Parte
II
HOMBRE DE
a)
Continuacion de la encarnacion.
g)
La ley de la Iglesia es el amor
a)
Piedra fundamental de la Iglesia
c)
Anillo de la jerarquia eclesiastica
e)
Iglesia universal e Iglesia particular
e)
La promocion de las vocaciones.
a)
El sacerdocio de los fieles
La eclesiología de Scalabrini debe ser
leída a la luz de las adquisiciones teológicas de su época, codificadas en las
dos constituciones del Concilio Vaticano I, pero animadas ya por fermentos
precursores del Vaticano II, no expresados suficientemente en el primer
Concilio Vaticano a causa de su forzada interrupción.
En las numerosas páginas dedicadas a
Son elementos iluminadores de la
"pasión" de Scalabrini por
En base a la doctrina del Concilio
Vaticano I, la atención del Autor se concentra sobre las
"prerrogativas" del Papa, primado e infalibilidad, con el amor y el
orgullo del hijo que siente propia la gloria del padre y con la fe del
cristiano que en el Papa glorifica a Cristo. Fe y amor se traducen en
obediencia filial, no servil ni aduladora.
Scalabrini "sabe que es obispo"
y por ello reivindica la autoridad divina, modelada sobre el «Obispo de
nuestras almas»: la autoridad es servicio, fraternidad, decisión,
responsabilidad y corresponsabilidad «para la gloria de Dios y la salvación de
las almas», para los «intereses de Jesucristo y de su Iglesia». La misma
naturaleza sacramental de
El laico es más beneficiario que
protagonista, pero él también es sacerdote y apóstol, mediador del obispo y del
sacerdote ante el mundo, como el obispo es mediador de Dios y del Papa ante los
presbíteros y los laicos.
La doctrina del «medio», o sea el obispo
único mediador legítimo entre el Papa y los fieles, hoy redimensionada, es
sostenida por el Beato Scalabrini para afirmar y defender el principio, puesto
prácticamente en discusión por la corriente "intransigente", que en
el campo de la conciencia el único legislador y juez competente para
La pertenencia y la unión a
a) CONTINUACION DE
«
137.
Bien se dijo que
«
138.
La vida de
«
139.
La depositaria y dispensadora de los Sacramentos es
«Jesucristo se ha retratado en su Iglesia»
140.
En la creación del universo Dios imprimió como una horma de su
gloria, y especialmente en la creación del hombre, que es su cabeza, El ha
retratado la imagen viva de su ser. Jesucristo se ha retratado en su Iglesia.
Ha hecho el mundo de las almas a su imagen, le ha dado unidad porque es uno, la
santidad porque es santo, la autoridad porque es el Señor, la universalidad
porque El es el Dios inmenso, la perpetuidad porque es El Dios eterno; y como,
al crear los mundos, El puso en movimiento la fuerza de atracción, que hace que
graviten hacia un centro común, así, en la creación de
«Los destinos de Cristo y de
141.
Los destinos de Cristo y de su esposa son inseparables. Lo que sucedió
con el cuerpo físico y material de Jesucristo es presagio de lo que ocurre y
ocurrirá con su cuerpo espiritual y místico que es
«
142.
«Somos un solo cuerpo en Jesucristo»
143.
Somos un solo cuerpo en Jesucristo, y así como en el cuerpo humano
no todos los miembros cumplen la misma función, así también cada miembro de
Surge así una cadena que, partiendo del
Papa, llega ordenada y jerárquicamente hasta el último campesino, el que
mientras guía con gran esfuerzo el arado en su campo, si tiene el espíritu de
Jesucristo, se siente unido, de la misma manera que nos sentimos unidos
nosotros mismos, en la fe, en la caridad, en la obediencia con el Papa y con
¿Y no es dulce para ustedes, oh
pobrecitos, hijos Nuestros muy amadísimos, reunirse en los días festivos en el
templo para asistir a los divinos misterios? ¿no es dulce para ustedes saber
que están en comunión con todo el mundo, hijos todos de la misma madre, que
llama a todos por igual sin distinción de nacimiento, de grado y de educación,
a ganarse, con el ejercicio de las buenas obras, la misma bienaventurada
inmortalidad?
¿No es dulce para ustedes saberse en
comunión de afectos no sólo con
¡Oh salve, una, santa, católica y
apostólica Iglesia! ¡Tú maestra, tú reina, tú madre, tú el Cuerpo místico de
Jesucristo viviente en los siglos! De ti nuestra salvación, nuestra gloria,
nuestra paz, nuestra alegría, nuestra felicidad, nuestra vida. Como maestra
nuestra te escucharemos, como soberana nuestra te obedeceremos, como madre
nuestra te amaremos, como cuerpo del cual somos miembros te ayudaremos y te
defenderemos [7]
«¡Miremos en el rostro a nuestra Madre!»
144.
Somos hijos de
¿Qué es ella? Es la obra del milagro, más
bien es ella misma un milagro. Milagro estupendo en su origen, milagro singular
en su propagación, milagro permanente en su duración. En efecto, ¿cómo nació?
Nació, se puede decir, a fuerza de milagros, sin el mínimo apoyo humano, o
mejor dicho, a pesar de los esfuerzos de todo el infierno enfurecido alrededor
de su cuna, y a pesar de obstáculos inmensos, increíbles, no superables por
ninguna fuerza creada. Sostenida únicamente por el brazo de Dios, no obstante
todas las potencias, todos los prejuicios, todas las pasiones, todos los
errores del mundo, juntos conspirados para dañarla, no obstante las
persecuciones de todo tipo movidas en su contra por la barbarie, la astucia y
el orgullo, como rayo que se desliza de oriente a occidente, ella se propaga
admirablemente, se extiende por todo el mundo, y siempre entre los más
tremendos asaltos, siempre entre las oposiciones más duras, avanza tranquila y
serena, atraviesa majestuosa el curso de los siglos, subsiste inmóvil, se
mantiene invencible, se conserva incorrupta y triunfa gloriosamente sobre toda
clase de enemigos (...).
¿No es ésta una continua cadena de
portentos inenarrables que nos hacen tocar con la mano la obra del Eterno, la
potencia de Cristo, la fuerza, la virtud, la omnipotencia divina, comunicada,
transmitida, encarnada en
«
145.
Queridos hijos, mantengan siempre fija en la mente la gran
sentencia del mártir San Cipriano: No puede tener a Dios como padre, el que no
tiene a
Y verdaderamente
Así como en la relación entre nosotros y
Dios creador están los progenitores y está la serie de nuestros padres, que nos
unen al primer hombre, Adán, así también, escribe un grande, entre nosotros y
Jesucristo, en el orden sobrenatural de la fe y de la gracia, hay una madre,
que es virgen y es justamente
«¡Amemos a esta madre!»
146.
¡Amemos a esta madre! No olvidemos que aquel que no ama a
«Te amaremos siempre con amor de hijos»
147.
¡Oh Iglesia Católica!¡Oh hija del Cielo! ¡qué hermosos son tus
tabernáculos! ¡qué luminosos tus caminos! ¡Madre de los Santos, imagen de la
suprema ciudad, conservadora eterna de la sangre incorruptible, salve! Tú nos
amas con amor de madre y nosotros te amaremos siempre con amor de hijos. Como
nuestros hermanos, que recogieron ya la palma de su triunfo, nos preocuparemos
por santificarnos nosotros también en este peregrinaje mortal, también para no
ser indignos de ti. Seguiremos dóciles tus enseñanzas, nos mantendremos en todo
momento unidos a ti, sabiendo bien que fuera de ti no hay salvación. Militantes
contigo sobre la tierra, esperamos estar contigo triunfantes en el Cielo por
los méritos de Jesucristo Dios nuestro, para el cual sean el honor, la
sabiduría, el imperio, la acción de gracias, la bendición, el poder, la
fortaleza y la gloria en los siglos de los siglos. Amén. [11]
«
148.
La obra más grande de Dios Padre es Jesucristo y la obra más
grande de Jesucristo es su Iglesia, que adquirió y purificó con su sangre,
santificó con su espíritu, enriqueció con sus méritos, para presentarla a su
Padre exenta de toda arruga y de toda mancha y hacerla reinar perpetuamente
consigo en el Cielo. Ella es, por lo tanto, santa en su Autor, que es el
manantial y la fuente de toda santidad; santa en sus Sacramentos, canales por
los cuales nos llegan todas las gracias; santa en su Sacrificio incruento, con
el cual se ofrece al nombre de Dios una oblación limpia; santa en su culto, tan
majestuoso, tan bello, que inspira la fe más viva, el respeto más profundo, la
piedad más tierna, que vence todo razonamiento, que habla poderosamente al
corazón aún de los heterodoxos.
Santa en sus doctrinas, ya que su especial
cuidado consiste en conservarlas incorruptas, como las recibió de su fundador,
para sanar las enfermedades espirituales, disipar las tinieblas que obstruyen
las mentes, incitar a sus hijos a las buenas obras, sublimarlos en la práctica
de la pobreza voluntaria, de la obediencia más perfecta, de la virginidad
angelical, de la vida austera y penitente, al coraje del sacrificio y del
martirio.
Santa, por lo tanto, en sus hijos, porque
el Salvador se entregó a sí mismo para rescatarlos de toda iniquidad, y para
purificarse un pueblo aceptable, guardián de las buenas obras (...). Vengan y
vean. Tantos millones de mártires generosos, de solitarios penitentes, de
vírgenes puras, de héroes de toda clase; ese número grandísimo de pastores y de
sacerdotes, que arden con un santo celo para la gloria de Dios y la salvación
de las almas, que corren también a lejanos países, donde brilla la espada de
las persecuciones, y a todo lugar en que un feroz malestar siega víctimas; esos
religiosos, y son muchos, de los cuales los mismos enemigos admiran las
virtudes, las austeridades, el espíritu de soledad, de oración, de celo, de
caridad, de alejamiento de toda cosa terrenal; tantas almas piadosas, ignoradas
por el mundo, pero conocidas y amadas por Aquel que escruta los corazones, son
todos hijos de
«
149.
La santidad es el carácter inseparable y propio de la verdadera
Iglesia; Dios es la santidad por esencia; por lo tanto una Iglesia que viene de
Dios debe llevar la huella de la santidad; y santa, o mejor dicho madre de
santidad, como escribe San Agustín, es justamente
Fuente de santidad son ante todo las
verdades que nos enseña: ya que las doctrinas promulgadas por
Fuente de santificación son los
Sacramentos que con afecto de madre
Fuente de santidad son los preceptos que
ella nos impone, preceptos llenos de indulgencia y de bondad, con los cuales
esta tierna madre nos guía a través de los peligros del mundo hacia el puerto
de la salud y se esmera toda para hacernos felices en ésta y en la otra vida.
Nos manda amar a Dios con el corazón, dirigir a El, como último término, los
pensamientos, los afectos, las obras, todo lo que nosotros somos y podemos, y
amar a nuestro prójimo como a nosotros mismos con el amor que viene de Dios. En
fin nos propone imitar a Jesús Crucificado nuestro Señor, sublime ejemplo de
resignación, de fortaleza, de gloria, para que crucificados con El a las
vanidades de este siglo, estemos unidos a El en los sufrimientos como en el
gozo.
Fuente de santificación es la comunión de
los Santos, fruto de aquella perfecta caridad que une entre si
«¿Son capaces de encontrar algo virtuoso
que
150.
¿Son capaces de encontrar algo virtuoso que
«El tesoro de
151.
La comunión de los Santos, o sea el tesoro común de gracias y de
méritos que existe en
Si desde la cabeza deriva especialmente la
vida de los miembros, no es para pensar que los miembros sean extraños a esa
vida. Ya que dice el Apóstol: Dios conformó el cuerpo de tal manera que los
miembros tengan mutuo cuidado los unos por los otros: Deus contemperavit
corpus... ut pro invicem sollicita sint membra, con el fin de que la abundancia
de unos supla la indigencia de los otros: ut abundantia illorum vestrae inopiae
sit supplementum. Ahora bien, si tal es la condición natural del cuerpo del
hombre, del cuerpo de la familia, del cuerpo de la ciudad, ¿no deberá
verificarse eso en
Demos una mirada a la innumerable multitud
de los Santos que pasaron por la tierra, y que hoy triunfan en el cielo.
Cuántos sufrimientos, cuántas oraciones y cuántos sacrificios, que van a
desembocar, como otros tantos arroyos, en el mar infinito de los méritos de
Jesucristo que forman el tesoro de
Yo veo en este tesoro no sólo los méritos
superabundantes satisfactorios e impetratorios de Cristo, sino también de
«Es consolador, es dulce este dogma de
152.
¿No oyen los gemidos que nos llegan desde las profundidades?
¡Miseremini mei, saltem vos, amici mei! Tengan piedad de mí, por lo menos ustedes
que un día fueron mis amigos (...). Son voces de lamento y de dolor. Es la voz
de un padre, de una madre, de un hermano, de una hermana, de una hija, de una
esposa, que sube hasta nosotros desde la cárcel de expiación para implorar
nuestros sufragios, ya que ni siquiera el dolor destruye
¡Ah, qué consolador, qué dulce este dogma
de la comunión de los Santos! El cielo reza, la tierra reza, el purgatorio
reza; y así el purgatorio, la tierra, el cielo,
Es por nuestro intermedio que el grito de
esas almas cautivas llega hasta el trono de Dios. Desde allá arriba la
abundancia de las misericordias divinas se derrama sobre la tierra y desde la tierra,
como celestial rocío, cae hasta el purgatorio donde se posa sobre los labios
sedientos por llamas expiatorias. [16]
«Unidad
de fe, unidad de comunión»
153.
La verdadera Iglesia de Jesucristo figurada
en el Antiguo Testamento en el arca de Noé, en el monte de Sión, llamada la
viña, el campo, el barco, el redil, la casa, el ejército, el reino de Dios, el
cuerpo de Cristo, debe llevar en la frente, esplendorosa con luz vivísima, la
nota de la unidad. Como uno es el Señor, una la fe, uno el bautismo, así debe
haber unidad de creencia en aquellos que pertenecen a
«Unidad
de fe, unidad de gobierno, unidad de sacramentos»
154.
Dios siendo uno, y siendo una la verdad, es
preciso que también la verdadera Iglesia sea una y, en efecto, la unidad es el
primer carácter que brilla en la frente de
Unidad
de gobierno, ya que
Unidad
de Sacramentos, ya que todos en
«
155.
«La
variedad no perjudica a la admirable unidad»
156.
Observen este santo edificio y vean como la
variedad no perjudica para nada a la admirable unidad. Cada piedra tiene su
forma, su posición, su destino particular. Unas colocadas en la base, otras en
la cumbre; las más ricas y espléndidas adornan el santuario y el altar; las más
comunes, aunque no menos útiles, diseminadas en todas partes, forman el cuerpo
principal de la construcción. Unas sepultadas bajo el suelo y totalmente
ignoradas, sostienen el peso de todo el edificio; las demás expuestas a la
vista de los hombres muchas veces son tan sólo un ornamento accesorio, que si
se sacan, el templo no es menos hermoso ni menos sólido.
He aquí
una imagen viva de la sociedad, de la familia, de
Mas
como estas piedras (...) no formarían un sólido edificio si no estuviesen
adheridas unas a otras con cierto orden, si no estuviesen unidas en paz y casi
en amor recíproco, así los cristianos no forman realmente la casa de Dios sino
sólo cuando están estrechamente unidos con los vínculos de la caridad: Domum
Domini non faciunt, nisi quando charitate compaginantur [No construyen la casa
del Señor, sino cuando son ordenados en la caridad]. La caridad (...) es el
noble cemento de la sociedad cristiana: es la gran ley de atracción que
perfecciona y confirma el mutuo amor que debemos a nuestros hermanos, que dona
al corazón humano la solidez y la elasticidad llenándolo de fuerza, de
compasión y de misericordia. [20]
«Fuertes
en la verdad, fuertes en la caridad, fuertes en la unidad»
157.
Diremos a todos: sean firmes,
sean intrépidos, sean tenaces al sostener y al defender los sacrosantos
derechos de
Si
nosotros insistimos tanto sobre este punto, es porque desdichadamente estamos
en tiempos en los cuales también las máximas más elementales del cristianismo
son falseadas o descuidadas por muchos y, por lo tanto, no se repiten nunca lo
suficiente. Por lo tanto, que nuestra fortaleza sea hecha amable por la
prudencia y por la caridad y la prudencia y la caridad reciban eficacia de la
fortaleza: Resistite fortes in fide!
Fuertes
en la verdad, fuertes en la caridad, fuertes también en la unidad, que es complemento
y efecto de la caridad. ¡Unidad! es ésta la última recomendación que nos ha
hecho el Santo Padre con el lenguaje más cálido y afectuoso y es también ésta
la recomendación que en Su nombre les hacemos también nosotros con todo el
ardor de nuestra alma: ¡Unidad! Unidad de mente, unidad de corazón, unidad de
obras. En los tiempos tan difíciles que atravesamos, nosotros no podríamos
sostenernos sino permaneciendo unidos y compactos y no debe haber sacrificio de
opiniones que no debamos hacer para mantener esta unidad, en la cual está
únicamente el secreto de la victoria. [21]
«Un
sistema de liberalismo completamente nuevo»
158.
¿Qué deberá decirse de aquellos
que descontentos con el carácter de súbditos, que les corresponde en
Es
sobre esta insana exigencia que ellos fueron fabricando un sistema de
liberalismo que es completamente nuevo, tanto más peligroso, cuanto más se
empeñan por revestirlo de bellas apariencias; sistema farisaico, que
desafortunadamente llega a seducir tantas almas simples y a invadir algunas
mentes aun sin ser perversas ni mezquinas; sistema anárquico, que termina por
dividir nuestras fuerzas y sembrar la discordia entre los hijos del mismo
padre, entre los miembros de la misma familia; sistema bárbaro, que no rehuye
entristecer poco a poco los espíritus inmortales, que mata todo germen de
caridad en el corazón de muchos (...).
Los
mayores peligros para
«Negligencia
por las virtudes más amables del cristianismo»
159.
Sentimos el deber de levantar
otra vez la voz contra la nueva manifestación del fatal sistema y recordar una
vez más que no está para nada acorde con el espíritu francamente católico ese
deshacerse, como usan ellos, en manifestaciones de fidelidad y devoción al
Papa, al mismo tiempo que se atreven a faltar el respeto a los Obispos unidos a
El oponiéndose al régimen en forma, por lo menos, indirecta o torciendo los
actos y las intenciones con sentido siniestro; ese identificarse, por así
decir, con
«La
unidad jerárquica es esencial»
160.
No solamente la unidad
dogmática sino también la jerárquica pertenece a la unidad esencial de
«¡Ay
del que se atreve a quebrantarla!»
161.
En estos tiempos de anarquía no
será nunca demasiado repetirlo: ¡seamos unidos! El pueblo con sus párrocos; los
párrocos y el clero entre ellos en el orden jerárquico; todos, clero y pueblo,
con el Obispo, que en perfecta unión con el Papa, supremo Jerarca, es el anillo
que los une al Pastor invisible Jesucristo. He aquí la sagrada cadena que hay
en
«
162.
El espíritu de contienda
siempre ha sido reprochable, pero mucho más debe decirse hoy que tenemos ante
nosotros adversarios ferocísimos, que lo único que anhelan es la ruina de
No
conducirán a ello las disputas más o menos apasionadas de ciertos espíritus
inquietos, ni las discusiones más o menos sutiles sobre éste o aquél modo de
organizar las fuerzas, ni la sumisión forzada y aparente, que hace permanecer
en el fondo del corazón la desconfianza, la sospecha, la división, ni las
competencias, las envidias, las tendencias exclusivas y egoístas; en fin, ni
ese celo amargo e irreflexivo que confunde la fuerza del sagrado ministerio con
la violencia ciega de los partidos, que cree prestar reverencia a Dios atacando
a los hombres aún a los más íntegros y devotos a los intereses de
Lo que
pondrá a salvo las razones de
«Aún
entre las Iglesias disidentes
163.
Es cierto que los caminos de
Dios no son los nuestros y que aún entre las Iglesias disidentes,
Separados
del Cuerpo de
«La
gran unidad hacia la que caminamos con grandes pasos»
164.
Ha de llegar un día en que la justicia
y la paz se besarán en la frente, que el sol de la civilización cristiana
brillará sobre el mundo con luz nueva, que el edificio social se levantará
sobre bases, quisiera decir, inquebrantables.
Corresponde
a nosotros apresurar ese día. ¿De qué forma? Ganando para la verdad, más con el
ejemplo que con las palabras, a los hermanos, profesando abiertamente nuestra
fe, obrando en conformidad con la misma, preocupándonos para lograr que en el
ánimo de todos, como ya sucede en el de muchos, se grabe la convicción que sólo
del Pontificado Romano Italia puede esperar salvación y verdadero bienestar.
Hacia esta noble y santa convicción inspirada por el más puro amor a
¡Oh sí!
¡recemos, queridísimos! Recemos para que retornen a la fe los equivocados, que
se extienda siempre más el reino de Jesucristo, que los designios de su Vicario
se cumplan. Recemos y esperemos.
Ya se
está volviendo a ideas sanas y justas; muchos rehacen el camino o por lo menos
reconocen la necesidad de rehacerlo. Las desilusiones y el desengaño sacuden en
forma saludable a las multitudes; se palpa que la impiedad, por más que se
enmascare, no es más que tiranía; que sus promesas son mendaces, que sus frutos
son mortíferos. Los escritores más leídos desdicen hoy lo que ayer aseguraban
con arrogancia, y en los labios de hombres investidos de poder resuenan, aunque
sea tímidamente, palabras preciosas inusitadas desde hace muchos años. Todo
revela una lenta, pero progresiva evolución de ideas; todo deja presagiar que
la sociedad, harta del inmundo materialismo que la corrompe y degrada, esté por
encaminarse hacia la suspirada renovación, todo anuncia, como decía De Maistre,
no sé qué gran unidad, hacia la cual caminamos a grandes pasos.
Es sin
duda la unidad anunciada en el Evangelio, la unidad religiosa por medio de
Mis
queridos, el hombre se agita, pero Dios lo conduce. Repito, recemos y
esperemos.[28]
«
165.
Y ya que se dignó confiarle el depósito de
la revelación, o sea el cuerpo entero de las doctrinas referentes a la fe y a
la moral, que El mismo había traído desde el cielo, para que las enseñara con
certeza, facilidad y sin mezcla de errores a todas las generaciones, era
necesario que fuese provista de la gloriosa cualidad de maestra infalible, para
que transmitiera en todos los tiempos las verdades reveladas tal como las
recibió de sus divinos labios (...).
No aceptar todas las definiciones del
Concilio con plena y pronta sumisión de intelecto y de voluntad, sin restricciones,
sin transacciones, titubeos y compromisos no sólo es negar la verdad particular
que contraría sus propias ideas, sino que es negar el magisterio infalible, que
nos la propone para creer, es destruir el catolicismo y herir mortalmente la
misma sociedad.
En efecto, con el magisterio infalible de
«
166.
Si por mandato divino hay una autoridad que
une y dirige, y esta reside en el orden sacerdotal, deben por lo tanto
reconocer que en
Pertenecen a la primera los sucesores de
los Apóstoles, los Obispos y especialmente el sucesor del Príncipe de los
Apóstoles, el Papa. Pertenecen a la segunda todos los fieles. En cuanto a los
simples Sacerdotes, si bien parecen pertenecer a
«La infalibilidad del Papa no está
separada de la fe de
167.
El Papa es personalmente infalible, pero su
infalibilidad no puede ser personal y separada de manera que su fe esté
desligada de la fe de
El Pontífice, por lo tanto, que une y concentra
en sí mismo todo el episcopado, no podrá nunca encontrarse solo y aislado
cuando enseña a todos los creyentes las cosas de fe y de moral, porque el
Espíritu Santo, que asiste a
El Papa es infalible, pero su
infalibilidad lo obliga a cuidar de la doctrina, a efectuar consultas, a
apoyarse en los Obispos y los Concilios. La infalibilidad se compone de dos
partes bien distintas: la parte divina, que es la inspiración, la luz que
Cristo, mediante el Espíritu Santo, irradia sobre el sucesor de Pedro; la parte
humana, que encierra los elementos de la ciencia, la búsqueda necesaria acerca
de
La verdad no llega por medio de nuevas
revelaciones, ni por inmediatas ilustraciones, sino que al elemento divino debe
unirse el elemento humano, que desentraña el depósito sagrado confiado a
«¿
168.
Sabemos bien lo que se dice: ¡
¡promotora de la ignorancia
Hoy mismo que tanto se habla de
instrucción y tantas culpables máximas se esparcen abundantemente por todo
lado, ¿quién piensa en mantener firmes en los pueblos los eternos principios de
verdad y de justicia? ¿Quién, si no
¡Bien puede gritar contra
«¡Ay de
169.
¡Ay de
«Mirar hacia el Cielo, sufrir y callar»
170.
Es necesario, por lo tanto, tener paciencia y
esperar solamente en la ayuda de Dios. Pero no crean que yo estoy desanimado;
trabajo indirectamente, porque no creo beneficioso hacerlo directamente; la
oposición a ese partido yo la considero como un deber del ministerio y no
cesaré jamás de cumplirla con prudente firmeza, quantum Deus dederit, aun que
haya perdido ya la confianza en los hombres. La experiencia del mundo, querido
hermano, me ha hecho cambiar de opinión sobre muchas cosas y añoro esos días en
los cuales mi alma, todo ardor, veía a
171.
Es necesario, querido Monseñor, olvidar,
por lo menos por algunas semanas, las tristezas de la hora presente.
172.
Creo que contiene gran sabiduría la
siguiente máxima: "Quedarse en perfecta tranquilidad acerca de todo lo que
ocurre por disposición divina no sólo con respecto a sí mismo sino también en
lo que respecta a
«Debemos obedecer a
173.
Nosotros debemos escuchar a
Esta soberanía no le fue conferida por los
hombres, sino por el mismo Dios, rey de los siglos, invisible e inmortal,
Creador y Señor del Cielo y de la tierra. Como el Padre me ha enviado, dijo
Jesús a sus Apóstoles, así yo los envío a ustedes, vale decir: los envío con el
mismo fin, con el mismo mandato, con la misma real autoridad sin límites y sin
confines: autoridad universal. Es tan grande esta autoridad que no sólo abarca
el universo creado, sino que llega hasta el trono de Dios. Efectivamente,
agregó Jesucristo: todo lo que ustedes desaten en la tierra, será desatado
también en el Cielo, y todo lo que hayan atado en la tierra será atado también
en el Cielo, lo que equivale decir: cualquier cosa que
«Obediencia pronta y cordial»
174.
El Apóstol San Pablo escribía a los fieles
de Corinto: "Hermanos, en el nombre de nuestro Señor Jesucristo, yo los
exhorto a que se pongan de acuerdo: que no haya divisiones entre ustedes y
vivan en perfecta armonía; antes bien, que todos tengan un mismo modo de
pensar, sentir y hablar". Este es también el ruego que yo les hago a
ustedes, queridos míos. ¿Pero cómo sería posible esta perfecta uniformidad,
esta concordia sin la obediencia a
La obediencia, y la obediencia pronta y
cordial, es, diré con otros, el mejor sacrificio que se puede ofrecer a Dios,
porque es el holocausto de lo mejor que poseemos: que es nuestra voluntad. La
obediencia es segura, porque alguna vez se puede errar en el mando, pero quien
obedece no se equivoca nunca. La obediencia siempre es meritoria: el obediente
multiplica las victorias y las palmas. La obediencia es principio del orden,
fuente de la tranquilidad y de la paz, y razón de la poder y de la belleza de
«Es absolutamente necesario obedecer a los
legítimos Pastores»
175.
Para ser cristiano y salvarse, no basta ser
bautizado, no basta profesar la fe de Jesucristo, no basta tampoco participar
de los mismos Sacramentos, sino que es necesario también, absolutamente
necesario, obedecer a los legítimos Pastores; es decir, obedecer al Papa,
obedecer al Obispo, obedecer a aquellos que, por el Papa o por el Obispo, son
propuestos para el gobierno de nuestras almas. Por lo tanto, quien no obedezca
al Papa, al Obispo, al Sacerdote católico, podrá ser cualquier otra cosa, pero
no cristiano, no católico, con seguridad. Es un soberbio, un hipócrita y nada
más; está afuera de
«Dispuestos a sacrificar todo, también
nuestra vida, antes que faltar a nuestro deber»
176.
Transcurrieron ya dos años desde que el
Espíritu del Señor nos enviara entre ustedes para ser el Obispo de sus almas.
Desde aquel día, podemos decirlo, ustedes
llegaron a ser todo para Nosotros y sentimos que los amamos entrañablemente
como Padre. Tratamos de proveer, en la medida que nos lo permitieron las
fuerzas, a las necesidades más urgentes de ustedes, también a costa de
sacrificios, y siempre fue Nuestra delicia acudir, cuando se podía, a cualquier
parte donde hubiese una lágrima para secar, un dolor para mitigar.
Pero el bienestar espiritual de ustedes
Nos preocupaba mucho más y ciertamente no ahorramos sudores, ni oraciones, ni
fatigas para animarlos al bien, para conservar inviolable en sus pechos el
sagrado depósito de la fe.
Debíamos ser en esta Diócesis los
defensores y los custodios del principio católico, y para conseguir el propósito,
¿qué medios no usamos? Les inculcamos sobre todo, con la voz y los escritos, la
total sumisión al Vicario de Cristo, dándoles Nosotros mismos el ejemplo de la
más ilimitada y filial obediencia a sus órdenes, a sus palabras, a sus
enseñanzas y también a sus deseos, porque es el Vicario de Jesucristo quien
tiene la palabra de la verdad, y quien lo escucha a El escucha al mismo
Jesucristo.
Es éste, si bien lo recuerdan, el programa
que Nosotros les presentamos, aún desde la primera vez en que tuvimos la
satisfacción de dirigirles la palabra desde el púlpito de Nuestra Catedral y al
que debemos atenernos (...).
Como norma de tal principio que promueve y
promoverá siempre la unidad y la fuerza de
Centinelas avanzados de
¿Qué es nuestra vida? La hemos sacrificado
por ustedes y descansamos gustosos en la idea de consumarla entre ustedes.
Sabemos que el Episcopado es un martirio y Nos lo manifiesta la cruz que
llevamos sobre el pecho. [40]
«Combatir hasta el fin por la causa de la
obediencia»
177.
Si nosotros no Nos sintiéramos tan fuertes,
como para combatir hasta el fin por la causa de la obediencia, no dudaríamos un
instante en rogar a Aquel que nos elevó a esta tan noble sede, para que Nos permitiera
dejarla, y retirarnos a un claustro a llorar por Nuestra debilidad y Nuestros
pecados.
Apelamos por eso a los sentimientos
católicos de la inmensa mayoría de Nuestros hijos, y también a la lealtad de
toda persona sensata, cualesquiera sean sus opiniones, y le preguntamos si es
justo, decoroso, conforme a la razón el desprecio a quien no quiere traicionar
su misión y quiere mantenerse sin tacha en su puesto, ante Dios y ante
Sí, queridísimos; la salvación de todos,
he aquí adonde se dirigen Nuestros continuos esfuerzos; por lo tanto nuestras
oraciones, en estos días, fueron y serán especialmente por aquellos que, no por
mal ánimo ciertamente, sino por irreflexión, llegaron a cubrirnos de injurias e
insultos. Podemos por otra parte asegurarles que Nosotros, con la calma y
tranquilidad del que sabe que ha cumplido concienzudamente el propio deber, en
el momento de mayor trepidación para los buenos, les perdonábamos las injurias,
recomendándolos a Dios y bendiciéndolos de todo corazón, doloridos nada más que
por las ofensas hechas a Jesucristo en Nuestra pobre persona.
Venerables Párrocos, queridos Hermanos
Nuestros en el Ministerio, difundan, les rogamos, estos sentimientos Nuestros
entre los fieles confiados a sus cuidados y díganles que recen por su Obispo,
que tanto necesita la ayuda divina, asegúrenles que él no desea otra cosa que
verlos perseverar en el bien, como dulce cambio por el gran sacrificio que hizo
al hacerse garante ante Dios de su salvación. [41]
g) LA LEY DE LA IGLESIA ES EL AMOR
«
178.
Madre nuestra es
Y no sólo en las leyes
«
179.
Madre desconsolada, con frecuencia tiene
motivos para quejarse de sus hijos, que la oprimen, que le desgarran el seno:
mas como institución viva y universal en los órdenes del espacio y del tiempo,
encuentra aún en sí misma los medios oportunos para proveer eficazmente a la
salvación de los suyos en cualquier novedad o singularidad de los eventos
humanos (...).
Un vínculo maravilloso enlaza todas sus
partes, y este vínculo es la caridad. ¡Ay de quién lo quiebra! Ella ama, he
aquí toda su vida. Hecha para el hombre, penetra todas sus instituciones,
orienta y bendice todos sus progresos, compadece y corrige todos sus errores,
prepara su arrepentimiento, dispone su enmienda, glorifica su retorno a Dios.
Sí, lamentablemente nuestro siglo está
enfermo, como lo estuvieron, por otra parte, todos los siglos que lo han
precedido, y vemos la historia no partidaria reducir a su justo valor tanto las
alabanzas excesivas de unos como las ofensas exageradas de otros. Pero dígannos
ustedes, ¿cuál es para un enfermo el primer remedio? ¿No es quizás la
compasión, la bondad, los cuidados prodigados con ternura de amor? Cuando un
enfermo divisa esas disposiciones en su médico, ¿no es acaso cierto que siente
la curación más cerca? ¿No es cierto que se siente dulcemente atraído por ese
médico y también para las heridas más profundas termina por ser eso mismo una
ayuda? De aquí la gran máxima de San Gregorio Magno: resecanda vulnera, sunt
prius levi manu palmanda. [43]
«Este espíritu de sabiduría y de
moderación, de mansedumbre y de caridad»
180.
Este espíritu de sabiduría y de moderación,
de mansedumbre y de caridad, fue y será siempre en el cristianismo el carácter
de las almas grandes. Donde este espíritu reina, necesariamente las discordias
desaparecen; allá sin duda ustedes encontrarán el orden, la concordia, la paz.
¡Ah! nosotros volvemos a recorrer juntos esos días afortunados, en los cuales
la armonía de todos los fieles entre sí y la plena y perfecta sumisión al orden
jerárquico, establecido divinamente aquí en la tierra, daban a
«La caridad, señora y árbitro de nuestro
corazón»
181.
La caridad, esa ciudadana que bajó del
cielo entre nosotros para acercar los corazones, temperar las aflicciones,
levantar los ánimos deprimidos, hacer felices a las familias desventuradas con
las alegrías más puras, el don más hermoso que Dios podía hacer a su criatura;
la caridad que hace tan suave el yugo, y tan leve el peso de la ley y de la
vida; que esparce alguna flor en el penoso camino de este exilio; que es el
bálsamo de tantas llagas, el refrigerio de tantos corazones; la caridad que
unida al máximo y primer precepto del amor a Dios, nos encamina, pobres
peregrinos, hacia la consecución de aquella patria sobre cuyo umbral inmortal
nos dejarán la fe y la esperanza y donde la caridad entrará sola para reinar;
la caridad que es la gran ley del cristianismo; que debe resplandecer sobre
nuestra frente, y ser señora y árbitro de nuestro corazón, reclama de nosotros
algún sacrificio, sacrificio que no podremos negar a nuestros hermanos, sin ser
culpables de una imperdonable dureza, sin desmentir con los hechos el título de
cristiano del cual merecidamente nos gloriamos. [45]
Al Papa los cristianos están unidos con la
mente, el corazón y el espíritu, convencidos de que no se puede llegar a Dios
sino por medio de Jesucristo; no se puede estar con Cristo si no se está con
a) PIEDRA FUNDAMENTAL DE LA IGLESIA
“El árbol de
182.
¿Ustedes quieren cooperar con la salvación de la sociedad? Yo les
propongo dos apoyos igualmente inquebrantables, el árbol de
La roca del Vaticano, donde reside el
heredero del principado de Pedro, el Vicario de Jesucristo, el maestro
infalible de
Unidos al Crucifijo, unidos con la mente,
con el corazón, con las obras al Papa, valientemente, sin restricciones, sin
titubeos, en la vida y en la muerte nosotros no fallaremos para alcanzar la
gloriosa meta y Dios estará con nosotros. [46]
“El Papa es la piedra fundamental de
183.
¡El Papa! Es el personaje más augusto y más venerado que haya sobre
la tierra. Es el sucesor de los Apóstoles, el Obispo de los Obispos, el Maestro
infalible de la fe y de las costumbres, el Juez inapelable de todas las
controversias, el centro de la unidad católica, el pastor supremo de las almas,
la piedra fundamental de
¿El Papa enseña una verdad? Es Jesucristo
quien la enseña. ¿El Papa manda? Es Jesucristo quien manda. ¿El Papa condena?
Es Jesucristo quien condena. ¿El Papa absuelve? Es Jesucristo quien absuelve. [47]
“¿Quién es el Papa?”
184.
Los sentidos no ven en él más que un hombre
semejante a los otros hombres, pero la fe nos dice: él es el sucesor de Pedro,
antes bien, es Pedro mismo, siempre vivo en la persona de sus sucesores, con
toda esa plenitud de jurisdicción y de autoridad que, como jefe de
Es voz poderosa que repite a las
generaciones humanas los oráculos del Verbo hecho carne; es la roca
inexpugnable de la fe, el fundamento visible de la mística Jerusalén, la piedra
inquebrantable del edificio divino, la boca de
No hay Iglesia de Jesucristo sin el Papa,
por el contrario, allí dónde esté el Papa, está
¿Quién es el Papa? Es la piedrita
infalible del mosaico, la piedra de comparación para distinguir, en todo
tiempo, al católico del herético y del cismático, es el centro de la unidad
cristiana en el cual es necesario que converjan los fieles diseminados sobre
toda la faz de la tierra. Quiten la unión con este centro y tendrán la
confusión, el desbarajuste, el desorden (...).
¿Quién es el Papa? Es el principio
original de todo poder sacerdotal y episcopal, en el gobierno de las almas; es
la causa instrumental creadora, conservadora y propagadora de
¿Quién es el Papa? El es sobre todo un
padre, y tal padre que, después de Dios, nadie es más padre que él: Nemo tam
pater. Es éste el más hermoso título de su grandeza, su más noble gloria.
Jesucristo hizo la solemne transmisión de su autoridad, poco antes de subir al
cielo, a todos los apóstoles juntos, pero la parte afectiva, paterna quiso
comunicarla principalmente a uno solo; y este es Pedro. Dijo a todos: Con la
misma autoridad con la que el Padre me envió a mí, yo los envío a ustedes; pero
sólo a Pedro dijo: Si me amas, apacienta a mis corderos, apacienta a mis
ovejas. En Pedro unificó el amor de su autoridad paterna, con el fin que desde
él, como desde fuente fecunda, se derivara a todos los demás (...).
Nosotros llamamos al Papa con el dulce
nombre de Padre, Santo Padre, Beatísimo Padre, justamente porque es viva imagen
de El que es santidad por esencia y desde quien proviene toda paternidad en el
cielo y en la tierra. [48]
“Pedro es constituido por Cristo vicario
de su amor”
185.
Orgullosos del nombre de católicos,
repetimos las hermosas palabras de San Ambrosio: "En
Pedro es constituido, por el Salvador,
vicario de su amor hacia nosotros.
El estandarte que él enarbola es el
estandarte de Dios; allá encontraremos las bendiciones del Cielo y los dones
inefables de las llaves santas, allá encontraremos el vínculo de la caridad que
nos une a Cristo, a Dios. [49]
“Por el Pontífice se pertenece a
186.
El Pontífice Romano es el jefe y el fundamento
visible, sobre el cual Jesús levantó el inmortal edificio de su Iglesia, que ya
llena los siglos. En el Cenáculo, figura de esta Iglesia, estaba Pedro, el
Príncipe de los Apóstoles y Vicario de Cristo; estaba María, la reina de los
apóstoles,
“Amarlo a Usted hasta la muerte”
187.
Obedecerlo y amarlo a Usted hasta la
muerte, será esta nuestra ambición, el más dulce consuelo de nuestra vida, y
nos esforzaremos para ganar el mayor número de almas posibles a la obediencia y
al amor de Usted.[51]
188.
Llamamos como testigos al cielo y la tierra
de que nos esforzaremos con todo el corazón y toda el alma para conservar y
venerar Tus palabras como palabras del Señor, Tus juicios como juicios de Dios,
Tus definiciones como juicios de Jesucristo. [52]
189.
En cuanto a nosotros, Beatísimo Padre, es
un premio, una gloria, cada vez que podemos secundar también el más pequeño de
sus deseos. En nuestra mezquindad podemos poco, pero ese poco es todo para
Usted, que es nuestro tierno Padre, nuestro Maestro infalible, nuestra ley
viviente. [53]
190.
Será siempre nuestra gloria pensar en todo
y siempre como El, juzgar como El, sentir como El, sufrir con El, combatir con
El y para El; (...) nos llamaremos afortunados de poder dar la sangre y la vida
por Su causa que es la causa de Dios. [54]
191.
Yo, con este clero mío y con este pueblo
mío, me estrecho a tu cátedra porque estoy seguro que estrechándome a ella y
con ella me uno a Jesucristo. [55]
192.
Por lo tanto al Papa los ojos de la mente,
al Papa los afectos del corazón. Solamente en él, por él y con él, podemos ser
todos uno solo, y proceder como ejército ordenado para la batalla, seguros de
la victoria (...). No sea el nuestro, oh queridos, un homenaje de admiración
estéril. Amemos, ¡oh! amemos al Papa, venerémoslo, busquemos nuevas formas para
atestiguarle nuestra devoción. [56]
“Infundir una sólida devoción a
193.
Deseando ardientemente promover en mi Clero
y en todo el pueblo que me fuera confiado una más profunda y loable, mejor
dicho, necesaria devoción, especialmente en estos tiempos, a
Beatísimo Padre, el humilde orador que
suscribe implora tanto más ardientemente esta gracia, por cuanto pretende
mandar a todos los párrocos que pronuncien al pueblo, ese domingo, una homilía
sobre las excelsas prerrogativas del Romano Pontífice, según las últimas
definiciones emanadas del Concilio Ecuménico Vaticano, en la confianza, o mejor
dicho en la certeza que los Pontífices Santos, invocados con devoción y
venerados ese día por los fieles, obtengan de Dios para el Clero y el Pueblo de
Piacenza una verdadera y firme adhesión, reverencia y amor hacia Su Santa Sede
Apostólica, que es para nosotros y para todos la verdadera y única ancla de
esperanza y de salvación. [57]
“El amor al Vicario de Jesucristo”
194.
¡Beatísimo Padre! Que el divino Príncipe de los pastores se digne
volcar con abundancia sus dones más selectos sobre Usted. Que El, entre tales y
tantas vicisitudes de hombres y de cosas, entre tantas y tan graves angustias,
que desde todas partes lo apremian, lo consuele, lo sostenga, lo conserve
todavía por muchos años fuerte y sano para su mayor gloria, para decoro e
incremento de
Le presento, Beatísimo Padre, con mis
votos, los votos y las felicitaciones de los Misioneros que prestan asistencia
a nuestros emigrados en las Américas, y también los votos y las felicitaciones
de los mismos emigrados. Por mi intermedio esos pobrecitos depositan ahora a
Sus pies su óbolo como señal de gratitud por todo lo que hizo hasta aquí por su
bien y al mismo tiempo imploran para sí y sus familias
Los Misioneros que tienen como regla
despertar y mantener viva en las colonias de nuestros pobres expatriados el
amor por el Vicario de Jesucristo, ellos también le imploran Santo Padre, una
Bendición especial que sirva para infundirles nuevo vigor, nuevo coraje en
medio de sus esfuerzos verdaderamente apostólicos. [58]
“Los católicos no van como peregrinos a
Roma por motivos fútiles”
195.
Una de las obras, que sirven hoy para hacer
pública y solemne la manifestación de nuestra fe, es la devota práctica de las
peregrinaciones, especialmente a Roma, el venerado santuario de nuestra fe, el
centro de la unidad católica, el lugar santo donde reside Aquél que en la
tierra hace las veces de Dios (...).
Ellos van allá, para cumplir un acto de
religión, para visitar los grandiosos monumentos de su fe, para sacar nuevas
fuerzas y nuevo coraje para combatir las batallas del Señor (...). Van para
respirar entre aquellos muros el aura purísima de la vida cristiana, casi a
gozar de los derechos de una casa común, y a concentrarse, si bien lejanos,
junto a la tumba de los padres como en una sola gran familia. Van para dar a
conocer al universo la vida que siempre anima a
“Su odio sea la medida de nuestro amor por
el Padre común”
196.
No nos asusten los insultos y los clamores
de los enemigos del bien. Siguiendo el ejemplo del divino Salvador, que desde
lo alto de la cruz pedía perdón para sus verdugos, roguemos por aquellos que se
convirtieron en verdugos de
Sí, ya es tiempo de que nos hagamos
entender. Debemos, es bueno repetirlo, erguir altas las frentes, desplegar la
bandera de las obras santas, hablar francamente, y asegurar a todo el mundo que
estamos con el Papa, sus fieles súbditos, sus hijos obedientes, sus tiernísimos
amigos, sus servidores fieles hasta la muerte; que estamos inviolablemente de
parte del Papa, que creemos en las enseñanzas del Papa, que nos sometemos a
todos los preceptos del Papa, y que queremos vivir y morir en la comunión de
fe, de obediencia y de amor por el Papa.
Pues profesar que estamos con el Papa es
profesar que estamos con
“Solemnes promesas de fidelidad y
obediencia”
197.
El 30 de enero del corriente se cumplirán
25 años desde que el Excmo. Card. Franchi, de siempre querida y feliz memoria, me
consagró Obispo de Piacenza (...).
Las solemnes promesas de fidelidad y
obediencia ilimitada a
Y a los pies de Su Santidad me es grato
abrir mi ánimo, especialmente en esta ocasión. Si yo miro las obras cumplidas
entre no pocas dificultades, tengo grandes motivos para alegrarme en el Señor;
pero si desciendo con el pensamiento en lo secreto de mi espíritu, no encuentro
más que materia de amargura por tanto bien que no hice o que no hice bien. Una
sola cosa puedo asegurarle, Beatísimo Padre, y es que en todas las cosas yo no
he tenido nunca otra mira que la gloria de Dios y la salvación de las almas que
me fueron confiadas. Ahora bien, ese poco de vida que el buen Dios querrá
concederme todavía, yo quiero consagrarlo también por entero a favor de su
Iglesia, a la defensa de Vuestros sacrosantos derechos, a unir siempre más a
Vuestra augusta Persona mi amado rebaño. Estos son mis propósitos y mis
resoluciones en el momento de comenzar los santos Ejercicios. Usted, Santo
Padre, dígnese confirmarlas con su Bendición, con una de esas Bendiciones que reaniman,
reconfortan y hacen el alma superior a sí misma. [61]
“Hable, Santo Padre, y será nuestro
orgullo obedecerle”
198.
Viva nuestro Beatísimo Papa Pío X.
Pero en El, hermanos e hijos muy queridos,
más que las dotes personales, nosotros debemos considerar la autoridad de la
cual está revestido, autoridad suprema universal, divina (...). Por lo tanto
todos, obispo, clero y pueblo, unidos entre nosotros por los vínculos de la
caridad y formados como un solo cuerpo, unámonos con efusión filial a los pies
del novel Jerarca; circundémoslo de nuestra más profunda y afectuosa
veneración, digámosle: Hable, Santo Padre, y será nuestro orgullo obedecerle;
guíenos y nosotros dócilmente le seguiremos; instrúyanos, y sus enseñanzas
serán la norma constante, invariable de nuestra conducta, ya que sabemos bien
que Usted sólo tiene palabras de vida eterna, que está en contra de Jesucristo
quién no está con Usted, y que de la unión con Usted depende nuestra eterna
salvación. [62]
“Cuidémonos de empequeñecer la grandeza de
la causa católica a las proporciones mezquinas de nuestros juicios privados”
199.
Cuidémonos especialmente de empequeñecer la
grandeza de la causa católica a las proporciones mezquinas de nuestros juicios
privados. De todo lo que puede ser entre nosotros objeto de discusión, pensemos
como el Papa piensa, juzguemos como El juzga, trabajando cada uno por la causa
del bien, con aquellos medios y en aquella medida que El en su sabiduría
prescribe, y operando siempre con esa rectitud de intención, con esa perfecta
unión de mente y de corazón que sólo pueden llamar la bendición de Dios sobre
nuestros esfuerzos y hacerlas provechosas para el santísimo fin que nos viene
indicado por el Jerarca Supremo. [63]
“Siempre unidos con la mente, con el
espíritu, con el corazón al Romano Pontífice”
200.
Tú el Padre y nosotros los hijos, Tú el
Maestro y nosotros los discípulos; Tú el Jefe y nosotros los seguidores; Tú el
Pastor y nosotros las ovejitas; Tú el árbol y nosotros las ramas.
¡Ay de la rama que se separa del tronco
vital! Es como la hoja que en el otoño cae del árbol y luego se seca (...).
Manténganse siempre unidos al Romano Pontífice; unidos con la mente, con el
espíritu, con el corazón; ya que no se puede ir hacia Dios sino por medio de
Jesucristo, no se puede estar unidos con Jesucristo sino por medio de su
Iglesia; pero no se puede pertenecer a
“El que escucha a su Vicario, escucha a
Cristo”
201.
Confiamos plenamente en la obediencia de
todos ustedes, Venerables Hermanos: efectivamente no hace poco tiempo que
conocemos la piedad iluminada y la obediencia sincera de todos ustedes hacia
los superiores. Si no nos diera seguridad la constante moderación de ustedes,
temeríamos una sola cosa: que aquellos que no aprobaron nunca la doctrina
condenada ostentaran con jactancia su triunfo, y aquellos en cambio que de
alguna manera la han defendido, pensaran que han sido afectados injustamente.
No hay razón para que los primeros se gloríen injusta y temerariamente por un
triunfo: cantarían un triunfo del todo ficticio, porque en esta manifestación
de la verdad no ha sido un agudo razonamiento del hombre que ha vencido, sino
la verdad, más bien el mismo Cristo; y ciertamente es sólo Cristo quien triunfa
en la obediencia de todos.
Por otra parte no entendemos cómo puedan
sentirse de algún modo tildados de ignominia los otros: además del hecho que algo
similar ya le ha sucedido a hombres también de primer orden, que no han sido
señalados por esto por alguna nota de reprobación, estos Sacerdotes nuestros,
que de algún modo adherían a las doctrinas de Antonio Rosmini, estaban ya
dispuestos a abandonarlas de inmediato tras una señal de
Estando así las cosas, no hay motivos para
que algunos, movidos por una vanidad fuera de lugar, desprecien, o peor,
escarnezcan a los demás; mientras para aquellos que profesaron primero la
doctrina ahora reprobada no existe ninguna razón para que se sientan ofendidos,
debido a que, renunciando al mensaje de la doctrina proscripta, aceptan con
docilidad el juicio de
Por lo tanto, depuesta toda animosidad,
todos juntos gocen porque finalmente la verdad se ha esclarecido: gocen
aquellos que jamás profesaron esa doctrina, porque ven la sólida confirmación
de su opinión; los que habían adherido gocen todavía más, porque se ven
liberados totalmente de todo peligro de error en el cual habían comenzado a
incurrir.
No existe, por lo tanto, ninguna razón por
la cual un verdadero hijo de
Aquí no hay que hacer ninguna distinción,
no hay nada que defender fuera de la perfecta obediencia y de la humilde
sumisión del corazón y de la palabra a
En el gran sacramento de
Esposo de
En la dedicación total a los hombres es
padre y servidor de todos: servidor de la verdad, padre de la unidad. No conoce
partidos, no tolera laceraciones del vestido inconsútil de Cristo; mas el arma
de su combate es la caridad, presupuesto de la unión cimentada por la
obediencia.
Centinela colocado para presidir a una
Iglesia particular, considera un delito el silencio. Llamado a participar de la
solicitud de todas las Iglesias, tiene el derecho y el deber de hablar y de
iluminar también a los superiores sobre la realidad eclesial local y reivindica
la autonomía de quien ha sido colocado por el Espíritu a regir a
“Con temor y temblor confiado en la gracia
de Dios”
202.
Ante el impensado anuncio de mi asunción y
considerando que es un peso formidable para los hombros de los mismos ángeles, consciente
de lo que todavía me falta, compadézcanme; me deshice en lágrimas y oraciones
al Dios de las misericordias para que me quisiese eximir de los santísimos
oficios del Episcopado, que no son ni leves ni pocos, a mí que no estoy a la
altura de tanto compromiso, a mí, todavía no maduro en años, pobre en virtudes
y bien consciente de todas mis limitaciones. Pero después que en la autoridad
del Beatísimo Vicario de Jesucristo reconocí que esa era la manifestación más
clara de la voluntad de Dios, confiando en Su gracia que da las fuerzas a los
que confiere las dignidades (San León Magno, Serm. I), con temor y temblor, sí,
pero resignado, me sometí al ministerio que se me impuso, sin querer investigar
las razones de la divina Bondad y confiado en la firmísima esperanza en que
Aquél, que opera en mí la voluntad y la acción, no dejará de afianzarme,
dirigirme y socorrerme constantemente con su beneplácito. [66]
“Jesucristo vive en el Obispo como en un
sacramento vivo”
203.
Si bien no lo merezco, yo soy Obispo de ustedes.
¿Quién me ha dado la autoridad sobre ustedes, si no justamente Jesucristo por
intermedio de Aquél que aquí en la tierra hace sus veces? Cristo Jesús vive en
el Obispo, casi diría, como, un sacramento vivo, y la vida del Obispo obtiene
todo su vigor de esta unión íntima con El, Príncipe de los Pastores y con su
Representante visible, el Papa. Es sólo por esta unión, que él, el Obispo,
posee en los confines de su Diócesis, autoridad de magisterio, de mando, de
perdón, de castigo, que él es predicador del Evangelio, ministro de todos los
Sacramentos, consagrador de los mismos ministros de Dios, Juez, Maestro,
Pontífice, Legislador.
Por lo tanto, si la autoridad de
“El Obispo de nuestras almas por medio de
los Obispos continúa su ministerio”
204.
Jesucristo, el gran Pastor de las ovejitas,
como lo llama San Pablo: Pastorem magnum ovium (Heb. 13, 20); el Obispo de
nuestras almas, como San Pedro lo denomina: Episcopum animarum nostrarum (1
Ped. 2, 25), constituido por Dios Padre con juramento irrevocable, Sacerdote
eterno (Sal. 109, 4), ejerció en forma visible el ministerio pastoral cuando,
revestido con nuestra humanidad, visitó a las gentes, iluminando aquellas que
residían en las sombras de la muerte, mostrándoles los senderos de la justicia
y regando con sus sudores todo su místico campo; campo de gracias y perenne
fecundidad, preparado desde los siglos eternos, como es
“El Papa es el fundamento, los Obispos las
columnas”
205.
¿Quién es el Obispo? Los sentidos sólo ven en él a un hombre similar
a los otros hombres, pero la fe nos dice: él es un Ángel destinado por Dios
para guiarnos en los caminos del bien, es el Sumo Sacerdote que representa ante
Dios al pueblo cristiano. Aquél que es Pontífice por la eternidad lo ungió con
su crisma, lo enriqueció con su séptuplo Espíritu y colocándole entre las manos
el Evangelio le dijo: Ve, ve y enseña a los hombres mi celestial doctrina; ve y
santifícalos con los Sacramentos; ve y gobiérnalos con el poder que yo te
comunico: Posuit Episcopus regere Eclesiam Dei [Ha puesto al Obispo para regir
a
Por sucesión no interrumpida, el Obispo se
une a los primeros elegidos de Cristo, a aquellos Apóstoles a los cuales el
Salvador dijo: "Como mi Padre me ha enviado, yo los envío a Ustedes. El que
los escucha a Ustedes, a mí me escucha, el que los desprecia a ustedes, a mí me
desprecia, el que me desprecia, desprecia a Aquél que me ha enviado". El
Obispo, por lo tanto, es sobre la tierra el continuador de la obra redentora de
Jesucristo, es el sucesor de los Apóstoles, es el depositario, es el
propagador, el juez, el defensor, el custodio nacido de la fe en íntima unión
con el Obispo de los Obispos, el Papa.
“La misión del Obispo”
206.
¿Cuál es la misión del Obispo? No hay más que una sola, pero ella
es admirable y responde a todas, y es la de preparar en las almas los caminos
del Señor (...).
El hombre aquí en la tierra anhela a Dios,
necesita de Dios, tiene sed de Dios. El alimenta en su corazón pensamientos,
deseos, afectos que tienen mucho del infinito y tienden al infinito. De aquí el
gemido inefable de la humanidad y aquel vacío inmenso que ninguna fuerza creada
puede llenar.
Ahora bien, el Obispo es como el paso, el
puente lanzado por la mano de Dios hecho hombre sobre este abismo, justamente
para unir a la criatura con el creador, a la tierra con el cielo, a los hombres
con Dios. He aquí su misión, y he aquí porqué en los libros santos y en la
sagrada liturgia tantas veces el Obispo es llamado Pontífice: Pontifex, idest
pontem faciens (San Bernardo).
En el reino espiritual él es el centinela
de Dios, y por esto lo ven colocado sobre una cátedra desde donde extiende su
mirada vigilante. El está encargado de responder a la pregunta misteriosa que
desde las alturas de la eternidad le llega al oído cada mañana: ¿Centinela, qué
has descubierto tú en las tinieblas de la noche? ¿Custos, quid de nocte? Y
tinieblas en la noche, explica San Agustín, son los errores, son los
prejuicios, son todos aquellos obstáculos que impiden a Dios entrar en las
almas. [70]
“Esposo de
207.
Esposo de
El cetro que estrecha en sus manos
consagradas no es sólo la vara de la justicia, sino que es también el cayado
del Pastor, en el cual se apoya para ir en busca de su ovejita perdida. El
tiene pensamientos, corazón y alma de padre. Paternidad mil veces más sublime,
más tierna, más íntima que aquella que procede de la naturaleza, porque es más
parecida a la paternidad divina. Por eso el Obispo siente profundamente en su
corazón todas las alegrías, como también todos los dolores de sus hijos en
Jesucristo, y puede de verdad repetir con el Apóstol: ¿Quién entre ustedes
sufre sin que yo sufra? (...).
Por eso los pobres, las viudas, los
huérfanos, los miserables de todas clases son sus predilectos y trata de
socorrerlos en la medida de sus fuerzas. [71]
“Nada es más difícil que el oficio de
Obispo”
208.
Nada más difícil en este mundo, escribe San
Agustín, nada más gravoso, nada más peligroso que el oficio de Obispo. Nihil in
hac vita difficilius, laboriosius, periculosius Episcopi officio.
Y en verdad, dirigir la milicia sacerdotal
y moverla en ordenada falange para la conquista de las almas; elegir el terreno
adecuado para esta lucha pacífica de la verdad contra el error y contra las
pasiones humanas; asignar a cada soldado de Cristo el lugar que conviene según
sus aptitudes, repartir los cargos en razón del mérito, moderar la impaciencia
de unos, incitar el ardor de los otros, estimular a los tibios, animar a los
fuertes, comunicar a todos el fuego sagrado del apostolado; y saber, por otra
parte, unir con la severidad la compasión, el rigor de la justicia con la
ternura paternal; cuidar el rebaño de los lobos, especialmente de los lobos que
merodean el redil como si fueran corderos; dilatar su corazón para abrazar a
todo un pueblo, estudiar noche y día las necesidades de las almas, velar con
esmero por sus intereses espirituales, multiplicar los remedios según las
enfermedades; apacentarlos con la palabra y con el ejemplo, entregarse a ellos
enteramente, en cada instante y sin reserva, sin esperar recompensas de los
hombres; defender valientemente el honor de esa cruz que le adorna el pecho,
preparado para regarla con su propia sangre, antes que abandonarla jamás;
finalmente no ser el centro de la santa doctrina y del poder sagrado más que
para llegar a ser el hogar desde donde irradia la luz, el calor y la vida: he
aquí la misión del Obispo. [72]
“Un Obispo no es dueño de su honor”
209.
Esto robustus et confortare in Domino [Sea
fuerte y confíe en el Señor]. Defienda su honor, si no puede defender el de los
suyos. No sea propenso a formular promesas allá y tampoco a dejarse imponer
condiciones. Piense que no defenderse, por lo menos ante al Papa, más que ser
edificante puede ocasionar escándalo, y se aprovecharía luego la ocasión para
decir que Usted mismo se reconoce culpable. Comprendo el respeto, la obediencia,
la piedad, el heroísmo, comprendo todo; pero un Obispo no es dueño de su propio
honor, como puede serlo un particular.
Confío en que las cosas se pondrán bien
para Usted, pero vuelvo a repetirle: defiéndase, con reverencia sí, pero con
toda la energía de la cual es capaz; defiéndase, defiéndase. [73]
“Sé que soy Obispo”
210.
¿Qué hacer por lo tanto? ¿Nos debemos dejar derrumbar? Poco
importaría para nuestras personas, al menos para la mía tan insignificante;
pero ¿y las almas? ¿Y
¡Pobre arzobispo! ¡Qué humillaciones! ¡Que
Dios lo asista y lo consuele! Estoy meditando una larga carta al Papa, un
memorial en el cual quiero reivindicar audazmente la libertad del episcopado y
decirle que ya que se permite que las acusaciones sean divulgadas, no deberá
sorprenderse si, para una defensa justa, ve publicadas mis cartas dirigidas a
él. Porque no quiero saber más nada de fantoches o de conniventes a los cuales
me deba dirigir (...).
Y sé que soy Obispo y lo seré sin reparos
de ninguna especie. Me doy cuenta que será como escribir en el agua, pero no
importa; preparo documentos para la historia eclesiástica de estos tiempos
miserables. [74]
“Los intereses de Jesucristo y de
211.
Si el Episcopado no comprende el grave
peligro que amenaza a
“Conozco muy bien mi posición frente al
gobierno”
212.
Quisiera que Su Eminencia se persuadiera
bien que yo estoy altamente interiorizado del delicado encargo que se me
confiara y que conozco muy bien mi delicada posición especialmente frente al
Gobierno. El Gobierno me obstaculiza encarnizadamente, si bien por ahora a
escondidas, máxime después que le hice saber a los Misioneros de Nueva York, a
los que el Cónsul había sugerido pedir un subsidio al Ministerio, que se
cuidasen muy bien de hacerlo: "Ustedes, le respondí, no deben usar ni
servilidad, ni hostilidades inútiles. Manténganse en las mejores relaciones con
las autoridades locales, no pidan nada al Gobierno".
Es verdad que en el último folleto que yo
escribí, me dirigía de algún modo al mismo Gobierno pero como Su Excelencia
habrá comprendido, fue primeramente para echar un poco de agua sobre el
paroxismo febril que se había adueñado de los ánimos en contra del clero, del
Episcopado y de
¡Es muy feo, Su Eminencia, vivir entre
tantos fuegos! Asegúrele al Santo Padre, que yo lo tengo en cuenta solamente a
El, y que toda mi ambición consiste en agradarle solamente a El, conciente así
de agradar a Dios. [76]
“Celoso del principio jerárquico”
213.
"Pero Usted le ha dado la misión secreta de inspeccionar el
estado religioso de las colonias italianas en relación con el objetivo
perseguido por
La desmentida que Su Eminencia me aconseja
publicar, yo ya la habría publicado si el diario de Milán no hubiese tenido la
imprudencia de imponérmelo, citándome públicamente a su tribunal, y obligándome
casi a rendirle cuentas de mi obrar. La autoridad de un obispo, aunque el más
miserable, es sagrada, es divina, y no puede ser rebajada ante los clamores de
un diario cualquiera. Sería destruir el principio jerárquico sobre el cual
descansa el porvenir de
No obstante, en atención al deseo de S.
E., una declaración la haré gustoso, apenas se me ofrezca una ocasión propicia,
y más aun antes de publicarla me haré una obligación el someterla a su
iluminado juicio. [77]
“Abrazaré a todos haciéndome siervo de
todos”
214.
Reconfortado por el don de
En cuanto a mí, que soy deudor de todos,
según mis fuerzas abrazaré a todos con mi ministerio haciéndome siervo de todos
por el Evangelio (1 Cor. 9, 22); y enviado principalmente a los pobres y a los
más infelices que arrastran míseramente la vida en la desolación, sufriré con
ellos, ocupándome especialmente de socorrer y evangelizar a los pobres que,
ricos de fe, fueron elegidos por el Redentor como primeros y herederos del
Reino prometido por Dios a aquellos que lo aman (Sant. 2, 5).
Sabiendo bien que he sido llamado al
martirio del episcopado, es decir a los sacrificios, a las asperezas, a las
angustias, me resultará muy dulce sufrir el peso y el calor de la jornada y muy
contento gastaré lo mío y gastaré más de mí mismo por el bien de sus almas(2
Cor. 11).
Luego, a fin de que el ánimo no flaquee,
me reflejaré como el Apóstol en el Autor y Consumador de nuestra fe, que por la
gloria del Padre y la salvación de las almas se hizo hombre y obediente hasta
la muerte de cruz. Renovado en el espíritu de mi vocación, me opondré
firmemente a las artes sacrílegas de los impíos con las cuales se intenta
derribar la casa levantada por el mismo Cristo sobre sólida piedra.
Revestido con la coraza de la justicia,
embrazado el escudo de la fe con el cual poder apagar los dardos encendidos de
los enemigos de Dios, y empuñada la espada del espíritu, que es la palabra
divina, combatiré en buena lucha, firme en la esperanza que Quien ha iniciado
en mí la obra celestial, sabrá terminarla, confirmarla y consolidarla; y Quien
me adosó esta carga, me auxiliará Él mismo para administrarla bien (San León
Magno, Serm. 2).
Por lo tanto, si en mí hay consejo,
virtud, ciencia en las cosas divinas y humanas, prudencia, todo les será
dedicado completamente, para que el Reino de Dios se extienda entre ustedes,
domine la paz, y cada uno según sus posibilidades conduzca santa y plácidamente
la vida. No rehusaré esfuerzos para convertirme en padre de los infelices,
preceptor de los ignorantes, rector de los Sacerdotes, pastor de todos, con el
fin de que, habiéndome hecho todo para todos, pueda ganar a todos para Cristo.
Con el ejemplo de las virtudes pastorales,
con rectos consejos, con serias sugerencias, amonestando, rogando y virilmente,
si fuera necesario, reprendiendo a los ancianos como padres, a los más jóvenes
como hijos, me esforzaré según mis fuerzas para prepararle al Señor un pueblo
perfecto y no cesaré nunca de suplicar con humildad y lágrimas en la presencia
de Dios para que El mismo incremente mis obras. [78]
“En el Obispo no puede no haber plenitud
de amor”
215.
Sacrificarse de todos los modos posibles
para dilatar en las almas el reino de Jesucristo, exponer, si es necesario, la
propia vida por la salud de su amado rebaño, ponerse, diría, de rodillas ante
el mundo para implorarle como una gracia el permiso de hacerle el bien, he aquí
el espíritu, el carácter, la única ambición del Obispo. Cuanto él tiene de
autoridad, de ingenio, de salud, de fuerzas, todo lo usa para ese nobilísimo
propósito...
¿Y qué obra hay verdaderamente buena y
benéfica que no merezca protección y favor del Obispo? Quizás él será
retribuido con ingratitud; no importa. Su caridad no desmaya jamás: nunquam
excidit (...).
Dios es caridad, y cuanto más un alma está
unida a Dios, tanto más en ella hay plenitud de caridad. He aquí porqué el
Obispo no ama sólo a Dios, no ama sólo a los hermanos, sino también todo lo que
es digno de amor. Todo, repito, sin excepción. El ama toda cosa verdadera, toda
cosa hermosa, toda cosa grande, toda cosa buena, toda cosa santa: materia y
espíritu, razón y fe, naturaleza y gracia, civilidad y religión, Iglesia y
Estado, familia y patria. El ama todas las armonías de la naturaleza humana, y las
ama porque no puede no amarlas: las ama, porque en su corazón, unido por la
plenitud del Espíritu Santo a Dios, verdad, belleza, bondad, vida, amor por
esencia, no puede no haber plenitud de amor. [79]
“No hay para mí amigo o enemigo entre
ustedes, porque todos son hijos”
216.
Les he hablado francamente y con el corazón
abierto, como lo requería mi deber. ¿Quizás a alguno le pareció áspero mi
reproche? Me dolería mucho, porque, créanlo, hijos míos, si bien detesto el
mal, yo no tengo sombra de resentimiento hacia nadie. Los amo y justamente
porque los amo, me indigno contra los que son para ustedes piedra de escándalo
y tratan de traicionarlos. Los abrazo a todos en Jesucristo, quisiera ponerlos
a todos aquí adentro de mi corazón; daría la vida y me convertiría gustoso en
anatema por cada uno de ustedes, si ello pudiese alcanzarles la salvación.
No, no hay para mí entre ustedes amigo o
enemigo, porque son todos hijos de mi familia, todos signados en la frente por
el signo de la redención, todos destinados a ser mi alegría y mi corona. Les
diré a ustedes lo que decía a su pueblo un Obispo santo: Aún cuando Dios
quisiera permitir que llegase el día en el cual, a las adversidades y
contrariedades de mi Ministerio se agregasen también las ingratitudes y las
maldiciones de ustedes, yo tengo la seguridad de que, con la gracia del Señor,
les respondería bendiciéndolos y amándolos aún más. [80]
“El corazón del padre”
217.
Los años de episcopado que para la fe y
bondad de ustedes son hoy motivo de festejo, para mí son motivo de temblor y de
turbación. Hoy más que nunca yo siento el peso formidable que cargo sobre los
hombros. Pienso en tantas gracias particulares, insignes, extraordinarias,
gracias de predilección, que mediante una asidua cooperación me habrían llevado
a un alto grado de perfección y temo. Pienso en la gran rendición de cuentas
que deberé hacer al Juez divino por los cinco lustros desde que soy Obispo;
pienso en los peligros que trae consigo, máxime en nuestros días, la atención
pastoral, pienso en que deberé dar razón por tantas almas que me precedieron en
el gran viaje a la eternidad, de todos y cada uno de ustedes y si me aterra el
futuro, el pasado me humilla profundamente y me conturba: me terret quod vobis
Episcopus sum, diré con San Agustín.
Me humilla y me confunde el pensamiento de
todo el bien que les habría proporcionado una voluntad más enérgica, un celo
más iluminado, una vida más laboriosa.
Me acuerdo de una promesa que les hice el
día de mi solemne ingreso, la primera vez que tuve la satisfacción de
hablarles. Después de haberles prevenido que no encontrarían nada en mí de lo
que admiraron en mis predecesores, francamente agregué: "Les aseguro, sin
embargo, que el corazón de padre lo encontrarán". ¿Los hechos fueron
acordes a la palabra empeñada? No me atrevo a afirmarlo.
Sólo esto puedo asegurarles; que siempre
los he amado, que las alegrías de ustedes fueron siempre mis alegrías, sus
dolores mis dolores. Mi amor por ustedes, oh pueblo de Piacenza, no conoció
mitigación, y no fue nunca debilitado por contradicciones u ofensas. Si odié la
culpa, siempre traté de abrazar al culpable.
Vine, deseoso sólo de la salvación de
ustedes: vine, como el apóstol a los Corintios, no confiando en las palabras de
la sabiduría humana, sino in ostensione spiritus et virtutis. Vine, anunciando
la paz, no ahorré sacrificios para hacer crecer entre ustedes el modesto olivo,
procurando que a su sombra floreciese la caridad, el amor a Jesucristo, a
Los he amado a todos sin distinción. Si
hubo alguien que tal vez vio a mi rostro adquirir una insólita severidad,
mientras una nube de tristeza me pasaba sobre la frente y mi palabra asumía el
tono del reproche, sepa que esa tristeza, que esa severidad, que ese reproche
salían desde un fondo de amor, partían de un corazón que gemía, porque estaba
contrariado por el deseo del bien.
Los he amado por deuda de justicia, porque
son mi pueblo y ojalá no fallaran los medios para que yo pudiera demostrarles
más que con palabras este amor. Cada año que pasó es un anillo más en la cadena
que me une a ustedes, cadena fabricada por el amor recíproco, cadena que lejos
de debilitarse con el tiempo, se refuerza cada vez más, se hace inquebrantable.
[81]
c) ANILLO DE LA JERARQUIA
ECLESIASTICA
“La unidad de los sucesores de los
Apóstoles”
218.
La unidad por la cual suplicó Jesucristo al
Padre celestial, sint unum, la recomendó (...) a los sucesores de los Apóstoles
y entre ellos al Sucesor del Príncipe de los Apóstoles, centro de donde parten
y adonde apuntan todos los rayos, Maestro privilegiado de especialísima
asistencia por parte de Dios, Juez sin apelación en todas las controversias,
Piedra fundamental del místico edificio levantado por el Verbo Encarnado para
la salvación de los hombres, Pastor al cual con absoluta potestad fue confiado
todo el rebaño y todos los Pastores, que en cada Diócesis rigen las poblaciones
a ellos confiadas.
Fieles a este designio divino el Jefe de
los Pastores, y con él, y bajo su guía, los Obispos procuraron que
“En
219.
No digan después, como aquellos, a los
cuales aún desde sus tiempos reprochaba el Apóstol: yo soy de Pablo, y yo de
Apolo y yo de Cefas, mientras somos todos de Cristo.
Recuerden que en
El que rehúsa atenerse a este magisterio
es un temerario, el que se rebela es un apóstata, el que levanta la cabeza
contra ello es un soberbio, un ignorante, un anticristo, a quien debe
considerarse como pagano y como publicano.
¡Pero este es un gran hombre! ¡Ese un gran
teólogo! ¡Aquel un gran filósofo! ¡Aquel otro un gran santo! ¿Qué importa eso?
¿Es un ángel del Cielo? Si también es un ángel del Cielo y levanta la cabeza, y
enseña y escribe fuera de aquello que enseña el Papa, de lo que enseñan los
Obispos: anathema sit, gritaremos con el Apóstol, sea excomulgado.
Tampoco haya entre ustedes quien se deje
alentar por la infausta ilusión, que invade y alucina en nuestros días algunas
mentes, aunque no perversas ni egoístas, como es el creer que pueda estar
verdaderamente con el Papa aquel que, separándose del necesario vínculo
divinamente establecido por el orden jerárquico, no estuviese unido en la
obediencia, en el respeto y en la caridad al propio Obispo y con éste y por
éste, unido al Papa; o, bajo el color del celo y del exagerado sentimiento de devoción
al Papa, menguase de hecho la obediencia y el respeto debidos al Obispo,
juzgándolo él, por su arbitrio privado, fiel o no a las órdenes pontificias.
Esto sería sin duda un anticiparse al juicio de
“Se multiplican los Papas, y los laicos
sustituyen a los Obispos”
220.
Nuestras cosas marchan mal, muy mal. Se
desea hacer entrar la política en todas partes, hasta en las peregrinaciones.
Sé que muchos Obispos italianos y muchos personajes habrían participado del
Congreso de Lieja si no se hubiese antepuesto la cuestión del poder temporal.
Czacki arruina todo. Se multiplican los Papas todos los días, los laicos poco a
poco sustituyen a los Obispos y cada día aumentan más los equívocos, las
confusiones, los desórdenes (...).
Nosotros, pobres Obispos, no sabemos cómo
pensar, cómo hablar, cómo escribir, cómo movernos. Ya nos llevan de la mano
como niños de jardín de infantes, a la merced del periodismo, ¡Y qué
periodismo! ¡Pobre Episcopado! (...).
Ahora me estoy ocupando, cuando puedo, del
Opúsculo, que ya le mencioné, y que podría titularse: "La cuestión social
y la misión del clero". En cuanto a imprimirlo... Hay demasiada facilidad,
por lo que parece, de enviar al Index quien no piensa con la cabeza...de los
demás. [84]
“Ha redimido al Episcopado”
221.
Padre Santo, para todos ya es evidente el
plan sublime de Su mente, la aspiración suprema de Su corazón. Es el plan de
esa divina Providencia, que attingit a fine usque ad finem fortiter, et
disponit omnia suaviter; es el voto de Aquel del cual es aquí en la tierra
digno y visible representante, es decir: que todos unum sint los hijos de
Nos da especialmente solemne testimonio de
ello la carta por Usted dirigida, en el pasado mes de junio, al eminentísimo
Cardenal Arzobispo de París. Seguramente fue Dios quien la inspiró, ya que es
tan bella, tan sabia y tan oportuna. Yo la besé emocionado, y le confieso,
Santo Padre, que me siento impotente para expresarle, como quisiera, toda mi
admiración, todo mi reconocimiento.
Con ella Usted ha disipado las nieblas
levantadas por el espíritu de abismo para ofuscar el horizonte cristiano; ha
derribado ese liberalismo de características nada nuevas que, desde las últimas
filas del ejército católico, se propagaba cada día más; ha redimido, por así
decir, al Episcopado, liberándolo de un oculto poder ilegítimo, que trataba,
con astutísimas artes, sujetarlo al propio carro (...).
Bendito sea especialmente por haber hecho
comprender a todos de modo tan explícito, que en vano pretenderían ser
católicos aquellos que no estuviesen unidos por la obediencia, en el respeto y
en la caridad a los propios Obispos, y con éstos y por éstos, unidos a Usted
que es el Jefe y el Maestro de todos.
Bendito sea por haber abierto los ojos a
tantos pobres ilusos o engañados, reprobando a aquellos que no rehuyen de esa
oposición que se efectúa tanto a los obispos, como al Obispo de los Obispos, el
Romano Pontífice, con formas indirectas tanto más peligrosas cuanto más se
procura ocultarlas con apariencias contrarias. [85]
“No conocemos partidos”
222.
¡Dios ve la pureza de nuestras intenciones, ese Dios que escruta
los corazones y las entrañas, y ante el cual todos a corto plazo deberemos
presentarnos! El sabe que Nosotros no conocemos partidos, que no tendemos por
nadie, por ninguna persona, por ningún autor de ellos, que amamos a todos en
forma indistinta; que no juzgamos las intenciones de quienquiera que sea; que
no queremos y no buscamos más que su gloria y el bien de las almas; que no
estamos apegados, por su misericordia, más que a El sólo, a su Vicario en la
tierra, a su santa Iglesia.
Son grandes los dolores que sufrimos,
viendo dividida la vestidura de Cristo, y quizás nos esperan dolores más
grandes; sed nihil horum vereor, diremos con el Apóstol, nec facio animan meam
pretiosiorem quam me, dummodo consummem cursum meum et ministerium verbi quod
accepi a Domino, testificari Evangelium gratiae Dei.
Hasta ahora nos da vivo consuelo el
pensamiento que el triunfo de la verdad podrá tardar, pero no fallar, y que el
fruto más precioso de este triunfo será, no dudamos, la plena libertad del
Episcopado y de su Jefe supremo, el Obispo de Roma, del cual el Episcopado
recibe toda su fuerza, toda su solidez, todo su vigor.
Por lo menos llevaremos con Nosotros al
sepulcro la suave certeza de haber combatido el buen combate, terminada la
carrera, conservada la fe, y de recibir de Dios, justo juez, la incorruptible
corona. [86]
“La caridad sea nuestro distintivo, el
arma de nuestro combate”
223.
Está fuera de
A ustedes, por lo tanto, Nos dirigimos
(...) gritándoles con todo nuestro celo: ¡Custodien, custodien el espíritu de
la disciplina eclesiástica!
Es el amor espontáneo, sincero, constante,
absoluto, inviolable a esta disciplina, la razón de nuestras fuerzas, el motivo
de nuestras esperanzas, la delicia de nuestra vida, la fuente de todo nuestro
bien.
La disciplina en
Hagan ustedes escudo con sus pechos contra
todos los asaltos; rehuyan las discordias que son la ruina; cuídense como del
más enorme delito (...). Destierren el espíritu de particularidad y de
contienda, las tendencias exclusivas y egoístas.
Sea la caridad nuestro distintivo, el arma
de nuestro combate. [87]
“La obediencia mantiene
224.
Si la fuerza del clero reside en la unión
de sus miembros, y si la unión no se tiene sin la jerarquía, ¿qué es lo que
mantiene la jerarquía misma? La obediencia, la sumisión de los sacerdotes a los
Obispos y de los Obispos al Sumo Pontífice: Filii obedientiae sumus (1 Ped. 1,
14). Somos los discípulos de Aquél que, según la expresión de San Pablo, se
hizo obediente hasta la muerte.
En nuestros días, en los cuales el orgullo
y el desprecio de la autoridad se esconden muy frecuentemente bajo las palabras
de libertad e independencia, es para temer que esta atmósfera malsana termine
con arrastrar al mismo sacerdocio. Pero los sacerdotes realmente sacerdotes, o
sea aquellos compenetrados por el espíritu de su estado no se dejan seducir por
estas falsas apariencias (...).
Saben que las gracias del estado se
detienen en los límites de la función y no hay ni luces ni fuerzas más que por
la parte de ministerio a ellos asignada. Ellos saben quedarse en su lugar, no
se arrogan derechos que no les corresponden, no pretenden juzgar el conjunto,
mientras conocen una sola parte de las cosas, y, limitándose al deber que les
fuera asignado, lo cumplen con frutos. No son vanas las promesas que ellos
hicieron al pie del altar el día de su ordenación sacerdotal, estas promesas
las mantienen fielmente durante todo el transcurso de su vida. Son ellos, son
los buenos sacerdotes que, por su espíritu de sumisión, establecen y refuerzan
este gran cuerpo de
“La obediencia solemnemente prometida al
Obispo”
225.
La persona a la cual debemos plena
obediencia, después del Sumo Pontífice, es la del Obispo. Recordemos bien ese
momento solemne cuando él, teniendo estrechadas nuestras manos entre las suyas,
nos preguntó: Promettis mihi et successoribus meis reverentiam et obedientiam?
Promitto. Esta fue nuestra respuesta, nuestro voto solemne hecho en presencia
de toda
¡Ah! si los Obispos tuviesen Sacerdotes
obedientes y soldados semejantes a los del Centurión, como para poder decirle a
éste: vade, et vadit y a aquél: veni, et venit, ¿qué no podrían hacer ellos por
la santificación de su diócesis? Pero al encontrar los Ordinarios de las
Diócesis no sólo resistencias en todas partes, contradicciones, repugnancias
sino también abiertas negativas y desobediencias, ellos a lo sumo están
obligados, para no comprometer su autoridad y exponer la debilidad ajena, a
hacer muy poco uso de la potestad de mando que poseen en plenitud y exhortando,
aconsejando y condescendiendo a la enfermedad de sus ministros, hacer lo que
pueden, que es infinitamente menos de lo que podrían. [89]
“Nuestro Señor bajo la imagen del legítimo
superior”
226.
No es de ningún modo servidumbre, sino un
noble deber que nos prescribe el Apóstol cuando dice: Obedite praepositis
vestris etc. Hay tres misterios, dicen los ascéticos, que la naturaleza rechaza
con todas las fuerzas de su orgullo: el primero es el de Nuestro Señor bajo los
velos de
Sin duda hay aflicciones inherentes a la
obediencia, pero hay muchas otras inherentes a la autoridad. Toda autoridad es
un martirio, todo Superior no es más que un mártir, una víctima coronada.
Superiores e inferiores lloremos, por lo tanto, recíprocamente y hagamos de
nuestra diócesis una escuela de respeto y de simpatías recíprocas. Desterremos,
sobre todo, de las relaciones que Dios ha establecido entre nosotros ese
escepticismo inarticulado, o sea ese mudo desprecio encerrado en el corazón,
que es la sabiduría de las almas pequeñas y de los grandes soberbios. [90]
“Tres cosas mantienen en ansias y recelo
al Obispo”
227.
En su oficio de superintendente, siempre
difícil y muy frecuentemente peligroso, el Obispo, tiene siempre tres cosas ante
su mirada que lo mantienen continuamente en ansias y recelo: los peligros de
las almas, el delito del silencio y el juicio de Dios. El, por lo tanto, cumple
todos los deberes del buen Pastor, guiando sus ovejas hacia las pasturas
saludables y los límpidos manantiales y batiéndose impávido y decidido contra
los lobos que vestidos de corderos se introducen al redil.
El habla, escribe, obra; pero hablando,
escribiendo, obrando tiene como mira solamente la gloria de Dios y la salvación
de las almas. Nada de ambigüedades, de equívocos, de simulaciones, de segundos
fines.
En su labio la palabra es rayo de suprema
luz, es semilla de virtudes cristianas. Su buena fe podrá ser tal vez engañada,
pero él no engaña a nadie, por el contrario, es para sacar a los demás del
engaño que se expone con frecuencia a contradicciones y dolores apenas
creíbles. No su propia comodidad, no su propio interés, no las mezquinas
satisfacciones propias o ajenas, sino la verdad, solamente la verdad es su
regla y él sacrifica todo, antes que traicionarla. [91]
“Nunca sucederá que nosotros los Pastores
callemos”
228.
Sé que en nombre de esta falsa libertad se
quisiera, por parte de los incrédulos modernos, obstaculizar aquella libertad
santa, que nosotros católicos, nosotros Obispos recibimos de Dios. Aún si
callaran las leyes, nunca sucederá que nosotros los Pastores callemos, nunca
sucederá, con la ayuda divina, que calle yo, que yo cese de levantar mi voz, la
voz del deber y de la autoridad para poner en evidencia el mal dondequiera que
anide, para denunciar los peligros y las insidias con las que por los malos se
atenta contra la vida espiritual de mis hijos: propter Sion non tacebo.
No callaré, y repetiré a todos con el
Evangelio: cuídense de los falsos profetas que vienen a ustedes disfrazados de
ovejas y por dentro son lobos rapaces. No callaré y diré otra vez: es
intolerable que extranjeros maestros de falsas doctrinas vengan a nuestra casa
a turbar la paz de nuestras familias, a insultar nuestra religión, la religión
de nuestros antepasados, la religión que se entrelaza con nuestra historia, con
nuestras artes, con nuestras costumbres, con nuestro latido, con nuestro
aliento. [92]
“Llamado a tomar parte en el cuidado de
todas las iglesias”
229.
¿Ya no será lícito, por lo tanto, para un Obispo hablar o escribir
según le dictan la conciencia, el derecho, y más que el derecho, el deber, sin
que hombres muchas veces amonestados intenten imponérsele?
El Obispo, custodio de la ciencia divina,
como lo llaman las Constituciones Apostólicas, mediador entre Dios y los
hombres, princeps et dux, rex et dynastes, post Deum terrenus Deus, tamquam Dei
dignitate condecoratus, ¿no podrá ya ejercitar su propio ministerio, sin temer
ver arrastrada en el fango la propia dignidad, por los que declaran
continuamente respetarla?
El Obispo, puesto por el Espíritu Santo
para regir a
¿Qué? ¿No podrá ya un Obispo declarar
abiertamente que ama a su patria, que la desea grande, gloriosa, feliz en la
reconciliación con
¿Conque la temeridad llega a tanto como
para reprobar actos que el mismo Sumo Pontífice declara haber agradecido? ¿A
tanto llega la audacia como para reprobar, aún veladamente, lo que El asevera
plenamente conforme a sus votos? ¡Gran Dios! ¿dónde estamos? ¿y adónde vamos
nosotros con semejante sistema? ¡Ay, gritaremos con un Santo Padre, ay de
“Truene la palabra episcopal tal como la
inspira el Señor”
230.
No hay Obispo en el mundo que no desee lo
que desea el Supremo Jerarca, y no condene lo que El condena; no hay Obispo,
que no deplore amargamente la condición intolerable a la que fue sometido el
Jefe augusto de trescientos millones de Católicos, y no se una a El para
renovar contra los antiguos y modernos atentados las protestas más formales; no
hay Obispo, que no proclame con El que será imposible que prosperen las cosas
públicas en Italia, mientras que no se provea, como toda razón pide, a la
dignidad de
Por lo tanto, truene sin obstáculos ni
temor la palabra episcopal; truene tal como la inspira el Señor y sepan los
orgullosos censores de la misma, que "el considerar a
“Los Obispos tienen el derecho y el deber
de iluminar también a los Superiores”
231.
Recibo en este momento su apreciada carta
de anteayer, y antepuestos mis agradecimientos por el modo cortés con el cual
se dignó escribirme, me permito decirle pocas cosas muy apresuradas, pero con
el corazón abierto y con toda libertad.
Y ante todo protesto enérgicamente contra
el supuesto apoyo otorgado por mí al malestar por el modo en que se ha
procedido al nombramiento del nuevo superior de Rho. Soy hombre jerárquico,
Eminencia; he luchado, casi solo, en cada ocasión para defender el gran
principio de autoridad, sobre el cual se funda todo el porvenir de
Los buenos Padres, no habiendo podido ver
al Arzobispo, recibiendo del Vicario General palabras vagas e inconducentes (el
estilo es el hombre y viceversa), se dirigieron a mí en busca de consejo.
Pueden escribir, contesté, y también ir:
Roma puede quedar sorprendida en un hecho particular, pero es siempre justa.
Ayer se presentaron ante mí dos de esos
Padres, y me pidieron cartas para los Eminentísimos Verga y Galimberti y para
Mgr. Della Chiesa. Escribí las tres cartas, las entregué y partieron. Cumplí
con una obra de caridad y estoy dispuesto a repetirla hoy y siempre: es nuestro
Señor que nos impone el deber. ¿Ofendí quizás a alguien? ¿Los obispos no deben
aconsejar, consolar a quienes se dirigen a ellos aunque sean ajenos a su
Diócesis? ¿No han sido puestos por el Espíritu Santo para dirigir a
Yo tengo demasiada estima por el Santo
Padre y por aquellos que lo coadyuvan en el gobierno del mundo, para creer que
pueda disgustarles que un Obispo, franca y lealmente, sin segundos fines, diga
la verdad, con la finalidad nobilísima de evitar resoluciones que puedan tener
consecuencias fatales y desastrosas. Donde afluyen los asuntos del mundo el
examen de los hechos particulares es muy difícil, y Dios ha proveído al bien de
su Iglesia con la institución divina del Episcopado. [95]
“Los Obispos no pueden, no deben callar”
232.
No se asombre, Santo Padre, de que yo le
hable de revolución y de artes revolucionarias llevadas a cabo en
Si ésta fuese combatida sólo por los
incrédulos muy poco habría que temer, pero cuando católicos y sacerdotes, lo
digo con inmenso dolor, levantan en
No crea, Beatísimo Padre, que yo hable
desconsideradamente o que esté movido en esto por fines particulares, o por
otros motivos, no. Me es testigo Dios al que sirvo, y ante el cual
compareceremos todos en breve, que yo no conozco partidos y que no tiendo por
ninguno de ellos. No estoy ligado por su gracia más que a El sólo, a Usted que
es su Vicario, y a su Santa Iglesia.
Es por eso que siento vivamente sus
dolores y que después de haber reflexionado y rezado largamente, he decidido
enfrentar al petulante partido que hoy pretende imponerse y que es fuente de
tantas ruinas espirituales. Deberé sufrir mucho, lo preveo, pero sin duda me
consolará el pensamiento de haber hecho todo lo posible para evitar males
peores.
Un gran antecesor Suyo, Santo Padre,
solía, Usted lo sabe, dirigirse a Dios todos los días, instándolo a que
inspirara a algún Obispo para que le dijera abiertamente la verdad y tal es,
seguramente, el deseo de Su tan noble corazón, por lo que no dudo me perdonará
si deseo revelarle toda la verdad, aún si es amarga.
La obra demoledora y revolucionaria del
nuevo liberalismo, Santo Padre, no cesará si no se hace algo público y
manifiesto en apoyo de
Yo espero que Usted me comprenda y me
escuche. Si Dios me privara también de este consuelo, no por esto menguará la profunda
veneración y el afecto filial a su sagrada Persona y a
No cerraré la presente, Beatísimo Padre,
sin antes declararle que yo estoy y estaré siempre dispuesto no sólo a Sus
mandatos, sino también a Sus deseos, por lo cual si cree que yo deba callar, en
atención a Usted entraré calmo y tranquilo en profundo silencio volviendo a
poner todo en las manos de Dios y de Usted que hace sus veces. [96]
e) IGLESIA
UNIVERSAL E IGLESIA PARTICULAR
“El Papa es centro y creador de los otros
centros”
233.
El Papa atrae e irradia, reúne y difunde, es
centro del mundo cristiano en toda su amplitud, y al mismo tiempo creador de
los otros centros.
Si bien indigno, yo soy Obispo de ustedes.
¿Quién me ha dado la autoridad para gobernar sus almas? ¿Quién me ha investido
en el foro interno y externo de ese poder legislativo, judicial, ejecutivo en
que consiste, en el ámbito de
La llaves del reino celestial, le dijo
Jesús a Pedro, yo las daré ¿a quién? A ti: Tibi dabo (...). Esas llaves deberán
pasar, es cierto, a otras manos, pero siempre a través de tus manos: esa
potestad (en límites más o menos extensos) deberá ser conferida a otros, mas
por medio de ti y a tu beneplácito. Por lo tanto, de la misma manera, dice San
Cipriano, que deriva de la cabeza el vigor de los miembros humanos, de las
raíces la vida de las ramas, de la fuente el agua de los arroyos, y la luz de
los rayos del sol, así todos los poderes jerárquicos manan, como de una fuente
visible, de
“El Episcopado entero se concentra en el
Obispo de los Obispos”
234.
La alabanza que nos viene de las personas
amadas nos resulta grata, pero todavía más grata es la que me viene de ustedes,
porque está dirigida a objetivos mucho más altos que no sean mi pobre persona.
La alabanza que se otorga a un Obispo, también si es merecida (y en el presente
caso no lo es absolutamente) es esencialmente alabanza al episcopado, el cual
con su carácter divino, con la gracia de su oficio, con su dignidad celestial,
con su autoridad de jurisdicción, reflejo de la misma autoridad de Jesucristo,
es siempre la fuente límpida y viva de todo el bien que el Obispo viene
obrando.
Y ya que el episcopado entero se concentra
y se unifica en el Obispo de los Obispos, que es el Papa, y es más bien como el
cuerpo de una única persona moral, que tiene como cabeza visible al Romano
Pontífice, deriva de eso que el encomio de un Obispo no sea sólo el encomio del
episcopado, sino sea también, en modo muy particular, encomio de esa suprema
potestad papal en la cual el episcopado vive y se vigoriza. [98]
“La gloria más pura de la diócesis de
Piacenza”
235.
Hace veinticinco años que Usted está
sentado sobre esa infalible Cátedra y hace veinticinco años que la ilustra con la
palabra, con el ejemplo, con el esplendor de una sabiduría poco común y con el
ejercicio de las virtudes más sublimes; veinticinco años de constantes cuidados
y de luchas magnánimas, llenos de obras santas, gloriosas, inmortales (...).
Desde lo profundo del corazón le agradecemos por el bien que nos hace, ya que
Su palabra que el Espíritu de Dios inspira y acompaña, nos hace fuertes de Su
misma fortaleza, valientes de Su valor, firmes, intrépidos a la par de Usted.
La unión sincera y afectuosa con
“Obispo: jefe de una Iglesia que vive de
su propia vida en la unidad de
236.
Ser Obispo es pertenecer a todos y no ya a
sí mismo; es, en el grado más excelso y con la más sublime autoridad del
sacerdocio, ser el padre de una familia, el jefe de una iglesia, que vive de su
propia vida en la gran unidad de
Falta a sus deberes más sagrados ese
eclesiástico que no practica en absoluto las áureas palabras del Mártir San
Ignacio: Estén sujetos al Obispo como a Jesucristo. Obedezcan al Obispo como
Jesús obedeció al Padre (...).
Son estas reglas eminentemente apostólicas
que se destacaban en la conducta de nuestro piadoso Prelado, que no terminaba
de deplorar la decadencia y los grandes males que a causa de ello se derivarían
a
“Nosotros los Obispos somos hermanos entre
nosotros”
237.
Reunidos por primera vez a conversar de las
cosas que corresponden al gobierno de sus almas, unidos, en espíritu de
obediencia y de devoción hacia el Padre común de los fieles, el encontrarnos y
el sentirnos verdaderamente hermanos fue una sola cosa (...).
Sepan que nuestras palabras no son
nuestras; son el eco fiel del magisterio divino confiado por Jesucristo a
Pedro, y que desde éste a través de los Obispos desciende hasta ustedes.
Nosotros somos y gozamos de podernos llamar y sentirnos hermanos concordes y
afectuosos entre nosotros, porque con todo el ardor del alma y con profunda
devoción ponemos el oído en los infalibles documentos de nuestro único maestro,
a cuya voz nos sentimos dichosos de prestar, por gracia de Dios, dócil y
amorosa atención: "ustedes son todos hermanos, su único maestro es Jesucristo"
[101]
“Imposibilidad de gobernar las Diócesis”
238.
Le confieso ingenuamente que el estado
deplorable de nuestras diócesis, por causa de los agitadores y de las
escandalosas polémicas, constituye el más grave dolor de mi vida y me aflige de
tal manera que me hace perder también la salud.
Cuando fui a Roma hablé con claridad,
quizás con excesiva franqueza, de las cosas deplorables que suceden entre
nosotros, de la imposibilidad de gobernar las Diócesis, si no se frenaba ese
partido audaz, que teniendo sus jefes en Milán, se ramificaba en todas las
ciudades, que se volvía intangible, también ante los Obispos, con el exagerar
su apego al Papa, etc. ¿Qué debo decirle? Me parece que al Santo Padre mis
palabras le habrán causado alguna sorpresa; tengo algún motivo para creer que
el partido se ha dado cuenta, inde irae [de ahí las iras].
Algunos días atrás me hablaron de
insinuaciones malignas hechas por el "Observador" a usted y a mí y a
algún otro colega. Desde hace dos años no leo más esa hoja y no me preocupo más
por sus juicios. Pero apenas llegue a Piacenza escribiré al Papa al respecto y
escribiré con fuerza y no sólo de mí; ahora, querido amigo, ya estamos unidos
como blanco a las flechas de estos pobres ciegos y debemos oponernos a sus
insanas tentativas, conservando la calma, la pureza de las intenciones,
buscando sólo la gloria de Dios, de
Por mi parte estoy dispuesto no sólo a
escribir, sino también a emprender el viaje hacia Roma para dar a conocer al
Santo Padre el verdadero estado de las cosas. [102]
239.
Los partidos que usan ahora un pretexto y
luego otro para atropellar poco a poco al Episcopado y tomar a su modo la
dirección de la opinión pública católica, se van haciendo cada día más audaces,
hasta hacer a los Obispos a veces impotentes en el ejercicio de su sagrado
Ministerio (...).
Yo que he consumido mi salud y gastado ya
todo lo mío para bien de
240.
He escrito a alguien influyente de allá y
últimamente al Papa. Le mando copia para que me diga si he escrito con la
suficiente diplomacia y si debo insistir con el argumento. Si los Obispos no
fuesen mudos alguna ventaja, a fuerza de hablar, se tendría. A propósito, ¿qué
piensa Mons. Guindani? ¿Si ve las cosas como nosotros, no podría escribir él
también, como hice yo? En fin es un deber de nuestro ministerio hacer conocer
al Papa el verdadero estado de las cosas, con el objetivo de salvar lo que se
puede. [104]
241.
La confusión de las lenguas es
verdaderamente espantosa; si las cosas siguen así, las Diócesis se volverán
ingobernables. Mientras tanto me parece extremadamente necesaria, especialmente
para nosotros los Obispos, una grandísima discreción, rodeados como estamos y
espiados por ciertos fariseos, que buscan con avidez todo pretexto para
juzgarnos y ponernos en aparente contradicción con
“Et nos homines sensum habemus”
242.
Participo con toda el alma de sus dolores y
de sus penas; pero es necesario ser fuertes y llevar con gran dignidad el peso
de la presente tribulación. Estoy seguro que un día no muy lejano se le hará
justicia. Cuando se conozcan las censuras de
Cuídese de las sorpresas: el objetivo de
sus adversarios, se lo dije otra vez, es el de hacerle renunciar a
“El Episcopado debe levantarse de nuevo
por sí solo”
243.
El Episcopado debe levantarse de nuevo por
sí solo y hallar en su propia divina autoridad la fuerza para imponerse a los
enemigos y alcanzar el respeto que le es debido. Ya le expresé otras veces este
pensamiento y creo no errar. Esperar una ayuda eficaz desde allá es una
ilusión. No obstante yo intentaré todos los caminos y le aseguro que hablaré
con una fuerza y una convicción tan profunda como para hacer doblegar aún
cualquier voluntad; con tal que no se actúe, como temo, sin atender a razones
en base a la política totalmente humana, que desde algún tiempo domina en las
relaciones exteriores de
“Sabré defender mi autoridad”
244.
Nosotros somos demasiado expansivos y
sinceros, es muy cierto, pero no lo creo un mal; hay también un tiempo para
hablar y me parece justo, se entiende, cuando y donde se puede y se cree conveniente;
ya que el silencio del episcopado entero ha contribuido poderosamente para
aumentar la audacia de los nuevos liberales y quiera Dios que se los pueda
frenar de algún modo, lo que dudo bastante. Me valdré de sus fraternales
consejos, estaré atento pero no a tal punto de demostrar temor ante cualquiera:
no nos amarán nunca, convénzase, por lo menos nos temerán.
Me siento perfectamente tranquilo: si allá
dijeran cosas que no corresponden, responderé con buena tinta. No debo nada a
nadie y sabré defender mi autoridad y mi puesto con la mayor energía. Antes de
comenzar la lucha he reflexionado, he examinado todas las dificultades y me he
convencido de poder resistir a todas las fuerzas de nuestros adversarios.
Prudencia, cuidados, pero sobre todo
coraje y firmeza. He escrito al Papa en el sentido que le dije, con reverencia,
pero con fuerza. [108]
Cristo se prolonga y actúa en el
sacerdote, llamado a proclamar la verdad, a comunicar la gracia, a servir a
aquellos que reciben la herencia de la salvación. Su única ambición es
dedicarse totalmente a la venida del reino, su razón de existir es la salvación
de los hombres, la meta de su vocación es la santidad, la suya y la de los
demás.
La santidad es holocausto. Se adquiere con
el deseo generoso, con la rectitud del corazón, con la asidua meditación de la
ley divina, con el exacto cumplimiento de los propios deberes.
El ministerio sacerdotal es fructífero
sólo por la gracia de Dios, que se obtiene con la oración, con la adoración de
Cristo en
La santidad debe ser completada por la
ciencia, custodia de la fe y de la moral.
La paternidad sacerdotal suscita herederos
del sacerdocio: el que contribuye a dar a
“Partícipes de mis esfuerzos pastorales”
245.
Con ardoroso afecto paternal los abrazo a
todos, Rectores de almas, consciente de la excelencia y necesidad del
ministerio de ustedes, ya que yo mismo por algunos años cumplí los oficios en
esta vasta parroquia de San Bartolomé en Como, cuya docilidad, religión,
piedad, frecuencia a la palabra de Dios y a los Sacramentos y pruebas
luminosísimas de amor filial hacia mí, no cesaré nunca de ponderar. Ya que son
ustedes partícipes de mis esfuerzos pastorales y dispensadores de los misterios
de Dios, preocúpense por ser contados entre los dispensadores fieles,
recordando esa gravísima y al mismo tiempo terrible sentencia: A juicio
rigurosísimo serán sometidos aquellos que presiden (Sab. 5).
Cualquier sagrado ministerio que
ejerciten, sea que ofrezcan el augusto sacrificio de
Sean ángeles de paz, hermanos
queridísimos, operarios intrépidos; consuelen con su premura y diligencia a los
pobres, los pupilos, los huérfanos, las viudas, los enfermos, los moribundos,
de modo que la caridad y la paternal solicitud de los pastores resplandezca con
luz cada vez más viva.
Teniendo sentimientos de caridad
tiernísima hacia los sordomudos, los ciegos y los otros más infelices, procuren
que ellos también sean instruidos; enseñen diligentemente a los niños y a las
niñas los principios de la fe y de la obediencia hacia Dios y a sus
progenitores; dispuestos y voluntariosos de espíritu socorran a todos con las
obras de caridad, uniendo por ello los ánimos de los fieles en estrechísima
devoción hacia ustedes y
“Dios, el sacerdote y el hombre”
246.
Ciertamente Jesucristo habría podido, por
su virtud divina, salvar a los hombres sin servirse de la obra de otros
hombres, pero en su infinita sabiduría no lo quiso; y creaba así también en el
orden de la gracia, como había hecho en el orden de la naturaleza, las causas
intermedias y segundas. Entre sí y los hombres Él puso a sus Sacerdotes, en los
cuales se ha dignado continuar, y en su oración al Padre Él no reconoce otros
discípulos fuera de aquellos que habrían creído por medio de ellos. El
evangelio, en efecto, habla siempre de tres: Dios, el Sacerdote y el hombre.
Quien excluye el Sacerdote, quita el anillo de conjunción y rompe la cadena,
derriba el puente de paso y cava un abismo. [110]
“El sacerdote es Jesucristo operante en el
hombre”
247.
¿Qué hombre es éste que tiene en su mano la vida y la suerte de las
almas, y, de algún modo, la vida y la suerte de un Dios? ¡Una vez más admiren
la dignidad y el poder del sacerdote católico!
No solamente Jesucristo vive en él en una
vida real, sino que ejercita continuamente por medio de él todas las funciones
divinas que realizan la santificación de las almas y la salvación del mundo.
¡El sacerdote católico no es, por lo
tanto, sólo Jesucristo viviente en el hombre, lo que es el privilegio de todos
los cristianos: él es Jesucristo operante en el hombre y que cumple con el
hombre la obra divina de la reparación; él es Jesucristo que habla, Jesucristo
que sacrifica, Jesucristo que perdona, Jesucristo que salva en todas partes,
sobre el púlpito, en el altar, en el tribunal de penitencia, revestido de la
misma dignidad que El, porque está investido de la misma autoridad!. Sacerdos
alter Christus. [111]
“Es el hombre de Dios en la comunicación
de la verdad”
248.
Cuando nosotros hablamos es como si hablase Dios, porque Él habla
no sólo por su Hijo, sino por nosotros, continuadores de su obra.
El sacerdote, por lo tanto, es
verdaderamente el hombre de Dios en la comunicación de la verdad. Él, se dijo
muy bien, la da a todos, grandes y pequeños, como Dios da la luz del sol al
cedro y al tallo de hierba. Él se ensalza sin agrandarse, se rebaja sin
empequeñecerse. Tanto las mentes elevadas deseosas de altas y profundas
especulaciones, como el pueblo y los niños, cuya inteligencia necesita
simplicidad y claridad, hallan respuesta a todos los interrogantes que nuestra
naturaleza instintivamente se hace a sí misma, preocupada de su propio origen,
de su propio estado, de sus propios deberes y destinos, y, lo que más importa,
la inamovible certeza y la perfecta seguridad de su fe. [112]
“En nombre de Dios da a los hombres
249.
Además de la verdad, hay otra cosa sagrada, que el sacerdote, en
nombre de Dios, da a los hombres:
¿Pero, cómo el sacerdote puede comunicar a
los fieles la gracia? La comunica por medio de esos misteriosos canales que son
los Sacramentos.
Era necesario que la transmisión de este
fluido celestial fuese realizada según el plan requerido por la naturaleza
humana, que, siendo una composición de espíritu y de materia, exige que también
las cosas puramente espirituales le sean aplicadas con algo material, que impresione
los sentidos, y por los sentidos el alma sea advertida e impresionada de la
operación espiritual que sucede en ella; y esto es justamente lo que ocurre por
los Sacramentos.[113]
“Hacemos las veces del Salvador”
250.
Nosotros, Venerables Hermanos, estamos llamados y somos ministros
de Cristo, enviados por El como El fue enviado por el Padre, escogidos por el
Espíritu Santo para el trabajo al cual cada uno de nosotros fue convocado,
hombres de Dios enviados al servicio de aquellos que reciben la herencia de la
salvación, Sacerdotes del Dios Altísimo, dispensadores de los misterios y de la
multiforme gracia de Dios, sal de la tierra, luz del mundo, puestos sobre el
candelabro para iluminar a todos los que están en la casa; nos han sido
impuestas cargas que serían formidables aún para los hombros de los ángeles, y
por lo tanto tenemos suma necesidad de piedad, de celo de las almas, de
estudio, para que no sea despreciado nuestro ministerio (...).
Cumplamos todas nuestras acciones, llenos
de fe y de Espíritu Santo, cumplamos de la mejor manera nuestro ministerio,
glorificando y alabando a Dios, presentándonos en todo como ministros de Dios,
en la paciencia, en los esfuerzos, en la dulzura, en la ciencia, en la caridad
no fingida, en la castidad, en la piedad, que es útil para todo, teniendo las
promesas de la vida presente juntamente a la futura, para la cual debemos
trabajar con todas las fuerzas por el celo de las almas, para el
perfeccionamiento de los santos a través del ministerio, para la edificación
del cuerpo de Cristo.
Hacemos las veces del Salvador Jesucristo,
y por lo tanto solícitos por la salvación de las almas, obedeciendo a sus
mandamientos y siguiendo sus ejemplos, recibamos en forma benigna y ayudemos a
todos los fieles, opongámonos firmemente a los vicios y a la hipocresía de los
fariseos, sin respeto humano, y reprendamos y supliquemos, con toda paciencia y
doctrina, oportuna e inoportunamente, a los obstinados, los encallecidos, los
más ignorantes en la catequesis. Evitemos cualquier codicia, y hasta la
sospecha de la vanagloria o del interés vil, haciéndonos todo para todos para
tratar de ganar a todos para Cristo. [114]
“La única ambición del sacerdote”
251.
Trabajar, esforzarse, sacrificarse en todas las formas para dilatar
aquí, en este mundo el reino de Dios y salvar las almas; diría, ponerse de
rodillas ante el mundo para implorar como una gracia el permiso de hacerle el
bien, he aquí la única ambición del sacerdote. Cuanto él tiene de poder, de
autoridad, de industria, de ingenio, de fuerza, todo lo usa para este fin.
¿Peligra la inocencia? Asume su custodia.
¿Se produce una desgracia? Vuela para aliviarla. ¿Estalla un litigio? El es el
heraldo de paz. Y aquí se convierte en guía para los descarriados, apoyo para los
vacilantes, escudo para los oprimidos; allá, ojo para los ciegos, lengua para
los mudos, padre para los huérfanos, madre para los niños, compañero para los
presos. Se da todo a todos para ganar a todos para Cristo. Desde el tugurio del
pobre corre al palacio del rico, desde el altar a la cabecera de los
moribundos, desde el monte al valle, en busca de las ovejas perdidas, y
entonces sólo se queda paz cuando puede estrechar una contra su seno, y cargar
la otra sobre los hombros, y a ésta vendar las llagas, y saciar aquella con el
alimento negado a su boca, nunca tan feliz como cuando antes de acostarse puede
recordar una lágrima enjugada, una familia consolada, una inocencia protegida,
el nombre de Dios glorificado. [115]
“La salvación de las almas es nuestra
única razón de existir”
252.
Trabajen fuerte, activa e incansablemente para ganar almas para
Dios y salvarlas: in hoc positi sumus; somos sacerdotes justamente para esto.
La salvación de las almas es nuestra vida,
nuestra única razón de existir y toda nuestra existencia debe ser una continua
búsqueda de almas. Nosotros no debemos comer, beber, dormir, estudiar, hablar,
ni siquiera recrearnos sino para hacer el bien a las almas, sin cansarnos
nunca, nunca jamás. Como el cristianismo obliga al cristiano en todas las horas
de la vida a conducirse como cristiano, así el sacerdocio obliga al sacerdote a
actuar como sacerdote en todas las horas. Lo que el cristiano debe hacer para
la salvación de su alma, el sacerdote, y mucho más el párroco, debe hacerlo por
la salvación de las almas ajenas, y así se salva. [116]
“Han recibido la orden de cuidar, no de
sanar”
253.
Hay una tentación muy sutil, que tal vez se insinúa en las almas
de aquellos que tienen autoridad sobre los demás. Ven frecuentemente que a sus
esfuerzos no corresponde un fruto inmediato y abundante. La situación es
desesperada, dicen, no hay remedio: y se envilecen, se desaniman en el
ministerio.
¿Por qué asombrarse si se verifica en los
demás lo que el Apóstol experimentó en sí mismo? "Misericordiam consecutus
sum, ut in me primo ostenderet Christus Jesus omnem patientiam ad informationem
eorum qui credituri sunt illi in vitam aeternam" [Si encontré
misericordia, fue para que en mí primeramente manifestase Jesucristo toda su
paciencia y sirviera de ejemplo a los que habían de creer en Él para obtener
vida eterna] (1 Tim. 1, 16). Por lo tanto, que estos pastores se presenten como
ministros de Cristo con toda paciencia, recordando las palabras del Señor:
"Alius est qui seminat, alius est qui metit. Ego misi vos metere quod non
seminastis. Alii laboraverunt et vos in laborem introistis" [Uno es el
sembrador y otro el segador. Yo los he enviado a segar donde ustedes no se han
fatigado. Otros se fatigaron y ustedes recogen el fruto de sus esfuerzos] (Jn.
4, 37-38). Siembren la palabra, dejando a otros la siega. Recuerden que, con la
ordenación sacerdotal, han recibido la orden de cuidar, no de sanar. Sean, sin
embargo, ardientes en la caridad porque "caritas omnia credit, omnia
sperat, omnia sustinet" [la caridad todo lo cree, todo lo espera, todo lo
soporta] (1 Cor. 13, 7). [117]
“Espíritu de mansedumbre”
254.
Es de importancia fundamental saber cómo se deben cumplir las
obras de Dios. Algunos las emprenden con espíritu puramente humano, y por lo
tanto obtienen poco o ningún fruto. Saben cuál es el espíritu de Dios
"Mitissimus Dei spiritus est et mansuetissimus qui non turbine glomeratur,
non in nubilo lucet, sed merae serenitatis, apertus et simplex" (Tertull.
ad Marc.). Cristo procedió con ese espíritu, y en esto deben ser moldados sus
ministros. Ya que el Señor no se encuentra en la agitación o en el fuego, es
necesario continuar en el ministerio sagrado con el mismo espíritu de
mansedumbre: "Fili, dice al Sabio, in mansuetudine omnia operatus perfice
et super hominum gloria diligeris" (Eccl 3, 19). Sin este espíritu, los
párrocos y todos los que se dedican al cuidado de las almas obstaculizarán la
propia salvación y la obra de Dios. [118]
“Sacerdotes de Cristo, la sociedad invoca
la obra de ustedes”
255.
¡Sacerdotes de Cristo! No olviden que si alguna vez hubo un tiempo
en que la sociedad humana necesitara de ustedes, es el presente. Ella misma
invoca la obra de ustedes (...).
Por lo tanto, corran hacia ella, apóstoles
de caridad y el ministerio de ustedes sea de salvación, sus palabras agua que
calme la sed, pan que alimente, luz que ilumine las tinieblas, medicina que
sane.
Profundicen siempre más el conocimiento de
las verdades reveladas y en toda forma de estudios. Les corresponde a ustedes
corroborar la fe, destruir los prejuicios, sacudir los inertes, reamigar los
corazones.
Ámense entre ustedes, ayúdense
recíprocamente; sean hombres de sacrificio, sean de aquellos que, según el
decir del Apóstol, llevan el misterio de la fe en una conciencia pura. Procuren
que a la fe se una la virtud, a la virtud la ciencia, a la ciencia la
templanza, a la templanza el sufrimiento, al sufrimiento la piedad, a la piedad
el amor fraterno, al amor fraterno la caridad; ya que donde estas cosas estén
con ustedes, y vayan aumentándose, no dejarán sin fruto el conocimiento de
Nuestro Señor Jesucristo (...).
Velen, oh hermanos, por la paz de las
familias, por la santidad de los matrimonios, por el respeto de los días
festivos, por el decoro de la gracia de Dios, por la reverencia de los superiores,
por la lealtad en los comercios, por la observancia de la justicia. No se
asusten frente a las dificultades y a las contradicciones del mundo.
Compadezcan los defectos de todos, quieran
a todos, hagan el bien a todos, a todos sin excepción. Imiten al buen Pastor.
Su celo, que une y no lacera, sea el celo de ustedes; su espíritu de
mansedumbre, sea el espíritu de ustedes. Aborrezcan al vicio, nunca al
culpable. Cuídense todos tanto de una excesiva condescendencia como de una
severa rigidez. [119]
“Finalidad de nuestra vocación es la
santidad”
256.
Finalidad de nuestra vocación es la santidad (...). Los sacerdotes
no sólo están llamados a una santidad personal, sino que también están
dedicados a la santidad de los demás. "Yo los elegí a ustedes y los
destiné para que vayan y den frutos y frutos abundantes” (Jn. 15, 16).
Yo los elegí, o sea, los he separado de la
culpa, y los he establecido sólidamente en el estado de gracia, con el fin de
que vayan, progresen en la virtud y lleven, como fruto de ustedes, los hombres
a la conversión: y estos frutos duren, es decir, sea sólida la fe de aquellos
que ustedes hubieran asociado a mí.
¿Con qué fuerza y según qué modelo podrán
lograrlo los sacerdotes, si no en la fuerza y en el modelo de santidad de
Cristo? "Así como el sarmiento no puede dar fruto si no permanece unido a
la vid, tampoco ustedes, si no permanecen en mí" (Jn. 15, 4). El poder del
sacerdocio de ustedes está en la participación del sacerdocio de Cristo. En efecto
Él, afirma el Tridentino, destinó a los sacerdotes a ser sus vicarios. Por esto
deben presentar a Cristo al pueblo fiel tanto en la santidad como en el
ministerio. ¿Se acercan los sacerdotes al altar para ofrecer la Hostia
Inmaculada? Es necesario que los fieles vean en ellos el amor y la obediencia
de Cristo hacia el Padre.
¿El sacerdote sube a la cátedra de la
verdad? El mismo lugar exige que se hable de realidades elevadísimas; del mismo
modo se requiere que esas realidades se vean encarnadas en el sacerdote, de
manera que él reproduzca al Cristo que predica, no a los fariseos (S. Greg.,
pars. II, c. 3).
¿El sacerdote se sienta en el tribunal
sagrado de la Penitencia? Allá especialmente él debe estar modelado y reforzado
en la santidad de Cristo. "La mano que se tiende para limpiar las manchas
ajenas, tendría que estar ya limpia ella misma, para no ensuciar mayormente lo
que toca, si acaso estuviese embarrada" (S. Greg., I, c. 27). [120]
“La santidad es la pureza consagrada a
Dios”
257.
La santidad, dice Santo Tomás, es la pureza consagrada a Dios.
Pureza no común ni mediocre, sino eminente, como dice Crisóstomo: la santidad
es una eminente pureza de mente. Cierto, la mediocridad no conviene al
sacerdote: es como una ciudad puesta sobre el monte, que no se puede esconder.
La santidad, repetimos, es pureza consagrada a Dios: pureza comprometida en el
honor de Dios. La santidad, por lo tanto, junto con la pureza de la mente,
exige una inmolación continua: santo, en efecto, es lo que se quema sobre el
altar en honor a Dios. De manera que la santidad auténtica significa una vida
sacerdotal libre de cualquier vicio y comprometida continuamente en el honor de
Dios.
Sin embargo, tememos que la noción, que
hemos dado de la santidad, engendre en alguien la idea de una santidad tan lejana
a nuestras fuerzas, tan difícilmente accesible, que se la deba reservar para
personas que viven fuera del mundo.
No hay ningún motivo para temer, cuando se
siente hablar de santidad genuina: la santidad, la perfección propia de esta
vida, no es algo absoluto, exento de cualquier imperfección: de hecho hasta el
justo peca siete veces al día. La santidad consiste en cambio en un continuo
esfuerzo para alcanzarla. Así enseñaba San Bernardo. Es grato citar aquí
también la enseñanza de San Agustín al respecto: "es perfecto aquel que no
tiene pecados graves, que no descuida los veniales: aquel, en fin, que corre
sin cansarse por el sendero de la virtud" (De Perfect. Iust. c. 3). [121]
“El primer escalón de la santidad es el
deseo ardiente y generoso”
258.
El primer escalón o medio de la santidad es el deseo ardiente y
generoso. Siendo la santidad la meta del sacerdote, a ella deben estar
dirigidas todas nuestras aspiraciones. No es suficiente un deseo, una decisión
cualquiera: es necesario un deseo y una voluntad que sean comparables con el
hambre y con la sed. "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de
justicia, porque serán saciados".
La santidad es la verdadera sabiduría, que
es necesario invocar, desear, buscar como la riqueza, desenterrar como un
tesoro (...). Nunca nadie alcanzará la cumbre de la santidad, si no la ha
anhelado asidua e intensamente. Todos ustedes, Venerables Hermanos, han deseado
la santidad: por los frutos, cada uno verifique la intensidad de su deseo.
Del verdadero amor por la santidad brota
la frecuente y cotidiana meditación de la ley y de los misterios celestiales.
El sacerdote que descuida la meditación cotidiana no será nunca santo, sino que
probará la desolación; será "semejante a aquel que contempló su rostro en
el espejo; lo contempló y se olvidó cómo era" (St. 1, 23).
Del verdadero amor por la santidad brota
el cuidado de purificar la propia conciencia cada ocho días, según lo
prescripto en el sínodo: el que lo descuida está lejos del camino de la santidad,
porque quien desprecia las cosas pequeñas, poco a poco caerá.
Del mismo intenso deseo deriva el examen
cotidiano de conciencia: necesario especialmente para los sacerdotes, para
verificar lo que edifican sobre el fundamento de la fe, si oro o plata, o heno
o paja. En efecto nuestro espíritu, dice Gregorio Magno, está continuamente
distraído por las preocupaciones y no nos damos cuenta si no medimos nuestros
progresos y retrocesos, entrando en nosotros mismos. [122]
“La rectitud de corazón”
259.
¿Qué significa un corazón recto? Un corazón que busca únicamente a
Dios, un corazón simple, un corazón limpio, como pedía el salmista real:
"Cor mundum crea in me, Deus, et spiritum rectum innova in visceribus
meis" [Oh Dios, crea en mí un corazón puro, renuévame por dentro con
espíritu recto] (Sal. 50, 12) (...). Es verdaderamente algo grande este corazón
recto: origen de todas las virtudes, fuente de santidad, raíz de la vida
sacerdotal (...).
Que esta rectitud de corazón sea la
primera preocupación del sacerdote. Es con esta disposición que han entrado a
formar parte de la milicia de la Iglesia; es con esta disposición que deben
perseverar con constancia. Dice el Sabio: "Omni custodia serva cor tuum
quo ex ipso vita procedit" [Por encima de todo cuidado, vigila tu corazón,
porque de él brotan las fuentes de la vida] (Pr. 4, 23). Y es cierto: en
efecto, ¿de dónde deriva el entibiarse del santo temor, la inconstancia en la
virtud, el débil progreso en el camino de la perfección?, de la debilidad del
corazón. ¿Por qué a veces las piedras del santuario están esparcidas en las
esquinas de todas las calles y los mismos cedros del Líbano están sujetos a
caídas catastróficas?, por un vicio oculto del corazón.
Por lo tanto, el sacerdote, como sabio
arquitecto, ponga como fundamento un corazón recto, o sea orientado hacia Dios,
para poder luego edificar arriba.[123]
“Cómo garantizarnos el camino de la
rectitud”
260.
He aquí cómo garantizarnos el camino de la rectitud: meditar la
ley de Dios y conversar asiduamente con Él en la oración. Por lo tanto, quien
desee conservar esta rectitud de corazón, que se aplique a la oración.
Así se expresa con respecto a la oración
un piadoso escritor: Si alguien me preguntase que es lo que más necesita un
sacerdote al cuidado de almas, le diría: de oración, si luego me preguntase qué
otra cosa necesita, le repetiría: de oración, y si todavía y repetidamente
insistiese con la pregunta, mi respuesta sería siempre la misma.
Comprendan, por lo tanto, la necesidad de
la oración. Escuchemos a San Bernardo: La reflexión o meditación, de la cual
emana la oración, ofrece estas ventajas: purifica ante todo la mente, o sea la
misma fuente en la cual tiene origen; corrige los excesos, regula las
costumbres, hace la vida virtuosa y ordenada; procura finalmente el
conocimiento de las cosas divinas y humanas.
Es la meditación que clarifica lo que es
ambiguo, recompone lo que está disgregado, reúne lo que está disperso;
escudriña las cosas secretas, intuye las verdaderas, somete a examen las
verosímiles, saca la máscara a las engañosas y fingidas.
Es también la meditación la que programa
nuestra actividad y una vez desarrollada, la examina para que no quede nada en
nuestra vida que no sea correcto o necesite corrección. Es finalmente la
meditación la que en la prosperidad nos mantiene preparados para las
contrariedades y ésta es prudencia, mientras en las contrariedades hace que
casi no las advirtamos y ésta es fortaleza (San Bernardo, De Consid. I, c. 7). [124]
“La caridad crece y se nutre con la
meditación”
261.
He aquí la eficacia de la meditación para la rectitud de corazón y
para la integridad de nuestra vida espiritual. De la meditación nos vendrán
riquezas incalculables, mientras sin meditación será desolación sobre
desolación y absoluta esterilidad de buenas obras. Nunca podremos desarrollar
dignamente los deberes de nuestro ministerio si no lo tenemos constantemente
ante los ojos en un asiduo e íntimo contacto con Dios.
Vean, por lo tanto, cómo ejercitan su
ministerio esos sacerdotes que desperdician el día en contactos y divagaciones
exteriores, apagando así el espíritu de oración; más propensos a tratar asuntos
mundanos, a la crónica diaria, que a la oración; acostumbrados a hablar
continuamente con los hombres, casi nunca con Dios; que raramente encuentran
tiempo para la meditación de la mañana, que postergan para las últimas horas
del día el deber de la Liturgia de las Horas, casi como si fuese el último de
sus deberes: se aburren de tratar con Dios, porque lo aman poco.
Convénzanse que la caridad crece y se
nutre con la meditación. "En la meditación, dice el Profeta, se me
enciende un fuego" y que esto se diga especialmente de la caridad del
sacerdote: él, como ministro de Dios, debe ser un fuego ardiente: "Qui
fecit ministros suos quasi flammas ignis" [El que hizo a sus ministros
casi como llamas de fuego] (Hb. 1, 7); y su corazón como un altar sobre el cual
ofrecer un holocausto perenne: "Ignis in altari meo semper ardebit, quem
nutriet sacerdos, subiciens ligna, mane per singulos dies" [Arderá el
fuego sobre mi altar sin apagarse; el sacerdote lo alimentará con leña todas
las mañanas] (Lv. 6, 5). Todos ustedes lo saben: la meditación cotidiana debe
proveer siempre alimento nuevo para la vida sacerdotal, para que este fuego se
conserve y se extienda. [125]
“El buen ejemplo es el distintivo del buen
pastor”
262.
No será suficiente para el sacerdote ser piadoso y santo ante
Dios, en lo íntimo de la conciencia; es necesario que se manifieste así también
ante los hombres. Desde el momento que ha sido apartado en la herencia de Dios,
es absolutamente requerida en él no sólo la integridad de vida, sino también el
testimonio de esta integridad ante el pueblo fiel.
La buena fama es para él un compromiso con
Dios, con la Iglesia, con los fieles; el buen ejemplo, como bien saben, es el
distintivo del buen pastor, según las palabras de Cristo: "Pastor, cum
oves proprias emiserit, ante eas vadit et oves eum sequuntur" [El Pastor,
cuando ha sacado todas sus ovejas, va delante de ellas, y las ovejas le siguen]
(Jn. 10, 4) (...).
El sacerdote con responsabilidad en el
cuidado de las almas es como una ciudad colocada sobre el monte, expuesto a las
miradas de todos; su vida, que no puede mantenerse oculta, no puede quedar sin
consecuencias en los demás: en efecto, será ruina o resurrección para muchos.
Examinen, por lo tanto, cómo se comportan en palabras y en obras.
El sacerdote es como una luz puesta sobre
el candelabro, a fin de que resplandezca para todos los que están en casa:
mantenga su eficacia fuerte y penetrante, para inducir a virtud con su ejemplo:
la buena conducta del sacerdote es la mejor formación para el pueblo; ustedes
saben que no hay nada más eficaz que el ejemplo (...). La predicación santa
tiene ya en sí misma su eficacia; sin embargo es doble la eficacia cuando la
palabra predicada es santa y el que predica es santo. [126]
“Dios ha elegido a sus ministros no entre
los ángeles, sino entre los hombres”
263.
Dios, por un rasgo de su infinita bondad, ha elegido a sus
ministros no entre los ángeles, sino entre los hombres: omnis pontifex ex
hominibus assumptus, o sea entre criaturas llenas de enfermedad y de
imperfección, plasmados en la greda común de Adán, expuestos como todos los
demás, y con frecuencia más que los demás, al embate de las pasiones. No hay
que olvidar que Dios, comunicando a los sacerdotes sus poderes, no le comunicó
su impecabilidad. Si Él permite que alguna hoja del gran árbol caiga en el lodo
es para mostrar que estos poderes son independientes del mérito de aquel que
los recibe; que no han sido otorgados al hombre para él mismo, sino para el
bien de los demás; que la Iglesia no se rige por virtud humana, sino por virtud
que le viene desde lo alto. [127]
“Si los sacerdotes no son ángeles, casi es
mejor así”
264.
Si los sacerdotes no son ángeles, casi es mejor así, porque saben
mejor compadecer y socorrer a los hermanos culpables y míseros: quoniam et ipse
circundatus est infirmitate. Pero podemos decir en voz alta que ellos no deben
sonrojarse frente a sus censores, y que en su casi totalidad saben honrar su
ministerio y, con la ciencia y con la caridad, con la laboriosidad, con la
virtud, cumplen el precepto del Apóstol: Ministerium meum honorificabo. [128]
“El fruto de la predicación y del
ministerio depende de la gracia”
265.
Vean cuánto celo es necesario y cómo deben empeñarse con todas sus
energías. Ya que es por fuerza de su oficio que "se han comprometido a
responder por el prójimo, se han dejado atar con las palabras de su boca, se
han vinculado con sus promesas. Vayan, por lo tanto, sin demora, importunen al
prójimo, no concedan sueño a sus ojos ni reposo a sus párpados" (Pr. 6,
14).
Nada más eficaz se puede aducir para
excitar el celo de ustedes. Si recuerdan, ya les he recomendado concluir con la
Eucaristía cada uno de sus discursos; aprovechar cada ocasión, oportuna o
inoportuna, para dirigir una exhortación eucarística.
Ahora, además les querría sugerir que
preparen sus sermones ante el Santísimo Sacramento, de modo de poder transmitir
al pueblo las mismas palabras que Cristo les ha sugerido; así hicieron también
Moisés y los Profetas.
El sacerdote ante el Tabernáculo debe
pedir insistentemente que el hielo de su corazón se disuelva con ese fuego
celestial que arde en Cristo; que su alma se llene de fervor divino y pueda
llegar a ser así un testimonio de fe ante el pueblo. Saben bien que el fruto de
la predicación y del ministerio depende de la gracia, según la palabra del
Apóstol: Neque qui plantat est aliquid, neque qui rigat, sed qui incrementum
dat Deus.[129]
“Que los vean con frecuencia ante el
tabernáculo”
266.
Sería sumamente loable y deseable que el sacerdote en las primeras
horas de la mañana se presentara ante el Tabernáculo y allí, casi anticipándose
al sol en la alabanza a Dios, hiciese su meditación, se preparase, siempre ante
la Santísima Eucaristía, del modo más conveniente para el sacrificio de la
Misa; y después de la celebración, se demorase para una debida acción de
gracias. Pero, desafortunadamente, sucede con frecuencia que los sacerdotes,
sin ninguna preparación y descuidando anteponer cualquier oración, se acercan a
celebrar y después de la Misa se distraen enseguida con ocupaciones profanas
(...). Soportan de mala gana permanecer todos los días un cuarto de hora ante
el Tabernáculo en oración a Cristo y se alejan impacientes como son solamente
con respecto a Dios. ¿No podría Cristo, huésped mal atendido y forastero en la
casa de ustedes, quejarse así: "Me volví un extraño para mis hermanos y un
forastero para los hijos de mi madre"? (...).
Que sus feligreses los vean con frecuencia
presentes ante el Santísimo Tabernáculo, ora para el rezo del breviario, ora
para el examen de conciencia; vean que se acercan a Cristo antes de salir de
casa, para implorar la ayuda y la gracia; y adviertan también que al regreso se
presentan ante Él para dar gracias. Bendito ese sacerdote que, interrumpiendo
sus ocupaciones, quiera ocupar parte de su tiempo en el culto asiduo de Cristo
Señor así habrá aprendido a dar sabor a sus trabajos con el amistoso coloquio
con Dios. [130]
“El frecuente encuentro y coloquio con
Cristo”
267.
El segundo elemento de la vida eucarística, en el cual el pastor
de almas debe servir de ejemplo para el pueblo, es el frecuente encuentro y coloquio
con Cristo.
Nada más justo y saludable que este
encuentro. Cristo en la Eucaristía es el depósito confiado al sacerdote, es su
tesoro. ¿Para un depósito no se requiere quizás una vigilante custodia e
inspección? ¿Y el corazón no corre y se detiene allá donde se encuentra su
tesoro? Cristo en la Eucaristía es para el sacerdote sabiduría, consejo,
defensa y fuerza; la sabiduría que lo ilumina, el consejo que lo dirige, la
defensa que lo protege, la fuerza que le hace fácil todo lo que es difícil
(...).
Puede ser que en los primeros años de
nuestro ministerio sacerdotal hayamos hecho tal experiencia; pero con el pasar
del tiempo el oro se oscureció y se empañó su esplendor; nos hemos hecho como
aquellos de los que habla el Apóstol, simuladores de una piedad que es sólo una
máscara. He aquí que ya desde hace veinte, treinta o cuarenta años estamos en
íntima relación con Cristo en este sacramento, pero de su plenitud poco hemos
recibido. ¡Y mientras como partícipes, o mejor como artífices de este ministerio,
enriquecemos a los demás, nosotros nos vamos agotando en nuestra miseria! ¿Pero
por qué? ¿No es quizás porque nuestra fe languidece? Tomamos contacto con la
materialidad de este misterio, mientras no sabemos penetrar suficientemente en
su íntimidad: son voces mudas para nosotros las que nos hablan de Cristo en
este Sacramento. [131]
“Avisos al Clero”
268.
Tengan continuamente presente en la memoria la vocación con la
cual Dios los ha honrado.
Animados por este vivo y continuo
recuerdo, revístanse de virtudes de tal manera que los demás puedan ver
resplandecer en ustedes, como en un faro, la santidad que, si debe ser grande
en los otros estados de vida, en medida más amplia la deben poseer ustedes,
ministros de Dios y dispensadores de la gracia divina.
Empéñense por llevar en la tierra, casi
ángeles de Dios, una vida tan celestial que emanen para los demás ejemplos de
virtudes divinas.
En la conformidad de un solo y mismo
espíritu, ocúpense del culto divino, de la meditación de las cosas celestiales,
de la oración, del estudio de las ciencias sagradas y eclesiásticas. Abandonen
las vanidades y las seducciones del mundo; desligados de todo vicio, caminen
rectamente por el camino del Señor. Abracen con ímpetu la caridad, fuente de
todas las virtudes. Cultiven la humildad, la mansedumbre, la paciencia, la
justicia, la templanza, todos los deberes de la piedad cristiana.
Piensen y hagan todo lo que es púdico,
verdadero, santo, religioso.
Cultiven asiduamente la oración.
Con ánimo puro y atención viva dediquen
media hora diaria a la oración mental. Sea, en lo posible, la primera ocupación
de ustedes. De hecho, es la base y el fundamento de la vida sacerdotal. Si le
son fieles, esperen de ella todo bien.
Celebren santa y religiosamente la Misa.
Prepárense para la celebración con viva piedad, meditando profundamente tan
grande misterio. Para celebrar dignamente, examinen cuidadosa y frecuentemente
sus conciencias. En la acción del Santo Sacrificio cuídense de errores.
No pase día sin una visita de adoración y
de súplica a Jesús presente en la Sagrada Eucaristía.
Cultiven una devoción ardiente al Sagrado
Corazón de Jesús, a la Bienaventurada Virgen María, a San José y a los Santos
Patronos.
Si quieren conservar y acrecentar el
espíritu de piedad, no descuiden ningún día y por ningún motivo el examen de
conciencia del mediodía y de la noche, la lectura espiritual, el rezo del Santo
Rosario.
Por misericordia divina han sido
constituidos en el Orden Sagrado para conservar y promover la gloria de Dios: traten,
por lo tanto, de cumplir este ministerio guardando su dignidad y decoro.
El modo de vestir, de caminar, de
comportarse de ustedes no se revele nunca en contraste con el Orden que han
recibido. Confórmense con una mesa frugal y con muebles y útiles modestos.
Huyan de la fastuosidad, del lujo, de la
caza de honores, de la ambición y de la vanidad. Observen escrupulosamente la
templanza de la vida clerical.
También el modo de hablar de ustedes sea
coherente con esta línea: nada de trivial, de frívolo, de indecoroso en sus
discursos.
Fortifiquen su corazón, que no busque
cosas fútiles, pasatiempos mundanos, tonterías.
Gobiernen sus sentidos, que no se hagan
siervos de las pasiones, mientras Dios nos los ha dado como siervos de la
razón.
Simple y púdica sea la mirada de ustedes,
casto y prudente el oído, casta la mente, castos todos los sentidos, casto y
espiritual el modo de vivir y de comportarse.
Para mantenerse castos, pónganse en estado
de defensa. No se inmiscuyan en asuntos mundanos.
No sean ávidos de dinero o de ganancias.
Si son pobres, no aspiren a hacerse ricos, si no quieren caer en muchas
tentaciones y en el lazo del diablo. Lleven su pobreza sin fastidiarse: la
pobreza fue amada y enseñada por el maestro celestial Jesucristo, acostado en
un pesebre al nacer y muerto desnudo en la cruz.
Nada le puede faltar a quien le teme a
Dios e invoca su santo nombre: tanto menos a los sacerdotes religiosos y
santos.
Distribuyan las rentas eclesiásticas a los
predilectos de Cristo: a los pobres, a las viudas, a los enfermos, a los
peregrinos, a todos los indigentes y hambrientos. Si no les dan el sustento
necesario, son reos de lesa caridad ante el Señor.
Todo el tiempo que les sobra del culto
divino, de la meditación y de la oración, de las ocupaciones sacerdotales, no
lo gasten en el ocio y en la vana curiosidad, sino como hombres llamados in
sortem Domini, mediten su ley día y noche.
Cultiven, por lo tanto, con gran
diligencia el estudio de las cosas sagradas, que deben amar, tanto que quien
las desprecia oirá decir por el Señor "Ya que tú has descuidado la
ciencia, yo te rechazaré, no te quiero como mi sacerdote".
Tengan entre las manos día y noche la
Sagrada Escritura. Consulten asiduamente los textos de dogmática y de moral, el
derecho canónico, los libros litúrgicos, la historia de la Iglesia, así como
las obras de los Santos Padres.
Como dice San Jerónimo, estén todos en
comunión con la cátedra de Pedro, o sea con el Sumo Pontífice. Nosotros, como
miembros de un único cuerpo, no sólo debemos obedecer al augusto Jefe de la
Iglesia, sino también querer, pensar, sentir con él, como si, carentes de una
voluntad distinta, pensáramos, habláramos y operáramos por su intermedio.
Sobre un punto de tanta importancia, es
necesario cuidarse absolutamente de sofismas, argumentos falaces, titubeos,
interpretaciones arbitrarias, que no convienen a un sacerdote y huelen ya de
defección. ¡Lejos de nosotros semejantes cosas! Obedeciendo en cambio a su
palabra, demostremos una sólida disciplina, en la cual reside la fuerza de toda
institución social.
Sean todos, delante de Dios y del Pueblo,
un solo corazón y una sola alma con el Obispo, no olvidando jamás la grave
sentencia de San Ignacio Mártir: "Los que son de Dios y de Cristo están
con el Obispo", y la otra de San Cipriano: "El que no está con el
Obispo no está con la Iglesia".
Por lo tanto, alejando las discordias, que
no raramente el enemigo intenta sembrar, especialmente en nuestros días, entre
el pastor y el rebaño, manténganse estrechamente unidos al pastor que Dios les
ha dado, y con él, posponiendo cualquier consideración humana, sean solidarios
en toda buena obra. Sea para ustedes sagrada la autoridad de su Obispo.
Tengan por cierto que el ministerio
sacerdotal, si no está ejercitado bajo el magisterio del Obispo, no será ni
santo, ni eficaz, ni provechoso.
Cuiden diligentemente la obediencia. La
prometieron en forma solemne al Obispo. Desde el momento en que han sido
ordenados sacerdotes, ya no pertenecen más al mundo, a la familia, a ustedes
mismos, sino a la Iglesia.
Huyan de aquellos curas, cualquiera sea su
dignidad e inteligencia, que no están sincera y abiertamente con su Obispo.
Ustedes párrocos miren siempre a Cristo,
príncipe de los pastores, como al modelo preferido. Como preceden en el honor y
en la dignidad, así den ejemplo en la virtud y en el solícito cumplimiento de
sus deberes.
Ante todo deben conocer a sus ovejas,
guiarlas y cuidarlas. Confeccionen y conserven cuidadosamente los registros
parroquiales. Infórmense de la vida y de las costumbres de sus parroquianos.
Velen para que en su pueblo no se
introduzcan supersticiones y no se difundan impunemente libros malos y diarios
antirreligiosos.
Individualicen a los corruptores de la
gente. Procuren sacarlos del camino de la corrupción con todos los medios que
la caridad les puede sugerir.
Tengan en cuenta a los pobres, a las
viudas, a los huérfanos, a todos los que necesitan ayuda. Socórranlos con el
consejo, con el consuelo y con la ayuda; si ustedes no tienen posibilidades,
exhorten calurosamente a otros para que los ayuden.
Nutran especialmente al pueblo que se les
ha confiado con la predicación de la palabra de Dios, con saludables
amonestaciones, con la administración de los sacramentos, con el ejemplo y con
la oración.
Catequicen a los niños. Exhorten a los
padres y a las madres a acompañar ellos mismos a los hijos, a las hijas, a los
familiares al catecismo.
No omitan, especialmente los domingos y
días festivos, explicar a los fieles el evangelio u otras lecturas durante la
Misa y de ilustrar el misterio del santísimo sacrificio, para que, instruidos
con mayor cuidado, asistan más religiosamente.
Por lo menos en los domingos y en las
fiestas solemnes catequicen, en la medida de su capacidad, a las poblaciones confiadas
a ustedes y nútranlas con palabras de salvación.
Adviertan con frecuencia y cálidamente a
los padres su deber de educar religiosamente a su familia en la escuela de las
virtudes cristianas. Convénzanlos a tener en casa libros, aprobados por ustedes,
para leerlos, especialmente en los domingos, y formarse a sí mismos y a la
familia para una vida santa.
"Custodia el depósito":
reflexionen que se lo dice a cada uno de ustedes, para que pongan todo el
pensamiento y los cuidados en custodiar al rebaño de ustedes, como un depósito
confiado a la fiel solicitud de ustedes, para que sea guardado diligentemente y
preservado del mal.
Insistan oportuna e inoportunamente,
también con advertencias privadas, consejos, correcciones, reproches, para
llamar a los pecadores al camino de la salvación, con la ayuda de la gracia
divina.
Son partícipes de nuestros esfuerzos y de
nuestra solicitud, son obreros de la mies confiada a nosotros: trabajen y
combatan con nosotros, para que podamos, con la ayuda de la misericordia
divina, recoger, como grano bueno, a nuestro pueblo en los graneros
celestiales.
Ustedes, sacerdotes jóvenes, que como
coadjutores ayudan a los párrocos, no presuman de exigir de ellos más de lo
justo. Vivan en la casa parroquial como amigos fieles, sin comentar a los
extraños lo que les sucede. Cultiven por su párroco reverencia, amor,
obediencia; cubran con piedad filial los eventuales defectos.
Ustedes clérigos, brotes de olivo, delicia
del padre, pensamiento primero y dulcísimo del pastor, compórtense como lo
requiere el estado eclesiástico. Son clérigos, es decir herencia del Señor, y
Dios mismo es la herencia de ustedes: compórtense como tales, de modo de poseer
a Dios y de ser por Dios poseídos. Ponderen cuanto sea necesario estar
dedicados a sus deberes, de cuanta castidad de vida y de costumbres deben
resplandecer. Los ha elegido el Señor, para que estén delante de él y lo sirvan
[132]
“La Iglesia está fundada sobre la fe, pero
es necesaria la ciencia”
269.
Sin lugar a dudas, si ninguna sociedad humana puede estar
constituida y subsistir sin la ciencia; si no es posible ejercer ningún oficio
en la sociedad civil sin una ciencia adecuada, cuanto más la Iglesia crecerá y
aumentará con la ciencia y las obligaciones eclesiásticas serán cumplidas como
es debido y producirán frutos. La Iglesia está fundada sobre la fe, pero es
necesaria la ciencia para generar y custodiar la fe; en la ciencia se genera,
nutre, defiende, fortifica esa fe saludable que conduce a la beatitud: la mayor
parte de los fieles, según lo que afirma San Agustín, no posee esta ciencia,
aún si posee la fe saludable.
La ciencia, como custodia la fe, así
custodia la integridad de las costumbres. Pero en nuestro tiempo los hombres
desdeñan o rechazan esta ciencia de las costumbres y de la fe: algunos por
odio, otros para poder seguir adelante libremente con sus vicios, otros también
porque los sacerdotes no saben exhortarlos a la sana doctrina y a enfrentar a
los opositores. La necesidad de la ciencia del sacerdote por lo tanto aumenta.
En efecto, se debe defender la doctrina de la fe no sólo en las ciudades, sino
en todo lugar, porque en todas partes el enemigo ha sembrado la cizaña del
error: y éste es el deber del sacerdote, custodio de la fe y vindicador de la
integridad de las costumbres. ¿Pero cómo podrá defenderla y conservarla si la
ignora o no la comprende correctamente?
Por lo tanto, es un mal la ignorancia y la
negligencia del sacerdote con respecto a la ciencia. Ante todo, porque quien
evita instruirse caerá en el mal (Prov. 17, 26); en segundo lugar, porque el
pastor ignorante será escarnecido por aquellos que lo circundan; finalmente,
porque será testimonio de la corrupción del pueblo y no podrá ponerle remedio.
¿Qué se puede esperar del ministerio del sacerdote que no posee la debida
ciencia? ¿Cuál será la fe en los actos del culto divino, cuál la dirección
segura en el tribunal de la Penitencia, cuál la vigilancia del rebaño que le
fuera confiado? Es el siervo inútil, al cual está reservada la pena merecida: será
arrojado a las tinieblas con las manos y los pies atados.
Si la Iglesia alguna vez ha sufrido daños
por la defección de los pueblos y por la corrupción de las costumbres, se lo
debe atribuir especialmente a la ignorancia de sus ministros. [133]
“Dos cualidades hacen completo al hombre
de Dios: la santidad y la ciencia”
270.
Dos cualidades hacen completo al hombre de Dios: la santidad, que
lo hace grato a Dios, y la ciencia, con la cual instruye a los fieles (...).
Sin la ciencia el sacerdote causa gravísimos e irreparables daños a la Iglesia.
Ella experimenta cada día y siempre más
dolorosamente el peligro que representa que el pastor no logre hallar las
pasturas, que el guía ignore el camino a recorrer, que el vicario no conozca la
voluntad del Señor (S. Bernard. Declam.).
No es suficiente que el sacerdote
resplandezca sólo por santidad o sólo por doctrina. ¿Dónde están aquellos que
afirman que para el sacerdote sólo es suficiente la inocencia? (Hier. ad
Fabiol). No es suficiente que los prelados se comporten bien y sean de
costumbres íntegras, si no se agrega el conocimiento de la doctrina (Grat.
Test. 26, c. 2), ya que el comportamiento recto de un sacerdote sin la palabra,
mantiene ciertamente a los santos en la santidad mediante el ejemplo, pero no
puede conducir a los errantes y a los ignorantes al conocimiento de la verdad
(Chrys. hom. 10 in Math). Por otra parte la ciencia sola es peligrosa, si la
vida está manchada por malas obras.
En efecto, el solo resplandecer es vano;
el solo arder es insuficiente: el arder y el resplandecer constituyen la
perfección. [134]
“La necesidad del estudio”
271.
Si bien nadie niega la necesidad de la ciencia, pocos se aplican
verdaderamente para adquirirla.
Hay algunos que antes de tomar posesión de
parroquias, se dan con pasión al estudio; pero obtenido el beneficio, arrojan
los libros, convencidos de haber aprendido bastante para las necesidades del
pueblo inculto al cual son destinados. Vana excusa, Venerables Hermanos. Aunque
si en la mayor parte de los casos es cierto que una ciencia común es suficiente
para las cuestiones ordinarias, con frecuencia se encuentran dificultades y
complicaciones de las cuales no es fácil desenredarse. Por lo tanto, imiten a
los médicos y a los abogados más diligentes que, cuando están libres del
cuidado de los enfermos o de la defensa de las causas, se dedican a la consulta
de los libros de su profesión. Dedíquense, por lo tanto, a un estudio intenso
para ofrecer una solución conveniente a las nuevas dificultades que se
presentan. Como los soldados manejan las armas aún cuando no existe peligro de
invasión enemiga, así los sacerdotes, si no quieren manchar gravemente su
conciencia, no cesen nunca de usar los libros, que son sus armas. [135]
“La ciencia de los santos”
272.
La ciencia de los santos se resume en tres puntos:
1) la ciencia a la cual deben atender los
sacerdotes es el conocimiento de los medios de perfección: por lo tanto,
aprendan el método de la oración y de la meditación, posean a la perfección el
método del examen de conciencia y de los ejercicios de piedad;
2) dedíquense al estudio en lo que
respecta al sacrificio de la Misa y los demás Sacramentos y al rezo del Oficio
Divino, de modo de conocer, según su posibilidad, el significado de los ritos y
de las ceremonias;
3) la ciencia que sirve directamente a la
dirección de las almas, o sea la teología dogmática, moral, ascética y mística.
Cada uno debe tener junto a sí un texto de autor aprobado, relativo a alguna de
esas materias y consultarlo atentamente todos los días. Estas son las obras
principales que sirven para la adquisición de la ciencia para nuestros
sacerdotes: las recomendamos cálidamente a todos y a cada uno.
Mientras recomendamos esta ciencia a
nuestro clero, no condenamos en absoluto la cultura profana: pero, una vez
asegurada la ciencia eclesiástica, una vez más elogiamos a las demás. Alto
honor para el estado eclesiástico, si alguno de sus miembros compite para
arrancar la palma a los laicos aún en las otras ciencias. Dios es el Señor de
las ciencias y es necesario conducir de nuevo también las ciencias profanas a
obedecer a Cristo. [136]
e) LA PROMOCION DE LAS VOCACIONES
“Multiplicar a los sacerdotes es lo mismo
que dar vida a todas las obras buenas”
273.
Multiplicar a estos sacerdotes es lo mismo que dar vida a todas
las obras buenas imaginables.
Hermanos míos, decía a sus misioneros ese
incomparable héroe de la caridad que fue San Vicente de Paul, pensemos hasta
que queramos, y descubriremos que no hay cosa más grande a la que se puede
contribuir que a formar un buen sacerdote.
¿Quieren conocer el mérito superabundante
que adquiere el que recibe en el Seminario a los pequeños del Señor? Escuchen
al mismo Jesús: Quien los recibe, les dice a sus Apóstoles, me recibe a mí; y
el que haya dado de beber a uno de éstos pequeños un sólo vaso de agua fresca
en consideración a mí, en verdad les digo: no quedará sin su recompensa. Cuál
va a ser después esa recompensa, escuchen nuevamente a Jesucristo: El que
recibe un profeta como profeta, recibirá la recompensa del profeta; vale a
decir, como explica Crisóstomo, el que ayuda a formar un ministro del Evangelio
y, como tal, le presta auxilio, él tiene parte en todo el bien que hace el
ministro, y tendrá de Dios la misma recompensa que tendrá el ministro,
recompensa inmensurable. [137]
“Empéñense por preparar casi otros tantos
ustedes mismos”
274.
Mis amados hermanos, párrocos y sacerdotes queridísimos, empéñense
por preparar desde ahora casi otros tantos ustedes mismos que valgan luego para
compensar la Diócesis, cuando tenga el dolor de perderlos a Ustedes. Para tal
fin observen si en sus parroquias va creciendo algún niño de ingenio abierto,
de índole genuina, de carácter vivaz, pero al mismo tiempo estudioso, dócil,
modesto, de castas costumbres y atraído por el servicio del altar. Cuando lo
encuentren, comiencen a cultivarlo con especial cuidado: se lo recomiendo. De
acuerdo con sus padres, vean de adscribirlo en la sagrada milicia (...).
¡Feliz el párroco que haya cooperado para dar
por lo menos un sacerdote a la Iglesia! Aunque quizás no haya trabajado en el
campo del Dueño evangélico con toda esa diligencia y cuidado, con todo aquel
fervor que la necesidad de los tiempos requería, podrá por lo menos presentarse
lleno de confianza ante el divino Juez, sabiendo que deja quien continúe sobre
la tierra su celestial misión, sabiendo que por su intermedio proseguirá en
cierto modo evangelizando, instruyendo, presentando siempre nuevos manojos de
espigas al Dueño de la mies. [138]
“Feliz el que da un sacerdote a la
Iglesia”
275.
Tampoco deben temer que se defrauden las esperanzas de ustedes.
Aún cuando sobre el árbol de la caridad no viesen aquí abajo madurar los frutos
deseados, esos frutos madurarán para beneficio de ustedes en los canteros del
Paraíso. Saliendo de la metáfora: en presencia del Señor la obra virtuosa jamás
se pierde. Aún cuando de los jóvenes levitas, reunidos en el Seminario, los más
estuviesen obligados a dejarlo, y sólo pocos pudiesen alcanzar la meta, esos
pocos sin embargo valdrían un tesoro, serían un gozo del cielo y de la tierra.
Entre cien gotas de lluvia que caen al
suelo, noventa y ocho se convierten en fango; pero de las otras dos, una cae
sobre la frente del niño en la pila bautismal y dona un hijo a la Iglesia; la
otra cae en el cáliz del Sacerdote, se junta con la Sangre de Cristo y dona
Dios a los hombres. ¡Feliz, repito, mil veces feliz, el que da un Sacerdote a
la Iglesia! [139]
“Cuántas vocaciones perdidas por culpa de
los padres”
276.
Ustedes saben bien cuántas vocaciones preciosas se pierden
miserablemente por culpa de los mismos padres. No descuiden, por lo tanto,
poner bajo los ojos de los padres y de las madres las terribles consecuencias,
de las que se hacen responsables ante Dios, cuando se oponen directa y abiertamente
a la vocación de sus hijos, cuando con resistencia invencible le cierran las
puertas del Santuario, cuando con lisonjas y amenazas obligan a arrastrar las
innobles y pesadas cadenas del mundo a quien había nacido para extender sobre
la tierra el reino de Dios.
Prevénganlos de ese amor desordenado y
sensual que a algunos de ellos les hace considerar casi perdidos para la
familia y para el linaje aquellos hijos suyos que visten el uniforme sagrado.
¡Oh cuántos ejemplos vemos nosotros de padres que después de haber
obstaculizado la vocación de los hijos por objetivos terrenales, se dan cuenta,
pero demasiado tarde, de haber preparado para sí mismos y para los hijos una
vida de infelicidad y desventuras!
Recuérdenles, por lo tanto, venerables
hermanos, que si deben cuidarse de empujar a los hijos por un camino que no es
el de ellos, deben también cuidarse de retraerlos de aquel al que Dios los
llama. Enséñenles cómo, lejos de contrastar esa vocación y lamentarse, deben,
mediante la educación cristiana, cultivarla, desarrollarla, defenderla y
considerarse muy honrados, como en los tiempos más hermosos de la fe se
consideraban honrados nuestros mayores. Díganles también que la vocación al
misterio sagrado es como un germen delicadísimo puesto por la misma mano de
Dios en el alma que viene a peregrinar sobre la tierra. ¿Pondrán ellos ese
germen en condiciones propicias? Con movimiento veloz lo verán crecer,
florecer, dar fruto. ¿Lo pondrán en condiciones adversas? El morirá
inevitablemente sin un milagro de la omnipotencia divina. [140]
“Los seminarios: los amo como a la pupila
de mis ojos”
277.
También la Diócesis de Piacenza tiene sus Seminarios y ciertamente
a mí nada me preocupa más que estos queridos Institutos Religiosos. ¡Oh! sí, yo
los amo, los amo como a la pupila de mis ojos, porque es en las crecientes
esperanzas del sacerdocio que yo veo una prenda de la futura prosperidad de mi
rebaño. Por eso me sometí de buen grado a enormes sacrificios, por esto yo
continúo haciendo hoy todo lo que me es posible, pero mis solas fuerzas, oh
queridos, no bastan. Tengo necesidad, mucha necesidad de la ayuda de ustedes
(...).
Nuestros Seminarios son pobres y pobres
son generalmente los jovencitos admitidos. Como es notorio, casi todos salen de
familias poco o nada provistas de bienes de fortuna, y por lo tanto más o menos
necesitados de auxilio, aunque la cuota sea mínima.
¡Qué dolor para el corazón de un Obispo
tener muchas veces que negar el ingreso al Seminario a jovencitos de hermosas
esperanzas, y ello justamente por falta de medios! ¡Qué dolor sentir decir que
otros, de esperanzas todavía mejores, por el mismo motivo, deberán volver
nuevamente a sus familias, sin que él pueda proveer!
Solamente la caridad de ustedes, hermanos
e hijos míos, puede sacarme de estas angustias; y es justamente con ella que yo
cuento. Yo espero que también esta vez no haya recurrido a ella en vano.
Yo quisiera que cada parroquia, o por lo
menos cada Decanato de la Diócesis, se propusiese sostener en el Seminario una
beca para los clérigos pobres. [141]
“Tengo los seminarios llenos”
278.
Tengo los seminarios no sólo llenos, sino rebosantes de Clérigos
y, aunque quisiese, no podría aceptar jóvenes de otras Diócesis. Los
sacerdotes, usted lo sabe, son como los remedios, no hay que tomar más de lo necesario,
porque de otro modo surgen problemas. Dentro de algunos años, si sigue a este
ritmo, yo no sabré más dónde colocar todos los míos. Es la reacción de Dios,
que responde así a quien quiso empobrecer el Clero para disminuir sus filas. [142]
“Me llamaría afortunadísimo si viese a
muchos de mi Clero dedicarse a las Misiones”
279.
Me llamaría afortunadísimo si viese a muchos o por lo menos a
algunos de mi Clero dedicarse a la obra sublime de las Misiones. Aunque también
aquí la penuria de sacerdotes comience a hacerse sentir, yo no obstante, lejos
de oponerme, tendría para ellos sólo palabras de encomio y de estímulo, ya que
estoy persuadido que uno de los medios más eficaces para mantener la fe entre
nosotros, es la de procurarla a los pueblos que todavía no la poseen. Adscrito
ya a este Instituto de las Misiones, e impedido de pertenecerle personalmente
por voluntad del ya desaparecido Mons. Obispo de Como, pertenezco a él siempre
con el afecto y formulo votos ardentísimos para que Dios lo haga próspero y lo
bendiga y pueda corresponder por número y por el valor de las personas a su tan
noble fin. [143]
Cada hombre es intérprete y sacerdote del
universo, lee el libro de las realidades terrenales y alaba al Autor, Señor y
Padre. El laico descubre y revela en las realidades temporales el reflejo de la
eternidad. Es el sacerdote de la casa y de la sociedad civil.
Es apóstol de la verdad, de la palabra,
del ejemplo, de la caridad, de la verdadera civilización, del auténtico
progreso. Por el bautismo es sacerdote, por la confirmación es soldado y
testigo.
En cooperación y comunión con el
sacerdocio ministerial, ofrece una contribución suya propia e indispensable
para la regeneración cristiana del mundo. La Iglesia es suya, como lo es de los
eclesiásticos. Como cosa propia la ama, la defiende, la anuncia con coraje. No
se avergüenza del Evangelio: en un siglo laicizado lo testimonia abiertamente,
con la profesión explícita de la fe, con la coherencia, con la energía de las
propias convicciones, con la actividad concorde y disciplinada.
a) EL SACERDOCIO DE LOS FIELES
“El hombre intérprete y sacerdote del
universo”
280.
Si nosotros no somos el último fin de las cosas creadas,
ciertamente en el orden físico somos su fin inmediato, ya que todas nos están
sometidas, todas nos sirven: constituisti eum super omnia opera manuum tuarum;
omnia subiecisti sub pedibus eius.
En efecto, ¿por qué difunde el sol los
torrentes inexhaustos de su luz? ¿Quién arrebata a la electricidad sus fuerzas,
destinándola a recorrer determinados caminos, a hacerse instrumento de
tracción, de movimiento, de vida nueva? ¿Quién constriñe un rayo solar a
transformarse en mágico pintor de las obras de la naturaleza y del arte? ¿Quién
sujeta el aire y el vapor a su carro para vencer en la carrera el vuelo de los
pájaros? ¿Quién mide con el cálculo la distancia de los planetas, su
superficie, determina el peso, analiza la sustancia? ¿Qué criatura explora el
camino de los astros centellantes? ¿Por qué Dios ha creado con tanta
magnificencia los tesoros del firmamento, de la tierra y del mar?
Todas estas maravillas no se explican,
todas estas cosas no tienen razón de ser, de multiplicarse, de durar sin el
hombre; todas en su propia naturaleza y fin revelan la necesidad del hombre en
la creación; quizás sin él caerían en la nada primitiva. Nosotros somos el fin
inmediato, temporal, subordinado de su existencia y duración.
El universo, por lo tanto, es para
nosotros como un gran libro, en el cual están registrados los innumerables
beneficios del Creador; nos permite leer sobre la faz de las cosas la palabra
del amor, de la sabiduría, de la omnipotencia de Dios, que de la nada las sacó
para nosotros y para nosotros las preserva de volver a entrar en la nada. ¡Al
hombre, por lo tanto, está asignado el honor y el deber, en la impotencia de
las demás criaturas, de hacerse para ellas intérprete y sacerdote del universo
al entonar en presencia de la naturaleza el himno de gloria y de reconocimiento
universal al creador! [144]
“Ciudadano de los años eternos”
281.
La religión católica que ha hecho conocer al hombre su grandeza
revelándole claramente ese fin altísimo al cual está ordenado, le ha impuesto
también deberes proporcionados a la sublimidad de ese fin. El cristiano ya no puede
más restringirse en su operar entre los angostos límites de la razón y del
tiempo, sin renegar su origen divino y su noble destino.
Ciudadano de los años eternos él debe
abrazar con el pensamiento ese horizonte inmenso que la revelación ha abierto a
su mirada, donde la tierra no figura más que como un reflejo del cielo y la
eternidad como la última sanción de las humanas acciones. Considerados bajo
este aspecto (que es el único verdadero), los acontecimientos más estrepitosos
pierden toda su importancia, o mejor dicho, no tienen otra importancia que la
que les deriva de la Religión, involucrada por mil relaciones en todas las
realidades humanas. El advenimiento y la caída de los imperios, las
revoluciones de los pueblos, el agitarse y el mezclarse de las naciones, son
como el juego de un poco de polvo en la inmensidad del espacio. Solamente la
religión aparece como la única realidad verdaderamente importante, y su
propagación y su triunfo, como la suprema razón de la providencia divina en los
eventos humanos.
En este designio grandioso nada se ve ya
aislado; un ser se liga a otro, una acción a la otra, todos los individuos como
todas las naciones cumplen con su tarea y la parte de trabajo asignada para la
perfección del edificio. Cumplirla, es un corresponder a las intenciones de la
Providencia, un entretejer en el tiempo esa corona eterna de justicia que San
Pablo veía ya sobre su frente antes de morir, dejarla imperfecta, es un
perturbar el orden, establecido por Dios, un traicionar su expectativa; es un
agravarse a sí mismos con la culpabilidad de ese siervo que enterraba el
talento en cambio de hacerlo producir.[145]
“También ustedes laicos deben ser
apóstoles”
282.
También ustedes deben ser Apóstoles, o hermanos; o sea hombres de
acción y sacrificio, celosos del honor de Dios, del honor de la Iglesia, de la
salvación de las almas. ¿Quizás no pueden también ustedes, si bien laicos,
ejercitar, en el pequeño mundo que los rodea, el apostolado de la palabra,
usando en el conversar, en el instruir, en el corregir un lenguaje que edifica?
¿el apostolado del ejemplo, profesando abiertamente, sin reparos humanos, su
fe? ¿el apostolado de la caridad, socorriendo a los pobres, visitando a los
enfermos, consolando a los afligidos, haciendo el bien a todos? ¿el apostolado
de la civilización, cooperando en la destrucción del pecado que hace míseros a
los pueblos y al incremento de la justicia que hace prosperar a las naciones?
¡Sí, sí! En las necesidades supremas de la patria cada ciudadano es un soldado.
En las supremas necesidades de la Iglesia cada creyente debe ser un apóstol,
ferviente y generoso. [146]
“También el laicado tiene su misión
apostólica”
283.
¿No son también los laicos soldados de Cristo? Por lo tanto, ellos
también deben empuñar en sus manos las armas en apoyo y defensa de su reino
(...). La acción del clero tiene límites que él no puede pasar, sea por
deficiencia de medios, sea por limitación de formas, sea por razones de
conveniencias, sea por la oposición que se le hace. El laico puede estar donde
no puede ir el sacerdote; frecuentemente su exhortación es mejor aceptada que
de boca de un sacerdote (...). También el laicado tiene su apostolado y,
permítanme decirlo así, su misión apostólica. [147]
“Todo cristiano nace apóstol”
284.
No todos, es cierto, están llamados como los Apóstoles a predicar
el Evangelio, pero todos están obligados en proporción y conforme a su estado,
a custodiar la causa de la religión, a sostener su defensa, a promover su
gloria, ya que todo cristiano, escribe Tertuliano, nace Apóstol, para impedir
que se acreciente el partido del error, se destruya el campo del divino
Agricultor, se hagan cismas y divisiones y crezca esa frialdad mortal, peor que
la muerte, que impide la atención a los propios deberes, a la piedad, a la
palabra de Dios, a la enmienda de las costumbres, al ejercicio de las virtudes
cristianas (...).
Quien no siente la necesidad de tomar
parte en el Apostolado para la defensa de la verdad y de la Iglesia, es signo
que no ha recibido los dones del Espíritu Santo, que no puede permanecer ocioso
cuando entra en un corazón. El es un espíritu activo, fecundo, lleno de
eficacia y de virtud y quien lo tiene dentro de sí habla con mucho gusto de
Dios y de las cosas divinas, está lleno de celo para instruir a sus hermanos en
las verdades de la doctrina cristiana, se declara siempre listo para morir por
la causa de Jesucristo y de su Iglesia. [148]
“No son ustedes una vejez en el ocaso,
sino una juventud que surge”
285.
Si puede parecer lejano el tiempo en que la sociedad desviada
vuelva al recto sendero, ustedes especialmente, queridos buenos laicos, a los
cuales la apostasía social despierta repugnancia y horror, a los cuales el
nombre de Dios es nombre de reverencia y de afecto, ustedes pueden apurar la
hora suspirada y disponer los ánimos de sus hermanos al arrepentimiento,
profesando ustedes en presencia de todos la fe, gloriándose del carácter de
cristianos, redoblando la laboriosidad y adscribiendo al honor de ustedes poder
servir al Señor, poderlo glorificar en sus discursos, en los escritos, en los
distintos encuentros de la vida.
Ustedes pueden mucho, ya que, como bien
los definió un insigne publicista, no son una vejez en el ocaso, sino una
juventud que surge. Les toca a ustedes adueñarse de la sociedad, rehacerla
cristiana, trabajando con amplitud de ideas, con tenacidad de propósitos, a fin
de que el espíritu católico se introduzca en todas partes e impregne todo lo
que es parte y elemento de la vida intelectual, moral y con frecuencia también
física del hombre.
¡Cuántas enseñanzas que, por lamentables
prejuicios, se hacen sospechosas en los labios del clero, no causan en cambio
profunda impresión en los del seglar! ¡Cuántas puertas, que permanecen cerradas
ante el ministro de Dios, se abren de par en par ante el hombre del mundo, que
podría, queriendo, llevar consigo el tesoro inestimable de la fe! ¡cuántas
maneras de acercarse a los hermanos, con los que ustedes tienen relaciones
cotidianas indispensables, para desengañarlos, hablar dignamente de Jesucristo
y de su Iglesia, que no se ofrecen o se ofrecen muy raramente al sacerdote!
¡Qué apostolado podría ser el de ustedes en la sociedad y qué fecundo! [149]
“Ustedes son los sacerdotes de la casa”
286.
La obra de los sacerdotes no podría alcanzar enteramente su objetivo,
si no viniese coadyuvada por los progenitores. A ustedes por lo tanto, queridos
padres, queridas madres, a ustedes que hacen sus veces, todavía una palabra
más. Los labios de los padres, escribe San Gregorio Magno, son los primeros
libros de los hijos. Sí, corresponde a ustedes educarlos, como enseña el
Apóstol, en la disciplina y en la instrucción del Señor, o sea en su santa ley
y en su doctrina evangélica.
Como desde la cuna los acostumbran a
reverenciarles, a hacerles un saludo, una caricia, a balbucear con sus labios
infantiles los nombres de ustedes; así desde la cuna acostúmbrenlos a unir sus
manitos para saludar devotamente al Señor; a pronunciar con respeto el Nombre
santísimo, a invocarlo, a adorarlo en todo lugar y a unirse a El con los vínculos
de la fe, de la esperanza y del amor (...).
No dejen además ocasión para infundir en
su corazón sentimientos nobles y elevados, para elevar su mente a pensamientos
celestiales. La de ustedes sea una enseñanza que se divide y casi se diluye en
cada acción, que al no revestirse del severo aparato de la cátedra, no se
siente la aridez y no infunde el aburrimiento, que sabe hacerse entender y
gustar por el lento como por el fácil ingenio, que entregado por una palabra,
por un gesto, y hasta por una mirada, por una sonrisa, tiene consigo al mismo
tiempo el precepto y los estímulos para practicarlo.
La instrucción religiosa es objeto de la
razón y del sentimiento: la razón es de los años adultos, el sentimiento es de
los años infantiles, por lo tanto la madre, como aquella en la cual el
sentimiento predomina, es también la educadora más amable y más poderosa. Los
recuerdos de una madre no se olvidan más (...).
Oh madres, aprovechen esta dulce y sublime
influencia de la cual las ha provisto el Creador; aprovéchenla para criarle
hijos dignos de El y podérselos ofrecer todos los días como hostias vivas y
gratas. Ustedes son los sacerdotes de la casa, como el sacerdote es la madre en
la Iglesia. Todas las delicias de ustedes residan en formar a Jesucristo en el
corazón de sus hijos. Rafael se inmortalizó pintando sobre la tela los
lineamientos de nuestro Señor transfigurado. Más feliz y más grande la madre
cristiana que hace de sus hijos imágenes vivas del Hijo de Dios. Con mayor
justicia que un famoso pintor ella puede decir: pingo aeternitati, ¡trabajo
para la eternidad! [150]
“En cada fibra del cuerpo social hicieron
penetrar el espíritu de Jesús”
287.
Tengan ante ustedes el ejemplo de los antepasados (...). Aún con
respecto a la vida pública ellos dieron el ejemplo de lo que debemos hacer
nosotros. Solícitos, como escribe un insigne apologista, más que de la forma
política, de la justicia y santidad de las leyes; convencidos que la religión,
esencialmente superior a los partidos civiles, debe ser servida por todos, no
servir a nadie; ajenos igualmente de la presuntuosa arrogancia que quiere que
se gobierne a la Iglesia a su modo y de la prudencia carnal, pródiga hacia el
mundo de concesiones y simulaciones culpables, verdaderos seguidores del
Redentor, verdaderos discípulos del Evangelio, verdaderos patriotas, ellos en
cada fibra del cuerpo social hicieron penetrar el espíritu de Jesucristo y
crearon las estupendas armonías del mundo cristiano y de la civilización
cristiana.
Si aquel espíritu, oh mis queridos, habita
realmente en ustedes, no puede suceder que no dé signos de vida, que no se
traduzca en acciones. Del alma de ustedes debe pasar a otras almas, a sus
familias, a los parientes, a los amigos, a los servidores, a los camaradas, a
los condiscípulos, a los escolares, a sus ciudadanos, a todo aquel gran o
pequeño mundo que los rodea. Este sacerdocio, este apostolado laical fue
siempre un deber y una gloria, hoy es absoluta, suprema, urgente necesidad. [151]
“La fuerza laica de la Iglesia de Cristo”
288.
A la acción del clero debe ir armoniosamente unida la acción del
laicado (...). Contra la Iglesia laica de satanás debe oponerse no solamente la
fuerza sacerdotal, sino también la fuerza laica de la Iglesia de Cristo. Es a
las dos fuerzas unidas que Dios ha reservado en todos los tiempos la victoria.
Las puertas del infierno, Él ha dicho, no prevalecerán contra mi Iglesia jamás.
Ahora la Iglesia, en su significado completo; la Iglesia, dilecta esposa del
Nazareno; la Iglesia reino inmortal del Dios viviente; la Iglesia cuerpo
místico de Jesús, no está constituida solamente por sacerdotes, ni sólo por los
Obispos, ni solamente por el Papa, sino por los Pastores junto con los fieles,
aunque los unos dependan de los otros. [152]
“Sean mediadores nuestros”
289.
Ciertamente no perecerá la Iglesia por las presentes batallas,
como no ha perecido por aquellas mucho más formidables de diecinueve siglos,
sin embargo sería desconocer la economía de la Providencia divina el abstenerse
de cooperar para su triunfo, por ello fue confiada al sacerdocio (...).
Jesucristo mismo (...) podría, sin duda,
defender y conservar a su Iglesia, pero por su gran benignidad llama a los
hombres al honor de ser sus cooperadores; llama no sólo al sacerdocio, sino también
al laicado; llama hombres y mujeres, grandes y pequeños, ricos y pobres, sabios
e ignorantes.
Comprendan, por lo tanto, la nobleza y
grandeza de la misión de ustedes, oh laicos, y traten de corresponderle
dignamente (...). Sean mediadores nuestros, como nosotros somos para el
beneficio de ustedes mediadores de Dios (...). ¿De qué sirve lamentar con
interminables quejas el decaimiento de la fe, la corrupción de las costumbres,
el desorden universal, si luego no queremos incomodarnos por nada, si no queremos
hacer nada para remediarlo, si en el momento de la lucha abandonamos el campo y
corremos cobardemente a escondernos? ¡Y qué! ¿no fuimos todos signados en la
frente con el crisma de la fortaleza, todos enrolados en la milicia de Cristo? [153]
“Cada hombre es apóstol de la verdad”
290.
Todos los medios lícitos para influir sobre esta sociedad, que,
católica en su mayoría, está gobernada por una minoría indiferente y
anticristiana, deben ser usados con coraje, con constancia, con disciplina por
todos. Digo por todos, porque sería un error gravísimo el creer que la defensa
de la religión es deber exclusivo del clero, mientras en cambio es un deber
general de todos aquellos que la profesan.
La Iglesia que es el cuerpo místico de
Cristo, es un cuerpo moral, compuesto por muchos miembros, aunque diferentes
los unos de los otros, pero todos unidos para formar un solo cuerpo, con tal
conformación y distribución que se favorecen recíprocamente y todas contribuyen
a la vida, al vigor, a la sanidad, a la conservación del mismo cuerpo. Por lo
tanto, ya que la Iglesia está formada por clero y laicos, no puede estar el
clero sin los laicos, ni éstos sin el clero. No, la religión no es un
patrimonio del cual sólo el clero es usufructuario, ella está para el bien de
todos y por lo tanto a todos corresponde la defensa.
No hay edad, oficio, o estado exento de
este deber; como no hay oficio, edad o estado excluido de sus beneficios.
Cuando, por el contrario, la religión se desvanece y las conciencias se
envilecen y la libertad se apaga, ¿es quizás desventura solamente del clero?
¿No es quizás también el laicado y toda la sociedad que de ello experimentan
daños gravísimos? Además, una fe que puede mirar con ojo indiferente el
arreciar del mal sin conmoverse y que en medio de las blasfemias y de los
escándalos no sabe encontrar en su celo otro mejor recurso que encerrarse en sí
misma para no perecer, es una fe que quizás a los demás podrá parecer buena,
pero que para mí, digo la verdad, no sé de que clase es. Y, en resumidas cuentas,
la religión es la verdad: deuda de cada hombre que posee la verdad es
propagarla, es participarla a quien no la conoce y es defenderla con todas las
fuerzas del alma cuando es atacada. En este sentido todo hombre es apóstol de
la verdad, como todo hombre puede ser su mártir. [154]
“Laicado e
Iglesia, dos entidades indisolublemente hermanas”
291.
¡Hermoso y consolador es el espectáculo que tenemos ahora ante
nosotros! Al lado de los sagrados Pastores, y mezclados con un grupo selecto de
Sacerdotes, nosotros vemos aquí un grupo no menos selecto de laicos, animados
todos por el deseo del bien, todos inflamados por el noble ardor de la más
santa de las causas, como es la causa de la Iglesia (...).
Hoy, desafortunadamente, entre el laicado
y la Iglesia, entre estas dos entidades, indisolublemente hermanas, se ha
tratado de levantar como un muro divisorio. Para lograrlo mejor, ¿qué hicieron
los secuaces del actual liberalismo? Se empeñaron en fomentar el odio a la
Iglesia, pintándola a los ojos del pueblo con los más tétricos colores. Todos
los nombres más queridos y más santos fueron por ellos, diré así, profanados y
cambiados por significados abominables para usarlos justamente en contra de
ella. El patriotismo, la libertad, la dignidad humana, la ciencia, la
hermandad, la igualdad, el progreso (nombres que en sus labios suenan irónicos
y chorrean sangre), fueron utilizados en contra de las personas, las cosas y
las instituciones de la Iglesia.
Ahora bien: conocer, amar, obedecer a esta
Iglesia, interesarse por sus luchas y sus triunfos, propagar sus doctrinas,
ayudar sus ministerios, tutelar sus derechos, reparar sus daños, confortar sus
dolores, he aquí, especialmente en nuestros días, uno de los más grandes
deberes de los católicos, he aquí hacia lo que deben tender los esfuerzos del
clero y laicado unidos. [155]
“Queremos ser cristianos verdad”
292.
Nosotros queremos ser cristianos de verdad, cristianos de fe y de
obras. Sacerdotes o laicos, cultos o indoctos, ricos o pobres, queremos unirnos
en una sola familia, cada uno a la sombra de nuestro templo y todos, como un
solo corazón y una sola alma, ofrecernos al Padre de los fieles, al santo
Vicario del Príncipe de la Paz y de la Justicia, obedientes y dóciles
ejecutores de todo lo que quiere y desea por el bien inseparable de la religión
y de la patria.
Queremos estar unidos entre nosotros como
verdaderos hermanos, no sólo en el templo, sino también fuera de él, para
ayudarnos y confortarnos recíprocamente, para difundir el honor del Jesucristo
y extender su reino en las familias, en las escuelas, en las administraciones
públicas, para asegurarnos y gozar, sin altanería, sin afán de dominar, el
derecho de aquella verdadera libertad cristiana que debe ser igual para todos y
no el absurdo privilegio de sectarias camarillas.
Queremos defender a la pobre juventud de
los malos ejemplos y de las doctrinas perversas, de las malas costumbres y de
toda acción corruptora para consuelo de sus familias y para bien y decoro del
país.
Queremos la libertad de la Iglesia, la
libertad de nuestro Jefe, la libertad de nuestro culto, la libertad del
trabajo, la libertad de santificar las fiestas, la libertad de ejercer nuestros
derechos más sagrados, en fin la libertad de los hijos de Dios. [156]
“Vastísimo es hoy el campo del laicado”
293.
Vastísimo es hoy el campo del laicado. Promover, ayudar, difundir
la buena prensa; unirse en Comisiones y Sociedades Católicas y organizarlas;
solicitar sin tregua la instrucción religiosa en las escuelas y el descanso festivo;
participar, hasta donde es lícito, en el gobierno de la cosa pública, mediante
la intervención en las elecciones administrativas; combatir donde es necesario,
con la palabra y con los hechos, la mort influencia del hábito masónico, que se
ha infiltrado ya en todas partes; echar, cuando se presente la ocasión, a esos
prepotentes, a esos ruines que en los Municipios osan ofender a veces los
sentimientos más delicados de un pueblo, permitiendo que se ultraje su fe y se
pisoteen sus derechos más sagrados, las tradiciones más apreciadas; reunir a
los jóvenes en el primer florecer de la vida en los Oratorios festivos y en las
escuelas cristianas, preservándolos así de la corrupción del mundo; prestar
ayuda a la augusta pobreza del Padre Común con el óbolo del amor filial; con el
óbolo de los clérigos pobres reabastecer de nuevos ministros al Santuario; con
instituciones crediticias extirpar la usura y socorrer las necesidades
especialmente de la clase obrera; reclamar calmos, prudentes, por las vías legales,
pero fuertes, valientes, sin titubeos, la libertad e independencia verdadera y
real del Sumo Pontífice, nuestro jefe y nuestro padre, de la manera querida por
él que es el único juez... son todas obras, una más necesaria y meritoria que
la otra, que sirven para confundir a los enemigos de la fe, para alimentar en
nosotros la llama de la caridad divina, y para mostrarnos verdaderamente, como
debemos ser, dignos hijos de la Iglesia de Jesucristo. [157]
“Yo no me avergüenzo del Evangelio”
294.
En las cosas de religión, ya se trate de dogma o de moral, de
preceptos o de consejos, de leyes de Dios o de la Iglesia, de culto o de
jerarquía, del Papa, de los Obispos o del sacerdocio menor, no sólo nuestro
lenguaje, sino nuestra vida debe ser como un grito que le diga a la tierra: Yo
no me avergüenzo del Evangelio (...).
Es la hora de profesar y practicar
francamente nuestra fe. Es la hora de poner en práctica la vigorosa
regeneración cristiana del pueblo, engañado e irritado por las mentirosas promesas
de quien, en cambio de bienestar y de riqueza, no le ha dado más que
humillaciones y miseria. Es la hora de abrazarlo con nuestra caridad, en nombre
de Jesucristo, para que no preste oído a mentirosas doctrinas y a promesas
todavía más falaces. Es hora de formarse unidos alrededor de nuestro Jefe
supremo, el vicario de Jesucristo. [158]
“¿Quizás el martirio no es para nosotros?”
295.
¿Quizás el martirio no es para nosotros? El Espíritu Santo nos
dice a cada uno en las divinas Escrituras: lucha por tu alma y combate hasta la
muerte por la justicia. Esta justicia es la verdad de Cristo, de la cual
aquellos que se alejan, piensan cosas injustas, y haciéndose operadores de
iniquidad, merecen el odio eterno de Dios (...).
Por esta verdad es necesario combatir denodadamente
hasta la agonía y la muerte. Y una hora de esta agonía en la vida, tarde o
temprano, llega para todos. Al menos, dice un Doctor, la asidua lucha del
espíritu con la carne, el dolor de un alma, que tal vez está atada a la tierra
como esclava, rechazada por el cielo como indigna, es agonía, es martirio; y el
tener el coraje de las propias convicciones, el llevar una vida cristiana ante
un mundo que ríe, porque no tiene el coraje de creer, está en cierto modo cerca
del martirio.[159]
“Debemos tomar abiertamente partido por
Dios”
296.
Muchos se mantienen católicos pero por pusilanimidad mantienen
escondida su fe. No nos condenemos al silencio cuando se blasfemia el nombre
tres veces santo de Dios y se escarnece nuestro Padre común, el Romano
Pontífice. No seamos de aquellos católicos de los cuales escribía el profundo
Pascal: indecisos por timidez, indulgentes por cálculo, no se sabría bien lo
que ellos piensan.
Ha llegado el tiempo de las grandes
decisiones. ¿No somos nosotros los hijos de los héroes y de los mártires? ¿no
somos nosotros los herederos de esa fe que resistía a los tiranos y a los
bribones? ¿No profesamos nosotros esa fe que ha vencido al mundo? Si esta fe
enseña que aquí abajo estamos en continua lucha con los enemigos espirituales,
¿no deberemos estarlo con los enemigos de la religión? Si el amor por la
religión debe armarnos para su incansable defensa, el primero y más fácil acto
de defensa es mostrarnos sin temor y sin ostentación religiosos, con palabras y
con hechos. [160]
“El coraje del bien”
297.
Ha llegado la hora de mostrar a los hijos del siglo, que se
proclaman libres, cuál es la verdadera libertad y en qué consiste. Si la vida
del cristiano es siempre una milicia, ¿qué será en nuestros días? Nosotros podemos
hacernos todas las ilusiones que queramos, pero la guerra, y una guerra más
insidiosa y feroz que nunca, arde hoy de un extremo al otro del mundo contra el
catolicismo (...). Nos toca a nosotros, hijos de la verdadera Iglesia de
Cristo, sostener intrépidos este combate, preclaro y santo por excelencia: el
manifestar ante la mirada de los amigos y de los enemigos toda la fuerza y el
entusiasmo del coraje católico, la fuerza y el coraje de un pueblo radiante de
todo el esplendor de la fe y de la esperanza cristiana. ¡Ah! ¿El coraje del mal
lo tienen los malvados hasta la desfachatez y solamente a los buenos les
faltará el coraje del bien? ¿Lo tendrán ellos para perderse y no nosotros para
salvarnos? ¿Aquellos estarán listos para la ruina de la juventud, mientras
nosotros, para educarla cristianamente, permanecemos tímidos y hesitantes?
Renuncian aquellos a toda consideración, pisoteando las honorables costumbres,
las leyes, la conciencia, la voluntad de todo un pueblo; ¿y nosotros, inundados
por la luz divina de diecinueve siglos, sostenidos por todo lo bueno y lo
verdadero que se recibe en la tierra, nosotros bendecidos y animados por el
Cielo, nosotros seguros de la inmortal corona, temblaremos? (...).
Especialmente ustedes, oh jóvenes, querida
esperanza de la Iglesia y de la patria, no olviden jamás que las luchas y
triunfos deben comenzar en sus corazones. El corazón de ustedes es el primer
campo en el cual se suscitan y se preparan las grandes cuestiones, los más
sagrados intereses de la Iglesia, de la Familia, de la sociedad civil (...). No
se dejen seducir por las charlatanerías de un mundo que ríe porque no tiene el
coraje de creer. Huyan de los apóstoles del error como huirían a la vista de
una serpiente venenosa. Profundicen con el estudio los principios de nuestra
religión santísima, posean la ciencia de la fe, sean creyentes por convicción
profunda y entonces nada podrán contra ustedes todas las seducciones del siglo.
Vencedores ustedes mismos levantarán entonces siempre más alto el estandarte de
la verdad cristiana, temerán solamente a Dios y serán verdaderamente libres. [161]
“Tengan la energía de sus convicciones”
298.
La energía, he aquí lo que en nuestros días falta en la mayoría.
La energía no es de ningún modo la firmeza, ya que esta puede ser también una
fuerza inerte; la energía no debe confundirse en absoluto con la fidelidad y
con la constancia, ya que ella es causa, no efecto de esas dos virtudes. La
energía no es de ningún modo la violencia, ya que la violencia se agota en un
esfuerzo pasajero y estéril. La energía es la fuerza del alma y de la voluntad,
pero una fuerza que resiste y que progresa, que resiste todos los asaltos, y
que vence todos los obstáculos, es una virtud conquistadora.
Entre las luchas más ardientes, ella se
mantiene en los límites precisos de la verdad; ella domina y dirige con
autoridad calma y soberana todas las facultades de la inteligencia y todos los
impulsos del corazón. Es la energía la que crea las grandes empresas (...).
Tengan también ustedes esta energía; ante
todo la energía de sus convicciones. Cuando uno tiene detrás de sí diecinueve
siglos de luz, de gloria y de beneficios; cuando uno tiene detrás de sí un
ejército invencible de apologistas y de doctores, la ciencia y el genio, la
castidad y el sacrificio, los apóstoles y los mártires; cuando, todavía hoy, la
Iglesia llena con tantas obras maravillosas la tierra, ¡oh, está bien seguro de
hablar y de obrar con santa independencia y con noble fiereza! ¡Se tiene el
derecho a mirar en la cara al error, sin palidecer!
Tengan energía contra las pasiones.
También éstas pueden lograr ser instrumentos eficaces del bien, si nosotros
sabemos frenarlas y dirigirlas, mediante la energía de la voluntad. Es como el
rayo que todo aplasta y destruye a su paso y pero que, hecho dócil en manos de
la ciencia, lleva el pensamiento del hombre a través del océano con la rapidez
del relámpago.
¿Tienen pasión y deseos de trabajar?
Vengan. El campo para recorrer es muy amplio. Leo el programa de ustedes
Señores: organización de los Católicos en Emilia; acción católica; actos de
religión y de culto; prensa, escuelas, etc. ¿Les invade la ambición? Oriéntenla
hacia la conquista de todo lo que es bello, de todo lo que es bueno, de todo lo
que es verdadero. Sí, hay una ambición santa: es la que nos grita
continuamente: ¡Más alto!, ¡Más alto todavía! ¡Más alto en la fatiga, más alto
en la virtud, más alto en el sacrificio, más alto en la influencia
regeneradora! ¡Más alto! Excelsior, excelsior!
Tengan la energía del apostolado, ya que
cada cristiano debe ser apóstol. ¿Cómo poseer la verdad, verla, sentirla,
amarla y no sentir la necesidad imperiosa de difundirla, de comunicarla a los
demás?
Tengan la energía que sabe resistir en la
hora de la prueba y del combate, ya que cada cristiano deber ser soldado (...).
Combatan como fuertes, pero al mismo tiempo con caridad. Los adversarios, diré
con un insigne escritor moderno, por más malignos que sean, pertenecen todavía
a la arquitectura del bien y si Dios asesta golpes vigorosos, cambiarán. Lleven
sus manos al santuario del corazón; recorran una por una todas las fibras,
hallarán también la fibra del amor. Tóquenla con la cortesía que es hermana de
la caridad; esa fibra se moverá y ustedes habrán conquistado un alma inmortal e
inclinado al cetro de la verdad un nuevo corazón. La verdad cristiana,
recuérdenlo siempre, quiere a su servicio no hombres que maten, sino que
salven; no pide verdugos sino víctimas. Piensen que el Apóstol describiendo la
armadura del soldado cristiano le da las sandalias, que él llama preparación
del Evangelio de Paz. En la escuela de Jesucristo combatir y vencer es amar. El
amor es triunfo, el odio derrota. [162]
“El carácter que produce la firmeza y el
coraje”
299.
El mérito más hermoso del hombre en la sociedad civil es el
carácter, fruto de convicciones profundas; el carácter que produce a su vez la
firmeza y el coraje al revelar con la frente alta y ante todos, cuando sea
necesario, la propia opinión. Una plaga fea de nuestro tiempo es
desgraciadamente la falta de este carácter, donde con frecuencia los hombres no
se comprenden entre ellos porque, como verdaderos camaleones, cambian ideas,
opiniones, lenguaje, según las personas que se le acercan (...). Es hora de
terminar con las conciencias ineficaces y los cobardes miedos. ¡Oh!, ¿por qué
no usamos también aquí toda nuestra libertad? [163]
“Es tiempo de despertarnos, es tiempo de
actuar”
300.
Para nosotros los que somos, por misericordia divina, creyentes,
corresponde el empeñarnos para salvar la sociedad y la patria de mayores
calamidades, tanto más que también nosotros, digámoslo francamente, no estamos
exentos de culpa. Fuimos, por demasiado tiempo, débiles, inciertos, casi
temerosos de la mirada hosca y del caminar engreído de los audaces demoledores
de esa fe, que debía ser para nosotros más preciada que la vida; y si no
quemamos incienso para sus ídolos, nos escondimos y los dejamos dueños de dañar
y de vaciar las cajas.
Es tiempo de despertarnos, es tiempo de
actuar (...). El que, ante tanta febril actividad de los malvados, se mantiene
apartado, es un traidor, un cobarde. El Evangelio está lleno de alegorías, de
preceptos, de reprimendas, de anatemas contra la desidia de los perezosos y la
esterilidad de las almas ociosas y ningún vicio es más frecuentemente y con más
fuerza atacado que éste.
¿Qué beneficio obtienen, les diré, el
lamentarse continuamente sobre los males que los afligen, si luego no hacen
nada para ponerle remedio? Sirve para una sola cosa: hacer que nuestros
enemigos sean más intrépidos, dado que ven en eso la pusilanimidad y la
debilidad de ustedes,. ¿No saben que los hechos de una época tienen por lo
general sus raíces en la época anterior, que el orden de los hechos sucede al
orden de las ideas, y que, por consecuencia, si queremos un mejor porvenir
debemos prepararlo desde ahora? (...).
No es bondad, no es fe, sino condenable
presunción la de esperar todo de los milagros. El verdadero fiel cree, sí, en
los milagros, pero sabe muy bien que éstos no son los medios ordinarios con los
cuales Dios gobierna el mundo; cree en los milagros, pero está bien persuadido
que éstos nunca serán obrados por Dios para satisfacer la vana curiosidad de
los tontos, ni para premiar la inercia y la haraganería de nadie. [164]
“La sociedad cristiana no rechaza los Nicodemos,
pero quiere el fuego de Pedro”
301.
Que los tímidos y los pusilánimes se fortalezcan, ya que la
sociedad cristiana no humilla a los ineptos, pero necesita leones; no rechaza
los Nicodemos, pero quiere el fuego de Pedro (...). En fin, si todos aquellos
que son católicos convencidos, lo mostraran con los hechos, ¿quién no ve que el
bien comenzaría a enfrentarse a la par con el mal, y los derechos de la mayor
parte de los ciudadanos serían más apreciados por aquellos por los cuales,
digámoslo todavía, los católicos se dejaron vencer? Y bien, sea éste el deber
de ustedes: obrar el bien unida, franca y valientemente. [165]
[1] Unión con la Iglesia, obediencia a los legítimos Pastores, Piacenza 1896, págs. 8-10
[2] Homilía de Pascua, 1879 (AGS 3016/4)
[3] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma de 1878, Piacenza 1878, págs. 17-18
[4] Homilía de Pascua, 1880 (AGS 3016/4)
[5] Id., 1893
[6] Homilía de Pentecostés, 1879 (AGS 3016/6)
[7] La Iglesia Católica, Piacenza 1888, págs. 38-40
[8] Carta pastoral, 3 de noviembre de 1881, Piacenza 1881, págs. 23-25
[9] La Iglesia Católica, Piacenza 1888, págs. 25-27
[10] Ibid., págs. 35-36
[11] Homilía de Todos los Santos, 1886 (AGS 3016/8)
[12] El Concilio Vaticano, Como 1873, págs. 115-117
[13] Homilía de todos los Santos, 1886 (AGS 3016/8)
[14] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma de 1879, Piacenza 1879, págs. 17-18. Hay que notar que en la época "religión católica" y "verdadera fe" eran puros sinónimos.
[15] Homilía de Todos los Santos, 1897 (AGS 3016/8)
[16] Ibid.
[17] El Concilio Vaticano, Como 1873, págs. 119-120
[18] Homilía de Pentecostés 1898 (AGS 3016/6)
[19] Homilía de Todos los Santos 1897, (AGS 3016/8)
[20] Para la
inauguración del Templo del Carmen en Piacenza, 17.2.1884 (AGS 3018/2). La cita
en latín está sacada de San Agustín.
[21] Por su retorno desde Roma, Piacenza 1882, págs. 21-22
[22] Católicos de nombre y católicos de hecho, Piacenza 1887, págs. 15-16. Scalabrini define "nuevo liberalismo" la actitud de los "intransigentes" ultrancistas (cfr. Biografía, págs. 677-680)
[23] Ibid., págs. 16-20. El Autor deplora el "sistema" de los "intransigentes" más radicales que tachaban de heterodoxia o de desobediencia a los "rosminianos" y a los "conciliadoristas" que disentían con ellos en materias opinables
[24] Intransigentes
y transigentes, Bolonia 1885, pág. 18
[25] Agradecimientos, Piacenza 1901, pág. 5
[26] El santo jubileo, Piacenza 1886, págs. 20-21. Una vez más el Autor deplora las violentas polémicas de los "intransigentes" y su tentativa de hecho, de obviar la autoridad de los Obispos con el pretexto de salvaguardar la del Papa
[27] La Iglesia Católica, Piacenza 1888, págs.
45-46.
[28] Al venerable clero y queridísimo pueblo, Piacenza 22.9.1894
[29] Homilía de Navidad, 1876 (AGS 3016/1)
[30] Unión con la Iglesia, obediencia a los legítimos Pastores, Piacenza 1896, págs. 14-15
[31] El Concilio Vaticano, Como 1873, págs. 214-215
[32] La Iglesia Católica, Piacenza 1888, págs. 10-13
[33] Intransigentes y transigentes, Bolonia 1885, págs. 16-17. Algunos "intransigentes" reprochaban a León XIII haber abandonado la rígida política que Pío IX había adoptado contra el gobierno italiano.
[34] Carta
a G. Bonomelli, 23.5.1883 (Correspondencia S. B., pág. 126). El
"partido" era el de los "intransigentes" más radicales.
"Ese programa": "Llorando los males de la Iglesia, me entregaré
por entero a la oración y al ejercicio del sagrado ministerio, haciendo por mi
cuenta lo que estime oportuno para el bien de las almas y no preocupándome de
otra cosa más que prepararme para la muerte” (Id. 19.9.1882. Ibid., pág. 71).
[35] Id., 6.5.1891 (ibid., págs. 284-285)
[36] Id., enero 1886 (ibid pág. 191). La máxima es de Antonio Rosmini
[37] La Iglesia Católica, Piacenza 1888, págs. 14-15
[38] Unión con la Iglesia, obediencia a los legítimos Pastores, Piacenza 1896, págs. 31-32
[39] Ibid., págs. 18-19. La Carta Pastoral fue escrita en ocasión del "cisma de Miraglia" (cfr. Biografía, págs. 872-905)
[40] Carta Pastoral del 23.1.1878, págs. 1-5. La carta fue escrita después del ataque que el obispo sufrió por parte de los anticlericales por haber obedecido a las órdenes de la Santa Sede en ocasión de los funerales de Vittorio Emanuele II (Biografía, págs. 624-628)
[41] Ibid. págs. 5-7
[42] La Iglesia Católica, Piacenza 1888, págs. 30-31
[43] Católicos de nombre y católicos de hecho. Piacenza 1887, págs. 24-25. El Autor sostiene, en oposición a los "intransigentes" que el primer "derecho" de la Iglesia es la caridad
[44] Ibid., pág. 27
[45] Palabras pronunciadas en ocasión del desastre de la isla de Ischia, 4.8.1883 (AGS 3018/23)
[46] Discurso sobre el SS. Crucifijo, 1880 (AGS 3017/3)
[47] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma del año 1893, Piacenza 1893, págs. 13-14
[48] Óbolo de San Pedro, Bolonia 1900, págs. 5-8. Carta colectiva de los Obispos de la región emiliana, redactada por Monseñor Scalabrini
[49] El Concilio Vaticano, Como 1873, págs. 172-173
[50] Homilía de Pentecostés, 1900 (AGS 3016/6)
[51] Al venerable clero y querido pueblo de la ciudad y de la Diócesis, Piacenza 1878, pág. 5
[52] Carta a León XIII, 15.2.1879 (AGS 3019/2)
[53] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma de 1879, Piacenza 1879, pág 5
[54] Actos y documentos del Primer Congreso Catequístico..., Piacenza 1890, pág. 238
[55] Homilía de San Pedro 1899 (AGS 3016/7)
[56] Sobre el Opúsculo "La Carta del Excelentísimo Cardenal Pitra" - Los comentarios - La palabra del Papa, Piacenza 1885, págs. 20-21
[57] Carta a Pío IX, 5.4.1876 (AGS 3019/1) (traducción del latín)
[58] Carta a León XIII, 27.3.1893 (AGS 3019/2)
[59] Carta Pastoral, 15 de Agosto 1895, Piacenza 1895, págs. 6-7.
[60] Ibid, págs. 11-12
[61] Carta a León XIII, 21.1.1901 (ASV-SE, Rub. 3/1901, fasc. 3, Prot. N. 61381)
[62] La elección del nuevo Pontífice Pío X, Piacenza 1903, págs. 5-6
[63] Primera Carta Encíclica de Su Santidad Pío X, Piacenza 1903, págs. 6-7
[64] Espíritu de gozo, Piacenza 1878, págs. 4-5
[65] Universo Nuestro Clero, Piacenza 1888, págs. 3-4 (trad. del latín). La carta fue escrita en ocasión del decreto "Post Obidum" que condenaba 40 proposiciones de Rosmini (cfr. Biografía págs. 707-722). Los sacerdotes de Piacenza estaban divididos en "tomistas" y "rosminianos" (cfr. ibid., pág. 696-702).
[66] Primera Carta Pastoral, Como 1876, págs. 1-2
[67] Unión con la Iglesia, obediencia a los legítimos Pastores, Piacenza 1896, págs. 19-20
[68] Carta
Pastoral para la visita Pastoral, Piacenza 1876, págs. 5-7.
[69] Discurso para el jubileo episcopal de Mons. Bonomelli, Cremona 1896, págs. 7-8.
[70] Ibid., págs. 8-10
[71] Ibid., págs. 12-14
[72] Para
la consagración de Mons. Angel Fiorini, 26.11.1899 (AGS 3018/4)
[73] Carta a Mons. Bonomelli, 10.6.1892 (Correspondencia S.B. pág. 297). León XIII había amenazado con quitarle a Bonomelli el gobierno de la diócesis de Cremona
[74] Id., 2.3.1893 (ibid., págs. 102-103). El "pobre arzobispo" humillado por el Pbro. David Albertario era Mons. Luis Nazari di Calabiana de Milán (Cfr. Biografía, págs. 553-554)
[75] Id., 14.1.1893 (ibid pág. 88). El "conocido diario" es `El Observador Católico de Milán' (cfr. Biografía, pp. 551-553).
[76] Carta al Card. G. Simeoni, 14.1.1889 (AGS 3/1). El folleto es "El Proyecto de ley sobre la inmigración italiana", en el cual Mons. Scalabrini solicita al gobierno la exención de los clérigos aspirantes a misioneros del servicio militar a cambio de un "servicio civil" de 5 años, a cumplir dictando clases a los emigrados
[77] Ibid. "El Observador Católico" había insinuado que Mons. Scalabrini había mandado a su hermano, prof. Angel Scalabrini, a inspeccionar la situación religiosa de las colectividades italianas en el exterior (cfr. Biografía, págs. 34-35).
[78] Primera Carta Pastoral, Como 1876, págs. 2-3
[79] Discurso para el jubileo episcopal de Mons. G. Bonomelli, Cremona 1896, págs. 14-15
[80] "Unión con la Iglesia, obediencia a los legítimos Pastores", Piacenza 1896, págs. 42-44. La "piedra del escándalo" era el sacerdote apóstata Presbítero Pablo Miraglia (cfr. Biografía, págs. 872-905)
[81] Discurso para el jubileo episcopal, 1901 (AGS 3018/3)
[82] Sobre el Opúsculo La Carta del Excmo. Card. Pitra - Los comentarios - La palabra del Papa, Piacenza 1885, págs. 13-14. El opúsculo deplorado por Scalabrini apoyaba a los "intransigentes" extremistas, que pretendían ser la única voz "católica" y con mucha facilidad tachaban de herejes a sus adversarios
[83] Ibid., págs. 18-20
[84] Carta al Card. A. Agliardi, s.f. (AGS 3020/2). El Card. Wlodimir Czacki habitualmente manifestó ideas concordantes con las de Scalabrini. El periodismo era el de Albertario, Des Houx, Nocedal, etc. El "opúsculo" se publicará en 1899 con el título "El socialismo y la acción del clero".
[85] Carta a León XIII, 16.8.1885, publicada en Leonis XIII Epístola ad Archiepiscopum Parisiensem, Roma 1885, págs. 144-145. Con la Carta al Card. Guibert, arzobispo de París, León XIII había condenado los excesos del periodismo más intransigente (cfr. Biografía, págs. 580-581).
[86] Sobre el Opúsculo La Carta del Excmo. Card. Pitra - Los comentarios - La palabra del Papa, Piacenza 1885, págs. 21-22.
[87] Ibid., págs. 17-18.
[88] Obediencia, unión, disciplina (AGS 3018/20): es un bosquejo preparado por Scalabrini para una pastoral colectiva del episcopado emiliano.
[89] Ibid.
[90] Ibid.
[91] Discurso para el jubileo episcopal de Mons. G. Bonomelli, Cremona 1896, págs. 10-11
[92] Homilía de Navidad, 1885 (AGS 3016/1). En 1885 los Evangélicos Metodistas habían abierto una iglesia en Piacenza
[93] Católicos de nombre y católicos de hecho. Piacenza 1887, págs. 21-22. El Autor defiende aquí a Bonomelli, acusado de "liberalismo" porque auspiciaba la conciliación entre la Santa Sede y el Estado italiano (cfr. Biografía, págs. 679-682).
[94] Ibid., págs. 23-24. Está aquí citado M. Salzano, "El Catolicismo en el siglo XIX”.
[95] Carta al Cardenal M. Rampolla, 17.7.1893 (ASV-SE, Rub. 3/1893, fasc. 1, Prot. 13276).
[96] Carta a León XIII, 19.11.1881 (Correspondencia S.B., págs. 39-40). Por "revolución en la Iglesia" Scalabrini entendía la violación del "principio jerárquico", o sea de la autoridad del Obispo, en dependencia con el Papa y no de sacerdotes o laicos, sobre la diócesis (cfr. Biografía, págs. 524-531).
[97] Homilía de San Pedro 1898 (AGS 3016/7).
[98] Discurso ante la Academia para el jubileo episcopal, 1901 (AGS 3019/2).
[99] Carta a León XIII, 28.4.1903 (AGS 3019/2)
[100] Elogio fúnebre a Mons. Angel Bersani Dossena obispo de Lodi, 1887 (AGS 3018/7).
[101] Los
derechos cristianos y los derechos del hombre, Bolonia 1898, págs. 3-4 (Carta
pastoral colectiva del episcopado emiliano, redactada por Scalabrini).
[102] Carta a G. Bonomelli, 22.9.1881 (Correspondencia S.B., pág. 16). "El Observador Católico" se había inmiscuido indebidamente en un asunto interno de la diócesis de Piacenza, como la destitución del rector del seminario can. Savino Rocca por motivos de disciplina (cfr. Biografía, págs. 495-503).
[103] Carta a León XIII, 26.9.1881 (AGS 3019/2).
[104] Carta
a G. Bonomelli, agosto 1882 (Correspondencia S.B., pág. 64). Mons.
Guindani era obispo de Bérgamo
[105] Id.,
11.9.1881 (ibid., pág. 14).
[106] Id.,
28.4.1890 (ibid., pág. 267). Las "censuras de
[107] Id.,
19.9.1882 (ibid., pág. 70).
[108] Id.,
22.11.1881 (ibid., pág. 35).
[109] Primera
carta pastoral, Como 1876, pág. 4.
[110] Unión con la Iglesia, obediencia a los legítimos Pastores, Piacenza 1896, págs. 22-23
[111] "El sacerdote católico",
Piacenza 1892, págs. 20-21.
[112] Ibid., págs. 15-16.
[113] Ibid., págs. 16-17.
[114] Discurso
al clero en la congregación de los casos de conciencia, 1877 (?) (AGS 3018/1)
(trad. del latín).
[115] El sacerdote católico, Piacenza 1892, pág. 25.
[116] Circular del 7.2.1898, Piacenza 1898, págs. 22-23.
[117] Tercer discurso del 2° Sínodo, 4.5.1893. Synodus Dioecesana Piacentina Secunda..., Piacenza 1893, pág. 195 (trad. del latín).
[118] Ibid., págs. 195-196.
[119] El sacerdote católico, Piacenza 1892, págs. 37-38
[120] 2° Discurso del 2° Sínodo, 3.5.1893. Synodus Dioecesana Placentina Secunda..., Piacenza 1893, págs. 179-180 (trad. del latín).
[121] Ibid., págs. 180-181
[122] Ibid., págs. 181-182.
[123] Tercer discurso del 3er. Sínodo, 30.8.1899, Synodus Dioecesana Placentina Tertia..., pág. 248 (trad. del latín).
[124] Ibid., págs. 248-249.
[125] Ibid., págs. 249-250.
[126] Ibid., pág. 251
[127] El sacerdote católico, Piacenza 1892, pág. 32
[128] Fe, vigilancia, oración, Piacenza 1899, pág.
17
[129] 3er
discurso del 3er. Sínodo, 30.8.1899. Synodus Dioecesana Placentina Tertia...,
Piacenza 1900, pág. 255 (trad. del latín).
[130] Ibid., págs. 253-254
[131] Ibid., págs. 252-253.
[132] Traducción parcial de las Monitiones hechas por el Obispo en el tercer sínodo (Ibid., págs. 204-216).
[133] Tercer discurso del 2° Sínodo, 4.5.1893. Synodus Dioecesana Placentina Secunda..., Piacenza 1893, págs. 187-188 ( trad. del latín).
[134] Ibid., págs. 185-186
[135] Ibid., pág. 189-190
[136] Ibid., pág. 191
[137] Obra de S. Opilio, Piacenza 1892, págs. 10-11.
[138] Ibid., págs. 13-14
[139] Ibid., págs. 19-20.
[140] Ibid., págs. 14-15
[141] Ibid., págs. 7-9
[142] Carta a G. Bonomelli, 14.10.1897 (Correspondencia S. B., pág. 342).
[143] Carta a Mons. G. Marinoni, 27.3.1882 (Archivo del Instituto Pontificio para las Misiones Extranjeras, Milán).
[144] Para la inauguración del Templo del Carmen en Piacenza, 17.2.1884 (AGS 3018/2). El pensamiento de Scalabrini sobre los "religiosos" se puede sacar de la Parte V, "La vida religiosa".
[145] Primera reunión anual de los Comités parroquiales (1882?) (AGS 3018/18).
[146] Panegírico de San Columbano, 9.9.1894 (AGS 3017/4).
[147] El Catequista Católico, 1901, v. I, págs. 257-258.
[148] Homilía de Pentecostés, 1876 (AGS 3016/6).
[149] Unión, acción, oración, Piacenza 1890, págs. 8-10
[150] Educación cristiana, Piacenza 1889, págs. 31-33.
[151] Carta pastoral para la Santa Cuaresma del año 1893, Piacenza 1893, págs. 21-23.
[152] Acción
Católica, Piacenza 1896, págs. 16-17
[153] Ibid., págs. 18-20
[154] Para la inauguración de los Comités diocesano y parroquiales, 18.4.1881 (AGS 3018/18).
[155] Apertura IV Reunión regional de la Obra de los Congresos, 11.6.1897 (AGS 3018/18).
[156] Clausura de la IV Reunión regional de la Obra de los Congresos, 12.6.1897 (AGS 3018/18).
[157] Apertura IV Reunión regional de la Obra de los Congresos, 11.6.1897 (AGS 3018/18).
[158] Clausura IV Reunión regional de la Obra de los Congresos, 12.6.1897 (AGS 3018/18).
[159] Para el solemne reconocimiento de las reliquias de los Santos Antonino y Víctor, Piacenza 1880, págs. 29-30.
[160] Para la inauguración de los Comité Diocesano y parroquiales, 18.4.1881 (AGS 3018/18).
[161] Discurso para la fiesta de San Antonino, 1893 (AGS 3017/5)
[162] Palabras para la II Reunión regional de los Comités católicos, 24.4.1889 (AGS 3018/18).
[163] Cómo santificar las fiestas, Piacenza 1904, pág. 33
[164] Apertura IV Reunión regional de la obra de los Congresos, 11.6.1897 (AGS 3018/18).
[165] Para la inauguración de los Comités diocesano y parroquiales, 18.4.1881 (AGS 3018/18).