Parte I

 

HOMBRE DE DIOS Y PARA DIOS

 

. 1

1. CRISTO ALFA Y OMEGA.. 2

a) El Dios en nosotros: recapitular todo en Cristo. 2

b) El Dios con nosotros: Cristo en la Eucaristia. 8

c) El Dios para nosotros: Cristo crucificado. 19

 

2. «VIVO EN LA FE DE JESUCRISTO». 24

a) El maximo don de Dios. 24

b) La respuesta al don de Dios. 27

c) La oracion alimento de la fe. 32

d) La historia leida en la fe. 37

e) Fe y razon son hermanas. 43

 

3. LAS IMAGENES DE CRISTO.. 47

a) Maria. 47

b) Los santos. 54

c) Los pobres. 59

 

 

«Hombre todo de Dios y todo para Dios» fue definido Mons. Scalabrini. Su vida fue «teologal», consagrada a Dios y a la causa de Dios. Los pensamientos y los textos citados revelan la dimensión esencialmente cristológica de su vida de fe.

Cristo es el Dios-en-nosotros: el Amor encarnado en la humanidad y difundido en nuestros corazones por el Espíritu.

Cristo es el Dios-con-nosotros: el Amor venido a poner su morada entre nosotros en la Eucaristía.

Cristo es el Dios-para-nosotros: el Amor usque in finem [hasta el fin], muerto y resucitado para hacernos partícipes de su vida, muerte y resurrección.

El cristiano está justificado y santificado por la fe en Cristo. La fe es el don con el cual Dios se da totalmente al hombre: el hombre le responde con el don total de sí, orientando constantemente la mente y el corazón hacia Dios en la oración y recibiendo del Espíritu la luz que revela el misterio del hombre y de la historia, en camino hacia la realización del Reino de los cielos.

El ideal de espiritualidad que Mons. Scalabrini persigue es el de ofrecer su persona a Cristo, para que en ella El prolongue su Encarnación: continúe, por lo tanto, a través de ella amando, viendo, hablando y operando en modo visible y palpable como lo hizo durante su vida terrenal: "Ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí".

Cristo, presente en el misterio pascual que se prolonga en la vicisitud humana, camina con nosotros, haciéndose nuestro prójimo en los compañeros de viaje, especialmente en aquellos en que ha impreso en forma más manifiesta su imagen: la Virgen, los Santos, los pobres.

 

 

1. CRISTO ALFA Y OMEGA

 

Cristo es todo: divinidad y humanidad, trascendencia e inmanencia, causa y fin de todo lo creado, centro del mundo visible e invisible, primera fuente y último término de nuestra vida, el Camino, la Verdad, la Vida. Dios es amor: con un único acto de amor abraza a Cristo y a los hombres, unificando a la humanidad en el Hijo. Cristo es el Dios que se hizo "nuestro", para hacernos "suyos". Nosotros somos una "extensión" de Cristo. La vida cristiana es Cristo que vive en nosotros. La "imitación de Cristo" es vivir como miembros de la Cabeza que recapitula en sí todas las cosas: es amar haciéndose semejantes a El.

Cristo es el Emanuel: en la Eucaristía el Verbo encarnado "se extiende" en nosotros, es la vida de la Iglesia y de sus miembros, comida que alimenta al hombre nuevo, viático del peregrinaje terrenal, divinización de la criatura humana, germen de la vida eterna. La piedad eucarística es la esencia de la piedad cristiana: la participación en el sacrificio y en el sacramento, la adoración, la reparación nos hacen partícipes del sacerdocio eterno de Cristo.

Cristo murió en la cruz por amor hacia nosotros. Su sacrificio pide nuestro sacrificio. Para con-resucitar debemos con-morir: es el significado de la penitencia cristiana, que nos despoja del hombre viejo para revestirnos del hombre nuevo según Cristo. Sólo la Cruz redime y salva. El cristiano encuentra en ella su gozo ¡fac me cruce inebriari [haz que me enamore de la cruz]!

 

a) el dios en nosotros: recapitular todo en cristo

 

«Es el Verbo de Dios, el Alfa y el Omega, el Mesías»

 

1.             ¿Quién es Jesucristo? El es el Alfa y el Omega, el principio y el fin (Apoc. 1, 8). El es anterior a todos, el primogénito de toda la creación (Col. 1, 15). Es el heredero, el centro del mundo visible e invisible (Heb. 1, 2), el compendio de los siglos (Heb. 13, 8). Sin la luz que emana de El todo es bruma; sin su obra, el orden de la naturaleza y de la gracia, el hombre y el mundo, el pasado y el futuro son un libro cerrado con siete sellos (Apoc. 5, 1). [1]

 

 

«El centro de la creación»

 

2.             Jesús es el centro común de la creación; es el anillo precioso que une la obra del Omnipotente al Creador divino; es la meta de todas las obras y de todos los designios de la Providencia; es la razón suprema, última de todas las intenciones de Dios en la humanidad redimida de la cual es cabeza; es la norma de todos nuestros progresos, es la única y verdadera luz que ilumina a cada hombre y por lo tanto a la humanidad entera [2]

 

 

«El Verbo de Dios se hizo carne y habitó entre nosotros»

 

3.             ¡Misterio grande, misterio inefable, misterio dulcísimo! Quiere decir, por lo tanto, que el Verbo de Dios se hizo carne y puso su morada entre nosotros (Jn. 1, 14), que la divinidad se unió a la humanidad y que el Invisible se hizo visible, el Omnipotente se hizo débil, el Eterno comenzó a existir, el Inmenso se hizo limitado, llegado a ser lo que no era sin cesar de ser lo que era (Flp. 2, 6). Quiere decir que si en una época las naciones temían al sólo nombrar la divinidad, nosotros tenemos a un Dios que no quiere ser temido, sino amado (Rom. 8, 15). Por lo tanto, deja la gloria; oculta la majestad, se despoja de toda ostentación de grandeza para no manifestarse más que como hombre (Flp. 2, 7).

El es Aquel que habita en la altura de los cielos, que se pasea sobre las alas de los vientos y que mide con una sola mirada la tierra, El es Dios (Jn 1, 1); sin embargo casi teme manifestarlo y parece cuidarse de no dejar aparecer de Sí más que la sola humanidad para hacer completamente popular su clemencia (Tit. 3, 4). [3]

 

«En Él estamos envueltos por el Padre en un único acto de amor»

 

4        Dios ama a su Hijo y lo ama esencialmente y es imposible que se complazca en otros más que en Él, porque el amor de Dios es infinito y no puede tener otro objeto que un objeto infinito: Hic est Filius meus dilectus in quo mihi bene complacui [Este es mi hijo predilecto en el cual he puesto mi complacencia] (Mt. 17, 5). Pero ese Hijo suyo querido se hizo hombre. Por lo tanto, en Él ama al hombre. Con una única complacencia y dilección, en Jesús abraza todo, también el cuerpo, también la carne, también el alma. Ahora nosotros somos aquella carne, aquellos huesos; nosotros somos aquella naturaleza; somos un cuerpo con Cristo y en El y por El somos hechos hijos de Dios, mejor dicho, el mismo Hijo de Dios que se prolonga en nosotros. Por lo tanto, nosotros también en El estamos envueltos y comprendidos por el Padre en un solo acto de amor; y como en nosotros y sobre nosotros se extiende y despliega la filiación por la cual Cristo es Hijo de Dios, así también se extiende y despliega en nosotros el amor del Padre y por lo tanto en su Hijo de por sí grato y querido para El, también nosotros estamos hechos para ser gratos y queridos para El: gratificavit nos in dilecto Filio suo [Nos ha complacido en su amado Hijo]. [4]

 

 

«Todo lo tenemos en Jesús»

 

5        Jesucristo es la luz del mundo (Jn. 8, 12), es el Camino, la Verdad y la Vida (Jn. 14, 6), es el vínculo de unión, el beso de paz entre el cielo y la tierra, entre el hombre y Dios (Ef. 11, 14). Es Jesús nuestro Redentor, nuestro Maestro, nuestro Abogado, nuestro Modelo, nuestro Médico, nuestra Cabeza, nuestro Compañero, nuestro Hermano, nuestro Amigo, nuestro Consuelo, nuestro Asilo, nuestra Gloria, nuestro Júbilo, nuestra Grandeza. El es el Pontífice de la nueva alianza, el Sacerdote eterno, el Mediador entre Dios y los hombres, la Víctima de nuestros pecados, nuestra verdadera y única Felicidad. Él es la Puerta por la cual debemos entrar en su reino, la Piedra angular y el Fundamento sobre el cual se debe levantar el edificio espiritual. El es el Pan de nuestras almas, el Autor y el Consumador de nuestra fe, nuestro Premio, nuestra Corona, nuestra Vida, nuestro Todo. Es a Él, es a Jesús a quien debemos la gracia y la amistad con el Padre, la confianza y la libertad de los hijos de Dios. Es a Él, es a Jesús a quien debemos todos los bienes que recibimos de Dios, de naturaleza, de gracia y de gloria. Es a Él, es a Jesús a quien nos debemos si Dios nos conserva, nos sostiene, nos defiende, si no nos castiga conforme a nuestros méritos y nos soporta y espera más largamente. De Jesús nos derivan todas las luces, los consejos, las inspiraciones, los buenos pensamientos, los piadosos deseos. De Jesús nos viene el coraje en los peligros, la fuerza en las tentaciones, la fortaleza en los dolores, la paciencia en las adversidades, la perseverancia en el bien: in omnibus divites facti estis in Christo [en Cristo han sido enriquecidos en todo] (1 Cor. 1). Sí, todo lo tenemos en Jesús, todo podemos en Jesús, todo esperamos, todo obtenemos de Jesús, siendo Jesús quien ha querido humillarse por nosotros, sacrificarse por nosotros, ser todo para nosotros (1 Cor. 1). [5]

 

 

«Es nuestro, verdaderamente nuestro, totalmente nuestro»

 

6        Haciéndose hombre he aquí que, Él, el Eterno, el Inmenso, el Creador y Señor del universo, el Rey inmortal de los siglos, es nuestro amigo, nuestro hermano, el compañero de nuestro exilio. Desde ese día, hasta el fin de los tiempos, Él no nos abandonará más, viviendo primero treinta años de nuestra vida mortal y luego, haciendo morada entre nosotros bajo los velos Eucarísticos: Se nascens dedit socium [Naciendo se hizo nuestro compañero].

Con una delicadeza de amor todavía más singular, Él se convertirá en nuestro alimento. Nada es para nosotros más íntimo que el alimento, ya que asimilándose a nuestra sustancia conserva y renueva nuestras fuerzas. Y es justamente bajo esta forma que Jesús quiere pertenecernos: convescens in edulium [al comerlo se hizo nuestro alimento].

No es suficiente. Sobre la Cruz Él se hará nuestra víctima. Para redimirnos del pecado y de la muerte Él derramará hasta la última gota de su sangre y sacrificará su vida, constituyéndose en precio de nuestro rescate: se moriens in praetium [muriendo se entrega como precio del rescate].

Finalmente, después de haberse entregado a nosotros de todas estas maneras, Él coronará sus beneficios dándose a los elegidos en los esplendores de la gloria para ser su recompensa eterna: se regnans dat in praemium [reinando se hace nuestro premio].

Sí, Jesús desde ese día es nuestro, verdaderamente nuestro, totalmente nuestro. Él sea todo para nosotros. ¡Feliz quien llega a comprenderlo, y comprendiéndolo, no busca, no desea, no quiere sino a Jesús!. [6]

 

 

«Es necesario que Jesucristo viva en nosotros»

 

7        Es necesario que Jesucristo viva en nosotros; es necesario que Jesucristo actúe en nosotros continuamente, pudiendo sólo Él reconciliar a la tierra con el cielo, pudiendo sólo El amar a Dios cuanto es posible amarlo y rendirle el honor que le es debido.

¿Mas, cómo puede Él, Jesucristo, vivir en nosotros? Lo hemos dicho: mediante su espíritu: in hoc cognoscimus quia in eo manemus et ipse in nobis, quoniam de spiritu suo dedit nobis [en esto conocemos que permanecemos en Él y Él en nosotros, en que nos ha dado de su espíritu] (1 Jn. 5, 13); y el espíritu de Jesucristo es espíritu de humildad, es espíritu de caridad, es espíritu, sobre todo, de abnegación, de sacrificio, de penitencia. [7]

 

 

«Viene a la tierra para hacernos vivir de su vida»

 

8        Jesús viene a la tierra para hacernos vivir de su vida, para hacernos, por así decir, una sola cosa con Él. Yo he venido, dice Él mismo, para que tengan vida y la tengan en abundancia. Ahora esta vida que Jesús viene a comunicarnos uniéndose a nuestra alma, es su misma vida.

La unión de Jesús con el alma cristiana, he aquí el fundamento de todo el orden sobrenatural. Por ella el hombre se eleva hasta la participación en la naturaleza divina y en ella eleva todo lo creado. Todo es de ustedes, grita el Apóstol, el mundo, la vida, la muerte, el presente, el futuro. Ustedes son de Cristo y Cristo es de Dios: omnia vestra sunt. Vos autem Christi, Christus autem Dei [Todo es de ustedes. Ustedes son de Cristo, Cristo es de Dios].

Palabras admirables que nos revelan toda la sublime economía del Evangelio. Unida al Verbo por la Encarnación, la humanidad sacrosanta de Jesucristo se hizo en Él una sola persona. Unidos nosotros a Jesucristo por una unión menos perfecta sí, pero inefablemente íntima, somos como una extensión de Él mismo, le pertenecemos como los miembros pertenecen al cuerpo. Unum corpus sumus in Christo [Formamos en Cristo un solo cuerpo]. [8]

 

 

«El mismo debe ser nuestra vida»

 

9        No solamente debemos vivir en Jesucristo, sino que Él mismo debe ser nuestra vida y debe vivir en nosotros. Vivir en nosotros con su espíritu, con su gracia, con el sello de sus misterios, con la  aplicación de sus méritos, con la eficacia de sus Sacramentos y, sobre todo, con el de su Cuerpo y el de su Sangre, de manera que podamos decir con el Apóstol: no soy yo el que vive, sino Jesucristo que vive en mí: vivo autem jam non ego; vivit vero in me Christus (Gal. 2, 20). Ello quiere decir, escribe el dulce Doctor de Ginebra, San Francisco de Sales, que Jesús habita en nuestro corazón, y en él reina como dueño y como rey; que su espíritu se extiende, se dilata en nosotros, y como un calor vital allí señorea, endereza todo, calienta todo, santifica todo, diviniza todo, y ama en el corazón, piensa en la mente, habla en la lengua, opera en las manos y las fuerzas se consumen en Él, los estudios se hacen para su gloria, los deberes se cumplen por su gracia, los dolores se padecen por su amor, los esparcimientos, los mismos alimentos se toman para agradarle a Él, su trono está levantado en el interior del cristiano: regnum Dei intra vos est [el reino de Dios ya está dentro de ustedes] (Lc. 17, 21).

Una moneda debe tener el sello de su Soberano, porque de otro modo no vale, no tiene curso en el comercio, y de la misma manera las obras del cristiano no valen para la compra del cielo, ya que nada agrada a su eterno Padre si no expresa la imagen de su Hijo y si no lleva en cierto modo su carácter. Nosotros, nosotros mismos, Venerables  y Queridos. Hermanos, no seremos introducidos a la gloria, si no somos hallados conformes a este divino Modelo (Rom. 8, 29). [9]

 

 

«Jesús como espejo, Jesús como modelo, Jesús como sello»

 

10    El modo de conversar sea el de Jesús (...), la mirada de los ojos sea la de Jesús, la mansedumbre de los modales sea la de Jesús; Jesús como espejo, Jesús como modelo, Jesús como sello. Él en emitir los juicios, en trazar los caminos, en decidir las preferencias; Él en gobernar, en dirigir, en señorear nuestra vida, Él finalmente nuestro amor, nuestro gozo, nuestra corona, el pensamiento de nuestra mente, el latido de nuestro corazón, las alas de nuestras aspiraciones, el sonido que endulce nuestros oídos, el bálsamo que mitigue nuestros dolores, el bastón que nos sostenga en el peregrinar terrenal, el himno y el cántico que resuene en nuestros labios y desde el tiempo nos acompañe a la eternidad. [10]

 

 

«Convertirnos en otras tantas copias suyas»

 

11    Un pintor, que quiera retratar fielmente sobre la tela alguna persona amada, ¿qué hace? tiene siempre los ojos puestos sobre esa persona, para no hacer trazos con el pincel que no sirvan para representar algún rasgo del original. Así debemos, en cierto modo, hacer nosotros. Es necesario que todos nuestros pensamientos, que todas nuestras palabras, que todas nuestras acciones, que todos nuestros deseos, que todas nuestras disposiciones, que todos nuestros padecimientos, sean como otros tantos trazos de pincel, que formen y expresen en nosotros algún rasgo de la vida de Jesucristo, hasta convertirnos en otras tantas copias suyas.

Ello ocurrirá, Venerables y Queridos Hermanos, ¿saben cuándo? Cuando juzguemos todas las cosas como Jesucristo las ha juzgado. Cuando amemos lo que Él ha amado y de la misma manera que Él ha amado. Cuando tengamos en nuestro corazón los mismos sentimientos y las mismas disposiciones que Él ha tenido en su corazón.

No todos, es cierto, estamos obligados a vivir en una pobreza exterior tan grande como fue la pobreza en la que Él vivió, como tampoco no todos estamos obligados a sufrir los tormentos inefables que Él debió sufrir; sin embargo todos indistintamente, grandes y pequeños, ricos y pobres, sacerdotes y laicos estamos obligados a tener sus mismas disposiciones interiores de pobreza, de humildad, de caridad, de sacrificio y de todas las demás virtudes cristianas, de modo que estemos dispuestos a sacrificar todo, a sufrir todo, también la muerte, antes que faltar a su santa ley: hoc enim sentite in vobis quod et in Christo Jesu [tengan los mismos sentimientos de Jesucristo] (Flp. 2, 5).

Sin embargo, no nos hagamos ilusiones mis amados. Nosotros no tendremos jamás esta conformidad interior con Jesucristo, si no tenemos también con Jesucristo alguna conformidad exterior. La vida de Jesucristo, dice el Apóstol, debe manifestarse en nuestra carne mortal (1 Co. 4, 11). [11]

 

 

«Discípulos de un Dios pobre, humilde, crucificado»

 

12    Sí, también en nuestro exterior debemos hacer notar que somos discípulos de un Dios pobre, humilde y crucificado. Sin esto, ¿de qué serviría declararnos y jactarnos de ser cristianos? Siempre será verdad, que cualquier cosa que nosotros hagamos tendrá como motivo o el espíritu del hombre viejo o el espíritu del hombre nuevo. Si conformamos nuestro exterior con los sentimientos del primero, somos culpables;  en cambio con el espíritu del segundo, todo es santo en nosotros, todo en nosotros es participación de la vida de Jesucristo, ya que Jesucristo solamente vive en nosotros mediante su espíritu (...).

No basta por lo tanto obrar bien, ser honestos, vivir, como suele decirse, como caballeros, combatir y sufrir de cualquier manera, para que nuestra vida pueda decirse cristiana; no es suficiente. Es necesario hacer absolutamente todo esto con la mirada puesta en Dios, con la intención en Jesús, con el sometimiento, con el amor y con el espíritu de Jesucristo. Debe ser Jesucristo el principio y el fin de nuestras obras, el alma de nuestra alma, la vida de nuestra vida. [12]

 

 

«Es Cristo quien enciende el amor»

 

13    La vida consiste principalmente en el amor sin el cual, dice San Juan, se permanece en la muerte. Y la gracia del Salvador es aquella que llena el alma con este bálsamo de vida. Es Cristo quien enciende este amor, mostrando el prodigio incomprensible de su muerte, que urge, que impulsa con dulce violencia a corresponder al amor, a sacrificarse por su gloria y la salvación de nuestros hermanos: Charitas Christi urget nos [El amor de Cristo nos apremia]. Es Cristo quien enciende este amor, regalándonos nuevamente en su Resurrección la prueba más luminosa de su divinidad y la prenda más segura de nuestra futura Resurrección.

Es Cristo quien enciende este amor con el milagro continuo de la Institución de la Eucaristía, el misterio del amor por excelencia, con el cual Él se perpetúa en nuestros altares. [13]

 

 

«El amor nunca dice: basta»

 

14    Él arde por nosotros con el más ferviente amor, y el amor nunca dice: basta. Por nosotros Cristo vivió una vida de continuas privaciones, y no ve la hora de consumarla por nosotros (Lc. 12, 50). ¡Y llegó esa hora, llegó la hora del sacrificio y se vio la trágica escena de un Dios que muere, y que muere crucificado para el hombre! (Rom. 5, 9). ¿Qué puede haber más grande, más admirable que este exceso de caridad?

Nadie ciertamente, como afirma el mismo Jesucristo, puede mostrar mayor amor que la de dar la vida por sus amigos (Jn. 15, 13). Pero, ¿qué caridad no fue la suya al querer morir por nosotros sus enemigos, Él, nuestro Dios, nuestro Creador, ofendido y ultrajado por nosotros? Considerando esto el Apóstol decía: apenas se encuentra quien quiera morir por un hombre justo, pero Dios demostró en esto su gran caridad por nosotros, ya que siendo pecadores, Cristo murió por nosotros (Rom. 5, 7). ¿Y por qué murió? Porque lo quiso Él mismo (Is. 53, 7) pues de lo contrario nadie habría podido obligarlo, como Él mismo lo dijo (Jn. 10, 17). ¿Pero por qué lo quiso? No por otro motivo, sino porque nos amaba: Dilexit nos, et tradidit semetipsum pro nobis [Nos amó y se entregó por nosotros] (Ef. 5, 2). [14]

 

 

«Amen a Jesús»

 

15    ¡Oh Jesús, Tú eres la verdadera fuente de todo nuestro bien, y lo fuiste siempre, y lo fuiste constantemente y lo eres todavía! ¡Jesús, y al pronunciar este nombre, el corazón se enternece, el espíritu se conmueve y el alma despliega el vuelo de la esperanza! ¡Jesús, y este nombre es más dulce a la boca que un panal de miel, más grato al oído que el sonido del arpa, más suave al corazón que la alegría más pura! ¡Oh, amémoslo, amémoslo a Jesús! ¿Y a quién amaremos nosotros, si no amamos a este dulcísimo Salvador? (...).

Amen a Jesús, permanezcan unidos a Jesús, porque toda la perfección del cristiano está justamente aquí: la unión con Jesucristo. Aquí reside el principio de todo bien, el fundamento y el origen de toda nuestra grandeza. Yo soy la verdadera vid, dice el Señor, y ustedes son los sarmientos: Ego sum vitis vera et vos palmites (Jn. 15, 5). Ahora bien, como un sarmiento, separado de la vid, se seca y muere, así morirán también ustedes, si están separados de Jesucristo. La unión con Jesucristo es vital para nosotros, sin ella, nosotros estamos muertos, y muertas están nuestras cosas y nos volvemos cadáveres, como es cadáver un cuerpo sin alma (...).

Jesucristo es un querido hermano, al cual debemos estrecharnos en el camino de la vida, sostenernos, caminar con Él, porque de Él, como ya hemos dicho, nos proviene toda gracia, el valor de cada acción, la fuerza misma para cumplirla, en fin la vida y el espíritu de nuestra alma. [15]

 

 

b) el dios con nosotros: cristo en la eucaristia

 

«Quien cree en la Eucaristía, cree en todas las verdades cristianas»

 

16    Quien cree en la Eucaristía, cree, se puede decir, en todas las verdades cristianas. Cree en la inefable Trinidad de las personas, en la absoluta unidad del ser divino; cree en la encarnación del Verbo, en su inmolación por nosotros. Cree en su gloriosa resurrección y ascensión al cielo; cree en la divina maternidad de la Virgen y en la misión del Espíritu Santo sobre los apóstoles congregados con ella; cree en la divina institución de la Iglesia, en su perfección y en la necesidad de ser sus miembros vivos para alcanzar la vida eterna (...).

Ella es la obra maestra de la mente y del corazón de Dios, el centro de nuestra religión, el punto de contacto donde lo finito y lo infinito, la naturaleza y la gracia se conjugan en el inefable abrazo de la verdad y del amor por esencia (...).

A los pies de nuestros altares se halla el Gólgota donde lloramos abrazados a la cruz, y el Tabor donde nos hacemos tabernáculos para extasiarnos con la paz celestial; (...) allí tiene lugar la agonía del Getsemaní y la mañana de la resurrección, la muerte mística y la fuente de la vida. [16]

 

 

«La más perfecta solución al problema del Emmanuel»

 

17    Prediquen explicando como en las palabras: esto es mi Cuerpo, esta es mi Sangre, está contenida la más perfecta solución del problema del Emmanuel, del Dios con nosotros, solución que durante mucho tiempo ha mantenido en suspenso el corazón de la humanidad que, siendo de origen divino, trata en todo momento de comunicarse personalmente con su principio y fin último. En efecto, por esas palabras no solamente Belén, Nazareth, Cafarnaúm, Tiberíades, Jerusalén, en fin toda la Palestina; sino que la tierra entera se ha convertido en la morada del Hombre-Dios. Ahora, Él habita indiferentemente tanto en las basílicas de las grandes ciudades así como en la rústica iglesia que le ofrece el pobre campesino, o en la cabaña de ramas donde lo adora el salvaje; ahora se ha hecho accesible a todos: a los griegos y a los bárbaros, al pueblo de Israel y a los hijos del desierto. [17]

 

 

«La Eucaristía es el centro de la Iglesia»

 

18    La Eucaristía es el centro de la Iglesia, el compendio del culto divino, el árbol de la vida plantado en medio de la Iglesia, cuyas ramas dan sombra fresca a las gentes. Es el fermento escondido de la Sabiduría Encarnada en este sacramento; y si el alma fiel la aplica a sus tres facultades, la racional, la concupiscible y la irascible, o sea a la mente, al espíritu y al corazón, todo el hombre se vuelve espiritual. Este fermento además, si es introducido por la Iglesia a través del ministerio de los sacerdotes en los diversos niveles sociales, o sea en el cuerpo dirigente, en la sociedad juvenil y en la conyugal, hará más juicioso este mundo falto de juicio; reunirá a las gentes dispersas en el único cuerpo de la Iglesia; y hará constantes en cada obra virtuosa a todos los que antes permanecían inertes frente al bien. [18]

 

 

«Todo gravita hacia la Eucaristía»

 

19    La Eucaristía es en el mundo espiritual lo que es el sol en el mundo físico. De la misma forma en que todo gravita en el firmamento hacia este astro magnífico, cuya luz y cuyo calor difunden por doquier la fecundidad y la vida, así todo gravita de igual manera hacia la augustísima Eucaristía. Es solamente por ella que la universalidad de las cosas creadas, que descienden incesantemente del Creador, vuelven a Él sin cesar. [19]

 

 

«La Eucaristía extensión de la Encarnación»

 

20    Mientras caminemos como peregrinos sobre esta tierra, además de un auxilio sobrenatural que nos sostenga en las duras luchas de la vida, también nos es necesaria una víctima inmaculada para ofrecer a Dios como expiación por nuestros pecados. El auxilio lo encontramos en la Santísima Comunión, y la víctima en la Misa que no es otra cosa que el sacrificio de la cruz, a través de los siglos en presencia de todas las generaciones (...).

Así como la Eucaristía es una extensión de la encarnación, también lo es del Sacrificio del Gólgota. En verdad éste se ofreció una sola vez, en pocas horas, en Jerusalén, mientras este otro se ofrece en cada instante del día y en todos los rincones de la tierra. ¿Quién lo ignora? durante el sueño de nuestro hemisferio, vela el otro, y otros hermanos rezan por nosotros, otros sacerdotes mantienen suspendida, entre el cielo y la tierra, la víctima eucarística, de la cual fluye la sangre de Cristo, como un torrente misterioso de vida, que recorre el universo de un extremo al otro (...).

Si el Hijo de Dios, en la primera oblación, se entregó por todos, en la misa se ofrece para cada uno en particular. Él viene, en todo momento, a borrar el acta de condenación que nos es contraria, a causa de nuestros pecados y la hace desaparecer clavándola, con su cuerpo adorable, al altar de la cruz. Y si son grandes las deudas que el hombre pecando contrae con Dios, mucho más grande es el precio de su redención.

El hombre es rescatado no a precio de cosas corruptibles de oro o de plata, sino al precio de la sangre del Cordero sin mancha, sangre de valor infinito, porque es de persona divina; sangre de la cual una sola gota bastaría para redimir al mundo.

Por lo tanto, como en el océano con respecto a una gota de agua, así sobreabundan para nuestra culpa los méritos de Cristo en la misa. [20]

 

 

«En la misa “se enciende la vida sobrenatural de la Iglesia”»

 

21    La misa no es solamente la redención cotidiana y la salvación del mundo, sino también el alimento de la verdadera y sólida piedad, y la hoguera en la cual se enciende la vida sobrenatural de la Iglesia. Pregunten, en efecto, a esta virgen esposa del Nazareno cómo nutre y suscita en tantos hijos suyos el sentimiento del sacrificio hasta el heroísmo; pregunten cómo la pobreza y las miserias por las cuales estamos oprimidos, las tiene como demostración de especial amor hacia Nosotros. Ella les responderá señalándoles la inscripción que adorna su altar: ¡así Dios amó a los hombres! Sublimes palabras que expresan una verdad todavía más sublime. Y verdaderamente, desde que la eternidad engendró al tiempo, nunca el horizonte de la caridad cristiana se dilató tanto, como desde el momento en que el Verbo de Dios se inmoló bajo las especies de pan y vino. Sólo entonces comprendió que el sacrificio es la consumación de la vida pura, noble y santa, sólo entonces deseó dar vida por vida, amor por amor. [21]

 

 

«¡Una Misa!»

 

22    ¡Una Misa! Es el compendio de todos los sacrificios antiguos, en los cuales se desarrollaba la corriente de los actos religiosos que unían la humanidad a Dios; sacrificio único, holocausto junto a la hostia pacífica y víctima por el pecado. ¡Una Misa! Es el sacrificio de la cruz que se acerca a nosotros, para ahorrar a nuestra fe un penoso retorno a un pasado lejano y esfuerzos demasiado fácilmente, vanos para nuestra debilidad y negligencia. ¡Una Misa! Es la inmolación de un Dios que de algún modo se nos pone en la mano, para que nosotros tomemos lo que necesitamos según los tiempos, las condiciones, la medida y los fines determinados por la Providencia. ¡Una Misa! Es un Dios que adora, un Dios que agradece, un Dios que aplaca, un Dios que implora. ¡Una Misa! Una vez más, ella es la corona del culto religioso, el centro de la vida cristiana, el sello más espléndido de la grandeza y potencia del sacerdote. [22]

 

 

«En la Eucaristía tenemos un banquete admirable»

 

23    Apelo a la experiencia de ustedes, venerables hermanos ¿No es quizás cierto que, celebrado el Sacrificio divino, les resulta insípido todo lo que el mundo da por bueno? En todo lo que está ante ustedes, ¿no ven quizás una advertencia a ser solícitos?, ¿no abrazan quizás cada adversidad como ejercicio de la virtud?

Ciertamente que, de la celebración de la Misa deriva una disposición más suave al recogimiento, un instinto más fuerte de oración, un secreto placer en el desprecio de sí mismo, un deseo de perpetua inmolación, la opción por la vida oculta en Cristo, las maravillosas ascensiones a Dios.

En la Eucaristía, por lo tanto, tenemos un banquete admirable, ante el cual no existe nada más precioso y saludable.

Es el alimento que nutrió nuestra infancia espiritual, hace crecer nuestra adolescencia, corrobora la madurez, impide envejecer, y mantiene alejada la muerte (...).

La Eucaristía es el centro de toda la Religión, el compendio de las obras divinas y, por así decir, el sumario del Verbo; por este motivo fue la primera y esencial devoción de los cristianos; sin la tarjeta de esta devoción uno no se puede llamar cristiano, porque le falta la cabeza, que es Cristo.

La Eucaristía es la más saludable de todas las devociones; en ella nos está dirigida la invitación de Cristo: “Vengan a mí todos los que están afligidos y agobiados, y yo los aliviaré”. (Mt. 11, 28). En ella hospeda en su mesa a los pecadores, olvida todo pecado, reviste de gracia. En ella, Cristo, como el águila que impulsa al vuelo a sus pequeños y revolotea sobre sus pichones, despliega sus alas sobre los justos, los recoge y los lleva sobre sus hombros y los eleva a la magnificencia de la santidad. (Deut. 32).

Cristo en la Eucaristía crea a los apóstoles, fortalece a los mártires para la corona del triunfo, suscita a las vírgenes: ya que es "el sagrado banquete en el cual se toma como alimento a Cristo, se evoca la memoria de su pasión, se llena la mente de gracia y se nos da la prenda de la gloria futura" (Oficio de la Solemnidad del SS. Cuerpo y Sangre de Cristo). [23]

 

 

«Fue la primera norma de vida en la Iglesia»

 

24    La Eucaristía fue verdaderamente la primera norma de vida en la Iglesia. Cristo era todo en todos; Cristo en la Eucaristía era la vida de todos los cristianos. Fue así en los comienzos de la Iglesia; ahora vemos que los tiempos han cambiado y otras formas de piedad han, de algún modo, reemplazado la fe y el amor por Cristo: me refiero al culto por los Santos y al debido homenaje de devoción filial por la Madre de Dios.

No lo digo para deplorar o disminuir en lo más mínimo tales devociones: no hay ningún celo en mis palabras. Alabo ardientemente estas devociones y directivas de la piedad: por el contrario, trabajo y me esfuerzo, en todo lo que puedo, para que se afirmen y difundan cada vez más: en efecto, son muy útiles para la piedad y son queridas por la bondad divina.

Como la contemplación de los espíritus beatos tiene una doble "teología": la "matutina" que de las perfecciones divinas observadas en Dios desciende a contemplar la obra del Señor, y la "vespertina" que parte de las obras divinas para subir a la contemplación del mismo Dios; así sucede con la piedad de los fieles. Algunos, apoyándose como en escalones en el culto de los Santos y de la Madre de Dios, quieren llegar a Dios; otros, en cambio, más acertadamente, se posesionan del mismo Cristo mediante la fe, y mediante Cristo acceden al Padre, para abrazar también a todos los Santos. Los dos caminos conducen al mismo objetivo, pero hay que prestar atención ya que, quizás, mientras insistimos sobre la mediación y el ejemplo de los Santos, puede debilitarse nuestra fe y nuestro amor por Cristo.

Por lo tanto, yo  hago votos para que el amor de todos por Cristo emule y supere la devoción que se profesa hacia la Madre de Dios y los Santos. En efecto, Cristo "es el camino, la verdad y la vida", como Él mismo dijo; y "nadie va al Padre sino por mí" (Jn. 14, 6; 17). También Pablo: "Por Él, tenemos libre acceso al Padre en un mismo Espíritu" (Ef. 2, 18). [24]

 

 

«Cristianiza nuestro ser individual»

 

25    La comunión es el manantial desde el cual el alma saca el agua que brota hasta la vida eterna; es el lugar donde cicatrizan sus heridas; es, en una palabra, el principio y el fin de esa unión con Dios elevada a la más sublime potencia, conducida al último grado de perfección que se pueda esperar en el orden presente. Efectivamente, si en la encarnación el Verbo de Dios se unió personalmente a la naturaleza humana, en la comunión se une más a nuestra personalidad. De esa forma, Él diviniza nuestra esencia, cristianiza, diré así, nuestro ser individual, y su unión con nosotros tiene por cualidad la misma que transforma el alimento en la sustancia del cuerpo que se nutre. Por lo tanto, aquellos que comulgan, como dejó escrito un santo doctor, tienen a Jesús en la mente, en el corazón, en el pecho, en los ojos, en la lengua. Este Salvador endereza, purifica y vivifica todo. Él ama en el corazón, entiende en la mente, infunde vigor en el pecho, ve en los ojos, habla mediante la lengua, y mueve toda otra potencia. Él opera todo en todos, y ellos no viven más en sí mismos, sino que es el Verbo de Dios que vive en ellos, y fija a sus acciones metas más nobles y elevadas y motivos más puros y más perfectos. [25]

 

 

«Germen luminoso de Resurrección»

 

26    El pan común, que viene de la tierra, dice San Macario, no nos puede dar la vida eterna; sin embargo ese pan, que tiene origen en el cuerpo beato de Cristo, unido a la divinidad, confiere la inmortalidad al que lo recibe. La carne del Señor, después que es comida, no es destruida, ni su sangre, después que es bebida, porque ambos están indisolublemente unidos a la divinidad. Por lo tanto, el cuerpo glorioso del Señor pone un germen luminoso de resurrección y de incorruptibilidad en el cuerpo corruptible del hombre, y este germen, fecundado por la sangre de Aquel que venció a la muerte, se desarrolla y crece hasta que el hombre renovado se despoje, como vestimenta inútil, de la carne mortal, y mostrando todo el esplendor de su vida oculta en Dios, entre en los tabernáculos eternos. [26]

 

 

«Penetrar en el espíritu de la sagrada liturgia»

 

27    Tengan en cuenta, sin embargo, que la instrucción abstracta, especulativa, aunque fuere excelente, no es suficiente: debe estar acompañada por la práctica. Si durante la celebración de los divinos misterios muchos cristianos están en la iglesia desatentos, de mala gana, y ajenos a lo que se realiza, justamente lo están porque no ven en los sagrados ritos sino un acto exterior. Ahora bien, enséñenles a distinguir las diferentes partes de las sagradas celebraciones, de algún modo ayúdenlos a penetrar en el espíritu de la sagrada liturgia: su mente entonces se concentrará inmediatamente en el pensamiento de Dios y, naturalmente, sus labios se abrirán a la oración. No existe un alma tan fría que no sea capaz de elevarse de lo sensible a lo suprasensible, y no se sienta arrebatada por el culto católico, que enteramente converge hacia la Eucaristía, así como en los templos construidos por el genio cristiano, todas las líneas arquitectónicas están coordinadas hacia el altar.[27]

 

 

«¿Perder tiempo en las confesiones?»

 

28    Aquí no quiero callar la actitud de otros sacerdotes, que estiman perder el tiempo cuando son requeridos en su ministerio por almas privilegiadas, que aman, justamente, frecuentar mucho el tribunal de la penitencia y aun más seguido alimentarse con la carne del Cordero inmaculado. Lo mejor que puede decirse de ellos es que no piensan, o no saben que así como no se da la vida sin alma, tampoco hay parroquia que viva de la vigorosa vida de Cristo, si en ella falta cierto número de fieles, que se confiesen con frecuencia y comulguen casi todos los días. Son estas almas que con el ejemplo de sus virtudes, estimulan a los demás al bien; son ellas las que hacen resplandecer el ideal de la perfección cristiana; son ellas finalmente las que sostienen toda obra buena que se inicie y se realice en la parroquia. Bienaventurado aquel párroco que sepa formar tales almas, cultivándolas con particular atención. El tiempo que, con discreción, haya empleado en ello, será el mejor empleado, ya que ellas harán descender sobre nuestras poblaciones aquella gracia que valdrá para preservarlas de la corrupción; y si ya están corrompidas, las transformará, como transformó el mundo griego y romano en los tiempos apostólicos, y condujo luego, a través de los siglos, a tantas otras naciones a los pies de la cruz. [28]

 

 

«La comunión frecuente»

 

29    Un cristiano, por lo tanto, adornado de la gracia santificante, aunque tenga imperfecciones y caiga en faltas veniales, es siempre hijo de Dios, heredero del cielo y digno de sentarse, aún cotidianamente, al gran banquete, que Jesucristo tiene preparado en su Iglesia, siempre que salga del mismo con fervor creciente y con gran deseo de regresar. Pues, ¿por qué se deberá requerir a los fieles una gran pureza de mente, de corazón y de obras, antes de admitirlos a ese convite? La mejor disposición para acercarse dignamente a la Eucaristía ¿no es precisamente la comunión frecuente? ¡Oh! si todos tuviesen un concepto más alto de la belleza y de la nobleza de un alma en estado de gracia,  el restablecimiento de la comunión frecuente no tardaría en efectuarse, con gran e incalculable utilidad para el pueblo cristiano y la sociedad civil. [29]

 

 

«La piadosa práctica de la visita cotidiana»

 

30    Un medio eficaz para establecer y desarrollar la devoción a Jesús sacramentado, lo hallarán, en primera instancia, en la piadosa práctica de la visita cotidiana a Él, prisionero por amor en nuestros tabernáculos. Éste es ciertamente un fuerte testimonio del sincero amor de los pueblos hacia la divina Eucaristía, como, por el contrario, el lamentable abandono, en el cual es dejada por muchos, parece desmentir la fe.

¡Qué hermoso es poner nuestras almas en frecuente y familiar coloquio con Jesús, con una práctica tan saludable! ¡Bienaventurado, exclama el profeta, aquel que habita cerca del santo tabernáculo! El Señor es su fuerza y su luz, el remedio de todos sus males, el bálsamo para todas sus heridas, el consuelo para cada una de sus penas. A los pies del altar el alma se olvida del mundo, de las miserias de la vida, ya que donde está Jesús no hay más dolor, sino alegría aún entre las más amargas tribulaciones. Éste es el lugar en el cual el fiel, en lo secreto de su corazón, escucha voces misteriosas y suaves, y del cual parte con el vivo deseo de volver; con aquel santo deseo que siempre lo orienta hacia donde se halla su bien y donde atesora fuerzas sobrenaturales.

Por lo tanto, todos rindan este homenaje cotidiano a la divina Eucaristía. Yo lo recomiendo a los niños, para que Jesús los encamine por el sendero de la virtud; lo recomiendo a los jóvenes, para que Jesús les dé fuerzas para resistir a los hechizos y a las seducciones del vicio; lo recomiendo a quien está en el declinar de la vida, para que Jesús lo ayude a mirar sereno de cara a la muerte. [30]

 

 

«Adoración diurna y nocturna al Santísimo Sacramento»

 

31    En algunas parroquias de la diócesis, lo digo con viva complacencia, ya está instituida la asociación para la adoración diurna del Santísimo Sacramento: yo desearía verla surgir también en todas las demás. Donde la población es numerosa, se logrará fácilmente. Si la parroquia contase con pocos habitantes, y no fuese posible establecer en ella la adoración cotidiana, ¿no podría realizarse por lo menos dos o tres veces por semana y especialmente en los días festivos? Confío en el celo de mis óptimos colaboradores, y en la solicitud, que, en toda circunstancia, demostraron mis amados diocesanos, para el culto eucarístico.

¡Mas si es cosa sumamente grata detenerse durante el día frente a Jesús, también es hermoso velar a sus pies en el silencio y en la calma de la noche! Se imita así a los habitantes de la Jerusalén celestial, que jamás cesan de celebrar las glorias del Señor (...).

Traten, por lo tanto, oh, hermanos e hijos muy queridos, de comprender la importancia de esta adoración nocturna, de establecerla en sus parroquias y de practicarla, por lo menos una vez al año (...).

Por todo lo que se refiere a la Eucaristía, jamás salga de sus labios esa insipiente palabra: esto es imposible. La imposibilidad, en este orden, no tiene lugar, sino para aquellos que rehuyen a la abnegación y al sacrificio. [31]

 

 

«Frente a esa Hostia de perdón y de paz»

 

32    Es aquí, frente a esa Hostia de perdón y de paz, que sentimos calmarse el tumulto de los afectos terrenales, temperarse la solicitud por las cosas mundanas, debilitarse el orgullo, despertarse el amor y la comprensión por el prójimo, incitarse la competencia de obras santas, los deseos para una vida mejor. ¿No escuchan salir de ese Tabernáculo una voz que ennoblece y valoriza los mismos sufrimientos, asegurando que las lágrimas vertidas sobre el altar son tenidas en cuenta por Aquel que cuida el lirio del campo, el pájaro del bosque y el último cabello de nuestra cabeza? ¡Oh! ciertamente, aquí se vigorizan los ánimos en la fuerza de la resignación y de la esperanza. Nada está perdido aquí, donde se encuentra la confianza en Dios; aquí todos somos hijos de Dios; no esta expuesto a la  burla ni a la violencia quien toma aquí la fuerza que brota de ese Tabernáculo divino (...).

¡El templo es el refugio del pobre, el asilo de las almas atormentadas y de los oprimidos! Aquí nos sentimos todos y en serio, no falsamente, hermanos; aquí ante el Padre común desaparecen las distinciones de la vanidad, de la riqueza, del poder humano; aquí nos proclamamos y nos sentimos todos iguales, ante el banquete común de Jesús; aquí, ante el espectáculo de un Dios que en Sacramento se rebaja igualmente ante el pequeño y el grande y eleva todo a su altura, consagramos, no la falsa democracia del mundo, sino la verdadera democracia de todos los redimidos. [32]

 

 

«Unidos a Él, todos se sentirán hermanos»

 

33    Únanse, por lo tanto, en santa alianza alrededor de Jesús, hostia divina, con espíritu de fe, de reparación y de amor. Unidos a Él, todos se sentirán hermanos, todos estrechados en un pacto: el amor recíproco, buscando cada uno el bien del otro. De aquí nacerá esa ordenada concordia que les hará compartir las alegrías y los dolores, las sonrisas y las lágrimas, y esparcirá por doquier el bálsamo de la resignación y de la esperanza cristiana. Únanse y organícense en asociaciones de adoradores para las diversas horas del día, para que la divina Eucaristía no sea jamás abandonada por ustedes. [33]

 

 

«Han sido hechos partícipes del sacerdocio eterno de Cristo»

 

34    Comprendan la grandeza de la dignidad que poseen. Han sido hechos partícipes del mismo sacerdocio eterno, que el propio Hijo de Dios no usurpó para sí, sino que recibió del Padre (...).

Ustedes que han alcanzado el sacerdocio, deben, según el Apóstol, tener también algo que ofrecer (Heb. 8, 3), y justamente de esto deriva su nobleza. Ustedes saben que la víctima de nuestro Sacrificio es el mismo Hijo de Dios, que es, al mismo tiempo, el sacerdote principal, que ofrece por medio del ministerio de ustedes, y el Dios al cual es ofrecido.

Desde este sacrificio, la acción más augusta y más sublime de la Iglesia, ustedes deben valorar la dignidad que poseen.

El sacramento y el sacrificio eucarístico son el tesoro de la Iglesia, el sumo bien, su suprema belleza: "¡Qué felicidad y qué hermosura! El trigo dará vigor a los jóvenes y el vino nuevo a las jóvenes." (Zac. 9, 17). Bajo especies distintas, ahora solamente signos, están escondidas excelsas realidades: una carne que es alimento, una sangre que es bebida. La Iglesia está formada por este Sacramento, y todas sus riquezas se suman en el pan y en el vino. A ustedes, la orden de enriquecerse con ese tesoro y de enriquecer a los demás. Así ha instituido este sacrificio: quiso confiar la administración solamente a los sacerdotes, a quienes corresponde recibirlo y darlo a los demás (Oficio de la Solemnidad del SS. Cuerpo y Sangre de Cristo).

La Eucaristía, tesoro de los sacerdotes, es al mismo tiempo un depósito confiado a su fidelidad y a su custodia. Sin embargo, se trata de un depósito de naturaleza particular, bien diferente a los comunes. Por ley, el que recibe un "depósito" debe custodiarlo y conservarlo fielmente de modo que pueda ser restituido íntegro al demandante. No es así la Eucaristía: es un depósito de trigo, que sería delito esconder: "el que esconde el trigo será maldecido por el pueblo" (Prov. 11, 26) (...).

La Eucaristía es el signo bajo el cual han sido congregados: "El Señor nos ha congregado con la comunión del cáliz, con el que asumimos el mismo Dios, no con la sangre de terneros"  (Oficio de la Solemnidad del SS. Cuerpo y Sangre de Cristo).

La Eucaristía es la estrella de ustedes. Se les ha aparecido en la niñez y les ha conducido a Cristo: ha guiado la adolescencia y ha fortalecido la juventud de ustedes; sea en la madurez y en la ancianidad su "poderoso protector, sostén para la virtud, refugio contra el viento abrasador, sombra contra el calor del mediodía, amparo contra los tropiezos, socorro contra las caídas, ayuda en cada circunstancia, exaltación del alma, luz para los ojos, salud, vida y bendición" (Ecli.. 34, 16-17).

Todo lo que son y lo que tienen, venerados hermanos, les proviene de la Eucaristía; es la pura verdad decir que por todos lados el sacerdote está atrincherado por la Eucaristía y que en todo está signado por la Eucaristía. [34]

 

 

«Cristo en la Eucaristía es el libro ofrecido a los sacerdotes»

 

35    Vuelvan a pensar en las palabras que escucharon en su ordenación: "dignoscite quod agitis" [disciernan lo que hagan] (Pontif. Rom.). En realidad Cristo en la Eucaristía es el libro ofrecido a los sacerdotes para que lo devoren. Son numerosos los escritos de los Doctores y de los Padres, de los cuales pueden recoger mieses abundantes de doctrina. Tienen la Suma de Santo Tomás, que trata en forma realmente angelical el venerable Sacramento; tienen la explicación de la Sagrada Escritura en el catecismo del Concilio de Trento, publicado para la instrucción de ustedes. Tienen también los libros ascéticos, el primero de ellos el librito de "La Imitación de Cristo", que en el libro IV habla como ningún otro de la Eucaristía. Han tratado la Eucaristía también numerosos escritores modernos, que les proporcionarán muchas sugerencias útiles.

Cada uno recuerde con el Apóstol: "Mihi omnium sanctorum minimo data est gratia haec, evangelizare investigabiles divitias Christi [A mí, el menor de todos los santos, me fue concedida esta gracia, la de anunciar la insondable riqueza de Cristo] (Ef. 3, 8). ¿No están escondidas en este Sacramento todas las riquezas de Cristo? [35]

 

 

«La devoción de ustedes sea interior y exterior»

 

36    Si anhelan realmente hacer revivir en sus parroquias la devoción eucarística, manifiesten, con hechos, que ustedes la poseen primero, radicada profundamente en el corazón. Sea la devoción de ustedes tanto interior como exterior y proceda de una fe viva y de un sincero amor por Jesús, hostia divina.

Sin embargo, lamentablemente, hay que confesarlo: la fe, con frecuencia, es lánguida, y, muchas veces, después de tantos años de sacerdocio ya no se ama al Divino Maestro, o bien se lo ama con un amor sin vida. Sin embargo, el verdadero sacerdote no es más que un hombre que vive, trabaja y se sacrifica por Jesús sacramentado, única meta de todas sus aspiraciones. ¿Son ustedes así? ¿El santuario, el altar, el tabernáculo qué les dicen? ¿Qué impresión les causan? ¿Después de haber recibido el cuerpo y la sangre de Cristo no se sienten, decía San Vicente de Paúl a sus sacerdotes, encender el corazón por el fuego divino? Ahora bien, este fuego, que ardía intensamente en el pecho de ese humilde sacerdote, de ese héroe de la caridad cristiana, ¿devora también el de ustedes o se queda todavía frío y helado? ¿Cómo podrían entonces tener celo para inspirar en los demás una devoción mil millas lejana de ustedes? Les suplico: si no se sienten llamados a una vida profundamente interior y de alta contemplación, quédense, por lo menos, con Jesús sacramentado de corazón y con las obras, en privado y en público, ahora y siempre. Con frecuencia hable de Él la lengua y por Él suspire el corazón de ustedes, y no transcurra hora del día sin que le hayan dedicado un pensamiento de grato y afectuoso reconocimiento. [36]

 

 

«La adoración perpetua de los sacerdotes»

 

37    Otra cosa me interesa mucho, y es que todos ustedes, venerables hermanos, se inscriban en la piadosa sociedad de los sacerdotes, instituida en nuestra diócesis, para la adoración perpetua.

Si todos los fieles deben devolver a Jesús amor por amor, y reparar los ultrajes que le causan los impíos y los malos cristianos, ustedes, en forma particular, deben derramar lágrimas en su presencia e interponerse entre el altar y los pecadores, como ministros de paz y perdón. Ustedes especialmente deben vivir de la vida eucarística, y habitar cerca del tabernáculo debe ser la delicia de ustedes, ya que allí encontrarán la fuerza para sacrificarse y morir por Jesús, para gloria de Dios y bien de las almas. He aquí el único ideal del verdadero sacerdote. [37]

 

38    Mi propuesta es que se instituya en cada Diócesis la adoración perpetua del Santísimo Sacramento realizada por el Clero obligándose a una hora de adoración cada tantos días (...).

Qué conmovedor pensamiento saber que en cada hora del día y de la noche un sacerdote está postrado ante Jesús Sacramentado para rogar por sí, por los cohermanos, por la Iglesia, por su augusto Jefe, por la conservación de la fe, por la perseverancia final de los arrepentidos, por los que están próximos al juicio de Dios (...).

Un sacerdote, adorador ferviente del Santísimo Sacramento, será luego el elocuente apóstol, será infatigable, constante y bendecido en su celo; se hará ingenioso para descubrir los mil modos, apropiados para resucitar y propagar esta devoción en las almas; sí, el celo de este sacerdote, de este Obispo será bendecido y omnipotente. [38]

 

 

«Tener presente la Eucaristía en todas las prédicas»

 

39    La insistencia en la predicación de la Eucaristía exige que, aprovechando la ocasión de cualquier circunstancia, recuerden con frecuencia a los fieles a Cristo en su Sacramento. El Apóstol inculcaba al discípulo Timoteo la insistencia en la predicación: "Predica verbum opportune" [Proclama la Palabra de Dios, insiste con ocasión o sin ella] . Hagan lo mismo también ustedes. De las variadas circunstancias del tiempo, invierno o primavera, verano u otoño, podrán sacar motivos para introducir el tema de la Eucaristía; como así también de la lluvia, del buen tiempo, de las múltiples necesidades y ocupaciones de los hombres. De esta manera, Cristo Señor aprovecha la ocasión para hablar de Su Sacramento desde la preocupación de la muchedumbre por el pan del cuerpo: "Operamini non cibum qui perit, sed qui permanet, quem filius hominis dabit vobis" [Trabajen, no por el alimento perecedero, sino por el alimento que permanece hasta la Vida eterna, el que les dará el Hijo del hombre] (Jn. 6, 27). Lo imitó el Apóstol en el discurso a los atenienses, tomando la inspiración del altar del Dios desconocido.

Pero hay otro punto de máxima importancia para la insistencia en la predicación eucarística: tener presente la Eucaristía en cada discurso, y concluirlo con la Eucaristía. ¿Hablan de una virtud? Propongan el ejemplo perfecto, Cristo en la Eucaristía. ¿Tratan del pecado? Muestren a Cristo en el Sacramento, propiciación por los pecados de todo el mundo; señalen en la Eucaristía el antídoto que nos libera de las faltas cotidianas y nos preserva de los pecados mortales: Cristo médico y medicina ¡Oh mesa admirable, que nos suministra la humildad contra la soberbia, la caridad contra la envidia, la limosna contra la avaricia, la castidad contra la lujuria, las virtudes contra todos los vicios! (Tertul. De Resurrect.). [39]

 

 

«El siglo XX será llamado el siglo eucarístico»

 

40    Cristo, por medio de este sacramento, hace presentes, ante quien teme a Dios, sus votos al Padre, o sea el sacrificio de su cuerpo y de su sangre, ofrecido en la cruz. ¿Cuál será el fruto de tan sublime sacrificio? "Erit germen Domini in magnificentia et fructus terrae sublimis" [El germen del Señor será magnifico y el fruto de la tierra sublime]" (Is. 4, 2). En efecto, comerán los pobres y serán saciados: sus almas vivirán por los siglos de los siglos. Recapacitarán los pecadores y se convertirá a Dios toda la tierra, y lo adorarán todas las estirpes.

Comerán y adorarán todos los hombres, se arrodillarán ante Él todos los mortales. Del nombre del Señor tomará nombre la generación futura; porque los cielos, o sea los sacerdotes, anunciarán la santidad del pueblo que está por nacer, formado por el Señor: será el pueblo del Santísimo Sacramento, y el siglo XX será llamado el siglo eucarístico. "Porque sólo el Señor es rey y él gobierna a las naciones" (Sal. 21). [40]

 

 

«Nunc dimittis…»

 

41    Cuando el Señor, en su infinita bondad y misericordia, me haya concedido ver profundamente arraigada la devoción eucarística en mi amada diócesis, entonces no me quedará más que exclamar con el profeta Simeón: Ahora, Señor, puedes dejar que tu servidor muera en paz... porque mis ojos han visto al Salvador que nos has dado, amado, reconocido y venerado por aquellos que son en el tiempo, y serán en la eternidad, mi gozo y mi corona. [41]

 

 

«El más dulce de los consuelos»

 

42    Nada ahorren, mis venerables cooperadores, para que yo, yendo a visitarlos, pueda dispensar el pan de los ángeles a todos, desde los niños de la primera Comunión hasta aquellos que están en el umbral de la eternidad. Será éste, hermanos e hijos míos, el más dulce de los consuelos que ustedes podrán proporcionar a su Obispo, entre los cuidados incesantes y las grandes preocupaciones de su ministerio pastoral. [42]

 

 

c) el dios para nosotros: cristo crucificado

 

«¿Prohibición del Crucifijo? El Crucifijo es el fundamento»

 

43    Una voz se ha liberado de cien pechos y ha dado la vuelta al mundo en nuestro siglo, ha gritado y grita, prohibición del Crucifijo. Y desgraciadamente en parte logró ese infernal intento. Donde en otros tiempos el Crucifijo era el más bello adorno de las casas cristianas, hoy otras imágenes han usurpado ese lugar. En otros tiempos la familia cristiana se inspiraba en el Crucifijo y de Él tomaba el nombre y el ejemplo, hoy son otros los objetos en los cuales se inspira, y son otras las normas que tiene adelante. Pero prohibido el Crucifijo en los barrios, en las escuelas, en los parlamentos, sacado el único que podía remediar sus males, ¿qué le ha ocurrido a la pobre sociedad? Yo no quiero negar ninguno de los títulos por los cuales se enorgullece nuestro siglo; el progreso de las ciencias, las distancias desaparecidas y mil estupendos hallazgos, por los cuales el hombre logró arrancar a la naturaleza los más ocultos secretos, sin embargo, con tantas maravillas, es lamento universal que en ninguna otra época la sociedad fue más horrendamente sacudida y agitada como en nuestra época (...).

Se ha incitado la guerra al Crucifijo, he aquí la verdadera causa de tantas desventuras. Ésta es una verdad que algunos no quieren entender: se culpa a la injusticia de los hombres, a la perversidad de los tiempos; ¡oh no! Conviene arrancar la venda que oculta la verdad a nuestros ojos, conviene mirar más hacia adentro. El Crucifijo es el fundamento de todas las cosas, escribe San Pablo, aquel que desprecia construir sobre ese fundamento no puede acumular más que ruinas sobre ruinas (...).

Jesús Crucificado es el centro común; es el anillo precioso que une la obra del Omnipotente al Creador Divino; es la meta de todas las obras y de todos los designios de la Providencia; es la razón suprema, última de todos los desvelos de Dios para la humanidad redimida, la cual, lejos de Él se parece a la imagen de un ciego que vacila y cae bajo los rayos del sol más espléndido, Jesús Crucificado es la norma de todo verdadero progreso social, ya que es Él la única luz verdadera que ilumina a cada hombre y, por lo tanto, a la sociedad entera. [43]

 

 

«Stat crux dum volvitur orbis»

 

44    Cristo vence, Cristo reina, Cristo triunfa. De ello tenemos una prueba aún hoy entre los más grandes cataclismos de la historia, entre los añicos de los cetros y de las coronas, entre el nacimiento y la muerte de todas las instituciones humanas, entre el surgimiento y la desaparición de todas las herejías, entre el bramido de los mares rugientes cuando arrecia la tempestad, está la Cruz, la Cruz faro de luz inextinguible, árbol de nuestra salud, trofeo glorioso de Él, que la purpuró con su divina sangre: "Stat crux dum volvitur orbis" [Está firme la cruz mientras la tierra gira ]. [44]

 

 

«La cruz nos grita amor»

 

45    La Cruz más que ninguna otra cosa nos grita amor; amor grita la Cruz, amor que se hizo víctima de expiación por ti, que tanto te amó hasta morir por ti en el patíbulo; mas este grito no lo entiende quien no repite con el Apóstol: el mundo está crucificado para mí y yo para el mundo. La Cruz es la escuela más segura del amor, ¡ay, por lo tanto, si ustedes pasan los días olvidados del misterio de la Cruz!, mostrarían entonces que sus corazones no arde por amor, que faltan al gran precepto que nos obliga a poner en Jesucristo todos nuestros afectos, a establecer en nuestro corazón su reino, que es el reino del amor.

Amen a Jesús y entonces entenderán que el pueblo cristiano, el pueblo de los creyentes se compone solamente de aquellos que honran, que aman la Cruz, o mueren en ella... [45]

 

 

«Tota vita Christi crux et martyrium»

 

46    Él es el gran modelo de la vida cristiana; modelo, oh mis queridos, tan esencial que, como afirma San Pablo, en la semejanza con Él consiste el secreto de nuestra predestinación. Considerando esto, yo pregunto: ¿cuál fue el camino que Él siguió para subir al Cielo? ¿Quizás el de la riqueza, de la gloria, del placer, o más bien fue el de la pobreza, de la humillación, del dolor?. ¡Toda su vida, escribe Crisóstomo, no fue otra cosa que cruz y martirio! Tota vita Christi crux et martyrium! ¡Desde el primero hasta el último instante, cuánta miseria, cuántas incomodidades, cuántas fatigas, cuántas persecuciones, cuántas calumnias, cuántos sufrimientos, cuántos dolores! Y, ¿cómo después de ello no reconocer en la penitencia nuestro verdadero bien, el camino más corto, seguro, único para nuestra salud? [46]

 

 

«Jesucristo dice a todos: Hagan Penitencia»

 

47    ¿Qué dice, oh queridos, el divino Maestro? Dice ante todo que Él vino para llamar a los pecadores, o sea a todos los hombres, a hacer penitencia. Dice que el reino de los Cielos exige fortaleza y lo conquistan sólo los fuertes. Dice: quien no lleva su cruz y no me sigue, no puede ser mi discípulo. Dice una vez más: Hagan penitencia. Y agrega después: Si no hacen penitencia, todos acabarán de la misma manera: Nisi poenitentiam egeritis, omnes simul peribitis (...).

De sus labios adorables yo no escucho, me atrevo afirmar, más que una palabra, una enseñanza, un mandato: ¡Penitencia! Y, ¿ a quién lo dice? Lo dice a todos, advierte el evangelista San Lucas; previendo quizás las falsas interpretaciones de tantos modernos cristianos, que quisieran restringir solamente a los habitantes de los claustros la práctica de un precepto, como éste, tan absoluto. Sí, Jesucristo habla a todos: a los pequeños y a los grandes, a los jóvenes y a los ancianos, a los pobres y a los ricos, a los reyes sobre su trono, a los religiosos en su retiro, a los sacerdotes en el ejercicio de su ministerio, a los industriales en su comercio, a los artesanos en su taller, a todos sin distinción de grado, de condición, de tiempo, de lugar, de edad: Dicebat autem ad omnes [decía, pues, a todos]; porque de la penitencia que nos mantiene firmes ante la ley de Dios, nadie se puede eximir, si no renuncia antes a su salvación eterna. [47]

 

 

«El ejercicio de la mortificación evangélica»

 

48    El que quiera venir detrás de mí, lo dice Él mismo, nuestro Divino Maestro, que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y con esta insignia que me siga: abneget semetipsum, tollat crucem suam et sequatur me. Renuncie a sí mismo, es decir, al propio intelecto, al someterlo a la fe; a la propia voluntad, al hacer siempre la de Dios; a los apetitos descontrolados, al seguir en todo, únicamente, el sacrosanto Evangelio. En segundo lugar, que cargue con su cruz, es decir, sufra con paciencia y con resignación todos los males de la vida presente, las tribulaciones, las molestias, los esfuerzos inherentes al propio estado. Con esta insignia que me siga, es decir, camine tras las huellas de Jesucristo, se revista de su espíritu, entre en sus puntos de vista, esté animado por sus sentimientos, se comporte según sus máximas, se conforme a su voluntad, se abandone a su Providencia. Ahora, ¿qué significa todo esto, si no que para vivir la vida cristiana es necesario el ejercicio de la mortificación evangélica?

Es tan necesaria que sin ella nosotros estamos perdidos y perdidos para siempre: nisi poenitentiam egeritis, es la Verdad encarnada que nos habla, omnes similiter peribitis [si no hacen penitencia, perecerán todos de la misma manera] (Lc. 13, 3). [48]

 

 

«Dos sacrificios indivisiblemente unidos»

 

49    Hay que suplir lo que de nuestra parte falta a su pasión: adimpleo, decía en efecto San Pablo, adimpleo ea quae desunt passionum Christi in carne mea [completo en mi carne lo que falta a los padecimientos de Cristo] (Col. 1, 24).

Esta es la ley suprema a la cual está subordinada nuestra salud. El sacrificio de Jesucristo, y nuestro sacrificio, son dos sacrificios igualmente necesarios, son dos sacrificios que no aplacan la Justicia divina si no van indivisiblemente unidos, porque nuestro sacrificio, si no va acompañado por el sacrificio de Cristo, es indigno de Dios; el sacrificio de Cristo si no va acompañado por nuestro sacrificio, es inútil para nosotros. Así está explicado en parte el gran misterio del dolor contenido en los órdenes presentes del universo. Así el dolor y la muerte, llagas inevitables de la naturaleza, en el estado actual, fueron transformados en un medio de perfección y de glorificación; y, por lo tanto, de consuelo y también de gozo, y de esta forma puestos nuevamente en el orden de la divina sabiduría y bondad. Por lo tanto, estamos obligados a configurarnos con la pasión de Jesucristo si queremos participar de su gloria: adimpleo ea quae desunt passionum Christi in carne mea. [49]

 

 

«Mortificándonos, nosotros no queremos destruir, sino edificar»

 

50    Algunos tienen una idea muy superficial y mezquina de la penitencia cristiana, al creer que el mortificarse es un querer sufrir por el simple gusto de sufrir. ¡No, queridísimos, no! Mucho más elevada es la meta a la cual aspiramos. Mortificándonos, diré con un ilustre filósofo, nosotros no queremos destruir, sino edificar; queremos moderar la carne, pero para dar libertad al espíritu, despojarnos del hombre viejo, para vestir al hombre nuevo, renegar de nuestra voluntad corrupta, para poner en su lugar la Santa Voluntad de Dios; morir al amor propio, para vivir en la caridad, abatir el reino del mal persiguiéndolo en nuestro interior y en sus cómplices internos y externos, para fundar en nosotros el reino del bien, el reino de la verdad y del amor; perder algo del presente, para asegurarnos el porvenir. Queremos, en otras palabras, volver a tomar nuestra corona; ser no solamente hombres, sino también cristianos, reinar en el tiempo y en la eternidad. [50]

 

 

«Llenarse de gozo en toda tribulación»

 

51    Si su ánimo fuese siempre jovial como la carta que me escribe, debería alegrarme mucho y si yo fuese capaz de aportar un poco de consuelo a su ánimo amargado, estaría dispuesto a todo. Sin embargo, espero que le vuelvan la calma y la alegría. La Providencia conduce a Vuestra Eminencia por caminos poco comunes y casi increíbles; y es éste un motivo de alegría para sus verdaderos amigos y también para Usted. La razón y la fe nos enseñan lo que sentimos en lo íntimo del espíritu, que todo lo que se hace, está querido o permitido por Dios infinito amor, y que tal vez por los designios de la cruz, si bien inmerecida, quiere humillados, no confundidos, a sus siervos, que deben meditar con gozo las disposiciones divinas, amar, agradecer siempre, llenarse de gozo en toda tribulación.

Las tribulaciones, aún si son sólo internas, esparcen una saludable amargura en la vida presente, nos despegan insensiblemente de todo lo que es mortal y nos aportan el don inestimable de hacernos conocer la nada de las grandezas entre las grandezas, y no hay gracia más bella.

Pero la sabiduría de Dios, Eminentísimo, tiene verdaderamente dispuesto todo con fuerza y suavidad y si por algunas horas nos ofrece beber un cáliz de amarguras, nos ofrece luego la bebida de los más gratos gozos: es un cáliz misterioso que se alterna y bendito el que sabe acercarlo a los labios con inquebrantable fidelidad, uniéndose así íntimamente a Dios. La principal arma que necesitamos es la paciencia unida a la oración. [51]

 

 

«Vayan, Apóstoles de Jesucristo, y no teman: les acompaña la Cruz»

 

52    La señal de la liberación universal, elevada en medio de los pueblos es la Cruz; la Sociedad de los redimidos es la Iglesia; la palabra que vuela de un lugar a otro, de pueblo en pueblo, anunciadora de salud, es el apostolado católico. Y, gracias al Cielo, desde que sobre el Gólgota fue levantada esta señal, desde que en el mundo apareció la Iglesia, la palabra que anuncia la gloria de Dios, que ilumina las mentes, reanima los corazones, renueva las almas y, atrayendo de todas partes los hermanos dispersos, reconstruye en la unidad de la fe, de la esperanza y del amor a la familia humana, no ha cesado nunca de hacerse oír a las gentes (...).

Vayan, por lo tanto, oh generosos Apóstoles de Jesucristo, adonde Él los llame. Les esperan, lo sé, grandes esfuerzos, peligros no pequeños, muchas tribulaciones, luchas y sacrificios continuos, sin embargo no tegan miedo: los acompaña la Cruz. Los acompaña la Cruz, signo de sus pasados triunfos, prenda de futuras victorias para el consuelo de ustedes; la Cruz que, fue oprobio para el gentil y escándalo para el judío, ha tomado posesión de la tierra (...).

No tengan miedo, los acompaña la Cruz: la Cruz que es la defensa de los humildes, la aniquilación de los soberbios, la victoria de Cristo, la derrota del infierno, la muerte de la infidelidad, la vida de los justos, la plenitud de todas las virtudes. La Cruz, que es la esperanza de los Cristianos, la resurrección de los muertos, el consuelo del pobre, el madero de la vida eterna, la fuerza de Dios. No tengan miedo, los acompaña la Cruz: esa Cruz que modela a los héroes de la Religión, que los sostiene, los anima, los guía, los cautiva, los hace superiores a la carne, a la sangre, a sus alegrías, a sus dolores, infunde en su ánimo los santos deseos del mártir de Cristo, que sabe vivir y morir exclamando: ¡Viva Jesús! ¡Viva la Cruz! ¡Viva el martirio!: absit gloriari nisi in cruce Domini nostri Jesu Christi [lejos de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo].

La Cruz es locura para el mundo, pero para ustedes llegará a ser sabiduría y vida y más les valdrá una hora empleada en meditarla que largos años consumados sobre los libros más doctos, que por sí solos inflan y pierden, y sin ellos, con la sola Cruz se crece en la ciencia de Dios. ¡Ah! sí, la Cruz será para ustedes un bálsamo para toda herida, un lenitivo para todo dolor, un sostén para toda debilidad, un consuelo para toda ansiedad, un esclarecimiento para toda duda, una luz para toda oscuridad. En las aflicciones, en los desalientos, en las desilusiones, aprieten a su corazón la Cruz que les he entregado, y con el acento de un entero abandono en las manos de Dios, levantando los ojos al Cielo, repitan: Fac me cruce inebriari: absit gloriari nisi in cruce Domini nostri Jesu Christi [Haz que me enamore de la cruz: lejos de mí el gloriarme sino en la cruz de nuestro Señor Jesucristo] y sus corazones se dilatarán y sus almas se abrirán a todas las dulzuras de la esperanza cristiana y sus obras serán hechas todas muy valiosas para el Cielo. [52]

 

 

 

2. «VIVO EN LA FE DE JESUCRISTO»

 

La fe es una nueva creación, por la cual Dios se dona a sí mismo, nos hace participes de su vida. La fe es vida, no filosofía. Es la verdad, la perfección, el bien.

Al don de Dios el hombre corresponde con el don de sí, que lo consagra a Dios, lo hace "santo". La vida del justo es creer en Cristo, fuente de todas las virtudes. La fe es gracia que "diviniza" al ser humano, inspirando la mística que eleva la existencia cotidiana a la unión con Cristo.

La fe está alimentada por la oración, que es "Dios infundido en nuestro corazón". El hombre orante es voz del universo, la oración es el vínculo de la humanidad, es comunión con la oración de Cristo y de la Iglesia. La oración es la omnipotencia de Dios puesta a nuestra disposición. El que no ora no vive.

La fe lee e interpreta la historia como historia de salvación. Dios salva al hombre en la historia del hombre. Sus designios son misteriosos pero infalibles: no podemos dudar, la sociedad humana madura también a través de los sufrimientos y de los cataclismos, hacia el Reino de Dios. Los eventos históricos y las transformaciones sociales preparan el advenimiento de una humanidad unida en un solo redil bajo un solo pastor, haciendo de todos los pueblos una sola familia de un único Padre, por Cristo y la Iglesia.

El verdadero progreso es Jesucristo. Fe y razón, religión y ciencia, teología y filosofía, todo viene de Dios y es de Dios, única Verdad.

 

 

 

a) el maximo don de dios

 

«La fe es el más grande de los dones de Dios»

 

53    La fe es un don de Dios, el primero, o mejor dicho, el más grande de los dones de Dios, que en su infinita misericordia nos haya otorgado. Sin ella es imposible ser de su agrado, pertenecer a la escogida compañía de sus hijos; ella es el inicio y el fundamento de la salvación humana, el eje y la raíz de toda justificación (...).

¿Qué es esta fe? Es un rayo de luz que se desprende del trono de Dios y baja a iluminar la tiniebla en la que van a tientas los míseros hijos de Adán; es una segunda creación, gracias a la cual el hombre, que había caído de su dignidad, se vuelve a levantar de su nada, grande todavía hasta llegar al Creador; es la vida, ni más ni menos, del género humano, así como la carencia de ella es muerte (...).

¿Qué es esta fe? Es el único medio, que luego de todas las búsquedas y todos los estudios para ennoblecer al hombre, es apto todavía para curar nuestras heridas, para engrandecer nuestra pequeñez, y es por ella que la inteligencia humana fluye en el tiempo y en la eternidad y nuestro pensamiento pasa desde el último granito de arena a la inmensidad del Ser increado.[53]

 

 

«La religión no es un sistema filosófico»

 

54    Esta Religión sin embargo (...) no es desde luego una serie de verdades especulativas, mandadas únicamente para perfeccionar el intelecto, no es tampoco un sistema filosófico, ni un complejo de ideas y nada más; pero, ya que emana inmediatamente de Dios, que es al mismo tiempo la verdad primera, el sumo bien, la infinita belleza, la esencial santidad, el centro y la fuente de toda perfección, ella tiende necesariamente a ennoblecer, a divinizar, en cierto modo, todas las facultades humanas, encauzándolas a su último fin. Para el intelecto ella es luz infalible que disipando las tinieblas acumuladas por la ignorancia y por el error, le abre los tesoros de la sabiduría divina. Para la voluntad es ardor celestial, que elevándola más allá de la esfera de los bienes limitados y caducos, la enamora de las infinitas bellezas y del sumo y eterno bien. Para la conciencia es regla segura, que preservándola de los falsos dictámenes sugeridos por el orgullo y por las corrupciones, la armoniza con los dictámenes de la ley eterna de Dios (...).

Ella, en una palabra, es el orden, la armonía, la perfección del hombre todo, ya sea en relación con Dios, con el prójimo y con sí mismo; imagen y prenda de aquel orden, de aquella armonía, de aquella paz, de aquella perfección, sin comparaciones la más venturosa, que le está preparada en el Cielo. [54]

 

 

«¿Qué sería el hombre sin la fe?»

 

55    ¡La fe! Es ella que nos acerca a Dios y nos descubre sus misterios; es ella que ilumina y sublima nuestra razón, es ella que ennoblece nuestros afectos, es ella que infunde en nuestra alma el bálsamo de los consuelos celestiales, el coraje, la fuerza para sostener las luchas de la vida. ¿Qué sería el hombre sin la fe? Sin la fe el hombre no conoce nada realmente sobrenatural, no saborea nada a santidad, no puede obrar nada bueno y virtuoso que sea merecedor de premio eterno (...). Sin fe, el hombre está perdido.

Es la fe que nos revela con seguridad nuestro origen, nuestra caída, nuestra regeneración en Cristo, nuestro destino inmortal. Es la fe que nos señala todos los medios para lograr poseerlo, como son los sacramentos, la oración, las buenas obras. Es la fe que nos hace mirar a todos los hombres como hermanos. Es la fe que en todos los acontecimientos terrenales, alegres o tristes, nos muestra la mano piadosa de Dios, que dispone todo para nuestro bien. [55]

 

 

«El hombre no busca más que la perfección infinita y el infinito bien»

 

56    Creado por Dios para Dios, el corazón del hombre no puede ser perfecto más que en Dios y con Dios, y ya que la perfección es el estado natural, es el fin al cual tienden todos los seres, así el corazón humano tiene una inclinación innata, necesaria, indestructible de unirse a Dios, de saciarse de Dios, de identificarse con Él: fecisti nos, Domine, ad te; et inquietum est cor nostrum, donec requiescat in te [Nos creaste Señor para ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que no descanse en ti]. En esta vida también el hombre no clama, no busca, no quiere más que a Dios. Por eso, lo pide en todo aquello que lo rodea; corre al encuentro de todo aquello en lo que se encuentra una centella de bien, emanación de infinita bondad; por eso el desdeñar siempre los bienes presentes y anhelar continuamente los lejanos, porque los bienes lejanos se le presentan como un no se qué de infinito. De aquella misma forma que a la eterna verdad el hombre aspira siempre en todo lo que procura conocer, del mismo modo, escribe San Dionisio, se dirige siempre al bien eterno en todo lo que procura amar. [56]

 

 

«¿Un hombre que tiene a Dios consigo, qué no tiene?»

 

57    Dios propia y esencialmente es caridad. Por lo tanto, el que permanece en la caridad permanece en Dios y Dios en él, porque Dios y la caridad son una misma cosa: Deus charitas est: et qui manet in charitate in Deo manet et Deus in eo [Dios es amor: y quien permanece en el amor permanece en Dios y Dios en él].

Y un hombre que tiene a Dios consigo, ¿qué no tiene? Quid non habet si Deum habet? Ipse est pax nostra [¿Qué no tiene si a Dios tiene? El mismo es nuestra paz]. Tiene sobre todo la paz, o sea, aquella tranquilidad de los afectos, aquella calma del corazón tan suave, tan dulce, tan inefable, que supera, según el decir del Apóstol, todo sentido de terrenal dulzura: pax Dei quae exsuperat omnem sensum [La paz de Dios que supera todo cuanto podamos pensar]. Este gozo del alma peregrina, este estado de calma pleno de confianza, este reposo pleno de consolación, esta armonía plena de suavidad, esta paz plena de amor, es en verdad, el más hermoso anticipo, la imagen más real de la beatitud celestial, ya que, según la profunda sentencia de San Agustín, en la paz está puesta la beatitud (...).

¡Oh paz del alma, verdadero tesoro, consuelo y delicia del que la posee! ¡Oh paz del alma, que comenzando en la inteligencia por la fe en la palabra divina, desciende al corazón por la posesión de la divina caridad! ¡Oh paz del alma, que no gustada no se llega a comprender!, ¿dónde, dónde hallarte aquí abajo fuera de la fe? [57]

 

 

«Los misterios de la fe expanden sombra y luz»

 

58    La fe es necesaria para nuestra condición actual, como es necesario ahumar el cristal para quien mira al sol si no quiere ser encandilado. Es necesaria, porque siendo Dios infinito y nosotros limitados, ella debe llegar allá donde la razón no llega. La fe es para la razón lo que el telescopio es para nuestra débil vista. Si ustedes en una noche serena elevan los ojos al cielo ven una infinidad de estrellas, pero allá donde el ojo nada discierne, el telescopio descubre nuevos mundos y maravillas impensadas. Así nuestro espíritu poco o nada sabe con respecto a los grandes problemas de la vida. Es la fe que nos revela el mundo sobrenatural, donde cada problema encuentra su razonada y plena solución. Es la fe que aclara nuestra inteligencia, que nos ilumina acerca de nuestra existencia y de nuestro destino futuro. Las sombras del misterio deben, antes que disminuir nuestra fe, aumentarla (...).

Los misterios de la fe, impenetrables en sí mismos, son además ricos de esplendores inefables, y como la columna que guiaba en el desierto al pueblo de Dios, expanden sombra y luz. Miren nuevamente a Belén. ¡Un Dios que llora como un niño! ¡En un pesebre! ¡Qué sombras, qué misterios! Pero al mismo tiempo; ¡qué destellos de luz! ¡qué magníficos portentos! Todo había sido anunciado por los profetas. El lugar, el tiempo, el modo de tantos acontecimientos estaban escritos en los libros sagrados muchos siglos antes. Y ahora se han conmovido los cielos; multitudes de espíritus celestiales lanzados sobre alas de oro entonan el cántico de la gloria, resplandores del paraíso rompen las espesas tinieblas de la medianoche, iluminan los rústicos muros de las chozas, el desierto, los pastores; la estrella aparece en Oriente, y los sabios y los reyes se suceden a los pastores en los homenajes de la adoración; el cielo y la tierra, los ángeles y los hombres, el pasado, el presente, el porvenir forman alrededor de la cuna del cristianismo como una inmensa diadema de luz, que hace nuestra fe inmensamente gloriosa y razonable. [58]

 

 

b) LA RESPUESTA AL DON DE DIOS

 

«La fe es la fuente de toda santidad»

 

59    La fe, ustedes saben, es el principio, el fundamento, la raíz de toda justificación, y por lo tanto es la fuente de toda santidad: Justus ex fide vivit [El justo vive por la fe]. Por lo tanto sólo porque vivieron con fe y conforme a los dictámenes de la fe, los santos se hicieron tales, según los eternos designios de la multiforme gracia de Dios, se convirtieron en hombres de esfuerzos apostólicos, de obras maravillosas y fecundas; hombres de oración, de penitencia, de sacrificio, hombres que recorriendo su trayectoria mortal en las diversas condiciones de la vida se mostraron ángeles de carne, espejos sublimes de las más hermosas virtudes, muertos para el mundo, vivos solamente para la gracia del Señor, poco preocupados por el presente, pero siempre atentos al siglo futuro: Sancti per fidem vicerunt regna, operati sunt iustitiam, adepti sunt repromissiones [Los Santos por la fe vencieron los reinos, han realizado la justicia, han alcanzado las promesas de la salvación]. [59]

 

 

«El justo vive de fe»

 

60    A la luz de esta antorcha divina, el cristiano conoce de un modo infinitamente más perfecto que cualquier sabio de renombre, la verdadera finalidad de la vida presente y su destino futuro; juzga las cosas humanas, sus deberes hacia Dios y hacia el prójimo, y hacia sí mismo, en una forma totalmente contraria a las aprehensiones de los sentidos y ampliamente superior a todas las luces de la razón humana. Así como con los sentidos corporales ve, toca y siente las cosas materiales y sensibles, con la fe infusa ve, toca y siente las cosas futuras y celestiales: Justus ex fide vivit [El justo vive por la fe].

Cree, y su inteligencia está ocupada en comprender y en contemplar las cosas creídas, mejor que si las viera con los ojos del cuerpo. Espera y sus esperanzas son concretas, reales, sustanciales, de modo que sus afectos lo rodean tenazmente con toda la energía de la que son capaces. Ama y su corazón es llama que destruye toda duda, es llama de fuego, que se eleva al cielo. El casi ya no siente la tierra; siente sólo a su Dios, vive de su Dios, piensa, habla y obra con su Dios, y por su Dios sufre, lucha y muere: Justus ex fide vivit. [60]

 

 

«La fe inspira muchas virtudes modestas, pero grandes»

 

61    La fe, como estrella resplandeciente, se eleva sobre el mundo y lo ilumina de polo a polo con estupenda claridad (...).

Ella es la que impulsa al misionero a abandonar patria, parientes, amigos, honores, riquezas, y a través de océanos tempestuosos y hórridos desiertos, a penetrar en los lugares más inhóspitos, en las comarcas más bárbaras y crueles en busca de salvajes para hacerlos primero hombres, luego cristianos, sin otra esperanza que la de coronar una vida de apóstol, una vida de penurias, de privaciones, de cruces, con la muerte de un mártir.

Ella es la que anima a tantas vírgenes a sacrificar su juventud, sus comodidades para dedicarse a la instrucción de las hijas del pobre, para llevar a las cárceles, a los hospitales, a los campos de batalla, con la palabra de consuelo, los auxilios de la caridad.

Ella es la que inspira muchas virtudes modestas, pero grandes; desconocidas para el mundo, pero conocidas para Dios; virtudes que embellecen el santuario de la familia y mantienen en ella, con la santidad, el orden, la concordia y la paz. Finalmente ella es la que anima a tantos hombres y mujeres, de cualquier edad y condición a permanecer firmes frente a los escándalos más enormes, a no temer el reproche de los mundanos, ni el sarcasmo de los impíos, ni la persecución de los malos, ni los peligros de la vida para no violar la modestia, para conservar la piedad, para confesar frente a todos a Jesucristo.[61]

 

 

«Pudiera santificarme y santificar a todos»

 

62    Si bien estoy en los Santos Ejercicios, no puedo dejar de enviarle una palabra de viva gratitud por el gentil recuerdo. Los nobilísimos sentimientos que quiso expresarme en el 27º aniversario de mi consagración como Obispo de Piacenza, me han conmovido hondamente. Es un largo período lleno de cruces y de amarguras, ellas también son un don de la mano de Dios, que gobierna a sus pastores con una providencia llena de misterios. ¡Ojalá pudiera santificarme y santificar a todas las almas que me han sido confiadas! [62]

 

 

«Me asusto de mi indignísima indignidad»

 

63    Hoy es el aniversario de mi consagración. ¡Dios mío, ten misericordia de este pobre Obispo! ¡Ay de mí cuántos años perdidos! Es el décimo octavo. Me asusto de mi indignísima indignidad. Es necesario que comience de nuevo: ser menos indigno de la dignidad divina de Obispo: elevarme, ennoblecerme, divinizarme. Episcopus post Deum terrenus Deus [El Obispo después de Dios es un Dios terrenal]. Dios mío, Nunc coepi [Ahora empiezo] con tu divina ayuda. Renuevo los propósitos de los Santos Ejercicios ¡Oh mi Señor Jesucristo, hijo de Dios vivo, ten misericordia de mí, pobre pecador! [63]

 

 

«Me ofrezco a El con una vida santa»

 

64    Ut sisterent eum Domino [Para presentarlo al Señor]. María Santísima con San José lleva a Jesús al templo para ofrecerlo al eterno Padre en nombre de todo al género humano. ¿Qué pensamientos y afectos tuvo María en esa oblación solemne? ¿Y San José? Jesús se ofrece para la salvación de la humanidad y mía para que yo me ofrezca a El con una vida santa.

Es el día de la gran oblación: ofrece la humanidad Santísima de Jesucristo al Padre y ofrécete con ella: Per ipsum et in ipso et cum ipso.

¡Oh mi Señor Jesucristo, ten piedad de mí, pobre pecador! [64]

 

 

«No hay nada más natural que lo sobrenatural»

 

65    No hay nada más natural que lo sobrenatural. [65]

 

 

«Un Obispo debe ser movido en toda acción por el Espíritu Santo»

 

66    Un Obispo tiene que ser movido en toda acción por el Espíritu Santo, secreto motor de la humanidad santísima de Jesucristo.

Tiene que hacerse violencia para hacerse santo.

El Obispo debe ser virgen, confesor, mártir.

Virgen por la pureza de vida: ¡ay si iniqua gerit in terra sanctorum; non videbit gloriam Domini [si lleva las iniquidades en la tierra de los santos, no contemplará la gloria de Dios]! ¡Antes morir mil veces que manchar la dignidad del carácter sacerdotal con un pecado carnal!

Confesor por el celo constante, por las fatigas incesantes del Ministerio Sagrado.

Mártir sufriendo pacientemente las cruces, las tribulaciones, las injurias, los fastidios de las audiencias, etc. Ser siempre grave, irreprochable, modesto, dulce y fuerte, grande y noble en todas las cosas. ¡Elevarme, ennoblecerme, purificarme, divinizarme! Tantum proficies quantum tibi vim intuleris [Progresarás en la misma medida en que te esfuerces por vencerte a ti mismo]. [66]

 

 

«Prometo»

 

67    1º Una media hora de meditación diaria: por lo menos 20 minutos. En los días de visita, de viaje, o de grandes fiestas, por lo menos 10 minutos. Me obligo sub gravi. Sin vínculo de voto prometo:

2º La lectura espiritual diaria.

3º La visita al Santísimo Sacramento: por lo menos una.

4º El rezo del Santo Rosario.

5º El Angelus, mañana, mediodía y tarde.

6º Las oraciones de la mañana y el examen de conciencia de la tarde y después del Angelus del mediodía.

7º Renovar la intención de hacer todo para gloria de Dios antes de comenzar las acciones principales, como la audiencia, etc.

 

«Cada semana»

68    La confesión, pero ¡por caridad, bien hecha, bien hecha!... Necesito otro confesor. El presente es un santo sacerdote, lo creo, pero no me corrige. Elegiré a otro. Rezar y decidir. Quizás Dios quiere este sacrificio para concederme la gracia que espero desde tanto tiempo.

 

«Cada mes»

69    Un día de retiro. El segundo domingo de cada mes. Dos meditaciones sobre los novísimos y dos lecturas espirituales. El resto del día pasarlo, de ser posible, en oración como si debiera morir esa misma noche.

Hacerlo - hacerlo bien - con diligencia.

¡Es mi salvación!

Si quiero, puedo: ¡Dios mío, ayúdame!

Propósitos particulares para observar sub poena damnationis:

1º Prontitud para desechar todos los pensamientos inmundos... sin esto se perecerá... se perecerá.

2º Custodia rigurosa de los ojos: lo que para otros no es nada, para mí es fatal.

3º Rezar el oficio de la mejor forma posible, aplicándolo cada día por alguna necesidad particular. Cada noche examinar cómo lo recé. Cada mes una meditación sobre "digne, attente devote"... ¡Cuánto tiempo perdido!...

4º Preparación y acción de gracias de la Santa Misa. ¡Oh! si pudiera hacer antes la Santa Meditación! ¡Qué preparación! ¡Valor! Levántate a tiempo. ¡Jesús mío Sacramentado, ayúdame!

Hoc fac et vives [Haz esto y vivirás].

5º Me familiarizaré con el uso de las santas jaculatorias... con frecuencia... con frecuencia...

6º ¡Fac me cruce inebriari! Dios nos educa con las dificultades, con las humillaciones, con las penas, con los fastidios del ministerio, de las audiencias: nos conserva, nos ilumina, nos hace grandes: amar por lo tanto las cruces: estrechar la cruz pectoral al corazón y repetir con frecuencia: ¡Fac me cruce inebriari!...

7º Grande y verdadera devoción a la querida, suavísima Madre María. [67]

 

 

«Propongo»

 

70    Propongo:

1º Una horita de meditación comprendida la preparación a la Santa Misa.

2º Observancia diaria a las prácticas de piedad prometidas en los ejercicios y el uso frecuente de las santas jaculatorias.

¡Dios mío: amor mío, mi todo, ayúdame! ¡María Santísima de la Asunción; Protectores míos, a ustedes me encomiendo!

3º Rezar del mejor modo el oficio digne, attente, devote. Las horas 3ª, 6ª y 9ª, vísperas y completas en acción de gracias: Maitines y Laudes en preparación a la Santa Misa. Tener siempre alguna intención particular...

5º Me familiarizaré con el uso de las jaculatorias.

6º ¡Fac me cruce inebriari! repetiré con frecuencia estrechando al corazón la Cruz pectoral.

Las humillaciones, los disgustos, las injurias, las desilusiones amargas entran en los designios de Dios... no me faltaron nunca, ni me faltan en el presente... ¡Dios mío, bendito seas!

¡Coraje en la Cruz de Jesucristo!

7º Constante y tierna devoción a la Virgen. ¡Es mi Madre y me obtendrá todo si soy su verdadero y sincero devoto!

8º Haré, en los días más libres, un estudio sobre los salmos usuales; anotaré en hojitas apropiadas para tener en el breviario, el sentido, la inspiración, el objetivo profético, etc.

Comenzaré con las horas... ¡Todos los días un salmo! ¡Cuántas bendiciones haré descender sobre mí y sobre la diócesis si rezo como santo el Oficio!

9º Meditar con frecuencia que el pecado de un Obispo es aquel ¡Mysterium iniquitatis, por el cual, iam non relinquitur hostia!

¡Cosa de hacer helar la sangre!

¡Mi Dios, misericordia!

10º En los días de retiro, por lo menos, volveré a leer estas notas, y haré sobre ellas las más serias reflexiones... [68]

 

 

«Que el Espíritu Santo habite en mí, me gobierne, me conduzca»

 

71    1. El Espíritu Santo era el secreto motor de la humanidad Santísima de Jesucristo: agebatur a Spiritu.

El Espíritu Santo infundía en el alma de Jesucristo aquellos arrebatos de gozo purísimo, inefable, divino de los que habla el Evangelio:

Es necesario:

que el Espíritu Santo habite en mí, me gobierne, me conduzca, sine tuo numine nihil est... debe ser el motor secreto de cada acción mía, especialmente en estos Ejercicios: ¡Veni, veni, veni S. Spiritus!

2. Dios me ha creado, hay que servirlo, la creación continúa en la conservación y mi servidumbre es indestructible; los Ángeles y los Santos son siervos de Dios, los Apóstoles se glorían de ser siervos de Jesucristo. Servus tuus ego sum. Es necesario, por lo tanto, darse al servicio de Dios ex toto corde.

¡Qué insensato es el Obispo que no se da toto corde al servicio de Dios, pura y simplemente, sin segundos fines - Salvum me fac, Domine!

¡Qué feliz es el hombre que se da enteramente al servicio de Dios! ¡Goza de alegrías vivísimas! ¡Dios mío ayúdame! ¡Veni, veni Sancte Spiritus!

3. Hay que tener santidad interior. Jesucristo es el único Sacerdote: el sacerdocio es uno y sempiterno. Cada sacerdote y más el Obispo es el agente principal del sacerdocio de Cristo: por lo tanto estote perfecti: es un mandato.

¿Qué hacer? Imitar siempre y en todo a Jesucristo. Pensar como El, hablar como El, obrar como El, vivir como El. ¡Oh Jesús ayúdame! Hacer un buen reglamento con la confesión semanal.

Pongo esto bajo la protección especial de María de las Gracias. [69]

 

 

«Es necesaria la vida interior»

 

72    Ciertamente el gobierno de una Diócesis es cosa santa, viene de lo sobrenatural y a ello conduce, ¡pero se está tan distraído! Yo siento cada día más vivamente que para llevar, sin decaer, el peso episcopal de la vida exterior, es necesaria la vida interior, en la cual solamente se encuentra la consolación, la fuerza, el sentimiento interno, la luz, la paz que sostiene, el manna absconditum. Yo, a estas cosas las siento, las digo, pero en cuanto a actuar y a la fidelidad a Dios estoy tan lejos como la tierra está lejos del Cielo; usted no las dice, pero las hará ciertamente, ¡dichoso de usted! [70]

 

 

«He aquí mi única aspiración»

 

73    Las cosas a las que aspiro son: hacer el bien, hacer todo el bien posible, he aquí mi única aspiración. [71]

 

 

c) la oracion alimento de la fe

 

«La oración es Dios infundido en nuestro corazón»

 

74    La oración es sin duda la acción más noble y más gloriosa que el hombre pueda ejercitar en este mundo y nos confiere una grandeza del todo soberana. No sólo ella nos pone en íntima relación con todo lo que hay de verdadero, de bello, de santo en el cielo y sobre la tierra, sino que nos hace también partícipes de la amistad de Dios, de sus más tiernas efusiones, de sus más íntimas confidencias. La oración es Dios que desciende al ser invocado: Dios derramado, infundido en nuestro corazón, según la hermosa expresión de San Agustín: Dios, nuestro Creador, nuestro Padre, nuestro Redentor, nuestro amigo, nuestro hermano, que nos mira y nos escucha, que sonríe benévolo a nuestros homenajes y a nuestros afectos. [72]

 

 

«Cuando nosotros oramos, es el universo que ora en nosotros y con nosotros»

 

75    En medio de esta creación silenciosa y muda faltaba una lengua para bendecir al Señor, faltaba un corazón para amarlo. Dios creó al hombre, y dándole vida a los labios quiso que toda la naturaleza pudiese encontrar una voz que fuese como el himno de la adoración y del agradecimiento. Esta voz que sube hasta Dios en nombre del universo, del cual el hombre puede decirse el órgano y el representante, es justamente la voz de la oración.

Sí, queridísimos, cuando nosotros oramos, es el universo que ora en nosotros y con nosotros, es el universo del cual nosotros somos un compendio, son todas las criaturas que tomando una voz y un alma, alaban, bendicen, agradecen, glorifican, exaltan a Aquél que las sacó de la nada: Benedicite, omnia opera Domini Domino [Creaturas todas del Señor, bendigan al Señor]. [73]

 

 

«¿El hombre solo quedará mudo entre tanta armonía?»

 

76    Cuando el sol en la mañana derrama su luz sobre la flor mustia, ésta abre su cáliz y, con un gracioso movimiento, se yergue hacia el benéfico astro, casi para testimoniarle, de esa forma de la cual es capaz, su alegría, su reconocimiento. La hierba que asoma, la gotita que cae, el viento que sopla, el pájaro que vuela, el mar que brama, la estrella que brilla, en fin, toda la creación no es más, según el lenguaje de los Libros Santos, que un inmenso himno de bendición y de alabanza al supremo Hacedor. Y el hombre, este rey de lo creado, que todo ha recibido de manos de El, la soberanía, la fuerza, la inteligencia, la vida, ¿el hombre solo quedará mudo entre tanta armonía? ¿Se mostrará el ser más ingrato de todos porque entre todos fue el más favorecido? Puesto más cerca del trono del Altísimo sin ningún mérito suyo precedente, ¿no deberá, en cambio, ser el primero en reconocer el supremo dominio? ¿No mandará a su frente inclinarse, a su lengua soltarse, a toda su persona postrarse y rendirle el homenaje que como súbdito le debe? Sí, muy amados, sí; nuestro cuerpo, que de la creación es la obra maestra, destinado con el alma a la gloria, debe él también, siguiendo los movimientos interiores, glorificar a su manera al Creador supremo. "Mi corazón y juntamente mi carne, exclamaba el Profeta, exultan en el Dios vivo"; y Jesucristo mismo, como hombre, oraba a su Padre celestial con las rodillas dobladas y con la frente inclinada hacia el suelo. [74]

 

 

«La oración es el vínculo de la humanidad entera»

 

77    La oración hace al hombre superior a sí mismo, lo transfigura, lo sublima, lo diviniza. En la historia de las almas no hay hecho más común que la conversión concedida a la oración de los santos. De un Saulo perseguidor forma un apóstol. ¡Y cuántos Agustines son hijos de las lágrimas y de las oraciones maternas!

La oración es el vínculo de la humanidad entera. Sean igualmente inmensas las distancias, insuperables hasta que se quiera las barreras que nos separan los unos de los otros, ella a todos acerca, todo reúne. Es la oración que estrecha a los vivientes entre ellos y los vivientes con los difuntos, que une a la familia de la tierra con la familia del cielo, que forma entre la Iglesia militante, purgante y triunfante ese flujo y reflujo de súplicas y de intercesiones que la teología llama Comunión de los Santos. Más allá de cualquier obstáculo ella, la oración, establece como una corriente eléctrica que va de hermanos a hermanos y pasando por el corazón de Dios, centro y hogar del amor, forma, se puede decir, con todos los corazones un solo corazón, con todas las familias una sola familia. [75]

 

 

«El mismo Verbo de Dios oró»

 

78    Y ya que el Verbo de Dios se hizo hombre para instruirnos, no sólo con los preceptos, sino también con los ejemplos, Él mismo oró al Padre, Él que con el Padre era una sola cosa, Él al cual el Padre había dado en potestad todas las cosas. Oró con recogimiento en el desierto; oró solo en el monte, velando la noche entera; oró ante la tumba de Lázaro y a la entrada de Jerusalén; oró antes de dar comienzo a su misión; oró en el templo, en el cenáculo, en el Getsemaní, en el Calvario; oró hasta el último suspiro para arrancar de los suplicios eternos a la humanidad que en Él, turbada, temblaba, sudaba sangre y caía bajo los golpes de muerte (...).

Ahora bien, exclama San Cipriano, si ora Jesús, que era el Santo de los Santos, ¿cuánto más deben orar los pecadores?

¿Si ora la Cabeza, cómo no orarán los miembros? ¿Y si el divino Maestro tan profundamente sintió la necesidad de la oración, cómo no deberán sentirla los discípulos?

También el ejemplo de la Iglesia nuestra Madre debe persuadirnos, oh queridos, de la necesidad de la oración. Toda su vida como la de su divino Fundador, es, se puede decir, una oración continua. Ella ora todos los días y todas las horas del día; ora por sí, ora por los hijos que luchan en este mundo, ora por aquellos que salieron de esta vida y gimen en el Purgatorio, ora por la conversión de los pecadores, por la perseverancia de los justos, por la victoria final de los moribundos, por la gracia de la eterna salud de todos, ora a Dios, a la Virgen, a los Santos; ora por los bienes necesarios para la vida, ora por la erradicación de los errores, por el triunfo de la verdad y de la justicia, y en sus templos resuena siempre la oración. [76]

 

 

«También en el Cielo la Iglesia ora»

 

79    No solamente sobre la tierra, sino también en el cielo la Iglesia Católica ora. Yo, dice un piadoso y docto escritor, jamás he rezado, o he escuchado rezar las Letanías de los Santos, sin admirar las misteriosas profundidades y las sublimes alturas de la gran ley de la oración. Elevándonos con las alas de la fe y entrando en el glorioso santuario del Señor nosotros miramos alrededor con los ojos llenos de lágrimas y de rodillas decimos: Santa María, ruega por nosotros, santos ángeles y arcángeles, rueguen por nosotros: santos apóstoles, rueguen por nosotros: santos patriarcas y profetas, rueguen por nosotros: santos mártires, santos confesores, santas vírgenes, rueguen por nosotros: Santos todos del cielo, rueguen por nosotros. En el cielo por lo tanto se reza, y rezan todos. Rezan las vírgenes, rezan los confesores, rezan los mártires, los apóstoles, los profetas, los patriarcas y todos nuestros hermanos que nos precedieron en el camino bendito de la eternidad. Aun no basta. Los ángeles, los arcángeles, los tronos, las dominaciones, los principados, las potestades, los querubines, los serafines, todos los Coros angelicales, rezan también. ¿Qué más? La Reina de los ángeles y de los Santos, la corredentora del género humano, María Santísima ora ella también. Y Tú, ¡oh mi Jesús!, Tú también allá arriba rezas, con la voz, con las cicatrices de tus llagas, con el espectáculo augusto de tu humanidad gloriosa: Tú estás siempre vivo, a la derecha del Padre, a fin de interceder continuamente por nosotros: semper vivens ad interpellandum pro nobis. [77]

 

 

«El hombre habla y Dios lo escucha, el hombre ordena y Dios obedece»

 

80    En efecto, ¿qué es la oración? Es la elevación del espíritu a Dios, manantial de la vida; es la misteriosa unión de aquel intercambio maravilloso que existe entre el hombre y su Hacedor. Ella pone las plumas a las alas para el vuelo de nuestra alma, la eleva por encima de este lugar de dolor, la transporta al seno de la divinidad. El cuerpo está en la tierra, pero el alma está en el cielo. El hombre habla y Dios lo escucha, el hombre ordena y Dios obedece: Voluntatem timentium se faciet, et deprecationem eorum exaudiet [Hará la voluntad de los que le temen, y escuchará favorablemente su súplica].[78]

 

 

«¿Quién puede resistir a Dios? La oración»

 

81    Este coloquio allá arriba se llama alabanza, éxtasis, amor, beatitud, felicidad sempiterna; aquí abajo es un poco de todo esto y se llama oración. Ella, por lo tanto, es en la tierra el preludio de la vida inmortal.

Es justamente de este contacto con la Divinidad que el hombre toma energía sobrehumana. Dos grandes cosas yo admiro en el cielo y sobre la tierra: en el cielo la potencia del Creador, sobre la tierra la potencia de la oración. Aunque el hombre sea débil todo lo que se quiera, si él ora, se hace fuerte de la misma fuerza de Dios: nihil potentius homine orante. Escuchen al Apóstol: Yo, dice él, lo puedo todo, absolutamente todo; omnia possum ¿Y cómo? Yo lo puedo todo por la oración: lo puedo todo en Aquél que, invocado por mí, suplicado por mí, me fortalece, me conforta, me consuela: omnia possum in eo qui me confortat [Yo lo puedo todo en aquel que me conforta].

La oración, por más humilde que sea, no sólo iguala, sino que supera, casi diría, la potencia misma de Dios: Dios es omnipotente, dice el Profeta, y ¿quién puede resistirle? La oración, respondo yo. [79]

 

 

«Los celestiales pararrayos»

 

82    Al ver hoy como los delitos se multiplican tan espantosamente, muchos se preguntan por qué el Señor tiene tanta paciencia y por qué no hace bajar un rayo. Mis queridos, levanten la mirada hacia las cimas del mundo espiritual; ustedes verán los celestiales pararrayos. El rayo se desliza bramando, mas cuando quiere estallar, se ve obligado a seguir los hilos conductores, y se asombra él mismo de ver su fuerza aplacada en un instante. Más allá de la metáfora, ustedes observan los buenos que oran, los ministros de Dios que oran, tantas almas apartadas del mundo que oran. He aquí revelado el misterio. Esas almas son las centinelas avanzadas del género humano, son víctimas voluntarias que con sus gemidos y sus preces, hechas aún más válidas por la penitencia, aplacan la justicia divina y hacen entrar nuevamente en la vaina la espada vengadora. Si nosotros pudiésemos penetrar en los secretos de Dios nos asombraríamos al ver la magnitud del lugar que ocupa la oración de los justos en el plano de la Providencia y la acción benéfica que ella ejerce sobre la vida de los pueblos y los destinos de los imperios. [80]

 

 

«No hay persona exenta de la ley de la oración»

 

83    ¡Oh, sí! ¡Oren! No hay persona exenta de esta ley. Oren si son virtuosos, para mantenerse como tales; oren si son pecadores, para levantarse de ese estado lamentable. Oren los unos y los otros para ser salvados, porque está escrito: mucho puede la asidua plegaria del justo. Oren con humildad, con confianza, con perseverancia. Oren entre las paredes domésticas y oren en el templo. Oren especialmente con esa oración santa y sublime que Jesucristo mismo, como ya les he dicho, enseñó a los hombres, y con la que pedimos al Padre nuestro que está en los cielos, la glorificación de su nombre, la venida de su reino, el cumplimiento de su voluntad, nuestro alimento cotidiano, el perdón de nuestras faltas, la defensa y la ayuda en toda necesidad nuestra. [81]

 

 

«La oración es para nosotros una necesidad innata, instintiva, irresistible»

 

84    Dios es el autor supremo y muy sabio de todas las cosas y todo está en sus manos. ¿Quién podría negarlo, sin negar la propia razón? En Él, como dice el Apóstol, nosotros vivimos, nos movemos y existimos. Él nos ha dado el ser y en cada instante nos lo conserva. Por lo tanto, si nuestra vida aquí abajo es un don suyo, si nosotros no somos propiedad nuestra, sino de Dios, está claro que a Él debemos el homenaje perenne de nuestra gratitud, el ofrecimiento de nuestra dependencia, el tributo de nuestras alabanzas, el culto de nuestra adoración, el sacrificio de todo nuestro ser. Y el sacrificio es oración, el culto es oración, la alabanza es oración, el reconocimiento es oración (...).

La oración es para nosotros, criaturas racionales, una necesidad innata, instintiva, irresistible. [82]

 

 

«Sabe vivir bien el que sabe orar bien »

 

85    Sabe vivir bien el que sabe orar bien, dice San Agustín: Recte novit vivere, qui recte novit orare. La oración es la señal del verdadero creyente, es por sí sola una completa profesión del cristianismo y compendia en sí el ejercicio de todas las virtudes más excelsas. Ejercicio de fe, de esperanza, de caridad, de humildad, de arrepentimiento, de adoración, de conformidad a la voluntad divina, y como tal a ella nunca le puede faltar premio. Elevando nuestro corazón a Dios ella nos separa de los bienes ilusorios de esta vida miserable, y como tal ella alimenta en nosotros la vida del espíritu, nos habitúa a las cosas de la eternidad, nos hace gustar sobre la tierra el gozo y la paz de los elegidos.

La oración es la luz, el calor, el alimento, el consuelo, la vida del alma humana. El alma sufre y muere si no respira este aire del cielo. Como el pez, sacado del agua, se estremece y muere, así, dice San Crisóstomo, muere el alma que se sustraiga a este vital elemento, que es la gracia de Dios que se respira en la oración. [83]

 

 

«El que no reza no tiene alma»

 

86    El que no reza no tiene alma. O no entiende, o no siente, o no ama.

La oración es la fuente de los buenos y alguna vez de los grandes pensamientos. Pregúntenlo a los que creen, es allí donde ellos han hallado la luz de la fe; pregúntenlo a los santos, es allí donde ellos han hallado la luz de la gracia; pregúntenlo a los genios, es allí donde ellos han hallado las luces de la ciencia. [84]

 

 

«Los designios de Dios infaliblemente se cumplirán»

 

87    No los desaliente, oh queridos, la persistencia de los males. Para un Dios omnipotente ninguna cosa es difícil, y en sus manos todo sirve para el fin establecido. Aún los colosos que el orgullo humano supo levantar desmesurados, inmensos, son arrojados por tierra por Él sin ningún esfuerzo. Sin embargo, se debe rezar y rezar constantemente y con fe para obtener el triunfo de la Iglesia y de su Jefe augusto, y si los milagros fueran necesarios, Dios los hará.

Rezó con confianza y sin descanso la Iglesia primitiva cuando el Príncipe de los Apóstoles estaba recluido en la cárcel y la perseverancia en la oración confiada envió a Pedro un Ángel que, despertándolo del sueño en que estaba sumido y rompiendo las cadenas que lo ataban, le dijo: Levántate y sígueme, y lo sacó de la cárcel con infinita alegría de todos.

Rezó al principio de este siglo con confianza y constancia la Iglesia, inmersa en grandes congojas por las borrascosas vicisitudes de su Jefe. Mas cuando todo parecía perdido, cuando la impiedad con gozo infernal estaba por entonar el himno del triunfo y preparaba la tumba para sepultar a la Iglesia de Jesucristo, casi por encanto cae aquella potencia formidable y Pío VII, entre las aclamaciones de los pueblos jubilosos, en medio de la alegría indescriptible del pueblo de Piacenza, que conmovió al venerable Anciano, que no cesaba de exaltar la piedad y la fe de nuestros antepasados y particularmente del patriciado, volvió a su Roma y se sentó tranquilo sobre la Silla gloriosa de Pedro.

Aún en el presente los tiempos son muy tristes; la fe es combatida furiosamente por sus enemigos; la piedad es burlada, el día del Señor, el sagrado tiempo de la Cuaresma profanado (...).

La Iglesia, ustedes lo ven, está privada de todo medio humano; las gentes en el frenesí del delirio y los malhechores en los tenebrosos conciliábulos le juran siempre guerra. Pero aun cuando si todos los argumentos humanos se desvanecen y si la Iglesia no tiene más armas para defenderse, tiene sin embargo todavía un arma que jamás se desvanece: la oración. Ésta es nuestra arma, ésta es nuestra gloria. [85]

 

 

d) la historia leida en la fe

 

«La Providencia dirige los hilos de esta cadena»

 

88    Es ley de la filosofía de la historia que los grandes acontecimientos de la humanidad, así como tienen razón de efecto en relación con otros acontecimientos que le preceden, tienen razón de causa en relación con los acontecimientos que le siguen.

Por consiguiente, constituyen aquella cadena de causas y efectos que representan el principio de causalidad en el orden histórico. La Providencia ha tramado y dirige los hilos de esta cadena para los fines queridos por ella.

De ello se deduce que pretender destruir los grandes hechos contemporáneos, que no son más que consecuencia de los precedentes, y quererlos destruir tanto "con el dulce hacer nada", como con una sistemática oposición a priori, es por los menos bastante poco racional. Si Napoleón I hubiese querido hacer volver a Francia a la época de Luis XVI o de Clodoveo, ciertamente no habría sido ni Cónsul ni Emperador.

Si por el contrario no desconociendo lo que los tiempos han obrado, se distingue entre el bien y el mal, y se procura conducir de nuevo a la humanidad a las leyes de la moral y de la justicia, con aquellos argumentos que ya en otra oportunidad convirtieron al mundo, entonces se podrá esperar que los acontecimientos, entrados en el dominio de la historia, sean purificados de la escoria que los envuelve y dirigidos al verdadero beneficio del género humano. [86]

 

 

«El secreto de la paciencia de la cruz»

 

89    Al ver crecer exuberante la cizaña en el campo del gran padre de familia nosotros temblamos más que los apóstoles en el lago de Galilea al levantarse la tempestad, y como los peones de la parábola quisiéramos erradicar de inmediato la hierba mala, para que el buen trigo no sufra: tememos que el designio de Dios sea destruido y los impíos triunfen. ¡Cuánto nos engañamos con nuestros vanos temores! Todo está en manos de Dios. Es una verdad de fe. Dios es causa primera y el hombre causa segunda, pero inteligente y libre; no sería libre si no pudiese apartarse del designio de Dios para seguir uno propio. Dios podría detenerlo y castigarlo de inmediato; que si no lo hace, San Agustín nos ha dado una razón luminosa y en todo digna de la bondad de Dios: omnis malus aut ideo vivit ut corrigatur; aut ideo vivit ut per illum bonus exerceatur [todo lo malo o vive para que sea corregido; o vive para que por su medio sea practicado el bien]; pero en cuanto al designio de Dios no podría nunca ser perjudicado por la obra del hombre. ¡Oh! estamos seguros, que Dios deja hacer al hombre mientras ello no perjudica, sino que sirve a su divino designio de triunfo para la Iglesia; sin embargo cuando le ocasiona inconvenientes, en un destello cambia la escena con aquellos medios misteriosos que tiene en sus manos y Balaam, en un instante, es cambiado por un profeta al servicio de Dios.

Cuántos eventos en el mundo nos parecen casos fortuitos y sin embargo son disposiciones preparadas por Dios, quien, cuando menos se piensa, derriba y vuelca todos los castillos en el aire fabricados por los hombres y que se creían eternos (...). Dios conoce el tiempo de edificar y el tiempo de destruir; y en el tiempo oportuno edifica y destruye. [87]

 

 

«Los momentos de su gracia no son siempre los momentos de nuestra impaciencia»

 

90    Dueño absoluto y muy libre dispensador de sus gracias desde lo alto de la sagrada montaña de Sión las hace llover sobre nosotros cómo y cuándo mejor le agrada. A nosotros nos corresponde permanecer en el regazo, humildes y pacientes, para recogerlas de su mano generosa y liberal. El es padre que nos ama con inmenso amor, y no puede dejar de conmoverse con las desventuras de sus hijos; y cuando no responde de inmediato a nuestro pedido, es porque los momentos de su gracia no siempre coinciden con los momentos de nuestra impaciencia. Sin embargo bien sabrá resarcir con la grandeza de sus beneficios la demora que nos hizo llorar y suspirar. Nada por lo tanto debe arrancar de nuestro corazón la confiada perseverancia por más larga que nos pueda parecer la demora del socorro divino.

Mostremos, por lo tanto, que si Dios quiere poner a prueba nuestra fe, nosotros sabremos resistir generosos a la prueba; que nosotros descansamos tranquilos sobre la promesa infalible del mismo Jesucristo: que toda la potencia del infierno nunca podrá prevalecer contra su Iglesia, portae inferi non praevalebunt adversus eam [las puertas del infierno no prevalecerán contra ella]; que su triunfo no puede faltar, y será juntamente fruto y premio de nuestra confianza y de nuestra oración. Ah, el que tiene firme su fe en Dios, y aferrada al Cielo el ancla de su esperanza, espera incluso contra toda esperanza. Cuando Cristo quiera, increpará a los vientos y al mar, y a la tempestad sucederá pronto una gran bonanza: et facta est in mari tranquillitas magna. [88]

 

 

«Hombres de poca fe, ¿por qué dudan?»

 

91    El triunfo de los malos no debe desanimar a los buenos, es decir, a aquellos que se mantienen fieles a Cristo y a su Iglesia; ya que la conducta de Dios hacia Ella está siempre llena de infinita sabiduría, no separando jamás el presente del porvenir y de la eternidad, y su mismo aparente abandono no es más que un efecto de su amor. La vida de la Iglesia es una vida de esperanza y su esperanza no puede frustrarse. Se engañan, por lo tanto, aquellos que se esfuerzan para atraer hacia sí a los hombres de ciencia, a los hombres del poder y de las riquezas, a la masa de los proletarios, para valerse de la ciencia, del poder y de las riquezas, inclusive de la influencia de la fuerza con el fin de derribar el edificio levantado por Cristo sobre la tierra y casi se jactan de haberlo logrado. ¡Ellos se engañan de punta a punta; pero también se engañan de puna a punta aquellos otros, que, en medio del flujo y reflujo de tantas vicisitudes humanas, se irritan, se desalientan y casi desconfían de la Providencia Divina! ¡Hombres de poca fe! ¿Por qué dudan? Una vasija de barro, que, golpeada por una barra de hierro, se rompe en mil pedazos, es la figura de la cual se sirve el Profeta para demostrar la facilidad con la cual Dios aniquila a los enemigos de su obra. No, no teman. Gloria e ignominia, dolor y alegría, perturbación y paz, vida y muerte, maldición y bendición, todo está puesto en sus manos. El dijo a la mar: cálmate; y se calmó. Los mismos cataclismos sociales, que desbarajustan a las naciones y perturban a los reinos, están sometidos a El, y está en su poder detenerlos para volverlos, cuando le plazca, en favor de los elegidos. [89]

 

 

«No sabe la sociedad que trabaja para madurarse a si misma para el reino de Dios»

 

92    Nosotros vemos ahora la sociedad agonizar, diríamos, para producir un nuevo orden de cosas; no sabe la pobre que trabaja casi para madurarse a si misma para el reino del Hombre-Dios; no sabe que trabaja para preparar el campo de la victoria universal de la Iglesia y para cumplir la profecía infalible de Jesucristo: confidite, Ego vici mundum: confíen; ¡Yo vencí al mundo! Sí, venerables hermanos y queridos hijos, como la grandeza material del Imperio Romano fue ordenada por Dios para preparar la grandeza religiosa del Imperio de Cristo, así este trajinar del progreso actual y todos los esfuerzos de nuestro siglo, sus descubrimientos, sus cálculos, sus empresas, son ordenados por la Providencia divina para dar cumplimiento al triunfo de sus elegidos esparcidos aquí abajo sobre toda la tierra: omnia propter electos (2 Cor. 4, 15) (...).

Levantemos por lo tanto, venerables hermanos y queridos hijos, levantemos el espíritu entre las opresiones; ensanchemos más que nunca nuestros corazones, esperemos; pero que nuestra esperanza sea calma y paciente; esperemos; mas sin cansarnos. El siervo fiel que espera a su patrón no falta a su deber porque el patrón demore en venir. Si Dios, en sus adorables designios, tarda en atender nuestro ruego, nosotros redoblemos nuestra confianza, contraponiendo al juicio de los hombres la inefable verdad de las promesas divinas; a la incredulidad del siglo, una ilimitada confianza.[90]

 

 

«El camino de la verdadera libertad, de la verdadera civilización, del verdadero progreso»

 

93    Los obstáculos que todavía surgen para contrariar el proyecto divino desaparecerán poco a poco y llegará el día en el que todas las naciones sabrán donde reside su verdadera grandeza: sentirán la necesidad de volver al Padre y volverán. ¡Qué día será aquel, Señores! Día venturoso en el cual todos los acentos, todas las voces, en diferentes lenguas, como ya sucedió en el gran Concilio de Piacenza, levantarán al Altísimo el cántico de la gratitud y de la alabanza. El sol de la verdad resplandecerá más luminoso y el arco iris de la paz, como dice un elocuente orador, se inclinará sobre la tierra con todos sus gentiles colores. Será como un arco de triunfo, bajo el cual la Iglesia pasará victoriosa y pacificadora, atrayendo a sí al mundo moderno; y la sociedad, vuelta a ser cristiana, continuará en el orden y la justicia el camino de la verdadera libertad, de la verdadera civilidad, del verdadero progreso. [91]

 

 

«En América... un designio particular de la Providencia»

 

94    El gran designio de Dios, ustedes lo saben, es la salvación de todos los hombres por medio de su Iglesia, creación admirable de su amor infinito, su casa, su ciudad, su reino. Y bien: dilatar los confines de este reino, llamando a la luz de la verdad a nuevos pueblos y haciéndoles gustar los beneficios de la redención, he aquí, oh Señores, el pensamiento amplio, la continua aspiración, el primero y más alto ideal de Colón (...).

Cuando Dios desea hacer algo grande, lo manifiesta sin duda a través de los medios y de los instrumentos que Él elige para el objetivo. Y algo grande quiso hacer y quiere hacer todavía por América y con América. Efectivamente quiso organizarla de tal manera que ningún otro continente pueda hacerle frente por la vastedad, por la magnificencia, por las riquezas. Allá llanuras sin fin, praderas sin confines y de prodigiosa fecundidad; allá inmensas selvas pobladas de árboles gigantescos; montañas cuya cumbre verdeante parece tocar el Cielo; allá ríos tan anchos y profundos que corren sin nunca detenerse, de un océano al otro; allá todas las temperaturas, todos los climas, todos los cultivos, todos los productos del suelo, allá todos los tesoros de las mercancías, todos los minerales; allá, para abreviar, reunidos, todos los dones que Dios ha repartido a las diversas partes del mundo.

Luego, cuando se trata de abrir este vasto continente a la evangelización, ¿qué hace? Allí envía lo más grande que hay entre los hombres: manda héroes y santos, comenzando por nuestro Colón, pasando por el último mártir, que baña con su propia sangre el suelo de la nueva Inglaterra, hasta los hijos del venerable Don Bosco, que cada día de sus sudores recogen frutos de religión y de civilización fecundísimos.

No basta todavía: sobre aquellas jóvenes naciones Dios vuelca a manos llenas con el genio de los progresos materiales las bendiciones de las prosperidades sociales. ¿Y todo esto en qué modo, oh Señores? Justamente en el momento en que Asia y África por haber querido sustraerse a los beneficios infundidos por el Evangelio, se hallan en el colmo de la barbarie; justo en el momento en que Europa, desviada por perversas doctrinas, intenta sacudir el suave yugo de Jesucristo, de vivir sin Dios. ¿Quién no ve en esta solicitud, en esta predilección, en estas larguezas de Dios que en América sobresalen en todo, un designio particular de su Providencia, para que no falte nada a ese continente a fin de que sea apto para recibir la población sobrante de todas las razas humanas y darle todas las prosperidades, todas las felicidades posibles aquí abajo, para que sea apta para regenerar al mundo precisamente en el período de decrepitud que atraviesa, abriendo así a la fecundidad divina de su Iglesia un campo inmenso, donde será compensada ampliamente por las traiciones y el abandono de los pueblos que se niegan a vivir de su vida?

¿Quién no ve con claridad el designio de Dios? Mientras el mundo, oh Señores, se agita deslumbrado por su progreso, mientras el hombre se exalta por sus conquistas sobre el dominio de la materia, y manda como dueño sobre la naturaleza, desentrañando el suelo, sojuzgando el rayo, mezclando las aguas de los océanos cortando los istmos, acortando las distancias; mientras los pueblos se desarrollan y se renuevan, las razas se mezclan, se extienden o mueren; a través del ruido y por encima de estas innumerables obras, y no sin ellas, se está cumpliendo una obra más amplia, más importante, más sublime: la unión en Dios por su Cristo de todas las almas de buena voluntad. Los servidores de Dios que trabajan sobre la tierra a favor de sus designios son innumerables en todos los tiempos, pero en las grandes épocas históricas de renovación social, hay mayor número que los que se ven, más que los que se conocen, que trabajan inconscientemente a sus órdenes, para su gloria. Porque, oh Señores, sépanlo bien, el último objetivo prefijado a la humanidad no es la conquista de la materia a través de una ciencia más o menos adelantada, ni la creación de aquellos pueblos en los cuales se encarna hora tras hora el genio de la fuerza, de la literatura, de la ciencia, del gobierno, de la riqueza, no, sino la unión de las almas en Dios por medio de Jesucristo.

En efecto, Dios hizo todo y todo hace por su Verbo, Cristo Jesús. Por lo tanto, todo lo que Él ha hecho por el nuevo continente americano lo hizo por su Cristo. Cristo hizo todo para su Iglesia. América por lo tanto, se puede decir, es la herencia de Cristo; es la tierra prometida de la Iglesia.

Llegará el tiempo, oh señores, si los pueblos no perturban el plan divino, que todas las naciones tendrán allá colonias, ricas, honestas, religiosas, florecientes, las cuales, aún conservando cada una su propia identidad nacional, estarán política y religiosamente unidas. Desde aquella tierra de bendición se elevarán inspiraciones, se desarrollarán principios, se desplegarán fuerzas nuevas, arcanas, que vendrán a regenerar el nuevo mundo, enseñándole la economía de la verdadera fraternidad, de la verdadera igualdad, de la verdadera libertad, de todo verdadero progreso. Entonces se cumplirá, tengo fe, la gran palabra de Cristo: un sólo rebaño, un sólo pastor. [92]

 

 

«La reunión de los pueblos en una sola familia»

 

95    ¡Dios lo quiere! era el grito de Urbano II, y es el grito de su digno sucesor León XIII. ¡Dios lo quiere! Desea que los pueblos recuerden que son cristianos; quiere la razón reconciliada con la fe, la naturaleza con la gracia, la tierra con el Cielo, la obra de las criaturas con los derechos del Creador. Quiere que trabajo y capital, libertad y autoridad, igualdad y orden, fraternidad y paternidad, conservación y progreso se llamen y se ayuden también ellos como opuestos armoniosos. En fin, desea que todos los elementos de la civilización, ciencias, letras, artes, industrias, todo legítimo interés, toda legítima aspiración, tengan en la religión, en la Iglesia, en el Papado, impulso, normas, ayuda, elevación, consagración divina.

En nuestra época, como en la época de las cruzadas, nosotros hallamos al Papa erguido en su trono, rodeado por la veneración y el afecto de cien pueblos diferentes. Entonces se llamaba Urbano II, hoy se llama León XIII, pero en realidad no tiene más que un nombre: se llama Papa y de sus labios sublimes salen las palabras que sanan a las naciones. Su fuerza es en cada tiempo la misma, universalmente generosa y benéfica. El vela sobre nuestro siglo moribundo, como veló en los últimos años del siglo décimo primero. Entonces para salvar a la sociedad del Islamismo que la amenazaba, el Papa poniéndose al frente de las masas populares inició la primera Cruzada. Hoy, para salvar a la familia civil del socialismo que la amenaza, el Papa, entrando en comunicación directa con las masas cristianas, promulga la cruzada contra las sectas subversivas, la cruzada en favor de los obreros, y por último aquella que a todas compendia y corona, la santa cruzada para la reunión de los pueblos en una sola familia. ¡Dios lo quiere!, y la  voluntad de Dios sin duda se cumplirá. [93]

 

 

«El verdadero progreso es Jesucristo»

 

96    La Religión Católica, perfectísima en sus dogmas y en su moral, no tiene nada que agregar, nada que variar y permanece estática en una sublime inmutabilidad. Aquí está el camino, la verdad y la vida; cada paso de civilización hecho sobre este camino, es una verdadera bendición, fuera de él ya no hay civilización, sino barbarie. Y observen, queridos hijos; la Religión es inmutable, no inmóvil. De aquí comprenderán cuan necia es la calumnia que lanzan en su contra los hijos del siglo, la de no secundar a la humanidad en el camino del actual progreso. Si el progreso es verdadero, sabio y cristiano, la Religión Católica no sólo lo secunda, les diremos, sino que lo precede. Ella, véanla, tiene un movimiento histórico de aproximadamente dos mil años; camina con vuestros estudios, implantando escuelas y civilizando a los pueblos; camina con vuestras pedagogías, educando cristianamente a los niños; camina con vuestras industrias, fulminando al ocio y predicando la necesidad del trabajo; camina con vuestras artes, levantando templos y mausoleos; camina con vuestro valor, inspirando y santificando el genio de las batallas. Ciertamente, la inmovilidad es cosa muerta, está ligada a una servidumbre inerte, es el cadáver que reposa en el sepulcro; sin embargo ese no es el carácter de la Religión Católica que es inmutable y la inmutabilidad está ligada a una laboriosidad libre, está ligada a Dios activísimo para todos los seres: ya que, oh queridos, como la nada es inmóvil, así Dios, que es el todo, es inmutable: Ego Dominus et non mutor [Yo soy el Señor y no cambio].

Progreso en las artes, progreso en las ciencias, progreso en las industrias, no, no es éste el progreso al que maldice la Religión Católica; por el contrario considera un delito el oponerse, porque ve en ello la mano creadora del todo. El progreso, al cual ella no puede no ser eternamente adversa, es el progreso en los delitos, en las blasfemias, en los hurtos, en los suicidios, en los errores, en las discordias, en la desvergüenza, en la impiedad, en el egoísmo; para decirlo con pocas palabras, el progreso en la irreligión (...).

El verdadero progreso no es el hacer ostentación de nuevos caminos, de nuevas maquinarias, de nuevos sistemas; todo esto bien puede decirse es el ornamento, lo exterior de la civilización; mas no es la civilización, no es el progreso.

El verdadero progreso de un pueblo está en su educación y la educación legítima y totalmente civilizadora consiste, ante todo y sobre todo, en el desarrollo de las facultades intelectuales y morales; en el desarrollo del corazón y en la cultura del espíritu; del corazón, de modo que abrace la virtud; del espíritu, de modo que prevalezca sobre la materia (...).

Jesucristo es el verdadero Autor del progreso y el verdadero progreso no es otro que Jesucristo: Jesucristo viviente en el hombre, Jesucristo que se une a la humanidad y que une a la humanidad a sí mismo, Jesucristo que se extiende y se levanta poco a poco en los espacios y en los siglos, Jesucristo centro de toda armonía que se reconstituye, de toda belleza que se renueva, de toda grandeza que aumenta. Todo lo que hay de más verdadero, todo lo que hay de más santo, todo lo que hay de más perfecto, debe salir de Él para volver a Él, ya que Él es el principio y el fin y es el camino que conduce de uno hacia el otro. [94]

 

 

e) fe y razon son hermanas

 

«Hijas del mismo Padre celestial, la razón y la fe»

 

97    La fe es ciertamente superior a la razón, sin embargo no puede nunca ocurrir que una esté en contradicción con la otra; que para una sea verdadero lo que para la otra es falso, o que se estorben recíprocamente en su propio desarrollo. El que pretende hallar este contraste, ciertamente o ha entendido mal la fe, por no tener ideas claras de sus enseñanzas, o ha falseado la razón, considerando correctos sus propios sofismas. Y, ¿cómo podría ser de otro modo, si ambas luces salen de la misma fuente? Hijas del mismo Padre celestial, la razón y la fe son dos canales de la única Verdad, son dos rayos de la misma Luz, son como dos hermanas que dándose la mano en el viaje a través de este siglo tenebroso, se unen recíprocamente y se auxilian en una alianza indisoluble y perfecta. La fe con sus doctrinas aclara y ennoblece la razón, la razón con sus justas investigaciones ilumina la verdad de la fe; una con sus subsidios predica las maravillas de la otra, la otra con sus misterios llega a ser no sólo parte integral de la razón, sino que es para ella la corona, el triunfo, la apoteosis. [95]

 

 

«La fe no teme a la discusión, teme a la ignorancia»

 

98    La fe, no, no teme a la discusión, no teme a la luz; teme a la ignorancia, teme a la ciencia superficial y liviana, esta falsa ciencia, que siempre ha dado, y desafortunadamente da también hoy, la más amplia cuota a la incredulidad. En efecto díganme: ¿son quizás muchos en nuestros días los que sienten la necesidad y el deber de agregar un estudio serio y profundo al Catecismo que aprendieron en la juventud? ¿Quién recorre los libros de los apologistas antiguos y modernos que iluminan las pruebas racionales de la religión, que muestran las sublimes analogías y bellezas, que refutan las dificultades y calumnias de la cual es acusada? Apenas si conocen su nombre. ¿Qué maravilla, por lo tanto, si estos, aunque provistos de ingenio, no saben en materia de fe ni siquiera lo que saben los niños? Si se quiere, están interiorizados en todo: filosofía, matemáticas, historia, literatura, pero ignoran la más importante: la ciencia de la religión, o bien tienen de ella un conocimiento defectuoso, mezcla de errores y prejuicios vulgares, que han aprendido hojeando el diario escéptico y blasfemo, como han estudiado en los libros de moda, en las novelas que todo falsean y confunden, en libros históricos calumniosos o mendaces, en los espectáculos y dramas teatrales más vergonzosos, en los liceos o universidades, desde donde maestros muy frecuentemente incrédulos, la hacen el blanco de sus dichos mordaces y de sus mofas.[96]

 

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«El más estricto deber de empeñarse para el triunfo de la Fe y de la Ciencia»

 

99    Beatísimo Padre,

El Comité que se ha constituido en Piacenza bajo la presidencia honoraria del Ordinario con la finalidad de promover adhesiones entre los italianos para el Congreso Científico Internacional, que los eruditos Católicos llevarán a cabo en agosto del año próximo en Friburgo, Suiza, presenta a los pies de Su Santidad un ejemplar de la circular que piensa difundir entre los Católicos estudiosos; y suplica a Su Santidad quiera bendecir los esfuerzos del mismo para que los italianos concurran en número digno de la Nación, que gloriosa del insigne privilegio de tener en su propio seno la sede del Infalible Maestro de la Fe, tiene también el más estricto deber de empeñarse para el triunfo de la Fe y de la Ciencia.

Dígnese Su Santidad bendecir al Comité Italiano y a los que suscriben, que postrados para el beso del sagrado pie, se dicen con gozo

 

De Su Santidad

Muy Humildes Hijos

+ Juan Bautista Obispo de Piacenza, Presidente Honorario

Alberto Barberis, C. M. Presidente.[97]

 

 

«La función de la ciencia en el llamado a las almas a Dios»

 

100En septiembre de 1894 se realizaba por tercera vez un evento de la mayor importancia para la religión y para la ciencia.

Eruditos católicos de cada nación, belgas y franceses en número predominante, alemanes, austriacos, húngaros, suizos, españoles y americanos y algún representante de nuestra Italia, convinieron en Bruselas, para llevar a cabo la Asamblea de la sabiduría cristiana de cara a la Iglesia y al mundo civil (...).

Todas las ciencias en aquel Congreso encontraron un lugar condigno; las doctrinas religioso-apologéticas a la cabeza de todas, y luego las filosóficas, las ciencias sociales y jurídicas, las doctrinas históricas y filológicas, las disciplinas matemáticas, físicas y naturales; a esta completa enciclopedia del saber no faltaba tampoco el ornato de la estética cristiana.

Tanto tesoro de multiformes conocimientos científicos y de serenas discusiones, consignado en los nueve volúmenes de las Actas del Congreso, no sólo como testimonio de los progresos obtenidos, no puede quedar sin fruto. Si un solo erudito, que armonice en sí la ciencia y la fe, es defensa de la religión y de la sociedad, bien se puede confiar que una numerosa y selecta asamblea de eruditos y estudiosos creyentes de cada nación, obligará al mundo pervertido por una ciencia escéptica y anticristiana, por lo menos a respetar una religión, que con sus rayos fecundadores aviva toda flor del saber. Más bien, no pocos de los talentos más nobles que no satisfechos con las maravillosas conquistas de la ciencia en el orden material, están atormentados por la necesidad de elevarse a los más altos problemas de la vida, hallarán consuelo en elevar más alto el corazón en la contemplación de las armoniosas y tranquilizantes soluciones que presta la ciencia humana, mediante la luz de la fe. Y mientras tanto la labor continua y simultánea en todas las ramas del gran árbol científico, coordinado en unidad en estas reuniones universales de eruditos, acumulará abundantes y multiformes materiales para levantar mucho más hermoso el edificio de la Apologética Católica. Ello obligará a la razón especulativa y a la observación positiva, en las huellas de una crítica imparcial y severa, a tributar homenaje a la religión y a soltar el himno de la ciencia a la verdad del Cristianismo, gracias a la cual todos los aspectos de la verdad se hacen garantía, esplendor y ordenada cooperación en Dios: "quaecumque sunt a Deo, ordinem habent ad invicem et in ipsum Deum [todas las cosas que vienen de Dios, tienen un orden entre ellas mismas y en el mismo Dios]" (S. Tomás).

Las felices experiencias del pasado, y estas felices y no falibles expectativas del porvenir, son ya exuberante argumento para los suscriptos con la finalidad de hacer en Italia una obra diligente en preparación al IV Congreso internacional científico de los Católicos ya decidido para agosto del año 1897 en Friburgo, Suiza; para lo cual ellos fueron ahora confirmados por la Comisión permanente de los Congresos científicos internacionales en la oficina del Comité promotor italiano.

Mas para favorecer este intento se añaden además motivos de gran honra para nuestra patria; mientras que por múltiples circunstancias, que no tiene objeto mencionar aquí, nuestro país en el Congreso de Bruselas, entre 2.500 adherentes de todas las naciones, contaba solamente con 74 italianos, de los cuales sólo dos participaron personalmente en las sesiones (...).

 

+ Juan Bautista Scalabrini, Obispo de Piacenza, Presidente Honorario

A. Barberis, Profesor en el Colegio Alberoni, Miembro Honorario de la Comisión permanente para la obra de los Congresos científicos internacionales de los Católicos, Presidente del Comité Italiano, Piacenza

Barón Demateis Mons. Carlos Brera

Dr. G. Toniolo Teól. L. Biginelli

Dr. Luigi Olivi P. G. Giovannozzi

Mons. L. Brevedan P. De Martinis

Conde Ed. Soderini P. I. Torregrossa[98]

 

 

«La gran obra del reflorecimiento de la Filosofía Tomista»

 

101En el coloquio mantenido con Vuestra Excelencia Reverendísima, que me produjo tanta alegría, la conversación recayó sobre el Divus Thomas y sobre la obra del abad Luis Francardi. Del primero Usted habrá recibido los fascículos y yo me atrevo a rogarle, Excelentísimo Príncipe, quiera expresarme su autorizada opinión. Ese periódico fundado con la intención de cooperar con la gran obra de reflorecimiento de la Filosofía Tomista, iniciada por nuestro glorioso Santo Padre, es leído con gran satisfacción, requerido en el exterior y con un buen número de suscriptos entre eruditos y laicos. Un Rosminiano me decía días atrás: gracias al Divus Thomas me convencí que Rosmini no es Santo Tomás.

Me interesa, por lo tanto, que ese periódico prospere para favorecer la buena causa y es por ello que Vuestra Excelencia debe hacerme el favor, que le suplico también en nombre del Director, de darme claramente su opinión ya que estamos dispuestos a retractar, explicar y reformar cualquier expresión que no fuera estrictamente acorde con la doctrina del Doctor Angélico (...).

Estoy preparando el Decreto para el Patronato de Santo Tomás para introducir la explicación de la Summa contra Gentes y, por lo tanto, las demás obras y disponer así una verdadera Academia sin litigios y llamar de nuevo al ya existente Colegio Teológico de Santo Tomás que posee una hermosísima Capilla dedicada al Santo y tiene bellísimos Estatutos alabados por la Santa Sede. Yo creo que este retorno a los verdaderos principios será una de las glorias más bellas del pontificado de Nuestro Santo Padre y que, no obstante las impetuosas polémicas que retardan en vez de favorecer el noble objetivo del Santo Padre, y el espíritu partidario que domina en aquellos que quizás no vieron nunca la tapa de una obra de Sto. Tomás, cosas por demás inevitables entre los hombres, alcance su elevado intento asegurándose así un lugar muy distinguido entre los Sucesores de San Pedro. Si tiene la ocasión, implore para mí una bendición del Gran Pontífice.[99]

 

 

«La Iglesia se beneficia siempre con el elevado trabajo intelectual de sus hijos»

 

102No comparto enteramente sus temores con respecto a las discutidas cuestiones bíblicas. Es Jesucristo quien gobierna a la Iglesia, la que se beneficia siempre con el elevado trabajo intelectual de sus hijos. Hará falta siempre gran cautela para que nadie y bajo ningún pretexto atente contra el arca santa. Pero ésta no faltará. [100]

 

 

 

3. LAS IMAGENES DE CRISTO

 

María glorifica a la Trinidad divina. Asociada a Cristo, es figura, profecía, madre de la Iglesia. María Inmaculada es la humanidad regenerada que vuelve a los brazos de Dios. María en su Asunción a los cielos es la mediadora entre el cielo y la tierra. Madre de consolación y de misericordia, la Virgen es nuestra madre, si nosotros vivimos como sus hijos. Su vida, meditada en el Santo Rosario, es modelo de vida cristiana. Los Santos, prodigios de la gracia divina, son los hombres de la fe y de la obediencia a la voluntad salvífica de Dios. Como ellos, todos pueden hacerse santos creyendo y obedeciendo a Dios. La devoción a los Santos es la fidelidad a la fe que nos han transmitido. No podemos olvidar las tribulaciones sufridas por nuestros padres para engendrarnos en Cristo: confiemos en ellos, amigos de Dios y amigos nuestros.

Los pobres son la imagen viva y hablante de Cristo, nacido pobre y muerto desnudo sobre una cruz. Son sus amigos predilectos, la pupila de sus ojos. No podemos ser amigos de Cristo sin ser amigos de sus amigos. Si amamos mucho a los pobres, a los últimos, a los desheredados, mucho se nos perdonará. Si amamos a la pobreza, amamos a Cristo que la desposó.

 

a) maria

 

«Glorificó a Dios, fue glorificada por Dios»

 

103El que glorifica a Dios, dice el Señor, será glorificado por Dios. ¿Y quién más que María glorificó a Dios sobre esta tierra? Ella glorificó a Dios Padre, a Dios Hijo, a Dios Espíritu Santo.

Glorificó a Dios Padre, cuando con su consentimiento para la Encarnación del Verbo, hizo que Dios Padre viese dilatado su dominio, engrandecido su poder, viendo entre sus súbditos un súbdito de perfección infinita. Y en verdad, siendo Cristo por su naturaleza humana inferior al Padre, el Padre, en cierto modo, se convirtió en Dios de Dios y ello fue posible por medio de María. Glorificó a Dios Hijo, cuando la infinita caridad que, en los eternos designios, lo indujo a ofrecerse a sí mismo por el hombre pudo realizarse sólo cuando apareció María y si Él fue glorificado por la generación temporal, fue glorificado justamente en esa carne que tomó de María. Glorificó a Dios Espíritu Santo, cuando luego que ella se declaró dispuesta a aceptar la voluntad del Altísimo, el Divino Paráclito descendió para unir en Ella el alma santísima del Redentor con su sacratísimo cuerpo y habiendo así hipostáticamente unido esa adorable humanidad con la naturaleza y la persona del Verbo Divino, adquirió ad extra aquella fecundidad que no le compete ad intra, como también adquirió cierta prioridad sobre la humanidad sacrosanta de Cristo.

Por consiguiente por el Padre, por el Hijo y por el Espíritu Santo debía ser glorificada en los cielos, por lo tanto no con una sino con triple corona debía ser coronada.[101]

 

 

«María figura de la Iglesia»

 

104Toda la vida de la Virgen, los misterios que se cumplieron en ella, las gracias que la adornaron, los bienes que por Ella se difundieron, según el decir de San Ambrosio, fueron vivamente un tipo, una figura, una imagen, casi una profecía de la Iglesia Católica: Maria figuram in se gerebat Ecclesiae [María llevaba en sí la imagen de la Iglesia]. Efectivamente, no se puede negar que la existencia de María está directamente asociada a la de Cristo y participa mucho más de Sus destinos que de los del género humano. Ahora bien, examinen bien la naturaleza de la Iglesia Católica y verán como, a semejanza de María, forma ella una sola cosa con Cristo, vive de Su Espíritu, busca Su gloria y lo ama con el amor más perfecto. El águila de los doctores aseguró que la carne de Cristo es la misma carne de María: caro Christi, caro Mariae [la carne de Cristo, la carne de María]. No se podía comentar con mayor verdad y con mayor precisión la sentencia evangélica: de qua natus est Jesus [de la cual nació Jesús]. Y bien, ¿quién conserva, defiende y distribuye a los hombres la carne virginal de María? ¿No es acaso la Iglesia Católica? Y en todos los Sacramentos de los cuales la Iglesia Católica es administradora, se reproduce, se extiende, para el que mira bien, la maternidad divina por la virtud de Cristo. Ustedes verán en todo la virtud de la sangre de Cristo, sabrán que esta sangre nos fue donada por María y que es aplicada a nosotros por el ministerio de la Iglesia Católica. ¿Qué más hermosa y evidente unión entre la madre y la esposa de Cristo? Todas las escrituras hablan del Redentor, hablan en consecuencia de la Virgen, de la cual nació, y de la Iglesia, por la cual, hasta la consumación de los siglos, vive todavía sobre la tierra. Es tan íntima esta unión entre Cristo, la Virgen y la Iglesia que no es posible separarlas. Si en las primeras y últimas páginas de los libros sagrados ustedes encuentran escrito sobre el Hijo de la mujer que salva al mundo, leerán también del triunfo de la Virgen y con ella el de la Iglesia. [102]

 

 

«Madre de la Iglesia»

 

105¿Quién me sabe decir con qué intensos deseos, con qué expansión de afecto, con qué perseverancia de oración, se habrá dirigido ella, María, en el Cenáculo al Paráclito divino, suplicándole que quisiera con toda la plenitud de sus dones difundirse sobre esas primicias de la fe y sobre todos los futuros creyentes y que fuera Él por todos los siglos su luz, su consejero, su guía, su consuelo? Y al mismo tiempo ¿quién puede dudar que el Espíritu divino habrá recibido con bondad, escuchado con beneplácito las súplicas de María, de esta esposa suya bella por todas las virtudes, rica por todos los dones, tan querida en su presencia, tan poderosa sobre su corazón? Y, por lo tanto, ¿quién no concluirá conmigo que María tuvo importantísima participación en los admirables efectos que en su venida el Espíritu Santo produjo entre los hombres y que por ellos somos en verdad deudores también de la Virgen?

Tanto más que su ejemplo contribuyó, no poco, a despertar también en los Apóstoles aquellas óptimas disposiciones que debían servir como invitación para la mayor difusión del Espíritu.

¡Ah sí! María era a los ojos de los Apóstoles cosa sagrada, venerable. Veían infundido en ella el espíritu de su divino Maestro, y casi reflejado, personificado Él mismo. Sus miradas estaban dirigidas a ella como regla de todas sus acciones, como modelo de su vida, y estaban pendientes, diré así, de sus labios cada deseo de ellos.

Por otro lado María durante todo el tiempo que permaneció con los Apóstoles en el cenáculo, ¡con qué frecuencia, con qué celo, con qué ardor les habrá hablado de los grandes méritos de aquel Espíritu que estaban esperando y de la importancia de su misión y de la excelencia de sus dones y de la necesidad de disponerse a recibirlo dignamente! Y estas palabras suyas tan respetables por su autoridad, tan eficaces por su ejemplo, piensen, ustedes ¡qué fuertes impresiones habrán producido en su ánimo y cómo las habrán empleado para purificar sus corazones, para encender sus anhelos, para enfervorizar sus súplicas, en fin, para hacerlos más aptos para una más copiosa participación del Espíritu divino! (...). Es justamente el día de Pentecostés cuando María comenzó a ejercer su maternidad espiritual sobre la tierra para la cual fue elegida a los pies de la Cruz.

Efectivamente en Nazaret el Espíritu Santo la consagraba Madre de Dios, en el Cenáculo la consagraba Madre de la Iglesia. Madre de la Cabeza, debía serlo también de los miembros. [103]

 

 

«María es la humanidad regenerada»

 

106No terminaría más, oh muy queridos, si quisiera enumerar todos los enormes bienes que aportó sobre la tierra el Dogma de la Inmaculada.

¡Miren, les diré solamente, la serenidad y tranquilidad de la Iglesia en la presente lucha! La guerra está alrededor de ella, pero no dentro de ella. La cizaña ya se ha separado del trigo elegido; los falsos católicos, sacada la máscara, se han manifestado como lo que realmente eran y la Iglesia goza ya aquella paz que había sido predicha desde tantos años. En efecto, la paz más gloriosa para la Iglesia no consiste tanto en descansar de las luchas a las que la ha enviado su Divino Esposo y por las cuales se denomina Militante, sino, principalmente, en conservarse depositaria de lo verdadero y de lo justo contra los mil adversarios que la circundan; consiste en la comunidad de las ideas y del conocimiento de lo verdadero fundado en el íntimo acuerdo con la primera de todas las Autoridades. Y, no obstante las vicisitudes humanas, ¿ésta paz no se ha alcanzado? Sí, la Iglesia goza ahora de aquella paz verdadera, espiritual, eterna, que los Ángeles anunciaron al mundo en el nacimiento de Cristo y que Cristo mismo dejó en herencia a sus discípulos; aquella paz, finalmente, que es el establecimiento y la dilatación del Reino de Dios entre los hombres (...).

Yo desafío a que señalen otra época en la cual el patrocinio de María apareciera tan evidente y sensible como en nuestra época, y que la paz interna de la Iglesia fuese tan grande como se manifestó, una vez definida Su Inmaculada Concepción. Desde la gruta de Lourdes, Ella misma, la gran Virgen, con su propia boca, ¿no confirmó de la manera más indiscutible la más excelsa dote del Ministerio Pontifical, la Infalibilidad, con aquellas palabras: Yo soy la Inmaculada Concepción? ¿No es quizás por Ella que tantos pobres ilusos abren ahora los ojos a la verdad y las flores más perfumadas y alegres, de los áridos campos del protestantismo, de mano en mano van transplantándose en los místicos canteros de la única verdadera Iglesia de Jesucristo? (...).

Como la Encarnación del Verbo fue la efusión del perdón y del amor de Dios hacia el mundo, que lo había olvidado por completo, así María Inmaculada en el siglo XIX es la humanidad regenerada que vuelve a los brazos de su Dios. María Inmaculada en el siglo XIX es la encantadora formación de las más selectas virtudes, las cuales, como ya sucedió cuando apareció el Salvador, avanzan sobre la faz de la tierra para tomar posesión de ella, justamente en la hora en que la inundan todos los vicios. Es la humildad que viene a derribar al orgullo, es la caridad que sustituye al egoísmo, es la pureza que defiende a la acechada inocencia. María Inmaculada en el siglo XIX es la victoria completa del espíritu sobre la carne, es la emancipación del delito, del envilecimiento, de la esclavitud, es la proclamación de la dignidad, de la nobleza, de la grandeza de la naturaleza humana. María Inmaculada en el siglo XIX es el más dulce consuelo para los pobres y los afligidos. ¡Ella era totalmente inocente, no estaba, por lo tanto, sujeta a la pena debida a la culpa, y sin embargo soportó la pobreza, las humillaciones, los dolores más agudos, hasta convertirse en la Reina de los Mártires! María Inmaculada en el siglo XIX es para los ricos el saludable recuerdo a no aferrarse a los bienes de la tierra sino a los del Cielo y a practicar las obras de caridad cristiana con los pobres de Cristo.

¡Ella, si bien fue Madre de un Dios y amada por Él más que todas las criaturas juntas, no fue dotada de otras riquezas más que las riquezas del Cielo! María Inmaculada en el siglo XIX es incentivo para los justos a tener en cuenta la gracia y para los pecadores, poderoso estímulo para dejar el pecado. ¡María Inmaculada en el siglo XIX es finalmente el arco iris de paz tendido entre las discordias de las familias, entre el tumulto de funestos acontecimientos, entre los temores y las amenazas de los más terribles desastres! [104]

 

 

«La piadosa Mediadora entre Dios y el siglo XIX»

 

107Deificando a la razón humana, nuestro siglo proclama, que el hombre jamás necesitó Redención, porque no cayó nunca y se niega a confesar el desorden que interiormente lo degrada, y rechaza los dogmas sacrosantos de nuestra santísima Religión y sus divinos Misterios. Por lo tanto, Jesucristo no es, para nuestro siglo, el piadoso Salvador que redime al cielo y a la tierra con su Sangre, sino a lo sumo, es el gran filósofo, al cual se le atribuyen los caracteres de la Divinidad: por lo tanto, la tierra para nuestro siglo, ya no es el camino hacia la felicidad del Paraíso, sino que es el Paraíso de su propia felicidad: por lo tanto la materia, para nuestro siglo, no es escalera para alcanzar mejor el conocimiento de Dios, sino que es la meta fija de sus esperanzas. Su única ocupación, por lo tanto, es la de sojuzgar a la materia, de transformar a la materia, de no ver nada, de no esperar nada, de no admitir nada fuera de la materia. De suerte que, mientras con el telégrafo y con el vapor las distancias del mundo de la naturaleza se acercan siempre más, las del mundo de la gracia se alejan cada vez más; mientras la luz eléctrica ilumina vagamente las tinieblas de la noche, la suavísima luz de la fe tiene su ocaso sobre la sociedad civil.

Por lo tanto, ¿quién, oh queridos, sanará esta horrible llaga de nuestro infeliz tiempo? ¿Quién volverá a conducir a este hijo pródigo a la casa de su padre? La piadosa Mediadora de paz y de perdón entre la naturaleza y la gracia, entre Dios y el siglo XIX, será Aquella que es justamente el milagro más hermoso de la naturaleza, la obra más perfecta de la gracia, Aquella en cuya persona la naturaleza y la gracia, lo natural y lo sobrenatural, la ciencia y la fe, se unen, se entrelazan en grado sumo de la forma más estupenda; en fin, Aquella que solamente se puede decir Inmaculada (...).

La definición dogmática de la Inmaculada es la condena más cortante de la incredulidad moderna, es la afirmación más solemne del orden sobrenatural y de todas aquellas verdades que se refieren al orden sobrenatural. No: no se puede creer que María fuese concebida sin pecado original sin profesar el dogma de la Creación, de la Redención, de la Santificación, ya que es lo mismo que confesar que el divino Padre creó el alma de María en un estado totalmente perfecto; que el Verbo Divino la rescató de una forma totalmente diferente a todos los hijos de Adán; que el Espíritu Santo la previno con sus dones más excelsos. No se puede creer que María fue concebida inmune de toda culpa original sin magnificar su Bondad divina, que la separó de la masa corrupta de todo el género humano; la Sabiduría divina que La eligió, como segunda Eva, para reparar los daños ocasionados a la naturaleza humana por la primera; la potencia divina que venció del modo más glorioso a Lucifer. No se puede creer que María sea inmune del pecado original sin profesar la plena libertad de Dios acerca de todo lo que existe fuera de Él y su absoluto dominio sobre la naturaleza, y sin rendir un homenaje a su infinita Santidad, como a enemiga irreconciliable de todo pecado. No se puede creer finalmente que María sea inmune de la primera culpa, sin profesar plena sumisión de intelecto y corazón a la Iglesia Católica, que así nos la propone para creer.[105]

 

 

«El siglo de la Inmaculada»

 

108Nuestro siglo tuvo varios nombres, es cierto. Unos lo denominaron el siglo de las luces y del progreso, otros el siglo del telégrafo y del vapor; éstos lo llaman el siglo de las ciencias químicas y matemáticas; aquéllos el siglo de la discusión y de la libertad. ¡Nosotros lo llamaremos el siglo de la Inmaculada!

Sí: los otros nombres podrán un día ser discutidos, podrán caer en el olvido; pero éste nunca. Es cierto, oh Queridísimos, ¿en qué otro siglo, más que en el nuestro, fue o podrá ser tan universal, tan vivo, tan apasionado el afecto hacia la Inmaculada Madre de Dios?[106]

 

 

«Madre de consuelo»

 

109Amor con amor se paga. Y, ¿qué amor más tierno y más eficaz que el que nos tiene María? María es nuestra Madre. Esta palabra que en el transcurso de veinte siglos bastó para suscitar tantos latidos, para secar tantas lágrimas, para aliviar tantos dolores, ¡ah! ¿qué sucedería si fuese comprendida plenamente? Madre de Jesús porque lo concibió en su seno, María es nuestra madre porque nos concibió en su corazón; Madre de Jesús por la naturaleza, es madre nuestra por adopción; madre de la cabeza, lo es también de todos los miembros; madre del Redentor, lo es también de los redimidos; ya que no engendró al Redentor a la vida del tiempo sino para engendrar hombres para la vida eterna. María es nuestra madre y tan nuestra madre que por esto es justamente la madre de Dios: propter nos homines... incarnatus est de Spiritu Sancto ex María Virgine [por nosotros los hombres...se ha encarnado, por medio del Espíritu Santo, de María Virgen]. María es nuestra madre, y para que nadie lo pudiese dudar en lo más mínimo, he aquí que Jesús mismo lo aseguró desde la Cruz con su propia boca, próximo a exhalar el último suspiro, o sea en el momento más solemne de su vida mortal: Ecce mater tua [Aquí tienes a tu madre].

Se la llama madre de misericordia, y es lo mismo que decir madre de consuelo. Es su título de reina. Salve regina, mater misericordiae [Dios te salve reina, madre de misericordia], porque ella no quiere sino volcar sobre nuestras miserias todas las riquezas de su corazón de madre. La miseria es la ignorancia y el error, fuente de nuestros desvíos; la miseria es la tentación, misteriosa agonía de nuestras fuerzas espirituales; la miseria es el pecado, muerte de la gracia, envilecimiento de nuestra naturaleza y esclavitud de la libertad; la miseria es la angustia del espíritu, es la aflicción del corazón. La miseria es la privación de las cosas necesarias para la vida, el dolor y la enfermedad del cuerpo; la miseria es la persecución de los malvados, la injusta opresión de los débiles y de los desventurados. Y bien, para todas estas miserias está el remedio en el corazón de María. Luz, fuerza, perdón, estímulo, consuelo, asistencia, protección, salud, todo podemos pedir y todo podemos esperar de nuestra madre de los Cielos: Madre de consolación, causa de nuestra alegría. [107]

 

 

«Vivamos como vivió María»

 

110María llegó a sentarse en el trono de la divinidad, pero no obstante ser la madre de Dios, no podría haberlo logrado sin méritos. Fueron sus méritos y sus virtudes que la elevaron a tanta gloria, y solamente los méritos y las virtudes nos podrán conducir a nosotros al Cielo. Vivamos como vivió María, imitemos a María según la medida de la gracia que Dios nos dona, a ejemplo de Ella pidamos a Dios, por intercesión de tan augusta Señora, ser fervorosos en la oración, humildes en las palabras, en los afectos, pacientes a la voluntad divina en las tribulaciones, llenos de amor por Dios y de caridad sincera por todos nuestros hermanos, devolviendo a todos y siempre bien por mal, defensores de la gloria de Dios, del triunfo de la Iglesia y de su Cabeza infalible, laboriosos y dispuestos, según los dictámenes de la fe, a sellar con nuestra sangre las grandes verdades que Dios en su gran misericordia nos ha enseñado.[108]

 

 

«La devoción a la Santísima Virgen deber ser sólida»

 

111Consideren que la devoción a la Santísima Virgen debe ser sólida, o sea no debe ser una de esas devociones superficiales y livianas que terminan en las exteriorizaciones de algunas prácticas: sino que debe conducirlos a "purificar" el alma de los defectos y a enriquecerla de virtudes. Un terreno aunque inculto se puede convertir en un delicioso jardín: pero es necesario extirpar primero las zarzas y las hierbas malas y plantarle luego las escogidas y las flores: a este objetivo debe apuntar la devoción para que pueda decirse sólida. Les costará quizás algún sacrificio, no hay dudas, pero finalmente lo lograrán, porque la Virgen bendita, viéndolos luchar y sacrificarse para agradarle, será abundante en su ayuda ante todos los ataques que las pasiones o el demonio les harán. En estos encuentros diríjanse a Ella desde lo íntimo del corazón, exprésenle que desean morir antes que ofender a su bendito hijo, y no teman, la victoria será de ustedes (...).

El mismo empeño de agradar a la Virgen debe animarlos a enriquecer el alma de ustedes con sus virtudes; si la aman no les resultará difícil porque el amor impulsa a la imitación y produce semejanza. Fijen la mirada en las virtudes de María, observen cómo ella se rige y traten de reflejarlas en ustedes mismos (...).

Si se encuentran en la Iglesia, imaginen a María en el templo; si están en casa, imaginen a María en Nazaret; si están ante la mesa, imaginen a María en las bodas de Caná: en todas las acciones particulares pueden pensar en Ella y copiar sus virtudes. [109]

 

 

«Sean devotos del Rosario»

 

112¿Por qué maravillarse, por lo tanto, si mediante el Rosario, se obtuvieron en todos los tiempos los más notables favores y se obtuvieron las más estrepitosas victorias? ¿Por qué maravillarse si personajes ilustres por cuna, por doctrina, por fama, por santidad; Pontífices, Obispos, reyes, príncipes, capitanes, guerreros, magistrados, jurisconsultos, doctores, científicos, literatos, artistas, hicieron del Rosario su más preciada delicia? ¿Por qué maravillarse que la devoción del Rosario se haya hecho la devoción de todos los tiempos, de todos los lugares, de todas las condiciones, de todas las edades, de todos los idiomas: la reina de las devociones, la devoción universal? ¿Por qué maravillarse si los Sumos Pontífices la enriquecieron con tantas indulgencias, con tantos privilegios y favores? (...).

Recémoslo con fe, con humildad, con devoción, con perseverancia; recémoslo diariamente; todos juntos, abrumando, para usar una frase de Tertuliano, como formaciones cerradas el trono de Dios y haciéndole dulce violencia, ¿no veremos nosotros también el prodigio admirado por San Agustín: subir las oraciones del hombre, descender la misericordia de Dios?

Seamos, por lo tanto, devotos del Rosario, ¡oh queridísimos!, aprécienlo como lo apreciaron nuestros padres. Ustedes especialmente, oh padres, abran con él cada noche para vuestras familias una escuela de sabiduría cristiana: hagan que sus hijos, meditando esos misterios, repitiendo en voz alta esas oraciones sientan recordar el amor de Dios, de Jesucristo, de María: aprendan que para nuestra salud Dios es el amor que se dona, Jesucristo el amor que se inmola, María el amor que nos ayuda. ¡Ah! ¡Qué en medio a tantas voces que se esfuerzan por encorvarlos (o bajarlos, amarrarlos) hacia la tierra, haya una voz potente que eleve hacia lo alto los (sus) corazones y los enamore del Cielo! [110]

 

 

«Reúnanse cada noche para el rezo del Santo Rosario»

 

113Ante la querida y venerada imagen de la Sagrada Familia, reúnanse todos, cada noche, padres e hijos, para el rezo del Santo Rosario, como era costumbre piadosa de sus antepasados. ¡Oh!, la oración en la cual se confunde el tembloroso acento del viejo, con el ingenuo balbuceo del párvulo; la oración, hecha por la familia ante esa imagen, subirá como agradable perfume hasta el trono del Altísimo y se convertirá en lluvia de toda clase de gracias. Sí, en efecto, Cristo mismo nos enseña, que allá donde hay dos o tres congregados por el mismo espíritu de oración para pedir en su nombre alguna gracia al Padre celestial, Él se encuentra entre ellos, ¿cómo no estará en medio de la familia cristiana cuando esté reunida rezando? El cielo y la tierra pasarán, pero no pasará la promesa del Salvador; por lo que es cierto que de semejante acto de culto derivará en cada miembro de la familia luz para la inteligencia, sensibilidad para el corazón, fuerza para la voluntad, y en breve tiempo, será destruido todo efecto perjudicial del olvido de Dios y de su ley, la sociedad doméstica florecerá en la abundancia de la paz e influirá poderosamente sobre el bienestar de la sociedad civil. [111]

 

 

«Que me enseñe el amor de Dios»

 

114Por lo tanto, por este año se acabó: ¿no bajará más? ¡Una visita a nuestra queridísima Madre por penitencia, y toda por mis intenciones, que tengo tanta necesidad! Dígale que me enseñe el amor de Dios, el amor de la Cruz, el santo abandono a la voluntad divina, la muerte para el mundo, la muerte para mi corazón, para todo. Si me obtiene esta gracia, entonces sería realmente feliz. [112]

 

 

b) los santos

 

«Los Santos son prodigios de la gracia de Dios»

 

115Como las obras de la creación cantan la gloria de Dios autor de la naturaleza, así las obras de la santificación exaltan la gloria de Dios autor de la gracia y, por lo tanto, todo el esplendor, en el que las virtudes de los Santos resplandece, se refleja sobre El que obró en ellos cosas grandes, maravillosas. En efecto, ¿qué son los Santos si no prodigios de la gracia de Dios? ¡Ah!, que un hombre no conserve casi nada de la humanidad corrupta, que por la práctica de la abnegación personal haya logrado sojuzgar la concupiscencia carnal, vencer los estímulos de la codicia, domar la fiebre del orgullo; que haya dado un nuevo curso, una nueva dirección, se puede decir, a las inclinaciones carnales y terrenales para vivir solamente de las espirituales y celestiales; que se haya recompuesto enteramente a sí mismo y, por medio de la caridad más generosa, más pura, más perfecta, no viva más que de Dios, por Dios y con Dios, esto, dice San Agustín, es un prodigio mucho más grande que devolver a la vida a un cadáver: prodigio que no puede ser obra del hombre, sino de Dios, porque Dios que formó al hombre, sólo El puede reformarlo y sobre las ruinas del hombre viejo, que se identifica con Adán pecador, restablecer al hombre nuevo que llega a ser una sola cosa con Jesucristo. [113]

 

 

«Miremos la fe de los Santos»

 

116Grandes en el reino de Dios por las obras practicadas en la fe y por la fe aquí en la tierra, los Santos nos predican, sobre todas las cosas, las glorias de nuestra fe; de esa fe que es tesoro de la vida doméstica, que aviva el amor de los hijos hacia los padres y lleva a todo a la perfección y a la santidad; de esa fe que enlaza en un vínculo de suaves relaciones todas las personas y las cosas del mundo y nos mantiene despiertos para el gran día de la rendición de cuentas al recordarnos, a ejemplo de los Santos, que la vida del cristiano es un combate sobre la tierra, que nosotros somos aquí soldados combatientes en difíciles batallas para ganar la beatitud inmortal, que estamos ahora en medio del fuego para purificarnos de la escoria, que somos peregrinos hacia la patria, pero continuamente acechados por poderosos y crueles enemigos. Si las fatigas de la lucha nos debilitan, si la llama de la purificación nos quema, si el camino nos agota, miremos la corona del triunfo, miremos la fe de los Santos, miremos mejor la fe que profesamos también nosotros y se afianzarán nuestros espíritus. [114]

 

 

«No son los milagros y los dones extraordinarios los que hacen a los Santos»

 

117Se cree con frecuencia, especialmente en el vulgo, que para alcanzar la santidad es necesario distinguirse por dones extraordinarios y hacerse singulares por acciones luminosas. No, hijos míos, no; para ser santos no es necesario ni predecir el futuro como los profetas, ni obrar prodigios como los taumaturgos, ni ir a predicar el Evangelio a pueblos bárbaros, como los apóstoles, ni derramar su propia sangre como los mártires. Nada de esto. Cuando el rico del Evangelio le preguntó a Jesús qué debía hacer para salvarse, el Divino Maestro le respondió: Si quieres alcanzar la vida eterna, observa los mandamientos: serva mandata [observa los mandamientos]. La vida cristiana está toda aquí: observar fielmente la ley de Dios y cumplir con exactitud los deberes del propio estado. Hay gran número de personas que llegaron a la santidad siguiendo sólo este camino. No todos los Santos hicieron acciones estrepitosas, no todos fueron portentos en obras y elocuencia, no todos se hicieron admirar por prodigios de sabiduría. Han habido muchos que, desconocidos para el mundo, no salieron nunca de un estado humilde y llevaron siempre una vida común. María misma no se hizo notar por ningún don extraordinario y no se lee en la Escritura que Ella, durante su vida mortal, hiciese jamás un milagro. No por esto ella deja de ser considerada como la más santa de las criaturas. No son, por lo tanto, los milagros y los dones extraordinarios que hacen a los Santos y a los más grandes Santos, sino la virtud (...).

Muchos Santos que hoy veneramos, no salieron nunca del cerco de la vida doméstica, pero al permanecer en ese estado actuaban continuamente cumpliendo con sus deberes; estaban continuamente atentos para ennoblecer las ocupaciones ordinarias, mediante la rectitud de la intención, obrando siempre con fines sobrenaturales. [115]

 

 

«¿Lo que hicieron ellos, por qué no lo podremos hacer nosotros?»

 

118Un número casi infinito de personas de toda clase llegó a ser santo antes que nosotros. ¿ por qué no podremos hacer nosotros lo que ellos hicieron? Mas, para superar las dificultades, elevemos a menudo los ojos al cielo y pensemos que todos los esfuerzos, que todas las privaciones que se puedan sufrir, nunca estarán proporcionados con la grandeza de aquel premio: non sunt condignae passiones huius saeculi ad futuram gloriam quae revelabitur in nobis; que un esfuerzo de corta duración nos pone en posesión de una eternidad por siempre beata, momentaneum et leve tribulationis nostrae, aeternum gloriae pondus operatur in nobis.

Por lo tanto, en la visión de los Santos, de los que hoy celebramos los triunfos, consolémosnos, pensando que la santidad no es, después de todo, tan difícil. Con un Dios que nos conforta, con un Dios que nos da la mano, que nos inspira vigor, ¿podemos encontrar dificultades en el camino de nuestra eterna salvación? Si temen todavía, piensen en los santos que hoy festejamos. Ellos que fueron nuestros hermanos aquí en la tierra, que estuvieron ligados a nosotros por la fe, por la patria, por el conocimiento, por la sangre; ellos que en vida estuvieron animados por una caridad tan viva, por un celo tan ardiente para beneficiar a sus prójimos, ahora que su caridad se ha perfeccionado, se ha consumado en el Cielo, ¿tendrán por nosotros sus hermanos, menos interés por nuestra salvación, por nuestra salud?

¡ Oh ! si pudiésemos verlos con cuánto empeño están defendiendo hoy y siempre ante el trono de Dios nuestra causa, cómo comprenderíamos y comprobaríamos que la santidad común no es tan difícil, como generalmente se cree, que es, más bien, posible y por lo tanto obligatoria para todos y para cada uno de nosotros, ya que estamos llamados a santificarnos en la tierra, con el fin de reinar con los santos en el Cielo. [116]

 

 

«Vivamos cristianamente y seremos santos»

 

119Un santo no fue más que un perfecto cristiano; vivamos, por lo tanto, cristianamente y seremos santos. Lo que formó a los santos más ilustres, o mejor dicho, a los santos que reconoce la Iglesia, no fueron los dones extraordinarios, las luminosas apariencias, los estrepitosos milagros, las visiones, los éxtasis, fue aquella fidelidad, aquella exactitud con la que cumplieron constantemente los deberes de su estado y los cumplieron ante la vista de Dios. He aquí el verdadero, esencial carácter de la santidad, he aquí lo que nosotros debemos proponernos si queremos llegar a ser partícipes de la gloria de los Santos. [117]

 

 

«Grande es el poder de los Mártires ante Dios»

 

120Los Mártires siempre fueron objeto de culto especial en la Iglesia de Jesucristo. Ella, desde el tiempo de los Apóstoles, conservó las cenizas de los Mártires como llenas de la vida de Dios, como cosa venerable y sagrada, y sobre sus tumbas acostumbró celebrar los sacrosantos Misterios. ¿Qué hay, efectivamente más justo, más religioso, más digno de respeto que ofrecer la Sangre de Jesucristo sobre el cuerpo y sobre los restos de sus discípulos, que lo han entregado por El? ¿No debe ser grato para Jesucristo mezclar, por así decir, su sacrificio con el de sus Mártires, que son con El una misma víctima?

Grande, por lo tanto, fue siempre el poder de los Mártires ante Dios. Miembros y reliquias de esos hombres maravillosos que vivieron más de la vida de Jesús que de la propia, incorporados a El por el espíritu de santificación y con El un mismo cuerpo y casi una misma existencia, protegen y ayudan con su válida intercesión a los que recurren confiados a ellos y se entregan a su poder (...).

Todo es concedido por sus plegarias, todo es otorgado por sus méritos. Al reinar ellos con Cristo esparcen sobre los pueblos las más selectas bendiciones, y San Agustín nos asegura que los milagros de los tiempos Apostólicos se renuevan en la paz de todas las naciones, en virtud de los cuerpos de los Mártires. Ellos dieron testimonio de Dios con su sangre y Dios concede a los fieles gracias y prodigios por su intercesión. [118]

 

 

«Las sagradas reliquias de la Iglesia de Piacenza»

 

121Les confieso haber sido colmado de gran consuelo y gozo por Dios, viendo, durante la visita a las Iglesias de esta Ciudad y Diócesis, fuentes saludables y perennes, de las cuales brotan beneficios para el pueblo cristiano, y emana un suavísimo perfume: quiero hablar de las sagradas reliquias de los Santos, insignes monumentos de la fe y de la caridad, con los cuales el misericordioso Señor se dignó enriquecer esta Santa Iglesia de Piacenza (...).

Me limitaré a hablar ante esta venerable y devotísima Congregación del reconocimiento de los despojos del ínclito Mártir de Cristo, Antonino de la Legión Tebea, Patrono Principal, y de San Víctor, primer Obispo de esta Santa Iglesia de Piacenza. Animado por el consejo del Excelentísimo Cardenal Domingo Bartolini, gran perito en la materia, cuando de regreso a Roma, en octubre de 1877, fue mi huésped por algún tiempo, y basándome en un coloquio sobre el tema con el Sumo Pontífice León XIII felizmente reinante, he llevado a cabo el reconocimiento el 30 y 31 de mayo de 1878 (...).

Ustedes pueden adivinar con qué gozo espiritual y regocijo de ánimo yo he visto aquellas sagradas reliquias, más preciosas que el oro y que las joyas, que benignamente protegen y custodian esta Santa Iglesia de Piacenza.

Consideré entonces con mayor énfasis la necesidad, ya constatada, que tenemos: que aquellos Santos, con los cuales mantenemos una cierta familiaridad, movidos por nuestra particular veneración y culto, imploren para mí y para mis dilectísimos hijos aquella fortaleza en la fe que en estos tiempos es necesaria a los cristianos para vencer; por lo tanto, deseando suscitar en mi grey ese sentimiento de devoción hacia los predilectos Santos que alimentó la fe y la santidad de los antepasados, y pensando de qué manera podría alcanzar ese objetivo, consideré que quedaba una sola cosa por hacer para incitar a mis hijos a la devoción por los benéficos Patrono y Padre: divulgar sus gestas, el sepulcro, las reliquias y el culto con oportunos y doctos estudios, que ilustraran cuidadosa e inteligentemente los monumentos y los documentos que les conciernen y presentarlos para su reflexión; luego, custodiar los huesos de los Santos Antonino y Víctor de forma tal que, en determinadas solemnidades o ante la inminencia de alguna calamidad, pudiesen ser expuestos públicamente a la vista y veneración de los fieles. [119]

 

 

«Se nos concedió ver con nuestros propios ojos los sagrados despojos»

 

122Ya hace dos años que, con gran satisfacción nuestra, dimos cumplimiento a la Sagrada Visita Pastoral en la insigne Basílica de San Antonino. Fue en aquella ocasión que ordenamos se abriera la gran urna de mármol colocada bajo la mesa del altar mayor de dicha Iglesia, para hacer un solemne reconocimiento de las reliquias de los Santos Antonino y Víctor que, se decía, estaban allí enterradas.

Desde siglos esa urna no había sido abierta y si bien presentaba en su exterior señales manifiestas de los tesoros que encerraba, no pocas dudas se habían difundido con respecto al contenido.

¡Qué júbilo, por lo tanto, fue el nuestro cuando se nos concedió ver con nuestros propios ojos los sagrados despojos de los dos mencionados Santos! ¡Qué conmoción la nuestra cuando pudimos besar la ampolla que contiene las reliquias de aquella sangre bendita, que fue derramada por Antonino en testimonio de la fe!

Es, sin duda, un privilegio singular de la Providencia de Dios, que este preciosísimo vidrio se haya conservado incólume entre las ruinas, ya que la Basílica del Santo Patrono, situada por muchos siglos fuera de los muros de nuestra ciudad, fue varias veces sometida, por las invasiones de los bárbaros, a incendios y guerras; pero es un privilegio todavía más admirable de la Providencia divina y digna de todo nuestra gratitud, que la gloriosa sangre de Antonino, recogida en ese vidrio, se haya conservado, después de tantos siglos, en estado tal que ofrece también hoy pruebas ciertas de su primitiva naturaleza, mientras, en otros casos similares, la ciencia no llegó a establecer más que la probabilidad.

¡Oh, alegrémosnos, dilectísimos, exultemos! Piacenza es rica, sin duda, de muchos insignes y preciosos monumentos, verdaderos tesoros del arte; pero ninguno de ellos es ciertamente más estimable, a los ojos de la fe, que esta sangre gloriosa; ninguno más insigne que los despojos de Antonino y Víctor. [120]

 

 

«Padres y maestros en la fe»

 

123Son los despojos gloriosos de aquellos que fueron para nosotros padres y maestros en la fe; aquellos despojos que vertieron un día sangre viva; aquellos despojos junto a los cuales muchos desearon un día establecer su morada. Ante ellos, oh, dilectísimos, corrían a arrodillarse confiados nuestros antepasados, depositaban ante ellos sus dones y se llevaban en todos los tiempos especialísimos favores. De ellos los Gregori, los Savini, los Mauri, los Fulchi, los Geraldi, los Alberti Prandoni, los Paoli Burali d'Arezzo, los Filippi Suzani, los Opilii, los Gelasii, los Raimondi, los Contardi, las Franche, y muchos otros encontraban consuelo en sus tribulaciones, aliento y coraje para avanzar cada vez más en los caminos del Cielo. Eran ellos, aquellos sagrados despojos, el eje, diríamos así, alrededor del cual giraba, especialmente en la edad media, la cordura y la vida, ya sea privada o pública, de los ciudadanos. Alrededor de ellos se estrechaba el pueblo en las mayores necesidades de la patria y experimentaba efectos saludables. Los representantes de las Comunidades, de las Corporaciones y de los Cuerpos militares uniformados venían cada año a depositar ante ellos sus ofrendas. Era ante su presencia que se trataba el destino de las Comunas; junto a ellos se depositaban los documentos públicos, a su sombra se custodiaban los trofeos de la victoria. [121]

 

 

«No olviden las tribulaciones sufridas por nuestros padres»

 

124Esta venerada Basílica, este insigne monumento de la piedad de nuestros antepasados, es casi el perenne testimonio del nacimiento del cristianismo entre nosotros. ¡Oh, que ella les pueda recordar la fe de los días antiguos! No olviden nunca lo que debió hacer y sufrir Antonino, para engendrarlos para el Evangelio. No olviden las tribulaciones sufridas por nuestros padres y los peligros que enfrentaron para adquirir y conservar los derechos y el título de hijos de Dios (...).

En esta fe, que debe conducirlos a la salud, estén firmes, como lo están, pensando que Dios es veraz. Que la fe de ustedes, sin embargo, no sea una fe estéril, una fe muerta, sino animada por la caridad, es decir, acompañada por el noble cortejo de las demás virtudes y las buenas obras. Entonces sí que San Antonino podrá mirarlos con gozo, y ustedes podrán alimentar la confianza, o mejor dicho la certeza de tener en él a un protector que escuchará vuestras súplicas. Así, bajo la protección del mártir, bajo la defensa del poderoso abogado, caminarán seguros y tranquilos entre las insidias, los asaltos, los esfuerzos, las tristezas de esta mísera vida que es dura milicia y valle de lágrimas, hasta que surja también para nosotros el tan deseado día del triunfo final y del eterno descanso. [122]

 

 

«Yo los he engendrado para Cristo por medio del Evangelio»

 

125Los he engendrado para Jesús por medio del Evangelio: in Christo Jesu per Evangelium vos genui, escribía el Apóstol San Pablo a los fieles de Corinto. Estas hermosas palabras las dirige a nosotros todos los días y especialmente en este sagrado día para sus glorias, desde esa venerable tumba, nuestro santo Obispo y Padre Savino (...).

El es un santo que nos pertenece totalmente y que tiene con nosotros las más estrechas relaciones. Si bien nació en Roma, la divina Providencia quiso regalarlo a nosotros, a nuestras comarcas: es entre nosotros que descolló su santidad; fue nuestra ciudad el centro de todas sus gloriosas acciones y de sus heroicas virtudes (...).

A él es deudora nuestra Piacenza del más grande de los beneficios; fue él quien a nuestros mayores, yacientes todavía en gran número en las sombras de muerte y en las tinieblas del paganismo, les trajo la luz del Evangelio y destruyó totalmente la idolatría todavía dominante; en una palabra, fue nuestro padre en la fe y nos repite hoy, y lo repetirá hasta la consumación de los siglos, desde esa tumba sacrosanta: Habitantes de Piacenza, los he engendrado para Cristo por medio del Evangelio.[123]

 

 

c) los pobres

 

«El pobre, imagen viva y elocuente de Jesucristo»

 

126¿Qué es el pobre ante los ojos del mundo? Es un proscrito, desecho de la naturaleza, que parece olvidado por la mirada de la Providencia, un miserable que se arrastra en el lodo y en el polvo, un vil estorbo, un peso inútil para la sociedad y nada más. Tal es el concepto que desde hace cuatro mil años se tenía del pobre, por lo cual la pobreza era considerada una mancha oprobiosa, un flagelo de Dios, una maldición que podía caer solamente sobre la cabeza de los culpables. Pero, finalmente he aquí que la Sabiduría increada, el Maestro de todos los maestros, viene a darnos lecciones muy diferentes, y antes con el ejemplo que con la voz, antes con los hechos que con las palabras comienza a glorificar la pobreza y a glorificarla en sí mismo, desde la cuna. Sí, Jesucristo, el heredero del reino y de la corona de David, ha nacido; el Rey de Reyes, el Señor de los Señores, el Mesías tantas veces anunciado por los profetas, prometido y esperado desde tantos siglos, finalmente apareció, pero ¿dónde? pero, ¿cómo? pero, ¿con qué actitud? (...).

El ha aparecido con la actitud más humilde, en la miseria más grande (...). El Verbo de Dios, como ciudad natal elegía para sí a Belén, la más pequeña entre las de Judá. El, que podía tomar como Madre la más noble y rica de las mujeres Hebreas, elige para ese altísimo honor a la esposa de un artesano, oculta en la sombra de la pobreza; como lugar de nacimiento elige una gruta, expuesta a las inclemencias de la estación, tanto que no puede ofrecerle como cuna más que un pesebre y un poco de paja. En fin Jesús, al nacer, antepone libremente el estado de ustedes a cualquier otro, oh pobrecillos, y es justamente con esta preferencia que ha quitado a la pobreza toda connotación de infamia, que la ha convertido por el contrario ante los ojos de todos en venerable, santa y digna de la mayor reverencia.

En efecto, ¿qué puede haber aquí abajo más precioso, más noble, más grande y digno de mayor estima sino lo que tiene la estima y los honores de Dios? Cuando un rey quiere ennoblecer una pobre hija del pueblo y hacerla respetable para todos ¿qué hace? La busca en la humilde clase en la que ella se escondía, la hace su esposa, la invita a sentarse en su trono, le coloca sobre la frente la diadema y el cetro entre las manos. Así ha hecho Jesucristo con la pobreza, eligiéndola como su compañera inseparable desde la cuna hasta la tumba, y desde aquel día la pobreza comenzó a recibir en el cristianismo los honores de reina, desde aquel día el pobre comenzó a ser considerado, como lo es efectivamente, la imagen viva y elocuente de Jesucristo sobre la tierra (...).

Se diría, escribe bellamente Crisóstomo, que los pobres son como tantos rayos refractados, que unidos, componen lo que fue Jesús, cuya austera y doliente imagen hizo estremecer a los Profetas que la contemplaron desde lo alto de los siglos.

Sí, verdaderamente, oh dilectísimos, el pobre es una imagen viviente de Jesucristo y de ello nos da la certeza el Evangelio: en efecto Cristo dijo: la obra hecha a los más pequeños, es hecha a mí, lo que implica comunión de personalidad y de destino. De aquí las tiernas y sublimes referencias de los Santos Padres: "Cuándo tú ves el pobre, así entre otros dice Crisóstomo, imagina ver el cuerpo y el altar de Jesucristo, inclínate reverente y ofrece tu sacrificio. La Divinidad tiene dos altares, uno eterno e invisible, sobre el cual nosotros llevamos nuestras ofrendas adorando. Mas cuando nosotros nos acercamos al pobre, entonces colocamos la ofrenda sobre el altar visible de la Divinidad". "No te quedes en lo exterior, agrega Clemente Alejandrino, sino adelanta la mirada más adentro y verás habitar oculto en el pobre al Padre, al Verbo y al Espíritu Santo". Y he aquí el pobre sublimado al grado de imagen de altar y templo de la Divinidad. Es el Evangelio quien hace evidente a los ojos profanos de la carne esta rehabilitación del pobre, iniciada en el gran sacramento de la piedad, que es la arcana venida de Aquel que siendo rico, se hizo por nosotros mendigo: Egenus factus est. [124]

 

 

«Estos son sus amigos más queridos»

 

127"Jesús pasaba, dicen las Escrituras, haciendo el bien a todos" (Hechos 10, 38). Dulce, manso, benigno, no busca su gloria, sino el bien de los hombres. El es el padre de los pobres, sostén de los débiles, consuelo de los afligidos. Padece el cansancio, el hambre, la sed, las calumnias, el desprecio, los insultos; padece de parte de todos y hasta de los suyos, pero no lo tiene en cuenta. La caridad que arde en su corazón, lo anima, la caridad le impele, la caridad le hace parecer todo suave y liviano. No sigue más que los impulsos de su corazón. Cada palabra suya es una misericordia, cada paso suyo un consuelo, cada acción suya una providencia, cada prodigio suyo una gracia. Por todas partes lo vemos rodeado de pobres, de enfermos, de publicanos, de tiernos niños. Son éstos sus amigos más queridos y derrama sobre todos sus bendiciones y a todos despide reconfortados.

El vistió nuestra humanidad para sentir más profundamente la compasión y probar en sí mismo las aflicciones, las miserias, las penas de aquellos que entrañablemente ama. ¿Le toca contemplar alguna desgracia? Entonces su corazón se turba, gime, se inquieta y se muestra solícito para sacar la angustia, para secar las lágrimas, para mitigar la amargura, para quitar todo motivo de desolación. [125]

 

 

«El pobre es la pupila de Dios»

 

128¡Oh, el pobre! El está privado de los abundantes bienes de la tierra, sin embargo muchas veces es rico de bienes del cielo. Si se quiere, muchas veces estará fastidioso, descontento, ingrato, pero sobre su frente resplandece siempre el carácter de la filiación divina y sobre la puerta de su tugurio está escrita con caracteres de oro aquella sentencia consoladora: quod fecistis uni ex his minimis mihi fecistis [lo que hicieron al más pequeño de éstos a mí me lo hicieron]. El pobre es la pupila de Dios, y lo que hacemos al pobre, lo hacemos al mismo Dios. [126]

 

 

«La Iglesia fundada sobre doce hombres pobres»

 

129¿Cuáles serán pues los ministros de Dios elegidos para establecer la Iglesia en el mundo? ¿Quizás los personajes más notables por su fama, riquezas, autoridad, nobleza y saber? Así ciertamente hubiera obrado la prudencia humana, pero no obra así la sabiduría divina: Ignobilia et contemptibilia elegit Deus et ea quae non sunt, ut ea qua sunt destrueret [Dios ha elegido lo que no vale, lo despreciable y lo que no es, para destruir lo que es]. En la creación de su Iglesia Dios tomó el mismo camino que en la creación del mundo. Esta inmensa maquinaria que se llama universo, esos millones de astros que giran sobre nuestra cabeza, este globo terráqueo que nosotros habitamos, todo fue sacado de la nada, todo se rige sobre la nada, todo tiene como único apoyo y sostén ¿qué cosa?, ¡el vacío y la nada! Appendit terram super nihilun [Suspendió a la tierra sobre la nada]. Ahora bien, oh dilectísimos, ¿qué más podría desearse que persuadirnos que el mundo es obra directa de la infinita potencia de Dios? ¿Y qué más podría desearse que persuadirnos que la Iglesia, esta mole gigantesca y maravillosa, es obra de la misma infinita potencia, que le permitió salir de la nada y fluctuar en la nada? Porque nosotros la vemos fundada sobre doce hombres, como eran los apóstoles, sin autoridad, sin crédito, sin protecciones, pertenecientes a la clase más despreciada por todo Oriente, pobres, débiles, tímidos, rústicos e ignorantes rayanos, por su ineptitud, con la nada. [127]

 

 

«El mundo cree todavía en la caridad»

 

130La gran alma del inmortal Pío IX, el cual, si me es lícito decirlo, tenía el instinto del conocer y apreciar las obras de la Providencia, un día dirigía a algunos cohermanos vuestros aquellas memorables palabras que jamás serán olvidadas: "¡Oh, hijos míos!, ¡oh, hijos míos!, yo los consagro caballeros de Jesucristo. El mundo ya no cree en la predicación, en el sacerdocio, pero cree todavía en la caridad: prediquen la verdad con la caridad: vayan a conquistar al mundo con el amor del pobre"(...).

Jesucristo está con los fundadores de estas conferencias, ellos estaban en la caridad, estaban en Dios y Dios en ellos: qui manet in charitate, in Deo manet et Deus in eo, y su obra bendita por el Cielo se extendió acrecentando los caballeros de Jesucristo destinados a la conquista del mundo.

La caridad, esta ciudadana del Cielo bajada entre nosotros para acercar los corazones, templar las inquietudes, reanimar los espíritus caídos, hacer felices las familias con las alegrías más puras, conservar la paz entre la sociedad civil, el más hermoso don que Dios pudiese hacer a sus criaturas, está destinada a gloriosos triunfos, mediante vuestras conferencias. Predicando la verdad con la caridad ustedes disiparán muchos prejuicios, aún donde no es aceptada la palabra del sacerdote y harán comprender al pobre sin fe que si tiene en ustedes a un hermano sobre la tierra es porque tiene a un padre común en el Cielo: harán conocer también a los más insensatos y alejados la divinidad de Cristo y de su religión.[128]

 

 

«La caridad se ha difundido en nuestro siglo»

 

131Me resulta difícil expresarles, oh Señores, la alegría que yo siento cada vez que tengo la oportunidad de encontrarme entre ustedes; entre ustedes que forman un pequeño grupo, pero selectísimo, porque está consagrado al ejercicio de la más noble de las virtudes, la caridad. Yo los conozco, y me complazco por ello ante Dios. Mejor los conoce el mismo Dios que los acompaña con sus bendiciones y les prepara el premio merecido. Permitan ahora a su Padre y Pastor, que los ama como hijos ternísimos, como hermanos, diré más, como antiguos y queridísimos amigos, dirigirles una palabra de aliento, a fin de que quieran, no obstante los obstáculos que encuentren en el camino, continuar impertérritos su gloriosa y sublime obra. Yo tengo gran e ilimitada confianza en el ejercicio de la caridad y cuando vuelvo a pensar en los graves males que afligen a la sociedad y a la Iglesia, y una nube de tristeza me conmueve hasta las lágrimas, me consuelo con la esperanza: y espero, espero intensamente que pronto vuelva la serenidad, que el cielo vuelva a sonreír a nuestros deseos, porque no es olvidado el ejercicio de la caridad, porque, bajo diversos aspectos, la caridad se ha difundido en nuestro siglo y todo lo invade, lo domina, lo señorea. ¡Oh sí!, ¡son grandes y son muchos los pecados del siglo XIX! ¿Quién puede enumerarlos? ¿Pero quién puede también enumerar las obras de caridad de las cuales el siglo XIX es fecundo? Es a esta consideración, oh Señores, que me corre espontánea sobre los labios la consoladora palabra de Cristo a la Magdalena: le son perdonados muchos pecados porque mucho ha amado: dimissa sunt ei peccata multa, quoniam dilexit multum. [129]

 

 

«Solamente la caridad es realmente hija del Cielo»

 

132Es hermosa la filantropía: es el socorro establecido en favor del pobre en base a los principios humanitarios de la igualdad; es hermosa la beneficencia: es el socorro establecido y prestado al infeliz por reflejo de la necesidad y del bien público, para sacar de la sociedad el afligente aspecto de la miseria y la ocasión para inevitables desórdenes. Pero la caridad es más hermosa; solamente la caridad es realmente hija del Cielo. Ella tiene los principios de la filantropía, ella tiene el fin de la beneficencia, pero agrega como estímulo más eficaz el pensamiento de socorrer en el hombre la imagen misma de Dios, de socorrerlo por voluntad y por amor a El. La filantropía nace en la cabeza del filósofo, y raramente desde la altura de la teoría, que es una idea, sabe descender a la práctica, obra de la voluntad; la beneficencia desciende a la obra, pero, si bien muy noble y generosa, manifiesta siempre algo moderado y no se ejercita comúnmente sino en vista y proporción del mal por solucionarse: solamente la caridad es heroica; ella tiene una iniciativa inagotable, no busca recompensas, enfrenta y aparta dificultades, casi encuentra en ellas un motivo de aliento, se complace en el sacrificio, no decae jamás. [130]

 

 

«El dolor es el cetro de las almas grandes»

 

133El dolor es el cetro de las almas grandes; es la llave de la ciudad eterna; es el camino real que lleva a la patria. Tengan confianza, dilectísimos. Si Dios les proporciona penas y ustedes las sufren con resignación cristiana, están en el verdadero camino de la salud y llegarán un día a reinar con los santos en el Cielo.

Es cierto, la pobreza es una pesada cruz, pero por ella se va al Cielo: Bienaventurados los pobres, nos dice hoy con palabra infalible el Divino Maestro: Beati pauperes spiritu, quoniam ipsorum est regnum coelorum [Bienaventurados los pobres de espíritu, porque a ellos les pertenece el reino de los cielos].

El vivir siempre con enfermedades, con penas, con dificultades, arranca con frecuencia lágrimas; pero alégrense porque beati qui lugent, quoniam ipsi consolabuntur [bienaventurados los que lloran porque ellos serán consolados]. El sufrir persecuciones injustas nos aflige a todos, pero benditos aquéllos que sufren por la justicia, porque de ellos es el premio eterno: beati qui persecutionem patiuntur propter institiam, quoniam eorum est regnum Coelorum [bienaventurados los perseguidos por causa de la justicia, porque de ellos es el reino de los Cielos]. Las injurias, las burlas, los escarnios, las calumnias nos traspasan el corazón; compadezco la debilidad humana, pero me quejo por la poca fe, mientras Jesucristo nos dice hoy: Serán bienaventurados cuando los hombres los maldigan, los persigan y mintiendo hablen mal de ustedes, entonces alégrense y exulten: beati estis cum maledixerint vobis homines et persecuti vos fuerint et dixerint omne malum adversus vos, mentientes, propter me: gaudete et exultate in illa die [Felices ustedes cuando sean insultados y perseguidos y cuando se los calumnie en toda forma a causa de mí: alégrense y regocíjense en ese día]. ¡Oh, cuán injustamente, queridísimos, nos quejamos de nuestras cruces, de nuestras desgracias! Miremos a Jesucristo, que vivió siempre en la pobreza, en el dolor y en el desprecio y murió sobre el madero de la cruz; miremos con frecuencia a la Reina de los Mártires, miremos a los Santos y así nos resultarán amables las tribulaciones; las soportaremos por lo menos con resignación. [131]

 

 

«Vine pobre y pobre parto»

 

134Sano de mente y de cuerpo, quiero hacer, como hago, con el presente escrito, mi Testamento.

Agradezco a la Santísima Trinidad por haberme concedido la gracia del Sacerdocio y del Episcopado y postrado ante su infinita grandeza, llorando pido perdón por todas las ofensas cometidas con mis infidelidades al augusto carácter impreso en mi alma.

Vine pobre a Piacenza y pobre parto al más allá. Lo poco que me pertenece realmente bastará para solventar los gastos de mis funerales que deseo modestísimos, salvo las disposiciones de la Santa Iglesia Católica Apostólica Romana en la que he sido bautizado y quiero morir. Prohíbo cualquier elogio fúnebre. [132]

 

 

«¿Sería extraño que un Obispo muriera sobre la paja?»

 

135¿Sería quizás extraño que un Obispo muriera sobre la paja, cuando Nuestro Señor nació sobre la paja y murió sobre la Cruz? [133]

 

 

«Procuré el pan a gran número de desventurados»

 

136En el invierno pasado, esta mi ciudad y diócesis fueron asoladas por una verdadera carestía, pero tomándome el compromiso de aliviar tantos pobrecillos, con la ayuda de Dios pude conseguir más de 250 mil liras aportadas en gran parte por institutos públicos y por particulares, y con ellas pude procurar el pan a gran número de desventurados y un verdadero triunfo para la Religión. El hecho fue, como de costumbre, magnificado por los diarios; los diputados, en número de seis, que pertenecen a la Diócesis, con dos senadores, ellos también diocesanos, llevaron el hecho al rey Humberto que me hizo llegar su agradecimiento, manifestaciones de veneración, etc. Olvidé todo y no suponía que los demás pensaran en mis actos; pero, al abrir el instituto para las sordomudas y realizar alguna otra obra de caridad, se renovaron las habituales exageraciones, con pesar mío, ya que amo tanto ser dejado en paz. En estos días vino a visitarme un personaje de la corte, este me expresó los sentimientos de los soberanos y el deseo que tenían de otorgarme un testimonio de público reconocimiento. El gentil hombre estaba preparado para todas mis objeciones, me dijo que el Decreto relativo estaba apoyado solamente en las obras de beneficencia, que otros Obispos habían recibido medallas por lo obrado en tiempos del cólera, que era un deseo propio del rey, que habría podido beneficiarme para bien de la Iglesia, que se trataba de una distinción suprema, pero no política, (me parece que mencionó la "Orden de la SS. Annunziata) etc.

Respondí gentilmente, pero breve y resueltamente que las condiciones planteadas a la Iglesia en Italia, que la situación de la Santa Sede Apostólica y del Santo Padre eran tales que no permitían a un Obispo aceptar cualquier condecoración, tampoco la de la Annunziata, sin ofender su carácter y dignidad episcopal. Rogué a aquel Sr. Marqués que transmitiera las razones de mi rechazo y mis sentimientos de gratitud por la atención y lo despedí con decorosa urbanidad, diciéndole que quizás escribiera directamente a quien lo había enviado. He aquí mi duda, Excelentísimo Príncipe, ¿debo escribir? Si debo hacerlo sería mi intención escribir una carta en la cual, después del agradecimiento y los motivos del rechazo, expondría las múltiples y sangrientas injurias hechas, también hoy día, a la Iglesia, a la Santa Sede, al Santo Padre, exhortando a Su Majestad con respeto, pero francamente,  poner fin, en lo posible, a estos males, asegurando que ese es el premio que espera todo el Episcopado del Reino etc. Quisiera hacer llegar, de la debida manera, a los oídos del rey esas verdades severas; pero no sé decidir lo que hay que hacer y no quiero abrir mi alma a cualquiera, ya que se trata de una cosa delicadísima.

Si no debo escribir, su Eminencia Reverendísima coloque sobre una tarjeta suya de visita la palabra "negativo", si debo hacerlo "afirmativo". Las razones me las dará cuando tenga el honor y el placer de saludarlo en Roma. [134]



[1] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma de 1878, Piacenza 1878, págs. 5-6

[2] Ibid., págs. 25-26

[3] Ibid., págs. 6-7

 

[4] Ibid., págs. 16-17

[5] Ibid., págs. 21-22

[6] Homilía de Navidad, 1894 (AGS 3016/1)

[7] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma de 1883, Piacenza 1883, págs. 13-14

[8] Homilía de Navidad, 1894 (AGS 3016/1)

[9] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma de 1878, Piacenza 1878, págs. 27-29

[10] Ibid., págs. 33-34

[11] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma de 1883, Piacenza 1883, págs. 10-11

[12] Ibíd., págs. 11-12

[13] Homilía de Pascua, 1901, (AGS 3016/4)

[14] Carta pastoral para la Santa Cuaresma de 1878, Piacenza 1878, págs. 12-13

[15] Ibíd., págs. 22-23; 26-27

[16] La devoción al SS. Sacramento, Piacenza 1902, págs. 56

[17] Ibíd., págs. 7-8

[18] Tercer discurso del 3er. Sínodo, 30/8/1899. Synodus Dioecesana Placentina Tertia..., Piacenza 1900, pág. 259 (trad. del latín)

[19] Carta Pastoral para la cuaresma de 1878, Piacenza 1878, pág. 15

[20] La devoción al SS. Sacramento, Piacenza 1902, págs. 26-28

[21] Ibíd., pág. 29

[22] El sacerdote católico, Piacenza 1892, págs. 11-12

[23] Primer discurso del 3er. Sínodo 28/8/1899. Synodus Dioecesana Placentina Tertia..., Piacenza 1900, págs. 228-232 (trad. del latín)

[24] Ibíd., págs. 223-225

[25] La devoción al SS. Sacramento, Piacenza 1902, págs. 22-23. El "santo doctor" es San Francisco de Sales

[26] La devoción al SS. Sacramento, Piacenza 1902, págs. 20-21

[27] Ibíd., pág. 9

[28] Ibíd., pág. 25. El Autor exhorta a los sacerdotes a estar siempre disponibles para las confesiones para que aumente la frecuencia de los fieles a la comunión.

[29] Ibíd., pág. 24

[30] Ibíd., págs. 11-12

[31] Ibíd., págs. 12-13

[32] Para la inauguración del Templo del Carmen en Piacenza, 17/2/1884 (AGS 3018/2).

[33] La devoción al SS. Sacramento, Piacenza 1902, pág. 15

[34] Primer discurso del 3er. Sínodo 28.8.1899. Synodus Dioecesana Placentina Tertia..., Piacenza 1900, págs. 229-231 (trad. del latín)

[35] Segundo discurso del 3er. Sínodo, 29.8.1899 ( Ibíd. págs. 242-243) (trad.  del latín).

[36] La devoción al SS. Sacramento, Piacenza 1902, págs. 34-36

[37] Ibíd., pág. 14

[38] Discurso en el Congreso Eucarístico de Turín, 1894 (AGS 3018/2).

[39] Segundo Discurso del 3er. Sínodo, 29.8.1899. Synodus Dioecesana Placentina Tertia..., Piacenza 1900, págs. 241-242 (trad. del latín)

[40] Ibíd., pág. 245

[41] La devoción al SS. Sacramento, Piacenza 1902, pág. 37

[42] Carta Pastoral del 5.5.1905, Piacenza 1905, págs. 4-5

[43] Discurso sobre el SS. Crucifijo, 1880 (AGS 3017/3)

[44] Discurso para el VIII Centenario de la 1ª Cruzada, 1896 (AGS 3018/26)

[45] Discurso del 13.4.1865, AGS 3017/3

[46] La penitencia cristiana, Piacenza 1895, pág. 9

[47] Ibíd., págs. 8-9

[48] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma de 1883, Piacenza 1883, págs. 14-15

[49] Ibíd., pág. 16

[50] La penitencia cristiana, Piacenza 1895, pág. 13

[51] Carta a un Cardenal, s.f. (AGS 3020/5)

[52] Palabras dichas a los Misioneros que partían desde S. Calocero en Milán el 10 de junio de 1884 (AGS 3018/2)

[53] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma de 1884, Piacenza 1884, págs. 6-7

[54] Católicos de nombre y católicos de hecho, Piacenza 1887, págs. 6-7

[55] Homilía de Epifanía, 1898 (AGS 3016/3)

[56] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma de 1881, Piacenza 1881, págs. 23-24

[57] Ibíd., págs. 26-27

[58] Homilía de Epifanía, 1905 (AGS 3016/3)

[59] Homilía de Todos los Santos, 1876 (AGS 3016/8)

[60] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma de 1884, Piacenza 1884, págs. 12-13

[61] Homilía de Epifanía, 1905 (AGS 3016/3)

[62] Carta a la duquesa C. Fogliani Pallavicino, 29.1.1903 (AGS 3025/14).

[63] Nota de la meditación, 30.1.1893 (AGS 3027/1)

[64] Id., 2.2.1893

[65] Test. IV ad 26 del Proceso diocesano informativo

[66] "Propósitos", 24.8.1894 (AGS 3027/1). Se trata de propósitos que Mons. Scalabrini escribía al finalizar el retiro mensual o los Ejercicios espirituales anuales

[67] Id., 24.8.1893

[68] Id., 23.2.1901

[69] Id., 19.8.1894

[70] Carta a Mons. N. Bruni, 1901 (AGS 3021/17)

[71] Carta al Alcalde de Piacenza, s.f. (AGS 3025/6)

[72] La oración, Piacenza 1905, pág. 24

[73] Ibíd., págs. 7-8

[74] Santificación de la fiesta, Piacenza 1903, págs. 11-12

[75] La oración, Piacenza 1905, págs. 23-24

[76] La oración, Piacenza 1905, págs. 23-24

[77] Ibíd., págs. 15-16

[78] Ibíd., págs. 17-18

[79] Ibíd., pág. 26

[80] Ibíd., págs. 31-32

[81] Ibíd., págs. 32-33

[82] Ibíd., págs. 5-7

[83] Ibíd., págs. 18-19

[84] Ibíd., pág. 20

[85] Discurso para el jubileo sacerdotal de León XIII, 1887 (AGS 3017/6)

[86] "Intransigentes y transigentes", Bolonia 1885, págs. 22-23. El opúsculo, inspirado y revisado por León XIII, revela el fundamento de la llamada "transigencia" de Scalabrini: saber adaptarse al cambio de los tiempos, saber "leer los signos de los tiempos", reconociendo en los factores históricos irreversibles, como la unificación de Italia, la "historia de la salvación" (cfr. Biografía, págs. 571-620)

[87] Discurso para el Jubileo sacerdotal de León XIII, 1887 (AGS 3017/6)

[88] Ibíd.

[89] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma de 1877, Piacenza 1877, págs. 10-11

[90] Ibid., págs. 15-17

[91] Discurso para le VIII Centenario de la Primera Cruzada, 21.4.1895 (AGS 3018/26)

[92] Discurso para el Centenario de Cristóbal Colón, 1.12.1892 (AGS 3018/21)

[93] Discurso para el VIII Centenario de la I Cruzada, 21.4.1895 (AGS 3018/6). La Cruzada fue proclamada por Urbano II en Piacenza en 1095.

[94] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma de 1879, Piacenza 1879, págs. 30-35

[95] Carta Pastoral para la Santa Cuaresma de 1881, Piacenza 1881, págs. 15-16

[96] Homilía de Epifanía, 1905 ( AGS 3016/3)

[97] Carta a León XIII, junio de 1896, (ASV-SE 43/1896, Rub. 43/1896, Prot. N. 31372).

[98] Circular con motivo del Congreso Científico Internacional de los Católicos en Friburgo, Suiza  1897, 1.6.1897

[99] Carta al Cardenal José Pecci, 1881  (AGS 3020/3)

[100] Carta a G. Bonomelli (Correspondencia S.B. págs. 383-384). Bonomelli había expresado sus "temores" por la dirección de la crítica bíblica indicada especialmente por los primeros escritos de Loisy

[101] Homilía de la Asunción, 1881 (AGS 3017/1).

[102] Id., 1882

[103] Homilía de Pentecostés, 1900 (AGS 3016/6).

[104] En recuerdo del primer faustísimo Jubileo de la definición dogmática de la Inmaculada Concepción de María Santísima, Piacenza 1879, págs. 25-28

[105] Ibid., págs. 7-11

[106] Ibíd., pág. 20

[107] Discurso para la coronación de la Virgen de la Consolación de Bedonia, 7.7.1889 (AGS 3017/2).

[108] Homilía de la Asunción, 1887 (AGS 3017/17)

[109] "Clausura de Mayo 1870" (AGS 3017/2)

[110] "El Santo Rosario", 7.10.1894 (AGS 3017/2)

[111] La familia cristiana, Piacenza 1894, pág. 22

[112] Carta al rector del Seminario y del Santuario de Bedonia, 13.9.1892 (Archivo del Seminario de Bedonia)

[113] Homilía de Todos los Santos, 1883 (AGS 3016/8)

[114] Id., 1876

[115] Id., 1898

[116] Id., 1878

[117] Id., 1882

[118] Para el solemne reconocimiento de las reliquias de los Santos Antonino y Víctor, Piacenza 1880, págs. 9-10

[119] Segunda relación "ad limina", 11.12.1879 (Archivo del Obispado de Piacenza) (traducido del latín).

[120] Para el solemne reconocimiento de las reliquias de los Santos Antonino y Víctor, Piacenza 1880, págs. 5-7

[121] Ibid., págs. 22-23. Los Santos que aquí se recuerdan nacieron o vivieron en Piacenza

[122] Discurso en la festividad de San Antonino, 1899 (AGS 3017/5)

[123] Discurso en la festividad de S. Savino (AGS 3017/4)

[124] Homilía de Navidad, 1879 (AGS 3016/1)

[125] Carta pastoral para la Santa Cuaresma de 1878, Piacenza 1878, págs. 9-10

[126] Discurso para una asociación de caridad, (AGS 3018/18)

[127] Homilía de Pentecostés 1902, (AGS 3016/6).

[128] Para el 90º aniversario de las Conferencias de San Vicente, 3.6.1890 (AGS 3018/9).

[129] Discurso para una asociación de caridad (AGS 3018/18)

[130] Discurso para la inauguración del monumento a Mandelli, 23.6.1889 (AGS 3018/10)

[131] Homilía de Todos los Santos, 1879 (AGS 3016/18)

[132] Testamento privado inédito (AGS 3001/2)

[133] Proceso diocesano informativo, Test. XI ex oficio ad 26

[134] Carta al Card. Jacobini, 21/10/1880 (ASV-SE, Rub. 283/1880, fasc. 1, Prot. N§ 42777). En el invierno 1879-1880 el obispo, privándose de todo, distribuyó hasta 3000 sopas por día al pueblo hambriento por la carestía (cfr. Biografía, págs. 433-439). Renunciando a la condecoración del Collar de la Annunziata, Mons. Scalabrini renunciaba también a una rica pensión.