, fortificar en el bien la voluntad, iluminar y orientar hacia la rectitud la conciencia, ennoblecer los sentimientos, formar, según la admirable expresión del Apóstol, Jesucristo en sus almas, sublimándolas hasta Dios. Los niños son los hombres del mañana; dentro de pocos años ellos serán los padres, las madres, los obreros, los ricos, los comerciantes, los magistrados de las Parroquias y de la Diócesis entera; ganarlos para Dios, he aquí el camino más breve y más seguro para reformar todo. En tiempos de paz y de fe, Párrocos buenos, regulares, de una virtud común, pueden bastar, pero ahora que el grito de la impiedad no se oye más de lejos sino que se acerca y ocasiona estragos, ahora que el huracán furioso brama, estalla y como crecida violenta de río en su ímpetu amenaza con arrollar y arrastrar consigo todas las cosas, es necesario que el apostolado para la instrucción religiosa de la infancia, estimulada en otros tiempos por Dios, renazca con toda su intensidad y que el fervor esté, por lo menos, a la par de la maldad de los tiempos.

Pero todas las diligencias y los cuidados del clero caerían en gran parte al vacío, si ustedes, padres, no se despiertan para entender y ejercer sus deberes con respecto a los hijos que se volvieron, en tiempos tan tristes, deberes exclusivamente personales. Porque para ustedes no es desconocido que también allá donde se debería admirar la seriedad y la sensatez del pensar, abundan hombres livianos y superficiales, los que, despreciando la antigua sabiduría de sus ancestros y pisoteando la historia y la experiencia de las generaciones pasadas, consideran el catecismo una bagatela, un viejo utensilio de la casa ya inútil, un impedimento y un obstáculo para la prosperidad y la gloria de las naciones; de suerte que muchos jóvenes instruidos quizás en otras cosas, o no lo aprenden como se debería, o pronto, con increíble desconocimiento, lo olvidan y lo desprecian. Por lo tanto ustedes, padres, deben ser los primeros Maestros del catecismo para sus hijos, ya que con el vínculo conyugal se adosaron esta gravísima obligación; ustedes no son sus progenitores según la carne sino para ser también sus progenitores según el espíritu. [75]

 

 

"Ustedes, padres y madres, tienen la tarea y la obligación de hacer partícipes a sus hijos de la enseñanza de la Iglesia "

 

377.     A ustedes, Madres, de modo particular, recordaremos que deben dar la primera instrucción religiosa a sus hijos, los que, siempre con ustedes, escuchando su voz, les creen, les obedecen más que a cualquier otro, a ustedes que en la cualidad exclusiva que adorna la maternidad, tienen los recursos que las hacen aptas más que otros para éste tan noble deber. Por lo tanto, esa preocupación que ustedes tienen para que a sus hijos no les falte el alimento corporal, deben usarla para el sustento de su vida espiritual mediante la primera instrucción catequística. Esas grandes verdades aprendidas de los labios maternos no se borrarán tan fácilmente de la mente y del corazón de sus hijos y ustedes, Madres cristianas, cumpliendo con esta gloriosa parte del apostolado católico que les fuera confiada, tendrán bien merecido el reconocimiento de las almas y de la Iglesia. Pero graben bien en la mente, oh padres, que los niños viven de imitación y que el ejemplo de ustedes, más que las palabras, valen para su beneficio y aliento.

No se conformen, por lo tanto, con enviar a sus hijos a la Escuela de la Doctrina Cristiana, sino acompáñenlos ustedes temprano, concurran ustedes mismos a fin de que puedan prepararse para instruirlos. También si se hallaran en posesión de toda la ciencia de la Fe, piensen que las verdades de la Religión cuanto más se escuchan y meditan, tanto más se descubre en ellas la luz celestial que aclara y deleita las almas, y que por otra parte deben a los hijos el ejemplo de respeto, de obediencia a la Iglesia, de religiosidad, de edificación cristiana para prepararlos a un porvenir feliz. Sea norma de la conducta de ustedes este bellísimo recuerdo de San Agustín: los sacerdotes tienen la obligación y el deber de enseñar la doctrina cristiana a ustedes, padres y madres, en la casa de Dios, a la cual están obligados a concurrir, y ustedes, por su parte, tienen el deber y la obligación de transmitir las enseñanzas de la Iglesia a sus hijos y a aquellos que están confiados a los cuidados de ustedes.[76]

 

 

 

c) LAS ESCUELAS Y LOS MAESTROS DE LA DOCTRINA CRISTIANA

 

"Erijamos en toda la Diócesis Escuelas de la Doctrina Cristiana"

 

378.     Nosotros conocemos las graves dificultades, los muchos esfuerzos necesarios para tal fin, pero nada es imposible para la caridad y el esmero en el cumplimiento del deber: ellos son los grandes inspiradores y maestros de todo bien. Hay párrocos, y nosotros lo sabemos bien, que colocados aún en posiciones muy difíciles, justamente con la caridad y el esmero han sabido hacer lo que les hemos dicho, incluso, algunos mucho más, instituyendo fiestas y exámenes y premios para el Catecismo, convocando a breves ejercicios espirituales a los niños de la primera Comunión, a los cuales dan merecidamente una suprema importancia, instruyendo por largo tiempo a los Maestros y Maestras, valiéndose de todo y de todos para promover esta obra del Señor. Sí, con la caridad y con el celo se realizan grandes cosas, diríamos con San Agustín, sin mucho esfuerzo, ya que el celo es fecundo, inventivo, paciente, incansable, la caridad no teme los esfuerzos, por el contrario los ama y está dichosa con ellos: "Ubi amatur non laboratur, aut si laboratur, labor amatur" [Cuando se ama no se siente la fatiga, o si se siente la fatiga, la fatiga es amada]. Con la caridad y con el celo se piensa en todo, todo se intenta y se continúa, se multiplican las iniciativas, a las que es ayuda y estímulo la infalible promesa de Dios: Aquellos que instruyan a muchos en la justicia, brillarán como estrellas en la interminable eternidad (Dan. 12).

Por lo tanto, nosotros declaramos en pleno vigor la Compañía y las Escuelas de la Doctrina Cristiana, Escuelas que instituidas ya por nuestros Antecesores, repetidamente reactivadas por Sínodos Diocesanos, cayeron de tal modo en algunas parroquias que casi no quedaron indicios de que hubieran sido erigidas. Como Obispo y Pastor destinado por el Espíritu Santo a apacentar el rebaño con el alimento saludable de la doctrina celestial, ERIGIMOS Y DECLARAMOS ERIGIDAS EN TODA NUESTRA DIOCESIS LA COMPAÑIA Y LAS ESCUELAS DE LA DOCTRINA CRISTIANA en descargo de nuestra conciencia, para mayor bien de las almas a nosotros confiadas y para mayor gloria de Dios. [77]

 

 

"En cada parroquia se formarán cuatro clases"

 

379.     En cada parroquia se formarán cuatro clases:

La primera del Pequeño Catecismo;

La segunda de la Primera Comunión;

La tercera del Catecismo grande;

La cuarta de los adultos.

 

1.      En la primera escuela se inscribirán a los niños más pequeños, que deben aprender las principales verdades de la fe, y en las parroquias populosas esta clase podrá ser subdividida según el número de maestros que haya y de los niños que participen.

Instruir en forma separada a los que se preparan para la Primera Comunión, es cosa óptima, ya que sobre el ánimo de los niños surte siempre una saludable impresión el estar separados de los demás por un objetivo religioso y santo.

 

2.      En la escuela de la Primera Comunión serán inscriptos los niños y las niñas que durante el año deben ser admitidos a la Mesa Eucarística. En cuanto a la edad, siguiendo la doctrina de San Carlos, podrán ser aceptados aquellos que tienen alrededor de diez años (...).

Un año entero, y también dos para los más lentos, de instrucción especial y de anhelante espera, no es excesivo, por el contrario, es necesario y muy ventajoso.

 

3.      La tercera Escuela servirá para aquellos y para aquellas que ya fueron admitidos a la Primera Comunión. En esta Escuela, que podrá ser subdividida en varias secciones según las necesidades, se debe completar la enseñanza religiosa con una exposición clara, noble, digna, siempre fácil y llana; con instrucción sólida, bien preparada, que convenza, desarrolle y fortifique la fe, que haga de cada niño un cristiano de juicios rectos, franco, que encuentre en su fe no impresiones pasajeras, sino llenas de virtudes, de santas costumbres, que sepa resistir a los vientos furiosos que flagelarán su creencia, a las olas que rugirán a su alrededor.

 

4.      De la cuarta clase forman parte finalmente los adultos. Esta es la clase dictada de ordinario al pueblo antes de la doctrina explicada desde el púlpito. Muchos Sínodos Provinciales y Diocesanos ordenan que también los Sacerdotes, que atienden a esta instrucción, deben leer las preguntas y las respuestas del Catecismo, explicándolas con la máxima simplicidad tanto en las palabras como en el sentido. El objetivo de esta instrucción al igual que el de esta clase, es capacitar a los padres y a los adultos en general, a comprender y explicar exactamente el mismo Catecismo a sus hijos. Es muy importante para el porvenir religioso de las familias que ese objetivo sea alcanzado. Nosotros confiamos que todos, también los Sacerdotes y los Párrocos, que dictan esta cuarta clase, se atendrán a los objetivos para mayor ventaja de la instrucción.[78]

 

 

"Quien no arde con este fuego celestial no puede decirse verdaderamente cristiano"

 

380.     El que tiene fe, el que vive de fe, no sólo ama a Dios, sino que se siente impulsado a hacerlo amar también por los demás, ya que el amor no se adapta nunca a la indiferencia. De aquí esa fiebre de los santos de sacrificarse totalmente por la salvación de las almas. De aquí esos prodigios de caridad y de celo que leemos en sus historias y que son la admiración de los siglos. El celo por la gloria de Dios los consumía y no los dejaba descansar un instante. Quien no arde con este fuego celestial no puede decirse verdaderamente cristiano, verdaderamente católico. Verdadero cristiano y católico es aquél que no dice solamente con los labios cada día: Señor, venga tu reino; sino que estudia todos los modos, usa todos los medios, emplea todas las fuerzas, para que este reino se extienda siempre más y se establezca sobre la tierra. Verdadero cristiano y católico es aquél que tiene hambre y sed de justicia, que trata de hacerla conocer y amar por los demás, promoviendo especialmente la instrucción religiosa y dedicándose él mismo personalmente.[79]

 

 

"Jesucristo el eterno modelo"

 

381.     El amor inefable y las tiernas solicitudes de Jesucristo hacia los niños son la gloria y la eterna bendición de la infancia cristiana, ya que el Maestro del Catecismo no puede tener otro modelo diferente de Aquél que ha catequizado toda la tierra (...).

Los más grandes maestros del catecismo, los más perfectos, no fueron tales, sino porque copiaron en sí mismos, y más que los demás, la imagen de este modelo divino (...).

Enciendan en ustedes, por lo tanto, oh maestros del catecismo, el sagrado fuego de amor que ardía en el corazón de Jesús por la niñez, y estén persuadidos que no serán nunca dignos de su ministerio, si no aman a Jesucristo y en Jesucristo a esas jóvenes ovejas de su místico rebaño (...).

Pero Jesucristo debe ser adorado no sólo como modelo de la forma en que deben ser tratados los niños, sino también del modo de instruirlos. El método usado por Jesucristo para enseñar es divino y por lo tanto el más conveniente para ellos.

En las páginas inmortales del Evangelio aparece que Jesucristo instruía con toda la autoridad, pero al mismo tiempo con la máxima simplicidad. El se vale de ejemplos, de trozos de historia, propone parábolas, semejanzas. Jesús interroga, se deja interrogar, hace aclaraciones, responde en forma muy breve. En el templo, a orillas del Jordán, sobre una barca, sentado sobre la cima del monte, enseña con explicaciones familiares las más profundas verdades dogmáticas y morales, interrumpe con frecuencia sus sermones y pregunta suavemente: ¿han comprendido lo que les expliqué? Intellexistis haec omnia? A veces comienza con una pregunta, y para grabar más vivamente en el espíritu la verdad usa animados diálogos con los oyentes (...).

El Evangelio se puede llamar el libro de las Catequesis de Jesucristo Nuestro Señor, y cada instrucción es divinamente extensa, firme, magnífica, muy simple; ella llena de luz celestial, sacude, conmueve, arrastra con toda la plenitud de la verdad, de la autoridad; ella será eterno y adorable modelo de la enseñanza cristiana, como Jesucristo es el eterno y adorable modelo de la caridad y de la santa ternura, que el Maestro del Catecismo debe profesar por la infancia. [80]

 

 

"La escuela del catecismo no se limita a enseñar, sino que educa en la fe"

 

382.     La Escuela del Catecismo no se limita a enseñar a los niños las verdades de la fe, sino que los educa en la fe; no enseña solamente el Cristianismo a los niños, sino que los educa en el Cristianismo. No hay solamente que instruir, sino educar; no cultivar y desarrollar solamente la mente, sino el corazón. El catequista, apodado por San Pablo no tanto pedagogo sino padre, debe criar para Dios, para la Iglesia, para el Cielo esos tiernos alumnos, formando en ellos la inteligencia, el corazón, el carácter, la conciencia, con las exhortaciones, con los ejemplos, con las prácticas, con los ejercicios religiosos. [81]

 

 

383.     Ya no se trata solamente de hacer aprender a los pequeños las principales verdades de la fe, sino de formar y de desarrollar en ellos la conciencia y el sentimiento cristiano; se trata de prepararlos para las grandes prácticas religiosas, es decir recibir los Sacramentos de la Penitencia y de la Confirmación; se trata de acostumbrarlos a hablar el lenguaje de la fe, a temer y a esperar en Dios.[82]

 

 

384.     No es suficiente instruir, es necesario que este Catecismo de perseverancia dé una verdadera y fuerte educación cristiana, que sea no sólo una buena escuela de enseñanza religiosa, sino también una gran institución religiosa; que no sólo enseñe e inculque los principios de la fe, sino que los insinúe en el corazón, los haga entrar en las costumbres cotidianas de la vida. [83]

 

 

"Los maestros usen especialmente el celo"

 

385.     San Bernardo quiere que el celo veraz sea inflamado por la caridad, informado por la ciencia, hecho invencible por la constancia, circunspecto en la selección de los medios, ferviente e invicto en la actuación práctica. Cuando el Maestro posee tal celo, no se atiene a ninguna conducta en particular. Es calmo, riguroso, adaptable, valiente, condescendiente, con tal de salvar a las almas. Ese celo todo lo enseña para hacer crecer en la verdadera piedad las almas de los niños y alejarlos de las alegrías falsas y ruidosas del mundo.

Que los maestros pongan un particular celo, como San Carlos, en tratar de mantener y acrecentar todos los días una obra de tanta importancia, y lo lograrán, si con diligencia y prontitud cada uno cumple bien su deber, sin ahorrar ningún esfuerzo necesario para ello. [84]

 

 

"Unir a la enseñanza una sólida piedad"

 

386.     Para que la enseñanza del catecismo produzca abundantes frutos, es necesario que sea impartido con singular piedad, ya que no es quien planta ni quien riega, sino que es Dios quien hace crecer. La gracia, es cierto, no destruye, sino que perfecciona la naturaleza, no excluye, sino supone las iniciativas humanas, del mismo modo que la forma supone la materia; es siempre la gracia divina al fin y al cabo quien riega y fecunda los esfuerzos del catequista, que por consiguiente debe unir a las enseñanzas una sólida piedad, con el fin de atraer sobre sí y sus alumnos las más selectas bendiciones celestiales.[85]

 

 

387.     Rueguen, por lo tanto, Maestros del Catecismo, y Aquél que es rico en misericordia los oirá más allá de los anhelos de ustedes; rueguen con piedad: es ésta la vida de los santos, la vida oculta con Jesucristo en Dios; con la piedad y con la oración llegarán a ser columnas de la casa de Dios, delicia de la Iglesia, salvación de los niños que encontrarán en ustedes la más fuerte ayuda, la más viva luz.[86]

 

 

"Que sus alumnos comprendan que ustedes los aman"

 

388.     Que sus pequeños alumnos comprendan que ustedes los aman; que si se esfuerzan, se esfuerzan únicamente por su bien, y entonces ellos recibirán gustosos las exhortaciones de ustedes y los escucharán con agrado. Convénzanse: los niños necesitan más que nada de la ternura, pero de la ternura de la piedad. Por lo tanto, lejos de ustedes ese proceder áspero y severo, ese tono de voz imperioso que tanto les desagrada.[87]

 

 

389.     Sea compañera del Maestro de Catecismo una gran dulzura en los modales que no se pliegue y degenere en flojedad, que se convierta a veces en una prudente severidad, pero no llegue a un trato áspero. Ese equilibrio es difícil de conseguir, pero se lo puede alcanzar cuando se piensa en las inmensas ventajas de las que es noble fuente.[88]

 

 

390.     Los Maestros deben tener siempre presente que la indulgencia con los niños es más justa que el excesivo rigor, que no deben pretender demasiado, que hay una sobria perfección, muy difícil de lograr, pero sin la cual todas las reglas, también las más sabias, sirven poco, que, en fin, la naturaleza del niño, más malo en la superficie que en el corazón, es necesario enderezarla, ayudarla, jamás violentarla, tendiendo con fuerza al fin, pero disponiendo cada cosa con suavidad.[89]

 

 

391.     Extenderán su caridad también afuera de la Escuela, vigilando la conducta de sus discípulos, conscientes de que son almas que cuestan la sangre de Jesucristo y que con poco esfuerzo se pueden formar para la vida cristiana, con inmensa ventaja para las familias, preparando para sí una corona de gloria. Avisarán a los padres sobre la conducta, el aprovechamiento y las faltas de sus discípulos, mostrando en cada ocasión celo prudente y caritativo interés por el buen logro de los niños. [90]

 

 

"Es más fácil formar un buen orador que un buen catequista"

 

392.     Se suele decir que es más fácil formar un buen orador que un buen catequista y, por lo tanto, no se aflija el párroco o quien ocupe su lugar, por tener que convocar a los maestros del Catecismo y leer él mismo alguna lección, explicando el significado de cada palabra (...). No debe conformarse con hacer esto alguna vez, sino que debe continuar por meses y años hasta que el método de enseñanza haya sino internalizado y sea bien conocido. [91]

 

 

"Considero la Formación Catequética una de las ciencias más necesarias"

 

393.     Enseñar el catecismo a los niños se considera comúnmente la cosa más fácil del mundo: ¡todo lo contrario! Ciertamente hacer repetir como loros la doctrina del catecismo es cosa muy fácil, pero la ciencia y el arte de catequizar, de hacer comprender a los niños la doctrina del catecismo, de desmenuzarla, de adaptarla a esas pequeñas mentes, en resumidas cuentas, de convertirla en leche para los niños, hoc opus hic labor! [¡ésta es la obra, éste es el trabajo!]. Para lograrlo se requiere estudio, diligencia, esfuerzo y un buen bagaje de conocimientos. Yo considero la formación catequética una de las ciencias más necesarias para los eclesiásticos, porque catequizar es una de las principales funciones del ministerio sagrado.

¿Qué quiero deducir de todo esto? Lo que me fue insinuado ayer por la mañana por mi Ven. Cohermano de Ventimiglia, o sea que para favorecer la enseñanza del catecismo y asegurar los frutos más abundantes que requieren las necesidades presentes del pueblo cristiano, es indispensable una escuela de buenos catequistas (...).

Hay escuelas destinadas a formar a los maestros y maestras para la enseñanza primaria; ¿y por qué no puede, o mejor dicho, no debe haber una destinada a preparar y formar los maestros de la más sublime de las ciencias, de la más difícil de las artes, como es la de enseñar el Catecismo?

Y es justamente sobre la institución de una escuela de Formación Catequética a la que se refiere mi primera propuesta.[92]

 

 

"Una gran Asociación de Catequistas"

 

394.     Entre diversas propuestas, yo sugiero formular una, que no sería sino la concreción del pensamiento tan sabia y oportunamente expresado por Su Santidad en la memorable Encíclica "Humanum Genus" y que desafortunadamente hasta ahora ha sido letra muerta. Es decir, la creación en Italia de una gran Asociación de Catequistas, que tuviese como objetivo impulsar la instrucción religiosa en las parroquias, en las familias, en las escuelas, que se ocupara de recolectar ofrendas, para instituir las fiestas del Catecismo, de la Primera Comunión, para distribuir premios, en una palabra, para contraponer una valla de contención a la masonería imperante (...). Sin duda esta Asociación adquiriría de inmediato gran impulso, en caso que yo en el inminente Congreso pudiera anunciar que Usted, Beatísimo Padre, no sólo bendijo la idea, sino que alentó eficazmente su realización. ¡Oh! si pudiese cerrar el Congreso con esta simple noticia: ¡Nuestro grande y generoso Pontífice León XIII ofrece, como base de esta Asociación, la suma de cien mil liras! [93]

 

 

d) LA PEDAGOGIA CATEQUISTICA

 

"El conocimiento y el amor de Jesús Salvador debe ocupar el primer lugar"

 

395.     El conocimiento y el amor de Jesús Salvador debe ocupar absolutamente el primer lugar en el espíritu del cristiano, por lo tanto hay que infundirle esta gran idea desde la primera edad, inspirándole el más tierno amor, la más grande confianza, la más viva y eficaz devoción. [94]

 

 

396.     Por lo tanto, el que enseña el catecismo nunca debe olvidar que toda la instrucción religiosa tiene como objetivo hacer conocer a Dios y a Jesucristo, cuyo conocimiento, como está escrito en el Evangelio, es la vida eterna.[95]

 

 

397.     Además de la parte de catecismo asignada a cada clase, póngase continuamente ante los ojos de los niños a Jesucristo, a la Iglesia, a su Jefe augusto. Jesucristo, autor y consumador de nuestra fe, centro de la Religión, nuestra única esperanza, y lo que El es, como Dios y como Hombre; la Iglesia, su inmaculada Esposa, columna y fundamento de toda verdad, madre de todos los fieles, fuera de la cual no hay salvación; el supremo Pastor, el Obispo de los Obispos, el infalible Maestro de la verdad, el Papa, deben ser objeto de la fe, de la ciencia, del más afectuoso y profundo respeto de los niños. La fe de la generación que está creciendo es amenazada de mil maneras con respecto a estos puntos; es necesario, por lo tanto, hacerla crecer sólida, fuerte e iluminada; una fe sin fundamento serio, una piedad de costumbre y de sentimiento mal podría resistir al torrente de los errores que en el presente perturban a la sociedad cristiana. [96]

 

 

"El catecismo sea comprendido en el significado de cada una de sus palabras y en el conjunto de las verdades"

 

398.     Los maestros tendrán el catecismo en mano, leerán claramente la pregunta y la respuesta, explicarán en forma clara, llana, muy breve, el significado de cada una de las palabras (...). Efectivamente, los niños no comprenden esas palabras, y si se los acostumbra a pronunciarlas mecánicamente, no obtienen de ello ningún provecho. Es necesario, por lo tanto, explicar con la mayor simplicidad y familiaridad, con nociones y figuras sensibles a todas y a cada una de las palabras del Catecismo, con el fin de aprender las augustas verdades dogmáticas y morales de la fe. Es frecuente el caso de escuchar a niños recitar con seguridad, de memoria lo que no entienden; culpa de los maestros, que suponen en ellos excesiva facilidad para comprender las palabras y las expresiones catequísticas.

Por lo tanto, explicado el sentido de cada palabra, el maestro debe comenzar nuevamente, desarrollando el sentido y la fuerza de la respuesta, volviendo a proponer de diversos modos el tema, equivocando alguna vez a propósito las respuestas para dejar a los niños el vivo placer de la corrección, dispensando en forma oportuna felicitaciones y reproches, manteniendo despierta la atención hasta que esa parte del Catecismo sea comprendida en el significado de cada una de sus palabras y en el conjunto de la verdad augusta que significa (...).

El catequista no debe avanzar sin haber comprobado antes por el tono de la voz, por la alegría de la mirada de los niños, que fueron impactados por la verdad propuesta (....). El maestro que no se atiene a esta regla, traiciona su mandato con grave daño para los niños a él confiados. Cuídese el maestro de no aburrirse, ni cansarse de repetir, sin apuro por avanzar, recordando el gran dicho de San Agustín: "es tanta la profundidad de la Doctrina Cristiana, que si desde la niñez hasta la ancianidad no hubiese estudiado ninguna otra cosa con toda comodidad, con suma dedicación, con mejor ingenio, habría realizado en ella cada día mayor progreso".[97]

 

 

399.     Su capacidad es muy limitada; la memoria, la reflexión, la inteligencia, no están ejercitadas; su lenguaje es muy pobre y las respuestas del Catecismo Diocesano muchas veces son demasiado complejas para ellos, que necesitan, diré con el Apóstol, leche, no alimento sólido, es decir de una instrucción expresada con palabras y frases muy simples, que no superen su capacidad infantil. Por lo tanto, ordinariamente en los jardines de infantes se usan algunas preguntas y respuestas sacadas del Pequeño Catecismo que no constituyen para nada una enseñanza gradual, ni ayudan para desarrollar en el ánimo del niño el germen de la fe y de la vida cristiana, introducida en él por la gracia bautismal. [98]

 

 

“Hacerlo casi imborrable”

 

400.     Que cada alumno tenga el Catecismo propio del curso al que pertenece, y que el maestro se lo haga estudiar en la forma más precisa posible (....).

Una importante verdad está encerrada en cada una de sus fórmulas; las palabras y las frases están precisadas de tal manera que el cambio por otras a veces puede alterar la sustancia de la cosa (...). De aquí la importancia de asignar, clase por clase, una breve lección para aprender siempre al pie de la letra y recitar de memoria, no permitiendo al niño cambiar una palabra, ni siquiera una sílaba (....).

Tal estudio graba tan fuertemente en la memoria el texto del Catecismo que lo hace casi imborrable con inmenso provecho para las almas que, aún en sus extravíos, encontrarán siempre en su espíritu fórmulas casi indelebles de reproche y condena. Se han visto hombres que habían perdido la Fe, habían pasado por todas las fases de la incredulidad y que, al volver a Dios después de cuarenta o cincuenta años de vida irreligiosa, recordaban todas las respuestas del Catecismo con gran satisfacción y ventaja para ellos.[99]

 

 

"La imaginación auxilie al intelecto"

 

401.     Es necesario esforzarse para que la imaginación auxilie al intelecto al poner ante él imágenes que expliquen las verdades del Catecismo. El libro de la naturaleza, decía San Francisco de Sales, es apto para las similitudes, para las comparaciones, para los parangones y para mil cosas más. Los antiguos Padres están repletos de ellas y las Sagradas Escrituras las utilizan continuamente. El Santo no se limitaba a dar preceptos, sino que cuando enseñaba el catecismo, usaba muchas y sorprendentes imágenes, sobre sus labios florecían las más adecuadas comparaciones. Siga el maestro este modelo tan noble y su obra será fecunda de frutos sobresalientes.[100]

 

 

402.     Pero la maestra tenga bien presente la advertencia de no insinuar en el ánimo de los niños, con respecto al Paraíso y al Infierno, ideas demasiado materiales, inexactas o falsas con el objetivo de impresionarlos. En la enseñanza religiosa siempre es necesario atenerse a lo que enseña la fe y no dejarse arrastrar por la fantasía, ni siquiera por buenos motivos. Efectivamente, una idea material puede causar viva impresión en los niños, pero al crecer advierten la falsedad y junto con la idea falsa desprecian y rechazan también las verdades más sagradas. [101]

 

 

403.     Los maestros usen, en lo posible, narraciones; parece que ellas hicieran más larga la instrucción, pero en cambio la acortan mucho y le quitan la aridez (...). Dios que conoce plenamente el espíritu del hombre por El creado, ha dispuesto la Religión en historias populares, que no la hacen pesada sino que ayudan a los simples a entender y retener sus misterios. [102]

.

 

"Sentidos y espíritu, todo el niño se ocupe de lo que estudia"

 

404.     La maestra tenga siempre presente esta observación: en la instrucción religiosa también de la primera niñez, no se debe separar la mente del corazón y de la voluntad, sino todo el espíritu, es decir, mente, corazón y voluntad se deben enderezar hacia la verdad y el bien que nos presenta la fe cristiana. En fin, que se aproveche cada ocasión, incluso la recreación, las flores, todo, para hacer admirar a los niños la grandeza, la bondad, la perfección de Dios y para cultivar el sentido de Dios que le ha sido comunicado en el Santo Bautismo, ese germen divino de la gracia bautismal inserto en el alma para producir sus frutos. [103]

 

 

405.     Despiértese entre los niños el entusiasmo del sentimiento, tóquense suavemente todas las cuerdas del corazón, que se aprovechen todas sus buenas cualidades para que puedan concebir ideas amables, jubilosas, piadosamente hermosas para su Religión, que los haga felices y contentos en la simplicidad de su fe. Para alegrar el ánimo de los niños y hacer grata la religión ayuda mucho el canto. [104]

 

 

406.     Que se utilicen las láminas, que poseen los jardines de infantes que representan el Cielo y la Tierra, para hacer comprender de alguna manera la grandeza y las leyes del universo y llenar el alma de los niños de admiración y de estupor. [105]

 

 

407.     La pasión y la muerte de Jesucristo debe ser contadas con frecuencia a los niños. Para imprimir en forma cada vez más viva en los corazones estos misterios, que la maestra se valga de la imagen del Crucifijo y de otras relativas a la pasión, ya que una constante experiencia enseña que favorecen mucho la instrucción religiosa de la niñez.[106]

 

 

"Prudencia y paciencia"

 

408.     La prudencia, esta preciosa virtud, debe enseñar a los maestros el modo de comportarse con los diversos caracteres y con los diferentes tipos de niños. Que sea prudente al reprender a tiempo y en la forma adecuada a los niños distraídos, orgullosos, inmodestos, para hacerles sentir la necesidad de ser sabios y atentos. Que sea prudente al sostener con afecto los primeros esfuerzos que el niño hace contra sí mismo para enmendarse (....). Debe ser muy prudente y no permitirse ninguna acción que no sea buena, ni arrojar, por ningún lado, sombra de mal.[107]

 

 

409.     Tengan, por lo tanto, mucha paciencia, ¡oh Maestros!, acumulen en la mente del niño buenas ideas; vendrá el tiempo en que ellas se reordenarán solas. Tengan mucha paciencia al soportar a los que son naturalmente vivarachos, inquietos, impetuosos. [108]

 

 

410.     Si no se usa la máxima prudencia y cautela en los castigos, es demasiado fácil hacer nacer en el ánimo de los niños aburrimiento, disgusto, aversión por el catequista, al Catecismo y la misma Religión. La historia registra nombres, que suenan a incredulidad y cinismo, que confesaron haber iniciado su muy funesta disposición a la impiedad en la niñez, cuando fueron demasiado severamente castigados en la escuela de Catecismo. Desde ese día perdieron todo placer, todo afecto por esa instrucción, y, hechos dueños de sí mismos, no quisieron ni oír hablar más de ella (...).

Los castigos son necesarios, pero es importante señalar, como dijo un sabio educador, que la alegría y la confianza deben ser la disposición ordinaria de los niños, en caso contrario se empequeñece su espíritu, se desalienta su coraje; si son vivarachos se irritan, si son calmos se tornan casi sosos. El castigo riguroso es ese remedio violento de las enfermedades extremas, que purga, pero altera el organismo y lo frustra.[109]

 

 

"Una forma que atraiga y conquiste"

 

411.     Esta Religión debe hacerse conocer en toda su natural belleza especialmente a la juventud estudiosa (...): proporcionarle la enseñanza religiosa del modo más adecuado a las necesidades de la hora presente, de forma tal que atraiga y conquiste, como lo expresa muy bien un ilustre orador, en un ambiente, si se quiere, que no sea el templo pero que continúe la obra del templo. Para proveer a extraordinarias necesidades es inútil perdernos en discusiones vanas, son necesarios medios fuera de lo habitual. [110]

 

 

412.     Es necesario esculpir en el ánimo de los jóvenes los dictámenes de la fe, prevenirlos contra los maestros de la impiedad, que no faltan en ningún lugar, mostrarles al mismo tiempo toda la indignidad, la locura, la miseria de los hombres incrédulos; pero no ya a modo de polémica, más bien con una exposición clara, noble, digna, con instrucción catequística sólida, bien preparada, que convenza, desarrolle, ilumine, fortifique la fe, que, fundada en este caso, como dice el Evangelio, sobre la roca y no sobre la arena, resistirá victoriosa contra todo asalto de los enemigos. [111]

 

 

"Instruyan con afecto"

 

413.     Se trata de alimentar la vida, no ya material, sino espiritual de los niños con el pan de la instrucción religiosa. Deben persuadirse bien, Hermanos muy queridos, que quizás hoy no haya obra de las más gratas y santas para el Señor, más necesarias y útiles para la sociedad civil, más consoladora y meritoria para ustedes mismos. Con toda solicitud aclaren las mentes, combatan la ignorancia, destruyan los prejuicios, hagan conocer y amar la Religión, comenzando justamente desde la tierna infancia.

A los niños, les diremos con las palabras tan llenas de sabiduría y tan prácticas de un eminente Obispo italiano, recíbanlos con amor y con dulzura paternal cuando vengan a ustedes, y si no vienen, a semejanza del Divino pastor, pregunten por ellos, búsquenlos por las calles y por las plazas; combatan la inercia y el descuido de los padres; insistan, rueguen para que manden a sus hijos al catecismo. Lejos los castigos y los reproches, lejos los modos duros y ásperos, que los alejarán de ustedes; háganse niños ustedes también, si es necesario, para ganarlos para Jesucristo; disimulen su liviandad y su indocilidad; compartan su rusticidad y su lentitud para aprender lo que les enseñan; no se muestren jamás cansados o aburridos de ellos; con una caridad sin límites, continua, ingeniosa, paciente, benigna, que todo soporta, todo espera; es necesario suplir esa deficiencia de medios y esa merma de autoridad que el tiempo y los hombres nos han sacado (...). En las instrucciones sean breves, claros y simples; los modos de ustedes sean amables y cautivadores; atemperen la aridez de la enseñanza mezclando relatos amenos y morales a fin de unir lo dulce con lo útil, animándolos a ser constantes en la asistencia. Donde los párrocos no posean coadjutores, o éstos no sean aptos, diríjanse a algunos buenos laicos, a algunas mujeres piadosas, para que los ayuden, reúnan y lleven a la Iglesia los niños y las niñas y mantengan el silencio necesario.

Instruyan, instruyan a los niños que la Iglesia les ha confiado y sea la de ustedes una instrucción educadora: ya que, y aquí presten atención, a nada bueno conduciría el sonido de un labio vanidoso y estéril, si esa palabra no la convierten en un sentimiento. Instruyan con afecto y caridad, e instruyan siempre.[112]

 

 

e) UN CATECISMO PARA TODOS

 

"Un código de la fe igual para todos"

 

414.     Hoy más que nunca, ya sea por la cantidad de caminos, como por la variedad y la facilidad de los transportes, las naciones más disociables y lejanas se han estrechado y acercado entre ellas, se han, por decir así, mezclado; y muchos, por falta de trabajo, o por deseo de enriquecerse, o también sólo por la esperanza de mejor suerte, se trasladan de ciudad en ciudad, de provincia en provincia, de reino en reino, sin tener nunca residencia estable. Jamás como hoy fue tan grande el número de las emigraciones y de los emigrados. ¿Qué deriva de ello, por lo tanto? Deriva que desafortunadamente los niños, en el ánimo de los cuales es tan necesario echar a tiempo las semillas de las virtudes cristianas, obligados a seguir la suerte de sus padres, muy frecuentemente son privados de esa educación religiosa que se aprende entre los muros domésticos y muy difícilmente son instruidos en las cosas del alma.

Préstese atención a esto. Ellos emigran de su país natal a otro país con diferente lengua, lo que no es raro que ocurra hoy en día, y entonces la dificultad es doble. La primera es por la diferencia del idioma; la segunda es por la no uniformidad, por lo menos en cuanto al sentido obvio, de la doctrina a aprender. O bien, como sucede, se puede decir que cotidianamente, pasan de una diócesis a otra donde el lenguaje es el mismo y entonces, ¿quién no ve la confusión, la perturbación que debe soportar el intelecto todavía débil por la diferencia de texto?

Es bien cierto que una misma cosa puede expresarse de diferente manera, quedando intacta la sustancia, pero eso no lo llegan a entender las criaturas y las personas más rústicas. Efectivamente, la experiencia demuestra que su memoria es más que nada mecánica, ya que en su mente no son ya las cosas que llaman los nombres, sino más bien los nombres que sugieren las cosas; o sea vemos que cuando se cambian las palabras, para ellos cambian también las cosas, ya que por su simplicidad no saben distinguir la sustancia de los accidentes. Por lo tanto, cuando escuchan la misma doctrina, pero expuesta de forma diferente de la que ellos ya aprendieron, creen que se les está enseñando una doctrina diferente. Por eso, la confusión, el fastidio y la idea de un nuevo esfuerzo los desanima, los envilece y finalmente los retrae de la escuela de catecismo, con el peligro manifiesto de ignorarlo para siempre.

De aquí también la dificultad por parte de quien debe enseñarlo, ya sea porque, donde son niños de otra diócesis, debe vencer esta antipatía suya y prevenirlos contra el escándalo que podrían adquirir, al escuchar exponer una doctrina, según ellos totalmente diferente; ya sea porque es necesario recomenzar la enseñanza catequística en lo que a ellos respecta, no sin grave esfuerzo y pérdida de tiempo y con daño para los demás niños. Agréguese que muchas veces este tiempo y este esfuerzo son inútiles, porque hay niños que debiendo seguir la suerte de sus padres después de poco tiempo y en lo mejor de la obra están obligados a cortarla para pasar a otras provincias, donde el texto varía nuevamente y donde, por lo tanto, es necesario enfrentar dificultades nuevas y siempre mayores. En fin, todos sabemos cómo la correcta comprensión de los misterios divinos depende de la cuidadosa elección de las palabras. Permitida lamentablemente la variedad de los Catecismos, nada más probable que en lo sucesivo sufra la fe del pueblo cristiano, especialmente ahora que está acechada en todos lados. Y entonces nosotros preguntamos, ¿qué será de la nueva generación desde ahora tan mal encaminada y tan poco compenetrada en las cosas del alma y de Dios?

Esos son, según nuestro parecer, los principales inconvenientes que derivan de la variedad y multiplicidad de los catecismos, inconvenientes que deberían ser subsanados pronto con un catecismo único y uniforme para todo el Orbe católico.

Más bien, ¿quién puede decir cuántas y cuáles ventajas obtendría la Iglesia? Al menos tres nos parecen manifiestas: ellas son, la integridad de la doctrina católica, la unidad más sólida y más extensa de todos los fieles entre sí, una más sensible adhesión y una devoción cada vez mayor hacia aquella Sede Apostólica desde donde surge y se difunde la luz hasta los extremos confines de la tierra, y desde donde siempre emanaron la caridad, que es vínculo de perfección, y el infalible magisterio que nos gobierna.

Ciertamente, un código de la fe igual para todos, al cual se agregarán para todos las mismas oraciones tanto matutinas como vespertinas, especialmente con respecto a los actos de fe, esperanza, caridad y contrición, más los actos que cada fiel hará antes y después de la Santa Comunión; un semejante código aprobado, promulgado y establecido por el Jefe supremo y universal de la Iglesia, no sólo sería un Código precioso y admirable, sino también terrible para los enemigos de la fe.

Nosotros, por lo tanto, apresuramos con los votos aquel día en que, restablecida la paz, pueda el Pontífice Romano poner mano a una obra tan saludable. ¡Oh, cuánto gozaríamos que el Pontificado ya glorioso de León XIII se enriqueciera con una gloria tan hermosa! [113]

 

 

 

3  LOS SORDOMUDOS

 

Un apóstol de la Palabra y del Catecismo no podía permanecer indiferente al drama de quien no tiene el don de la palabra y no se puede comunicar con los demás mediante este "vínculo maravilloso".

El sordomudo está entre los más pobres e infelices de los hombres: huérfano en la familia, solitario entre la gente, excluido de la sociedad, un exiliado en su patria. La fe y la caridad imponen no sólo asistirlo, sino readmitirlo en el sociedad civil y eclesial, con una instrucción que le permita comunicarse con los hombres y, a través de la mediación humana, con Dios. Los sacerdotes deben ser "lengua de su mudez, y oído de su sordera". La Iglesia y la sociedad deben hacer a los sordomudos "capaces de hablar".

El Apóstol del Catecismo, o sea de la comunicación de la fe mediante un lenguaje comprensible y asimilable, se convierte en apóstol de los sordomudos para restablecer la esencial comunicación humana del lenguaje, y apóstol de los migrantes, para restablecer la comunicación del hombre, aislado por la emigración, con la sociedad y la Iglesia. Una única inspiración lo guía: "Vayan y enseñen"; trabaja por un único objetivo: la comunicación de los hombres entre ellos y con Dios.

 

 

"Se dio comienzo a una familia de sordomudas"

 

415.     Era la víspera del día en que yo debía venir para tomar posesión de esta querida Diócesis y despedirme definitivamente de mi dulce patria. ¿Cómo podía olvidarme de las pobres sordomudas que por varios años habían formado el objeto de mis solicitudes y de mi ministerio sagrado? Iba para exhortarlas por última vez, para recomendarlas personalmente a la bondad divina, y para impartirles mi bendición. Describirles las escenas de ese adiós no me es posible. El sordomudo instruido siente una gratitud muy viva, inmensa, imperecedera hacia todos aquellos que le brindan caridad. Esas buenas hijas estaban habituadas a considerarme su guía espiritual, su catequista, el padre de sus almas, uno de sus protectores, y después de haberme expresado sus sentimientos exquisitamente sublimes, terminaban sus expresiones así: nosotras estamos afligidas por una tristeza mortal a causa de su partida , pero ella se cambiará pronto en muy viva alegría si nos promete impulsar en su Diócesis la instrucción de nuestras hermanas de desventura. Lo prometí y partí emocionado, resuelto a preocuparme con todas mis fuerzas para mantener la palabra dada.

Ponía esta obra bajo la protección de María Santísima, y en la festividad de su Natividad en 1880, dirigía, como saben, al clero y al pueblo de la ciudad y la diócesis un llamado para que de sus hijos viniese alguna ayuda. La palabra del pastor, bendecida por Dios, surtió, por lo menos en parte, el efecto deseado. Un hombre benéfico, al morir, ordenaba a su esposa, la única heredera, entregarme una suma para la ejecución de varias obras benéficas, entre las cuales, no era la última, la de los sordomudos. Fue así que me resultaron posibles tanto la adquisición de esta casa como la instalación de semejante instituto. ¡Sea, por lo tanto, bendecida la suave memoria del piadoso hombre de pueblo, José Rossetti!

 

Aquí rápidamente fueron convocadas desde diferentes lugares de la Diócesis las sordomudas ya adultas, ya no capaces para una instrucción completa. Se trató de enseñarles por lo menos las cosas más necesarias para poderlas admitir a los Sacramentos, y enviarlas, después de algunos meses, a sus respectivos hogares, aunque no me atrevería a afirmar que con frutos verdaderos. Dios habrá tenido en cuenta tanto nuestro buen deseo como el de ellas.

Así se dio comienzo a una familia de Sordomudas que han completado la instrucción, que no tienen muchas veces donde apoyarse, una especie de patronato. Ellas viven juntas, casi como religiosas, rezando y ganándose la subsistencia con trabajos, de Iglesia especialmente.

Aquí se comenzó la instrucción regular de niñas capaces de recibir instrucción, de cuyo aprovechamiento, Señores, serán ahora testigos. Estos logros que yo ya conozco en parte, si bien por un lado me alegran, por otro me hacen sangrar el corazón, pensando que en tan vasta diócesis son alrededor de doscientos los sordomudos, según una estadística mandada a hacer por mí, la mayor parte de los cuales ha crecido sin instrucción de ninguna especie.

Por lo tanto, terminaré expresando mi gratitud y admiración hacia estas buenas religiosas que en la amplitud de su caridad estarían dispuestas a recibirlos a todos y renovando el voto para que entre tantas piadosas instituciones que enriquecen a la ciudad también pueda prosperar la de los sordomudos, de modo que Piacenza no deba envidiar más, también por esto, a muchas otras ciudades italianas y extranjeras, donde ya los sordomudos de ambos sexos son exitosamente educados y devueltos a las familias como miembros totalmente civilizados, a la sociedad como ciudadanos útiles, a la Iglesia como hijos devotos, y a Dios como fieles adoradores. [114]

 

 

"No hay desventura comparable a la del sordomudo"

 

416.     No hay sobre la tierra desventura comparable a la del pobre Sordomudo. Provisto de esas facultades con las que fue generosa la Providencia en cada hombre, él carece de ese órgano maravilloso, por el cual descienden al alma las suaves armonías, se desarrollan los afectos más preciados de la familia, se nutren los sentimientos más elevados de la fe, y se abren, por así decir, las puertas de ese santuario, en el cual la conciencia domina soberana.

La palabra, esa potencia concreada con el pensamiento y reveladora de mundos ideales, este vínculo misterioso, que enlaza la naturaleza física y moral, que une intelecto con intelecto, corazón con corazón, va a golpear a su oído, pero sin ningún efecto, como el dardo lanzado contra el mármol.

Este inocente hijo de la desventura, crece en medio de la sociedad, pero casi extranjero en ella. El tesoro de los conocimientos comunes, con los cuales todos pueden enriquecerse, para él está cerrado; para él calla la experiencia de los siglos pasados, y el patrimonio de los conocimientos está restringido a esos poquísimos que las propias necesidades, la propia reflexión y experiencia han podido enseñarle, similar en ello al salvaje de la selva que no entiende nada de todo lo que ve a su alrededor.

Por el contrario, si reflexionamos bien, si la condición del sordomudo se iguala plenamente a la del salvaje con respecto a la ignorancia intelectual, ella es muy inferior con respecto a las amarguras del corazón.

Fue dicho que el hambre de verdad no es menos apremiante que el del pan cotidiano y ciertamente así es. Sea de ello prueba el niño dotado de la palabra, que nunca termina de interrogarnos ahora sobre una cosa, luego sobre otra, y se enfurece, hace escándalo y llora, si no se lo satisface enseguida.

¡Por lo tanto, cuál no debe ser el tormento del Sordomudo, que siente adentro el mismo hambre de saber y está hasta privado del beneficio de interrogar! Ve a los demás  conversar entre ellos, y, según las conversaciones, transformar el rostro con risas, llantos, maravillarse y él no puede siquiera descubrir la causa. ¡Arde por el deseo de comprender y ser comprendido y no puede siquiera expresar este deseo! ¡Ustedes ven que es casi forzoso que se halle en un estado de continua amargura, de violencia dolorosa, y cuán dolorosa! ¡Ustedes, que aman detenerse con frecuencia en dulces coloquios con sus semejantes, imaginen cómo sería el día en que fueran condenados para siempre a un férreo silencio! Y, sin embargo, es ésta una de las penas a las cuales está sujeto el sordomudo en todo el transcurso de su carrera mortal. [115]

 

 

"Un solitario entre los hombres"

 

417.     Si para todos el sordomudo sin instrucción es un racional que no razona, un huerfanito aislado en su familia, un solitario entre los hombres, un salvaje en la sociedad civil; en la Iglesia de Dios, para nosotros, es sobre todo un alma en ayunas del pan de vida, un infiel en lo que respecta a la fe actual, un ignorante de todas las verdades reveladas, de todas, también de las más elementales, a ser conocidas como medios necesarios para la salvación. Desde este punto de vista, la necesidad del sordomudo se hace extrema y la respectiva provisión tomada asumen para nosotros el carácter no sólo de simple obra de beneficencia y humanidad, sino también de religión y justicia.

¡El sordomudo no tiene ningún conocimiento de Dios, ni de las cosas de Dios! Si a ese conocimiento no llegan los niños dotados de la facultad de oír, cuando carecen de la instrucción oportuna; si, desafortunadamente, vemos con frecuencia niños que, descuidando el estudio catequístico, no saben las principales verdades de la religión, aún después de haber escuchado muchas veces hablar de ellas; ¿cómo creer que pueda lograr conocerlas el Sordomudo privado como está de todo medio, aislado en el seno de la familia y de la sociedad, con la noche profunda que reina en su intelecto y con el silencio sepulcral que lo circunda? (...).

El mundo natural no será para él más que un misterio y un misterio será la vida del hombre. Efectivamente, el terrible embate del dolor, las lágrimas de la virtud, la hipocresía del vicio, los preceptos del deber, la potencia del arrepentimiento, la esperanza del perdón, lo sublime de los afectos, el sacrificio de las pasiones, el martirio de la pobreza, los contrastes de las falsas amistades, las persecuciones injustas, no se explican sin Dios. ¿Y qué sería de nosotros el día del último adiós si el rayo de la inmortalidad no aclarara la tumba?  No, no hay nada que consuele más al hombre, en las más duras pruebas, que la Religión. Pero la Religión, ustedes lo saben, es revelación y la revelación es palabra; ya que la inteligencia divina no puede comunicarse a la humana si no por medio de la palabra, o sea con la más pura y la menos material de las formas análogas a la condición del hombre.

Y nosotros escuchamos esta palabra, que llama bienaventurados a los pobres, a los perseguidos, a aquellos que lloran, asegurándoles el reino de los cielos, y nuestra alma se consuela en Dios su Señor. Nosotros escuchamos esta palabra en cada circunstancia, en cada tiempo, en cada lugar, hasta en el lecho de la agonía, y nuestro corazón se abre a la esperanza de los gozos futuros. Pero para el mísero Sordomudo no es así. Él no puede como nosotros relacionar el presente con el porvenir, lo visible con lo invisible, la naturaleza con la gracia. Él se encuentra expuesto a continuas ilusiones, privado de todo consuelo, condenado a vivir en este exilio sin dirección, sin esperanza, sin amor. Despecho, odio, melancolía, abandono, llanto, rencor, son por lo tanto su porción en este mundo.

Él está condenado por quien, pudiendo hacerlo religiosamente instruir, no lo hace por indolencia y ahorro mal entendido. [116]

 

 

"La sociedad no puede rehusarle el beneficio de la instrucción"

 

418.     Mientras por ley se exige la obligatoriedad de la instrucción del pueblo, con el fin de que la luz de la verdad se difunda y penetre también en el taller del pobre y del artesano; mientras se exige para tutelar el derecho que tiene cada uno de gozar de todas esas preciosas ventajas, que son proporcionadas por la sociedad, ¿cómo podría ser excluido el Sordomudo? ¿No entra quizás también él en el número de los hombres y de los ciudadanos? ¿No tiene también, precisamente él, mayor derecho a la compasión fraterna y a la atención social, justamente porque la desventura lo golpeó con mayor crueldad? No, ni la sociedad puede rehusarle el beneficio de la instrucción, ya que la Providencia ha inspirado al ingenio del hombre los medios aptos para disipar la ignorancia; ni debe rehusárselo, ya que ella tiene la grave obligación de hacer aptos sus miembros para cooperar con el mejoramiento común. Por lo tanto, es deber de los Municipios, de las Provincias y de quien presida la cosa pública, de procurar, con toda solicitud, la educación del Sordomudo, socorriéndolo, no con una compasión estéril, sino con un amor laborioso y eficaz, que sirva para devolverle los privilegios del hombre, para hacerlo entrar en el sociedad, para hacerlo útil a la religión no menos que a la patria. [117]

 

 

"Una historia piadosa"

 

419.     La historia piadosa de estos nobles jovencitos sordomudos me vino muchas veces a la mente en el año 1879. En ese durísimo invierno, perdido entre las campiñas de Carpaneto y la nieve, casi muerto por el frío, fue hallado un joven sordomudo. Conducido a la ciudad, después de recibir cuidados en sus pies y sus manos heladas, no sabiendo las autoridades adonde llevarlo, lo pusieron, ¿saben dónde?, en la cárcel, donde permaneció por algunos meses. Un magistrado de entonces, leída mi Pastoral acerca de los sordomudos, vino sin demora a contarme el caso y a preguntarme si podía ayudar. Sí, señor, respondí, lo tendré conmigo en mi casa y conmigo lo tuve por algún tiempo. Él no sabía nada, no entendía nada, tenía ya cierta edad y era poco susceptible a la instrucción y poco pudo aprovechar del escaso tiempo que yo podía disponer para educarlo. Por más indagaciones que se hayan hecho, nada, nada se pudo saber. Pobre madre que dio la vida a este infeliz, que por ciertos indicios no me parecía de humilde origen; pobre madre que quizás moría presagiando las desventuras y el fin miserable del hijo y llevaba consigo a la tumba un dolor más duro que la muerte. Ustedes que son madres me comprenden. ¿Era italiano? ¿Era forastero? ¿Qué misterio se escondía en ese hecho? ¡Pobrecito!, si hubiese sido instruido, si hubiese podido hablar: una palabra sola habría revelado quizás qué misterio de iniquidad; ¡pero murió sin haberla podido proferir![118]

 

 

"No se ama sin conocer"

 

420.     En cuanto al aspecto religioso, el sordomudo no instruido está privado de todo consuelo. El hombre es religioso como es perfectible, y estos dos grandes conceptos operan con admirable acuerdo y uno confirma el otro. Lo dicho antes se corrobora en la evidencia que, el hombre llega a ser tanto más religioso cuanto más se perfecciona y tanto más se perfecciona cuanto más religioso se vuelve (....).

He aquí una familia reunida en el santuario doméstico. La madre ofrece al Señor de los Cielos sus hijos, el padre los bendice: los hijos dan gracias al Altísimo, del cual comprenden bien la Providencia tutelar y la comparan con sus padres terrenales. Un sordomudo asiste a la escena: su corazón no palpita por afecto, porque su mente no penetra en el misterio. He aquí una multitud variada reunida en el templo. Todas las almas están reunidas, todos los espíritus están absortos en un mismo pensamiento y el concierto de los cantos revela el de los corazones (....). Todos los corazones comprenden sus destinos: todos se preparan para un triunfo común; todos progresan con igual paso hacia el centro eterno del bien. La humanidad se alegra: pero el sordomudo no educado está presente con indiferencia en el espectáculo del amor, así como asiste con frialdad al espectáculo de la vida. Sí, para sentir atractivo el consuelo de la Religión, es necesario amar; no se ama sin conocer plenamente el objeto que atrae (...).

¿Qué rayo brillará, por lo tanto, en el alma del sordomudo no instruido para disipar las tinieblas de la ignorancia, para revelar los consuelos de la virtud, para excitar en él las consoladoras esperanzas del porvenir? La instrucción y los nuevos sistemas de educación dan justamente al sordomudo la palabra; él lee sobre los labios de los otros y responde, por supuesto, como puede responder un sordomudo y según las disposiciones orgánicas particulares, pero responde y la redención del sordomudo vaticinada por el Evangelio está cumplida: "los sordos entienden y los mudos hablan".[119]

 

 

"Es necesario que otros piensen por ellos"

 

421.     Después de todo esto, ¿quién de ustedes no ve la necesidad de que estos infelices sean socorridos? También en el Evangelio hay pasajes muy elocuentes al respecto.

Los leprosos, los lisiados, los débiles, los mismos ciegos conocen su propia desventura y pueden ir en búsqueda del divino Médico, o, por lo menos, pueden cuando Él pasa cerca de ellos gritar: Jesús, hijo de David, ten piedad de nosotros. Ninguno de los sordomudos, por el contrario, encuentra ayuda por sí mismo a su desgracia, nadie por sí mismo encuentra el camino para ir al Salvador, y por esto es necesario que otros piensen por ellos y a Él piadosamente los guíen.

Pero aunque sean conducidos hasta Jesús, ellos no lo conocen, ni pueden dirigirle oración alguna. Por eso es que Jesucristo, mientras que a todos los que recurrían a Él, les pedía una súplica, una confesión de su miseria, un acto de fe, nunca nada de eso pidió de los sordomudos, queriendo sin embargo que rezaran por ellos y reavivaran la fe, aquellos que se los presentaban a Él. [120]

 

 

"Lengua de su mudez y oído de su sordera"

 

422.     Una última palabra a Ustedes, Venerables Sacerdotes, nuestros muy queridos Cooperadores en la viña del Señor. Ninguno de ustedes ciertamente permitirá que crezca en su parroquia un niño o una niña afectado de mudez y sordera, sin intentar por todos los medios de hacerlos, con la instrucción religiosa, capaces de recibir los Santos Sacramentos de la Iglesia, porque ninguno de ustedes querrá ciertamente traicionar su ministerio ni convertirse en culpable ante Dios y la Iglesia de la pérdida de un alma, recomendada a su celo. ¿No pueden ustedes ocuparse de ella directamente? Pueden y deben, sin embargo, ocuparse indirectamente hasta que estén moralmente seguros de su salvación.

Busquen, por lo tanto, a estos desdichados en las familias, donde a menudo son ocultados, y notifíquenlos a esta Curia, valiéndose del módulo aquí anexo. Manifiesten a los padres la obligación de conciencia que tienen de hacerlos instruir. Háganles conocer la existencia del citado Instituto (...).

Considérense en fin, como de hecho lo son, los destinatarios de la Divina Providencia a convertirse, según la frase de los libros Santos, en lengua de su mudez y oído de su sordera.

Venerables Hermanos, es éste un nuevo apostolado que el cielo les presenta (...). El Sordomudo, por lo tanto, no está abandonado por la Providencia a su lastimosa privación. Ella lo coloca en los brazos de los fieles, lo entrega a sus piadosas entrañas, y, cubriéndolo con el precioso manto de la filiación divina, nos dice a todos nosotros: al proveer a la educación religiosa de esta alma, para mí tan querida, ustedes me demostrarán la grandeza del amor que me tienen. [121]

 

 

"No viven más extrañas a la sociedad y a la familia"

 

423.     El sordomudo, Señores, siempre me pareció la más desventurada de las criaturas. Efectivamente, el órgano del oído no es sólo instrumento por el cual desciende al alma un sonido fugaz, sino que es el vehículo misterioso de esa Palabra que partió del Cielo para conducir a la humanidad a su eterno fin. No hay vida moral (tanto para el individuo como para una nación) sin una lengua. El pensamiento humano se repliega sobre sí, mediante la reflexión, la cual por obra de los signos determina y circunscribe las ideas. Pero el hablar interior, por el cual el espíritu conversa con sí mismo, necesita de la palabra exterior y de la sociedad humana. La palabra es, por lo tanto, para cada hombre la fuente principal de la verdad y de la ciencia, para las naciones la áurea cadena que une las inteligencias y los corazones, para la humanidad el vínculo maravilloso que la une al Cielo. ¿Qué es, por lo tanto, el hombre sin la palabra? No hay corazón, por más insensible, que pueda resistir al espectáculo del sordomudo abandonado a sí mismo. Él vive a la par nuestra entre los ruidos del mundo, pero no se oye para nada a sí mismo, no oye a los demás. Un eterno silencio lo rodea. Ese oído cerrado para siempre a la suave armonía de las notas, ese ojo que se dirige asombrado sobre las maravillas de la sensible naturaleza y parece que buscara ansioso otros mundos, otra patria, otras criaturas y al sumo Artífice del universo, ese labio sobre el cual reina el silencio, nos avisa de esa tétrica monotonía que le pesa sobre el alma como la eternidad de una pena. Infeliz más que todos los infelices, pobre sordomudo, ¿no serás tú, por lo tanto, capaz de despertar un pálpito de amor sobre quien te observa?

Yo lo vi a este hijo de la desventura dejado, la mayoría de las veces, casi como planta a vegetar sobre la tierra, y amplios, quizás demasiado amplios, surgieron en mí los deseos. ¿Por qué, me pregunté muchas veces, no me proveyó la Providencia con los medios para regenerar los que son sordomudos y sordomudos todavía no instruidos, aquí en Italia? Surja por lo menos un humilde asilo aquí, donde ella, la Providencia, me quiso Padre de un pueblo culto y gentil y sea ese asilo para las pobres sordomudas, que son las que están expuestas a mayores peligros y necesitan más pronto el auxilio. Los sordos oigan, los mudos hablen y sea también Piacenza espectadora desde cerca de este nuevo prodigio de la caridad cristiana. Dije, y ustedes, señores, podrán tener esta mañana otra pequeña demostración. Pequeña verdaderamente, ya que no hay que olvidar que la obra es todavía, se puede decir, niña, cuenta apenas con pocos años de vida.

De todo modo, tengo el consuelo de poderles anunciar que nada menos que sesenta, además de las instruidas regularmente, son ahora las sordomudas que salieron educadas de este recinto. Educadas, dije, porque ya sea por la edad demasiado avanzada de unas, como por la ineptitud de aprender de otras, nos vimos obligados a reintegrarlas, después de algunos meses, a sus respectivas familias, contentos de haber intentado despertar en sus corazones sentimientos cristianos y cívicos. Dios habrá, sin duda, tenido en cuenta nuestro buen deseo y el de ellas.

De otra clase, además, se compone nuestra pequeña familia y es de esas niñas sordomudas que, huérfanas de padre y madre, o sin apoyo y sin recursos, o llamadas a una especie de vida religiosa, aunque siempre libres de salir, aman pasar aquí sus días. Actualmente son ocho. Visten un hábito especial y viven retiradas, en el recogimiento, en la oración y en el trabajo.

Hay una tercera clase, que requiere toda nuestra atención, señores, y es justamente el grupo de niñas que les fueron presentadas ahora. Ella se compone de esas sordomudas, que son capaces de adquirir una instrucción regular. Algunas entradas hace pocos días y, por lo tanto, ineptas para pronunciar palabra, se muestran en toda su miseria y en su índole casi salvaje. Las otras esperan con impaciencia mostrarles que también ellas poseen una mente y un corazón, que se han abierto a la luz de la verdad y de los afectos más santos, que los comprenden y llegan a hacerse comprender. Tal, Señores, es el fruto de esa educación que se les imparte en este lugar. Ellas, de esta manera, no viven más ajenas a la familia y a la sociedad, ya que por el contrario son para una y para otra ventaja y consuelo no indiferente. [122]

 

 

"Capacitadas para hablar"

 

424.     Es una escena, Señores, siempre maravillosa y conmovedora, verlas sedientas y pendientes durante largas horas de los labios de sus pacientes y caritativas educadoras y recibir sus explicaciones religiosas frecuentemente con lágrimas en los ojos, alegría en el rostro, el entusiasmo y el reconocimiento en el corazón; luego, verlas reflexionar, arrepentirse, amarse, ayudarse recíprocamente, traducir en la vida la santidad del Evangelio y en los actos su fe que las sostiene y consuela. He escuchado con frecuencia repetir a sus padres y parientes que su sordomuda, ya capaz de hablar, es el honor, el consuelo y el apoyo moral de su casa, y las mismas sordomudas cuando me escriben, repiten con frecuencia que bendicen al Instituto particularmente por haberlas capacitado para hablar, porque con ese medio se hallan rehabilitadas para las familias y para la sociedad, y son más respetadas, su trabajo es más apreciado y mejor retribuido, y por lo tanto gozan de una vida no sólo más tranquila, sino también menos desagradable. [123]

 

 

"El Instituto de las sordomudas fundado por mí"

 

425.     El Instituto de las Sordomudas, existente en esta ciudad, fue fundado por mí hace veintidós años.

El mismo posee una casa actualmente habitada por las sordomudas y una propiedad con amplia y bellísima vivienda, donde las pobres desdichadas van a fortalecer su salud algunos meses del año.

Para el mantenimiento de las sordomudas proveo yo en parte con Lir. 1500 por año; a este subsidio, que continuará después de mi muerte, se deben agregar Lir. 1000 que se reciben de las pensiones, y otras tantas que se obtienen por los trabajos manuales: el resto se ha dejado en manos de la Providencia, que todo ve y todo provee; y ha visto y proveído lo necesario.

El gasto anual oscila entre las once y doce mil Liras.

En la actualidad las sordomudas son 50 entre adultas y niñas. Las adultas con su trabajo enfrentan en parte los gastos de su mantenimiento.

Las niñas son instruidas por maestras especiales, elegidas entre las Hijas de Santa Ana (a las que está confiada la dirección del Instituto), en la religión, en la lectura, en la escritura, en el cálculo, en las tareas domésticas y en todo lo que puede ser necesario para el buen gobierno de una familia y puedan así, si es necesario, ganarse el pan con su trabajo.

En una palabra, es preocupación principal de las maestras impartir a las sordomudas ese bagaje de conocimientos que son requeridos por la ley sobre la instrucción obligatoria.

Del provecho que obtienen estas desafortunadas, hay prueba en los buenos resultados de todas las que, terminado el curso de instrucción, abandonan el Instituto ya sea para dedicarse a sus familias, o para prestar servicios en casas ajenas.

Tengo el placer de anunciarle, además, que dentro de pocos meses veré cumplido uno de mis deseos más ardientes, es decir la apertura del Instituto para los sordomudos varones de nuestra diócesis y provincia. Estoy convencido que la nueva institución encontrará el apoyo necesario de todos: ciertamente no le faltará el de Dios. [124]



[1] Fe, vigilancia, oración, Piacenza 1899, págs. 22-23

[2] Carta Pastoral del 5.5.1905, Piacenza 1905, págs. 1-2. La sexta visita pastoral debía comenzar el 11 de junio de 1905, pero el obispo murió el 1° de junio

[3] Carta a G. Bonomelli, 1.2.1883 (Correspondencia S.B., pág. 96).

[4] Id., enero 1887 (ibid., pág. 203). "Le he dicho": a León XIII.

[5] Id., mayo 1889 (Ibid., págs. 252-253).

[6] Id., 10.7.1893 (ibid., págs. 310-311). Bonomelli, cansado de la continua amenaza de ser removido del gobierno de la diócesis, había escrito: "Dentro de poco o me hago fraile o me hago Savonarola" (cfr. Biografía págs. 272-273).

[7] Unión con la Iglesia, obediencia a los legítimos Pastores, Piacenza 1896, págs. 37-38. Las "profanaciones sacrílegas" habían sido perpetradas por el apóstata Presbítero Pablo Miraglia.

[8] Tercer discurso del 2° Sínodo, 4.5.1893. Synodus Dioecesana Piacentina Secunda, Piacenza 1893, pág. 194 (traducido del latín).

[9] Unión con la Iglesia, obediencia a los legítimos Pastores, Piacenza 1896, págs. 43-44.

[10] La Iglesia Católica, Piacenza 1888, pág. 41.

[11] En ocasión del cumplimiento de la Sagrada Visita Pastoral, Piacenza 1880, págs. 10-15. El primero de los tres sínodos scalabrinianos fue celebrado en setiembre de 1879.

[12] Carta a Mons. P. Morganti, 1902 (AGS 3021/17).

[13] La primera carta Encíclica de Su Santidad Pío X, Piacenza 1903, págs. 5-6.

[14] El Jubileo del Año Santo, Piacenza 1900, págs. 13-14.

[15] Para la visita Pastoral, Piacenza 1876, págs. 11-12

[16] Ibid., págs. 16-18.

[17] Carta Pastoral del 5.5.1905, Piacenza 1905, págs. 4-5

[18] Palabras de ingreso para una visita pastoral (AGS 3018/25).

[19] Ibid.

[20] Para el cumplimiento de la Sagrada Visita Pastoral, Piacenza 1880, págs. 3-4

[21] Ibid., págs. 5-9.

[22] Relación para la sexta visita "ad limina", 20.12.1891 (ASV, Rub. 647/B, Placentina, S. C. Concilii Relationes).

[23] Carta a G. Bonomelli, 17.6.1894 (Correspondencia S.B., pág. 315).

[24] Id., 8.8.1902 (ibid., pág. 372). El "tiempo perdido el año pasado" había sido empleado en la visita a los emigrados en los Estados Unidos

[25] Id., 11.8.1903 (Ibid., pág. 378)

[26] Id., 4.10.1903 (Ibid., págs. 378-379).

[27] La Divina Palabra, Piacenza 1897, págs. 4-6.

[28] Ibid., págs. 7-9

[29] Ibid. págs. 31-32

[30] Ibid., pág. 30

[31] Ibid., págs. 33-34

[32] 2° Discurso del 3er. Sínodo, 29.8.1899. Synodus Dioecesana Placentina Tertía..., Piacenza 1900, pág. 239  (trad. del latín).

[33] Ibid., págs. 240-241

[34] Ibid., pág. 245

[35] Ibid., págs. 243-244

[36] Carta Circular (...) al Venerable Clero de la Ciudad y de la Diócesis, Piacenza 1898, pág. 3-5

[37] Synodus Dioecesana Placentina Secunda..., Piacenza 1893, pág. 31 (trad. del latín).

[38] Educación cristiana, Piacenza 1889, págs. 8-9

[39] Ibid., págs. 5-6.

[40] Carta pastoral para la Santa Cuaresma del año 1879, Piacenza 1879, págs. 47-48. Las palabras en cursiva son citas de la Encíclica Quod apostolici muneris de León XIII.

[41] Educación cristiana, Piacenza 1889, págs. 11-13

[42] Ibid., pág. 23-24

[43] Ibid., págs. 14-15

[44] 3er. discurso del 3er. Sínodo, 30.8.1899. Synodus Dioecesana Placentina Tertia..., Piacenza 1900, págs. 256-257 (trad. del latín).

[45] Los derechos cristianos y los derechos del hombre, Bolonia 1898, págs. 10-11. Carta colectiva del episcopado emiliano redactada por Mons. Scalabrini

[46] La familia cristiana, Piacenza 1894, pág. 5-6

[47] Ibid., pág. 6-7.

[48] Ibid., págs. 12-13.

[49] Ibid., págs. 13-14.

[50] Ibid., págs. 18-19

[51] Ibid., págs. 19-20

[52] Santificación de la fiesta, Piacenza 1903, págs. 7-8

[53] Ibid., págs. 14-15

[54] Ibid., págs. 9-10

[55] Cómo santificar la fiesta, Piacenza 1904, págs. 23-24.

[56] Santificación de la fiesta, Piacenza 1903, págs. 20-21.

[57] Ibid, págs. 17-18.

[58] Ibid., pág. 21

[59] Ibid., págs. 25-26.

[60] Cómo santificar las fiestas, Piacenza 1904, pág. 14

[61] Actas y Documentos del Primer Congreso Catequístico, Piacenza 1890, pág. 120

[62] El Catecismo Católico, Piacenza 1877, pág. IX.

[63] Sobre la enseñanza del Catecismo, Piacenza 1876, pág. 4

[64] El Catecismo Católico, Piacenza 1877, págs. 33-35.

[65] Ibid., págs. 1-3.

[66] Ibid., págs. 10-11

[67] Actas y documentos del Primer Congreso Catequístico, Piacenza 1890, pags. 236-237.

[68] Para la Visita Pastoral, Piacenza 1876, pag. 15-16

[69] Educación Cristiana, Piacenza 1889, pag. 15-17

[70] Ibid., pag. 28-29

[71] Ibid., págs. 37-38

[72] Discurso para la distribución de los premios ante los Hermanos de Las Escuelas Cristianas  (AGS 3018/15)

[73] El Catecismo Católico, Piacenza 1877, págs. 42-46

[74] Prólogo para la reimpresión del Catecismo Diocesano, Piacenza 1881, págs. 10-11

[75] Sobre la enseñanza del Catecismo, Piacenza 1876, págs. 18-19.

[76] Ibid., pág. 19-21

[77] Ibid., págs. 24-25

[78] Ibid., pág. 47-49

[79] A los maestros y maestras de las Escuelas Catequísticas, Piacenza 1877, pág. 33

[80] El Catecismo Católico, Piacenza 1877, pág. 95-102

[81] Ibid., pág. 71.

[82] Ibid., pág. 129

[83] Ibid., pág. 142

[84] Ibid., pág. 86

[85] Ibid., pág. 93

[86] Ibid., pág. 85-86.

[87] A los maestros de las Escuelas Catequísticas, Piacenza 1877, pág. 23-24

[88] El Catecismo Católico, Piacenza 1877, pág. 88-89

[89] Ibid., pág. 127

[90] Sobre la enseñanza del catecismo, Piacenza 1876, pág.46

[91] El Catecismo Católico, Piacenza 1877, p. 103

[92] Actas y Documentos del Primer Congreso Catequístico, Piacenza 1890, pag. 187.  El "Ven. Cohermano de Ventimiglia" es el Siervo de Dios Mons. Tommaso dei Marchesi Reggio.

[93] Carta a León XIII, 12.09.1889 (ASV-SS, Rub. 12/1889, ff. 242-243).

[94] Pequeño Catecismo propuesto a los asilos para la infancia, Como 1875, pág. 34

[95] Ibid., pág. 14

[96] El Catecismo Católico, Piacenza 1877, pág. 111

[97] Ibid., pág. 105-109

[98] Pequeño Catecismo propuesto a los jardines de infancia, Como 1875, pág. 8.

[99] El Catecismo Católico, Piacenza 1877, págs. 104-105

[100] Ibid., págs. 110-111

[101] Pequeño Catecismo propuesto a los jardines de infantes, Como 1875, pág. 22

[102] El Catecismo Católico, Piacenza 1877, pág. 109

[103] Pequeño Catecismo propuesto para los jardines de infantes, Como 1875, pág. 14

[104] El Catecismo Católico, Piacenza 1877, págs. 12-13

[105] Pequeño Catecismo Católico propuesto a los jardines de infantes, Como 1875, pág. 37.

[106] Ibid., pág. 37

[107] El Catecismo Católico, Piacenza 1877, pág. 91

[108] Ibid., pág. 88.

[109] Ibid., p. 124

[110] Escuela de catecismo para la juventud estudiosa, Piacenza 1890, pág. 6-7

[111] El Catequista Católico, Piacenza 1877, pág. 141-142.

[112] Educación Cristiana, Piacenza 1889, págs. 26-27                            

[113] "Necesidad de un Catecismo único y universal", borrador de 1889 (AGS 3018/14).

[114] Discurso para el Acto Académico anual de las sordomudas, 27.07.1885 (AGS 3018/17)

[115] Acerca de la Instrucción de los sordomudos, Piacenza 1880, págs. 5-7.

[116] Ibid., págs. 8-12.

[117] Ibid., págs. 20-21.

[118] Discurso para el Acto Académico anual de las sordomudas, 09.12.1886 (AGS 3018/17).

[119] Ibid.

[120] Acerca de la instrucción de los sordomudos, Piacenza 1880, págs. 13-14

[121] Ibid., págs. 22-24

[122] Discurso para el Acto Académico anual de las sordomudas, 06.12.1888  (AGS 3018/17).

[123] Discurso para el Acto Académico anual de las sordomudas, 10.06.1897  (AGS 3018/17).

[124] Carta al Prefecto de Piacenza en respuesta a su carta del 20.03.1903, sobre el pedido de informaciones por parte de la Reina Margarita de Saboya (AGS 3033). El Instituto para los sordomudos fue fundado por el Siervo de Dios Mons. Francisco Torta en noviembre de 1903.