a) El Dios en nosotros: recapitular todo en Cristo
b) El Dios con nosotros: Cristo en la Eucaristia
c) El Dios para nosotros: Cristo crucificado
2. «VIVO EN LA FE DE JESUCRISTO»
b)
La respuesta al don de Dios
c)
La oracion alimento de la fe
«Hombre
todo de Dios y todo para Dios» fue definido Mons. Scalabrini. Su vida fue
«teologal», consagrada a Dios y a la causa de Dios. Los pensamientos y los
textos citados revelan la dimensión esencialmente cristológica de su vida de
fe.
Cristo
es el Dios-en-nosotros: el Amor encarnado en la humanidad y difundido en
nuestros corazones por el Espíritu.
Cristo
es el Dios-con-nosotros: el Amor venido a poner su morada entre nosotros en
Cristo
es el Dios-para-nosotros: el Amor usque in finem [hasta el fin], muerto y resucitado
para hacernos partícipes de su vida, muerte y resurrección.
El cristiano está justificado y santificado por la fe en Cristo. La fe es el don con el cual Dios se da totalmente al hombre: el hombre le responde con el don total de sí, orientando constantemente la mente y el corazón hacia Dios en la oración y recibiendo del Espíritu la luz que revela el misterio del hombre y de la historia, en camino hacia la realización del Reino de los cielos.
El
ideal de espiritualidad que Mons. Scalabrini persigue es el de ofrecer su
persona a Cristo, para que en ella El prolongue su Encarnación: continúe, por
lo tanto, a través de ella amando, viendo, hablando y operando en modo visible
y palpable como lo hizo durante su vida terrenal: "Ya no vivo yo, sino que
Cristo vive en mí".
Cristo,
presente en el misterio pascual que se prolonga en la vicisitud humana, camina
con nosotros, haciéndose nuestro prójimo en los compañeros de viaje,
especialmente en aquellos en que ha impreso en forma más manifiesta su imagen:
Cristo
es todo: divinidad y humanidad, trascendencia e inmanencia, causa y fin de todo
lo creado, centro del mundo visible e invisible, primera fuente y último
término de nuestra vida, el Camino,
Cristo es el
Emanuel: en
Cristo
murió en la cruz por amor hacia nosotros. Su sacrificio pide nuestro
sacrificio. Para con-resucitar debemos con-morir: es el significado de la
penitencia cristiana, que nos despoja del hombre viejo para revestirnos del
hombre nuevo según Cristo. Sólo
a) el dios en
nosotros: recapitular todo en cristo
«Es
el Verbo de Dios, el Alfa y el Omega, el Mesías»
1.
¿Quién es Jesucristo? El es
el Alfa y el Omega, el principio y el fin (Apoc. 1, 8). El es anterior a todos,
el primogénito de toda la creación (Col. 1, 15). Es el heredero, el centro del
mundo visible e invisible (Heb. 1, 2), el compendio de los siglos (Heb. 13, 8).
Sin la luz que emana de El todo es bruma; sin su obra, el orden de la
naturaleza y de la gracia, el hombre y el mundo, el pasado y el futuro son un libro
cerrado con siete sellos (Apoc. 5, 1). [1]
«El
centro de la creación»
2.
Jesús es el centro común de
la creación; es el anillo precioso que une la obra del Omnipotente al Creador divino;
es la meta de todas las obras y de todos los designios de
«El
Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros»
3.
¡Misterio grande, misterio
inefable, misterio dulcísimo! Quiere decir, por lo tanto, que el Verbo de Dios
se hizo carne y puso su morada entre nosotros (Jn. 1, 14), que la divinidad se
unió a la humanidad y que el Invisible se hizo visible, el Omnipotente se hizo
débil, el Eterno comenzó a existir, el Inmenso se hizo limitado, llegado a ser
lo que no era sin cesar de ser lo que era (Flp. 2, 6). Quiere decir que si en
una época las naciones temían al sólo nombrar la divinidad, nosotros tenemos a
un Dios que no quiere ser temido, sino amado (Rom. 8, 15). Por lo tanto, deja
la gloria; oculta la majestad, se despoja de toda ostentación de grandeza para
no manifestarse más que como hombre (Flp. 2, 7).
El es Aquel que
habita en la altura de los cielos, que se pasea sobre las alas de los vientos y
que mide con una sola mirada la tierra, El es Dios (Jn 1, 1); sin embargo casi
teme manifestarlo y parece cuidarse de no dejar aparecer de Sí más que la sola
humanidad para hacer completamente popular su clemencia (Tit. 3, 4). [3]
«En
Él estamos envueltos por el Padre en un único acto de amor»
4
Dios ama a su Hijo y lo ama
esencialmente y es imposible que se complazca en otros más que en Él, porque el
amor de Dios es infinito y no puede tener otro objeto que un objeto infinito:
Hic est Filius meus dilectus in quo mihi bene complacui [Este es mi hijo
predilecto en el cual he puesto mi complacencia] (Mt. 17, 5). Pero ese Hijo
suyo querido se hizo hombre. Por lo tanto, en Él ama al hombre. Con una única
complacencia y dilección, en Jesús abraza todo, también el cuerpo, también la
carne, también el alma. Ahora nosotros somos aquella carne, aquellos huesos;
nosotros somos aquella naturaleza; somos un cuerpo con Cristo y en El y por El
somos hechos hijos de Dios, mejor dicho, el mismo Hijo de Dios que se prolonga
en nosotros. Por lo tanto, nosotros también en El estamos envueltos y
comprendidos por el Padre en un solo acto de amor; y como en nosotros y sobre
nosotros se extiende y despliega la filiación por la cual Cristo es Hijo de
Dios, así también se extiende y despliega en nosotros el amor del Padre y por
lo tanto en su Hijo de por sí grato y querido para El, también nosotros estamos
hechos para ser gratos y queridos para El: gratificavit nos in dilecto Filio
suo [Nos ha complacido en su amado Hijo]. [4]
«Todo
lo tenemos en Jesús»
5
Jesucristo es la luz del
mundo (Jn. 8, 12), es el Camino,
«Es
nuestro, verdaderamente nuestro, totalmente nuestro»
6
Haciéndose hombre he aquí
que, Él, el Eterno, el Inmenso, el Creador y Señor del universo, el Rey inmortal
de los siglos, es nuestro amigo, nuestro hermano, el compañero de nuestro
exilio. Desde ese día, hasta el fin de los tiempos, Él no nos abandonará más,
viviendo primero treinta años de nuestra vida mortal y luego, haciendo morada
entre nosotros bajo los velos Eucarísticos: Se nascens dedit socium [Naciendo
se hizo nuestro compañero].
Con una delicadeza de
amor todavía más singular, Él se convertirá en nuestro alimento. Nada es para
nosotros más íntimo que el alimento, ya que asimilándose a nuestra sustancia
conserva y renueva nuestras fuerzas. Y es justamente bajo esta forma que Jesús
quiere pertenecernos: convescens in edulium [al comerlo se hizo nuestro
alimento].
No es suficiente.
Sobre
Finalmente, después
de haberse entregado a nosotros de todas estas maneras, Él coronará sus
beneficios dándose a los elegidos en los esplendores de la gloria para ser su
recompensa eterna: se regnans dat in praemium [reinando se hace nuestro
premio].
Sí, Jesús desde ese
día es nuestro, verdaderamente nuestro, totalmente nuestro. Él sea todo para
nosotros. ¡Feliz quien llega a comprenderlo, y comprendiéndolo, no busca, no
desea, no quiere sino a Jesús!. [6]
«Es
necesario que Jesucristo viva en nosotros»
7
Es necesario que Jesucristo viva
en nosotros; es necesario que Jesucristo actúe en nosotros continuamente,
pudiendo sólo Él reconciliar a la tierra con el cielo, pudiendo sólo El amar a
Dios cuanto es posible amarlo y rendirle el honor que le es debido.
¿Mas, cómo puede Él,
Jesucristo, vivir en nosotros? Lo hemos dicho: mediante su espíritu: in hoc
cognoscimus quia in eo manemus et ipse in nobis, quoniam de spiritu suo dedit
nobis [en esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros, en que nos ha
dado de su espíritu] (1 Jn. 5, 13); y el espíritu de Jesucristo es espíritu de
humildad, es espíritu de caridad, es espíritu, sobre todo, de abnegación, de
sacrificio, de penitencia. [7]
«Viene a la tierra
para hacernos vivir de su vida»
8
Jesús viene a la tierra para
hacernos vivir de su vida, para hacernos, por así decir, una sola cosa con Él.
Yo he venido, dice Él mismo, para que tengan vida y la tengan en abundancia.
Ahora esta vida que Jesús viene a comunicarnos uniéndose a nuestra alma, es su
misma vida.
La unión de Jesús con
el alma cristiana, he aquí el fundamento de todo el orden sobrenatural. Por
ella el hombre se eleva hasta la participación en la naturaleza divina y en
ella eleva todo lo creado. Todo es de ustedes, grita el Apóstol, el mundo, la
vida, la muerte, el presente, el futuro. Ustedes son de Cristo y Cristo es de
Dios: omnia vestra sunt. Vos autem Christi, Christus
autem Dei [Todo es de ustedes. Ustedes son de Cristo,
Cristo es de Dios].
Palabras admirables
que nos revelan toda la sublime economía del Evangelio. Unida al Verbo por
«El
mismo debe ser nuestra vida»
9
No solamente debemos vivir
en Jesucristo, sino que Él mismo debe ser nuestra vida y debe vivir en
nosotros. Vivir en nosotros con su espíritu, con su gracia, con el sello de sus
misterios, con la aplicación de sus
méritos, con la eficacia de sus Sacramentos y, sobre todo, con el de su Cuerpo
y el de su Sangre, de manera que podamos decir con el Apóstol: no soy yo el que
vive, sino Jesucristo que vive en mí: vivo autem jam non ego; vivit vero in me
Christus (Gal. 2, 20). Ello quiere decir, escribe el dulce Doctor de Ginebra,
San Francisco de Sales, que Jesús habita en nuestro corazón, y en él reina como
dueño y como rey; que su espíritu se extiende, se dilata en nosotros, y como un
calor vital allí señorea, endereza todo, calienta todo, santifica todo,
diviniza todo, y ama en el corazón, piensa en la mente, habla en la lengua,
opera en las manos y las fuerzas se consumen en Él, los estudios se hacen para
su gloria, los deberes se cumplen por su gracia, los dolores se padecen por su
amor, los esparcimientos, los mismos alimentos se toman para agradarle a Él, su
trono está levantado en el interior del cristiano: regnum Dei intra vos est [el
reino de Dios ya está dentro de ustedes] (Lc. 17, 21).
Una moneda debe tener
el sello de su Soberano, porque de otro modo no vale, no tiene curso en el
comercio, y de la misma manera las obras del cristiano no valen para la compra
del cielo, ya que nada agrada a su eterno Padre si no expresa la imagen de su
Hijo y si no lleva en cierto modo su carácter. Nosotros, nosotros mismos,
Venerables y Queridos. Hermanos, no
seremos introducidos a la gloria, si no somos hallados conformes a este divino
Modelo (Rom. 8, 29). [9]
«Jesús
como espejo, Jesús como modelo, Jesús como sello»
10
El modo de conversar sea el
de Jesús (...), la mirada de los ojos sea la de Jesús, la mansedumbre de los
modales sea la de Jesús; Jesús como espejo, Jesús como modelo, Jesús como sello.
Él en emitir los juicios, en trazar los caminos, en decidir las preferencias;
Él en gobernar, en dirigir, en señorear nuestra vida, Él finalmente nuestro
amor, nuestro gozo, nuestra corona, el pensamiento de nuestra mente, el latido
de nuestro corazón, las alas de nuestras aspiraciones, el sonido que endulce
nuestros oídos, el bálsamo que mitigue nuestros dolores, el bastón que nos
sostenga en el peregrinar terrenal, el himno y el cántico que resuene en
nuestros labios y desde el tiempo nos acompañe a la eternidad. [10]
«Convertirnos
en otras tantas copias suyas»
11
Un pintor, que quiera
retratar fielmente sobre la tela alguna persona amada, ¿qué hace? tiene siempre
los ojos puestos sobre esa persona, para no hacer trazos con el pincel que no sirvan
para representar algún rasgo del original. Así debemos, en cierto modo, hacer
nosotros. Es necesario que todos nuestros pensamientos, que todas nuestras
palabras, que todas nuestras acciones, que todos nuestros deseos, que todas
nuestras disposiciones, que todos nuestros padecimientos, sean como otros
tantos trazos de pincel, que formen y expresen en nosotros algún rasgo de la
vida de Jesucristo, hasta convertirnos en otras tantas copias suyas.
Ello ocurrirá,
Venerables y Queridos Hermanos, ¿saben cuándo? Cuando juzguemos todas las cosas
como Jesucristo las ha juzgado. Cuando amemos lo que Él ha amado y de la misma
manera que Él ha amado. Cuando tengamos en nuestro corazón los mismos
sentimientos y las mismas disposiciones que Él ha tenido en su corazón.
No todos, es cierto,
estamos obligados a vivir en una pobreza exterior tan grande como fue la
pobreza en la que Él vivió, como tampoco no todos estamos obligados a sufrir
los tormentos inefables que Él debió sufrir; sin embargo todos indistintamente,
grandes y pequeños, ricos y pobres, sacerdotes y laicos estamos obligados a
tener sus mismas disposiciones interiores de pobreza, de humildad, de caridad,
de sacrificio y de todas las demás virtudes cristianas, de modo que estemos
dispuestos a sacrificar todo, a sufrir todo, también la muerte, antes que
faltar a su santa ley: hoc enim sentite in vobis quod et in Christo Jesu
[tengan los mismos sentimientos de Jesucristo] (Flp. 2, 5).
Sin embargo, no nos
hagamos ilusiones mis amados. Nosotros no tendremos jamás esta conformidad
interior con Jesucristo, si no tenemos también con Jesucristo alguna
conformidad exterior. La vida de Jesucristo, dice el Apóstol, debe manifestarse
en nuestra carne mortal (1 Co. 4, 11). [11]
«Discípulos
de un Dios pobre, humilde, crucificado»
12
Sí, también en nuestro
exterior debemos hacer notar que somos discípulos de un Dios pobre, humilde y
crucificado. Sin esto, ¿de qué serviría declararnos y jactarnos de ser
cristianos? Siempre será verdad, que cualquier cosa que nosotros hagamos tendrá
como motivo o el espíritu del hombre viejo o el espíritu del hombre nuevo. Si
conformamos nuestro exterior con los sentimientos del primero, somos
culpables; en cambio con el espíritu del
segundo, todo es santo en nosotros, todo en nosotros es participación de la
vida de Jesucristo, ya que Jesucristo solamente vive en nosotros mediante su
espíritu (...).
No basta por lo tanto
obrar bien, ser honestos, vivir, como suele decirse, como caballeros, combatir
y sufrir de cualquier manera, para que nuestra vida pueda decirse cristiana; no
es suficiente. Es necesario hacer absolutamente todo esto con la mirada puesta
en Dios, con la intención en Jesús, con el sometimiento, con el amor y con el
espíritu de Jesucristo. Debe ser Jesucristo el principio y el fin de nuestras
obras, el alma de nuestra alma, la vida de nuestra vida. [12]
«Es
Cristo quien enciende el amor»
13
La vida consiste
principalmente en el amor sin el cual, dice San Juan, se permanece en la
muerte. Y la gracia del Salvador es aquella que llena el alma con este bálsamo
de vida. Es Cristo quien enciende este amor, mostrando el prodigio
incomprensible de su muerte, que urge, que impulsa con dulce violencia a
corresponder al amor, a sacrificarse por su gloria y la salvación de nuestros
hermanos: Charitas Christi urget nos [El amor de Cristo nos apremia]. Es Cristo
quien enciende este amor, regalándonos nuevamente en su Resurrección la prueba
más luminosa de su divinidad y la prenda más segura de nuestra futura
Resurrección.
Es Cristo quien
enciende este amor con el milagro continuo de
«El
amor nunca dice: basta»
14
Él arde por nosotros con el más
ferviente amor, y el amor nunca dice: basta. Por nosotros Cristo vivió una vida
de continuas privaciones, y no ve la hora de consumarla por nosotros (Lc. 12,
50). ¡Y llegó esa hora, llegó la hora del sacrificio y se vio la trágica escena
de un Dios que muere, y que muere crucificado para el hombre! (Rom. 5, 9). ¿Qué
puede haber más grande, más admirable que este exceso de caridad?
Nadie ciertamente,
como afirma el mismo Jesucristo, puede mostrar mayor amor que la de dar la vida
por sus amigos (Jn. 15, 13). Pero, ¿qué caridad no fue la suya al querer morir
por nosotros sus enemigos, Él, nuestro Dios, nuestro Creador, ofendido y
ultrajado por nosotros? Considerando esto el Apóstol decía: apenas se encuentra
quien quiera morir por un hombre justo, pero Dios demostró en esto su gran
caridad por nosotros, ya que siendo pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom.
5, 7). ¿Y por qué murió? Porque lo quiso Él mismo (Is. 53, 7) pues de lo
contrario nadie habría podido obligarlo, como Él mismo lo dijo (Jn. 10, 17). ¿Pero
por qué lo quiso? No por otro motivo, sino porque nos amaba: Dilexit nos, et
tradidit semetipsum pro nobis [Nos amó y se entregó por nosotros] (Ef. 5, 2). [14]
«Amen a Jesús»
15
¡Oh Jesús, Tú eres la
verdadera fuente de todo nuestro bien, y lo fuiste siempre, y lo fuiste
constantemente y lo eres todavía! ¡Jesús, y al pronunciar este nombre, el
corazón se enternece, el espíritu se conmueve y el alma despliega el vuelo de
la esperanza! ¡Jesús, y este nombre es más dulce a la boca que un panal de
miel, más grato al oído que el sonido del arpa, más suave al corazón que la
alegría más pura! ¡Oh, amémoslo, amémoslo a Jesús! ¿Y a quién amaremos
nosotros, si no amamos a este dulcísimo Salvador? (...).
Amen a Jesús,
permanezcan unidos a Jesús, porque toda la perfección del cristiano está
justamente aquí: la unión con Jesucristo. Aquí reside el principio de todo
bien, el fundamento y el origen de toda nuestra grandeza. Yo soy la verdadera
vid, dice el Señor, y ustedes son los sarmientos: Ego sum vitis vera et vos palmites
(Jn. 15, 5). Ahora bien, como un sarmiento, separado de la vid, se seca y
muere, así morirán también ustedes, si están separados de Jesucristo. La unión
con Jesucristo es vital para nosotros, sin ella, nosotros estamos muertos, y
muertas están nuestras cosas y nos volvemos cadáveres, como es cadáver un
cuerpo sin alma (...).
Jesucristo es un
querido hermano, al cual debemos estrecharnos en el camino de la vida,
sostenernos, caminar con Él, porque de Él, como ya hemos dicho, nos proviene toda
gracia, el valor de cada acción, la fuerza misma para cumplirla, en fin la vida
y el espíritu de nuestra alma. [15]
b) el dios con
nosotros: cristo en la eucaristia
«Quien
cree en
16
Quien cree en
Ella es la obra
maestra de la mente y del corazón de Dios, el centro de nuestra religión, el
punto de contacto donde lo finito y lo infinito, la naturaleza y la gracia se
conjugan en el inefable abrazo de la verdad y del amor por esencia (...).
A los pies de
nuestros altares se halla el Gólgota donde lloramos abrazados a la cruz, y el
Tabor donde nos hacemos tabernáculos para extasiarnos con la paz celestial;
(...) allí tiene lugar la agonía del Getsemaní y la mañana de la resurrección,
la muerte mística y la fuente de la vida. [16]
«La
más perfecta solución al problema del Emmanuel»
17
Prediquen explicando como en
las palabras: esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre, está contenida la
más perfecta solución del problema del Emmanuel, del Dios con nosotros,
solución que durante mucho tiempo ha mantenido en suspenso el corazón de la
humanidad que, siendo de origen divino, trata en todo momento de comunicarse
personalmente con su principio y fin último. En efecto, por esas palabras no
solamente Belén, Nazareth, Cafarnaúm, Tiberíades, Jerusalén, en fin toda
«
18
«Todo
gravita hacia
19
«
20
Mientras caminemos como
peregrinos sobre esta tierra, además de un auxilio sobrenatural que nos
sostenga en las duras luchas de la vida, también nos es necesaria una víctima
inmaculada para ofrecer a Dios como expiación por nuestros pecados. El auxilio
lo encontramos en
Así como
Si el Hijo de Dios,
en la primera oblación, se entregó por todos, en la misa se ofrece para cada
uno en particular. Él viene, en todo momento, a borrar el acta de condenación
que nos es contraria, a causa de nuestros pecados y la hace desaparecer
clavándola, con su cuerpo adorable, al altar de la cruz. Y si son grandes las
deudas que el hombre pecando contrae con Dios, mucho más grande es el precio de
su redención.
El hombre es
rescatado no a precio de cosas corruptibles de oro o de plata, sino al precio
de la sangre del Cordero sin mancha, sangre de valor infinito, porque es de
persona divina; sangre de la cual una sola gota bastaría para redimir al mundo.
Por lo tanto, como en
el océano con respecto a una gota de agua, así sobreabundan para nuestra culpa
los méritos de Cristo en la misa. [20]
«En
la misa “se enciende la vida sobrenatural de
21
La misa no es solamente la
redención cotidiana y la salvación del mundo, sino también el alimento de la
verdadera y sólida piedad, y la hoguera en la cual se enciende la vida
sobrenatural de
«¡Una
Misa!»
22
¡Una Misa! Es el compendio
de todos los sacrificios antiguos, en los cuales se desarrollaba la corriente
de los actos religiosos que unían la humanidad a Dios; sacrificio único,
holocausto junto a la hostia pacífica y víctima por el pecado. ¡Una Misa! Es el
sacrificio de la cruz que se acerca a nosotros, para ahorrar a nuestra fe un
penoso retorno a un pasado lejano y esfuerzos demasiado fácilmente, vanos para
nuestra debilidad y negligencia. ¡Una Misa! Es la inmolación de un Dios que de
algún modo se nos pone en la mano, para que nosotros tomemos lo que necesitamos
según los tiempos, las condiciones, la medida y los fines determinados por
«En
23
Apelo a la experiencia de
ustedes, venerables hermanos ¿No es quizás cierto que, celebrado el Sacrificio
divino, les resulta insípido todo lo que el mundo da por bueno? En todo lo que
está ante ustedes, ¿no ven quizás una advertencia a ser solícitos?, ¿no abrazan
quizás cada adversidad como ejercicio de la virtud?
Ciertamente que, de
la celebración de
En
Es el alimento que
nutrió nuestra infancia espiritual, hace crecer nuestra adolescencia, corrobora
la madurez, impide envejecer, y mantiene alejada la muerte (...).
Cristo en
«Fue
la primera norma de vida en
24
No lo digo para
deplorar o disminuir en lo más mínimo tales devociones: no hay ningún celo en
mis palabras. Alabo ardientemente estas devociones y directivas de la piedad:
por el contrario, trabajo y me esfuerzo, en todo lo que puedo, para que se
afirmen y difundan cada vez más: en efecto, son muy útiles para la piedad y son
queridas por la bondad divina.
Como la contemplación
de los espíritus beatos tiene una doble "teología": la
"matutina" que de las perfecciones divinas observadas en Dios
desciende a contemplar la obra del Señor, y la "vespertina" que parte
de las obras divinas para subir a la contemplación del mismo Dios; así sucede
con la piedad de los fieles. Algunos, apoyándose como en escalones en el culto
de los Santos y de
Por lo tanto, yo hago votos para que el amor de todos por
Cristo emule y supere la devoción que se profesa hacia
«Cristianiza
nuestro ser individual»
25
La comunión es el manantial
desde el cual el alma saca el agua que brota hasta la vida eterna; es el lugar
donde cicatrizan sus heridas; es, en una palabra, el principio y el fin de esa
unión con Dios elevada a la más sublime potencia, conducida al último grado de
perfección que se pueda esperar en el orden presente. Efectivamente, si en la
encarnación el Verbo de Dios se unió personalmente a la naturaleza humana, en
la comunión se une más a nuestra personalidad. De esa forma, Él diviniza
nuestra esencia, cristianiza, diré así, nuestro ser individual, y su unión con
nosotros tiene por cualidad la misma que transforma el alimento en la sustancia
del cuerpo que se nutre. Por lo tanto, aquellos que comulgan, como dejó escrito
un santo doctor, tienen a Jesús en la mente, en el corazón, en el pecho, en los
ojos, en la lengua. Este Salvador endereza, purifica y vivifica todo. Él ama en
el corazón, entiende en la mente, infunde vigor en el pecho, ve en los ojos,
habla mediante la lengua, y mueve toda otra potencia. Él opera todo en todos, y
ellos no viven más en sí mismos, sino que es el Verbo de Dios que vive en
ellos, y fija a sus acciones metas más nobles y elevadas y motivos más puros y
más perfectos. [25]
«Germen
luminoso de Resurrección»
26
El pan común, que viene de
la tierra, dice San Macario, no nos puede dar la vida eterna; sin embargo ese
pan, que tiene origen en el cuerpo beato de Cristo, unido a la divinidad,
confiere la inmortalidad al que lo recibe. La carne del Señor, después que es
comida, no es destruida, ni su sangre, después que es bebida, porque ambos
están indisolublemente unidos a la divinidad. Por lo tanto, el cuerpo glorioso
del Señor pone un germen luminoso de resurrección y de incorruptibilidad en el
cuerpo corruptible del hombre, y este germen, fecundado por la sangre de Aquel
que venció a la muerte, se desarrolla y crece hasta que el hombre renovado se
despoje, como vestimenta inútil, de la carne mortal, y mostrando todo el
esplendor de su vida oculta en Dios, entre en los tabernáculos eternos. [26]
«Penetrar
en el espíritu de la sagrada liturgia»
27
Tengan en cuenta, sin
embargo, que la instrucción abstracta, especulativa, aunque fuere excelente, no
es suficiente: debe estar acompañada por la práctica. Si durante la celebración
de los divinos misterios muchos cristianos están en la iglesia desatentos, de
mala gana, y ajenos a lo que se realiza, justamente lo están porque no ven en
los sagrados ritos sino un acto exterior. Ahora bien, enséñenles a distinguir
las diferentes partes de las sagradas celebraciones, de algún modo ayúdenlos a
penetrar en el espíritu de la sagrada liturgia: su mente entonces se
concentrará inmediatamente en el pensamiento de Dios y, naturalmente, sus
labios se abrirán a la oración. No existe un alma tan fría que no sea capaz de
elevarse de lo sensible a lo suprasensible, y no se sienta arrebatada por el
culto católico, que enteramente converge hacia
«¿Perder
tiempo en las confesiones?»
28
Aquí no quiero callar la
actitud de otros sacerdotes, que estiman perder el tiempo cuando son requeridos
en su ministerio por almas privilegiadas, que aman, justamente, frecuentar
mucho el tribunal de la penitencia y aun más seguido alimentarse con la carne
del Cordero inmaculado. Lo mejor que puede decirse de ellos es que no piensan,
o no saben que así como no se da la vida sin alma, tampoco hay parroquia que
viva de la vigorosa vida de Cristo, si en ella falta cierto número de fieles,
que se confiesen con frecuencia y comulguen casi todos los días. Son estas
almas que con el ejemplo de sus virtudes, estimulan a los demás al bien; son
ellas las que hacen resplandecer el ideal de la perfección cristiana; son ellas
finalmente las que sostienen toda obra buena que se inicie y se realice en la
parroquia. Bienaventurado aquel párroco que sepa formar tales almas,
cultivándolas con particular atención. El tiempo que, con discreción, haya
empleado en ello, será el mejor empleado, ya que ellas harán descender sobre
nuestras poblaciones aquella gracia que valdrá para preservarlas de la corrupción;
y si ya están corrompidas, las transformará, como transformó el mundo griego y
romano en los tiempos apostólicos, y condujo luego, a través de los siglos, a
tantas otras naciones a los pies de la cruz. [28]
«La
comunión frecuente»
29
Un cristiano, por lo tanto,
adornado de la gracia santificante, aunque tenga imperfecciones y caiga en
faltas veniales, es siempre hijo de Dios, heredero del cielo y digno de
sentarse, aún cotidianamente, al gran banquete, que Jesucristo tiene preparado en
su Iglesia, siempre que salga del mismo con fervor creciente y con gran deseo
de regresar. Pues, ¿por qué se deberá requerir a los fieles una gran pureza de
mente, de corazón y de obras, antes de admitirlos a ese convite? La mejor
disposición para acercarse dignamente a
«La
piadosa práctica de la visita cotidiana»
30
Un medio eficaz para
establecer y desarrollar la devoción a Jesús sacramentado, lo hallarán, en
primera instancia, en la piadosa práctica de la visita cotidiana a Él,
prisionero por amor en nuestros tabernáculos. Éste es ciertamente un fuerte
testimonio del sincero amor de los pueblos hacia la divina Eucaristía, como,
por el contrario, el lamentable abandono, en el cual es dejada por muchos,
parece desmentir la fe.
¡Qué hermoso es poner
nuestras almas en frecuente y familiar coloquio con Jesús, con una práctica tan
saludable! ¡Bienaventurado, exclama el profeta, aquel que habita cerca del
santo tabernáculo! El Señor es su fuerza y su luz, el remedio de todos sus
males, el bálsamo para todas sus heridas, el consuelo para cada una de sus
penas. A los pies del altar el alma se olvida del mundo, de las miserias de la
vida, ya que donde está Jesús no hay más dolor, sino alegría aún entre las más
amargas tribulaciones. Éste es el lugar en el cual el fiel, en lo secreto de su
corazón, escucha voces misteriosas y suaves, y del cual parte con el vivo deseo
de volver; con aquel santo deseo que siempre lo orienta hacia donde se halla su
bien y donde atesora fuerzas sobrenaturales.
Por lo tanto, todos
rindan este homenaje cotidiano a la divina Eucaristía. Yo lo recomiendo a los
niños, para que Jesús los encamine por el sendero de la virtud; lo recomiendo a
los jóvenes, para que Jesús les dé fuerzas para resistir a los hechizos y a las
seducciones del vicio; lo recomiendo a quien está en el declinar de la vida,
para que Jesús lo ayude a mirar sereno de cara a la muerte. [30]
«Adoración
diurna y nocturna al Santísimo Sacramento»
31
En algunas parroquias de la
diócesis, lo digo con viva complacencia, ya está instituida la asociación para
la adoración diurna del Santísimo Sacramento: yo desearía verla surgir también
en todas las demás. Donde la población es numerosa, se logrará fácilmente. Si
la parroquia contase con pocos habitantes, y no fuese posible establecer en
ella la adoración cotidiana, ¿no podría realizarse por lo menos dos o tres
veces por semana y especialmente en los días festivos? Confío en el celo de mis
óptimos colaboradores, y en la solicitud, que, en toda circunstancia,
demostraron mis amados diocesanos, para el culto eucarístico.
¡Mas si es cosa
sumamente grata detenerse durante el día frente a Jesús, también es hermoso
velar a sus pies en el silencio y en la calma de la noche! Se imita así a los
habitantes de
Traten, por lo tanto,
oh, hermanos e hijos muy queridos, de comprender la importancia de esta
adoración nocturna, de establecerla en sus parroquias y de practicarla, por lo
menos una vez al año (...).
Por todo lo que se
refiere a
«Frente
a esa Hostia de perdón y de paz»
32
Es aquí, frente a esa Hostia
de perdón y de paz, que sentimos calmarse el tumulto de los afectos terrenales,
temperarse la solicitud por las cosas mundanas, debilitarse el orgullo,
despertarse el amor y la comprensión por el prójimo, incitarse la competencia
de obras santas, los deseos para una vida mejor. ¿No escuchan salir de ese
Tabernáculo una voz que ennoblece y valoriza los mismos sufrimientos,
asegurando que las lágrimas vertidas sobre el altar son tenidas en cuenta por
Aquel que cuida el lirio del campo, el pájaro del bosque y el último cabello de
nuestra cabeza? ¡Oh! ciertamente, aquí se vigorizan los ánimos en la fuerza de
la resignación y de la esperanza. Nada está perdido aquí, donde se encuentra la
confianza en Dios; aquí todos somos hijos de Dios; no esta expuesto a la burla ni a la violencia quien toma aquí la
fuerza que brota de ese Tabernáculo divino (...).
¡El templo es el
refugio del pobre, el asilo de las almas atormentadas y de los oprimidos! Aquí
nos sentimos todos y en serio, no falsamente, hermanos; aquí ante el Padre
común desaparecen las distinciones de la vanidad, de la riqueza, del poder
humano; aquí nos proclamamos y nos sentimos todos iguales, ante el banquete
común de Jesús; aquí, ante el espectáculo de un Dios que en Sacramento se
rebaja igualmente ante el pequeño y el grande y eleva todo a su altura,
consagramos, no la falsa democracia del mundo, sino la verdadera democracia de
todos los redimidos. [32]
«Unidos
a Él, todos se sentirán hermanos»
33
Únanse, por lo tanto, en
santa alianza alrededor de Jesús, hostia divina, con espíritu de fe, de
reparación y de amor. Unidos a Él, todos se sentirán hermanos, todos estrechados
en un pacto: el amor recíproco, buscando cada uno el bien del otro. De aquí
nacerá esa ordenada concordia que les hará compartir las alegrías y los
dolores, las sonrisas y las lágrimas, y esparcirá por doquier el bálsamo de la
resignación y de la esperanza cristiana. Únanse y organícense en asociaciones
de adoradores para las diversas horas del día, para que la divina Eucaristía no
sea jamás abandonada por ustedes. [33]
«Han
sido hechos partícipes del sacerdocio eterno de Cristo»
34
Comprendan la grandeza de la
dignidad que poseen. Han sido hechos partícipes del mismo sacerdocio eterno,
que el propio Hijo de Dios no usurpó para sí, sino que recibió del Padre (...).
Ustedes que han
alcanzado el sacerdocio, deben, según el Apóstol, tener también algo que
ofrecer (Heb. 8, 3), y justamente de esto deriva su nobleza. Ustedes saben que
la víctima de nuestro Sacrificio es el mismo Hijo de Dios, que es, al mismo
tiempo, el sacerdote principal, que ofrece por medio del ministerio de ustedes,
y el Dios al cual es ofrecido.
Desde este
sacrificio, la acción más augusta y más sublime de
El sacramento y el
sacrificio eucarístico son el tesoro de
Todo lo que son y lo
que tienen, venerados hermanos, les proviene de
«Cristo
en
35
Vuelvan a pensar en las
palabras que escucharon en su ordenación: "dignoscite quod agitis"
[disciernan lo que hagan] (Pontif. Rom.). En realidad Cristo en
Cada uno recuerde con
el Apóstol: "Mihi omnium sanctorum minimo data est gratia haec,
evangelizare investigabiles divitias Christi [A mí, el menor de todos los
santos, me fue concedida esta gracia, la de anunciar la insondable riqueza de
Cristo] (Ef. 3, 8). ¿No están escondidas en este Sacramento todas las riquezas
de Cristo? [35]
«La
devoción de ustedes sea interior y exterior»
36
Si anhelan realmente hacer
revivir en sus parroquias la devoción eucarística, manifiesten, con hechos, que
ustedes la poseen primero, radicada profundamente en el corazón. Sea la
devoción de ustedes tanto interior como exterior y proceda de una fe viva y de
un sincero amor por Jesús, hostia divina.
Sin embargo,
lamentablemente, hay que confesarlo: la fe, con frecuencia, es lánguida, y,
muchas veces, después de tantos años de sacerdocio ya no se ama al Divino Maestro,
o bien se lo ama con un amor sin vida. Sin embargo, el verdadero sacerdote no
es más que un hombre que vive, trabaja y se sacrifica por Jesús sacramentado,
única meta de todas sus aspiraciones. ¿Son ustedes así? ¿El santuario, el
altar, el tabernáculo qué les dicen? ¿Qué impresión les causan? ¿Después de
haber recibido el cuerpo y la sangre de Cristo no se sienten, decía San Vicente
de Paúl a sus sacerdotes, encender el corazón por el fuego divino? Ahora bien,
este fuego, que ardía intensamente en el pecho de ese humilde sacerdote, de ese
héroe de la caridad cristiana, ¿devora también el de ustedes o se queda todavía
frío y helado? ¿Cómo podrían entonces tener celo para inspirar en los demás una
devoción mil millas lejana de ustedes? Les suplico: si no se sienten llamados a
una vida profundamente interior y de alta contemplación, quédense, por lo
menos, con Jesús sacramentado de corazón y con las obras, en privado y en
público, ahora y siempre. Con frecuencia hable de Él la lengua y por Él suspire
el corazón de ustedes, y no transcurra hora del día sin que le hayan dedicado
un pensamiento de grato y afectuoso reconocimiento. [36]
«La
adoración perpetua de los sacerdotes»
37
Otra cosa me interesa mucho,
y es que todos ustedes, venerables hermanos, se inscriban en la piadosa
sociedad de los sacerdotes, instituida en nuestra diócesis, para la adoración
perpetua.
Si todos los fieles
deben devolver a Jesús amor por amor, y reparar los ultrajes que le causan los
impíos y los malos cristianos, ustedes, en forma particular, deben derramar
lágrimas en su presencia e interponerse entre el altar y los pecadores, como
ministros de paz y perdón. Ustedes especialmente deben vivir de la vida
eucarística, y habitar cerca del tabernáculo debe ser la delicia de ustedes, ya
que allí encontrarán la fuerza para sacrificarse y morir por Jesús, para gloria
de Dios y bien de las almas. He aquí el único ideal del verdadero sacerdote. [37]
38
Mi propuesta es que se
instituya en cada Diócesis la adoración perpetua del Santísimo Sacramento
realizada por el Clero obligándose a una hora de adoración cada tantos días
(...).
Qué conmovedor
pensamiento saber que en cada hora del día y de la noche un sacerdote está
postrado ante Jesús Sacramentado para rogar por sí, por los cohermanos, por
Un sacerdote,
adorador ferviente del Santísimo Sacramento, será luego el elocuente apóstol,
será infatigable, constante y bendecido en su celo; se hará ingenioso para
descubrir los mil modos, apropiados para resucitar y propagar esta devoción en
las almas; sí, el celo de este sacerdote, de este Obispo será bendecido y
omnipotente. [38]
«Tener
presente
39
La insistencia en la
predicación de
Pero hay otro punto
de máxima importancia para la insistencia en la predicación eucarística: tener
presente
«El
siglo XX será llamado el siglo eucarístico»
40
Cristo, por medio de este
sacramento, hace presentes, ante quien teme a Dios, sus votos al Padre, o sea
el sacrificio de su cuerpo y de su sangre, ofrecido en la cruz. ¿Cuál será el
fruto de tan sublime sacrificio? "Erit germen Domini in magnificentia et
fructus terrae sublimis" [El germen del Señor será magnifico y el fruto de
la tierra sublime]" (Is. 4, 2). En efecto, comerán los pobres y serán
saciados: sus almas vivirán por los siglos de los siglos. Recapacitarán los
pecadores y se convertirá a Dios toda la tierra, y lo adorarán todas las
estirpes.
Comerán y adorarán
todos los hombres, se arrodillarán ante Él todos los mortales. Del nombre del
Señor tomará nombre la generación futura; porque los cielos, o sea los
sacerdotes, anunciarán la santidad del pueblo que está por nacer, formado por
el Señor: será el pueblo del Santísimo Sacramento, y el siglo XX será llamado
el siglo eucarístico. "Porque sólo el Señor es rey y él gobierna a las
naciones" (Sal. 21). [40]
«Nunc
dimittis…»
41
Cuando el Señor, en su
infinita bondad y misericordia, me haya concedido ver profundamente arraigada la
devoción eucarística en mi amada diócesis, entonces no me quedará más que
exclamar con el profeta Simeón: Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor
muera en paz... porque mis ojos han visto al Salvador que nos has dado, amado,
reconocido y venerado por aquellos que son en el tiempo, y serán en la
eternidad, mi gozo y mi corona. [41]
«El
más dulce de los consuelos»
42
Nada ahorren, mis venerables
cooperadores, para que yo, yendo a visitarlos, pueda dispensar el pan de los ángeles
a todos, desde los niños de la primera Comunión hasta aquellos que están en el
umbral de la eternidad. Será éste, hermanos e hijos míos, el más dulce de los
consuelos que ustedes podrán proporcionar a su Obispo, entre los cuidados
incesantes y las grandes preocupaciones de su ministerio pastoral. [42]
c) el dios
para nosotros: cristo crucificado
«¿Prohibición
del Crucifijo? El Crucifijo es el fundamento»
43
Una voz se ha liberado de
cien pechos y ha dado la vuelta al mundo en nuestro siglo, ha gritado y grita,
prohibición del Crucifijo. Y desgraciadamente en parte logró ese infernal
intento. Donde en otros tiempos el Crucifijo era el más bello adorno de las
casas cristianas, hoy otras imágenes han usurpado ese lugar. En otros tiempos
la familia cristiana se inspiraba en el Crucifijo y de Él tomaba el nombre y el
ejemplo, hoy son otros los objetos en los cuales se inspira, y son otras las
normas que tiene adelante. Pero prohibido el Crucifijo en los barrios, en las
escuelas, en los parlamentos, sacado el único que podía remediar sus males,
¿qué le ha ocurrido a la pobre sociedad? Yo no quiero negar ninguno de los
títulos por los cuales se enorgullece nuestro siglo; el progreso de las
ciencias, las distancias desaparecidas y mil estupendos hallazgos, por los
cuales el hombre logró arrancar a la naturaleza los más ocultos secretos, sin
embargo, con tantas maravillas, es lamento universal que en ninguna otra época
la sociedad fue más horrendamente sacudida y agitada como en nuestra época
(...).
Se ha incitado la
guerra al Crucifijo, he aquí la verdadera causa de tantas desventuras. Ésta es
una verdad que algunos no quieren entender: se culpa a la injusticia de los
hombres, a la perversidad de los tiempos; ¡oh no! Conviene arrancar la venda
que oculta la verdad a nuestros ojos, conviene mirar más hacia adentro. El
Crucifijo es el fundamento de todas las cosas, escribe San Pablo, aquel que
desprecia construir sobre ese fundamento no puede acumular más que ruinas sobre
ruinas (...).
Jesús Crucificado es
el centro común; es el anillo precioso que une la obra del Omnipotente al
Creador Divino; es la meta de todas las obras y de todos los designios de
«Stat
crux dum volvitur orbis»
44
Cristo vence, Cristo reina,
Cristo triunfa. De ello tenemos una prueba aún hoy entre los más grandes
cataclismos de la historia, entre los añicos de los cetros y de las coronas,
entre el nacimiento y la muerte de todas las instituciones humanas, entre el
surgimiento y la desaparición de todas las herejías, entre el bramido de los
mares rugientes cuando arrecia la tempestad, está
«La
cruz nos grita amor»
45
Amen a Jesús y
entonces entenderán que el pueblo cristiano, el pueblo de los creyentes se
compone solamente de aquellos que honran, que aman
«Tota
vita Christi crux et martyrium»
46
Él es el gran modelo de la vida
cristiana; modelo, oh mis queridos, tan esencial que, como afirma San Pablo, en
la semejanza con Él consiste el secreto de nuestra predestinación. Considerando
esto, yo pregunto: ¿cuál fue el camino que Él siguió para subir al Cielo?
¿Quizás el de la riqueza, de la gloria, del placer, o más bien fue el de la
pobreza, de la humillación, del dolor?. ¡Toda su vida, escribe Crisóstomo, no
fue otra cosa que cruz y martirio! Tota vita Christi crux et martyrium! ¡Desde
el primero hasta el último instante, cuánta miseria, cuántas incomodidades,
cuántas fatigas, cuántas persecuciones, cuántas calumnias, cuántos
sufrimientos, cuántos dolores! Y, ¿cómo después de ello no reconocer en la
penitencia nuestro verdadero bien, el camino más corto, seguro, único para nuestra
salud? [46]
«Jesucristo
dice a todos: Hagan Penitencia»
47
¿Qué dice, oh queridos, el
divino Maestro? Dice ante todo que Él vino para llamar a los pecadores, o sea a
todos los hombres, a hacer penitencia. Dice que el reino de los Cielos exige
fortaleza y lo conquistan sólo los fuertes. Dice: quien no lleva su cruz y no
me sigue, no puede ser mi discípulo. Dice una vez más: Hagan penitencia. Y
agrega después: Si no hacen penitencia, todos acabarán de la misma manera: Nisi
poenitentiam egeritis, omnes simul peribitis (...).
De sus labios
adorables yo no escucho, me atrevo afirmar, más que una palabra, una enseñanza,
un mandato: ¡Penitencia! Y, ¿ a quién lo dice? Lo dice a todos, advierte el
evangelista San Lucas; previendo quizás las falsas interpretaciones de tantos
modernos cristianos, que quisieran restringir solamente a los habitantes de los
claustros la práctica de un precepto, como éste, tan absoluto. Sí, Jesucristo
habla a todos: a los pequeños y a los grandes, a los jóvenes y a los ancianos,
a los pobres y a los ricos, a los reyes sobre su trono, a los religiosos en su
retiro, a los sacerdotes en el ejercicio de su ministerio, a los industriales
en su comercio, a los artesanos en su taller, a todos sin distinción de grado,
de condición, de tiempo, de lugar, de edad: Dicebat autem ad omnes [decía,
pues, a todos]; porque de la penitencia que nos mantiene firmes ante la ley de
Dios, nadie se puede eximir, si no renuncia antes a su salvación eterna. [47]
«El
ejercicio de la mortificación evangélica»
48
El que quiera venir detrás
de mí, lo dice Él mismo, nuestro Divino Maestro, que renuncie a sí mismo, que
cargue con su cruz y con esta insignia que me siga: abneget semetipsum, tollat
crucem suam et sequatur me. Renuncie a sí mismo, es decir, al propio intelecto,
al someterlo a la fe; a la propia voluntad, al hacer siempre la de Dios; a los
apetitos descontrolados, al seguir en todo, únicamente, el sacrosanto
Evangelio. En segundo lugar, que cargue con su cruz, es decir, sufra con
paciencia y con resignación todos los males de la vida presente, las
tribulaciones, las molestias, los esfuerzos inherentes al propio estado. Con
esta insignia que me siga, es decir, camine tras las huellas de Jesucristo, se
revista de su espíritu, entre en sus puntos de vista, esté animado por sus
sentimientos, se comporte según sus máximas, se conforme a su voluntad, se
abandone a su Providencia. Ahora, ¿qué significa todo esto, si no que para
vivir la vida cristiana es necesario el ejercicio de la mortificación
evangélica?
Es tan necesaria que
sin ella nosotros estamos perdidos y perdidos para siempre: nisi poenitentiam
egeritis, es
«Dos
sacrificios indivisiblemente unidos»
49
Hay que suplir lo que de
nuestra parte falta a su pasión: adimpleo, decía en efecto San Pablo, adimpleo
ea quae desunt passionum Christi in carne mea [completo en mi carne lo que
falta a los padecimientos de Cristo] (Col. 1, 24).
Esta es la ley
suprema a la cual está subordinada nuestra salud. El sacrificio de Jesucristo,
y nuestro sacrificio, son dos sacrificios igualmente necesarios, son dos
sacrificios que no aplacan
«Mortificándonos,
nosotros no queremos destruir, sino edificar»
50
Algunos tienen una idea muy
superficial y mezquina de la penitencia cristiana, al creer que el mortificarse
es un querer sufrir por el simple gusto de sufrir. ¡No, queridísimos, no! Mucho
más elevada es la meta a la cual aspiramos. Mortificándonos, diré con un
ilustre filósofo, nosotros no queremos destruir, sino edificar; queremos
moderar la carne, pero para dar libertad al espíritu, despojarnos del hombre
viejo, para vestir al hombre nuevo, renegar de nuestra voluntad corrupta, para
poner en su lugar
«Llenarse
de gozo en toda tribulación»
51
Si su ánimo fuese siempre
jovial como la carta que me escribe, debería alegrarme mucho y si yo fuese
capaz de aportar un poco de consuelo a su ánimo amargado, estaría dispuesto a todo.
Sin embargo, espero que le vuelvan la calma y la alegría.
Las tribulaciones,
aún si son sólo internas, esparcen una saludable amargura en la vida presente,
nos despegan insensiblemente de todo lo que es mortal y nos aportan el don
inestimable de hacernos conocer la nada de las grandezas entre las grandezas, y
no hay gracia más bella.
Pero la sabiduría de
Dios, Eminentísimo, tiene verdaderamente dispuesto todo con fuerza y suavidad y
si por algunas horas nos ofrece beber un cáliz de amarguras, nos ofrece luego
la bebida de los más gratos gozos: es un cáliz misterioso que se alterna y
bendito el que sabe acercarlo a los labios con inquebrantable fidelidad,
uniéndose así íntimamente a Dios. La principal arma que necesitamos es la
paciencia unida a la oración. [51]
«Vayan,
Apóstoles de Jesucristo, y no teman: les acompaña
52
La señal de la liberación
universal, elevada en medio de los pueblos es
Vayan, por lo tanto,
oh generosos Apóstoles de Jesucristo, adonde Él los llame. Les esperan, lo sé,
grandes esfuerzos, peligros no pequeños, muchas tribulaciones, luchas y
sacrificios continuos, sin embargo no tegan miedo: los acompaña
No tengan miedo, los
acompaña
2. «VIVO EN
La fe es una nueva creación, por la cual Dios se dona
a sí mismo, nos hace participes de su vida. La fe es vida, no filosofía. Es la
verdad, la perfección, el bien.
Al don de Dios el hombre corresponde con el don de sí,
que lo consagra a Dios, lo hace "santo". La vida del justo es creer
en Cristo, fuente de todas las virtudes. La fe es gracia que
"diviniza" al ser humano, inspirando la mística que eleva la
existencia cotidiana a la unión con Cristo.
La fe está alimentada por la oración, que es
"Dios infundido en nuestro corazón". El hombre orante es voz del
universo, la oración es el vínculo de la humanidad, es comunión con la oración
de Cristo y de
La fe lee e interpreta la historia como historia de
salvación. Dios salva al hombre en la historia del hombre. Sus designios son
misteriosos pero infalibles: no podemos dudar, la sociedad humana madura
también a través de los sufrimientos y de los cataclismos, hacia el Reino de
Dios. Los eventos históricos y las transformaciones sociales preparan el
advenimiento de una humanidad unida en un solo redil bajo un solo pastor,
haciendo de todos los pueblos una sola familia de un único Padre, por Cristo y
El verdadero progreso es Jesucristo. Fe y razón,
religión y ciencia, teología y filosofía, todo viene de Dios y es de Dios,
única Verdad.
«La fe es el más grande de los dones de Dios»
53
La fe es un don de Dios, el primero, o mejor dicho, el
más grande de los dones de Dios, que en su infinita misericordia nos haya otorgado.
Sin ella es imposible ser de su agrado, pertenecer a la escogida compañía de
sus hijos; ella es el inicio y el fundamento de la salvación humana, el eje y
la raíz de toda justificación (...).
¿Qué es esta fe? Es un rayo de luz que se desprende del
trono de Dios y baja a iluminar la tiniebla en la que van a tientas los míseros
hijos de Adán; es una segunda creación, gracias a la cual el hombre, que había
caído de su dignidad, se vuelve a levantar de su nada, grande todavía hasta
llegar al Creador; es la vida, ni más ni menos, del género humano, así como la
carencia de ella es muerte (...).
¿Qué es esta fe? Es el único medio, que luego de todas
las búsquedas y todos los estudios para ennoblecer al hombre, es apto todavía
para curar nuestras heridas, para engrandecer nuestra pequeñez, y es por ella
que la inteligencia humana fluye en el tiempo y en la eternidad y nuestro
pensamiento pasa desde el último granito de arena a la inmensidad del Ser
increado.[53]
«La religión no es un sistema filosófico»
54
Esta Religión sin embargo (...) no es desde luego una
serie de verdades especulativas, mandadas únicamente para perfeccionar el
intelecto, no es tampoco un sistema filosófico, ni un complejo de ideas y nada
más; pero, ya que emana inmediatamente de Dios, que es al mismo tiempo la
verdad primera, el sumo bien, la infinita belleza, la esencial santidad, el
centro y la fuente de toda perfección, ella tiende necesariamente a ennoblecer,
a divinizar, en cierto modo, todas las facultades humanas, encauzándolas a su último
fin. Para el intelecto ella es luz infalible que disipando las tinieblas
acumuladas por la ignorancia y por el error, le abre los tesoros de la
sabiduría divina. Para la voluntad es ardor celestial, que elevándola más allá
de la esfera de los bienes limitados y caducos, la enamora de las infinitas
bellezas y del sumo y eterno bien. Para la conciencia es regla segura, que
preservándola de los falsos dictámenes sugeridos por el orgullo y por las
corrupciones, la armoniza con los dictámenes de la ley eterna de Dios (...).
Ella, en una palabra, es el orden, la armonía, la
perfección del hombre todo, ya sea en relación con Dios, con el prójimo y con
sí mismo; imagen y prenda de aquel orden, de aquella armonía, de aquella paz,
de aquella perfección, sin comparaciones la más venturosa, que le está
preparada en el Cielo. [54]
«¿Qué sería el hombre sin la fe?»
55
¡La fe! Es ella que nos acerca a Dios y nos descubre sus misterios; es
ella que ilumina y sublima nuestra razón, es ella que ennoblece nuestros
afectos, es ella que infunde en nuestra alma el bálsamo de los consuelos
celestiales, el coraje, la fuerza para sostener las luchas de la vida. ¿Qué
sería el hombre sin la fe? Sin la fe el hombre no conoce nada realmente
sobrenatural, no saborea nada a santidad, no puede obrar nada bueno y virtuoso
que sea merecedor de premio eterno (...). Sin fe, el hombre está perdido.
Es la fe que nos revela con seguridad nuestro origen,
nuestra caída, nuestra regeneración en Cristo, nuestro destino inmortal. Es la
fe que nos señala todos los medios para lograr poseerlo, como son los
sacramentos, la oración, las buenas obras. Es la fe que nos hace mirar a todos
los hombres como hermanos. Es la fe que en todos los acontecimientos
terrenales, alegres o tristes, nos muestra la mano piadosa de Dios, que dispone
todo para nuestro bien. [55]
«El hombre no busca más que la perfección infinita y
el infinito bien»
56
Creado por Dios para Dios, el corazón del hombre no
puede ser perfecto más que en Dios y con Dios, y ya que la perfección es el estado
natural, es el fin al cual tienden todos los seres, así el corazón humano tiene
una inclinación innata, necesaria, indestructible de unirse a Dios, de saciarse
de Dios, de identificarse con Él: fecisti nos, Domine, ad te; et inquietum est
cor nostrum, donec requiescat in te [Nos creaste Señor para ti, y nuestro
corazón está inquieto hasta que no descanse en ti]. En esta vida también el
hombre no clama, no busca, no quiere más que a Dios. Por eso, lo pide en todo
aquello que lo rodea; corre al encuentro de todo aquello en lo que se encuentra
una centella de bien, emanación de infinita bondad; por eso el desdeñar siempre
los bienes presentes y anhelar continuamente los lejanos, porque los bienes
lejanos se le presentan como un no se qué de infinito. De aquella misma forma
que a la eterna verdad el hombre aspira siempre en todo lo que procura conocer,
del mismo modo, escribe San Dionisio, se dirige siempre al bien eterno en todo
lo que procura amar. [56]
«¿Un hombre que tiene a Dios consigo, qué no tiene?»
57
Dios propia y esencialmente es caridad. Por lo tanto,
el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en él, porque Dios y la
caridad son una misma cosa: Deus charitas est: et qui manet in charitate in Deo
manet et Deus in eo [Dios es amor: y quien permanece en el amor permanece en
Dios y Dios en él].
Y un hombre que tiene a Dios consigo, ¿qué no tiene?
Quid non habet si Deum habet? Ipse est pax nostra [¿Qué no tiene si a Dios
tiene? El mismo es nuestra paz]. Tiene sobre todo la paz, o sea, aquella
tranquilidad de los afectos, aquella calma del corazón tan suave, tan dulce,
tan inefable, que supera, según el decir del Apóstol, todo sentido de terrenal
dulzura: pax Dei quae exsuperat omnem sensum [La paz de Dios que supera todo
cuanto podamos pensar]. Este gozo del alma peregrina, este estado de calma
pleno de confianza, este reposo pleno de consolación, esta armonía plena de
suavidad, esta paz plena de amor, es en verdad, el más hermoso anticipo, la
imagen más real de la beatitud celestial, ya que, según la profunda sentencia
de San Agustín, en la paz está puesta la beatitud (...).
¡Oh paz del alma, verdadero tesoro, consuelo y delicia
del que la posee! ¡Oh paz del alma, que comenzando en la inteligencia por la fe
en la palabra divina, desciende al corazón por la posesión de la divina
caridad! ¡Oh paz del alma, que no gustada no se llega a comprender!, ¿dónde,
dónde hallarte aquí abajo fuera de la fe? [57]
«Los misterios de la fe expanden sombra y luz»
58
La fe es necesaria para nuestra condición actual, como
es necesario ahumar el cristal para quien mira al sol si no quiere ser
encandilado. Es necesaria, porque siendo Dios infinito y nosotros limitados,
ella debe llegar allá donde la razón no llega. La fe es para la razón lo que el
telescopio es para nuestra débil vista. Si ustedes en una noche serena elevan
los ojos al cielo ven una infinidad de estrellas, pero allá donde el ojo nada
discierne, el telescopio descubre nuevos mundos y maravillas impensadas. Así
nuestro espíritu poco o nada sabe con respecto a los grandes problemas de la
vida. Es la fe que nos revela el mundo sobrenatural, donde cada problema
encuentra su razonada y plena solución. Es la fe que aclara nuestra
inteligencia, que nos ilumina acerca de nuestra existencia y de nuestro destino
futuro. Las sombras del misterio deben, antes que disminuir nuestra fe,
aumentarla (...).
Los misterios de la fe, impenetrables en sí mismos,
son además ricos de esplendores inefables, y como la columna que guiaba en el
desierto al pueblo de Dios, expanden sombra y luz. Miren nuevamente a Belén.
¡Un Dios que llora como un niño! ¡En un pesebre! ¡Qué sombras, qué misterios!
Pero al mismo tiempo; ¡qué destellos de luz! ¡qué magníficos portentos! Todo
había sido anunciado por los profetas. El lugar, el tiempo, el modo de tantos
acontecimientos estaban escritos en los libros sagrados muchos siglos antes. Y
ahora se han conmovido los cielos; multitudes de espíritus celestiales lanzados
sobre alas de oro entonan el cántico de la gloria, resplandores del paraíso
rompen las espesas tinieblas de la medianoche, iluminan los rústicos muros de
las chozas, el desierto, los pastores; la estrella aparece en Oriente, y los
sabios y los reyes se suceden a los pastores en los homenajes de la adoración;
el cielo y la tierra, los ángeles y los hombres, el pasado, el presente, el
porvenir forman alrededor de la cuna del cristianismo como una inmensa diadema
de luz, que hace nuestra fe inmensamente gloriosa y razonable. [58]
b)
«La fe es la fuente de toda santidad»
59
La fe, ustedes saben, es el principio, el fundamento,
la raíz de toda justificación, y por lo tanto es la fuente de toda santidad:
Justus ex fide vivit [El justo vive por la fe]. Por lo tanto sólo porque vivieron
con fe y conforme a los dictámenes de la fe, los santos se hicieron tales,
según los eternos designios de la multiforme gracia de Dios, se convirtieron en
hombres de esfuerzos apostólicos, de obras maravillosas y fecundas; hombres de
oración, de penitencia, de sacrificio, hombres que recorriendo su trayectoria
mortal en las diversas condiciones de la vida se mostraron ángeles de carne,
espejos sublimes de las más hermosas virtudes, muertos para el mundo, vivos
solamente para la gracia del Señor, poco preocupados por el presente, pero
siempre atentos al siglo futuro: Sancti per fidem vicerunt regna, operati sunt
iustitiam, adepti sunt repromissiones [Los Santos por la fe vencieron los
reinos, han realizado la justicia, han alcanzado las promesas de la salvación].
[59]
«El justo vive de fe»
60
A la luz de esta antorcha divina, el cristiano conoce
de un modo infinitamente más perfecto que cualquier sabio de renombre, la
verdadera finalidad de la vida presente y su destino futuro; juzga las cosas humanas,
sus deberes hacia Dios y hacia el prójimo, y hacia sí mismo, en una forma
totalmente contraria a las aprehensiones de los sentidos y ampliamente superior
a todas las luces de la razón humana. Así como con los sentidos corporales ve,
toca y siente las cosas materiales y sensibles, con la fe infusa ve, toca y
siente las cosas futuras y celestiales: Justus ex fide vivit [El justo vive por
la fe].
Cree, y su inteligencia está ocupada en comprender y
en contemplar las cosas creídas, mejor que si las viera con los ojos del
cuerpo. Espera y sus esperanzas son concretas, reales, sustanciales, de modo
que sus afectos lo rodean tenazmente con toda la energía de la que son capaces.
Ama y su corazón es llama que destruye toda duda, es llama de fuego, que se eleva
al cielo. El casi ya no siente la tierra; siente sólo a su Dios, vive de su
Dios, piensa, habla y obra con su Dios, y por su Dios sufre, lucha y muere:
Justus ex fide vivit. [60]
«La fe inspira muchas virtudes modestas, pero grandes»
61
La fe, como estrella resplandeciente, se eleva sobre el
mundo y lo ilumina de polo a polo con estupenda claridad (...).
Ella es la que impulsa al misionero a abandonar
patria, parientes, amigos, honores, riquezas, y a través de océanos tempestuosos
y hórridos desiertos, a penetrar en los lugares más inhóspitos, en las comarcas
más bárbaras y crueles en busca de salvajes para hacerlos primero hombres,
luego cristianos, sin otra esperanza que la de coronar una vida de apóstol, una
vida de penurias, de privaciones, de cruces, con la muerte de un mártir.
Ella es la que anima a tantas vírgenes a sacrificar su
juventud, sus comodidades para dedicarse a la instrucción de las hijas del
pobre, para llevar a las cárceles, a los hospitales, a los campos de batalla,
con la palabra de consuelo, los auxilios de la caridad.
Ella es la que inspira muchas virtudes modestas, pero
grandes; desconocidas para el mundo, pero conocidas para Dios; virtudes que
embellecen el santuario de la familia y mantienen en ella, con la santidad, el
orden, la concordia y la paz. Finalmente ella es la que anima a tantos hombres
y mujeres, de cualquier edad y condición a permanecer firmes frente a los
escándalos más enormes, a no temer el reproche de los mundanos, ni el sarcasmo
de los impíos, ni la persecución de los malos, ni los peligros de la vida para
no violar la modestia, para conservar la piedad, para confesar frente a todos a
Jesucristo.[61]
«Pudiera santificarme y santificar a todos»
62
Si bien estoy en los Santos Ejercicios, no puedo dejar
de enviarle una palabra de viva gratitud por el gentil recuerdo. Los
nobilísimos sentimientos que quiso expresarme en el 27º aniversario de mi
consagración como Obispo de Piacenza, me han conmovido hondamente. Es un largo
período lleno de cruces y de amarguras, ellas también son un don de la mano de
Dios, que gobierna a sus pastores con una providencia llena de misterios.
¡Ojalá pudiera santificarme y santificar a todas las almas que me han sido
confiadas! [62]
«Me asusto de mi indignísima indignidad»
63
Hoy es el aniversario de mi consagración. ¡Dios mío,
ten misericordia de este pobre Obispo! ¡Ay de mí cuántos años perdidos! Es el
décimo octavo. Me asusto de mi indignísima indignidad. Es necesario que
comience de nuevo: ser menos indigno de la dignidad divina de Obispo: elevarme,
ennoblecerme, divinizarme. Episcopus post Deum terrenus Deus [El Obispo después
de Dios es un Dios terrenal]. Dios mío, Nunc coepi [Ahora empiezo] con tu
divina ayuda. Renuevo los propósitos de los Santos Ejercicios ¡Oh mi Señor
Jesucristo, hijo de Dios vivo, ten misericordia de mí, pobre pecador! [63]
«Me ofrezco a El con una vida santa»
64
Ut sisterent eum Domino [Para presentarlo al Señor].
María Santísima con San José lleva a Jesús al templo para ofrecerlo al eterno
Padre en nombre de todo al género humano. ¿Qué pensamientos y afectos tuvo
María en esa oblación solemne? ¿Y San José? Jesús se ofrece para la salvación
de la humanidad y mía para que yo me ofrezca a El con una vida santa.
Es el día de la gran oblación: ofrece la humanidad
Santísima de Jesucristo al Padre y ofrécete con ella: Per ipsum et in ipso et
cum ipso.
¡Oh mi Señor Jesucristo, ten piedad de mí, pobre
pecador! [64]
«No hay nada más natural que lo sobrenatural»
65
No hay nada más natural que lo sobrenatural. [65]
«Un Obispo debe ser movido en toda acción por el
Espíritu Santo»
66
Un Obispo tiene que ser movido en toda acción por el
Espíritu Santo, secreto motor de la humanidad santísima de Jesucristo.
Tiene que hacerse violencia para hacerse santo.
El Obispo debe ser virgen, confesor, mártir.
Virgen por la pureza de vida: ¡ay si iniqua gerit in
terra sanctorum; non videbit gloriam Domini [si lleva las iniquidades en la
tierra de los santos, no contemplará la gloria de Dios]! ¡Antes morir mil veces
que manchar la dignidad del carácter sacerdotal con un pecado carnal!
Confesor por el celo constante, por las fatigas
incesantes del Ministerio Sagrado.
Mártir sufriendo pacientemente las cruces, las
tribulaciones, las injurias, los fastidios de las audiencias, etc. Ser siempre
grave, irreprochable, modesto, dulce y fuerte, grande y noble en todas las
cosas. ¡Elevarme, ennoblecerme, purificarme, divinizarme! Tantum proficies
quantum tibi vim intuleris [Progresarás en la misma medida en que te esfuerces
por vencerte a ti mismo]. [66]
«Prometo»
67
1º Una media hora de meditación diaria: por lo menos 20
minutos. En los días de visita, de viaje, o de grandes fiestas, por lo menos 10
minutos. Me obligo sub gravi. Sin vínculo de voto prometo:
2º La lectura espiritual diaria.
3º La visita al Santísimo Sacramento: por lo menos
una.
4º El rezo del Santo Rosario.
5º El Angelus, mañana, mediodía y tarde.
6º Las oraciones de la mañana y el examen de
conciencia de la tarde y después del Angelus del mediodía.
7º Renovar la intención de hacer todo para gloria de
Dios antes de comenzar las acciones principales, como la audiencia, etc.
«Cada semana»
68
La confesión, pero ¡por caridad, bien hecha, bien
hecha!... Necesito otro confesor. El presente es un santo sacerdote, lo creo,
pero no me corrige. Elegiré a otro. Rezar y decidir. Quizás Dios quiere este
sacrificio para concederme la gracia que espero desde tanto tiempo.
«Cada mes»
69
Un día de retiro. El segundo domingo de cada mes. Dos
meditaciones sobre los novísimos y dos lecturas espirituales. El resto del día
pasarlo, de ser posible, en oración como si debiera morir esa misma noche.
Hacerlo - hacerlo bien - con diligencia.
¡Es mi salvación!
Si quiero, puedo: ¡Dios mío, ayúdame!
Propósitos particulares para observar sub poena damnationis:
1º Prontitud para desechar todos los pensamientos
inmundos... sin esto se perecerá... se perecerá.
2º Custodia rigurosa de los ojos: lo que para otros no
es nada, para mí es fatal.
3º Rezar el oficio de la mejor forma posible,
aplicándolo cada día por alguna necesidad particular. Cada noche examinar cómo
lo recé. Cada mes una meditación sobre "digne, attente devote"...
¡Cuánto tiempo perdido!...
4º Preparación y acción de gracias de
Hoc fac et vives [Haz esto y vivirás].
5º Me familiarizaré con el uso de las santas
jaculatorias... con frecuencia... con frecuencia...
6º ¡Fac me cruce inebriari! Dios nos educa con las
dificultades, con las humillaciones, con las penas, con los fastidios del
ministerio, de las audiencias: nos conserva, nos ilumina, nos hace grandes:
amar por lo tanto las cruces: estrechar la cruz pectoral al corazón y repetir
con frecuencia: ¡Fac me cruce inebriari!...
7º Grande y verdadera devoción a la querida, suavísima
Madre María. [67]
«Propongo»
70
Propongo:
1º Una horita de meditación comprendida la preparación
a
2º Observancia diaria a las prácticas de piedad
prometidas en los ejercicios y el uso frecuente de las santas jaculatorias.
¡Dios mío: amor mío, mi todo, ayúdame! ¡María
Santísima de
3º Rezar del mejor modo el oficio digne, attente,
devote. Las horas 3ª, 6ª y 9ª, vísperas y completas en acción de gracias:
Maitines y Laudes en preparación a
5º Me familiarizaré con el uso de las jaculatorias.
6º ¡Fac me cruce inebriari! repetiré con frecuencia
estrechando al corazón
Las humillaciones, los disgustos, las injurias, las
desilusiones amargas entran en los designios de Dios... no me faltaron nunca,
ni me faltan en el presente... ¡Dios mío, bendito seas!
¡Coraje en
7º Constante y tierna devoción a
8º Haré, en los días más libres, un estudio sobre los
salmos usuales; anotaré en hojitas apropiadas para tener en el breviario, el
sentido, la inspiración, el objetivo profético, etc.
Comenzaré con las horas... ¡Todos los días un salmo!
¡Cuántas bendiciones haré descender sobre mí y sobre la diócesis si rezo como
santo el Oficio!
9º Meditar con frecuencia que el pecado de un Obispo
es aquel ¡Mysterium iniquitatis, por el cual, iam non relinquitur hostia!
¡Cosa de hacer helar la sangre!
¡Mi Dios, misericordia!
10º En los días de retiro, por lo menos, volveré a
leer estas notas, y haré sobre ellas las más serias reflexiones... [68]
«Que el Espíritu Santo habite en mí, me gobierne, me
conduzca»
71
1. El Espíritu Santo era el secreto motor de la
humanidad Santísima de Jesucristo: agebatur a Spiritu.
El Espíritu Santo infundía en el alma de Jesucristo
aquellos arrebatos de gozo purísimo, inefable, divino de los que habla el
Evangelio:
Es necesario:
que el Espíritu Santo habite en mí, me gobierne, me
conduzca, sine tuo numine nihil est... debe ser el motor secreto de cada acción
mía, especialmente en estos Ejercicios: ¡Veni, veni, veni S. Spiritus!
2. Dios me ha creado, hay que servirlo, la creación
continúa en la conservación y mi servidumbre es indestructible; los Ángeles y
los Santos son siervos de Dios, los Apóstoles se glorían de ser siervos de
Jesucristo. Servus tuus ego sum. Es necesario, por lo tanto, darse al servicio
de Dios ex toto corde.
¡Qué insensato es el Obispo que no se da toto corde al
servicio de Dios, pura y simplemente, sin segundos fines - Salvum me fac,
Domine!
¡Qué feliz es el hombre que se da enteramente al
servicio de Dios! ¡Goza de alegrías vivísimas! ¡Dios mío ayúdame! ¡Veni, veni
Sancte Spiritus!
3. Hay que tener santidad interior. Jesucristo es el
único Sacerdote: el sacerdocio es uno y sempiterno. Cada sacerdote y más el
Obispo es el agente principal del sacerdocio de Cristo: por lo tanto estote
perfecti: es un mandato.
¿Qué hacer? Imitar siempre y en todo a Jesucristo.
Pensar como El, hablar como El, obrar como El, vivir como El. ¡Oh Jesús
ayúdame! Hacer un buen reglamento con la confesión semanal.
Pongo esto bajo la protección especial de María de las
Gracias. [69]
«Es necesaria la vida interior»
72
Ciertamente el gobierno de una Diócesis es cosa santa,
viene de lo sobrenatural y a ello conduce, ¡pero se está tan distraído! Yo
siento cada día más vivamente que para llevar, sin decaer, el peso episcopal de
la vida exterior, es necesaria la vida interior, en la cual solamente se
encuentra la consolación, la fuerza, el sentimiento interno, la luz, la paz que
sostiene, el manna absconditum. Yo, a estas cosas las siento, las digo,
pero en cuanto a actuar y a la fidelidad a Dios estoy tan lejos como la tierra
está lejos del Cielo; usted no las dice, pero las hará ciertamente, ¡dichoso de
usted! [70]
«He aquí mi única aspiración»
73
Las cosas a las que aspiro son: hacer el bien, hacer
todo el bien posible, he aquí mi única aspiración. [71]
c) la oracion alimento de la fe
«La oración es Dios infundido en nuestro corazón»
74
La oración es sin duda la acción más noble y más gloriosa
que el hombre pueda ejercitar en este mundo y nos confiere una grandeza del
todo soberana. No sólo ella nos pone en íntima relación con todo lo que hay de
verdadero, de bello, de santo en el cielo y sobre la tierra, sino que nos hace
también partícipes de la amistad de Dios, de sus más tiernas efusiones, de sus
más íntimas confidencias. La oración es Dios que desciende al ser invocado:
Dios derramado, infundido en nuestro corazón, según la hermosa expresión de San
Agustín: Dios, nuestro Creador, nuestro Padre, nuestro Redentor, nuestro amigo,
nuestro hermano, que nos mira y nos escucha, que sonríe benévolo a nuestros
homenajes y a nuestros afectos. [72]
«Cuando nosotros oramos, es el universo que ora en
nosotros y con nosotros»
75
En medio de esta creación silenciosa y muda faltaba una
lengua para bendecir al Señor, faltaba un corazón para amarlo. Dios creó al
hombre, y dándole vida a los labios quiso que toda la naturaleza pudiese
encontrar una voz que fuese como el himno de la adoración y del agradecimiento.
Esta voz que sube hasta Dios en nombre del universo, del cual el hombre puede
decirse el órgano y el representante, es justamente la voz de la oración.
Sí, queridísimos, cuando nosotros oramos, es el
universo que ora en nosotros y con nosotros, es el universo del cual nosotros
somos un compendio, son todas las criaturas que tomando una voz y un alma,
alaban, bendicen, agradecen, glorifican, exaltan a Aquél que las sacó de la
nada: Benedicite, omnia opera Domini Domino [Creaturas todas del Señor, bendigan
al Señor]. [73]
«¿El hombre solo quedará mudo entre tanta armonía?»
76
Cuando el sol en la mañana derrama su luz sobre la flor
mustia, ésta abre su cáliz y, con un gracioso movimiento, se yergue hacia el
benéfico astro, casi para testimoniarle, de esa forma de la cual es capaz, su
alegría, su reconocimiento. La hierba que asoma, la gotita que cae, el viento
que sopla, el pájaro que vuela, el mar que brama, la estrella que brilla, en
fin, toda la creación no es más, según el lenguaje de los Libros Santos, que un
inmenso himno de bendición y de alabanza al supremo Hacedor. Y el hombre, este
rey de lo creado, que todo ha recibido de manos de El, la soberanía, la fuerza,
la inteligencia, la vida, ¿el hombre solo quedará mudo entre tanta armonía? ¿Se
mostrará el ser más ingrato de todos porque entre todos fue el más favorecido?
Puesto más cerca del trono del Altísimo sin ningún mérito suyo precedente, ¿no
deberá, en cambio, ser el primero en reconocer el supremo dominio? ¿No mandará
a su frente inclinarse, a su lengua soltarse, a toda su persona postrarse y
rendirle el homenaje que como súbdito le debe? Sí, muy amados, sí; nuestro
cuerpo, que de la creación es la obra maestra, destinado con el alma a la
gloria, debe él también, siguiendo los movimientos interiores, glorificar a su
manera al Creador supremo. "Mi corazón y juntamente mi carne, exclamaba el
Profeta, exultan en el Dios vivo"; y Jesucristo mismo, como hombre, oraba
a su Padre celestial con las rodillas dobladas y con la frente inclinada hacia
el suelo. [74]
«La oración es el vínculo de la humanidad entera»
77
La oración hace al hombre superior a sí mismo, lo
transfigura, lo sublima, lo diviniza. En la historia de las almas no hay hecho
más común que la conversión concedida a la oración de los santos. De un Saulo
perseguidor forma un apóstol. ¡Y cuántos Agustines son hijos de las lágrimas y
de las oraciones maternas!
La oración es el vínculo de la humanidad entera. Sean
igualmente inmensas las distancias, insuperables hasta que se quiera las
barreras que nos separan los unos de los otros, ella a todos acerca, todo
reúne. Es la oración que estrecha a los vivientes entre ellos y los vivientes
con los difuntos, que une a la familia de la tierra con la familia del cielo,
que forma entre
«El mismo Verbo de Dios oró»
78
Y ya que el Verbo de Dios se hizo hombre para
instruirnos, no sólo con los preceptos, sino también con los ejemplos, Él mismo
oró al Padre, Él que con el Padre era una sola cosa, Él al cual el Padre había
dado en potestad todas las cosas. Oró con recogimiento en el desierto; oró solo
en el monte, velando la noche entera; oró ante la tumba de Lázaro y a la
entrada de Jerusalén; oró antes de dar comienzo a su misión; oró en el templo,
en el cenáculo, en el Getsemaní, en el Calvario; oró hasta el último suspiro
para arrancar de los suplicios eternos a la humanidad que en Él, turbada, temblaba,
sudaba sangre y caía bajo los golpes de muerte (...).
Ahora bien, exclama San Cipriano, si ora Jesús, que
era el Santo de los Santos, ¿cuánto más deben orar los pecadores?
¿Si ora
También el ejemplo de
«También en el Cielo
79
No solamente sobre la tierra, sino también en el cielo
«El hombre habla y Dios lo escucha, el hombre ordena y
Dios obedece»
80
En efecto, ¿qué es la oración? Es la elevación del
espíritu a Dios, manantial de la vida; es la misteriosa unión de aquel
intercambio maravilloso que existe entre el hombre y su Hacedor. Ella pone las
plumas a las alas para el vuelo de nuestra alma, la eleva por encima de este
lugar de dolor, la transporta al seno de la divinidad. El cuerpo está en la
tierra, pero el alma está en el cielo. El hombre habla y Dios lo escucha, el
hombre ordena y Dios obedece: Voluntatem timentium se faciet, et deprecationem
eorum exaudiet [Hará la voluntad de los que le temen, y escuchará
favorablemente su súplica].[78]
«¿Quién puede resistir a Dios? La oración»
81
Este coloquio allá arriba se llama alabanza, éxtasis,
amor, beatitud, felicidad sempiterna; aquí abajo es un poco de todo esto y se
llama oración. Ella, por lo tanto, es en la tierra el preludio de la vida
inmortal.
Es justamente de este contacto con
La oración, por más humilde que sea, no sólo iguala,
sino que supera, casi diría, la potencia misma de Dios: Dios es omnipotente,
dice el Profeta, y ¿quién puede resistirle? La oración, respondo yo. [79]
«Los celestiales pararrayos»
82
Al ver hoy como los delitos se multiplican tan
espantosamente, muchos se preguntan por qué el Señor tiene tanta paciencia y
por qué no hace bajar un rayo. Mis queridos, levanten la mirada hacia las cimas
del mundo espiritual; ustedes verán los celestiales pararrayos. El rayo se
desliza bramando, mas cuando quiere estallar, se ve obligado a seguir los hilos
conductores, y se asombra él mismo de ver su fuerza aplacada en un instante.
Más allá de la metáfora, ustedes observan los buenos que oran, los ministros de
Dios que oran, tantas almas apartadas del mundo que oran. He aquí revelado el
misterio. Esas almas son las centinelas avanzadas del género humano, son
víctimas voluntarias que con sus gemidos y sus preces, hechas aún más válidas
por la penitencia, aplacan la justicia divina y hacen entrar nuevamente en la
vaina la espada vengadora. Si nosotros pudiésemos penetrar en los secretos de
Dios nos asombraríamos al ver la magnitud del lugar que ocupa la oración de los
justos en el plano de
«No hay persona exenta de la ley de la oración»
83
¡Oh, sí! ¡Oren! No hay persona exenta de esta ley. Oren si son
virtuosos, para mantenerse como tales; oren si son pecadores, para levantarse de
ese estado lamentable. Oren los unos y los otros para ser salvados, porque está
escrito: mucho puede la asidua plegaria del justo. Oren con humildad, con
confianza, con perseverancia. Oren entre las paredes domésticas y oren en el
templo. Oren especialmente con esa oración santa y sublime que Jesucristo
mismo, como ya les he dicho, enseñó a los hombres, y con la que pedimos al
Padre nuestro que está en los cielos, la glorificación de su nombre, la venida
de su reino, el cumplimiento de su voluntad, nuestro alimento cotidiano, el
perdón de nuestras faltas, la defensa y la ayuda en toda necesidad nuestra. [81]
«La oración es para nosotros una necesidad innata,
instintiva, irresistible»
84
Dios es el autor supremo y muy sabio de todas las cosas
y todo está en sus manos. ¿Quién podría negarlo, sin negar la propia razón? En
Él, como dice el Apóstol, nosotros vivimos, nos movemos y existimos. Él nos ha
dado el ser y en cada instante nos lo conserva. Por lo tanto, si nuestra vida
aquí abajo es un don suyo, si nosotros no somos propiedad nuestra, sino de
Dios, está claro que a Él debemos el homenaje perenne de nuestra gratitud, el
ofrecimiento de nuestra dependencia, el tributo de nuestras alabanzas, el culto
de nuestra adoración, el sacrificio de todo nuestro ser. Y el sacrificio es
oración, el culto es oración, la alabanza es oración, el reconocimiento es
oración (...).
La oración es para nosotros, criaturas racionales, una
necesidad innata, instintiva, irresistible. [82]
«Sabe vivir bien el que sabe orar bien »
85
Sabe vivir bien el que sabe orar bien, dice San
Agustín: Recte novit vivere, qui recte novit orare. La oración es la señal del
verdadero creyente, es por sí sola una completa profesión del cristianismo y
compendia en sí el ejercicio de todas las virtudes más excelsas. Ejercicio de
fe, de esperanza, de caridad, de humildad, de arrepentimiento, de adoración, de
conformidad a la voluntad divina, y como tal a ella nunca le puede faltar
premio. Elevando nuestro corazón a Dios ella nos separa de los bienes ilusorios
de esta vida miserable, y como tal ella alimenta en nosotros la vida del
espíritu, nos habitúa a las cosas de la eternidad, nos hace gustar sobre la
tierra el gozo y la paz de los elegidos.
La oración es la luz, el calor, el alimento, el
consuelo, la vida del alma humana. El alma sufre y muere si no respira este
aire del cielo. Como el pez, sacado del agua, se estremece y muere, así, dice
San Crisóstomo, muere el alma que se sustraiga a este vital elemento, que es la
gracia de Dios que se respira en la oración. [83]
«El que no reza no tiene alma»
86
El que no reza no tiene alma. O no entiende, o no
siente, o no ama.
La oración es la fuente de los buenos y alguna vez de
los grandes pensamientos. Pregúntenlo a los que creen, es allí donde ellos han
hallado la luz de la fe; pregúntenlo a los santos, es allí donde ellos han
hallado la luz de la gracia; pregúntenlo a los genios, es allí donde ellos han
hallado las luces de la ciencia. [84]
«Los designios de Dios infaliblemente se cumplirán»
87
No los desaliente, oh queridos, la persistencia de los
males. Para un Dios omnipotente ninguna cosa es difícil, y en sus manos todo
sirve para el fin establecido. Aún los colosos que el orgullo humano supo
levantar desmesurados, inmensos, son arrojados por tierra por Él sin ningún
esfuerzo. Sin embargo, se debe rezar y rezar constantemente y con fe para
obtener el triunfo de
Rezó con confianza y sin descanso
Rezó al principio de este siglo con confianza y
constancia
Aún en el presente los tiempos son muy tristes; la fe
es combatida furiosamente por sus enemigos; la piedad es burlada, el día del
Señor, el sagrado tiempo de
«
88
Es ley de la filosofía de la historia que los grandes acontecimientos
de la humanidad, así como tienen razón de efecto en relación con otros
acontecimientos que le preceden, tienen razón de causa en relación con los
acontecimientos que le siguen.
Por consiguiente, constituyen aquella cadena de causas
y efectos que representan el principio de causalidad en el orden histórico.
De ello se deduce que pretender destruir los grandes
hechos contemporáneos, que no son más que consecuencia de los precedentes, y
quererlos destruir tanto "con el dulce hacer nada", como con una
sistemática oposición a priori, es por los menos bastante poco racional. Si
Napoleón I hubiese querido hacer volver a Francia a la época de Luis XVI o de Clodoveo,
ciertamente no habría sido ni Cónsul ni Emperador.
Si por el contrario no desconociendo lo que los
tiempos han obrado, se distingue entre el bien y el mal, y se procura conducir
de nuevo a la humanidad a las leyes de la moral y de la justicia, con aquellos
argumentos que ya en otra oportunidad convirtieron al mundo, entonces se podrá
esperar que los acontecimientos, entrados en el dominio de la historia, sean
purificados de la escoria que los envuelve y dirigidos al verdadero beneficio
del género humano. [86]
«El secreto de la paciencia de la cruz»
89
Al ver crecer exuberante la cizaña en el campo del gran
padre de familia nosotros temblamos más que los apóstoles en el lago de Galilea
al levantarse la tempestad, y como los peones de la parábola quisiéramos
erradicar de inmediato la hierba mala, para que el buen trigo no sufra: tememos
que el designio de Dios sea destruido y los impíos triunfen. ¡Cuánto nos
engañamos con nuestros vanos temores! Todo está en manos de Dios. Es una verdad
de fe. Dios es causa primera y el hombre causa segunda, pero inteligente y
libre; no sería libre si no pudiese apartarse del designio de Dios para seguir
uno propio. Dios podría detenerlo y castigarlo de inmediato; que si no lo hace,
San Agustín nos ha dado una razón luminosa y en todo digna de la bondad de
Dios: omnis malus aut ideo vivit ut corrigatur; aut ideo vivit ut per illum
bonus exerceatur [todo lo malo o vive para que sea corregido; o vive para que
por su medio sea practicado el bien]; pero en cuanto al designio de Dios no
podría nunca ser perjudicado por la obra del hombre. ¡Oh! estamos seguros, que
Dios deja hacer al hombre mientras ello no perjudica, sino que sirve a su
divino designio de triunfo para
Cuántos eventos en el mundo nos parecen casos
fortuitos y sin embargo son disposiciones preparadas por Dios, quien, cuando
menos se piensa, derriba y vuelca todos los castillos en el aire fabricados por
los hombres y que se creían eternos (...). Dios conoce el tiempo de edificar y
el tiempo de destruir; y en el tiempo oportuno edifica y destruye. [87]
«Los momentos de su gracia no son siempre los momentos
de nuestra impaciencia»
90
Dueño absoluto y muy libre dispensador de sus gracias
desde lo alto de la sagrada montaña de Sión las hace llover sobre nosotros cómo
y cuándo mejor le agrada. A nosotros nos corresponde permanecer en el regazo,
humildes y pacientes, para recogerlas de su mano generosa y liberal. El es
padre que nos ama con inmenso amor, y no puede dejar de conmoverse con las
desventuras de sus hijos; y cuando no responde de inmediato a nuestro pedido,
es porque los momentos de su gracia no siempre coinciden con los momentos de
nuestra impaciencia. Sin embargo bien sabrá resarcir con la grandeza de sus
beneficios la demora que nos hizo llorar y suspirar. Nada por lo tanto debe
arrancar de nuestro corazón la confiada perseverancia por más larga que nos
pueda parecer la demora del socorro divino.
Mostremos, por lo tanto, que si Dios quiere poner a
prueba nuestra fe, nosotros sabremos resistir generosos a la prueba; que
nosotros descansamos tranquilos sobre la promesa infalible del mismo
Jesucristo: que toda la potencia del infierno nunca podrá prevalecer contra su
Iglesia, portae inferi non praevalebunt adversus eam [las puertas del infierno
no prevalecerán contra ella]; que su triunfo no puede faltar, y será juntamente
fruto y premio de nuestra confianza y de nuestra oración. Ah, el que tiene
firme su fe en Dios, y aferrada al Cielo el ancla de su esperanza, espera
incluso contra toda esperanza. Cuando Cristo quiera, increpará a los vientos y
al mar, y a la tempestad sucederá pronto una gran bonanza: et facta est in mari
tranquillitas magna. [88]
«Hombres de poca fe, ¿por qué dudan?»
91
El triunfo de los malos no debe desanimar a los buenos,
es decir, a aquellos que se mantienen fieles a Cristo y a su Iglesia; ya que la
conducta de Dios hacia Ella está siempre llena de infinita sabiduría, no
separando jamás el presente del porvenir y de la eternidad, y su mismo aparente
abandono no es más que un efecto de su amor. La vida de
«No sabe la sociedad que trabaja para madurarse a si
misma para el reino de Dios»
92
Nosotros vemos ahora la sociedad agonizar, diríamos,
para producir un nuevo orden de cosas; no sabe la pobre que trabaja casi para
madurarse a si misma para el reino del Hombre-Dios; no sabe que trabaja para
preparar el campo de la victoria universal de
Levantemos por lo tanto, venerables hermanos y
queridos hijos, levantemos el espíritu entre las opresiones; ensanchemos más
que nunca nuestros corazones, esperemos; pero que nuestra esperanza sea calma y
paciente; esperemos; mas sin cansarnos. El siervo fiel que espera a su patrón
no falta a su deber porque el patrón demore en venir. Si Dios, en sus adorables
designios, tarda en atender nuestro ruego, nosotros redoblemos nuestra
confianza, contraponiendo al juicio de los hombres la inefable verdad de las
promesas divinas; a la incredulidad del siglo, una ilimitada confianza.[90]
«El camino de la verdadera libertad, de la verdadera
civilización, del verdadero progreso»
93
Los obstáculos que todavía surgen para contrariar el
proyecto divino desaparecerán poco a poco y llegará el día en el que todas las
naciones sabrán donde reside su verdadera grandeza: sentirán la necesidad de
volver al Padre y volverán. ¡Qué día será aquel, Señores! Día venturoso en el
cual todos los acentos, todas las voces, en diferentes lenguas, como ya sucedió
en el gran Concilio de Piacenza, levantarán al Altísimo el cántico de la
gratitud y de la alabanza. El sol de la verdad resplandecerá más luminoso y el
arco iris de la paz, como dice un elocuente orador, se inclinará sobre la
tierra con todos sus gentiles colores. Será como un arco de triunfo, bajo el
cual
«En América... un designio particular de
94
El gran designio de Dios, ustedes lo saben, es la
salvación de todos los hombres por medio de su Iglesia, creación admirable de
su amor infinito, su casa, su ciudad, su reino. Y bien: dilatar los confines de
este reino, llamando a la luz de la verdad a nuevos pueblos y haciéndoles
gustar los beneficios de la redención, he aquí, oh Señores, el pensamiento
amplio, la continua aspiración, el primero y más alto ideal de Colón (...).
Cuando Dios desea hacer algo grande, lo manifiesta sin
duda a través de los medios y de los instrumentos que Él elige para el
objetivo. Y algo grande quiso hacer y quiere hacer todavía por América y con
América. Efectivamente quiso organizarla de tal manera que ningún otro
continente pueda hacerle frente por la vastedad, por la magnificencia, por las
riquezas. Allá llanuras sin fin, praderas sin confines y de prodigiosa
fecundidad; allá inmensas selvas pobladas de árboles gigantescos; montañas cuya
cumbre verdeante parece tocar el Cielo; allá ríos tan anchos y profundos que
corren sin nunca detenerse, de un océano al otro; allá todas las temperaturas,
todos los climas, todos los cultivos, todos los productos del suelo, allá todos
los tesoros de las mercancías, todos los minerales; allá, para abreviar,
reunidos, todos los dones que Dios ha repartido a las diversas partes del
mundo.
Luego, cuando se trata de abrir este vasto continente
a la evangelización, ¿qué hace? Allí envía lo más grande que hay entre los
hombres: manda héroes y santos, comenzando por nuestro Colón, pasando por el
último mártir, que baña con su propia sangre el suelo de la nueva Inglaterra,
hasta los hijos del venerable Don Bosco, que cada día de sus sudores recogen
frutos de religión y de civilización fecundísimos.
No basta todavía: sobre aquellas jóvenes naciones Dios
vuelca a manos llenas con el genio de los progresos materiales las bendiciones
de las prosperidades sociales. ¿Y todo esto en qué modo, oh Señores? Justamente
en el momento en que Asia y África por haber querido sustraerse a los
beneficios infundidos por el Evangelio, se hallan en el colmo de la barbarie;
justo en el momento en que Europa, desviada por perversas doctrinas, intenta
sacudir el suave yugo de Jesucristo, de vivir sin Dios. ¿Quién no ve en esta
solicitud, en esta predilección, en estas larguezas de Dios que en América
sobresalen en todo, un designio particular de su Providencia, para que no falte
nada a ese continente a fin de que sea apto para recibir la población sobrante
de todas las razas humanas y darle todas las prosperidades, todas las
felicidades posibles aquí abajo, para que sea apta para regenerar al mundo
precisamente en el período de decrepitud que atraviesa, abriendo así a la
fecundidad divina de su Iglesia un campo inmenso, donde será compensada
ampliamente por las traiciones y el abandono de los pueblos que se niegan a
vivir de su vida?
¿Quién no ve con claridad el designio de Dios?
Mientras el mundo, oh Señores, se agita deslumbrado por su progreso, mientras
el hombre se exalta por sus conquistas sobre el dominio de la materia, y manda
como dueño sobre la naturaleza, desentrañando el suelo, sojuzgando el rayo,
mezclando las aguas de los océanos cortando los istmos, acortando las
distancias; mientras los pueblos se desarrollan y se renuevan, las razas se
mezclan, se extienden o mueren; a través del ruido y por encima de estas
innumerables obras, y no sin ellas, se está cumpliendo una obra más amplia, más
importante, más sublime: la unión en Dios por su Cristo de todas las almas de
buena voluntad. Los servidores de Dios que trabajan sobre la tierra a favor de
sus designios son innumerables en todos los tiempos, pero en las grandes épocas
históricas de renovación social, hay mayor número que los que se ven, más que
los que se conocen, que trabajan inconscientemente a sus órdenes, para su
gloria. Porque, oh Señores, sépanlo bien, el último objetivo prefijado a la
humanidad no es la conquista de la materia a través de una ciencia más o menos
adelantada, ni la creación de aquellos pueblos en los cuales se encarna hora
tras hora el genio de la fuerza, de la literatura, de la ciencia, del gobierno,
de la riqueza, no, sino la unión de las almas en Dios por medio de Jesucristo.
En efecto, Dios hizo todo y todo hace por su Verbo,
Cristo Jesús. Por lo tanto, todo lo que Él ha hecho por el nuevo continente
americano lo hizo por su Cristo. Cristo hizo todo para su Iglesia. América por
lo tanto, se puede decir, es la herencia de Cristo; es la tierra prometida de
Llegará el tiempo, oh señores, si los pueblos no
perturban el plan divino, que todas las naciones tendrán allá colonias, ricas,
honestas, religiosas, florecientes, las cuales, aún conservando cada una su
propia identidad nacional, estarán política y religiosamente unidas. Desde
aquella tierra de bendición se elevarán inspiraciones, se desarrollarán
principios, se desplegarán fuerzas nuevas, arcanas, que vendrán a regenerar el
nuevo mundo, enseñándole la economía de la verdadera fraternidad, de la
verdadera igualdad, de la verdadera libertad, de todo verdadero progreso.
Entonces se cumplirá, tengo fe, la gran palabra de Cristo: un sólo rebaño, un
sólo pastor. [92]
«La reunión de los pueblos en una sola familia»
95
¡Dios lo quiere! era el grito de Urbano II, y es el grito de su digno
sucesor León XIII. ¡Dios lo quiere! Desea que los pueblos recuerden que son
cristianos; quiere la razón reconciliada con la fe, la naturaleza con la
gracia, la tierra con el Cielo, la obra de las criaturas con los derechos del
Creador. Quiere que trabajo y capital, libertad y autoridad, igualdad y orden,
fraternidad y paternidad, conservación y progreso se llamen y se ayuden también
ellos como opuestos armoniosos. En fin, desea que todos los elementos de la
civilización, ciencias, letras, artes, industrias, todo legítimo interés, toda
legítima aspiración, tengan en la religión, en
En nuestra época, como en la época de las cruzadas, nosotros
hallamos al Papa erguido en su trono, rodeado por la veneración y el afecto de
cien pueblos diferentes. Entonces se llamaba Urbano II, hoy se llama León XIII,
pero en realidad no tiene más que un nombre: se llama Papa y de sus labios
sublimes salen las palabras que sanan a las naciones. Su fuerza es en cada
tiempo la misma, universalmente generosa y benéfica. El vela sobre nuestro
siglo moribundo, como veló en los últimos años del siglo décimo primero.
Entonces para salvar a la sociedad del Islamismo que la amenazaba, el Papa
poniéndose al frente de las masas populares inició la primera Cruzada. Hoy,
para salvar a la familia civil del socialismo que la amenaza, el Papa, entrando
en comunicación directa con las masas cristianas, promulga la cruzada contra
las sectas subversivas, la cruzada en favor de los obreros, y por último
aquella que a todas compendia y corona, la santa cruzada para la reunión de los
pueblos en una sola familia. ¡Dios lo quiere!, y la voluntad de Dios sin duda se cumplirá. [93]
«El verdadero progreso es Jesucristo»
96
Progreso en las artes, progreso en las ciencias,
progreso en las industrias, no, no es éste el progreso al que maldice
El verdadero progreso no es el hacer ostentación de
nuevos caminos, de nuevas maquinarias, de nuevos sistemas; todo esto bien puede
decirse es el ornamento, lo exterior de la civilización; mas no es la
civilización, no es el progreso.
El verdadero progreso de un pueblo está en su
educación y la educación legítima y totalmente civilizadora consiste, ante todo
y sobre todo, en el desarrollo de las facultades intelectuales y morales; en el
desarrollo del corazón y en la cultura del espíritu; del corazón, de modo que
abrace la virtud; del espíritu, de modo que prevalezca sobre la materia (...).
Jesucristo es el verdadero Autor del progreso y el
verdadero progreso no es otro que Jesucristo: Jesucristo viviente en el hombre,
Jesucristo que se une a la humanidad y que une a la humanidad a sí mismo,
Jesucristo que se extiende y se levanta poco a poco en los espacios y en los
siglos, Jesucristo centro de toda armonía que se reconstituye, de toda belleza
que se renueva, de toda grandeza que aumenta. Todo lo que hay de más verdadero,
todo lo que hay de más santo, todo lo que hay de más perfecto, debe salir de Él
para volver a Él, ya que Él es el principio y el fin y es el camino que conduce
de uno hacia el otro. [94]
«Hijas del mismo Padre celestial, la razón y la fe»
97
La fe es ciertamente superior a la razón, sin embargo
no puede nunca ocurrir que una esté en contradicción con la otra; que para una
sea verdadero lo que para la otra es falso, o que se estorben recíprocamente en
su propio desarrollo. El que pretende hallar este contraste, ciertamente o ha
entendido mal la fe, por no tener ideas claras de sus enseñanzas, o ha falseado
la razón, considerando correctos sus propios sofismas. Y, ¿cómo podría ser de
otro modo, si ambas luces salen de la misma fuente? Hijas del mismo Padre
celestial, la razón y la fe son dos canales de la única Verdad, son dos rayos
de la misma Luz, son como dos hermanas que dándose la mano en el viaje a través
de este siglo tenebroso, se unen recíprocamente y se auxilian en una alianza
indisoluble y perfecta. La fe con sus doctrinas aclara y ennoblece la razón, la
razón con sus justas investigaciones ilumina la verdad de la fe; una con sus
subsidios predica las maravillas de la otra, la otra con sus misterios llega a
ser no sólo parte integral de la razón, sino que es para ella la corona, el
triunfo, la apoteosis. [95]
«La fe no teme a la discusión, teme a la ignorancia»
98
La fe, no, no teme a la discusión, no teme a la luz;
teme a la ignorancia, teme a la ciencia superficial y liviana, esta falsa
ciencia, que siempre ha dado, y desafortunadamente da también hoy, la más
amplia cuota a la incredulidad. En efecto díganme: ¿son quizás muchos en
nuestros días los que sienten la necesidad y el deber de agregar un estudio
serio y profundo al Catecismo que aprendieron en la juventud? ¿Quién recorre
los libros de los apologistas antiguos y modernos que iluminan las pruebas racionales
de la religión, que muestran las sublimes analogías y bellezas, que refutan las
dificultades y calumnias de la cual es acusada? Apenas si conocen su nombre.
¿Qué maravilla, por lo tanto, si estos, aunque provistos de ingenio, no saben
en materia de fe ni siquiera lo que saben los niños? Si se quiere, están
interiorizados en todo: filosofía, matemáticas, historia, literatura, pero
ignoran la más importante: la ciencia de la religión, o bien tienen de ella un
conocimiento defectuoso, mezcla de errores y prejuicios vulgares, que han
aprendido hojeando el diario escéptico y blasfemo, como han estudiado en los
libros de moda, en las novelas que todo falsean y confunden, en libros
históricos calumniosos o mendaces, en los espectáculos y dramas teatrales más vergonzosos,
en los liceos o universidades, desde donde maestros muy frecuentemente
incrédulos, la hacen el blanco de sus dichos mordaces y de sus mofas.[96]
.
«El más estricto deber de empeñarse para el triunfo de
99
Beatísimo Padre,
El Comité que se ha constituido en Piacenza bajo la
presidencia honoraria del Ordinario con la finalidad de promover adhesiones
entre los italianos para el Congreso Científico Internacional, que los eruditos
Católicos llevarán a cabo en agosto del año próximo en Friburgo, Suiza,
presenta a los pies de Su Santidad un ejemplar de la circular que piensa
difundir entre los Católicos estudiosos; y suplica a Su Santidad quiera
bendecir los esfuerzos del mismo para que los italianos concurran en número
digno de
Dígnese Su Santidad bendecir al Comité Italiano y a los
que suscriben, que postrados para el beso del sagrado pie, se dicen con gozo
De Su Santidad
Muy Humildes Hijos
+ Juan Bautista Obispo de Piacenza, Presidente Honorario
Alberto Barberis, C. M. Presidente.[97]
«La función de la ciencia en el llamado a las almas a
Dios»
100En
septiembre de 1894 se realizaba por tercera vez un evento de la mayor
importancia para la religión y para la ciencia.
Eruditos católicos de cada nación, belgas y franceses en
número predominante, alemanes, austriacos, húngaros, suizos, españoles y
americanos y algún representante de nuestra Italia, convinieron en Bruselas,
para llevar a cabo
Todas las ciencias en aquel Congreso encontraron un
lugar condigno; las doctrinas religioso-apologéticas a la cabeza de todas, y
luego las filosóficas, las ciencias sociales y jurídicas, las doctrinas
históricas y filológicas, las disciplinas matemáticas, físicas y naturales; a
esta completa enciclopedia del saber no faltaba tampoco el ornato de la
estética cristiana.
Tanto tesoro de multiformes conocimientos científicos
y de serenas discusiones, consignado en los nueve volúmenes de las Actas del
Congreso, no sólo como testimonio de los progresos obtenidos, no puede quedar
sin fruto. Si un solo erudito, que armonice en sí la ciencia y la fe, es
defensa de la religión y de la sociedad, bien se puede confiar que una numerosa
y selecta asamblea de eruditos y estudiosos creyentes de cada nación, obligará
al mundo pervertido por una ciencia escéptica y anticristiana, por lo menos a
respetar una religión, que con sus rayos fecundadores aviva toda flor del
saber. Más bien, no pocos de los talentos más nobles que no satisfechos con las
maravillosas conquistas de la ciencia en el orden material, están atormentados
por la necesidad de elevarse a los más altos problemas de la vida, hallarán
consuelo en elevar más alto el corazón en la contemplación de las armoniosas y tranquilizantes
soluciones que presta la ciencia humana, mediante la luz de la fe. Y mientras
tanto la labor continua y simultánea en todas las ramas del gran árbol
científico, coordinado en unidad en estas reuniones universales de eruditos,
acumulará abundantes y multiformes materiales para levantar mucho más hermoso
el edificio de
Las felices experiencias del pasado, y estas felices y
no falibles expectativas del porvenir, son ya exuberante argumento para los
suscriptos con la finalidad de hacer en Italia una obra diligente en
preparación al IV Congreso internacional científico de los Católicos ya
decidido para agosto del año 1897 en Friburgo, Suiza; para lo cual ellos fueron
ahora confirmados por
Mas para favorecer este intento se añaden además
motivos de gran honra para nuestra patria; mientras que por múltiples
circunstancias, que no tiene objeto mencionar aquí, nuestro país en el Congreso
de Bruselas, entre 2.500 adherentes de todas las naciones, contaba solamente
con 74 italianos, de los cuales sólo dos participaron personalmente en las
sesiones (...).
+ Juan Bautista Scalabrini, Obispo de Piacenza,
Presidente Honorario
A. Barberis, Profesor en el Colegio Alberoni, Miembro
Honorario de
Barón Demateis Mons. Carlos Brera
Dr. G. Toniolo Teól. L. Biginelli
Dr. Luigi Olivi P. G. Giovannozzi
Mons. L. Brevedan P. De Martinis
Conde Ed. Soderini P. I. Torregrossa[98]
«La gran obra del reflorecimiento de
101En el
coloquio mantenido con Vuestra Excelencia Reverendísima, que me produjo tanta
alegría, la conversación recayó sobre el Divus Thomas y sobre la obra del abad
Luis Francardi. Del primero Usted habrá recibido los fascículos y yo me atrevo
a rogarle, Excelentísimo Príncipe, quiera expresarme su autorizada opinión. Ese
periódico fundado con la intención de cooperar con la gran obra de
reflorecimiento de
Me interesa, por lo tanto, que ese periódico prospere
para favorecer la buena causa y es por ello que Vuestra Excelencia debe hacerme
el favor, que le suplico también en nombre del Director, de darme claramente su
opinión ya que estamos dispuestos a retractar, explicar y reformar cualquier
expresión que no fuera estrictamente acorde con la doctrina del Doctor Angélico
(...).
Estoy preparando el Decreto para el Patronato de Santo
Tomás para introducir la explicación de
«
102No comparto
enteramente sus temores con respecto a las discutidas cuestiones bíblicas. Es
Jesucristo quien gobierna a
María glorifica a
Los pobres son la imagen viva y hablante de Cristo,
nacido pobre y muerto desnudo sobre una cruz. Son sus amigos predilectos, la
pupila de sus ojos. No podemos ser amigos de Cristo sin ser amigos de sus
amigos. Si amamos mucho a los pobres, a los últimos, a los desheredados, mucho
se nos perdonará. Si amamos a la pobreza, amamos a Cristo que la desposó.
«Glorificó a Dios, fue glorificada por Dios»
103El que
glorifica a Dios, dice el Señor, será glorificado por Dios. ¿Y quién más que
María glorificó a Dios sobre esta tierra? Ella glorificó a Dios Padre, a Dios
Hijo, a Dios Espíritu Santo.
Glorificó a Dios Padre, cuando con su consentimiento
para
Por consiguiente por el Padre, por el Hijo y por el
Espíritu Santo debía ser glorificada en los cielos, por lo tanto no con una
sino con triple corona debía ser coronada.[101]
«María figura de
104Toda la vida
de
«Madre de
105¿Quién me sabe decir con qué intensos
deseos, con qué expansión de afecto, con qué perseverancia de oración, se habrá
dirigido ella, María, en el Cenáculo al Paráclito divino, suplicándole que
quisiera con toda la plenitud de sus dones difundirse sobre esas primicias de
la fe y sobre todos los futuros creyentes y que fuera Él por todos los siglos
su luz, su consejero, su guía, su consuelo? Y al mismo tiempo ¿quién puede
dudar que el Espíritu divino habrá recibido con bondad, escuchado con
beneplácito las súplicas de María, de esta esposa suya bella por todas las
virtudes, rica por todos los dones, tan querida en su presencia, tan poderosa
sobre su corazón? Y, por lo tanto, ¿quién no concluirá conmigo que María tuvo
importantísima participación en los admirables efectos que en su venida el
Espíritu Santo produjo entre los hombres y que por ellos somos en verdad
deudores también de
Tanto más que su ejemplo contribuyó, no poco, a
despertar también en los Apóstoles aquellas óptimas disposiciones que debían
servir como invitación para la mayor difusión del Espíritu.
¡Ah sí! María era a los ojos de los Apóstoles cosa
sagrada, venerable. Veían infundido en ella el espíritu de su divino Maestro, y
casi reflejado, personificado Él mismo. Sus miradas estaban dirigidas a ella
como regla de todas sus acciones, como modelo de su vida, y estaban pendientes,
diré así, de sus labios cada deseo de ellos.
Por otro lado María durante todo el tiempo que
permaneció con los Apóstoles en el cenáculo, ¡con qué frecuencia, con qué celo,
con qué ardor les habrá hablado de los grandes méritos de aquel Espíritu que
estaban esperando y de la importancia de su misión y de la excelencia de sus
dones y de la necesidad de disponerse a recibirlo dignamente! Y estas palabras
suyas tan respetables por su autoridad, tan eficaces por su ejemplo, piensen,
ustedes ¡qué fuertes impresiones habrán producido en su ánimo y cómo las habrán
empleado para purificar sus corazones, para encender sus anhelos, para
enfervorizar sus súplicas, en fin, para hacerlos más aptos para una más copiosa
participación del Espíritu divino! (...). Es justamente el día de Pentecostés
cuando María comenzó a ejercer su maternidad espiritual sobre la tierra para la
cual fue elegida a los pies de
Efectivamente en Nazaret el Espíritu Santo la
consagraba Madre de Dios, en el Cenáculo la consagraba Madre de
«María es la humanidad regenerada»
106No
terminaría más, oh muy queridos, si quisiera enumerar todos los enormes bienes
que aportó sobre la tierra el Dogma de
¡Miren, les diré solamente, la serenidad y
tranquilidad de
Yo desafío a que señalen otra época en la cual el
patrocinio de María apareciera tan evidente y sensible como en nuestra época, y
que la paz interna de
Como
¡Ella, si bien fue Madre de un Dios y amada por Él más
que todas las criaturas juntas, no fue dotada de otras riquezas más que las
riquezas del Cielo! María Inmaculada en el siglo XIX es incentivo para los
justos a tener en cuenta la gracia y para los pecadores, poderoso estímulo para
dejar el pecado. ¡María Inmaculada en el siglo XIX es finalmente el arco iris
de paz tendido entre las discordias de las familias, entre el tumulto de
funestos acontecimientos, entre los temores y las amenazas de los más terribles
desastres! [104]
«La piadosa Mediadora entre Dios y el siglo XIX»
107Deificando a
la razón humana, nuestro siglo proclama, que el hombre jamás necesitó
Redención, porque no cayó nunca y se niega a confesar el desorden que
interiormente lo degrada, y rechaza los dogmas sacrosantos de nuestra santísima
Religión y sus divinos Misterios. Por lo tanto, Jesucristo no es, para nuestro
siglo, el piadoso Salvador que redime al cielo y a la tierra con su Sangre,
sino a lo sumo, es el gran filósofo, al cual se le atribuyen los caracteres de
Por lo tanto, ¿quién, oh queridos, sanará esta horrible
llaga de nuestro infeliz tiempo? ¿Quién volverá a conducir a este hijo pródigo
a la casa de su padre? La piadosa Mediadora de paz y de perdón entre la
naturaleza y la gracia, entre Dios y el siglo XIX, será Aquella que es
justamente el milagro más hermoso de la naturaleza, la obra más perfecta de la
gracia, Aquella en cuya persona la naturaleza y la gracia, lo natural y lo
sobrenatural, la ciencia y la fe, se unen, se entrelazan en grado sumo de la
forma más estupenda; en fin, Aquella que solamente se puede decir Inmaculada
(...).
La definición dogmática de
«El siglo de
108Nuestro siglo
tuvo varios nombres, es cierto. Unos lo denominaron el siglo de las luces y del
progreso, otros el siglo del telégrafo y del vapor; éstos lo llaman el siglo de
las ciencias químicas y matemáticas; aquéllos el siglo de la discusión y de la
libertad. ¡Nosotros lo llamaremos el siglo de
Sí: los otros nombres podrán un día ser discutidos,
podrán caer en el olvido; pero éste nunca. Es cierto, oh Queridísimos, ¿en qué
otro siglo, más que en el nuestro, fue o podrá ser tan universal, tan vivo, tan
apasionado el afecto hacia
«Madre de consuelo»
109Amor con
amor se paga. Y, ¿qué amor más tierno y más eficaz que el que nos tiene María?
María es nuestra Madre. Esta palabra que en el transcurso de veinte siglos
bastó para suscitar tantos latidos, para secar tantas lágrimas, para aliviar
tantos dolores, ¡ah! ¿qué sucedería si fuese comprendida plenamente? Madre de
Jesús porque lo concibió en su seno, María es nuestra madre porque nos concibió
en su corazón; Madre de Jesús por la naturaleza, es madre nuestra por adopción;
madre de la cabeza, lo es también de todos los miembros; madre del Redentor, lo
es también de los redimidos; ya que no engendró al Redentor a la vida del
tiempo sino para engendrar hombres para la vida eterna. María es nuestra madre
y tan nuestra madre que por esto es justamente la madre de Dios: propter nos
homines... incarnatus est de Spiritu Sancto ex María Virgine [por nosotros los
hombres...se ha encarnado, por medio del Espíritu Santo, de María Virgen].
María es nuestra madre, y para que nadie lo pudiese dudar en lo más mínimo, he
aquí que Jesús mismo lo aseguró desde
Se la llama madre de misericordia, y es lo mismo que
decir madre de consuelo. Es su título de reina. Salve regina, mater
misericordiae [Dios te salve reina, madre de misericordia], porque ella no
quiere sino volcar sobre nuestras miserias todas las riquezas de su corazón de
madre. La miseria es la ignorancia y el error, fuente de nuestros desvíos; la
miseria es la tentación, misteriosa agonía de nuestras fuerzas espirituales; la
miseria es el pecado, muerte de la gracia, envilecimiento de nuestra naturaleza
y esclavitud de la libertad; la miseria es la angustia del espíritu, es la
aflicción del corazón. La miseria es la privación de las cosas necesarias para
la vida, el dolor y la enfermedad del cuerpo; la miseria es la persecución de los
malvados, la injusta opresión de los débiles y de los desventurados. Y bien,
para todas estas miserias está el remedio en el corazón de María. Luz, fuerza,
perdón, estímulo, consuelo, asistencia, protección, salud, todo podemos pedir y
todo podemos esperar de nuestra madre de los Cielos: Madre de consolación,
causa de nuestra alegría. [107]
«Vivamos como vivió María»
110María llegó
a sentarse en el trono de la divinidad, pero no obstante ser la madre de Dios,
no podría haberlo logrado sin méritos. Fueron sus méritos y sus virtudes que la
elevaron a tanta gloria, y solamente los méritos y las virtudes nos podrán
conducir a nosotros al Cielo. Vivamos como vivió María, imitemos a María según
la medida de la gracia que Dios nos dona, a ejemplo de Ella pidamos a Dios, por
intercesión de tan augusta Señora, ser fervorosos en la oración, humildes en
las palabras, en los afectos, pacientes a la voluntad divina en las
tribulaciones, llenos de amor por Dios y de caridad sincera por todos nuestros
hermanos, devolviendo a todos y siempre bien por mal, defensores de la gloria
de Dios, del triunfo de
«La devoción a
111Consideren
que la devoción a
El mismo empeño de agradar a
Si se encuentran en
«Sean devotos del Rosario»
112¿Por qué maravillarse, por lo tanto, si
mediante el Rosario, se obtuvieron en todos los tiempos los más notables favores
y se obtuvieron las más estrepitosas victorias? ¿Por qué maravillarse si
personajes ilustres por cuna, por doctrina, por fama, por santidad; Pontífices,
Obispos, reyes, príncipes, capitanes, guerreros, magistrados, jurisconsultos,
doctores, científicos, literatos, artistas, hicieron del Rosario su más
preciada delicia? ¿Por qué maravillarse que la devoción del Rosario se haya
hecho la devoción de todos los tiempos, de todos los lugares, de todas las
condiciones, de todas las edades, de todos los idiomas: la reina de las
devociones, la devoción universal? ¿Por qué maravillarse si los Sumos
Pontífices la enriquecieron con tantas indulgencias, con tantos privilegios y
favores? (...).
Recémoslo con fe, con humildad, con devoción, con
perseverancia; recémoslo diariamente; todos juntos, abrumando, para usar una
frase de Tertuliano, como formaciones cerradas el trono de Dios y haciéndole
dulce violencia, ¿no veremos nosotros también el prodigio admirado por San
Agustín: subir las oraciones del hombre, descender la misericordia de Dios?
Seamos, por lo tanto, devotos del Rosario, ¡oh
queridísimos!, aprécienlo como lo apreciaron nuestros padres. Ustedes
especialmente, oh padres, abran con él cada noche para vuestras familias una
escuela de sabiduría cristiana: hagan que sus hijos, meditando esos misterios,
repitiendo en voz alta esas oraciones sientan recordar el amor de Dios, de
Jesucristo, de María: aprendan que para nuestra salud Dios es el amor que se
dona, Jesucristo el amor que se inmola, María el amor que nos ayuda. ¡Ah! ¡Qué
en medio a tantas voces que se esfuerzan por encorvarlos (o bajarlos,
amarrarlos) hacia la tierra, haya una voz potente que eleve hacia lo alto los
(sus) corazones y los enamore del Cielo! [110]
«Reúnanse cada noche para el rezo del Santo Rosario»
113Ante la
querida y venerada imagen de
«Que me enseñe el amor de Dios»
114Por lo
tanto, por este año se acabó: ¿no bajará más? ¡Una visita a nuestra queridísima
Madre por penitencia, y toda por mis intenciones, que tengo tanta necesidad!
Dígale que me enseñe el amor de Dios, el amor de
«Los Santos son prodigios de la gracia de Dios»
115Como las
obras de la creación cantan la gloria de Dios autor de la naturaleza, así las
obras de la santificación exaltan la gloria de Dios autor de la gracia y, por
lo tanto, todo el esplendor, en el que las virtudes de los Santos resplandece,
se refleja sobre El que obró en ellos cosas grandes, maravillosas. En efecto,
¿qué son los Santos si no prodigios de la gracia de Dios? ¡Ah!, que un hombre
no conserve casi nada de la humanidad corrupta, que por la práctica de la
abnegación personal haya logrado sojuzgar la concupiscencia carnal, vencer los
estímulos de la codicia, domar la fiebre del orgullo; que haya dado un nuevo
curso, una nueva dirección, se puede decir, a las inclinaciones carnales y
terrenales para vivir solamente de las espirituales y celestiales; que se haya
recompuesto enteramente a sí mismo y, por medio de la caridad más generosa, más
pura, más perfecta, no viva más que de Dios, por Dios y con Dios, esto, dice
San Agustín, es un prodigio mucho más grande que devolver a la vida a un
cadáver: prodigio que no puede ser obra del hombre, sino de Dios, porque Dios
que formó al hombre, sólo El puede reformarlo y sobre las ruinas del hombre
viejo, que se identifica con Adán pecador, restablecer al hombre nuevo que
llega a ser una sola cosa con Jesucristo. [113]
«Miremos la fe de los Santos»
116Grandes en
el reino de Dios por las obras practicadas en la fe y por la fe aquí en la
tierra, los Santos nos predican, sobre todas las cosas, las glorias de nuestra
fe; de esa fe que es tesoro de la vida doméstica, que aviva el amor de los
hijos hacia los padres y lleva a todo a la perfección y a la santidad; de esa fe
que enlaza en un vínculo de suaves relaciones todas las personas y las cosas
del mundo y nos mantiene despiertos para el gran día de la rendición de cuentas
al recordarnos, a ejemplo de los Santos, que la vida del cristiano es un
combate sobre la tierra, que nosotros somos aquí soldados combatientes en
difíciles batallas para ganar la beatitud inmortal, que estamos ahora en medio
del fuego para purificarnos de la escoria, que somos peregrinos hacia la
patria, pero continuamente acechados por poderosos y crueles enemigos. Si las
fatigas de la lucha nos debilitan, si la llama de la purificación nos quema, si
el camino nos agota, miremos la corona del triunfo, miremos la fe de los
Santos, miremos mejor la fe que profesamos también nosotros y se afianzarán nuestros
espíritus. [114]
«No son los milagros y los dones extraordinarios los
que hacen a los Santos»
117Se cree con
frecuencia, especialmente en el vulgo, que para alcanzar la santidad es
necesario distinguirse por dones extraordinarios y hacerse singulares por
acciones luminosas. No, hijos míos, no; para ser santos no es necesario ni
predecir el futuro como los profetas, ni obrar prodigios como los taumaturgos,
ni ir a predicar el Evangelio a pueblos bárbaros, como los apóstoles, ni
derramar su propia sangre como los mártires. Nada de esto. Cuando el rico del
Evangelio le preguntó a Jesús qué debía hacer para salvarse, el Divino Maestro
le respondió: Si quieres alcanzar la vida eterna, observa los mandamientos:
serva mandata [observa los mandamientos]. La vida cristiana está toda aquí:
observar fielmente la ley de Dios y cumplir con exactitud los deberes del
propio estado. Hay gran número de personas que llegaron a la santidad siguiendo
sólo este camino. No todos los Santos hicieron acciones estrepitosas, no todos
fueron portentos en obras y elocuencia, no todos se hicieron admirar por
prodigios de sabiduría. Han habido muchos que, desconocidos para el mundo, no
salieron nunca de un estado humilde y llevaron siempre una vida común. María
misma no se hizo notar por ningún don extraordinario y no se lee en
Muchos Santos que hoy veneramos, no salieron nunca del
cerco de la vida doméstica, pero al permanecer en ese estado actuaban
continuamente cumpliendo con sus deberes; estaban continuamente atentos para
ennoblecer las ocupaciones ordinarias, mediante la rectitud de la intención,
obrando siempre con fines sobrenaturales. [115]
«¿Lo que hicieron ellos, por qué no lo podremos hacer
nosotros?»
118Un número
casi infinito de personas de toda clase llegó a ser santo antes que nosotros. ¿
por qué no podremos hacer nosotros lo que ellos hicieron? Mas, para superar las
dificultades, elevemos a menudo los ojos al cielo y pensemos que todos los
esfuerzos, que todas las privaciones que se puedan sufrir, nunca estarán
proporcionados con la grandeza de aquel premio: non sunt condignae passiones
huius saeculi ad futuram gloriam quae revelabitur in nobis; que un esfuerzo de
corta duración nos pone en posesión de una eternidad por siempre beata,
momentaneum et leve tribulationis nostrae, aeternum gloriae pondus operatur in
nobis.
Por lo tanto, en la visión de los Santos, de los que
hoy celebramos los triunfos, consolémosnos, pensando que la santidad no es,
después de todo, tan difícil. Con un Dios que nos conforta, con un Dios que nos
da la mano, que nos inspira vigor, ¿podemos encontrar dificultades en el camino
de nuestra eterna salvación? Si temen todavía, piensen en los santos que hoy
festejamos. Ellos que fueron nuestros hermanos aquí en la tierra, que
estuvieron ligados a nosotros por la fe, por la patria, por el conocimiento,
por la sangre; ellos que en vida estuvieron animados por una caridad tan viva,
por un celo tan ardiente para beneficiar a sus prójimos, ahora que su caridad
se ha perfeccionado, se ha consumado en el Cielo, ¿tendrán por nosotros sus
hermanos, menos interés por nuestra salvación, por nuestra salud?
¡ Oh ! si pudiésemos verlos con cuánto empeño están
defendiendo hoy y siempre ante el trono de Dios nuestra causa, cómo
comprenderíamos y comprobaríamos que la santidad común no es tan difícil, como
generalmente se cree, que es, más bien, posible y por lo tanto obligatoria para
todos y para cada uno de nosotros, ya que estamos llamados a santificarnos en
la tierra, con el fin de reinar con los santos en el Cielo. [116]
«Vivamos cristianamente y seremos santos»
119Un santo no
fue más que un perfecto cristiano; vivamos, por lo tanto, cristianamente y
seremos santos. Lo que formó a los santos más ilustres, o mejor dicho, a los
santos que reconoce
«Grande es el poder de los Mártires ante Dios»
120Los Mártires
siempre fueron objeto de culto especial en
Grande, por lo tanto, fue siempre el poder de los
Mártires ante Dios. Miembros y reliquias de esos hombres maravillosos que vivieron
más de la vida de Jesús que de la propia, incorporados a El por el espíritu de
santificación y con El un mismo cuerpo y casi una misma existencia, protegen y
ayudan con su válida intercesión a los que recurren confiados a ellos y se
entregan a su poder (...).
Todo es concedido por sus plegarias, todo es otorgado
por sus méritos. Al reinar ellos con Cristo esparcen sobre los pueblos las más
selectas bendiciones, y San Agustín nos asegura que los milagros de los tiempos
Apostólicos se renuevan en la paz de todas las naciones, en virtud de los
cuerpos de los Mártires. Ellos dieron testimonio de Dios con su sangre y Dios
concede a los fieles gracias y prodigios por su intercesión. [118]
«Las sagradas reliquias de
121Les confieso
haber sido colmado de gran consuelo y gozo por Dios, viendo, durante la visita
a las Iglesias de esta Ciudad y Diócesis, fuentes saludables y perennes, de las
cuales brotan beneficios para el pueblo cristiano, y emana un suavísimo
perfume: quiero hablar de las sagradas reliquias de los Santos, insignes
monumentos de la fe y de la caridad, con los cuales el misericordioso Señor se
dignó enriquecer esta Santa Iglesia de Piacenza (...).
Me limitaré a hablar ante esta venerable y devotísima Congregación
del reconocimiento de los despojos del ínclito Mártir de Cristo, Antonino de
Ustedes pueden adivinar con qué gozo espiritual y
regocijo de ánimo yo he visto aquellas sagradas reliquias, más preciosas que el
oro y que las joyas, que benignamente protegen y custodian esta Santa Iglesia
de Piacenza.
Consideré entonces con mayor énfasis la necesidad, ya
constatada, que tenemos: que aquellos Santos, con los cuales mantenemos una
cierta familiaridad, movidos por nuestra particular veneración y culto,
imploren para mí y para mis dilectísimos hijos aquella fortaleza en la fe que
en estos tiempos es necesaria a los cristianos para vencer; por lo tanto,
deseando suscitar en mi grey ese sentimiento de devoción hacia los predilectos
Santos que alimentó la fe y la santidad de los antepasados, y pensando de qué
manera podría alcanzar ese objetivo, consideré que quedaba una sola cosa por
hacer para incitar a mis hijos a la devoción por los benéficos Patrono y Padre:
divulgar sus gestas, el sepulcro, las reliquias y el culto con oportunos y
doctos estudios, que ilustraran cuidadosa e inteligentemente los monumentos y
los documentos que les conciernen y presentarlos para su reflexión; luego,
custodiar los huesos de los Santos Antonino y Víctor de forma tal que, en
determinadas solemnidades o ante la inminencia de alguna calamidad, pudiesen
ser expuestos públicamente a la vista y veneración de los fieles. [119]
«Se nos concedió ver con nuestros propios ojos los
sagrados despojos»
122Ya hace dos
años que, con gran satisfacción nuestra, dimos cumplimiento a
Desde siglos esa urna no había sido abierta y si bien
presentaba en su exterior señales manifiestas de los tesoros que encerraba, no
pocas dudas se habían difundido con respecto al contenido.
¡Qué júbilo, por lo tanto, fue el nuestro cuando se
nos concedió ver con nuestros propios ojos los sagrados despojos de los dos
mencionados Santos! ¡Qué conmoción la nuestra cuando pudimos besar la ampolla
que contiene las reliquias de aquella sangre bendita, que fue derramada por
Antonino en testimonio de la fe!
Es, sin duda, un privilegio singular de
¡Oh, alegrémosnos, dilectísimos, exultemos! Piacenza
es rica, sin duda, de muchos insignes y preciosos monumentos, verdaderos
tesoros del arte; pero ninguno de ellos es ciertamente más estimable, a los
ojos de la fe, que esta sangre gloriosa; ninguno más insigne que los despojos
de Antonino y Víctor. [120]
«Padres y maestros en la fe»
123Son los
despojos gloriosos de aquellos que fueron para nosotros padres y maestros en la
fe; aquellos despojos que vertieron un día sangre viva; aquellos despojos junto
a los cuales muchos desearon un día establecer su morada. Ante ellos, oh,
dilectísimos, corrían a arrodillarse confiados nuestros antepasados,
depositaban ante ellos sus dones y se llevaban en todos los tiempos
especialísimos favores. De ellos los Gregori, los Savini, los Mauri, los
Fulchi, los Geraldi, los Alberti Prandoni, los Paoli Burali d'Arezzo, los
Filippi Suzani, los Opilii, los Gelasii, los Raimondi, los Contardi, las
Franche, y muchos otros encontraban consuelo en sus tribulaciones, aliento y
coraje para avanzar cada vez más en los caminos del Cielo. Eran ellos, aquellos
sagrados despojos, el eje, diríamos así, alrededor del cual giraba,
especialmente en la edad media, la cordura y la vida, ya sea privada o pública,
de los ciudadanos. Alrededor de ellos se estrechaba el pueblo en las mayores
necesidades de la patria y experimentaba efectos saludables. Los representantes
de las Comunidades, de las Corporaciones y de los Cuerpos militares uniformados
venían cada año a depositar ante ellos sus ofrendas. Era ante su presencia que
se trataba el destino de las Comunas; junto a ellos se depositaban los
documentos públicos, a su sombra se custodiaban los trofeos de la victoria. [121]
«No olviden las tribulaciones sufridas por nuestros
padres»
124Esta venerada
Basílica, este insigne monumento de la piedad de nuestros antepasados, es casi
el perenne testimonio del nacimiento del cristianismo entre nosotros. ¡Oh, que
ella les pueda recordar la fe de los días antiguos! No olviden nunca lo que
debió hacer y sufrir Antonino, para engendrarlos para el Evangelio. No olviden
las tribulaciones sufridas por nuestros padres y los peligros que enfrentaron
para adquirir y conservar los derechos y el título de hijos de Dios (...).
En esta fe, que debe conducirlos a la salud, estén
firmes, como lo están, pensando que Dios es veraz. Que la fe de ustedes, sin
embargo, no sea una fe estéril, una fe muerta, sino animada por la caridad, es
decir, acompañada por el noble cortejo de las demás virtudes y las buenas
obras. Entonces sí que San Antonino podrá mirarlos con gozo, y ustedes podrán
alimentar la confianza, o mejor dicho la certeza de tener en él a un protector
que escuchará vuestras súplicas. Así, bajo la protección del mártir, bajo la
defensa del poderoso abogado, caminarán seguros y tranquilos entre las
insidias, los asaltos, los esfuerzos, las tristezas de esta mísera vida que es
dura milicia y valle de lágrimas, hasta que surja también para nosotros el tan
deseado día del triunfo final y del eterno descanso. [122]
«Yo los he engendrado para Cristo por medio del
Evangelio»
125Los he
engendrado para Jesús por medio del Evangelio: in Christo Jesu per Evangelium
vos genui, escribía el Apóstol San Pablo a los fieles de Corinto. Estas
hermosas palabras las dirige a nosotros todos los días y especialmente en este
sagrado día para sus glorias, desde esa venerable tumba, nuestro santo Obispo y
Padre Savino (...).
El es un santo que nos pertenece totalmente y que tiene
con nosotros las más estrechas relaciones. Si bien nació en Roma, la divina
Providencia quiso regalarlo a nosotros, a nuestras comarcas: es entre nosotros
que descolló su santidad; fue nuestra ciudad el centro de todas sus gloriosas
acciones y de sus heroicas virtudes (...).
A él es deudora nuestra Piacenza del más grande de los
beneficios; fue él quien a nuestros mayores, yacientes todavía en gran número
en las sombras de muerte y en las tinieblas del paganismo, les trajo la luz del
Evangelio y destruyó totalmente la idolatría todavía dominante; en una palabra,
fue nuestro padre en la fe y nos repite hoy, y lo repetirá hasta la consumación
de los siglos, desde esa tumba sacrosanta: Habitantes de Piacenza, los he
engendrado para Cristo por medio del Evangelio.[123]
«El pobre, imagen viva y elocuente de Jesucristo»
126¿Qué es el pobre ante los ojos del mundo?
Es un proscrito, desecho de la naturaleza, que parece olvidado por la mirada de
El ha aparecido con la actitud más humilde, en la
miseria más grande (...). El Verbo de Dios, como ciudad natal elegía para sí a
Belén, la más pequeña entre las de Judá. El, que podía tomar como Madre la más
noble y rica de las mujeres Hebreas, elige para ese altísimo honor a la esposa
de un artesano, oculta en la sombra de la pobreza; como lugar de nacimiento
elige una gruta, expuesta a las inclemencias de la estación, tanto que no puede
ofrecerle como cuna más que un pesebre y un poco de paja. En fin Jesús, al
nacer, antepone libremente el estado de ustedes a cualquier otro, oh
pobrecillos, y es justamente con esta preferencia que ha quitado a la pobreza
toda connotación de infamia, que la ha convertido por el contrario ante los
ojos de todos en venerable, santa y digna de la mayor reverencia.
En efecto, ¿qué puede haber aquí abajo más precioso,
más noble, más grande y digno de mayor estima sino lo que tiene la estima y los
honores de Dios? Cuando un rey quiere ennoblecer una pobre hija del pueblo y
hacerla respetable para todos ¿qué hace? La busca en la humilde clase en la que
ella se escondía, la hace su esposa, la invita a sentarse en su trono, le coloca
sobre la frente la diadema y el cetro entre las manos. Así ha hecho Jesucristo
con la pobreza, eligiéndola como su compañera inseparable desde la cuna hasta
la tumba, y desde aquel día la pobreza comenzó a recibir en el cristianismo los
honores de reina, desde aquel día el pobre comenzó a ser considerado, como lo
es efectivamente, la imagen viva y elocuente de Jesucristo sobre la tierra
(...).
Se diría, escribe bellamente Crisóstomo, que los
pobres son como tantos rayos refractados, que unidos, componen lo que fue
Jesús, cuya austera y doliente imagen hizo estremecer a los Profetas que la
contemplaron desde lo alto de los siglos.
Sí, verdaderamente, oh dilectísimos, el pobre es una
imagen viviente de Jesucristo y de ello nos da la certeza el Evangelio: en
efecto Cristo dijo: la obra hecha a los más pequeños, es hecha a mí, lo que
implica comunión de personalidad y de destino. De aquí las tiernas y sublimes
referencias de los Santos Padres: "Cuándo tú ves el pobre, así entre otros
dice Crisóstomo, imagina ver el cuerpo y el altar de Jesucristo, inclínate
reverente y ofrece tu sacrificio.
«Estos son sus amigos más queridos»
127"Jesús pasaba, dicen las Escrituras,
haciendo el bien a todos" (Hechos 10, 38). Dulce, manso, benigno, no busca
su gloria, sino el bien de los hombres. El es el padre de los pobres, sostén de
los débiles, consuelo de los afligidos. Padece el cansancio, el hambre, la sed,
las calumnias, el desprecio, los insultos; padece de parte de todos y hasta de
los suyos, pero no lo tiene en cuenta. La caridad que arde en su corazón, lo
anima, la caridad le impele, la caridad le hace parecer todo suave y liviano.
No sigue más que los impulsos de su corazón. Cada palabra suya es una
misericordia, cada paso suyo un consuelo, cada acción suya una providencia,
cada prodigio suyo una gracia. Por todas partes lo vemos rodeado de pobres, de
enfermos, de publicanos, de tiernos niños. Son éstos sus amigos más queridos y
derrama sobre todos sus bendiciones y a todos despide reconfortados.
El vistió nuestra humanidad para sentir más
profundamente la compasión y probar en sí mismo las aflicciones, las miserias,
las penas de aquellos que entrañablemente ama. ¿Le toca contemplar alguna
desgracia? Entonces su corazón se turba, gime, se inquieta y se muestra
solícito para sacar la angustia, para secar las lágrimas, para mitigar la
amargura, para quitar todo motivo de desolación. [125]
«El pobre es la pupila de Dios»
128¡Oh, el pobre! El está privado de los
abundantes bienes de la tierra, sin embargo muchas veces es rico de bienes del
cielo. Si se quiere, muchas veces estará fastidioso, descontento, ingrato, pero
sobre su frente resplandece siempre el carácter de la filiación divina y sobre
la puerta de su tugurio está escrita con caracteres de oro aquella sentencia
consoladora: quod fecistis uni ex his minimis mihi fecistis [lo que hicieron al
más pequeño de éstos a mí me lo hicieron]. El pobre es la pupila de Dios, y lo
que hacemos al pobre, lo hacemos al mismo Dios. [126]
«
129¿Cuáles serán pues los ministros de Dios elegidos
para establecer
«El mundo cree todavía en la caridad»
130La gran alma
del inmortal Pío IX, el cual, si me es lícito decirlo, tenía el instinto del
conocer y apreciar las obras de
Jesucristo está con los fundadores de estas
conferencias, ellos estaban en la caridad, estaban en Dios y Dios en ellos: qui
manet in charitate, in Deo manet et Deus in eo, y su obra bendita por el Cielo
se extendió acrecentando los caballeros de Jesucristo destinados a la conquista
del mundo.
La caridad, esta ciudadana del Cielo bajada entre
nosotros para acercar los corazones, templar las inquietudes, reanimar los
espíritus caídos, hacer felices las familias con las alegrías más puras,
conservar la paz entre la sociedad civil, el más hermoso don que Dios pudiese
hacer a sus criaturas, está destinada a gloriosos triunfos, mediante vuestras
conferencias. Predicando la verdad con la caridad ustedes disiparán muchos
prejuicios, aún donde no es aceptada la palabra del sacerdote y harán
comprender al pobre sin fe que si tiene en ustedes a un hermano sobre la tierra
es porque tiene a un padre común en el Cielo: harán conocer también a los más
insensatos y alejados la divinidad de Cristo y de su religión.[128]
«La caridad se ha difundido en nuestro siglo»
131Me resulta
difícil expresarles, oh Señores, la alegría que yo siento cada vez que tengo la
oportunidad de encontrarme entre ustedes; entre ustedes que forman un pequeño
grupo, pero selectísimo, porque está consagrado al ejercicio de la más noble de
las virtudes, la caridad. Yo los conozco, y me complazco por ello ante Dios.
Mejor los conoce el mismo Dios que los acompaña con sus bendiciones y les
prepara el premio merecido. Permitan ahora a su Padre y Pastor, que los ama
como hijos ternísimos, como hermanos, diré más, como antiguos y queridísimos
amigos, dirigirles una palabra de aliento, a fin de que quieran, no obstante
los obstáculos que encuentren en el camino, continuar impertérritos su gloriosa
y sublime obra. Yo tengo gran e ilimitada confianza en el ejercicio de la
caridad y cuando vuelvo a pensar en los graves males que afligen a la sociedad
y a
«Solamente la caridad es realmente hija del Cielo»
132Es hermosa
la filantropía: es el socorro establecido en favor del pobre en base a los
principios humanitarios de la igualdad; es hermosa la beneficencia: es el
socorro establecido y prestado al infeliz por reflejo de la necesidad y del
bien público, para sacar de la sociedad el afligente aspecto de la miseria y la
ocasión para inevitables desórdenes. Pero la caridad es más hermosa; solamente
la caridad es realmente hija del Cielo. Ella tiene los principios de la
filantropía, ella tiene el fin de la beneficencia, pero agrega como estímulo
más eficaz el pensamiento de socorrer en el hombre la imagen misma de Dios, de
socorrerlo por voluntad y por amor a El. La filantropía nace en la cabeza del
filósofo, y raramente desde la altura de la teoría, que es una idea, sabe
descender a la práctica, obra de la voluntad; la beneficencia desciende a la
obra, pero, si bien muy noble y generosa, manifiesta siempre algo moderado y no
se ejercita comúnmente sino en vista y proporción del mal por solucionarse:
solamente la caridad es heroica; ella tiene una iniciativa inagotable, no busca
recompensas, enfrenta y aparta dificultades, casi encuentra en ellas un motivo
de aliento, se complace en el sacrificio, no decae jamás. [130]
«El dolor es el cetro de las almas grandes»
133El dolor es
el cetro de las almas grandes; es la llave de la ciudad eterna; es el camino
real que lleva a la patria. Tengan confianza, dilectísimos. Si Dios les
proporciona penas y ustedes las sufren con resignación cristiana, están en el
verdadero camino de la salud y llegarán un día a reinar con los santos en el
Cielo.
Es cierto, la pobreza es una pesada cruz, pero por
ella se va al Cielo: Bienaventurados los pobres, nos dice hoy con palabra
infalible el Divino Maestro: Beati pauperes spiritu, quoniam ipsorum est regnum
coelorum [Bienaventurados los pobres de espíritu, porque a ellos les pertenece
el reino de los cielos].
El vivir siempre con enfermedades, con penas, con
dificultades, arranca con frecuencia lágrimas; pero alégrense porque beati qui
lugent, quoniam ipsi consolabuntur [bienaventurados los que lloran porque ellos
serán consolados]. El sufrir persecuciones injustas nos aflige a todos, pero
benditos aquéllos que sufren por la justicia, porque de ellos es el premio
eterno: beati qui persecutionem patiuntur propter institiam, quoniam eorum est
regnum Coelorum [bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia,
porque de ellos es el reino de los Cielos]. Las injurias, las burlas, los
escarnios, las calumnias nos traspasan el corazón; compadezco la debilidad
humana, pero me quejo por la poca fe, mientras Jesucristo nos dice hoy: Serán
bienaventurados cuando los hombres los maldigan, los persigan y mintiendo
hablen mal de ustedes, entonces alégrense y exulten: beati estis cum
maledixerint vobis homines et persecuti vos fuerint et dixerint omne malum
adversus vos, mentientes, propter me: gaudete et exultate in illa die [Felices
ustedes cuando sean insultados y perseguidos y cuando se los calumnie en toda
forma a causa de mí: alégrense y regocíjense en ese día]. ¡Oh, cuán
injustamente, queridísimos, nos quejamos de nuestras cruces, de nuestras
desgracias! Miremos a Jesucristo, que vivió siempre en la pobreza, en el dolor
y en el desprecio y murió sobre el madero de la cruz; miremos con frecuencia a
«Vine pobre y pobre parto»
134Sano de
mente y de cuerpo, quiero hacer, como hago, con el presente escrito, mi
Testamento.
Agradezco a
Vine pobre a Piacenza y pobre parto al más allá. Lo
poco que me pertenece realmente bastará para solventar los gastos de mis
funerales que deseo modestísimos, salvo las disposiciones de
«¿Sería extraño que un Obispo muriera sobre la paja?»
135¿Sería quizás extraño que un Obispo
muriera sobre la paja, cuando Nuestro Señor nació sobre la paja y murió sobre
«Procuré el pan a gran número de desventurados»
136En el invierno
pasado, esta mi ciudad y diócesis fueron asoladas por una verdadera carestía,
pero tomándome el compromiso de aliviar tantos pobrecillos, con la ayuda de
Dios pude conseguir más de 250 mil liras aportadas en gran parte por institutos
públicos y por particulares, y con ellas pude procurar el pan a gran número de
desventurados y un verdadero triunfo para
Respondí gentilmente, pero breve y resueltamente que
las condiciones planteadas a
Si no debo escribir, su Eminencia Reverendísima
coloque sobre una tarjeta suya de visita la palabra "negativo", si
debo hacerlo "afirmativo". Las razones me las dará cuando tenga el
honor y el placer de saludarlo en Roma. [134]
[1] Carta
Pastoral para
[2] Ibid., págs. 25-26
[3] Ibid., págs. 6-7
[4] Ibid., págs. 16-17
[5] Ibid., págs. 21-22
[6] Homilía de Navidad, 1894 (AGS 3016/1)
[7] Carta
Pastoral para
[8] Homilía de Navidad, 1894 (AGS 3016/1)
[9] Carta
Pastoral para
[10] Ibid., págs. 33-34
[11]
Carta Pastoral para
[12] Ibíd., págs. 11-12
[13] Homilía de Pascua, 1901, (AGS 3016/4)
[14] Carta
pastoral para
[15] Ibíd., págs. 22-23; 26-27
[16] La devoción al SS. Sacramento, Piacenza 1902, págs. 56
[17] Ibíd., págs. 7-8
[18] Tercer discurso del 3er. Sínodo, 30/8/1899. Synodus Dioecesana Placentina Tertia..., Piacenza 1900, pág. 259 (trad. del latín)
[19] Carta Pastoral para la cuaresma de 1878, Piacenza 1878, pág. 15
[20] La
devoción al SS. Sacramento, Piacenza
1902, págs. 26-28
[21] Ibíd., pág. 29
[22] El sacerdote católico, Piacenza 1892, págs. 11-12
[23] Primer discurso del 3er. Sínodo 28/8/1899. Synodus Dioecesana Placentina Tertia..., Piacenza 1900, págs. 228-232 (trad. del latín)
[24] Ibíd., págs. 223-225
[25] La devoción al SS. Sacramento, Piacenza 1902, págs. 22-23. El "santo doctor" es San Francisco de Sales
[26] La devoción al SS. Sacramento, Piacenza 1902, págs. 20-21
[27] Ibíd., pág. 9
[28] Ibíd., pág. 25. El Autor exhorta a los sacerdotes a estar siempre disponibles para las confesiones para que aumente la frecuencia de los fieles a la comunión.
[29] Ibíd., pág. 24
[30] Ibíd., págs. 11-12
[31] Ibíd., págs. 12-13
[32] Para la inauguración del Templo del Carmen en Piacenza, 17/2/1884 (AGS
3018/2).
[33] La devoción al SS. Sacramento, Piacenza 1902,
pág. 15
[34] Primer discurso del 3er. Sínodo 28.8.1899. Synodus Dioecesana Placentina Tertia..., Piacenza 1900, págs. 229-231 (trad. del latín)
[35] Segundo discurso del 3er.
Sínodo, 29.8.1899 ( Ibíd. págs. 242-243) (trad.
del latín).
[36] La
devoción al SS. Sacramento, Piacenza
1902, págs. 34-36
[37] Ibíd., pág. 14
[38] Discurso en el Congreso Eucarístico de Turín, 1894 (AGS 3018/2).
[39] Segundo Discurso del 3er. Sínodo, 29.8.1899. Synodus Dioecesana Placentina Tertia..., Piacenza 1900, págs. 241-242 (trad. del latín)
[40] Ibíd., pág. 245
[41] La
devoción al SS. Sacramento, Piacenza
1902, pág. 37
[42] Carta Pastoral del 5.5.1905, Piacenza 1905, págs. 4-5
[43] Discurso sobre el SS. Crucifijo, 1880 (AGS 3017/3)
[44] Discurso para el VIII Centenario de la 1ª Cruzada, 1896 (AGS 3018/26)
[45] Discurso del 13.4.1865, AGS 3017/3
[46] La penitencia cristiana, Piacenza 1895, pág. 9
[47] Ibíd., págs. 8-9
[48]
Carta Pastoral para
[49] Ibíd., pág. 16
[50] La penitencia cristiana, Piacenza 1895, pág. 13
[51] Carta a un Cardenal, s.f. (AGS 3020/5)
[52] Palabras dichas a los Misioneros que partían desde S. Calocero en Milán el 10 de junio de 1884 (AGS 3018/2)
[53] Carta Pastoral para
[54] Católicos de nombre y católicos de hecho, Piacenza 1887, págs. 6-7
[55] Homilía de Epifanía, 1898 (AGS 3016/3)
[56] Carta Pastoral para
[57] Ibíd., págs. 26-27
[58] Homilía de Epifanía, 1905 (AGS 3016/3)
[59] Homilía de Todos los Santos, 1876 (AGS 3016/8)
[60] Carta Pastoral para
[61] Homilía de Epifanía, 1905 (AGS 3016/3)
[62] Carta a la duquesa C. Fogliani Pallavicino,
29.1.1903 (AGS 3025/14).
[63] Nota de la meditación, 30.1.1893 (AGS 3027/1)
[64] Id., 2.2.1893
[65] Test. IV ad 26 del Proceso diocesano
informativo
[66] "Propósitos", 24.8.1894 (AGS 3027/1). Se trata de propósitos que Mons. Scalabrini escribía al finalizar el retiro mensual o los Ejercicios espirituales anuales
[67] Id., 24.8.1893
[68] Id., 23.2.1901
[69] Id., 19.8.1894
[70] Carta a Mons. N. Bruni, 1901 (AGS 3021/17)
[71] Carta al Alcalde de Piacenza, s.f. (AGS
3025/6)
[72] La oración, Piacenza 1905, pág. 24
[73] Ibíd., págs. 7-8
[74] Santificación de la fiesta, Piacenza 1903, págs. 11-12
[75] La oración, Piacenza 1905, págs. 23-24
[76] La oración, Piacenza 1905, págs. 23-24
[77] Ibíd., págs. 15-16
[78]
Ibíd., págs. 17-18
[79] Ibíd., pág. 26
[80] Ibíd., págs. 31-32
[81] Ibíd., págs. 32-33
[82] Ibíd., págs. 5-7
[83] Ibíd., págs. 18-19
[84] Ibíd., pág. 20
[85] Discurso para el jubileo sacerdotal de León XIII, 1887 (AGS 3017/6)
[86] "Intransigentes y transigentes", Bolonia 1885, págs. 22-23. El opúsculo, inspirado y revisado por León XIII, revela el fundamento de la llamada "transigencia" de Scalabrini: saber adaptarse al cambio de los tiempos, saber "leer los signos de los tiempos", reconociendo en los factores históricos irreversibles, como la unificación de Italia, la "historia de la salvación" (cfr. Biografía, págs. 571-620)
[87] Discurso para el Jubileo sacerdotal de León XIII, 1887 (AGS 3017/6)
[88] Ibíd.
[89] Carta Pastoral para
[90] Ibid., págs. 15-17
[91] Discurso para le VIII Centenario de
[92] Discurso para el Centenario de Cristóbal Colón, 1.12.1892 (AGS 3018/21)
[93]
Discurso para el VIII Centenario de
[94]
Carta Pastoral para
[95] Carta Pastoral para
[96] Homilía de Epifanía, 1905 ( AGS 3016/3)
[97] Carta a León XIII, junio de 1896, (ASV-SE 43/1896, Rub. 43/1896, Prot. N. 31372).
[98] Circular con motivo del Congreso Científico Internacional de los Católicos en Friburgo, Suiza 1897, 1.6.1897
[99] Carta al Cardenal José Pecci, 1881 (AGS 3020/3)
[100] Carta a G. Bonomelli (Correspondencia S.B. págs. 383-384). Bonomelli había expresado sus "temores" por la dirección de la crítica bíblica indicada especialmente por los primeros escritos de Loisy
[101] Homilía de
[102] Id., 1882
[103] Homilía de Pentecostés, 1900 (AGS 3016/6).
[104] En recuerdo del primer faustísimo Jubileo de la
definición dogmática de
[105] Ibid., págs. 7-11
[106] Ibíd., pág. 20
[107] Discurso para la coronación de
[108] Homilía de
[109] "Clausura de Mayo 1870" (AGS 3017/2)
[110] "El Santo Rosario", 7.10.1894 (AGS 3017/2)
[111] La familia cristiana, Piacenza 1894, pág. 22
[112] Carta al rector del Seminario y del Santuario de Bedonia, 13.9.1892 (Archivo del Seminario de Bedonia)
[113] Homilía de Todos los Santos, 1883 (AGS 3016/8)
[114] Id., 1876
[115] Id., 1898
[116] Id., 1878
[117] Id., 1882
[118] Para el solemne reconocimiento de las reliquias de los Santos Antonino y Víctor, Piacenza 1880, págs. 9-10
[119] Segunda relación "ad limina", 11.12.1879 (Archivo del Obispado de Piacenza) (traducido del latín).
[120] Para el solemne reconocimiento de las reliquias de los Santos Antonino y Víctor, Piacenza 1880, págs. 5-7
[121] Ibid., págs. 22-23. Los Santos que aquí se recuerdan nacieron o vivieron en Piacenza
[122] Discurso en la festividad de San Antonino, 1899 (AGS 3017/5)
[123] Discurso en la festividad de S. Savino (AGS 3017/4)
[124] Homilía de Navidad, 1879 (AGS 3016/1)
[125] Carta pastoral para
[126] Discurso para una asociación de caridad, (AGS 3018/18)
[127] Homilía de Pentecostés 1902, (AGS 3016/6).
[128] Para el 90º aniversario de las Conferencias de San Vicente, 3.6.1890 (AGS 3018/9).
[129] Discurso para una asociación de caridad (AGS 3018/18)
[130] Discurso para la inauguración del monumento a Mandelli, 23.6.1889 (AGS 3018/10)
[131] Homilía de Todos los Santos, 1879 (AGS 3016/18)
[132] Testamento privado inédito (AGS 3001/2)
[133] Proceso diocesano informativo, Test. XI ex oficio ad 26
[134] Carta al Card. Jacobini, 21/10/1880 (ASV-SE, Rub. 283/1880, fasc. 1, Prot.
N§ 42777). En el invierno 1879-1880 el obispo, privándose de todo, distribuyó
hasta 3000 sopas por día al pueblo hambriento por la carestía (cfr. Biografía,
págs. 433-439). Renunciando a la condecoración del Collar de